Estimado editor:
Con gran interés leímos el artículo de López-Valdés et al. sobre las alusiones neuropsiquiátricas en la obra de Shakespeare.1 El panorama que los autores ofrecen invita sin duda a sumergirse en la obra del Bardo, en un análisis clínico-literario; coincidimos con ellos en la denominación de “neurólogo renacentista”. Los autores magistralmente señalan las referencias neurológicas presentes en Hamlet: la depresión y psicopatía de este; y la “locura femenina juvenil” en Ofelia.
Sin embargo, no pudimos evitar observar la omisión de una de las asociaciones más célebres de Shakespeare con la neurología: el síndrome de Ofelia,2 la pérdida de memoria (encefalitis límbica paraneoplásica) secundaria a enfermedad de Hodgkin. Además de acuñar el epónimo (tras observar la sintomatología en su propia hija), Ian Carr prefiguró los autoanticuerpos neuronales al menos cuatro años antes de ser reportados.3,4 Ofelia —en Hamlet— “fuera de sí y enajenada de su claro juicio”5 se deja morir ahogada en un arroyuelo, tras la muerte de Polonio —su padre— a manos de Hamlet; circunstancia que ella misma provocó al rechazarlo, irónicamente, por órdenes del mismo Polonio. En la descripción del síndrome, la paciente vence al linfoma y sobrevive, recuperando la memoria. Aunque los desenlaces difieren, subyace algo en común: en ambos casos, las pacientes, “inconscientes de su propia desgracia”, desencadenan los mecanismos que llevan, en una a la amnesia y en otra a la muerte, manteniendo así lo adecuado del epónimo y el prestigio del “neurólogo renacentista”.