Introducción
Las organizaciones extremistas violentas operan con el propósito de desestabilizar el orden establecido, crear miedo y caos, y alcanzar objetivos políticos, religiosos o sociales extremos.1 Su accionar plantea desafíos significativos para la seguridad nacional e internacional, y constituye un tema de estudio y preocupación tanto en el ámbito académico como en el de la política y la seguridad, debido a sus repercusiones en la sociedad y el mundo en general.
El objetivo de esta investigación es esclarecer las relaciones entre el número de tropas extranjeras con funciones de peace keeping o peace enforcement y el número de bajas infligido por las organizaciones violentas extremistas como reacción al aumento o disminución de esta fuerza. ¿Cómo se ve afectado el número de bajas de una fuerza extranjera cuando se aumenta o disminuye el número de tropas en el terreno que realizan acciones ofensivas contra una organización violenta extremista yihadista?
Este artículo sostiene que, en los conflictos con las organizaciones extremistas violentas, el despliegue de un mayor número de fuerzas por parte de los Estados puede desencadenar un ciclo de “acción-reacción” en el cual se multiplica el número de bajas, sin que logren cumplirse los objetivos políticos y militares que se querían lograr con el despliegue. Es decir, en este tipo de conflictos, incrementar el número de fuerzas en el terreno puede ser contraproducente. Para tratar de desentrañar las relaciones entre estas variables y sustentar el argumento, se realiza un estudio de caso con una discusión analítica sobre los posibles factores detrás de patrones observados en lo que llamaremos aquí el teatro de operaciones de Afganistán.
El presente estudio complementa los de Linke, Witmer y O’Louglin2 y Kurzman y Hasnain,3 quienes se han ocupado de esta relación en los conflictos de Iraq y Palestina, y cuyo hallazgo principal es la divergencia de los valores de la relación acción-reacción entre las zonas urbanas y rurales en el teatro de Iraq, y la necesidad de incorporar más variables a los modelos predictivos autorregresivos en Palestina, respectivamente.
Marco teórico
En el ámbito de la gobernanza, el principio de acción-reacción se refiere a cómo las acciones o políticas gubernamentales inadecuadas, opresivas o corruptas pueden generar respuestas no previstas por parte de la población y otros actores políticos, dando lugar a un ciclo de respuestas y contramedidas.4
En los últimos 22 años, el terrorismo y el extremismo violento han sido temas de gran relevancia en materia jurídica, política, económica, de seguridad y defensa. El conflicto de Afganistán se considera importante y representativo, junto con el de Iraq, en lo que respecta a la lucha contra las organizaciones violentas extremistas.
Por ejemplo, tras los ataques en suelo estadounidense del 11 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush arrastró a más de cuarenta países a lo que el 16 de septiembre de 2001 definió como “guerra contra el terrorismo”.5 Otros aspectos muestran la importancia de este fenómeno. Sólo en presupuesto de Defensa, la campaña de Afganistán ha implicado cifras de orden de trillones de dólares; las Naciones Unidas y la Unión Europea, entre otros, han desarrollado estrategias contra el terrorismo y la radicalización violenta;6 la creación de un centro de detención ilegal, como el sito en Guantánamo; la reorganización de los estamentos de seguridad del Estado con la creación de, por ejemplo, el Departamento de Seguridad Nacional, tanto en Estados Unidos (EE.UU.) como en otros países de Europa.
La acción-reacción, en el ámbito de la lucha contra las organizaciones violentas extremistas, recae en los problemas tipificados como interactivamente complejos no lineales.7 La interacción de las partes constituyentes y los desequilibrios que se producen cuando se actúa sobre una de ellas llevan aparejada la necesidad de emplear enfoques transdisciplinares.
A mitad de la campaña de Afganistán, los académicos estadounidenses y los departamentos de estrategia y táctica de las escuelas militares empezaron a debatir acerca de la idoneidad del proceso vigente de toma de decisiones y del proceso de planeamiento para hacer frente a los problemas complejos. En aquel momento, la institución militar no estaba preparada para abandonar un sistema de planeamiento y toma de decisiones que había sido probado en combate y que, para problemas convencionales y diferentes a la contrainsurgencia o al terrorismo transnacional, había funcionado excepcionalmente bien. Sin embargo, para este tipo de problemas complejos, los procesos establecidos no estaban dando buenos resultados.
Mientras tanto, el debate en las academias y escuelas continuaba. El nivel de disputa y discrepancias entre los expertos en las academias e instituciones de pensamiento militar sobre la forma de abordar los problemas complejos quedó reflejado de manera paradigmática en la doctrina militar de máximo nivel,8 lo cual es históricamente significativo:
Los problemas “mal estructurados” son complejos, no-lineales y dinámicos, por lo que son los más difíciles de entender y resolver. A diferencia de los problemas bien o medianamente estructurados [en los que existe un método de resolución], los mandos no se ponen de acuerdo sobre cómo resolver problemas “mal estructurados”.
Estado del arte
En lo concerniente a la teoría general de lucha insurgente, el arte de la guerra y el estudio de por qué el débil puede ganar al fuerte destacan: Sun Tzu,9 que explica la necesidad del engaño, la maniobra y la conveniencia de aplicar la fuerza propia sobre la debilidad del adversario, y Mao Tse-Tung10 que es quien define las líneas maestras del conflicto asimétrico y prolongado en 1938.
Más próximo a nuestro tiempo, Arreguin11 realiza una revisión de casos históricos cercanos y postula que los actores fuertes pierden guerras pequeñas por tres motivos: el desgaste de la oposición política; debilidad de voluntad o demasiada sensibilidad a las bajas, y porque los actores débiles no son realmente débiles.
En lo que concierne a Afganistán, encontramos mucha literatura relacionada con las dinámicas del conflicto, pero sin demasiada evidencia cuantitativa sobre la asociación de las variables objeto de estudio. Cisneros,12 después del análisis de múltiples indicadores, destaca la necesidad de un cambio de estrategia en Afganistán, pues la situación, lejos de mejorar, se estanca o empeora. Malkaisan13 presenta evidencia del florecimiento de santuarios terroristas en Pakistán en reacción a las acciones de la coalición, así como la movilización de la insurgencia debido a los bombardeos.
Brooks14 realza que el enfoque militar agravó los problemas en vez de mitigarlos o resolverlos. Por ejemplo, las campañas en las provincias de Kunar y Nuristán resultaron contraproducentes, en la medida en que contribuyeron a movilizar, en vez de neutralizar, la oposición a las fuerzas de la coalición que libraban la guerra.
Montgomery,15 a pesar de las limitaciones que reconoce en su estudio por no examinar todas las variables posibles, muestra la importancia de la teoría de juegos para el análisis y la predicción en la lucha contra las organizaciones violentas extremistas en Siria. Asimismo, Montgomery describe el comportamiento entre la relación de distancia, tiempo y número de víctimas mortales y la reacción del autodenominado Es tado Islámico (EI), para evitar reacciones políticas exageradas en el marco de la lucha contrainsurgente contra esta organización.
King16 concluye que una de las causas de la derrota fue la falta de entendimiento de Occidente de las políticas locales.
El principio de “concentración de fuerzas”
El estudio de los conflictos ha permitido aprender y extraer principios fundamentales.17 Uno de ellos es el de concentración de fuerzas.18
Este principio ha evolucionado a lo largo del tiempo. Hasta pasada la Primera Guerra Mundial, donde prevalecía la estrategia de atrición, se consideraba la cantidad como un factor decisivo, incluso a riesgo de pagar un alto precio, pues los dos oponentes tratarían de incrementar el número de tropas en un juego competitivo de suma cero.
Los estudios de Liddell Hart de 1929 mostraban un uso más eficiente del principio de concentración de fuerzas cuando éste se combinaba con otros factores, como la aplicación de la fuerza propia sobre la debilidad del adversario.19 Liddell Hart sentaba así uno de los pilares de lo que hoy se conoce como “guerra de maniobra”.
Brodi y Beaufre terminaron de acotar el principio de concentración de fuerzas al incluir las dinámicas del arma atómica en la ecuación.20 Schelling complementaría la moderna estrategia con obra acerca de la diplomacia de defensa, donde exponía el contraste del empleo de la fuerza bruta y la coerción.21 Esto se refleja, actualmente, en la incorporación de una serie de factores morales en las estrategias de actuación de la OTAN o EE.UU., como por ejemplo en la doctrina shock and awe.22
Así pues, el marco doctrinal que EE.UU. y la OTAN emplearon durante la campaña de Iraq y Afganistán no contemplaba situaciones atricionistas, en las que se acepta ganar con un alto número de bajas.
Durante la campaña de Afganistán, al igual que hoy en día, la aplicación del principio de concentración de fuerzas no perseguía la cantidad, sino una concentración de fuerzas eficiente, con el objeto de amenazar o infligir daño (material o moral), con el fin ulterior de erosionar la voluntad de combatir del adversario y alcanzar la victoria.
Por ejemplo, durante los primeros momentos de la invasión de Iraq, la proporción de fuerzas de la coalición era muy inferior a la del ejército regular iraquí, debido a unos modificadores como la tecnología, o la inteligencia, que permitían una concentración eficiente de la fuerza en los sitios adecuados. Sin embargo, tras la derrota de Sadam Hussein y el paso a la insurgencia, se empezó a incrementar el número de fuerzas con la falsa creencia de que esto solucionaría el problema. Lo mismo ocurrió en la campaña de Afganistán.
Este estudio profundiza en un aspecto que modifica la aplicación del principio de concentración de fuerzas en la lucha contrainsurgente y es el de que las organizaciones violentas extremistas o la insurgencia son fenómenos contestatarios.
La “acción-reacción”
Los primeros estudios científicos que relacionaban la conducta violenta con la frustración fueron los de Dollard, Miller, Doob, Mowrer y Sears, y datan de 1939.23 En los años sesenta se desarrollaron teorías que explicaban la violencia debido a desequilibrios en el estatus de personas y grupos humanos provocados por causas sociopolíticas.24 Galtung25 siguió desarrollando la teoría y realizó una taxonomía de la violencia que ha resultado capital en Naciones Unidas y los Estudios para la Paz. Gurr26 y Wiberg27 complementaron la materia elaborando estudios cuantitativos sobre terrorismo en los que verificaron el mecanismo de frustración-agresión.
Estudios más recientes28 validan la teoría de que los actos represivos del poder establecido son una de las principales causas de los actos terroristas perpetrados por actores no estatales.
Así pues, partiendo del hecho de que la insurgencia, la radicalización y el extremismo violentos son fenómenos contestatarios, debido a que los tres tratan de subvertir un orden establecido empleando la violencia, surgen ciertas preguntas que, si pudiesen responderse con cierto grado de certeza, sería de gran utilidad para los políticos responsables de tomar las decisiones.
Algunas de estas preguntas son: ¿es contraproducente enviar muchas tropas a un conflicto con adversarios que empleen tácticas, técnicas y procedimientos (TTP) asimétricos?, ¿debe variarse el número de integrantes del personal que se proyecta en una misión o es mejor mantener una cantidad fija?, ¿cuándo reducir el número de integrantes del personal militar proyectado?, ¿es el poder militar suficiente para resolver un conflicto contra adversarios que responden a un fenómeno contestatario?
El conflicto de Afganistán
El conflicto de Afganistán es representativo en el campo de la lucha irregular. De 2011 a 2013, Afganistán fue el tercer país del mundo con mayor número de atentados terroristas. De 2014 a 2016, se encontraba en el segundo puesto, y de 2019 a 2022 fue el país con mayor número de ataques terroristas.29
La actualidad de este conflicto es también un motivo importante para su elección como caso de estudio. Su relevancia radica en la enorme cantidad de recursos políticos, económicos, materiales y humanos que se le han destinado. Además, existen datos que permiten investigar la pregunta planteada en este estudio.
El conflicto de Afganistán de 2001 a 2021 puede resumirse en cuatro fases y un punto de inflexión. La fase inicial comienza el 12 de septiembre de 2001, cuando el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprueba la Resolución 1368 condenando los ataques terroristas del día anterior en EE.UU. Esta resolución considera los actos de terrorismo como una amenaza para la paz y seguridad mundial y reconoce el derecho de defensa individual y colectiva. El 18 de septiembre de 2001, el presidente George W. Bush firma una orden conjunta que autoriza el uso de la fuerza contra aquellos que atacaron EE.UU. el 11 de septiembre.
La segunda fase comienza el 7 de octubre de 2001 con una campaña de bombardeos contra el régimen talibán y al-Qaeda. Desde el punto de vista político, durante esta fase se desarrollan las operaciones principales de combate. El 1 de mayo de 2003, el presidente George W. Bush declara “misión cumplida” y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, anuncia “el final de las operaciones mayores de combate” y el paso a una misión de estabilización, centrada sobre todo en contraterrorismo.
El punto de inflexión se alcanza en el periodo 2009-2010, con la revisión de la estrategia de Afganistán para pasar de operaciones de contraterrorismo a contrainsurgencia, la triple sucesión del mando del jefe del teatro de operaciones30 y el proceso de toma de decisiones que condujo al presidente Barack Obama a ordenar un aumento de tropas en Afganistán en diciembre de ese año.
Fuente: Amy Belasco, Troop Levels in the Afghan and Iraq Wars, FY2001-FY2012: Cost and Other Potential, Congressional Research Service, 2 de julio de 2009; Kathleen J. McInnis, Andrew Feickert, Additional Troops for Afghanistan? Considerations for Congress, Congressional Research Service, 19 de mayo de 2017; Amy Belasco, The Cost of Iraq, Afghanistan, and Other Global War on Terror Operations Since 9/11, Congressional Research Service, 2 de septiembre de 2010, https://apps.dtic.mil/dtic/tr/fulltext/u2/a528273.pdf
La tercera fase comprende desde junio de 2010 hasta abril de 2021. Durante esta fase se realizaron operaciones de contrainsurgencia.
La última fase se considera el repliegue de todos los miembros de la coalición de Afganistán. Esta operación ocurrió durante el mes de abril de 2021. El 14 de abril, después de veinte años de conflicto violento, más de 4500 muertes de personal de la coalición y más de 100 000 civiles muertos,31 de haber empleado en Afganistán el armamento convencional más potente del planeta32 y haber negociado con los talibanes, la administración Biden materializó la retirada de todas las fuerzas de EE.UU. de aquel país.33
Expectativas teóricas
El argumento central de este estudio es que, en la lucha contra organizaciones violentas extremistas, el incremento de fuerza no mejora necesariamente la situación de seguridad. Lo anterior se produce, en parte, por la naturaleza reaccionaria de las organizaciones violentas extremistas y por su capacidad de adaptación para infligir daños a su opositor.34
La concentración de fuerzas en el momento y lugar adecuados ha sido y sigue siendo eficiente para los combates convencionales, en todos los niveles. En la lucha contrainsurgente, en especial cuando se hace frente a organizaciones violentas extremistas yihadistas, la concentración de fuerzas en combinación con acciones ofensivas funciona temporalmente a nivel micro (zona de operaciones). Sin embargo, a nivel meso (teatro), produce efectos contrarios, lo que hace que, con el tiempo, deje de funcionar incluso en el nivel micro.
Lo anterior es consistente con la literatura científica según la cual, la insurgencia es un fenómeno contestatario. El conflicto es causado por dos actores que pugnan por el poder. El actor insurgente no emplearía la violencia clandestina y otros tipos de violencia si tuviera la fuerza necesaria o los mecanismos adecuados para alcanzar sus objetivos, o así lo creyese.
Metodología
Estrategia analítica
Se llevará a cabo una descripción analítica de los posibles factores detrás de los patrones observados durante la evolución del último conflicto de Afganistán. Se emplearán métodos estadísticos de apoyo para alcanzar lo anterior.
Primero, se medirá la fuerza y dirección de la asociación entre las dos variables principales mediante el coeficiente de correlación de Pearson, así como su significancia estadística. Segundo, se estima una regresión lineal, lo que permitirá describir mejor cómo la variable dependiente cambia en función de la variable independiente.
El análisis estadístico y cuantitativo se acompaña de un análisis cualitativo para interpretar los resultados a la luz del principio de acción-reacción y el principio de concentración de fuerzas en la lucha contra organizaciones violentas extremistas. Por último, se empleará también el análisis cualitativo para tratar el aspecto de la posible causalidad inversa en la relación de la variable dependiente e independiente.
Así pues, la estrategia metodológica elegida para hacer frente al problema es el empleo de métodos mixtos.35
Variables
Existen dos variables principales en este caso de estudio. La primera, como variable independiente, es el número de tropas en el terreno. La segunda, dependiente, es el número de heridos y muertos en Afganistán.
Existen otras variables que podrían influir en el resultado del número de bajas de las fuerzas y cuerpos de seguridad. A continuación, se detallan y analizan las más destacables.
Primero, el adiestramiento y la preparación de las diferentes rotaciones de los integrantes de la coalición o de la fuerza de EE.UU. desplegados en Afganistán. Si el contingente que despliega tiene una preparación pobre, es más susceptible de sufrir más bajas.
Segundo, el empleo de medios técnicos y materiales para hacer frente a la amenaza y los peligros propios del teatro de operaciones. Por ejemplo, vehículos que protejan las dotaciones frente a determinados tipos de artefactos explosivos improvisados (IED, improvised explosive device). Cuanto peores medios, o menos medios tenga la fuerza, más bajas se producirán.
Tercero, tácticas, técnicas y procedimientos (TTP) adecuados para el uso de estos medios y materiales. Unas buenas TTP pueden suplir las carencias o deficiencias de material. Sin embargo, si la fuerza emplea mal su equipo, a pesar de que sea bueno, el número de bajas podría aumentar.
Las tres primeras causas están íntimamente relacionadas. El material, las TTP y el adiestramiento son factores determinantes para el número de bajas. Sin entrar en detalles de todas las combinaciones posibles de variables, estas causas influyen en la relación entre el número de fuerzas y el número de bajas de la siguiente manera: si hay poco material o no es el adecuado para afrontar la amenaza; si el procedimiento de empleo es poco eficiente y el usuario no conoce el procedimiento; o si el usuario no conoce el correcto uso del material, entonces más bajas se producirán.
Un aspecto crítico en la lucha contrainsurgente y contra las organizaciones violentas extremistas es la competencia entre las fuerzas y los cuerpos de seguridad y las organizaciones violentas extremistas para infligir daños e influir cada uno en el otro. Por ejemplo, el empleo de IED en la campaña de Afganistán ha variado sustancialmente en los materiales, así como en las TTP desarrolladas y en el consiguiente adiestramiento en ambos actores.
Cuarto, como en muchos teatros de operaciones, las batallas y los combates se ven sujetos a los ciclos estacionales y condiciones climáticas, que pueden afectar la movilidad o el empleo de determinados sistemas de armas o apoyo.
Quinto, la motivación y moral de combate. Si el contingente tiene una motivación mediocre, podría recibir menos bajas debido a su poca predisposición a entablar combate o tomar riesgos.
Sexto, resiliencia y voluntad política; capacidad de soportar bajas por periodos prolongados de tiempo. Es impopular y desgasta a la clase política sostener un conflicto prolongado en el tiempo que produzca cuantiosas bajas. De esta forma, los dirigentes políticos podrían tratar de negociar áreas de operaciones o funciones en una coalición donde no se realicen misiones de combate o sean menos peligrosas. Asimismo, los dirigentes políticos podrían tratar de dar instrucciones a los jefes militares para evitar que la fuerza tome riesgos innecesarios o minimice los riesgos con el objeto de reducir las bajas. Así pues, cuantas más bajas sufran las fuerzas y los cuerpos de seguridad del Estado, más presión recibirá el estamento militar para reducir el número de bajas.
Este factor puede autorregularse con el equilibrio de las responsabilidades entre las diferentes naciones contribuyentes que forman la coalición, estableciendo y haciendo cumplir métricas para la misión como medidas de eficiencia (measures of efficiency, MOE) y medidas de productividad (measures of performance, MOP). En el caso de Afganistán ocurrió así, al tomar el peso de las operaciones de combate los países más resilientes, como Estados Unidos o el Reino Unido.
Séptimo, fatwas,36 días clave o eventos especiales. En la lucha contra la insurgencia y las organizaciones violentas extremistas hay determinados momentos en que los líderes carismáticos pueden hacer llamamientos con el objeto de que se incremente o cese la violencia. Por ejemplo, en vísperas de la invasión estadounidense de Iraq, Bin Laden emitió un mensaje grabado a sus seguidores sobre lo que se esperaba de ellos en Iraq y Afganistán:37
Aconsejamos la importancia de arrastrar a las fuerzas enemigas a una batalla larga, agotadora y continua […] Subrayamos la importancia de los ataques de martirio contra el enemigo.
Gulbuddin Hikmetyar, carismático líder fundador del partido Hezb-e-Islami, también emitió un mensaje alentando los atentados suicidas.38
Pido a los musulmanes del mundo que libren una guerra de guerrillas mediante atentados suicidas; ahora no es el momento de ataques en grupo a gran escala, sino de ataques individuales.
En determinados teatros, en fechas clave como el final del Ramadán o el aniversario de la muerte de alguien de algún evento, se producen picos de violencia.
Es habitual también que se produzcan picos de violencia cuando una de las partes en conflicto o ambas acuerdan una negociación. La violencia aumenta hasta la entrada en vigor del alto el fuego con objeto de alcanzar la negociación en las mejores condiciones posibles.
El inicio de las operaciones, su terminación y el repliegue de las fuerzas a sus respectivos países de origen son también momentos críticos donde suele aumentar la violencia.
Octavo, independientemente del número de tropas en el terreno, podría considerarse que un aumento del número de bajas de la parte insurgente (causado por la fuerza debido a factores como, por ejemplo, aumento de la eficiencia de los sistemas de armas, mejor inteligencia o degradación de las capacidades de la insurgencia por erosión de conocimiento o medios, consecuencia de pérdidas de combate), podría ser un factor determinante para que, como reacción, también se incrementase el número de bajas en la fuerza. En otras palabras, violencia que genera violencia.
Esta relación es una de las más difíciles de valorar, pues en el conflicto de Afganistán no se tienen datos precisos y estructurados del número de bajas de la insurgencia o de las organizaciones violentas extremistas.
En líneas generales y en periodos cortos de tiempo, puede decirse que, en efecto, la violencia directa provoca violencia directa. Hasta cierto punto, un aumento de muertos en la organización violenta extremista conllevará un incremento en muertes o por lo menos en los ataques a la fuerza, independientemente del número de tropas en el terreno.
En periodos más largos, esta relación puede permanecer casi como una constante por la que podría predecirse si la organización violenta extremista va a perdurar o no. Sin embargo, esta relación también puede verse afectada por factores endógenos y exógenos que provoquen un resultado no lineal.
Por último, está el cambio estratégico en los apoyos prestados por otro actor. Si una organización violenta extremista recibe apoyo de un actor estatal éste se reflejará, normalmente, en un aumento del número de bajas de la fuerza sobre el terreno. Si la organización violenta extremista está mejor adiestrada, equipada, sostenida económicamente y tiene acceso a información e inteligencia de un actor estatal, podría aumentar su eficiencia y, por tanto, infligir más bajas.
Por un lado, y en parte, esto es lo que ocurrió con el apoyo de Pakistán en el otoño de 2006, cuando el presidente Musharraf cerró un trato con los lideres tribales afganos, de forma que Pakistán no atacaría a ninguna milicia, siempre que los talibanes y al-Qaeda no cometiesen atentados en Pakistán,39 con lo que proporcionó santuario a estas dos organizaciones. Así pues, los ataques de los talibanes en Afganistán aumentaron más de 200% a finales de 2006. Sin embargo, esto no se tradujo en un aumento significativo de tropas en 2007, ni tampoco explicaría las ratios descendientes de bajas con el inicio de la retirada de tropas de Afganistán en 2011.
Periodo de estudio
De 2001 a 2018. Abarcando hasta cuatro misiones internacionales y multinacionales: 1) Operation Enduring Freedom, OEF (2001-2014), liderada por EE.UU.; 2) International Security Assistance Force, ISAF (2001-2014). Ésta fue una misión de la OTAN, bajo resolución de Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, UNSCR 1386; 3) Operation Freedom’s Sentinel, OFS (2015-2021), liderada por EE.UU. es la operación que relevó a Enduring Freedom, y Operation Resolute Support, RS (2015-2021). Operación no de combate que da el relevo a la misión OTAN, International Security Assistance Force.
Análisis
En el siguiente cuadro 1, pueden observarse los datos de las series temporales obtenidos durante la investigación. En las tres columnas se aprecia el número de fuerzas de la coalición presentes en Afganistán (sin contar contratistas ni fuerzas y cuerpos de seguridad locales) y el número de muertos y heridos de la coalición, por año.
Año | Número de fuerzas de la coalición en Afganistán | Número de muertos y heridos de la coalición en Afganistán |
2001 | 12 000 | 45 |
2002 | 15 000 | 144 |
2003 | 18 000 | 157 |
2004 | 27 000 | 277 |
2005 | 27 000 | 401 |
2006 | 47 460 | 594 |
2007 | 54 203 | 983 |
2008 | 65 800 | 1093 |
2009 | 110 070 | 2678 |
2010 | 138 730 | 5974 |
2011 | 129 313 | 5790 |
2012 | 102 508 | 3373 |
2013 | 84 271 | 1530 |
2014 | 50 000 | 532 |
2015 | 20 000 | 103 |
2016 | 16 391 | 86 |
2017 | 16 576 | 124 |
2018 | 16 919 | 134 |
Correlación entre la acción-reacción
El coeficiente de correlación de Pearson o r de Pearson que se obtiene de las dos series de datos anteriores es 0.938, lo cual sugiere una correlación fuerte. En otras palabras, los cambios en una variable tienden a estar asociados con cambios en la otra variable de una manera muy consistente.
En cuanto a la dirección de la correlación, el signo positivo del valor de r indica que las dos variables se mueven en la misma dirección. Es decir, cuando el número de fuerzas aumenta, el número de bajas tiende a aumentar, y cuando el número de fuerzas disminuye, el número de bajas tiende a disminuir.
En la siguiente gráfica 2, se muestra la evolución temporal de las dos variables principales, lo cual permite visualizar los detalles del comportamiento del número de bajas de la coalición en función del número de tropas presentes sobre el terreno.
En la siguiente gráfica 3 puede observarse la imagen de la dispersión de la serie, así como la ecuación lineal resultante y el error, de modo que la relación o asociación de ambas variables quedó de alguna manera parametrizada y modelizada. La ecuación permite predecir cómo se comporta el número de bajas en función del número de tropas en el terreno.
La correlación entre ambas variables no significa que exista causalidad. Tampoco puede deducirse de aquí que el número de tropas sea el causante de la violencia, porque hay otros teatros donde el incremento del número de tropas no genera violencia.
La correlación simplemente apunta a que en este preciso teatro de operaciones, cuanta más fuerza se introdujo más bajas se produjeron. Ello dificultó ulteriormente la consecución de los objetivos de la coalición, ya que no se logró pacificar y fomentar la gobernanza a través de un control efectivo del terreno ni de la población.
Lo arriba mencionado podría parecer baladí, pero no lo es, pues rompe con la creencia generalizada de que la seguridad se alcanza con un incremento de la fuerza. Sin embargo, la seguridad no se alcanza necesariamente con el incremento de fuerzas y cuerpos de seguridad. Es preciso realizar otras acciones en función de las causas profundas y de otras causas como las detonantes del conflicto, pudiendo incluso llegar a ser conveniente reducir los efectivos sobre el terreno frente a otras iniciativas.
Posible causalidad inversa
La causalidad inversa es un desafío importante que es necesario considerar en el análisis de relaciones entre variables, en especial en situaciones donde puede haber confusión en la dirección de la relación. En el contexto de una relación entre el número de bajas en combate y el número de tropas en el terreno, varios factores podrían explicar una posible causalidad inversa, o la percepción de que la relación es inversa; es decir, que el número de tropas obedece al número de bajas y no al contrario.
Primero, reacción a una crisis de seguridad. La decisión de la coalición del aumento de tropas podría haber sido la reacción a una crisis de seguridad. En concreto, de acuerdo con el objeto de estudio, el aumento de tropas debería responder específicamente a un aumento de la violencia que se tradujese en el número de personal herido o muerto en la coalición, pues es la relación que se está estudiando.
En otras palabras, respondería a la idea de que, “como la situación está mal y estoy sufriendo muchas bajas, envío más tropas para solucionarlo”. Este argumento es muy peligroso porque precisamente sostiene que la seguridad mejora con el aumento de tropas.
Sin embargo, hay dos razones principales para desestimar este argumento. La primera razón es que, por series temporales, queda demostrado que la idea no es cierta. De ser cierta, durante los ocho primeros años y hasta el gran aumento de tropas de 2009, tendría que haber habido alguna mejoría, y no la hubo.
A lo anterior podría contraargumentarse que el número de personas sobre el terreno no era el crítico y que, en 2009, cuando se produjo el gran aumento de tropas, la situación mejoró. Esto nos lleva al segundo punto, que es la razón principal del aumento de tropas, lo que puede discernirse en las disquisiciones del consejo asesor del presidente Obama durante el proceso de toma de decisiones sobre el aumento del número de personal sobre el terreno.
Por un lado, lo que se plantea en 2009 es un cambio de estrategia, de una estrategia limitada de operaciones contra el terrorismo se pasa a una estrategia amplia de contrainsurgencia, lo que demanda un mayor número de tropas en el terreno. Muchos de los principales decisores no estaban de acuerdo con este aspecto y veían que podría traer consigo graves peligros. El secretario de defensa Robert M. Gates asesoró al presidente Bush, desde el 5 de noviembre de 2006, sobre la conveniencia de no albergar grandes aspiraciones sobre Afganistán, es decir, mantener una estrategia limitada. Asimismo Gates, el 28 de marzo de 2009, sólo un día después de que Obama anunciase el gran aumento de personal, declararía lo siguiente al Comité de Defensa del Senado:
Si nos proponemos crear en Afganistán un Valhalla centroasiático, perderemos. Tenemos que mantener nuestros objetivos realistas y limitados, o nos abocaremos al fracaso.40
Lo anterior sugiere que el secretario de defensa Gates era consciente de que un aumento de tropas provocaría más bajas y que la decisión se tomó más en clave política que en clave militar. Obama había hecho campaña durante las elecciones de 2008 prometiendo renovar los esfuerzos de EE.UU. en lo que denominó la “guerra correcta”, y la decisión de aumentar las tropas cumplió en parte la promesa de Obama.
El secretario de Defensa no fue el único detractor del aumento de tropas en Afganistán. Otro personal fundamental fue el vicepresidente Joe Biden, quien estaba a favor de mantener una campaña contraterrorismo contra al-Qaeda, pero sin confrontar directamente a los talibanes.
El jefe de Estado Mayor, Rahm Emanuel, y el Consejo de Seguridad Nacional fueron también dos actores clave en el proceso de toma de decisiones en contra del aumento de tropas.
Por último, uno de los más críticos fue el embajador de EE.UU. en Afganistán, Karl Eikenberry. Primero, el embajador ponía en tela de juicio que la situación en Afganistán fuera tan mala como para enviar decenas de miles de soldados. Segundo, el embajador declaró que la estrategia contrainsurgencia fallaría por las fuerzas y cuerpos de seguridad afganos, así como que sus instituciones políticas serían incapaces de afrontar la situación por sí mismos. Por último, y más importante, el mismo embajador expresaba en un documento oficial del más alto rango y clasificación de seguridad, su desacuerdo con el plan debido a que el incremento de tropas no había funcionado anteriormente:
Todavía no hemos llevado a cabo un análisis integral e interdisciplinar de todas nuestras opciones estratégicas. Tampoco hemos puesto a prueba el plan de contrainsurgencia propuesto teniendo en cuenta todas las variables del mundo real. […] la última vez que enviamos fuerzas adicionales considerables, un despliegue total de 33 000 efectivos en 2008-2009, la violencia y la inestabilidad general en Afganistán se intensificaron. Por tanto, la experiencia adquirida con el aumento de tropas ofrece escasas razones para esperar que nuevos incrementos hagan avanzar de forma permanente nuestros propósitos estratégicos, sino que, por el contrario, nos hundirán todavía más.41
En noviembre de 2009, durante una reunión del Grupo de Seguridad Nacional sobre Afganistán y Pakistán en la que se discutía el aumento de tropas, se recogió el siguiente fragmento de una conversación entre el presidente Obama y el general David Petraeus:
[Obama] ¿Cuánto tiempo tardaron en llegar las llamadas tropas de refuerzo que usted comandó en Iraq en 2007?
[Petraeus] Fueron seis meses.
[Obama] Lo que busco es un aumento, tiene que ser un aumento.42
El proceso de toma de decisiones culminó con el compromiso de que el aumento de tropas sería única y exclusivamente por dos años, lo cual indica que no fue una decisión tomada sobre la base de arreglar el problema, ya que esto se fundamentaría en tratar de alcanzar los efectos deseados con un plan coherente y sólido, sin dar un plazo temporal y sin repetir algo que no ha funcionado anteriormente. Por el contrario, la decisión apuntaba a una maniobra política sobre la base de las promesas de Obama en su campaña y sobre que debía presentarse el conflicto de Afganistán como una victoria. La decisión se defendió a través de la falacia lógica ignoratio elenchi, según la cual “si el aumento de tropas había funcionado en Iraq tendría que funcionar en Afganistán”.
Se tiene constancia de la enorme presión que se ejerció sobre el establishment para demostrar progresos al Congreso y al pueblo estadounidense y afgano acerca de que la situación iba bien tras el aumento de la fuerza, lo que distorsionó los sistemas de rendición de cuentas. Había poco apetito por evaluaciones honestas de lo que funcionaba y de lo que no. Este hecho viene decorosamente reflejado en el informe del Inspector General Especial para la reconstrucción de Afganistán.
Como consecuencia de lo anterior, se descarta la causalidad inversa en este caso de estudio. Se considera que la situación de seguridad, en concreto el aumento del número de bajas en Afganistán, no fue la razón principal para el aumento de tropas. Por el contrario, el aumento del número de miembros del personal en Afganistán respondió a un conjunto de factores que está determinado principalmente por objetivos políticos y por un cambio de estrategia general, que exige más personal para su desempeño.
Alcance de los resultados de la investigación
Este caso de estudio se ha elaborado en un conflicto reciente, para organizaciones violentas extremistas de corte yihadista que emplean el terrorismo y otros tipos de violencia directa y que confrontan a fuerzas y cuerpos de seguridad extranjeros en su territorio (no necesariamente una nación Estado, ya que como, por ejemplo, el autodenominado EI ve Afganistán como una provincia del Califato o gran nación musulmana).
El estudio ha sido llevado a cabo en una dimensión meso (teatro de operaciones), pues a nivel micro (provincia, población o zona de operaciones) las dinámicas de la insurgencia y contrainsurgencia funcionan de otra manera. Como se ha discutido, el uso que hace la insurgencia del principio de concentración de fuerzas, en el nivel micro, la organización violenta extremista o insurgente no tiene posibilidad de escapar o diluirse entre la población, evitando el combate decisivo, con objeto de prevenir su destrucción, cuando se produce un aumento significativo de fuerzas y cuerpos de seguridad.
En consecuencia, los resultados de esta investigación podrían ser extrapolados con cautela a conflictos con parámetros similares, teniendo presente que cada insurgencia o lucha contra organizaciones violentas extremistas es única y debe ser tratada y estudiada con sus peculiaridades. Este estudio en el teatro de Afganistán es consistente con aquellos realizados a nivel micro en Iraq por Linke et al. y por Kurzman y Hasnain, a nivel meso, en Israel-Palestina, y los complementa.
Posibles líneas de investigación abiertas en relación con el presente estudio y con los estudios precedentes de Linke et al., en Iraq, y de Kurzman y Hasnain, en Israel-Palestina
El porcentaje de bajas en relación con el número total de fuerzas presentes en el teatro de operaciones es un valor que podría ser empleado para medir la eficacia y el desgaste que provoca un adversario débil, en términos de poder, a una superpotencia o a una coalición. Este valor es, en términos de medición, más preciso que simplemente el número de bajas, ya que el número de tropas varía constantemente en los teatros.
Como valor de referencia del indicador anterior, se tomará el conflicto de 1979-1989 entre la Unión Soviética y Afganistán. Tanto el escenario geográfico, como la desigualdad entre contendientes o las TTP empleados por ambos contendientes son muy similares. Además, el marco temporal es prácticamente inmediato. La Unión Soviética, en su conflicto con Afganistán, tuvo de media un porcentaje de bajas en relación con el número total de fuerzas presentes en teatro de operaciones de 0.6%.
Como puede apreciarse en el siguiente gráfico, la coalición de fuerzas liderada por EE.UU. que tomó partido en Afganistán fue más resiliente en cuestión de aceptar bajas que la Unión Soviética. Durante el conflicto que involucró a la OTAN y a EE.UU., el número del valor del indicador es mayor que durante el conflicto que involucró a la antigua Unión Soviética. Es decir, que EE.UU. y la coalición recibieron más bajas por periodo anual por número de tropas sobre el terreno. En otras palabras, la tropa de EE.UU. y la coalición tenía más probabilidades de morir o lidiar con la muerte de compañeros que la de la antigua Unión Soviética.
Sin embargo, con un mayor porcentaje de bajas, EE.UU. y los países constituyentes de la coalición aguantaron el doble de tiempo en zona de operaciones que la Unión Soviética.
La gráfica muestra la evolución del tanto por ciento de muertos y heridos de la coalición en función del número de tropas en el terreno en Afganistán. En la imagen puede apreciarse también con claridad el efecto acción-reacción. Se produjeron más bajas cuando más tropas había sobre el terreno.
Durante el periodo de 2001 a 2008, el número de bajas de personal de la coalición por número de personal total en el terreno permanece por encima de 0.6% (el valor de referencia del conflicto Unión Soviética-Afganistán) y va aumentando de manera constante hasta cuatro veces su valor inicial debido, entre otros factores, a que la coalición empieza a operar fuera de Kabul y al incremento de tropas sobre el terreno.
De 2009 a 2013, se produce el mayor nivel de violencia en el conflicto. El año 2009 coincide con el anuncio de la reducción de tropas en Iraq,43 y el periodo con el máximo nivel de tropas de combate en Afganistán.
Entre 2014 y 2018, el número de tropas se reduce y lo mismo hace el número de bajas, tendiendo ambos a mostrar una ratio más o menos constante.
Entonces, ¿cuál es la lección identificada hasta el momento? Debido a que la insurgencia y el extremismo violento son un fenómeno contestatario, cuanta más fuerza se envíe al teatro de operaciones para ejecutar acciones ofensivas, es muy probable que se produzcan más bajas y no necesariamente mejorará el problema de la violencia directa. En otras palabras, los objetivos establecidos no se alcanzan necesariamente cuanta más fuerza se proyecta al teatro de operaciones.
Quedan abiertas otras líneas de investigación para completar el estudio presente y los de Linke et al. y Kurzman y Hasnain,44 con objeto de validar o refutar la relación entre el número de tropas y el número de bajas. Así mismo, queda abierta una línea de investigación con objeto de estudiar en profundidad el indicador del porcentaje de bajas en función del número de tropas en el terreno, como métrica para valorar a nivel meso el desempeño de la campaña. Por último, queda abierta una línea de investigación para incorporar esta relación a modelos predictivos complejos que sigan dinámicas de sistemas adaptativos e interactivamente complejos no lineales.
Conclusiones
El resultado de este estudio señala el precio que se ha pagado por tomar decisiones sin conocer adecuadamente las dinámicas que rigen el problema y apunta a que muchos de los responsables de tomar decisiones de los países desarrollados no han terminado de entender lo que algunos expertos en la materia ya vislumbraban a principios de la década de 2000 y que Jenkins45 resumió magistralmente en dos frases:
Los enemigos a los que nos enfrentamos han cambiado en esencia; los patrones de los conflictos armados también han cambiado profundamente.46
Como se ha visto en el fracaso de la campaña de Afganistán, emprender políticas que responden a dinámicas de sistemas complejos no lineales, sin la preparación adecuada, llevará en la mayor parte de las situaciones a pagar altos precios y a resultados poco deseables; sólo en una minoría de los casos se tendrá éxito y será, por lo tanto, fruto del azar.
El estudio cuantitativo corrobora a nivel meso una de las paradojas de la insurgencia: “A veces, cuanta más fuerza se aplica, menos efectos se consiguen”. Además, el estudio corrobora que, en la lucha contra la insurgencia y las organizaciones violentas extremistas, la acción directa per se no es necesariamente la manera más eficiente para derrotar a una organización violenta extremista.
El origen del problema de este estudio se encuentra en una confluencia de factores que Occidente ha identificado, pero que todavía no ha logrado resolver. Los conflictos han cambiado de forma esencial y los contendientes también. Estos cambios modifican sustancialmente dos importantes dinámicas que rigen los conflictos: el principio de acción-reacción, y el principio de concentración de fuerzas. Estos aspectos hacen necesario realizar cambios adaptativos a las maneras de afrontar la lucha contra la guerra irregular, ampliando los espacios de batalla de los tradicionales tierra, mar y aire a otros dominios donde puedan trabajarse las causas profundas del mismo, la violencia estructural y cultural.
En este entorno volátil, cambiante, incierto y ambiguo, el papel de la inteligencia es un factor determinante para identificar el lugar y momento de aplicación de la fuerza y para proporcionar la información oportuna con el objeto de mantener un tempo de operaciones exitosas superior al del adversario, así como un sistema ágil de lecciones aprendidas que permita adaptarse al cambio del adversario antes de que éste haga irrelevantes las TTP propias. Los resultados de este estudio posibilitan el desarrollo de modelos predictivos y métricas adecuadas que permitirán verificar si en un teatro se avanza hacia la situación final deseada en la lucha contra el extremismo violento.
Los aspectos mencionados ut supra deben mantenerse en el tiempo, pues la lucha contrainsurgente o contra la radicalización violenta es un proceso que sólo cesa cuando se erradica al contendiente o se resuelve el problema que crea el conflicto.
Como fruto de la teoría de juegos, aparece una solución alternativa a la resolución eficiente e inteligente del problema y es aplicar una cantidad de fuerza tal, que se logre la derrota completa de la organización violenta extremista en un corto periodo de tiempo. Sin embargo, lo anterior es, hoy por hoy, poco probable conseguirlo.
Para finalizar, es importante reseñar que lo descubierto en este estudio no es aplicable de forma directa a todos los conflictos violentos. Cada conflicto debe ser estudiado con sus circunstancias. A nivel macro (región) y meso (teatro de operaciones) la probabilidad de que suceda lo aprendido en este estudio es alta; a nivel micro (local), lo descubierto en el estudio está sujeto a otros factores intervinientes y debe ser ponderado en conjunto con éstos.
El arte y la ciencia de enmarcar el problema, conocer las dinámicas que lo rigen, visualizar la solución y establecer un plan para alcanzar la situación final deseada, preparar y disponer de los medios necesarios para llevar a cabo ese plan, emplear los medios concentrando la fuerza de manera inteligente en el momento y lugar oportuno, realizar las acciones contra los adversarios con un ritmo mayor a su capacidad de recuperación y emplear métricas para valorar si con las acciones propias nos estamos aproximando y no nos desviamos de la situación final deseada es el verdadero secreto, y es también la clave del éxito para hacer frente a una insurgencia u organización violenta.