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Estudios de cultura náhuatl

versión impresa ISSN 0071-1675

Estud. cult. náhuatl vol.41  Ciudad de México nov. 2010

 

Reseñas bibliográficas

 

Miguel Pastrana Flores, Entre los hombres y los dioses. Acercamiento al sacerdocio de Calpulli entre los antiguos nahuas

 

Jorge E. Traslosheros

 

México, Universidad Nacional Autónoma de México, 2008.

 

El doctor Miguel Pastrana, académico del Instituto de Investigaciones históricas de la UNAM, nos ha entregado una obra bien construida y desarrollada, sin estorbosas pretensiones en la que, desde un principio, deja muy en claro qué va a estudiar y cómo se va a llevar a cabo la investigación. Así, nos regala un texto de muy buena factura en el cual, sacándole jugo a las escasas fuentes con que se dispone, se estudia el sacerdocio de calpulli entre los nahuas, entendiendo a los sacerdotes en su dimensión sagrada y social en tanto que personas que operan como intermediarios culturales entre la divinidad y la comunidad, entre la tradición y las nuevas generaciones, entre los poderes centrales y la comunidad.

El estudio está dominado por un análisis sereno de aquellas muy lejanas realidades, lo que le permite sortear con solvencia tres prejuicios que hubieran podido perjudicar su investigación. El primero de ellos es en nacionalismo desgarrado que suele acompañar al discurso cultural y político cuando se refiere a la sociedad prehispánica, que se combina con una visión acartonada, inamovible y aburrida de aquel mundo; auténtico chauvinismo que Jorge Ibargüengoitia se encargó de denunciar con su acostumbrado sentido del humor: un nacionalismo de "teponaxtle". El segundo prejuicio, más reciente y hoy muy de moda, es apreciar la cultura indígena de ayer y de hoy como parte de un esoterismo a la New Age, reduciéndole al retumbar de unos cuantos tambores, un poco de incienso y una cuantas limpias en el zócalo de la ciudad de México. En tercer lugar, me parece muy digno de mención que se estudie el fenómeno religioso fuera de los apasionamientos, no pocas veces fuera de realidad y razón, que hoy tanto nos estorban en el conocimiento de las tradiciones religiosas, cualquiera que sea su signo. Si sólo fuera por estos tres méritos la obra que ahora reseñamos merecería elogios.

La investigación de Miguel Pastrana se define a partir de tres problemas en donde el historiador se juega la vida, o por lo menos la pertinencia de su trabajo: la definición del objeto de estudio, el hallazgo de las fuentes necesarias y las selección de las herramientas teóricas apropiadas para la mejor comprensión de los dos primeros.

Pastrana define su objeto de estudio a partir de dos elementos. El primero de ellos parece obvio como es el sacerdocio de calpulli, pero no lo es tanto. La institución sacerdotal puede ser abordada desde innumerables perspectivas y hoy en día dominan las visiones que lo hacen desde la filosofía del poder, es decir, pensar este tipo de intermediarios culturales como personas abocadas al ejercicio del poder. Pastrana no cae en el garlito y prefiere definir su objeto de estudio por lo que éste es: un profesional de la vida religiosa. Así, centra su objeto de estudio a partir de las formas de la vida religiosa y la función que dentro de ellas cumple el sacerdocio de calpulli, esto es, desde las comunidades a partir de las cuales se organiza el mundo náhuatl.

La definición adecuada del tema de estudio le permite escoger con cuidado las herramientas teóricas que le servirán al intento. A nadie debe sorprender que, sobre la base de los trabajos de Emilio Durkheim y Mircea Eliade se estudie lo sagrado y lo profano, las ideas y creencias, el culto y el rito, el templo, la vida cotidiana y dentro del conjunto el sacerdocio de calpulli en su formación, características y función; en otras palabras, el sistema religioso en su conjunto en la particularidad que Pastrana llama popular. Sobre el atinado uso de este instrumental concepto tan sólo cabría hacer una observación. A la investigación de Pastrana le era necesario a sus fines el diferenciar el ejercicio del sacerdocio dentro de las cúpulas del poder, de aquel ejercido entre el común de la gente, ese de los calpullis. Para lograrlo nuestro autor echó mano del concepto de "religiosidad popular" en oposición a la de Estado. El uso del término se presta a equívocos pues se ha politizado en extremo en las últimas décadas a grado tal que hoy resulta difícil de utilizar. Tomando distancia de este problema finalmente coyuntural, el concepto resulta funcional.

Con lo importantes que puedan ser el definir un objeto de estudio y el escoger instrumentos teóricos adecuados, son tan sólo pasos necesarios para el historiador, pero de ninguna manera agotan su trabajo. El historiador requiere fuentes y sin fuentes sólo podría escribir discursos vacíos, "rolleros" diríamos coloquialmente. Este, claro está, no fue el caso. Pastrana no se llama, ni nos llama a engaño. Pone en claro que en materia de fuentes el estudio del mundo mesoamericano enfrenta un problema mayor pues éstas son escasas y en su mayor parte provienen del siglo XVI y algunas del siglo XVII. Pastrana, consciente de las limitaciones que ello impone, deja en claro su objetivo que no es otro que crear una tipología que abone al conocimiento de esta institución religiosa en el mundo nahuatl prehispánico, objetivo que se cumple sin duda alguna. Si acaso me queda una duda y tiene que ver con el uso de las fuentes del siglo XVII y su posible aplicación para el mundo prehispánico. No podemos olvidar que Ruiz de Alarcón y todos lo que enfrentan el problema de la entonces llamada "idolatría", dan cuenta de lo que sucedía en el siglo XVII, más de cien años después de la conquista, con más de tres generaciones de cristianización y que lo hacen para zonas muy específicas. Picado por la duda fui en busca del autor, le planteé el problema y me respondió que eso depende de la coherencia interna de un discurso de muy larga duración como lo es la cultura: coherencia entre lo que pueda apreciarse en las fuentes prehispánicas como eje de reflexión, con las del siglo XVI y de posteriores siglos, incluido el siglo XX. Me pareció un argumento convincente y digno de ser considerado por los estudiantes. Una fuente del siglo XVII, fuera de su contexto y sin pasar por un proceso crítico riguroso puede descarriar una investigación.

La obra me parece un aporte significativo al estudio de las formas de la vida religiosa mesoamericana por una simple razón: las religiones son fenómenos sociales complejos porque son totalizantes. No hay rincón de la vida que pueda en verdad exentarse de su influencia. No me parece exagerado decir, junto con Christopher Dawson por ejemplo, que las culturas están marcadas por sus formas religiosas o por la forma en que se relacionan con la religión. Podemos decir que estamos ante un fenómeno social e histórico de estas características cuando: se diferencia lo sagrado de lo profano; se crea un sistema de ideas y creencias; se genera un conjunto de normas que regulan la relación entre los seres humanos y el mundo de lo sagrado y, por ende, también con el mundo profano; se genera una axiología —una moral y una ética— que por su peso cultural acaba orientando la vida social, cultural y personal de los individuos por igual en su intimidad, que en su dimensión jurídica, ritual, cultural y gnoseológica; se crean cuerpos profesionales que administran lo sagrado, así como las comunidades que hoy llamaríamos iglesias; se prolonga su existencia en el tiempo

Un problema que suele encontrarse en los estudios que se abocan al fenómeno religioso es que se olvidan de su sentido totalizante, por lo que se generan investigaciones parciales, es decir, que reducen un fenómeno complejo a alguna de sus manifestaciones por lo que acaban por considerar la religión como discurso moral o ideológico, como forma de dominación política (hoy muy de moda por cierto), etc., menos como religión, esto es, como un fenómenos cultural que tiene su especificidad y características propias. Se puede y se debe estudiar su fenomenología en todas sus particularidades, siempre y cuando no perdamos de vista la integridad de su expresión. No es fácil de estudiar, pero sin duda es apasionante.

De cara a lo hasta aquí considerado me parece que la obra contiene muchos méritos; sin embargo quiero llamar la atención en tres de ellos. Por un lado, en el hecho de que el autor comprendió el fenómeno religioso en su complejidad por lo que no solamente estudió una institución aislada, sino que la incorporó dentro del sistema de creencias y prácticas culturales en cuyo contexto cobró sentido, es decir, que estudió una institución propia de una hierocracia como elemento clave en la comprensión de las formas de la vida religiosa del mundo nahua del posclásico y posclásico tardío. Por otro lado, en virtud de esta comprensión, resulta ser una obra que también nos introduce en la historia del llamado México prehispánico de la mejor manera, esto es, en aquello que le distinguió y dio sentido cual fue su dimensión religiosa. Por último, este trabajo me parece un muy buen ejemplo de cómo el buen manejo de las fuentes disponibles, que en el caso son pocas, cuando se realiza con una hermenéutica adecuada —texto, contexto, sentido— son la piedra angular para alcanzar una comprensión posible de la realidad estudiada, sin que los marcos teóricas metodológicos se conviertan en camisas de fuerza; o bien que el libertinaje interpretativo que hoy nos agobia sustituya a la realidad cayendo en el posibilitismo —hoy muy común— en el cual la hipótesis sustituye a los hechos; esto es que, no porque algo hubiera podido suceder significa que en efecto haya sucedido. Por lo mismo, y en la misma lógica, resulta ser un buen ejemplo de cómo los instrumentos teóricos nos ayudan a mejorar nuestra interpretación de las fuentes y del pasado, en el entendido que la teoría y el método son esclavos de las fuentes, que viven bajo su tiranía en calidad de sirvientes. Para el investigador son simples herramientas de trabajo en la interpretación de las fuentes y del mundo estudiado, jamás su sustituto. El historiador que viva para demostrar un determinado marco teórico-metodológico está condenado al fracaso.

En suma, si la obligación primera del historiador es dar cuenta de lo que dicen las fuentes de manera que pueda ser comprendido para un lector del aquí y del ahora, y si historiar es reconstruir críticamente el pasado, me queda muy claro que Miguel Pastrana cumplió con creces sus obligaciones, lo que hace de su obra un texto necesario.

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