Los sonidos son el lenguaje común para todo el que tenga un sistema auditivo (receptor o pabellón auricular) que conduzca las ondas sonoras a otro sistema transductor (la cóclea) para que, en el siguiente relevo, adquieran un significado. De hecho, en el cerebro hay zonas que procesan diversos componentes de la música, tales como el tono, la vibración, la armonía; el cerebelo se encarga del ritmo1.
Los recién nacidos tienen respuestas límbicas a la música, y los niños de cinco meses gozan al moverse al ritmo de ésta. En los adultos, una de las principales motivaciones para acercarse a ella es la relación que tiene con las emociones y los estados de ánimo y, aunque se sigue debatiendo, hay evidencia de que la música puede invocar cambios en los componentes de las emociones (sensaciones subjetivas, cambios en el sistema nervioso autónomo y endocrino, expresiones motoras como sonrisas) y tendencias en la actividad, como bailar, cantar, aplaudir o tocar un instrumento2. La música estimula los circuitos de placer y recompensa en el núcleo accumbens, el área ventral tegumental y la amígdala, que modulan la producción de dopamina3.
Otros estudios reportan que la música tecno aumenta el cortisol plasmático, la hormona adrenocorticotropa (ACTH), la prolactina, la hormona del crecimiento y la norepinefrina, repuestas que dependen de la personalidad y características cognitivas individuales4.
El poder de la música sobre el humano es abrumador, aun para los poco musicales o poco conocedores del tema. La vida sin música es simplemente inimaginable. Steven Pinker, un popular psicólogo y lingüista, lanza una paradoja interesante sobre el papel de la música en nuestra especie. Desde la biología, la música parece no tener mayores consecuencias. Es decir, si desapareciera, nuestro estilo de vida permanecería prácticamente inalterado5. Sin embargo, hay evidencia de que el ser humano posee un instinto musical parecido al del lenguaje5, y la medicina ha sacado provecho de este arte. A continuación describimos algunos ejemplos de dicho poder.
LA MEDICINA Y LA MÚSICA
Efectos cardiovasculares y dolor
Un metaanálisis sobre la influencia de la música como opción terapéutica en la hipertensión reporta que sí hay efectos positivos en su control, y propone que esto es consecuencia de la disminución de la actividad del sistema nervioso simpático y la liberación de endorfinas. Otro estudio reporta el control de la variabilidad en la frecuencia cardiaca (FC) en individuos prehipertensos e hipertensos6. En otro, se encontró que en pacientes con infarto del miocardio, escuchar a Mozart -pero no a los Beatles- disminuía las presiones sistólica y diastólica7. Los tempos lentos y relajantes, o alegres, reducen la presión arterial (PA), la FC y promueven la vasodilatación; mientras que rápidos y tensos inducen la respuesta opuesta1.
En la cirugía de cataratas, la música reduce la FC y la PA de los pacientes, y disminuye la dosis de analgésicos en las cirugías urológicas cuando se realizan con bloqueo epidural; este efecto también se ha reportado en los pacientes internados en las salas de terapia intensiva, con un resultado semejante1.
Cognición y marcha
Escuchar música se puede emplear para cambiar, mantener o reforzar afectos, estado de ánimo y emociones. De igual modo, para relajarse, disparar nostalgia, estimular efectos cognitivos, logar mayores significados, o como una plataforma de apoyo para trabajo mental. Se ha reportado que el escuchar música que evoca tristeza puede ayudar a sobrellevar el evento que la ocasionó8, y que la música mejora el estado de ánimo y refuerza la función muscular después de algunos eventos vasculares cerebrales. En las personas de mayor edad, ayuda a mejorar el equilibrio, y ya que se ha encontrado una relación entre música y lenguaje, es beneficiosa para los pacientes con enfermedad de Alzheimer1.
Los ritmos rápidos o de marcha mejoran el andar de los pacientes con enfermedad de Parkinson1. El canto ayuda a aquellos con afasia a recuperar el lenguaje1. Los niveles de cortisol disminuyen después de la terapia musical, y las células natural killer (NK) incrementan9. Otros estudios reportan que en adultos mayores de 60 años, la música puede aumentar el número de linfocitos CD4+, interferón gamma, e interleucina-6 (IL-6). También se reporta un aumento en IgA salival4.
Perlovsky y su grupo evaluaron el “efecto Mozart” para ayudar a resolver disonancias cognitivas y mejorar el desempeño académico. Encontraron que escuchar a Mozart sí tiene este efecto, y sugieren que sus resultados contribuyen a confirmar que la música se desarrolló para ayudarnos a resolver nuestras disonancias cognitivas generadas por el estrés y la toma de decisiones10.
Otros sentidos y la música
La música acompaña a otros placeres, como el vino. Se asocia un determinado vino con un tipo de música, y los escritores hacen diferentes referencias al vino y a la música que lo acompaña. Hay estudios que indican que es posible asociar un tipo de instrumento y un cierto aroma del vino. También la asociación de un vino específico con la música clásica puede incrementar la experiencia de beberlo11. Con un esquema parecido, otros investigadores probaron que la experiencia de paladear una cerveza se modifica con la música12. Además algunos indican que la preferencia por cierta marca de chocolate, o la evaluación del sabor de un chocolate, también se modifican por la música que lo acompaña12.
La música en las salas de terapia intensiva
En las salas de terapia intensiva hay varios sonidos que nos son familiares para quienes hemos estado en ellas como médicos o pacientes. Los ventiladores y su beep, beep, beep; las bombas de infusión son un suave shhh, shhh, shhh; los susurros del personal o los gritos de los pacientes. Loewy y cols. reportan que el usar un disco con sonidos del océano -que semejan el ruido que el recién nacido escuchaba en el vientre materno-, bajó la frecuencia cardiaca, mejoró el ritmo para succionar y aumentó el tiempo de sueño de los bebés internados en la sala. Hay estudios que evalúan la influencia del ruido de la sala de terapia, e indican que éste impide a los recién nacidos prematuros regular su frecuencia respiratoria y cardíaca, ya que tienden a ajustarse a los parámetros del ambiente donde se encuentran. Al darle un ritmo diferente a este ambiente, sus parámetros mejoran, además de que la terapia disminuye el estrés de los padres13.
El músico y las enfermedades reflejadas en sus temas
Cuando Ludwig van Beethoven estaba en una de sus peores etapas depresivas, su tracto gastrointestinal lo volvía loco y compuso el cuarto movimiento de la Sinfonía Número 2 en Re mayor, que refleja los sonidos que su cuerpo emitía: hipo, eructos, borborigmos y flatulencias que lo aquejaban. Hay que escuchar nuevamente este movimiento, que ya no nos sonará igual…
Leonard Berstein, en sus cursos en Harvard en 1973, aseveró que el primer movimiento de la Novena Sinfonía de Gustav Mahler era una imitación de los ruidos cardiacos de su enfermo corazón: una amigdalitis para la que en la época aún no había antibióticos, evolucionó a fiebre reumática con una estenosis mitral que se transformó en chelos y cornos, para S1 y S2 respectivamente, y el soplo, mágicamente orquestado por la cuerdas. Al escucharlo, se identificará la maravillosa musicalización de la enfermedad que mató a este músico en 1911. Identificar los latidos en el primer movimiento hiela la sangre14.
Como manifestación humana, la música enriquece cualquier campo de su actividad, y la medicina no podía quedar fuera. Escucharla, practicarla, bailarla, cantarla, vivirla, dejar que sus efectos invadan nuestro cerebro y el de los pacientes, puede hacer diferencias. ¿Por qué no intentarlo?