Como si se hubiera arrojado por accidente “escaleras abajo”, el cuerpo desmembrado de la diosa apareció cuando trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza (CFE) estaban realizando los trabajos para introducir el cableado subterráneo en el Centro de la Ciudad de México, en 1978.
Uno de sus brazos y parte de la cabeza con su penacho se asomaron primero, como en un intento de detener lo que hubiese sido una tragedia: que esa piedra que obstruía los trabajos del cableado, se destruyera.
Cuando se descubrió el extraño monolito, lo que llamó la atención fue la presencia de relieves que parecían prehispánicos. Se le encontró en la madrugada de un 21 de febrero. El arqueólogo Felipe Solís fue quien identificó a la mujer que yacía desmembrada ante los ojos de los extraños que la sacaron a la luz. Ella se había adornado con cascabeles que lucía en sus mejillas, y con esas pistas se le identificó como la hija de Coatlicue y hermana de Huitzilipochtli: Coyolxauhqui.
El año pasado se cumplieron 40 años de ese descubrimiento que cambió la fisionomía del centro histórico, ya que para que saliera a la luz la guerrera azteca, hubo que derribar varios edificios coloniales. Su descubrimiento dio pie al proyecto del Templo Mayor, que sigue enriqueciéndonos con los remanentes del pasado que se encuentran en cada espacio que se explora1.
El monolito se encontró al pie del adoratorio a Huitzilopochtli, ubicado al sur del Templo Mayor de Tenochtitlan. Desde lo alto del templo se arrojaban los cuerpos de los guerreros que eran sacrificados a este dios, el dios de la Guerra.
Pero ¿dónde inicia la historia?
Coatlicue, la diosa de la vida y la muerte, residía en Coatepec, se había retirado a una vida apartada. Ella era la madre de los Cuatrocientos Surianos, Centzon, dioses de las Estrechas del Sur y de la diosa Coyolxauhqui. Ella era la lideresa que conducía a sus hermanos.
Coyolxauhqui se enteró de que su madre estaba embarazada y que se desconocía quién era el padre. La leyenda menciona que una pluma cayó del cielo, Coatlicue la recogió y la colocó en su seno; después se dio cuenta que estaba embarazada. Cuando los hijos se enteraron, se enojaron porque los había deshonrado. Coyolxauhqui convenció a sus hermanos de matar a su madre. Cuando Coatlicue supo esto, entristeció por el futuro que le esperaba. Pero el hijo que estaba en su seno le habló y le dijo que no se preocupara: él la protegería.
Y así fue, ya que cuando se acercaban para matarla, nació Huitzilopochtli, armado, y mató a los cuatrocientos Surianos, hirió a su hermana con una serpiente que lo acompañaba y después la decapitó; mandó la cabeza al cielo para que su madre pudiera verla cada noche y después la descuartizó. Así, Coyolxauhqui se transformó en la representación de la Luna y sus hermanos en las estrellas.
De esta historia, regresamos al monolito que yace en el Museo del Templo Mayor. Una hermosa piedra de andesita rosada, de 3.23 m de diámetro. En ella se aprecia con detalle una figura femenina fragmentada. La cabeza muestra el perfil de la diosa, su ojo es almendrado. Una mejillera con una banda blanca de la que cuelga un cascabel, la boca está entreabierta y por ella se asoma la lengua. El cabello, negro, cubierto con discos blancos, separado en tres mechones. Una serpiente entrelaza los cabellos y además sirve de tocado. El penacho es de plumas largas que se asemejan a las del águila real. Los miembros superiores muestran los extremos de los húmeros y se aprecian las cabezas de unas serpientes y unos conjuros para evitar que entraran los malos espíritus al cuerpo de la diosa. En las extremidades inferiores se pueden mirar sus sandalias, sus tobillos están adornados por hileras de caracolillos y pulseras; además de unas serpientes. Por su relación con el inframundo se notan unos cráneos. Los sitios en los que se hizo el desmembramiento aparecen como si la piel se hubiese plegado en pequeñas ondas.
Esta diosa era rebelde y de carácter fuerte, conducía a sus hermanos, los cuales la seguían sin dudarlo. Se enfrentó a su hermano, Huitzilopochtli, por defender la honra de su familia y esa fortaleza y decisión le costó la vida.
Ahora, cada Luna llena recordaremos, no el mito del conejo, sino a la diosa que, con valentía cayó desmembrada, como los guerreros más valientes que eran sacrificados en las celebraciones mexicas.
Además, gracias a ella, se abrió el interés y el apoyo para excavar en la zona y surgió el proyecto del Templo Mayor, orgullo de nuestro pasado que permanece en el presente2.
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