1. Introducción
Las relaciones internacionales se ejercen y se practican, en gran medida, a partir de las políticas exteriores que los países y sus líderes diseñan y ejecutan con la intención de dar respuesta a los desafíos y condicionantes tanto internos como externos que experimentan.1 En este sentido, existe un consenso extendido acerca del carácter interméstico de la política exterior. Lo interméstico alude a aquellas cuestiones políticas que se encuentran profunda e inseparablemente afectadas tanto por factores internacionales como domésticos,2 estando de este modo, indefectiblemente conectadas entre sí.
Del mismo modo, condicionantes internos como el régimen político o la forma de hacer política, por ejemplo, populista, permean visiones y afectan tanto el contenido como la manera de concebir a la política externa. De esta manera, a medida que algunos líderes, movimientos o partidos populistas han accedido a posiciones de poder en algunos países centrales del sistema internacional, las implicaciones sobre la política exterior y las relaciones internacionales se vuelven más relevantes que nunca, en especial en los países donde los populistas han tenido el poder político durante mucho tiempo y han influido en la política exterior en la práctica.3 A pesar de esta influencia, poco se ha dicho sobre la relación entre el populismo y la política exterior, o incluso entre el populismo y las relaciones internacionales.4
El objetivo central del presente trabajo es poner de manifiesto los principales puntos de conexión entre el populismo y las relaciones internacionales, tomando como caso testigo la política exterior del gobierno de Tayyip Erdoğan durante el periodo 2003-2020 en Turquía. Durante ese periodo de gobierno, la política exterior turca sufrió cambios que Kaliber y Kaliber5 explicaron desde una lógica populista, pero diferente a la planteada en este artículo. Así, el estudio vincula la teoría que da cuenta del populismo como un elemento emancipador6 y la política exterior como una política pública, que da respuesta a las demandas intermésticas. Luego se examinan, bajo la lupa teórica, algunos fragmentos discursivos del mandatario, en el entendido de que los discursos se transforman en acciones políticas, intentando entrelazar el populismo como marco constitutivo de sus alocuciones, la política exterior como su campo de acción y las relaciones internacionales como su contexto de producción, para comprender qué clase de política exterior llevó a cabo el gobierno de Erdoğan.
Hacia una conceptualización crítica del populismo
Biglieri y Cadahia7 argumentan que, más allá de la variedad de académicos que realizaron investigaciones “estrictamente empíricas”, existió un común denominador al asumir el populismo como una desviación indeseada de la democracia, razón por la cual el desdén hacia éste puede distinguirse a través de tres dimensiones de análisis: el mediático, el empírico y el ontológico. Dicha condición excluía el fenómeno populista del desarrollo de un “concepto político capaz de convertirse en un paradigma explicativo”.8
Fue Laclau9 quien introdujo la manera de entender el populismo de forma ontológica, algo así como una teoría general que permitiera comprender el fenómeno de manera holística. Aquello supuso dos cuestiones fundamentales, la primera tenía que ver con dejar a un lado la creencia, bastante generalizada, de que el populismo era una especie de falla geológica de la democracia que se manifestaba, principalmente, en la periferia. En segundo lugar, abrió la puerta hacia una concepción más profunda y estructurada del queha cer populista entendido como una lógica política que llevaría a una concepción radical de la democracia. O sea, “darle al populismo la dignidad de una teoría y convertirlo en una ontología de lo político para pensar articulaciones políticas en general”.10
Tanto la dimensión mediática como la empírica llevaron a la aparición de una serie de investigaciones que entendían el populismo como una ideología focalizada11 y/o una estrategia política,12 que variaban de color y forma según se ubicaran a la derecha o a la izquierda del espectro político. En este sentido, fue Mouffe quien “hace de su postura partisana, el punto de partida para pensar que ante los mismos significantes (por ejemplo: patria, Estado, pueblo, antiliberalismo, etcétera) es posible construir una articulación hegemónica de derecha o de izquierda”.13 No es que existan elementos privativos de un sector del arco político, sino que dependen del tipo de articulación política al que están expuestos. Así las cosas, los populismos de izquierda son proclives a posturas democratizadoras que bregan por la igualdad y la justicia social; en cambio, los de derecha defienden posiciones autoritarias y segregacionistas que distan mucho del mejoramiento de las condiciones sociales. En ambos casos se movilizan los afectos del pueblo pero, en el primero, se hace de una manera emancipadora (izquierda) y en el segundo, reactiva (derecha). “En la disputa entre los populismos de derecha y de izquierda se juega la construcción misma del pueblo”.14
Siguiendo el argumento planteado en torno a la distinción entre populismos de izquierda y derecha según su concepción de pueblo, Biglieri y Cadahia15 sostienen que tanto Mouffe16 como Marchant17 y Stavrakakis18 distinguen la construcción de un pueblo autoritario y excluyente para el caso de los populismos de derecha y otro emancipador e igualitario para los de izquierda. Sin embargo, no todos los académicos comparten dicha distinción ni conceptualización. Algunos19 consideran que el populismo se construye de una manera fascista entendida como un pueblo-uno, en el que no se aceptan las diferencias ni las disidencias en su interior, y por ello la izquierda debe alejarse de éste. Otros20 apoyan la idea de que todo populismo es, esencialmente, emancipador del pueblo.
A partir de aquí, Biglieri y Cadahia21 se diferencian de la literatura disponible al sostener que “posiblemente el retorno de lo político del que nos habla Mouffe quizá no debería identificarse sin más como un momento populista, sino más bien como una tensión entre el populismo y el fascismo, entendidos como dos formas de construir el pueblo y movilizar los afectos comunes”.22 Para las autoras, el populismo sólo puede entenderse de una manera emancipadora, igualitaria e inclusiva de la política, en donde se produce una dicotomía entre “los de abajo” contra “los de arriba”, mediante un lazo hegemónico que se produce a través de una articulación de demandas entre la base “que les permite construir un antagonismo con los de arriba”,23 mediante un “lazo plebeyo”.
La diferencia con las extremas derechas y los fascismos se materializa en dos ámbitos. Primero, en la forma de antagonizar; mientras los populismos lo hacen de forma vertical (abajo/arriba), los otros lo construyen de manera horizontal (los de afuera/los de adentro). Segundo, en la construcción del pueblo, los fascismos apelan a una homogenización del pueblo único, sin fisuras ni diferencias, de ahí la concepción pueblo-uno. En cambio, los populismos apelan a la articulación hegemónica de las demandas, que no suprime la heterogeneidad que da origen a las diferencias, sino que las articula y las vuelve semejantes.
Así las cosas, es posible establecer algunos rasgos distintivos del populismo:
a) la experiencia de una falta; b) la inscripción de esa falta como una demanda; c) la primacía de la lógica de la equivalencia por sobre la de la diferencia, dando lugar a la subjetividad “pueblo” (la plebs que reclama ser el único populus legítimo); d) la dicotomización antagónica del espacio social en dos lugares de enunciación sobredeterminados -el pueblo vs. los enemigos del pueblo- y e) la emergencia de un líder.24
El populismo entendido de manera óntica, es permanente y eterno en la política; es decir, las articulaciones populistas en un contexto específico y en un momento dado, pueden desa parecer y ser sustituidas por otras no populistas, pero comprendido de manera fundamental, profunda y ligado a la ontología de lo político, es eterno. Ahora bien, ¿qué sucede con el populismo internacional/transnacional?
Hacia un populismo internacional/transnacional
El populismo está tan ligado a la idea de lo nacional, que muchos teóricos lo relacionan con lo identitario impidiendo, de cierta manera, su vínculo con lo internacional o, incluso, su relación con un proyecto internacionalista.25 Los nacionalismos identitarios están más asociados a la manera de construir una nación por las extremas derechas y/o fascismos, en la cual promueven una distinción horizontal adentro/afuera, excluyendo por completo la heterogeneidad y procurando siempre la homogenización total en el interior de la nación. Por el contrario, la construcción de nación en su entendido popular, o sea, la tradición populista, resalta la heterogeneidad como algo constitutivo del “ethos nacional-popular”. En este sentido, la idea de nación, al ser construida a través de un eje vertical abajo/arriba que nace de la injusticia de los que no tienen el “poder, el estatus y el posicionamiento jerárquico sociocultural y socioeconómico”26, hace que la concepción nacional y popular de la nación se vuelva “una apertura al otro, una apertura que tiende a incluir al excluido”.27
El uso indistinto, o la confusión presente en gran parte de la literatura en relación con una concepción nacional-popular inclusiva y abierta, propia de los populismos, y otra nacional excluyente que se vale de la supresión del otro para generar homogeneidad interna más cercana a los movimientos de extrema derecha y/o fascistas, genera un problema a la hora de analizar la internacionalización de los populismos y sus proyectos internacionalistas. La aclaración al respecto radica en la diferenciación entre populismos y nacionalismos. Ambos tienen una concepción y construcción de la nación pero, como ya vimos, de una manera diametralmente opuesta y es, justamente, la forma de pensar una nación donde radicará la distinción entre una y otra. En tal caso, los populismos, junto a su idea articulada y abierta de nación, conllevan en su interior una significación en favor de la internacionalización, contraria a la idea restringida y excluyente de los nacionalismos que apelan a una soberanía absoluta y cerrada al exterior.
De Cleen, Moffitt, Panayotu y Stavrakakis28 distinguen entre un populismo internacional y otro transnacional. El populismo internacional sería aquel en el cual “los populistas representan a los pueblos -en plural- en tanto particularidades (nacionales) que cooperan estratégica y temporalmente respecto de ciertos asuntos internacionales en una suerte de ‘matrimonio por conveniencia’”.29 La llamada “marea rosa” latinoamericana cabría como un buen ejemplo de cooperación populista internacional. Por otro lado, el populismo transnacional, “apunta a la construcción de un pueblo - en singular- que atraviese las fronteras nacionales y busque ir más allá de las urgencias coyunturales y las particularidades de cada pueblo-nación por separado”.30 La diferencia entre ambas concepciones internacionales se asienta en su forma de comprender el pueblo-nación. El populismo, en su versión internacional, tiene un anclaje en lo local-nacional, que parte de sus particularidades para cooperar con otros; en cambio, la versión transnacional del populismo busca superar esas particularidades locales-nacionales para forjar una concepción transfronteriza de pueblo.
Lo interesante y novedoso de la concepción transnacional del populismo es que se inserta en la lógica de la globalización que permitió el surgimiento de actores transnacionales que no respondían, necesariamente, a vectores de poder nacionales, sino a una lógica supranacional en donde el “poder, el estatus y la jerarquización sociocultural y socioeconómica” no pertenece a una elite local-nacional-estatal, sino a una global-transnacional-supranacional. En este sentido, se hacía necesario pensar al pueblo no ya como una construcción nacional-popular con sus particularidades locales, sino como una transnacional-popular con sus generalidades globales.
Por otro lado, y en el camino opuesto a lo planteado por De Cleen, Moffitt, Panayotu y Stavrakakis,31 Blengino32 sostiene que sólo mediante la afirmación de las particularidades nacionales puede construirse un populismo internacional. Blengino retoma la dimensión geopolítica de la historia gubernamental de Foucault a través de la incorporación de la variable antiimperialista en su análisis sobre los populismos. Según el autor, existen dos clases de populismos: unos centrales que buscan mantener o reforzar su posición internacional, y otros periféricos y antiimperialistas cuyo objetivo es modificar o mejorar su lugar en el sistema internacional. “De allí que para los populismos periféricos/emancipatorios no haya posibilidad de salir airosos de su antagonismo con las oligarquías locales si no asumen como marco de la disputa el contexto internacional”.33 La contienda va más allá de las fronteras nacionales y la política interna, ya que se inscribe en “un problema de política internacional, de enfrentamiento con la organización de poder en el sistema mundo en que se apoyan las oligarquías locales”.34
En esta nueva diferenciación entre populismos centrales y periféricos, la idea de nación como un constructo nacional-popular cobra sentido y sólo puede pensarse de un modo aperturista e internacionalista. La década de populismo latinoamericano trajo consigo una serie de experiencias de integración, como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) o el Parlamento del Mercosur (Parlasur) que “sacó al populismo transnacional del lugar de la utopía impotente y lo puso en el lugar de la heteropía”.35 Los populismos latinoamericanos cristalizaron una alternativa internacional a la globalización financiera imperante. De ahí que gran parte de sus discursos apuntaban a los otros similares, es decir, a una elite global compuesta por organismos financieros internacionales, inversores transnacionales y capitales offshore, todo bajo el amparo de una burocracia transnacionalizada (BCE, FMI y BM) que responde sólo a los intereses del capital global.
Populismo y política exterior
Una característica común de los populismos es que se basan en una imagen de la sociedad compuesta por dos bloques homogéneos y polarizados: el “pueblo puro”, por un lado, y la “elite corrupta” por el otro. Éstos se materializan como categorías necesariamente opuestas e incluso antagónicas, y los populistas se manifiestan como representantes de la primera y en contra de la segunda. Sus políticas y discursos sobre cuestiones de política nacional e internacional se configuran en función de cómo se definen estas categorías, a saber: a quién se incluye en cada una de ellas, o qué acciones de política nacional y exterior se consideran en favor o en contra de la voluntad general.
La mayor parte de la literatura sobre populismo y política exterior resalta “perspectivas de estudios de casos individuales y tiene también un sesgo claramente eurocéntrico u ‘occidental’”36 y sólo unas pocas excepciones sobre América Latina, Asia y Medio Oriente.37 Las características más comunes de los estudios se centran en posiciones partidistas de política exterior y sugieren que los populistas de derecha abogan por el nativismo, el control estricto de la inmigración, la consolidación de la soberanía nacional y el rechazo a la globalización en términos económicos y culturales. En cambio, los populistas de izquierda se identifican con la oposición al neoliberalismo y a los mercados abiertos, así como con el antiamericanismo y el recelo hacia las instituciones de la gobernanza mundial.38
A la falta de estudios sistemáticos, comparativos y de casos diferentes a los europeos u occidentales, se suma que la mayoría de éstos comprenden la política exterior dentro del marco realista de las RI, que establece una clara diferencia entre la política doméstica y la exterior, considerando esta última como “una situación inducida externamente de amenazas ideológicas, militares y económicas”.39 Sin embargo, la teoría crítica y los posestructuralistas demostraron que en realidad ambas están “interconectadas por completo y mutuamente constituidas”.40 En este sentido, algunos estudiosos sostienen que la línea de frontera entre la política interna y externa es borrosa y sin sentido. “Los sucesos nacionales se extienden a los contextos internacionales, mientras que los sucesos internacionales afectan los asuntos internos”.41 Así las cosas, estos autores consideran que, si bien la política interna y externa son ámbitos distintos de la política, es innegable que interactúan, se influyen y, a menudo, se construyen entre sí. Por tal motivo, resulta relevante ver cómo los líderes populistas reflejan sus identidades domésticas en la consecución de su política exterior, así como también sus valores y preferencias.42
Kaliber y Kaliber43 plantean que, desde la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo -Adalet ve Kalkınma Partisi, AKO- en 2002, la política exterior turca sufrió cambios drásticos. Bajo este gobierno e independientemente de su contenido, el cual también fue objeto de modificaciones en sus objetivos y formulaciones, la política exterior de Ankara siempre fue tratada bajo una óptica doméstica que buscaba consolidar el poder del AKP en el interior del país. “A medida que las tendencias populistas han caracterizado cada vez el gobierno del AKP, la política exterior se ha convertido en uno de los principales campos discursivos en los que se han desarrollado las luchas internas por el poder y el pasado kemalista del país se ha problematizado cada vez más”.44
Turquía, a diferencia de otros países como la India, que tuvieron una “clara transición de un líder no populista a uno populista”,45 fue incorporando poco a poco su transformación a lo largo del gobierno del AKP.46 Y su política exterior acompañó esa transición hacia un populismo cada vez más presente en sus relaciones exteriores, a tal punto que podrían diferenciarse dos momentos articulados pero diferentes: “aquellos de un populismo ‘delgado’ y uno ‘grueso’”.47 Mientras que en la primera época el discurso populista sólo podía observarse como un elemento ocasional y marginal, en la segunda, se ha convertido en el núcleo, en el componente definitorio de la política exterior turca.
La “ideología delgada” populista se presentó como un regionalismo asertivo, a menudo legitimado y popularizado mediante discursos e imágenes del imperio otomano o “neo-ottomanist ”,48 que rememoraban la grandeza y el poderío del imperio turco-otomano. Esto se debió, en parte, al fin de la Guerra Fría, que permitió a los poderes emergentes, incluida Turquía, participar más activamente en las instituciones, y en los problemas y retos regionales de seguridad. Como lo había expresado Kaliber49 en un artículo previo, liberada de las restricciones propias de pertenecer a uno de los polos, Estambul buscó abrir nuevos espacios para su redefinida y ampliada agenda de política exterior.
Los investigadores afirman que “los discursos regionalistas de la TFP que surgieron en esa década fueron cada vez más dominantes, de forma paralela a la cristalización de la veta populista en la política exterior”.50 Sumado a ello, esta época se caracterizó también por una constante deseuropeización de la política exterior turca y la puesta en duda de su identidad kemalista convencional y arraigada.
Sin embargo, fue a partir de 2013 y en especial luego del fallido golpe de Estado de 2016, que la política exterior turca viró hacia una caracterización de Occidente como el “otro” de Turquía. Pasamos del populismo “delgado” al “grueso” debido, principalmente, a dos sucesos en concreto. El primero, la abrumadora victoria del AKP en las elecciones parlamentarias de 2011 y, luego, los acontecimientos llamados la “primavera árabe” del mismo año, que impactaron las dinámicas de la región de Medio Oriente, como lo mencionan Calatrava-García y Durán Cenit en el caso específico de la relación entre Turquía y Siria.51 No obstante, recién en 2013, y luego de las protestas, se produce un giro en materia de relaciones exteriores pasando de una deseuropeización a un antioccidentalismo, que llegó a convertirse en la principal característica de la política exterior turca en su nueva versión de populismo grueso.52
En este discurso ampliamente difundido por los actuales legisladores turcos y, en particular, por el presidente Recept Tayyip Erdoğan, así como por comentaristas, académicos y activistas progubernamentales, Occidente representa esencialmente el “otro” opuesto al Oriente en la lucha contemporánea por el poder mundial.53
Turquía, perteneciente a la civilización oriental, ha estado “librando una segunda guerra de independencia en contra del Occidente”.54 El discurso radical que acusa a Occidente de “apoyar el terrorismo y de tomar partido en los golpes de Estado”,55 ubica a los países occidentales como un conjunto de potencias hostiles que amenazan la soberanía y la integridad territorial del país.
En su mayoría, la literatura sobre populismo y política exterior resalta “el papel constitutivo de la política exterior en el ámbito interno, particularmente en relación con sus implicaciones en las relaciones internas de poder y dominación”.56 Sin embargo, utilizan de manera acrítica y sin cuestionamientos las distinciones ideológicas entre derecha e izquierda, así como también su versión “delgada” (thin) o “gruesa” (thick) para dar cuenta de sus análisis de políticas exteriores populistas, dejando de lado cuestiones centrales como: la separación entre populismos y extremas derechas o fascismos; la diferenciación en la construcción de los nacionalismos y la oposición de los populismos en la escena internacional entre aquellos que buscan mantener o reforzar su posición en el sistema internacional -populismos centrales-, y otros que pretenden cambiar su lugar en el mundo -populismos periféricos y antiimperialistas.57
Política exterior turca en clave populista
Ahora bien, con el propósito de entender el contexto en el cual la política exterior del presidente Erdoğan se articuló con el escenario internacional, es necesario no sólo recordar que la política doméstica e internacional están interconectadas y se construyen de manera recíproca, a pesar de darse en ámbitos diferentes, sino tener también presente que el éxito de una política exterior depende, además, de la correlación de fuerzas de los agentes del sistema internacional durante el periodo de tiempo analizado. Así pues, el giro de la política exterior de Turquía a partir de 2013 tuvo cabida y recepción aceptable en la vida internacional en la medida en que, desde ese entonces, se construía un espacio de contestación en contra de Occidente.
Para 2013, las potencias emergentes, compuestas por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica (también conocidos como los BRICS), direccionaron el proceso de contestación al orden hegemónico de la globalización liderado por Estados Unidos y secundado por la Unión Europea. Los antagonismos económicos y políticos en el seno del sistema internacional, entonces, alimentaron el inconformismo de los agentes de la vida internacional y condujeron después a una crisis estructural, la cual fue agudizada por la pandemia de la COVID-19.
En relación con el antagonismo económico, el estallido de la crisis financiera en 2008, cuyo epicentro fue Estados Unidos pero con consecuencias globales,58 condujo a que las economías emergentes, además de observar con recelo la doctrina del libre comercio promovida por Washington y replicada por las instituciones internacionales (BM y FMI), construyeran un tipo de capitalismo de Estado que se distanciaba de las doctrinas neoliberales. Este capitalismo se caracteriza por funcionar alrededor de una lógica de reciprocidad interpersonal, lealtad y alianzas público-privadas; una gobernanza cooperativa guiada por el capital nacional y no por la inversión extranjera; con una importante presencia del capital familiar, bancos estatales y con poca financiación extranjera en las finanzas corporativas; con salarios bajos y derechos laborales selectivos; con una transferencia de innovación liderada por el Estado; y un mercado nacional e internacional selectivo en cuanto a la integración económica.59
En relación con el aspecto político, los países emergentes aminoraron su confianza hacia Estados Unidos y Europa debido a que éstos, desde la caída del muro de Berlín y durante el siglo XXI, han tomado decisiones unilaterales encaminadas a fortalecer su posición jerárquica en detrimento de la multilateralidad y silenciando las distintas cosmogonías de la vida internacional. Lo anterior se evidencia con el bombardeo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a la ex-Yugoslavia en 1999; la invasión a Afganistán en 2001 con el pretexto de eliminar el terrorismo e implementar la democracia; la ocupación militar de Irak en 2003, que se realizó sin tener aún el apoyo de las Naciones Unidas y sin pruebas de que Bagdad tenía armas de destrucción masiva; la ampliación de la OTAN a los países de Europa del Este y la invitación formal de Washington a Ucrania y Georgia, en 2008, para que formaran parte de esta organización militar; así como la aplicación de la Doctrina de Responsabilidad de Proteger en Libia, que dejó como consecuencias el derrocamiento de Muamar el Gadafi y un país inmerso en una guerra civil que, hasta la fecha, no recupera la estabilidad.
Sumado a lo anterior, ese espacio de contestación ha sido alimentado por el entrelazamiento y la superposición de cuatro crisis que, por su complejidad, incertidumbre y generalización, han conducido a una policrisis.60 Esta última gira en torno de cuatro grandes ámbitos de la vida internacional y en las que Turquía, en unas más que en otras, ha aprovechado para ejecutar su política exterior y tener más presencia en los asuntos internacionales.
La primera crisis está relacionada con la ausencia de liderazgo político internacional, que se materializa por una competencia a gran escala, a un nivel suficiente y sin un resultado claro, entre Estados Unidos y China. Ante este vacío de dirección de la agenda internacional, Turquía ha ganado territorio en Asia occidental, convirtiéndose en un líder regional. Las acciones que le han permitido tal posicionamiento son: primero, su participación en la guerra internacionalizada de Siria que le ayudó a limitar las reivindicaciones del pueblo kurdo.61 Segundo, en enero de 2020, el presidente Erdoğan intervino en el conflicto de Libia apoyando a una de las facciones, lo que le permitió proyectar sus intereses en el mar Egeo, los cuales disputa con la República helénica. Y, tercero, la guerra ruso-ucraniana le abrió la posibilidad de tener mayor juego en el escenario internacional por su papel como mediador entre ambas partes, y fortalecer su posición en el conflicto con el pueblo kurdo cuando le solicitó a Suecia adoptar medidas para eliminar el respaldo político al Partido de los Trabajadores de Kurdistán, así como levantar las restricciones a las exportaciones de armas decretadas contra Turquía en octubre de 2019, a cambio del voto positivo de Ankara para ingresar a la OTAN.
La segunda crisis gira alrededor de lo económico y se caracteriza por el fenómeno de la desglobalización y el surgimiento del capitalismo de Estado. En este punto, Turquía ha aplicado este tipo de capitalismo y ha podido articularse con mayor ahínco con las economías de China y Rusia,62 abriendo nuevos caminos hacia otras regiones del mundo que tienen cada vez mayor gravedad en los asuntos económicos y adelantándose a nuevos escenarios internacionales. La tercera crisis es la institucional, que se origina porque las actuales instituciones internacionales, primero, no responden de manera eficiente a los riesgos globales que son transfronterizos y requieren una solución distinta a la del Estado-nación,63 y, segundo, las rivalidades geopolíticas de las potencias con veto que integran el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas han limitado la gestión de crisis y el mantenimiento de la paz internacional, tareas principales de este organismo. En este caso, debido a la parálisis de los organismos internacionales para allanar un camino resolutivo de la guerra ruso-ucraniana, Turquía se ha convertido en un garante, logrando así, el 22 de julio de 2022, un acuerdo entre Rusia y Ucrania para exportar cereales y aceites de semillas desde Ucrania, y fertilizantes y alimentos desde Rusia.
La última crisis, y no menos importante, es la social, que está direccionada al descontento de las sociedades con la democracia y el orden liberal, razón por la cual los populismos se convierten en mecanismos movilizadores de la sociedad. En el caso de Turquía, el antioccidentalismo le ha permitido al AKP mantenerse en el poder, así como obtener un grado importante de gobernabilidad porque mantiene la unidad de la sociedad.
En este sentido, el discurso populista contiene algunos elementos estructurales que indican la forma, la dirección y los procesos de los mensajes políticos.64 En consecuencia, no sólo proporciona lentes a través de los cuales se da sentido a la política exterior, sino que sus imperativos también crean un universo político que contempla algunos rasgos identificables en la formulación e implementación de la política exterior.65
Así las cosas, sólo observando algunas de las fuentes disponibles, se desprende el carácter populista de la política exterior turca bajo el gobierno de Erdoğan. Sin embargo, y contrario a la argumentación seguida por la literatura disponible, dicha forma populista de encarar las relaciones exteriores no se vincula con las concepciones teóricas clásicas de la thin o thick ideology, sino con lo planteado por Biglieri y Cadahia.66 En este sentido, Kaliber y Kaliber67 mencionan que Turquía experimenta similitudes con otros casos analizados del Sur Global (India y Venezuela), en los que resaltan algunas características:
Un énfasis enérgico en la voluntad popular y la soberanía nacional, un antioccidentalismo vehemente bajo la apariencia de antiimperialismo o antiamericanismo, una desconfianza hacia las instituciones internacionales o incluso la securiti zación de las mismas como amenazas a la seguridad nacional, y el redescubrimiento del pasado glorioso con el objetivo de justificar el estatus de gran potencia prometido en la política global, características que pueden considerarse como al gunos de los temas comunes de los discursos populistas de política exterior en varios casos, en particular en países no occidentales.68
La discusión no se plantea por los conceptos que esbozan como elementos populistas, sino la manera de comprenderlos. Así, hablar de voluntad general es referirse al pueblo como nación y, por ende, soberano, pero entendido de manera progresista que respeta y acepta las heterogeneidades internas e, incluso, es permeable a las interacciones externas. De ahí que se entienda su antioccidentalismo en la lógica de un imperio que busca imponer sus valores y creencias al resto del mundo no occidental, con Estados Unidos a la cabeza. Por otro lado, la desconfianza hacia las instituciones internacionales también encaja en ese contexto antioccidental, en el entendido de que fueron creadas por Occidente y funcionan para preservar sus intereses globales. Su apelación al pasado lo convierte en un populismo periférico/emancipador que busca mejorar o cambiar su posición en el sistema internacional porque identifica como una injusticia ser considerado como parte de la periferia.
En un segundo periodo, “la imagen de una Turquía que tiene fuertes lazos con varias regiones simultáneamente y fusionando sus identidades islámica y moderna ha sido reemplazada por un antioccidentalismo vehemente como el sello distintivo del populismo en política exterior”.69
Esta fusión con lo islámico puede explicarse bajo una lógica transnacional. Los autores identifican un cambio en la política exterior de Erdoğan. En una primera parte, antes de 2013, fue una política exterior populista, pero más orientada a diferenciarse de Occidente. Luego de las protestas del parque Gezi en 2013 (Gezi park), Erdoğan cambió su política exterior, pasó a identificarse más con sus vecinos musulmanes y comenzó a establecer lazos fraternales.
Contrario a lo planteado por Kaliber y Kaliber,70 dicho acercamiento no tuvo como fin reforzar el antioccidentalismo sino, más bien, comenzar con la estructuración de un pueblo transnacional que identificaba a Occidente como aquella elite global que buscaba, mediante sus instituciones internacionales, imponer sus valores y creencias mientras presionaba militarmente a través de la OTAN y el poder destructivo de Estados Unidos. Cuando el AKP ganó las elecciones parlamentarias en 2011, Erdoğan declaró:
Las esperanzas de las víctimas y los oprimidos han triunfado en todas las naciones amigas y hermanas, desde Bagdad, Damasco, Beirut, El Cairo, Sarajevo, Bakú y Nicosia […]. Beirut ha ganado tanto como Izmir. Cisjordania, Gaza, Ramallah; Jerusalén ha ganado tanto como Diyarbakır. Han ganado Oriente Medio, el Cáucaso y los Balcanes, al igual que ha ganado Turquía.71
El mensaje era claro, “la victoria del AKP debía verse como el comienzo de una nueva era para todas las sociedades de mayoría musulmana inmersas en guerras civiles, conflictos y pobreza, debido a conspiraciones occidentales”.72 La idea de un pueblo transnacional estaba presente en el discurso de Erdoğan. Además, lograba articular a la elite local con la global y, paralelamente, posicionarse como el líder del pueblo musulmán en el Medio Oriente y África del Norte.
A nivel internacional, para las elites gobernantes turcas, “la ola de protestas y levantamientos en la que se vio inmersa el mundo árabe” (Özel y Özcan 2011, p. 134) en el mismo año consolidó aún más la posición de Turquía, como el nuevo líder de la Ummah islámica en el Región de Oriente Medio y Norte de África (MENA, por su siglas en inglés).73
De manera constante, Erdoğan insistió en diferenciarse de la vieja elite turca que estaba acoplada a los intereses de Occidente, dejando de lado los de su pueblo “estos elitistas anticuados nunca podrán entender lo que nosotros, como servidores del pueblo turco, aspiramos hacer. Son ajenos a su propia sociedad y seguirán siéndolo”.74
La articulación de intereses era tal, que la propia elite local operaba para la global, representada en las instituciones financieras internacionales y sus lobbies para romper con el gobierno de Erdoğan:75
[Cuando llegamos al poder] la tasa de interés en Turquía era de 63 por ciento, mientras que la tasa de inflación era de 30 por ciento. Luchamos duro y logramos bajarla hasta 4.6 por ciento. Esto enloqueció a Occidente. Y de ahí estallaron los eventos de Gezi. A raíz de estos eventos, las tasas de interés y de inflación volvieron a subir a dos dígitos.76
En este sentido, Taş77 afirma que la crítica antikemalista del AKP atrajo a islamistas, kurdos y liberales, llevando a Erdoğan al gobierno, al frente de una amplia coalición de excluidos. Además, el populismo de los exislamistas convertidos en conservadores demócratas acabó por impulsar una agenda liberal progresista, que se combinó con los intentos de Turquía para lograr la plena adhesión a la Unión Europea. Lo expresado por Taş78 manifiesta la forma populista de construir el pueblo, respetando y alentando las heterogeneidades y ar ticu lando las demandas de los diferentes actores que componen la voluntad general. Incluso, “un destello de democratización en el panorama político de Turquía generó optimismo para la resolución de los graves problemas del país, como el control civil sobre el ejército, las minorías étnicas y religiosas, y la protección de los derechos humanos”.79
Las protestas antigubernamentales del parque Gezi, en 2013, pusieron en alerta al gobierno de Erdoğan sobre la capacidad desestabilizadora tanto de la elite local como de la Occidental-global, e hicieron que se percatará de la necesidad de ampliar su discurso y la lógica política con la que venía trabajando. A partir de 2013, el populismo emancipador se puso más en evidencia, al incluir consignas antielite como “Occidente imperialista”, “intereses de los lobbies” y “cruzadas” contra el pueblo “todo combinado bajo el término general üst akıl (autor intelectual), que está decidido a obstaculizar el ascenso desenfrenado de Turquía”, 80 y justificando así su accionar político como una “guerra de liberación”. El fallido golpe de Estado de 2016 no sólo reforzó la retórica antioccidental de “liberación nacional” que comenzó en 2013 con las protestas, sino que también ratificó su posición de liderazgo al frente del pueblo.
Todo parece indicar que hasta 2013, el populismo emancipador estaba orientado hacia una transformación del sistema político-social turco, ampliando derechos e incluyendo a los excluidos de la sociedad con una orientación política más cercana a Occidente, entendida como aquel faro democrático. Por esa razón, su política exterior se alineó con Occi dente e internamente articuló las demandas dentro de la heterogeneidad, para formar un pueblo capaz de oponerse a una elite kemalista. Sin embargo, no consideramos que haya sido por una cuestión “estratégica” el acercamiento a Europa, así como tampoco las reformas liberales planteadas, más bien se debió a un convencimiento emancipador, progresista y populista de plantear una alternativa a la dinámica política operante en Turquía que tenía como principal benefactora a la elite local.
En su relación mutuamente constructiva con el populismo, la política exterior perpetuó su propia noción de “pueblo” y se construyó una y otra vez sobre ella. Mientras defendía una noción inclusiva y cosmopolita de “democracia conservadora” en el ámbito interno, inspirada en los demócratas cristianos europeos, en sus primeros años el AKP reafirmó el compromiso de Turquía con la alianza occidental y emprendió una serie de paquetes de armonización para lograr la membresía plena en la UE. Estratégicamente, tales reformas liberales también estaban destinadas a debilitar el control de la elite kemalista en la política.81
Incluso, el giro en materia política tanto interna como externa, luego de las protestas de 2013, y el intento fallido de golpe de Estado de 2016, no correspondió a un sinceramiento de su intenciones políticas, sino al descubrimiento de una realidad mucho más compleja de la imaginada. El AKP, con Erdoğan a la cabeza, comprendió que la emancipación no sería posible de no establecerse una política doméstica e internacional mucho más radical y orientada a la consecución de los intereses del pueblo (de los excluidos). A reforzar la “capacidad de organización de lo popular”.82 Además, se percataron del potencial de respuesta por parte de la elite local que no estaba sola en su intento de contrarreforma, sino que recibía el apoyo de una serie de actores transnacionales que representaban a la elite financiera global. Occidente era parte del problema y no de la solución.
A la caída en desgracia de gran parte de los gobiernos musulmanes de la región, se sumó el desmantelamiento de la institucionalidad latinoamericana creada por los gobiernos populistas mediante “la adquisición irresponsable de deuda externa al Fondo Monetario Internacional o a fondos de inversiones privados, la aceleración de golpes de Estado blandos de carácter paradójicamente democrático, la persecución judicial y el encarcelamiento -bajo procesos amañados- de líderes populares”.83 Erdoğan entendió que se estaba enfrentando a un destino similar.
En aquel contexto es que debe comprenderse el viraje de su política exterior hacia un ‘expansionismo de la civilización” (‘civilizational expansionism’), marcado por una redefinición del pueblo como nación musulmana y por un activismo islamista concomitante con su política exterior.84 La aproximación revisionista de la política exterior, más conocida como la Doctrina Davutoğlu -por su creador, el ministro de Relaciones Exteriores Ahmet Davutoğlu- imaginaba a Turquía como una potencia global independiente, que demandaba respeto y trato igualitario de sus pares occidentales.85
Aquella doctrina que intentaba cambiar la posición turca en el sistema internacional, al estilo de un populismo periférico/emancipador, lo convertía en un blanco de la elite global que buscó debilitarlo. Así lo daba a entender Ibrahim Kalin:
Su primer intento fue [instigar] los sucesos de Gezi. Luego vino su intento, a través del golpe judicial del 17 y 25 de diciembre. Inmediatamente después resucitaron los ataques terroristas del PKK. Todos estos intentos fracasaron en lograr sus objetivos y, finalmente, incitaron el golpe de Estado el 15 de julio […] porque Turquía ha estado en condiciones de desafiar el sistema internacional y argumentar que este sistema está lejos de ser justo.86
Conclusiones
Todo parece indicar que la política exterior de Erdoğan encaja dentro de la explicación populista expuesta por Biglieri y Cadahia,87 y compañía,88 ya que, bregó por la construcción de una alternativa al sistema mundial imperante apelando a los intereses del pueblo, respetando sus heterogeneidad y articulando un nacionalismo abierto e internacionalista que buscara solidarizarse con los pueblos vecinos mediante la identificación de problemas comunes y un único responsable, Occidente que, además, operó como aquel significante vacío que fue rellenado con consignas como: EE.UU., elite global, OTAN, Unión Europea y entidades financieras internacionales que buscaban imponer sus intereses en contra del pueblo musulmán, es decir, contra Turquía y su vecinos del Medio Oriente y Norte de África.
El texto también pone en evidencia la necesidad de replantearse la base teórica con la cual se analizan las políticas exteriores de los países considerados populistas, en el entendido de que es necesario sumarse a la discusión acerca de la genealogía del populismo como fenómeno distópico, que escapa a la lógica binaria derecha/izquierda, al igual que pone en discusión su definición como una ideología focalizada o una simple estrategia política para hacerse con el poder. Por otro lado, se trae a discusión la idea de pueblo en su versión populista que lo relaciona con un nacionalismo abierto e internacional, el cual se solidariza con los pueblos ajenos, identificando problemas comunes que abren espacios a soluciones similares. La soberanía se inserta, también, en esa lógica nacionalista de impedir la injerencia de poderes externos que sólo buscan imponer sus intereses en complicidad con una elite local articulada y en contra de la voluntad general del pueblo.
También está presente la idea de líder populista como aquel que se encarga de los designios del pueblo pero que no responde a una simple manipulación de uno sobre otro, sino a una articulación en donde el “líder pone su cuerpo a disposición de la construcción de una fuerza histórica y popular, es decir, un proyecto nacional-popular”.89 Valiéndose del discurso de la alienación como elemento constitutivo, Erdoğan se presentó como la voz de los oprimidos y asumió el papel de devolverle el Estado a los auténticos hijos excluidos de la nación durante mucho tiempo.90
En este sentido, no sólo los populismos latinoamericanos intentaron plasmar un orden diferente, Turquía también lo hizo al ir articulando una política exterior emancipadora/periférica que buscaba mejorar su posición en el orden mundial. Además, no sólo apeló a la clásica diferenciación nosotros/ellos; pueblo/elite, sino también a la solidaridad internacional con los pueblos musulmanes que estaban siendo atacados por Occidente cual cruzada bíblica, por un lado; y, por el otro, se articuló con las potencias emergentes (BRICS) en la contestación al orden mundial imperante.
Finalmente, el presidente Erdoğan ha utilizado dos tipos de populismos que se retroalimentan entre sí y que logran acoplarse con éxito en un mundo cuestionado. El primero es un populismo internacional con la idea del antioccidentalismo, que lo ha ayudado a consolidarse en el ámbito interno y a generar una articulación con los países impugnadores del actual orden internacional. El segundo es un populismo transnacional pero limitado, pues responde a un conjunto de ideas nodales que giran exclusivamente en torno de las reivindicaciones de los pueblo musulmanes (transnacional), y estas demandas sólo traspasan algunas de las fronteras regionales (limitado) ya que no llega a otros lugares geográficos, como podrían llegar los populismos de izquierda o derecha que se organizan alrededor de “ideologías completas”, como el socialismo o liberalismo. Queda pendiente seguir profundizando en el estudio de la política exterior turca en clave populista para indagar aún más el tema del populismo transnacional-limitado.