La historia de la literatura y, a menudo, la historia de las ideas ha considerado los textos en su formulación acabada, universal para todo tiempo y lugar, maduros y publicados. La primera preocupada por el contenido filológico y estilístico. La segunda, por los mensajes de los textos que se proyectarían linealmente en la sociedad, en una relación causa-efecto. Pero no atienden a las condiciones sociales de la creación, a las operaciones técnicas e intelectuales que hicieron que los textos se convirtieran en objetos impresos y a las condiciones de su lectura. En suma, a su contexto social y cultural.
Jesús A. Martínez Martín1
Introducción
En una carta fechada el 13 de septiembre de 1885 y dirigida al escritor peruano Ricardo Palma, el editor guerrerense Victoriano Agüeros (1854-1911) aseguraba no pertenecer “a la bohemia o murga literaria de México”, lo cual significaba que no era “amigo de Riva Palacio, Mateos, Peza, etc. Los veo de lejos [decía], y ellos no me han visto ni aun así”. La explicación de tal alejamiento no era el “orgullo” ni que el editor mereciera ser considerado “superior a [sus] hermanos en letras”. Según declaró Agüeros a Palma en aquella misiva, atribuía a dos factores su situación dentro del campo literario de su tiempo: su carácter y su profesión:
Mi carácter me ha alejado siempre de los círculos literarios, y he vivido aislado, he trabajado solo, me he mantenido en mi rincón. […]. Si a esto agrega usted que hoy me encuentro en plena arena periodística dirigiendo un terrible periódico católico llamado El Tiempo, que, entre otras cosas, ha logrado tener por enemiga a toda la prensa liberal, tendrá usted explicado por qué vivo sin relaciones con los literatos de mi patria.2
Pese a que esta confesión induce a pensar que Agüeros no estableció relaciones con otros literatos mexicanos, un seguimiento somero de su trayectoria demuestra que el editor entabló y cultivó provechosos vínculos con numerosos escritores e intelectuales de su tiempo, y con ellos pudo llevar a cabo varias empresas editoriales, la más importante de ellas es, quizá, la Biblioteca de Autores Mexicanos (1896-1910), una ambiciosa colección en la cual se propuso reunir las que, a su juicio, eran las expresiones más representativas de las letras patrias y para la que tomó como modelo la Colección de Escritores Castellanos, dirigida por Mariano Catalina. Trataré de demostrar en estas páginas que la Biblioteca de Agüeros constituye un logrado proyecto editorial en el que es posible rastrear diversos aspectos y procesos culturales y literarios de su tiempo: a) La especialización y consolidación de la figura del editor, verificada en el tránsito del siglo XIX al XX; b) El desarrollo de incipientes pero efectivas estrategias editoriales de publicación, comercialización y promoción; y c) La formación de un canon literario que se inscribió en una tendencia global al agrupar las manifestaciones escritas de la nación, en busca de identidad, y en cuyo diseño y selección se consideraron no sólo criterios estéticos y literarios, sino también ideológicos, económicos y aun pragmáticos.
Victoriano Agüeros, editor3
Victoriano Agüeros nació en 1854 en Tlalchapa, pequeño pueblo de Guerrero; de padre español y madre mexicana. A los 12 años se trasladó a Ciudad de México para llevar a cabo sus primeros estudios en el Ateneo Mexicano. En 1870 se le otorgó el título de profesor de instrucción primaria, expedido por el Ayuntamiento de México, y en 1877 se inscribió en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, de donde egresó como abogado en 1881.
Inició su carrera periodística colaborando en diarios capitalinos de corte conservador, como La Revista Universal (donde publicó su primer artículo, en 1871) y La Voz de México; también estuvo a cargo de una sección, titulada Confidencias y Recuerdos, en El Siglo Diez y Nueve, diario dirigido por el editor liberal Ignacio Cumplido. Asimismo, gracias a Anselmo de la Portilla, comerciante, escritor y periodista de origen español avecindado en México, integrante de la Academia Mexicana y, años más tarde, suegro de Agüeros,4 colaboró en La Iberia (1867-1876), impreso “que gustaba de incorporar acontecimientos, noticias y crónica de España, de México y en torno a cuestiones europeas”.5
Quizá por su ascendencia española o debido a la influencia de Anselmo de la Portilla, las relaciones entre México y España tuvieron desde muy pronto un lugar central en los escritos y el ideario de Agüeros. Así, animado por el firme propósito -que llegó a calificar de “manía”-6 de dar a conocer en el extranjero, y sobre todo en España, la literatura mexicana, comenzó a enviar colaboraciones a La Ilustración Española y Americana. A partir del 8 de junio de 1878, en esta destacada revista ibérica apareció una serie de artículos en los que, bajo el título de “Correspondencias literarias de Méjico”, Agüeros escribió la semblanza de varios compatriotas suyos, la mayoría de ellos académicos, como Alejandro Arango y Escandón, Joaquín García Icazbalceta y del propio Anselmo de la Portilla, pero también de otros personajes como Ignacio Cumplido, cuya ideología contrastaba con la tendencia conservadora y católica que caracterizó al editor guerrerense.7
Los artículos publicados en La Ilustración Española y Americana tienen gran importancia en la trayectoria de Agüeros porque fueron el germen de una obra que prefigura la intención que años más tarde animó la Biblioteca de Autores Mexicanos. Me refiero al volumen Escritores mexicanos contemporáneos (1880),8 en el cual Agüeros ofreció su particular visión de la literatura nacional y sus principales exponentes; en sus palabras:
Corta es la galería biográfica que aparece en el presente tomo -primera serie tal vez de las que pienso formar con nuestros literatos-; y en ella se echarán menos muchos nombres que gozan de merecida reputación; pero sin embargo, espero que bastará para dar idea del progreso de las letras en México, y de algunos de los escritores que más honran a nuestra patria en la actualidad. Casi todas las ramas de nuestra literatura tienen sus representantes, por decirlo así, en las personas de quienes trato en este libro […]. Poetas y periodistas, críticos y filólogos, cultivadores de los estudios clásicos y escritores de historia: de todo encontrará algo en estas páginas, quien quiera formarse juicio de la literatura mexicana contemporánea.9
En su galería, Agüeros presentó las biografías de 15 escritores: el obispo Ignacio Montes de Oca, Alejandro Arango y Escandón, Joaquín García Icazbalceta, José Sebastián Segura, José María Roa Bárcena, José María de Bassoco, Francisco Pimentel, Casimiro del Collado, Ignacio Aguilar y Marocho, Tirso Rafael Córdoba, Manuel Orozco y Berra, Rafael Ángel de la Peña, José Peón y Contreras, Manuel Peredo y Anselmo de la Portilla.10 No es dato superfluo ni mucho menos coincidencia el hecho de que todos estos autores pertenecieran a la aún flamante Academia Mexicana Correspondiente de la Española (en 1875); que tres de ellos: Bassoco, Del Collado y De la Portilla, españoles asentados en México, incluso hubieran fungido como enlaces con la Real Academia para la fundación de la correspondiente mexicana, y cinco más se contaran entre los primeros miembros de la institución en el país: Arango y Escandón, Icazbalceta, Segura, Bassoco y Del Collado.11 En la labor de Agüeros como editor, constituye una constante la preferencia otorgada a los escritores que compartían con él el apego a la normativa y las preceptivas dictadas allende el océano, así como el interés por la corrección lingüística (tal como ésta podía entenderse en el seno de la Academia).12
Considero que Escritores mexicanos contemporáneos es clave para entender la Biblioteca de Autores Mexicanos, pues en esa obra Agüeros desarrolló varias de las estrategias que más adelante pondría en práctica, perfeccionándolas, a fin de posicionar sus publicaciones. En primer lugar, en el prólogo se advierte el empeño del autor por proporcionar al lector elementos con los que pudiera “dar[se] idea del progreso de las letras en México” y “formarse juicio de la literatura mexicana contemporánea”. Puesto que sus coterráneos tendrían acceso a esas muestras del talento nacional, puede suponerse que el público al que principalmente se dirigía residía en el extranjero, lo cual se confirma al consultar los elogiosos comentarios reproducidos en las “Noticias del autor y de sus escritos” que acompañaron el primer (y único) tomo de las Obras literarias del editor (1897). En su mayoría, esas consideraciones provenían de las cartas en las que los corresponsales de “España, Alemania y Repúblicas de Sud-América” agradecían a Agüeros el envío de Escritores mexicanos contemporáneos, ensalzaban la patriótica labor del editor y manifestaban que el libro “había despertado en ellos gran interés por nuestra literatura, y les había llevado noticias que estimaron en mucho”. Entre los remitentes de esas misivas destacan los académicos “[Juan] Valera, [Gaspar] Núñez de Arce y [Marcelino] Menéndez y Pelayo, en España; don Juan Fastenrath, de Colonia; don Miguel A. Caro, de Colombia; don Juan León Mera, del Ecuador; don Ricardo Palma, del Perú; don Rafael Obligado, de la Argentina”.13
En segundo lugar, el prólogo de Agüeros pone de manifiesto que tenía una concepción muy amplia de la “literatura mexicana contemporánea”, pues en ella incluía, además de obras claramente literarias, textos sobre temas históricos, filológicos, periodísticos, de crítica. Como veremos, esa misma idea prevaleció en la selección de los integrantes de la Biblioteca de Autores Mexicanos.14
Por último, cuando Agüeros prevé que en su obra “se echarán menos muchos nombres que gozan de merecida reputación”, pese a lo cual espera “dar idea del progreso de las letras en México, y de algunos de los escritores que más honran a nuestra patria en la actualidad”, está asumiendo una función que se volvió característica de un personaje que adquirió sus “señas de identidad” hacia finales del siglo XIX y principios del XX.15 Me refiero al editor, figura que:
supuso un salto cualitativo en el proceso de creación de libros. Actuó como financiador y gestor […], pero además acopló la doble función técnica e intelectual para el conjunto de operaciones que transformaban los textos en libros. Aportaba, pues, una labor intelectual para discernir textos y acoplarlos a la demanda, proyectando gustos o asumiéndolos, una planificación técnica en la fabricación de las formas de los libros y una estrategia comercial para su difusión. El mundo del libro se reordenó así con el editor, cuyas funciones se fueron separando de las de impresor y librero, aunque siguiera compartiéndolas durante mucho tiempo, para quedar finalmente esclarecidas en la práctica a principios del siglo XX.16
En el cruce entre la labor intelectual y la función técnica, el editor se delineó como un personaje doble que producía un objeto de naturaleza también doble, al mismo tiempo “económica y simbólica, […] a la vez mercancía y significación”.17 Al conjugar el espíritu con el negocio, este nuevo agente ponía en práctica su conocimiento acerca del campo literario, así como su política editorial,18 en aras de conseguir una ganancia que le permitiera seguir en el mercado, produciendo “la sagrada mercancía libro”.19
Puede decirse que, a partir de la publicación de Escritores mexicanos contemporáneos, la carrera de Agüeros describió una trayectoria ascendente en la que se produjo la depuración y especialización de sus funciones. Además de fundar y mantener la exitosa empresa periodística que fue El Tiempo (1883-1912), el editor guerrerense creó varios suplementos de carácter cultural y literario, cuya existencia fue paralela a la del diario católico, en los que se dio cabida a las creaciones de escritores afines a la ideología de la publicación.20 Asimismo, el pequeño taller que alguna vez alojó a Ignacio Cumplido fue adquiriendo dimensiones cada vez mayores, hasta requerir un edificio propio.21 Hacia finales del siglo XIX, además de talleres tipográficos dotados de la tecnología más avanzada del momento, la empresa de Agüeros contaba con una librería en la cual distribuía no sólo las obras que él mismo publicaba, sino también un amplio surtido de títulos, que promocionaba en las páginas de El Tiempo y sus semanarios.22
Así, en 1896, cuando se imprimió el primer volumen de la Biblioteca de Autores Mexicanos, Agüeros tenía un considerable conocimiento del incipiente mercado editorial de la época, una solvente capacidad técnica, una red intelectual conformada por autores, lectores y corresponsales situados en las ciudades más importantes del mundo de habla hispana -como Madrid, Santander, Lima, Buenos Aires, Santiago de Chile, Medellín, Bogotá y Quito-, y un dominio de las estrategias comerciales y publicitarias a su alcance.
La Biblioteca de Autores Mexicanos: colección de escritores antiguos, modernos y de nuestros días
El 24 de abril de 1896 terminó de imprimirse un pequeño libro en rústica que se ostentaba como primer tomo de las Obras de Joaquín García Icazbalceta y reunía una serie de opúsculos del académico, historiador y bibliógrafo mexicano, fallecido un par de años atrás. El volumen, al que presumiblemente seguirían otros, había salido de la imprenta de “Victoriano Agüeros, Editor”, localizada en la Cerca de Santo Domingo, número 4. La portada del ejemplar, impresa a dos tintas, presentaba un recuadro ornamentado con motivos florales y, en su parte superior, una suerte de listón con la leyenda: “Biblioteca de Autores Mexicanos”, con un número 1, en rojo, en su centro.
Este modesto volumen era la materialización de un prospecto que apareció en El Tiempo el 29 de mayo de 1896, y que a la letra decía:
Es bien sabido que aunque México cuenta con una brillante pléyade de escritores, las obras de éstos, por desgracia, permanecen desconocidas, ya porque están agotadas las ediciones, ya porque se encuentran diseminadas en periódicos, revistas o folletos que no están al alcance de todos…
Urge, pues, si no queremos que se pierdan u olviden más de lo que están nuestros tesoros literarios, que se haga una colección de ellos, en una serie de tomos, de limpia, clara y correcta impresión, que sirva para perpetuar nombres gloriosos de la literatura patria, y que sean dignos de presentarse en círculos y Academias literarias del extranjero…
Creemos que la Biblioteca de Autores Mexicanos que hoy anunciamos, viene a llenar esa necesidad de nuestra literatura, y las obras de aquéllos podrán fácilmente ser conocidas, leídas y estudiadas por muchos que quizá hasta ignoran su existencia…
En la Biblioteca que hoy anunciamos, y cuyo primer tomo está ya concluido y de venta, vamos a publicar las obras de nuestros más distinguidos autores (historiadores, poetas, novelistas, críticos, dramáticos) antiguos, modernos y de nuestros días.23
Si me he permitido reproducir un fragmento tan extenso es porque considero que en él hay varios aspectos dignos de destacarse. El primero de ellos es la función utilitaria del proyecto emprendido por el editor que, muy pronto, tanto en los anuncios sucesivos de la colección como en las cartas que a propósito de ésta recibía Agüeros, adquirió una dimensión patriótica, pues gracias a la Biblioteca las obras nacionales saldrían del olvido o del desconocimiento para ponerse a disposición del público mexicano y, sobre todo, extranjero.24 Sin duda, este aspecto se ve reforzado por otro, que aparece de modo reiterado en el anuncio: la “literatura patria”, expresada con el adjetivo posesivo de primera persona del plural, esto es, “nuestros tesoros literarios”, “nuestra literatura”, “nuestros más distinguidos autores”. Tal énfasis parece presentar la lista de autores por publicar como un incuestionable conjunto de “nombres gloriosos” y no como el producto de una selección realizada con base en ciertos criterios, de los que me ocuparé más adelante.
De acuerdo con el prospecto, los autores que se pretendía publicar pertenecían a tres grupos principales: antiguos, modernos y de nuestros días. En su conjunto, estas categorías tan abarcadoras, que además incluían representantes de todas las ramas de la literatura, dotaban al proyecto de cierta atemporalidad y podría decirse que, al mismo tiempo, buscaban la consagración de escritores noveles o menos favorecidos por la fama (y la historia literaria), al colocarlos al lado de figuras de indiscutible renombre.25 Así, “Sor Juana Inés de la Cruz” -que ciertamente parece conformar una categoría por sí sola-, “Alarcón”, “Sigüenza y Góngora”, el “Dr. Mora”, “Quintana Roo”, “Sánchez de Tagle”, “Zarco (Fortún)”, “Gorostiza” y “Rodríguez Galván” -autores tan identificables que podían mencionarse prescindiendo del nombre de pila- preceden o “presentan” a otros que, en cambio, al menos para los lectores actuales, requieren una desambiguación, o que estarían ingresando en el campo literario: ejemplos del primer grupo podrían ser “Ochoa”, “Munguía” y “Ortega”,26 y del segundo, “José López Portillo y Rojas, de Guadalajara; D. Primo F. Velázquez y D. Manuel J. Othón, de San Luis Potosí; D. Néstor Rubio Alpuche, [Bernardo] Ponce y Font, [José Inés] Novelo, [Fernando] Juanes (Milk) [González Gutiérrez] de Mérida, etc., etc.”.
Por motivos que desconozco y que podrían ser de índole legal, pragmática o incluso comercial, no todos los nombres mencionados en el prospecto se estamparon en la portada, impresa a dos tintas, de alguno de los volúmenes que conformaron la Biblioteca de Autores Mexicanos. En cambio, hubo otros escritores que se incorporaron a la galería del editor, y son de quienes me ocuparé en el siguiente apartado.
La selección
Entre 1896 y 1910 vieron la luz 77 tomos de la Biblioteca de Autores Mexicanos.27 Exceptuando seis volúmenes antológicos, en los que se reeditaron textos que habían aparecido en publicaciones periódicas de muy diverso cariz ideológico y en los cuales se ofreció una colección de novelas cortas (números 33 y 37),28 un Romancero de la Guerra de Independencia (números 71 y 74)29 y unos Episodios históricos de la Guerra de Independencia (números 72 y 75),30 Agüeros publicó en esta colección las obras de 31 autores, que se enlistan en la Tabla 1, en orden de aparición y con sus respectivos volúmenes y números de colección.
Autor | Estado de origen | Fechas de nacimiento y muerte | Año de publi- cación en BAM | Número de tomos publi- cados | Números de la colección | Colaborador de El Tiempo |
---|---|---|---|---|---|---|
Joaquín García IcazbalcetaN | Ciudad de México | 1825-1894 | 1896P | 10 | 1, 2, 3, 6, 9, 12, 14, 18, 20 y 23 | CL |
José Peón y ContrerasN | Yucatán | 1843-1907 | 1896 | 3 | 4, 5 y 46 | CL |
Alejandro Villaseñor y Villaseñor | Ciudad de México | 1864-1912 | 1897 | 4 | 7, 57, 73 y 76 | R |
Victoriano AgüerosCN | Guerrero | 1854-1911 | 1897 | 1 | 8 | R |
José María Roa BárcenaN | Veracruz | 1827-1908 | 1897 | 6 | 10, 38, 39, 41, 66 y 77 | CL |
José López Portillo y RojasCN | Jalisco | 1850-1923 | 1898 | 4 | 11, 27, 49 y 69 | CL |
José Bernardo Couto*+ | Veracruz | 1803-1862 | 1898P | 1 | 13 | |
José Fernando Ramírez*+ | Chihua- hua | 1804-1871 | 1898P | 5 | 15, 16, 17, 51 y 53 | |
José de Jesús Cuevas | Ciudad de México | 1842-1901 | 1901 | 1 | 19 | CD |
Ignacio M. Altamirano | Guerrero | 1834-1893 | 1899P | 1 | 21 | |
Manuel E. de Gorostiza* | Veracruz | 1789-1851 | 1890P | 4 | 22, 24, 26 y 45 | |
Lucas Alamán* | Guanajuato | 1792-1853 | 1899P | 4 | 25, 28, 31 y 35 | |
Joaquín BarandaN | Yucatán | 1840-1909 | 1900 | 1 | 29 | |
Rafael Ángel de la PeñaN | Ciudad de México | 1837-1906 | 1900 | 1 | 30 | CL |
Silvestre MorenoCN | Ciudad de México | 1837-1922 | 1901 | 1 | 32 | |
Primo F. VelázquezC | San Luis Potosí | 1860-1953 | 1901 | 1 | 34 | |
Manuel Payno+ | Ciudad de México | 1810-1894 | 1901P | 1 | 36 | |
Fernando Calderón | Jalisco | 1809-1845 | 1902P | 1 | 40 | |
Rafael DelgadoCN | Veracruz | 1853-1914 | 1902 | 2 | 42 y 47 | CL |
Juan Díaz Covarrubias | Veracruz | 1837-1859 | 1902P | 1 | 43 | |
Florencio M. del Castillo | Veracruz | 1828-1863 | 1902P | 1 | 44 | |
Bernardo Ponce y Font | Yucatán | 1848-1912 | 1903 | 1 | 48 | CL |
[Fray] Manuel [Martínez de] Navarrete | Michoacán | 1768-1809 | 1904P | 1 | 50 | |
Alfredo ChaveroN | Ciudad de México | 1841-1906 | 1904 | 1 | 52 | |
Justo Sierra [O’Reilly] | Yucatán | 1814-1861 | 1905P | 4 | 54, 55, 63 y 65 | |
Ignacio Pérez Salazar y Osorio | Puebla | 1850-1915 | 1906 | 1 | 56 | CL |
Rafael Ceniceros y Villarreal | Zacatecas | 1855-1933 | 1908 | 2 | 58 y 68 | CL |
Manuel Ramírez Aparicio | Puebla | 1831-1867 | 1908P | 2 | 59 y 61 | |
Manuel G. RevillaCN | Ciudad de México | 1863-1924 | 1908 | 1 | 60 | R |
Alfonso M. Maldonado | Puebla | 1849-¿? | 1908 | 3 | 62, 64 y 70 | CL |
Manuel Domínguez | Querétaro | 1830-1910 | 1909 | 1 | 67 |
Fuente: Elaboración propia, con datos obtenidos del Diccionario Porrúa; “Quiénes han escrito en El Tiempo”, El Tiempo, año 25, núm. 8183, 2 de febrero de 1908: 9;31 José Luis Martínez, Semblanzas de académicos. Antiguas, recientes y nuevas (México: FCE / AML, 2004); María del Carmen Ruiz Castañeda y Sergio Márquez Acevedo, Diccionario de seudónimos, anagramas, iniciales y otros alias usados por escritores mexicanos y extranjeros que han publicado en México (México: UNAM, IIB, 2000).
Simbología: * Miembro de la Academia de la Lengua de 1835; + Miembro de la Real Academia Española antes de constituirse la mexicana; C Miembro correspondiente de la Academia Mexicana; N Miembro de número de la Academia Mexicana; P Publicación póstuma; CL Colaborador literario; CD Colaborador diverso; R Redactor.
Si se revisa con detenimiento, la lista de escritores publicados por Agüeros ofrece algunas claves para descifrar los factores que pudieron intervenir en su selección editorial. Sin duda, lo primero que llama la atención es que, pese al propósito expresado en el prospecto de editar la obra de autores de los siglos XVI y XVII, como Sor Juana y Juan Ruiz de Alarcón, los escritores más “antiguos”, por decirlo así, son fray Manuel Martínez de Navarrete, Manuel E. de Gorostiza y Lucas Alamán, los tres nacidos en la segunda mitad del siglo XVIII; de hecho, los dos últimos pueden considerarse propiamente decimonónicos, pues la mayor parte de su vida transcurrió en la antepasada centuria.
No se excluye que en el incumplimiento de la promesa de incluir en la Biblioteca a Sor Juana y Alarcón hubiera pesado el comentario que Ricardo Palma llegó a expresar a Agüeros en una carta fechada el 27 de octubre de 1900: “Yo dejaría para dentro de algunos años la publicación de las obras de Alarcón y de la monja que, al fin, para la gente docta, que es la que lee su interesante Biblioteca, no revisten novedad. ¿Qué hombre de letras no ha leído a esos dos insignes poetas?”.32 Aunque Juan Valera -otro importante interlocutor del editor guerrerense, tenía una opinión contraria a la de Palma, pues era partidario de publicar “las obras todo lo completas que se puedan” de “los autores antiguos, clásicos, que alcanzaron gran nombradía y de los cuales no existe una edición decente”- reconocía que sus observaciones eran “crítico literarias, y no económicas para que el editor gane dinero. Para esto tal vez convenga hacer lo contrario de lo que yo digo”.33 Así pues, los demás autores integrantes de la Biblioteca nacieron a partir de 1800 y, según su año de nacimiento, podrían agruparse de la siguiente manera: 5 de 1800-1824; 15 de 1825-1849; 8 de 1850-1874.34 Esto permite afirmar que se otorgó cierta preferencia a aquellos autores que habían rebasado el medio siglo.
Otro elemento destacable es que, de los 31 autores que integran la Biblioteca, 14 fueron publicados de manera póstuma y 13 eran colaboradores de El Tiempo. Si se consideran juntas estas dos categorías, puede advertirse que quedan fuera sólo cinco nombres (considérese que Icazbalceta fue colaborador de El Tiempo y murió dos años antes de que el primer volumen de sus obras se imprimiera). Sin duda, lejos de ser coincidencia, esta circunstancia podría considerarse como una tendencia del editor, a la que no habría sido ajeno un criterio pragmático: pese a las dificultades que presumiblemente expresó a Palma en sus cartas, para Agüeros debió ser más sencillo allegarse materiales de autores difuntos que conseguir los de quienes estaban vivos y no pertenecían a su red intelectual.35 En abono de esta suposición, cabe citar una nota sin firma que apareció en El Continente Americano el 7 de septiembre de 1899 y decía lo siguiente:
Mucho nos extraña […] el proceder de don Victoriano Agüeros, que en su “Biblioteca de Autores Mexicanos” no siempre está observando […] reglas de justicia y aun de pura cortesía.
Algunos de los autores que integran la Biblioteca mencionada, viven aún y deben haber dado su consentimiento para la correspondiente edición, puesto que posteriormente no han protestado contra ella. Pero otros autores han muerto ya y el señor Agüeros no se ha tomado el trabajo de consultar a las familias de aquéllos, para la publicación de sus obras.
Así ha pasado con las del inolvidable Maestro Ignacio M. Altamirano, cuyas obras -que por desgracia no todas están registradas- está publicando la repetida “Biblioteca de Autores Mexicanos”.
La ley escuda al señor Agüeros, pero no la equidad ni la corrección, pues el hecho de no estar registrada una obra, sólo priva al autor o a sus descendientes de perseguir a un tercero que la reproduzca, pero en ningún caso les arranca el derecho de propiedad sobre ella. De suerte que el señor Agüeros muy a sabiendas explota esa propiedad ajena.36
Si bien, a falta de un archivo, resulta difícil conocer el tipo de acuerdos que Agüeros concertó con los autores de su colección -o con sus familias, en el caso de publicaciones póstumas-, estoy convencida de que la historia editorial de los títulos publicados en ella podría proporcionar pistas en relación con el proceder del empresario para la adquisición de materiales. Por tanto, una línea de investigación muy pertinente consistiría en indagar cuántas obras eran inéditas y cuántas, en cambio, se tomaron de otras publicaciones -periódicas o de diversa naturaleza-, así como el signo ideológico de éstas. También resultaría muy útil conocer cómo se reeditaron esas obras teniendo en mente los procesos editoriales del taller de Agüeros, y cuál fue su labor en lo que respecta a la selección, depuración e incluso censura de los textos.
Un último elemento por considerar respecto de los autores que integraron la colección es el hecho de que buena parte de ellos (17 de 31) pertenecía a la Academia. Si tomamos en cuenta la trayectoria y los intereses de Agüeros, el dato no sorprende. Es sabido que para el editor guerrerense el casticismo y la corrección literaria eran valores muy apreciados, no menos que “la sana doctrina” y “el delicado sentimiento”;37 desde luego, ese apego a las preceptivas dictadas allende el océano terminó granjeando al empresario un lugar en la Academia mexicana.
Pese a esas arraigadas convicciones, la Biblioteca prometía, al menos en el prospecto, ofrecer un panorama muy abarcador de la literatura mexicana, cuya historia pretendía escribir Agüeros. Por tanto, creo que resulta un poco simplista decir que, en su selección, el editor únicamente consideró el criterio ideológico. Por el contrario, habría que considerar otros factores, como la facilidad para adquirir los materiales, el comportamiento de las obras en el mercado, las restricciones legales para reeditar ciertos títulos, incluso la relación del editor con los escritores de su tiempo. Ese estudio, sin duda, no sólo podría arrojar luz respecto de la colección, también ayudaría a entender mejor los procesos editoriales de la época y los mecanismos de conformación del canon literario.
La puesta en página
Como mencioné en párrafos anteriores, en el prospecto de la Biblioteca de Autores Mexicanos, Agüeros aclaró que para el diseño de los ejemplares había tomado como modelo la “Biblioteca de Autores Castellanos que se publica en Madrid”.38 Éste fue un vasto proyecto editorial dirigido por el académico, dramaturgo, poeta y senador español Mariano Catalina. Entre 1880 y 1929 se publicaron 161 números de esta colección, que reunía la obra de los “más famosos escritores contemporáneos en elegantes y correctísimas ediciones”.39 Entre los autores compilados destacan los nombres de Marcelino Menéndez y Pelayo (cuyas obras abarcaron 22 volúmenes de la colección), Antonio Cánovas del Castillo, Juan Valera, Fernán Caballero, el Duque de Rivas, Ignacio Montes de Oca y el propio Mariano Catalina.
Resulta muy interesante comparar los volúmenes de una y otra colección, pues su enorme parecido revela una clara intención del editor mexicano no sólo de asumir la herencia literaria española -la vinculada, como he dicho, a las preceptivas académicas-, sino también de alinearse con una tradición editorial peninsular cuyos rasgos podrían transmitir cierto mensaje al lector, aun sin abrir el libro.
Como puede apreciarse en las imágenes 1 a 6, Agüeros parece haber retomado numerosos elementos de la colección de Catalina, entre ellos, la idea de agrupar a los escritores por categorías que se indicaban en la anteportada (novelistas, historiadores, dramaturgos, poetas, etcétera; véanse las imágenes 3 y 4), el uso de dos tintas para realzar ciertos componentes de las preliminares, la inserción del retrato y la firma del autor en el volumen inicial de sus obras, la organización de la portada, el tamaño del ejemplar (en ambos casos, aproximadamente 11 x 16 cm, lo que se conoce como libro de bolsillo),40 la tipografía (comprende la elección de la fuente -“tipos elzevirianos”- y el tamaño del tipo), el ancho de la caja y el uso de las páginas finales o de la cuarta de forros para promocionar los números publicados y por publicar.41 Si consideramos que entre los interlocutores trasatlánticos del editor se contaban nada menos que Menéndez Pelayo y Valera (ambos, como he dicho, autores seleccionados por Catalina), no es descabellado suponer que, entre otros objetivos, el diseño de la Biblioteca buscara predisponerlos para que la acogieran y publicitaran en los medios a su alcance, tema del que me ocuparé más adelante.
En el prospecto de la Biblioteca se indica que los ejemplares estarían “impresos en buen papel”, con corrección y esmero, “y con la portada a dos tintas (negro y rojo), con una guarda estilo Renacimiento”. El primer volumen se encontraba a la venta cuando se hizo el anuncio de la colección, en mayo de 1896, y el editor llegó a prometer que saldría “un tomo el día 1º de cada mes”.42
Estrategias mercadológicas aparte, existen razones para suponer que Agüeros podía creerse capaz de alcanzar tan ambicioso objetivo. Hay que recordar, por un lado, que hacia finales del siglo XIX hubo un importante abaratamiento del precio del papel en México, gracias al establecimiento de la empresa San Rafael, en la última década del siglo. Favorecida por varias exenciones fiscales y otras facilidades otorgadas por el régimen porfirista (no es casualidad que el hijo de Díaz se contara entre sus accionistas),43 esta compañía introdujo considerables innovaciones tecnológicas que abrieron paso a una nueva era “en la que se basa la industria del papel hasta estas fechas”.44 Por otro lado, en el ámbito propiamente editorial hubo notables mejoras técnicas que propiciaron un aumento significativo en el tamaño de los tiros y el número de publicaciones que se ofrecían al público, en lento pero imparable crecimiento. Sin duda, los tres inventos más destacados en el ramo fueron “el huecograbado [o fotograbado], que permitió reproducir fotografías a un precio muy reducido; la rotativa, capaz de imprimir unas 20 000 hojas por hora, y el linotipo, que facilitó la composición de entre 6 000 y 8 000 caracteres en ese mismo lapso”.45
Preocupado por mantenerse a la vanguardia y a la cabeza de la competencia, el empresario Agüeros equipó su taller con la tecnología más avanzada de la época. De hecho, fue de los primeros en adquirir un par de linotipos, los cuales comenzó a emplear en la formación de su periódico en octubre de 1899.46 También tenía una máquina de fotograbado y ofrecía al público servicios de impresión, entre los que, sin duda, destaca la hechura de esquelas de defunción, que se hacían “baratas y con mucha prontitud”.47 A ello se aunaba, por supuesto, la librería mencionada y una efectiva red de distribución que llevaba los ejemplares a diversas partes de la república.
No obstante, pese a la tecnología con la que contaba y a su admirable tesón, Agüeros no logró cumplir la meta de ofrecer un número nuevo de su Biblioteca cada mes. En realidad, como se muestra en la Tabla 2, puede decirse que la producción de los volúmenes no se caracterizó por su regularidad. De igual modo, aunque en el prospecto se anunció que los libros tendrían un “exterior elegante, serio y de buen gusto”, así como una “limpia, clara y correcta impresión”, en abono de la verdad debemos decir que presentaron abundantes errores y en su mayoría incluyeron extensas fes de erratas que pretendían subsanar esas fallas, pero que no pocas veces introdujeron nuevos errores o advertían sobre faltas inexistentes. Aunque no son escasos los comentarios que lamentaban el descuido de las publicaciones del editor guerrerense,48 se debe tener en mente que el de Agüeros fue un esfuerzo mayúsculo cuya magnitud sólo puede entenderse en un contexto marcado por la ausencia de una industria editorial robusta.
Año | Meses de publicación49 | Número de volúmenes publicados | Números de la colección |
---|---|---|---|
1896 | IV, VIII, XII y XI | 4 | 1-4 |
1897 | S/i, V, V, VII, IX y XI | 6 | 5-10 |
1898 | I, S/i, IV, V, VI, S/i, VIII y IX | 8 | 11-18 |
1899 | III, II, V, VI, S/i, S/i, S/i y S/i | 8 | 19-26 |
1900 | --- | 5 | 27-31 |
1901 | --- | 8 | 32-39 |
1902 | --- | 7 | 40-46 |
1903 | --- | 3 | 47-49 |
1904 | --- | 4 | 50-53 |
1905 | --- | 2 | 54 y 55 |
1906 | --- | 2 | 56 y 57 |
1907 | --- | 0 | --- |
1908 | --- | 7 | 58-63 y 65 |
1909 | --- | 4 | 66-69 |
1910 | --- | 9 | 64 y 70-77 |
Fuente: Elaboración propia, con base en el examen de los ejemplares de la BAM.
S/i = Sin información.
Estrategias de publicación, comercialización y promoción
Para hacer rentable su ambicioso proyecto editorial, Agüeros recurrió a distintas estrategias. Una de ellas, relativa a la producción, pero que también atañe al mercado, fue la publicación simultánea de algunos títulos en diferentes medios, para lo cual resultó crucial el uso del linotipo, pues esta tecnología permitió hacer dos o más composiciones tipográficas al mismo tiempo. Un ejemplo notable, aunque en modo alguno único, es el de las Obras del escritor veracruzano Rafael Delgado, publicadas en los números 42 y 47 de la Biblioteca. En el primero de éstos, con colofón de 1902, se reprodujo una selección de cuentos del autor que aparecieron también, a lo largo del mes de enero de 1901, en la primera y la cuarta páginas de El Tiempo, con una periodicidad prácticamente diaria e idéntica composición (por lo menos en lo que respecta a las líneas, no a la caja). Asimismo, Los parientes ricos, novela incluida en el número 47, tuvo dos ediciones: se publicó por entregas en el Semanario Literario Ilustrado del 3 de junio de 1901 al 29 de diciembre de 1902, y el 30 de enero de 1903 terminó de imprimirse en formato de libro, en dos impresiones que sólo difieren en las preliminares y que presumiblemente circularon de manera distinta, pues mientras una de ellas se ostenta como parte de la colección, la otra se presenta únicamente en el marco de las obras del autor.50 Lo más llamativo de estas presentaciones de la novela es que la conformación de las líneas es exactamente la misma en la mayor parte del texto.
Otra estrategia que el editor defendió y mantuvo hasta el final de la Biblioteca fue la publicación alternada de las obras de los autores. Esta práctica, también presente en la colección dirigida por Mariano Catalina, suscitó reclamos recurrentes por parte de Ricardo Palma, uno de los interlocutores de Agüeros; así, ante una “cariñosa reprimenda” del escritor peruano, el empresario guerrerense se justificó, en una carta del 19 de febrero de 1899, poniendo de manifiesto el lugar central que en su proyecto tenía conseguir y conservar el favor de los lectores:
Ya expliqué a usted otra vez por qué hacía esto: lo hago por dar variedad e interés, para la generalidad de los lectores, a los tomos de la Biblioteca, pues le aseguro a usted que no soportarían los tomos seguidos de un solo autor, por notable que éste fuese. Así, pues, hay que dar tomos para todos los gustos: al que no le agrade Icazbalceta, puede agradarle Peón Contreras; al que no guste de dramas, hay que darle novelas, o cuentos -y así los demás-. Creo que debido a esto, la Biblioteca no ha hecho completo fiasco, aunque todavía está muy lejos de costear sus gastos.
Sin embargo, me hace tanta mella lo que usted me dice, y tanto deseo complacerlo, que yo me propongo dar este año el mayor número posible de tomos de autores ya comenzados. Acabaré con Icazbalceta, y daré de Fernando Ramírez, Rosas, Bárcena y Peón Contreras, así como de López Portillo, todo lo que pueda haber a las manos.51
Agüeros persistió, pues, en este modo de publicación, y Palma, quien por este motivo llegó a considerar que la labor de su interlocutor era propia de un “mercader chiflado” e incluso antipatriótica, no le fue a la zaga al expresar su descontento y quejarse de las “crispaturas de nervios” que tanto a él como a sus amigos bibliófilos les producía ver “en un estante tomo primero y que, a continuación, no se vea siquiera el tomo segundo”.52
Y si bien Palma fue uno de los corresponsales más constantes de Agüeros (hasta donde tengo noticia, su intercambio epistolar abarca de 1885 a 1905), desde luego no fue el único. De hecho, el editor puso especial empeño en reforzar y ampliar la red de interlocutores internacionales (sobre todo iberoamericanos) que se había formado varios años antes, con la publicación de Escritores mexicanos contemporáneos. Así, tan pronto como estuvieron listos los primeros cuatro libros de su Biblioteca, los remitió junto con su prospecto a los académicos Juan Valera, Gaspar Núñez de Arce y Marcelino Menéndez Pelayo, célebres y respetados escritores españoles que agradecieron fervorosamente el envío y saludaron con entusiasmo el proyecto, ya que, a su juicio, contribuía a estrechar relaciones entre España y México, y constituía “una empresa tan patriótica y útil a la cultura de esa nación [mexicana] y a la de todos los pueblos hispanoparlantes”.53
La unanimidad con que los académicos españoles ponderaron y elogiaron la labor patriótica que representaba la colección coincidía con la convicción del propio Agüeros, expresada tanto en el prospecto como en su correspondencia, de estar prestando un gran servicio a su patria.54 Cabe señalar, empero, que esa misión, pese a ser tan noble y elevada, no estaba reñida con el deseo de hacer rentable el proyecto. De hecho, puede afirmarse que el avispado editor procuró sacar el mayor provecho de lo que había invertido en sus diligentes envíos. Así, reprodujo las cartas de los académicos españoles en el último pliego de los tomos de la Biblioteca y, además, en los frecuentes anuncios de ésta que aparecían en El Tiempo; con esa maniobra sin duda pretendía dotar de legitimidad sus ediciones y reforzar la publicidad, lo cual ciertamente recuerda los comentarios de autores populares o consagrados que en la actualidad se imprimen en los cintillos y contraportadas de los libros en venta para influir en la elección del público.55
Del mismo modo, Agüeros aprovechó su red de corresponsales -en la que también se contaban Juan Fastenrath, hispanista y académico de Colonia; Antonio Gómez Restrepo, diplomático y crítico literario colombiano; y Rufino José Cuervo, filólogo y erudito bogotano- para obtener información acerca de libreros locales confiables y, sobre todo, para pedir y ofrecer promoción de las respectivas obras, lo que bien podría considerarse como una efectiva estrategia de promoción y distribución editorial.56
A manera de conclusión
Aunque no pocas veces Victoriano Agüeros se quejó con cierta amargura del “desdén” y la “indiferencia” con que había sido recibida su colección en México y de que el proyecto había sido un mal negocio, pues él había tenido que financiar todos los gastos y no había logrado recuperar su inversión, los casi 15 años que la colección se mantuvo en el mercado obligan a desconfiar un poco de las afirmaciones del empresario.
No puede negarse que la Biblioteca de Autores Mexicanos adolece de importantes defectos, como el descuido en la presentación de los textos o una selección de autores que está lejos de ser imparcial o verdaderamente representativa; sin embargo, tampoco se debe olvidar que constituye un esfuerzo histórico por establecer un canon de la literatura nacional y llevarlo al extranjero para posicionar a México entre las demás naciones civilizadas. Asimismo, puede verse como parte del impulso, verificado en otros países, por reunir textos fundacionales que permitieran definir culturalmente la nación.57
No fueron infructuosos a esta labor los empeños de Agüeros por hacer rentable su empresa e influir con ella en la configuración del panteón literario. Lejos de la idea romántica que suele tenerse de la literatura como expresión ajena a las tribulaciones mercantiles, la Biblioteca de Autores Mexicanos muestra que tanto en el trabajo del editor como en la conformación de la historia literaria resulta tan importante el espíritu como el negocio.