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Estudios de cultura náhuatl

versión impresa ISSN 0071-1675

Estud. cult. náhuatl vol.41  Ciudad de México nov. 2010

 

Reseñas bibliográficas

 

Ascensión y Miguel León-Portilla, Las primeras gramáticas del Nuevo Mundo

 

Pilar Máynez

 

México, Fondo de Cultura Económica, 2009.

 

En el ocaso del siglo XV se experimenta uno de los grandes hitos de la historia de la humanidad: un mundo de enormes dimensiones y de insospechadas culturas aparece ante los atónitos ojos de aventureros que venían en pos de las Indias orientales, a las que Marco Polo se había referido.

Lo que encontraron después de meses de travesía aquellos intrépidos hombres fue un universo diferente del que esperaban y en el que, una vez sobrepuestos de su asombro, tuvieron que internarse e ir develando. Plantas y animales hasta entonces desconocidos, peculiares construcciones con magníficas esculturas y, sobre todo, seres de muy particular fisionomía extrañamente ataviados estaban ante ellos. Pero ¿de qué manera incorporaron la existencia de tan diferentes hombres a su propia historia? ¿cómo tradujeron a sus muy particulares parámetros aquellas nuevas realidades? La interpretación que dieron sobre dicho suceso sin precedentes y sobre los diversos elementos que conformaban el entorno indoamericano tuvo que partir de proyecciones de conocimientos y experiencias anteriores; y, así por ejemplo, la existencia de los habitantes originarios de estas latitudes se explicó como resultado de la inmigración de las tribus perdidas de judíos; igualmente se homologaron, hasta donde fue posible, los componentes que integraban su hábitat, sus instituciones sociales, y hasta su pensamiento mágico-religioso con los de la tradición occidental de la que provenían.

Aquel inesperado encuentro en los albores de una de las épocas de mayores descubrimientos y cambios en la concepción del universo supuso la necesidad de un intercambio comunicativo más complejo que la mímica a la que habían recurrido inicialmente. Las exigencias de los conquistadores de armas y, sobre todo, de almas fueron más allá de un lenguaje signado; además de la gran empresa que significó el sometimiento de los nuevos vasallos a la corona imperial, las barcadas procedentes del Viejo Mundo que vinieron pocos años después con religiosos dispuestos a erradicar el culto idolátrico requerían del empleo de códigos muy eficaces y precisos para lograr su tarea de evangelización. El esfuerzo de estos afanosos misioneros se centró en el preliminar conocimiento de los futuros catecúmenos y en su consecuente conversión a una religión que prometía la salvación eterna. Este reconocimiento del "otro" quedó de manifiesto en obras excepcionales como la del franciscano Bernardino de Sahagún quien, junto con sus colaboradores indígenas, elaboró la gran Historia general de las cosas de Nueva España; en ella encontramos un notable esfuerzo hermenéutico logrado mediante diferentes procedimientos lingüísticos por correlacionar realidades del Nuevo con el Viejo Mundo, entre el que destaca el empleo constante de las comparaciones.

Pero el acercamiento lingüístico a estos extraños hombres requirió no sólo la elaboración lexicográfica, cuya concepción se inspiró en los corpus realizados tiempos antes en Europa; también fue necesario diseñar las herramientas efectivas para aprender la estructura y los matices del enorme mosaico de lenguas distribuidas a lo largo y ancho del continente americano. Con el alfabeto latino traído del Viejo Mundo se representaron los sonidos de los distintos idiomas y, mediante la unión de éstos, se conformaron formalmente palabras y pensamientos más amplios y se asignaron sus posibles categorías gramaticales y su función sintáctica; la tarea fue ardua pues el quehacer gramatical no tenía precedentes en tierras indoamericanas.

A este tan complejo trabajo de codificación se refiere el pequeño gran volumen de Ascensión y Miguel León-Portilla que en esta ocasión nos convoca: Las primeras gramáticas del Nuevo Mundo, que salió de prensas de la prestigiada casa editorial Fondo de Cultura Económica hace apenas unos meses. Numerosos son sus atributos. Está escrito con muy cuidada forma y expuesto con notoria claridad —objetivo difícil de lograr en tópicos de la naturaleza que trata—. Los autores, muy destacados especialistas en el estudio de la lengua y cultura indígenas, como es ya de todos sabido, nos regalan una espléndida aproximación a las dos primeras gramáticas de las lenguas del Nuevo Mundo. Se deben éstas a los frailes Andrés de Olmos, quien el 1 de enero de 1547 concluyó su Arte de la lengua mexicana y a Maturino Gilberti quien se dedicó a la codificación de la lengua tarasca o purépecha y que fue publicada por casa Juan Pablos en 1558. Ambos —miembros de la orden de san Francisco, el primero oriundo de la provincia de Burgos en Castilla y el segundo de la ciudad francesa de Tolosa, al sur de Francia— acometieron siglos antes de las modernas investigaciones de la antropología lingüística un esmerado trabajo de exploración que tuvo como propósito develar la estructura y los componentes del pensamiento y la cultura de los indígenas revestidos por sonidos y palabras.

Fray Andrés de Olmos, por su parte, tenía recopilado ya en 1539 un vasto estudio sobre las antiguallas mexicanas que le habían encargado sus superiores, así como un importante número de huehuetlahtolli, discursos de los ancianos, expresados en un lenguaje rico en metáforas; éstos fueron incluidos en una de las copias que han quedado del Arte de la lengua mexica, la cual, cabe señalar, no salió a la luz sino hasta las últimas décadas del siglo XIX. Su pericia lingüística lo llevó a describir la estructura y composición de lenguas procedentes de diferentes troncos. Además de la elaboración de la citada gramática del náhuatl y de un diccionario en esa misma lengua, Olmos preparó un Arte de la lengua totonaca con su correspondiente repertorio léxico que desafortunadamente están perdidos, como lo está también el Arte y vocabulario de la lengua huasteca que escribió ya al final de su larga vida. Por todo lo anterior, fray Andrés de Olmos se puede considerar, como atinadamente lo proponen Ascensión y Miguel León-Portilla, el primer gramatólogo de tres lenguas del Nuevo Mundo. Su labor evangelizadora que desplegó desde la zona centro de México en Tepepulco Hidalgo y en Tlatelolco hasta el actual estado de Tamaulipas, lo llevó a aprender idiomas muy distintos que describió con notable esmero, y a difundir las enseñanzas cristianas entre la población indígena, como lo podemos comprobar con su libro los Siete sermones principales sobre los siete pecados capitales.

Tan grande importancia cobró el reino de México como el de Michoacán; así nos los hace saber Bartolomé de las Casas: "La provincia de Mechoacán, que es como cuarenta lenguas de México, era otra tal y tan felice y llena de gente como la de éste" (León-Portilla, 2009, p. 63). Lo anterior hizo que los religiosos destinados a la labor doctrinal en aquella zona centro occidente de la República Mexicana pronto se adentraran igualmente en el estudio de las culturas y su lengua, que algunos han llegado a relacionar con el quechua. Maturino Gilberti en muy poco tiempo se distinguió como el mejor conocedor de ella, y prueba de eso la tenemos en su famoso arte y en el repertorio léxico que preparó. De este modo, para 1559 se tenía ya el magno Vocabulario de la lengua castellana y mexicana de otro muy importante lingüista misionero, fray Alonso de Molina, y el Vocabulario en lengua de Mechoacán de Gilberti, que fue el primer repertorio bidireccional entre una lengua indoamericana y la castellana.

Aunque durante algún tiempo Maturino Gilberti permaneció en la capital del virreinato, lo cierto es que la mayor parte de su vida transcurrió en diversos lugares de Michoacán, como Tzintzuntzan, Zinapécuaro y Uruapan. Al igual que fray Andrés de Olmos, el fraile tolosino desarrolló un intensa labor de evangelización, lo que lo llevó a elaborar un conjunto de sermones y exhortaciones hasta hoy inéditos, y su famoso Diálogo de la doctrina christiana en lengua de Mechoacán que fue objeto de injustas censuras por parte de sus adversarios; aducían éstos que el citado libro contenía proposiciones heréticas, en particular las concernientes a la Santísima Trinidad y laxas formas de interpretación del sacramento del bautismo; no obstante, es importante señalar que teólogos de reconocido prestigio, por otro lado, se mostraron favorables a dicha obra e, incluso, escribieron al rey Felipe II para que levantara la prohibición que había ordenado contra de ella.

No cabe duda que las obras religiosas y la traducción que de ellas se realizaron a diferentes lenguas indoamericanas en esta época debe ser abordada desde las perspectivas hermenéuticas y teológicas con sumo detenimiento; aquí sólo quisimos advertir las consecuencias del arduo trabajo de transvase que tuvieron que realizar los frailes en su tarea de conversión.

Pero pasemos muy brevemente al aspecto meollar del libro que hoy nos convoca. La fijación de sonidos nunca antes escuchados, de términos de estructura peculiar que aludían a significados a menudo incomprensibles para quienes efectuaron la labor de codificación resultó muy compleja. ¿Cómo determinar el que una palabra pudiera corresponder a una categoría específica? ¿Cómo explicar el orden y concierto en que los términos se iban yuxtaponiendo? En fin, ¿cómo armar una descripción fonológica, morfosintáctica y semántica de aquellas insospechadas lenguas? Había que adecuar, como se dijo al inicio del comentario, los viejos conocimientos a las nuevas realidades, pero ahora concretamente en el ámbito lingüístico que tanto preocupaba a los frailes encargados de efectuar con eficacia su labor doctrinal.

¿A partir de qué parámetros los misioneros lingüistas del siglo XVI pudieron emprender semejante empresa? Ascensión y Miguel León-Portilla responden con claridad a este planteamiento. Fueron los modelos de la imperecedera tradición occidental los que sirvieron de punto de partida; aquéllos que Elio Antonio de Nebrija heredara, a su vez, de Dionisio de Tracia, Donato y Prisciano para la elaboración de su gramática del castellano y de sus Introductiones Latinae que gozó de notable prestigio, como se comprueba por sus innumerables ediciones. Fue, además, esta obra apoyada por la reina Isabel la Católica el modelo en el que se inspiraron Andrés de Olmos y Maturino Gilberti en sus respectivas Artes y, en general, quienes llevaron a cabo dicha tarea lingüística.

Andrés de Olmos pudo haber conocido los esbozos que de la lengua mexicana habían realizado previamente los frailes Francisco Ximénez y Alonso Rengel a los que se conoce por referencias; Maturino Gilberti, por su parte, retomó a Elio Antonio de Nebrija y al propio Olmos, pues el Arte de este último circulaba ya en manuscritos. No obstante, como lo hizo en su momento Nebrija con el castellano, la herencia clásica no fue suficiente para describir la estructura y el funcionamiento de lenguas tan diferentes a las grecolatinas. Ni Olmos copió servilmente la conformación ni la nomenclatura de su predecesor sevillano, ni Gilberti hizo lo mismo con Nebrija y con el propio Olmos, como muy bien lo señalan los autores del volumen publicado por el Fondo de Cultura Económica. Aquí radica el notabilísimo aporte de los dos franciscanos; su cultura humanística y gramatical les permitió llevar a cabo esta compleja empresa de codificación, pero sus notables dotes en este ámbito y su intuición les permitieron comparar sonidos y categorías con otros idiomas, matizar definiciones y acuñar términos que aludían a los particulares componentes de ambas lenguas indomexicanas. Fray Andrés de Olmos transformó el paradigma clásico y redujo a tres los cinco apartados que componían las Introducciones nebrisenses; destacó el funcionamiento de las partes de la oración desde una perspectiva innovadora y detectó claramente el fenómeno de incorporación, característico de la lengua mexicana. Por otro lado, fray Maturino Gilberti partió del nuevo diseño propuesto por Olmos en su Arte y también retomó los conceptos de declinación propios del modelo clásico; no obstante, distinguió las especificidades del funcionamiento particular del purépecha y la composición de sus elementos.

Concluiremos diciendo que el libro, como regalo adicional, incluye en la parte final artísticas portadas de las gramáticas a las que hemos aludido aquí y de otras más que fueron publicadas igualmente en la época novohispana.

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