Señor editor: Desde sus orígenes, la asociación entre neurociencia y educación se ha instalado como una relación conflictiva. Sin embargo, la temática se consolidó y situó transversalmente en el mundo de la neurología, la psicología y la investigación educativa; incluso emergió la neurociencia educativa o neuroeducación.
Algunas investigaciones citadas por Bowers1 señalan que la neurociencia puede mejorar la educación, y para este fin se han creado centros de investigación, y se han publicados artículos en prestigiosas revistas científicas que señalan que dicha mejora sería posible. Junto con el desarrollo de este campo investigativo fueron surgiendo mitos a propósito de la relación entre la educación y el cerebro. En 2008 fue publicado el trabajo de Geake,2 que fue ampliamente conocido por develar la existencia de los neuromitos, y que aclaró algunos temas que frecuentemente se relacionaban entre el cerebro y la educación.
Sin embargo, existen publicaciones científicas que señalan que la neurociencia no es adecuada para proponer nuevas formas de instrucción ni para evaluar la eficacia de la misma. Éstas han evidenciado que a veces se toma el crédito de trabajos desarrollados por la psicología, desde donde realmente emergen aportes y sugerencias para mejorar la educación en diversas materias.
En contraposición con lo anterior, el trabajo de Salas3 señala que los profesores deben tomar conciencia de la necesidad de conocer más sobre el cerebro, para que así se desarrolle una enseñanza, un ambiente escolar, un currículo y una evaluación más compatibles con la manera como aprende nuestro cerebro; es decir, una didáctica más pertinente de acuerdo con el desarrollo cognitivo de los estudiantes. Algunos trabajos al respecto4,5 concuerdan con lo anterior, e incluso, un informe de la Royal Society 6 señala que también se debe incluir la neurociencia en la formación inicial docente.
Otro enfoque respecto al tema es el planteado por John Gabrieli,7 quien señala, en contraposición a Bowers, que la neurociencia educativa está empezando a hacer aportes útiles a la educación y que priorizar las investigaciones en esta dirección puede incluso llegar a ser muy sustancial en su relación con las teorías educativas existentes. Propone además que la neurociencia debe ser un componente integral de la investigación básica en educación. Relacionado con lo anterior, y en un trabajo conjunto replicando a Bowers, ocho académicos señalan que la investigación en neurociencia educativa y el trabajo colaborativo con profesores ya ha logrado progresos y se espera que sean aún mayores en el futuro.8
El interesante debate e intercambio de ideas entre la comunidad científica y académica, más que hacernos tomar parte de una postura u otra, debe impulsarnos a considerar todas las perspectivas disponibles basadas en evidencia científica y visualizar la neuroeducación como un intento de colaboración en la construcción de metodologías a través de la neurociencia cognitiva, la psicología cognitiva y la didáctica educativa, sin tratar de imponer una jerarquía de conocimiento en este intento de interdisciplinariedad en aras de mejores aprendizajes.