En su libro más reciente, Genesis and Validity. The Theory and Practice of Intellectual History, Martin Jay señala que, a lo largo de las historias intelectuales, subyace una tensión consistente en la capacidad de los conceptos y de los textos de escapar a su génesis y adquirir va lidez en otros contextos.1 Esta tensión me resulta de especial utilidad al momento de leer las intervenciones de Carlos Illades en torno a lo ocurrido en el interludio temporal entre 1985 y 2020. Entre estos interesantes años, veloces como el siglo XX en sí mismo, se imbrican acontecimientos recientes como la huelga de la Universidad Autónoma Metropolitana, problemas como la democracia de los pocos, la herencia del siglo XIX en la actualidad, el futuro del trabajo y las asociaciones solidarias; la democracia y el socialismo, la revolución y la democracia; los debates sobre el significante vacío del populismo y el posfascismo, los relatos de la transición democrática en México, así como las no menos importantes cuestiones de lo social y la recuperación colectiva del futuro.
Historia para hoy produce una experiencia de lectura que se sitúa en el estrato temporal de los pasados que tocan, incomodan y asedian al presente historiográfico, histórico y social. Pasados que, como señalaría Jay, escapan de su génesis para mostrarnos que la historia es una forma reflexiva que nos impele a seguir entendiendo que lo que observamos en el presente tiene, en el fondo, una historicidad.
Podríamos empezar señalando la característica textual de las intervenciones del también autor de El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (Oceano, 2018). Mediante distintos formatos que van desde la reseña (Historia Mexicana, Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México), los artículos de opinión en medios de comunicación (El Financiero, Milenio, Nexos) o la lectura crítica de las tradiciones intelectuales y políticas del marxismo, Historia para hoy teje una textualidad con potencias distintas. Éstas van desde la intervención en lo político, el plano personal de los intereses intelectuales de Illades, hasta la crítica historiográfica de clásicos como Edmundo O’Gorman y Bolívar Echeverría en América Latina; E. P. Thompson, Perry Anderson y Eric Hobsbawm en la tradición marxista.
De este modo, las texturas de Historia para hoy permiten al lector adentrarse en el devenir de las reflexiones historiográficas dentro y fuera de los contextos donde adquirieron potencialidad crítica. En este caso pienso en tres artículos continuos dentro del orden seleccionado para el lector: “Apuntes postsoviéticos”, “Centenarios” y “Nostalgia por los setenta”.
En sus apuntes, Illades relata parte de su viaje a Rusia en ocasión de dos conferencias por el centenario de la Revolución de Octubre. Como señala el autor, la “yuxtaposición” de los “estratos del tiempo” forma parte del paisaje que antes del régimen de Vladimir Putin perteneció a los zares. Entre el “modernismo depredador” de Moscú y la cartografía de la memoria soviética que San Petersburgo conserva en sus calles, Illades encuentra una relación entre los souvenirs de Dostoievsky, Putin, Lenin y Nicolás II. Casi a la manera de un pastiche, la nostalgia atraviesa los campos de la cultura popular y la historiografía.
Es precisamente la nostalgia y su distribución temporal-afectiva lo que impele a revisar de forma crítica las políticas de la conmemoración que Illades observa en su lectura de los centenarios.2 Las nociones de “nacionalismo revolucionario” y “liberalismo social”, acuñadas por los regímenes políticos del siglo XX, construyeron genealogías del Estado mexicano a la manera de una “ingeniería de la memoria”. Por ello, toda lectura crítica de los pasados, señala Illades, tendría por objetivo desmontar la “conservación de expectativas” y los procesos de olvido fomentados por el arconte de los regímenes políticos mexicanos.
Por otro lado, es posible hilar el repaso de Illades sobre el problema de lo social y la sociabilidad con las cuestiones sociales, olvidadas en el debate público a partir de cuatro capítulos: “Catecismos cívicos”, “Vuelta a la cuestión social”, “La verdadera vida” e “Inventar el futuro”.
La intención de elaborar una constitución moral por parte del gobierno en turno, en 2018, levantó distintas suspicacias y reclamos. Pocas fueron, empero, las reflexiones sobre “la relación de la moral con el orden jurídico” y su parecido de familia con un género textual decimonónico: los catecismos políticos. Por anacrónico que parezca, señala Illades, pensar históricamente la familiaridad entre ambos géneros es, en el fondo, un tema añejo del pensamiento político sobre la constitución de lo social: “si las normas del pacto social se cumplen por sí mismas o bien necesitan de elementos externos para acatarse”,3 y la necesidad de educar, formar a la sociedad, con el objetivo de cimentar las bases de un sentido social basado en la solidaridad (como en el caso del sansimonismo) o la posibilidad de una libertad radical, según los cultores del anarquismo.
Gran parte, si no es que en su totalidad, de la articulación de los discursos públicos en la esfera de opinión mexicana se ha centrado en la modernización, en la democracia fundada en la propiedad privada, en la transición, la corrupción y las reformas estructurales.
A pesar de la inserción de México en la globalización, señala Illades, las narrativas de la guerra interna y los procesos de la necropolítica expandieron las esferas de dominación del capital en la pobreza y la desigualdad. Por añadidura, podemos aludir la constante distancia entre los representantes y los representados, los gobernantes y los gobernados -temas propios de una legitimidad democrática-.4 Por ello, menciona el autor, es necesario recuperar la cuestión social en el debate público y, al mismo tiempo, la intervención del Estado como “agente de la redistribución del ingreso”. Esto solo puede ir aparejado con el desarrollo de “mecanismos de participación directa de la población en los asuntos atingentes”5 y en la toma de decisiones para sus recursos, además de una reflexión profunda y radical del sustrato racista, clasista y heteropatriarcal de la sociedad mexicana.6
Al principio de este registro de lectura aludía a la tensión -provechosa- entre la génesis y la validez de los conceptos y textos en diferencia temporal. Las comparaciones temporales7 y espaciales en términos de experiencias transhistóricas y utópicas8 nos confieren la visibilidad necesaria para pensar en los futuros posibles como función crítica del presente.9 Dicha tensión, me parece, se encuentra presente en la actualización de las lecturas sobre la tradición marxista desde nuestros tiempos trastornados.
Pues, como Illades señala, “la crítica a la civilización del capital”, “los elementos para una crítica del Estado y de la democracia liberal”, “la teoría de la historia” y la “función del saber” son elementos presentes y vigentes para el pensamiento crítico actual. Sin ir más lejos, problemas como la acumulación, el uso de fronteras y la desposesión de los comunes10 son síntomas de los afantasmamientos de Marx en el mundo: “Pronósticos y experiencias fallidas, incluso trágicas, forman parte de su legado, como también la esperanza de mejorar el mundo y la convicción de que el capitalismo es histórico, en consecuencia, finito: puede haber vida después de él como la hubo antes de su surgimiento”.11
Ante los problemas que abre la comparación entre tiempos contenida en las texturas de Historia para hoy, Carlos Illades termina invitándonos a pensar en torno a la vida y al futuro. Dos son las lecturas que se asoman en los pasajes finales de la textualidad de Carlos -Alain Badiou (La verdadera vida. Un mensaje a los jóvenes) y Nick Srnicek y Alex Williams (Inventar el futuro. Postcapitalismo y un mundo sin trabajo)- en invitación al porvenir de la reivindicación de la simbolización igualitaria y la emancipación femenina. A una alianza futura, intergeneracional, entre jóvenes y viejos con miras a inventar un futuro de izquierdas alejado de las melancolías previas. Suficiente para que, en términos de Srnicek y Williams, se supere la “política folk” y se consolide “una estrategia global que posibilite una contrahegemonía”.12
Renovar y situar las cuestiones sociales, la “imaginación social utópica” y la reorientación de la tecnología en favor de las mayorías es, sin duda alguna, una tarea pendiente. Y en el apremio por inventar el futuro, una historia para hoy tiene mucho que decir.