Con su cadencioso desliz, entre el flujo de la fuente de vida, su seductor contoneo
atrapa en sus redes a las incautas que encuentra en su camino, y que al
rendirse inocentes a su abrazo, mueren henchidas después del mortal beso.
Esta poética descripción de la infestación por el tripomastigote y la destrucción celular que ocurre después de su replicación, no demerita lo trágico del evento final: la enfermedad de Chagas. Referimos a los lectores, además del trabajo realizado por la Dra. Salazar-Schettino y colaboradores1 (donde se hace una revisión más dirigida a la situación de la enfermedad en nuestro país), otra más global, publicada por Bern C2.
En esta ocasión, el tema de revisión -y que debería ser también de reflexión- versa sobre esta enfermedad, pero podríamos extender la reflexión a otras infecciones o invasiones, como son el caso del Ébola y el Zika. Algunos de estos padecimientos podemos asociarlos a otro evento, como el cambio climático, del cuál los únicos culpables somos los seres humanos, que nos consideramos dueños del planeta.
El año pasado, se otorgó el Premio Nobel de Medicina a tres investigadores que trabajan en tratamientos para enfermedades que se transmiten por diversos vectores, mosquitos, chinches u otros insectos3. La aparición de la avermectina en el armamentario terapéutico, abrió la posibilidad de tratar a la filariasis; por otro lado, la purificación de la artemisinina mediante un remedio de la medicina tradicional china, les dio a los enfermos con malaria una posibilidad de vida4.
El resultado del trabajo conjunto de Satoshi Omura -microbiólogo, experto en aislar productos naturales con posibilidades terapéuticas-, y de William C. Campbell -experto en biología de parásitos- dio como resultado un derivado de la ivermectina, la avermectina, que resultó de utilidad en el tratamiento de la filariasis y posiblemente como opción para otras parasitosis. En el caso de la malaria, los tratamientos habituales estaban siendo menos eficientes, ya que el parásito ha creado maneras de evadir su efecto letal. Aquí, Youyou Tu -egresada de la Escuela de Farmacia y experta en medicina tradicional China- regresó a revisar los tratamientos tradicionales que se empleaban en China y encontró la avermectina, que permite tratar a los pacientes con malaria resistentes a los tratamientos clásicos4.
Pero regresemos a la enfermedad de Chagas, de la que somos región endémica y que afecta al miocardio y al sistema nervioso. Cursa con dos fases sintomáticas que, de no ser por algunos signos y el pensar en la posibilidad de la enfermedad, pasa a la fase crónica en la que el corazón es el órgano más afectado, y la relevancia de esta revisión es el enfoque médico que se le da a esta enfermedad, los métodos diagnósticos y el tratamiento (punto relevante, ya que los autores hacen mención de contar con sólo dos antiparasitarios autorizados).
Un dicho tradicional dicta “más vale prevenir que lamentar” y en esta enfermedad, como en las otras parasitarias, hay mucho que prevenir: el cambio climático, que permite a los vectores migrar de las costas a zonas geográficas que antes no les eran accesibles; las condiciones de vivienda, que implican las condiciones de vida en general; considerar que aunque no ocurra en los países desarrollados, se puede extender, y buscar con más ahínco tratamientos o vacunas1,2.
Teresa I. Fortoul van der Goes
Editora