Peter Carl Fabergé (San Petersburgo, 1846 - Lausana, 1920) fue el creador de unas pequeñas obras de arte que significaron tanto un lujo desmedido como una muestra de amor. Al escuchar este apellido es automática la asociación con el nombre de estas obras de arte: los huevos Fabergé. Mismos que a su vez se asocian con la historia de los Romanov y el último zar de Rusia, Nicolás II, y su esposa Alejandra1.
Hijo de una familia dedicada a la joyería en San Petersburgo, en 1870 quedó como responsable de la empresa familiar. Sus antecedentes como un excelente diseñador se reflejaban en sus trabajos en los que combinaba piedras preciosas y metales con diseños que incluían varios estilos: desde el ruso antiguo hasta el naturalista y el Art Noveau. El hecho de haber presentado sus obras en la exposición Panrusa de 1882, que le valió un reconocimiento, lo hizo visible para la familia real y, desde ese año, lo designaron como su joyero oficial. Su fama fue tal que Rusia estuvo representada por la Casa Fabergé en la Exposición Universal de París de 1900, en donde se mostraron por primera vez los huevos Fabergé que recibieron diversas distinciones, lo que también ocasionó que el joyero se hiciera mundialmente famoso1.
La Pascua es una de las festividades religiosas más importantes de la Iglesia Ortodoxa rusa y, en 1983, el zar Alejandro III le solicitó a Fabergé un huevo para regalárselo a su esposa María. Con esa habilidad creativa que le era característica, diseñó una pieza que constaba de una cubierta exterior de platino que envolvía otra más pequeña de oro y, al abrirla, se apreciaba una pequeña gallina del mismo metal precioso. Esta gallina portaba en su cabeza la copia miniaturizada de la corona imperial. Esta pieza encantó tanto a la zarina que a partir de ese año Fabergé se encargó de realizar un nuevo huevo para cada fiesta de Pascua. El zar Alejandro III le regaló nueve huevos a su esposa; mientras Nicolás II, no solo le regaló estas piezas a su esposa, también mantuvo esta tradición hasta 1916, con su madre. Estas exquisitas piezas requerían de un minucioso y extenso trabajo para su elaboración. Aunque se trataba de pequeños objetos -sus medidas oscilaban entre 7.5 a 12.7 cm- cada huevo implicaba entre uno o dos años de arduo trabajo1-4.
Por su belleza y particularidad se convirtieron en una tradición. Cada año, el emperador ordenaba un nuevo huevo para su esposa. Y su hijo, Nicolás II, continuó con el legado una vez falleció el zar5.
Cada huevo era una obra de arte. Los había no solo para conmemorar la coronación de Alejandro II, sino para muchos otros eventos. Entre ellos hubo una réplica del palacio Gatchin, que era el favorito del zar Alejandro III.
Los huevos Fabergé predilectos fueron aquellos que integraban algún mecanismo que se activaba al abrirlos o al presionar algún botón y aparecía alguna sorpresa relacionada con la vida de la familia imperial1,2.
El reinado de la legendaria dinastía Romanov acabó en 1917, cuando la Revolución bolchevique tomó el control de Rusia y, con ello, las posesiones de la corona fueron nacionalizadas. El mismo destino corrió la Casa Fabergé, cuyos talleres fueron incautados, obligando así al joyero a abandonar el país e irse a Suiza donde murió dos años después5.
De los 69 huevos que realizó la Casa Fabergé para la familia real, la aristocracia, incluida la élite industrial y financiera, se conservan 61, aunque en otros catálogos se sostiene que son 62. Se incluyen dos, de 1917, que no se entregaron, ni se terminaron porque ocurría la Revolución rusa. De los ocho que faltan solamente se sabe que dos no tienen ningún antecedente y tres fueron identificados en 2007 por eventos fortuitos1-3.
Otros siete huevos los encargó un minero dueño de minas de oro en Siberia, para dárselos de regalo a su esposa. Personajes como Alfred Nobel, los Duques Marlborough y otros encargaron ocho más. Fabergé se enorgullecía del hecho de que los materiales empleados para realizar estas piezas provenían de diversas partes de Rusia1,2.
No solo él diseñaba, Alina Holmstrom y Alma Phil eran sus principales diseñadoras. Él reclutaba personal, lo formaba y les permitía que firmaran sus diseños con sus iniciales y planearan sus tiempos de trabajo4.
Tenía aproximadamente 500 artesanos. El sitio que ocupaban era un edificio de cinco pisos en San Petersburgo y contaba con cuatro sucursales en Rusia y una el Londres4.
Entre los huevos Fabergé más famosos están: “El huevo de invierno”, adornado con unos 3,000 diamantes y la sorpresa es un ramo de flores hechas con oro y granate como una representación de la siguiente estación que llega después del invierno: la primavera. Otro es “El huevo de la coronación”, regalo de Nicolás II a su esposa como recuerdo de la coronación, que ocurrió en 1896; La sorpresa de este huevo era una réplica realizada en oro del carruaje original de Buckendahl del siglo XVIII. “El huevo de lirios del valle”, otro regalo de Nicolás II a su esposa, y la sorpresa interior es la presencia de tres miniaturas del zar y sus dos hijas mayores, Olga y Tatiana.
La premisa de los huevos era que cada uno tuviera una sorpresa en su interior6.
Del destino de las valiosas piezas se sabe que Joseph Stalin vendió 14 de los huevos, por la necesidad de contar con dinero en efectivo, y estas valiosas piezas salieron en los bolsillos de Armand Hamer, un empresario estadounidense originario de Rusia que trató de venderlos, pero con la Gran Depresión, no le fue fácil lograrlo3,7.
La historia y fama de los huevos Fabergé son parte de otra más triste de Nicolás y Alejandra, los últimos zares de una Rusia que se olvidó de aquellos que le daban sustento. Esos huevos fueron una muestra de creatividad y un derroche del lujo en el que vivían los Romanov y que pavimentó el camino para la Revolución de 1917, que terminó con la vida del zar, su esposa y sus cinco hijos, brutalmente asesinados7,8.
El filme Fabergé: A Life of Its Own (2015) ofrece un acceso sin precedentes a las mejores creaciones de Fabergé, desde la voz de los principales expertos en Fabergé y los descendientes de esta familia. Además, presenta por primera vez, desde el secreto de colecciones privadas, dos nuevas piezas históricas, la primera creación con casi 100 años de antigüedad, y un tesoro perdido recientemente redescubierto9.
Fabergé consideraba que el valor de una pieza de arte estaba en su laboriosidad. Su talento, creatividad y voluntad emprendedora le llevaron a situarse como el artista del lujo de la realeza, la nobleza y los magnates de París, Moscú, San Petersburgo y Londres. Esta laboriosidad o capacidad para realizar con esmero y entrega las distintas obligaciones en todos los ámbitos de la vida10 debe ser un valor que, junto con la devoción, el sacrificio y la efectividad, esté siempre presente en el quehacer de todo profesional, incluido el de la salud.