Introducción
Las elecciones generales de 2021 se celebraron en un ambiente político polarizado y lo que ocurrió entonces en la capital del país resulta crucial para entender este fenómeno en México. El 6 de junio se renovaron 15 gubernaturas, 30 congresos locales y 1925 ayuntamientos, además de las 500 diputaciones federales. Fueron estos últimos comicios los que focalizaron inicialmente la atención de los medios nacionales, tanto por la importancia de la renovación de la Cámara de Diputados a tres años de la alternancia presidencial, como por la complejidad de las candidaturas variopintas que contendieron por 20 000 cargos locales. Pese a que el presidente López Obrador no se encontraba en las boletas, la narrativa se centró en su figura y popularidad, en el desempeño de su gobierno y proyecto de la cuarta transformación (4T), por lo que el conjunto de estos comicios se interpretó como una suerte de elección plebiscitaria.2
Los resultados electorales, no obstante, confirmaron la pluralidad y la fragmentación de los comportamientos políticos. Si bien las coaliciones oficialistas parciales -formadas por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) bajo la sigla Juntos Hacemos Historia (JHH)- tuvieron éxito en once gubernaturas, el partido del presidente tan sólo ganó la mayoría absoluta de los escaños en siete congresos locales, obteniendo apenas 30.9% del voto emitido en las legislativas y 26.4% en las municipales.
El sufragio también se dispersó en las elecciones para diputados federales. Morena captó 34% del voto emitido y ganó 39.6% de los escaños ante una oposición fragmentada: con 18.2% y 17.7% el PAN y el PRI se disputaron el segundo lugar, seguidos de Movimiento Ciudadano (MC, 7%), el PVEM (5.4%), el Partido de la Revolución Democrática (PRD, 3.6%), el PT (3.2%) y tres partidos más que perdieron su registro al no alcanzar el umbral legal (3%). Lejos de dividirse en dos polos opuestos, el voto se fraccionó entre diez partidos de peso y relevancia variables, según su presencia territorial desigual.3
En este contexto complejo de patente diversidad, la geografía dicotómica de las elecciones municipales en la Ciudad de México (CDMX) cautivó a los medios de comunicación. Tras el cierre de las urnas, el mapa de los resultados preliminares de las 16 alcaldías difundido por el Instituto Electoral se hizo viral: siete de ellas las ganaron la coalición oficialista; las nueve restantes, la oposición -ocho mediante alianzas PAN-PRI-PRD y una más (la Benito Juárez) por el PAN-. Lo más impactante fue su ubicación: todas las victorias opositoras se situaron juntas en el oeste, mientras que las oficialistas se aglutinaron en el oriente. Al parecer, la urbe se había dividido en dos polos territorialmente opuestos.
El carácter binario de este mapa de color azul-guinda alimentó las narrativas de la polarización en las cámaras de eco virtuales de las redes sociales e hizo pasar a segundo plano la pluralidad de los demás resultados. Los medios magnificaron la división de la capital y la opinión pública se abocó a comentar una correlación que parecía determinante: las alcaldías conquistadas por la oposición se correspondían con las demarcaciones más prósperas, mientras que las ganadas por Morena y el PT eran las más marginadas. Esta asociación explicaba intuitivamente lo ocurrido: las clases medias y acomodadas -desencantadas con el proyecto oficialista- habían ejercido un voto de sanción en contra del presidente, mientras que las clases bajas y populares -beneficiarias de los programas sociales y sujetas al clientelismo- habían votado para conservar los subsidios del partido en el poder.4
Se impuso así la percepción de que la capital estaba partida en dos, como lo estuvo Berlín durante la Guerra Fría. El discurso de la polarización adoptado por las elites partidistas -azuzado desde la presidencia y retroalimentado por el encono de la oposición- había cristalizado en el sufragio ciudadano, en unos comicios más simbólicos que decisivos. Los simpatizantes opositores celebraron lo que consideraron como un triunfo, a pesar de que Morena seguía siendo el partido más votado en la ciudad y en el país, constituyendo la primera minoría en el Congreso local y en la Cámara de Diputados. El oficialismo, a su vez, robustecido por su consolidación territorial y por sus victorias en las gubernaturas, concedió tácitamente sus derrotas municipales y legislativas al denunciar una “traición de las clases medias”.5
El mapa de las coaliciones que ganaron las alcaldías de la CDMX en 2021 resulta enigmático: como lo muestra esta investigación, éste capta facetas importantes de un complejo proceso de polarización socioterritorial del voto, con raíces añejas que se remontan al menos hasta 1997 y se arraigan en divisiones socioculturales más profundas. Empero, la política capitalina no puede reducirse a tal dimensión. Como también lo reveló el mapa del voto legislativo el mismo día, el comportamiento de los mismos electores puso de manifiesto la pluralidad de una megalópolis eminentemente diversa y policéntrica, fragmentada en diez fuerzas partidistas.
De ahí el interés de profundizar en el estudio de este caso enigmático, desde una perspectiva histórica y comparada. ¿Por qué, si las 16 alcaldías se dividieron en dos polos territoriales opuestos, el voto legislativo fue tan plural, fragmentado y disperso? ¿Qué tan polarizada está la CDMX electoralmente? ¿Cómo se compone la polarización del voto geográficamente, cuán profunda es y cuán arraigada está en el tiempo? ¿Se vincula ésta con otras divisiones sociales derivadas de los procesos de migración y urbanización, de desarrollo sociocultural y humano? ¿Refleja la capital la situación política nacional, o se trata de un caso singular y excepcional con respecto a lo que sucede en el resto de la federación?
A continuación, revisamos la literatura relevante para enmarcar y delimitar nuestro caso, así como para precisar qué entendemos y cómo medimos lo que conceptualizamos como “polarización socioterritorial del voto”. Luego, indagamos en las dimensiones geográficas y sociodemográficas de los comportamientos electorales para esclarecer el proceso de polarización socioterritorial del voto capitalino: analizamos la presencia de los distintos partidos en la escala de las secciones electorales; elaboramos indicadores sintéticos de la extensión territorial de la polarización entre las principales fuerzas contendientes y exploramos cómo ésta se vincula con otras variables socioculturales, con énfasis en la escolaridad; construimos 39 gráficas y 21 mapas sintéticos para ilustrar la composición, la distribución espacial y la evolución temporal de la polarización socioterritorial del voto capitalino, y situamos la especificidad de la CDMX en el contexto nacional.
I. La polarización política de la CDMX en perspectiva comparada
La división electoral de la capital en 2021 -el caso más sonado de polarización socioterritorial del voto desde las presidenciales de 2006-6, resulta crucial para estudiar este fenómeno en el México contemporáneo. En años recientes, la polarización se ha vuelto central en el análisis político, ya que afecta a un número creciente de países y se asocia con el deterioro de la democracia en el mundo.7 De ahí la relevancia de este caso crucial y enigmático para reflexionar sobre la definición y la medición del concepto, considerando particularmente sus dimensiones socioterritoriales.
Una polarización política omnipresente, difusa y debatida
Ante todo, cabe reflexionar sobre lo que se entiende en concreto por “polarización política”. Pese al carácter omnipresente e intuitivo del concepto, veremos ahora que no existe un consenso sobre su definición en la literatura académica, mucho menos sobre sus causas y consecuencias para la democracia. Los expertos también divergen sobre sus dimensiones empíricas más relevantes y sobre las formas de medirlas. La polarización es un término polisémico, con significados múltiples que compiten entre sí, dependiendo del enfoque, del referente empírico y del contexto de su utilización.8
El concepto se desarrolló primero en la física, para describir cómo la luz u otras radiaciones electromagnéticas se restringían o segmentaban, por ejemplo, al atravesar prismas polarizadores: éste es el primer sentido que le otorga el diccionario de la Real Academia Española, que también define el verbo “polarizar” como “orientar en dos direcciones con tra pues tas”.9 A su vez, el diccionario de Cambridge define la “polarización” como “el acto de dividir algo, especialmente algo que contenga diferentes personas u opiniones, en dos grupos completamente opuestos: la polarización de la sociedad en ricos y pobres puede ser vista claramente en las áreas urbanas”.10 En efecto, en las ciencias sociales el término se usa con frecuencia para designar diversas desigualdades estructurales de tipo demográfico, geográfico o socioeconómico (por ejemplo: la “polarización social” entre clases sociales).
En la ciencia política también se utilizan definiciones diversas, con conceptualizaciones distintas según el enfoque teórico y los datos usados para la medición.11 La literatura define la polarización desde perspectivas contrastantes como: “un proceso de simplificación de la política hacia una división binaria […] en el que […] la gente percibe y describe cada vez más la política y la sociedad en términos de ‘Nosotros’ contra ‘Ellos’ ”;12 un proceso de creciente diferenciación ideológica hacia los extremos, en detrimento del centro;13 un rechazo afectivo resultado de “la tendencia de los militantes ordinarios al desagrado y la desconfianza de los militantes de otro partido”,14 o una distribución bimodal producto del distanciamiento de posturas contrapuestas.15
Por ende, cabe distinguir entre distintos tipos de polarización. Éstos pueden observarse a través de datos individuales de encuestas y abarcar diferencias personales en identificaciones ideológicas y partidistas (autoubicación y percepción de los partidos en un eje “liberal-conservador” o “izquierda-derecha”); en sentimientos afectivos (cercanía/rechazo guiado por actitudes emocionales); o en evaluaciones cognitivas y racionales (aprobación presidencial, desempeño gubernamental, etcétera).16 Asimismo, el análisis puede basarse en datos agregados y enfocarse en identidades colectivas, grupales o socioterritoriales, relacionadas con la geografía humana, con otras divisiones y clivajes políticos, sociales y culturales: de carácter urbano/rural, regional/local, centro/periferia, Estado/Iglesia, religioso, étnico o cultural.17
Desde una perspectiva teórica, la discusión se centra en las causas de las distintas modalidades de la polarización y en sus efectos sobre la gobernanza democrática. En un sistema político plural, la polarización de los partidos resulta inevitable y hasta cierto punto deseable, ya que permite organizar el espacio electoral. La competencia entre ofertas políticas claramente diferenciadas, con ideas programáticas distintas y contrapuestas, es un componente fundamental de toda democracia.18 A diferencia del autoritarismo, que busca suprimir los conflictos que se producen en una sociedad diversa, las elecciones libres y competitivas -“con opciones” efectivas- permiten procesar y encauzar los antagonismos por vías pacíficas e institucionales.19 La polarización se asocia así con el pluralismo político y es utilizada estratégicamente por las elites para responder a las expectativas contradictorias de los electores, promover agendas y contrastar propuestas divergentes. Sin embargo, no todos los tipos y niveles de polarización resultan propicios para la democracia.
En la actualidad, el concepto y el debate teórico están fuertemente marcados por la experiencia política estadounidense, ampliamente analizada por una creciente literatura que se remonta a la década de 1950. Curiosamente, en aquel entonces el diagnóstico recurrente de los politólogos americanistas señalaba un déficit de polarización, ya que los partidos demócrata y republicano no estaban suficientemente diferenciados.20 Esta situación se ha invertido. Desde los noventa, se advierte un aumento continuo en la división entre las elites partidistas, resultado de un realineamiento ideológico profundo. Las coaliciones bipartidistas pragmáticas y heterogéneas de la posguerra se han dividido en dos bloques cada vez más diferenciados y coherentes. Crecientemente distanciados entre sí, los republicanos se han vuelto más conservadores mientras que los demócratas son cada vez más liberales.21
Más recientemente, las elecciones de Barack Obama en 2008 y de Donald Trump en 2016, el asalto al Capitolio en 2021 y el éxito de figuras divisivas en Venezuela, Bolivia, Ecuador, Brasil, Turquía, Hungría y Polonia, suscitaron investigaciones con enfoques e hipótesis contrastantes.22 Ahora, un número creciente de autores advierte sobre el carácter corrosivo de la polarización para las instituciones liberales. Al reducir los espacios comunes de convivencia y deliberación, partidos crecientemente diferenciados con niveles sostenidos de confrontación rompen acuerdos básicos.
En muchos países, una hiperpolarización, excesiva y “perniciosa”, amenaza las reglas del juego democrático: cuestiona sus principios básicos y erosiona las prácticas de tolerancia, respeto y reconocimiento mutuo; impide la negociación y deriva en parálisis institucionales e, incluso, en la imposibilidad de formar gobiernos.23. Además, el uso recurrente de un discurso identitario que confronta y divide tajantemente entre un “ellos” y un “nosotros” cancela el intercambio de puntos de vista distintos.24 En suma, la polarización severa pone en peligro la democracia: su característica distintiva es la intolerancia y el rechazo del adversario, que socavan el pluralismo, la confianza en las instituciones liberales y su legitimidad como “el único juego en la ciudad”.25
La polarización socioterritorial del voto: retos para su medición
Aunado a la discusión teórica, el reto metodológico reside en cómo captar y cuantificar la polarización. En esta investigación nos centramos en una dimensión particular -territorial y sociodemográfica- de la polarización del voto, que conceptualizamos como la resultante de dos procesos: uno de creciente separación, concentración y segregación espacial de electorados con preferencias partidistas divergentes; y otro de creciente diferenciación, agrupamiento y distanciamiento de sus bases sociales respectivas. Como veremos, estas dos dimensiones socioterritoriales importan porque captan la extensión geográfica y la profundidad sociocultural de la polarización: ambas pueden contribuir a encapsular y a exacerbar las diferencias políticas de la ciudadanía, al reducir y segmentar los espacios comunes de convivencia e integración, interacción e intercambio cotidianos entre grupos y comunidades con orientaciones partidistas opuestas.
Cabe considerar tres cuestiones problemáticas para su medición, ampliamente debatidas en la literatura y relacionadas con lo siguiente: la unidad de observación y el tipo de datos analizados (individuales/agregados); el marco temporal de estudio (que puede ser puntual y sincrónico, o procesual y diacrónico); y su dimensión propiamente socioterritorial (que obliga a reflexionar sobre la geografía del voto y las implicaciones del nivel y de la escala de análisis).
Para empezar, la polarización puede estudiarse en distintos niveles sociológicos, con énfasis en las elites políticas o entre los electores y las “masas”. Ésta puede producirse y difundirse “desde arriba hacia abajo”, o tener raíces sociales y estructurales más profundas. También es posible que ambas dinámicas se retroalimenten y refuercen mutuamente, cuando las elites politizan estratégicamente cuestiones polarizadoras para dividir y movilizar a los votantes. Tanto en Estados Unidos (EE.UU.) como en el México actual, hay amplia evidencia de una elevada polarización “afectiva” e ideológica en el nivel de las elites partidistas, pero no está claro cuán profunda y arraigada está dicha polarización en la sociedad, en términos socioterritoriales.26
En segundo lugar, resulta difícil establecer cuáles son los niveles usuales y “normales” de polarización (que suelen propiciar el pluralismo), y a partir de qué umbrales éstos se vuelven excesivos o “perniciosos” (y ponen en peligro el juego democrático). Por ende, es imprescindible situar la evolución del fenómeno en el tiempo: una tendencia polarizadora se refleja en un incremento de las divisiones políticas, partidistas, ideológicas, socioculturales o geográficas, así como en un creciente agrupamiento, desplazamiento y alejamiento desde el centro hacia los polos opuestos. Empero, es debatible cuándo inicia o concluye dicho proceso dinámico. Con base en una crítica de la periodización histórica adoptada por los defensores de las tesis de la polarización, sus adversarios cuestionan así la idea de que ésta ha aumentado entre el público norteamericano en una perspectiva de larga duración.27
Entre las tesis más debatidas destacan las que se centran en las dimensiones geográficas de la polarización. En un libro influyente, Bill Bishop sostiene que la creciente segregación socioespacial de los electorados republicano y demócrata amenaza la cohesión social y la unidad política de EE.UU.: cada uno de ellos reside en territorios cada vez más diferenciados, poblados por individuos con creencias, estilos de vida, niveles de educación y patrones de consumo divergentes y similares entre sí. Divididos sobre el eje progresivo-conservador, ambos coexisten separados en “reductos de ciudadanos con opiniones afines que se han vuelvo tan endogámicos ideológicamente que ya no sabemos, no entendemos y apenas podemos concebir a ‘aquellas gentes’ que viven a pocos kilómetros de distancia”.28
Con todo y su éxito, esta tesis ha sido objeto de críticas acérrimas. Klinkner observó que, pese a un ligero incremento en la segregación política, la distribución del voto sigue siendo unimodal y no resulta atípica en perspectiva histórica.29 Glaeser y Ward señalaron que hay más heterogeneidad política de lo que reflejan los mapas a primera vista, que la segregación partidista de los condados no es nueva, no ha aumentado y puede rastrarse hasta la guerra civil.30 A su vez, Fiorina y Abrams también destacaron que el periodo 1950-1968 fue excepcional en una larga historia de mayor polarización, cuestionando la evidencia empírica y las explicaciones causales planteadas por Bishop.31 El debate sigue abierto: ¿revelan los mapas realmente una polarización geográfica creciente del electorado estadounidense o son éstos el resultado de cartografías sesgadas por la “falacia ecológica”?32
Basados en metodologías sofisticadas de análisis espacial que integran los “problemas de la unidad modificable de las áreas geográficas [MAUP, por sus siglas en inglés], los trabajos de Rodden, Darmofal y Strickler, Hopkins, Martin y Webster han escrutado y ampliado la evidencia que sustenta la tesis central de Bishop.33 En una síntesis reciente de la investigación empírica estadounidense, Darmofal y Strickler sostienen que la polarización geográfica entre condados demócratas y republicanos se incrementó efectivamente entre 1976 y 2016, y se asocia de forma creciente con niveles divergentes de educación; sin embargo, destacan que ello no se debe necesariamente a migraciones de motivación política, sino que también puede relacionarse con otros tipos de migraciones (por razones económicas, educativas, raciales, etcétera), con cambios en la composición sociodemográfica o con realineamientos partidistas de los condados rurales, urbanos y semiurbanos que forman las distintas regiones estadounidenses.34
Con un enfoque multinivel, Johnston y sus colaboradores también revisaron las hipótesis de Bishop, validando el incremento de la polarización geográfica pero cuestionando sus explicaciones causales: entre 1992 y 2016, la proporción de condados rurales con ventajas republicanas superiores a veinte puntos [“landslide counties”] se incrementó de 21.9% a 83.7%, mientras que en las grandes áreas metropolitanas las victorias “arrasadoras” de los demócratas se expandieron de 48.4% a 64.5% de ellos; esto no sólo es cierto en el nivel de los 3000 condados (cuyo peso demográfico divergente beneficia a los republicanos en las zonas rurales) sino que se confirma para los 173 526 precintos (que tienen una distribución demográfica equilibrada en las ciudades y el campo); los mecanismos de “autoselección residencial”, en cambio, requieren mayor investigación en distintos niveles y escalas de análisis.35
Nuestro estudio de caso de la polarización política en la CDMX parte de estos debates y se remonta a la primera elección de la Jefatura de Gobierno y abarca el periodo 1997-2021; se enfoca en el nivel metropolitano y considera tres escalas analíticas: sus 16 alcaldías, sus 33 distritos legislativos locales y sus 5527 secciones electorales.36 Nos centramos en una dimensión específica del fenómeno que denominamos polarización socioterritorial del voto. Este concepto integra las características espaciales (ubicación, segregación y concentración geográficas) y sociales (demográficas, económicas y socioculturales) de la polarización, definida como un doble proceso de creciente concentración espacial de electorados con preferencias partidistas divergentes y con características sociodemográficas diferenciadas, agrupados en polos socioterritoriales cada vez más distanciados y opuestos. En el siguiente apartado, recurrimos a dos indicadores complementarios para cuantificar la evolución temporal, tanto de la extensión geográfica como de la profundidad del arraigo social de la polarización del voto.
Este concepto se relaciona con los clivajes teorizados por Lipset y Rokkan en 1967, debatidos por una amplia y creciente literatura hasta la actualidad. Se inspira en la intuición original y en la tesis central de estos autores, que establece víncu los complejos entre las divisiones sociales y políticas en perspectivas sociohistóricas de larga duración.37 Nuestro concepto tiene un alcance más modesto y limitado: se centra en la dimensión espacial de los microprocesos de polarización socioterritorial del voto; su carácter eminentemente dinámico y contingente contrasta con la estabilidad y la durabilidad de los clivajes funcionales que estructuraron los sistemas de partidos europeos durante largas décadas, como resultado de conflictos constitutivos, de “coyunturas críticas” [“critical junctures”] y de procesos históricos que surgieron durante la formación de los Estados nacionales en el Viejo Continente.
La especificidad de la CDMX en perspectiva comparada e histórica
El caso estadounidense ha sido la referencia central para teorizar la polarización, pero tiene peculiaridades importantes: una historia política estructuralmente bipolar, marcada por una guerra civil y organizada en torno a un sistema electoral mayoritario puro, con dos partidos antagónicos cada vez más coherentes y diferenciados, cohesionados y distantes en términos políticos e ideológicos, programáticos e identitarios, psicológicos y demográficos, socioculturales y territoriales. México comparte ahora algunos rasgos de esta polarización, sobre todo en el estilo del gobierno, en el discurso de las elites y en las narrativas de los medios y las redes sociales, que proyectan la imagen de un país dividido en dos campos antagónicos e irreconciliables.38
Sin embargo, la política mexicana tiene especificidades relevantes: un largo pasado autoritario de hiperpresidencialismo; un proceso incompleto de democratización, con instituciones débiles y vínculos frágiles de representación política; un fuerte legado corporativo y clientelar de un partido hegemónico con una ideología “nacionalista revolucionaria” centrista, que siempre privilegió la cooptación de la oposición; una clase política pragmática y abierta, que logró construir “consensos” amplios y coaliciones fluidas de gobierno con los distintos sectores organizados de la sociedad, impidiendo que surgiera una división bipartidista; un sistema electoral mixto que propicia el multipartidismo al combinar, desde 1977, escaños de mayoría relativa y representación proporcional; un prolongado proceso de erosión del bloque central y una creciente fragmentación del sistema de partidos, con un incremento continuo del número de fuerzas, y una reconfiguración periódica de alianzas coyunturales y heterogéneas que difuminan las diferencias programáticas e ideológicas.39
En suma, ni en la época dorada del partido hegemónico ni en su momento multipartidista actual, el sistema político mexicano se estructuró mediante una división bipolar estable, sino que giró en torno a coaliciones volátiles y pragmáticas de gobierno, con una lógica autoritaria pero incluyente, centrípeta y clientelar. La CDMX ocupa una posición neurálgica en este sistema: es el centro político, económico y cultural de la nación. Con más de 9.2 millones de residentes, su área inmediata de influencia se extiende a 22 millones de habitantes y la transforma en una de las megalópolis más pobladas del mundo.40 Su peso económico equivale al 14.6% del PIB nacional y su territorio eminentemente urbano concentra 21.1% de las actividades terciarias del país.41 Su influencia cultural también se refleja en la educación: las mejores universidades tienen sus campus principales en la capital, sin hablar de la proporción de bibliotecas, librerías y museos que se concentran en ella.
Al ser la sede de los poderes federales, la CDMX también alberga a las elites y a quienes toman las decisiones importantes: presidentes y directores de empresas, senadores y diputados, ministros y altos funcionarios de la administración pública, periodistas, comentaristas, analistas, académicos e intelectuales que intervienen como líderes de opinión en los medios y forjan la agenda nacional. Aquí se concentran los “ciudadanos críticos” que integran el “público comprometido”: el segmento más activo, informado y participativo del electorado, que sigue la actualidad por convicción y consume noticias con regularidad, expresa sus opiniones políticas de forma vociferante, comparte plataformas, redes sociales y espacios comunes para organizarse, manifestarse y hacer oír sus voces, se reúne y se moviliza para incidir en las cuestiones de interés público.42 Lo que sucede en la capital importa y está sobredimensionado por la opinión pública, opacando lo que sucede en el resto del país.
Dentro del área metropolitana, la calidad de vida también varía de forma drástica: mientras que las alcaldías Benito Juárez y Miguel Hidalgo cuentan con índices de desarrollo humano comparables a los de países de Europa, Xochimilco y Milpa Alta tienen colonias con niveles de pobreza equiparables a los de África.43 Estas desigualdades brutales se concentran geográficamente y se vinculan con las preferencias políticas de la población, inmersa en realidades opuestas y segmentada en territorios con condiciones e identidades que refuerzan los referentes comunes que los unen y los separan de los otros. Se trata, por ende, de una caja de resonancia muy propicia a la polarización.
II. ¿Cuán polarizada está la CDMX?
Analicemos ahora los datos disponibles para verificar si la tesis de la polarización socioterritorial del voto se sustenta empíricamente. Los resultados seccionales de las elecciones municipales de 2021 revelan efectivamente una ciudad partida en términos geográficos y políticos, sociales y culturales: las 16 alcaldías se dividieron entre dos coaliciones partidistas con bases socioterritoriales distintas, espacialmente diferenciadas en torno a dos polos opuestos. No obstante, esta división dicotómica se disipa cuando se analiza al conjunto de partidos contendientes en las legislativas concomitantes y se incluye a los abstencionistas. Aparece entonces una megalópolis diversa y policéntrica, con un marcado y creciente pluralismo político-electoral.
Las municipales de 2021: una ciudad dividida y polarizada
Observemos el mapa bipolar de las alcaldías difundido por La-Lista.com, construido con los resultados preliminares por el mismo organismo electoral, que fue ampliamente publicitado en los medios y se hizo viral en redes sociales. La alianza Vamos por México (VxM) ganó la mitad de ellas, situadas todas en el oeste: Azcapotzalco, Álvaro Obregón, Cuauhtémoc, Coyoacán, Cuajimalpa, Magdalena Contreras, Miguel Hidalgo y Tlalpan; además, el PAN arrasó en la Benito Juárez, en solitario. La coalición Juntos Hacemos Historia (JHH) triunfó, en cambio, en las siete alcaldías del oriente: Gustavo A. Madero, Milpa Alta, Iztacalco, Tláhuac, Venustiano Carranza, Xochimilco y, por supuesto, Iztapalapa.
La contienda por muchos de estos ayuntamientos fue reñida. Fuera de los bastiones de cada coalición (Iztapalapa para Morena, Benito Juárez, Álvaro Obregón y Cuajimalpa para VxM) -donde los márgenes de victoria superaron los veinte puntos porcentuales- se vivieron intensas disputas -con distancias inferiores a seis puntos en cinco de ellas-. Por ende, muchas de estas coaliciones resultaron decisivas: ni el PRI ni el PAN obtuvieron suficientes votos para vencer solos en Azcapotzalco, Coyoacán, Magdalena Contreras, Tlalpan y Cuauh té moc; perdieron, de hecho, Iztacalco, que hubieran conquistado en alianza; tampoco es probable que Morena hubiera ganado en Xochimilco sin el apoyo del PT.
Para afinar el análisis, los mapas 2 y 3 representan las diferencias porcentuales de votos entre ambas coaliciones ( JHH - VxM), así como entre Morena y el PAN, en la escala de las 5527 secciones electorales: las diferencias positivas (en color amarillo, anaranjado y rojo) corresponden a márgenes de victoria crecientes en beneficio de las fuerzas oficialistas, mientras que las negativas (en graduaciones de celeste y azul) corresponden a victorias del principal partido o del bloque opositor.
Fuente: elaboración propia con Philcarto (http://philcarto.free.fr/), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/). Nota: Los mapas representan los márgenes de victoria en las 5527 secciones electorales, es decir las diferencias aritméticas entre los porcentajes de votos de la coalición Juntos Hacemos Historia (Morena-PT) y la alianza Vamos por México (PAN-PRI-PRD), así como entre Morena y el PAN. En textura de rayas se resaltan las zonas donde la oposición obtuvo los triunfos más holgados (con más de 20 puntos porcentuales de diferencia), mientras que en las zonas en grises el oficialismo arrasó con la misma ventaja. Los colores gris medio y gris oscuro con rayas señalan los sitios donde los márgenes de victoria superaron los 10 puntos y en gris claro y gris claro rayado donde la competencia fue más cerrada. Ambos mapas rompen con el carácter dicotómico este-oeste del mapa de las alcaldías, e indican patrones policéntricos de polarización.
Ambos mapas reflejan una clara diferenciación espacial y una distancia creciente entre ambas fuerzas, que se organiza en torno a dos polos situados en la Alcaldía Benito Juárez (donde arrasa el PAN) y en el oriente de Iztapalapa (donde el oficialismo triunfa con márgenes superiores a veinte puntos). Estas alcaldías han sido gobernadas durante décadas por los mismos grupos de poder, y siguen fungiendo como los núcleos de dos proyectos políticos diametralmente opuestos: en efecto, sus alcaldes respectivos fueron nominados como los candidatos de las dos grandes coaliciones que se formaron para competir por la Jefatura del Gobierno de la ciudad en 2024.
Bajo el liderazgo de Santiago Taboada, Acción Nacional llevó a su punto más alto el dominio que mantiene este partido sobre la Benito Juárez desde el 2000. En los primeros 18 años, sus candidatos a delegados ganaron con una media del 45% del voto y 16 puntos de ventaja. En 2021, Taboada fue reelecto sin alianza, con una votación del 68% y un margen de 47.9 puntos porcentuales -el mejor resultado jamás obtenido por su partido en esa demarcación-. Clara Brugada, a su vez, llegó al gobierno de Iztapalapa por vez primera en 2009, tras la elección y renuncia del polémico Rafael Acosta (mejor conocido como “Juanito”). Pero la demarcación ha sido gobernada continuamente por la izquierda desde que ésta se asentó en el poder en 1997: primero bajo las siglas del PRD y luego de Morena. Brugada fue electa de nuevo con 48.2% del voto en 2018, por Morena, y reelecta en 2021 por JHH, con un triunfo arrollador del 57.8% (28.2 puntos por encima del segundo competidor).
Asimismo, la polarización del voto se extiende a las alcaldías circundantes y se verifica tanto para las coaliciones como para los dos principales partidos contendientes. Como veremos ahora, ésta se explica por la concentración geográfica del PAN y de Morena, cuyos patrones se asocian estrechamente con otros clivajes sociodemográficos y, en particular, con la escolaridad.
Cuantificar la extensión y el arraigo socioterritorial de la polarización
La intensidad de la polarización socioterritorial del voto puede cuantificarse mediante dos índices complementarios que captan la extensión geográfica de las divisiones partidistas y la profundidad de su arraigo social. Las divisiones partidistas se sintetizan mediante el margen de victoria de las dos principales fuerzas contendientes en las 5527 secciones que integran la geografía electoral de la ciudad, considerando tanto las diferencias aritméticas entre las coaliciones (JHH-VxM) como entre los partidos (Morena-PAN).
Para medir la extensión territorial de la polarización, recurrimos al índice global de Moran y al coeficiente de determinación que se deriva del mismo (“I²”): éste establece el nivel general de la autocorrelación espacial de una variable, al identificar cuántas unidades comparten valores consistentemente elevados (o bajos) con las unidades vecinas, aglutinándose en clusters denominados hot spots y cold spots.44 Como se observa en los mapas 4 y 5, en las municipales de 2021 JHH/Morena obtuvieron amplios márgenes de victoria en las 1257/1359 secciones electorales en color blanco, mientras que VxM/PAN ganaron con ventajas amplias en las 1153/1114 secciones en gris medio. Lejos de distribuirse de forma aleatoria, ambos tipos de unidades se agruparon geográficamente, en contraste con las 34/28 secciones con relaciones divergentes (porcentajes altos-bajos o bajos-altos) y con las 3090/3033 secciones sin relaciones estadísticamente significativas (en gris claro). En suma, la polarización territorial del voto caracterizó a 2410/2459 secciones (44.7%/ 45.5% del total) y se reflejó en índices de Moran de +0.841/ +0.865, mediante elevados coeficientes de determinación (I² = 70.7%/74.8%) entre los valores de cada sección y los promedios de sus secciones vecinas.
Fuente: elaboración propia con Geoda (https://geodacenter.github.io/download.html), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
Más interesante aún: en 2021, la polarización territorial del voto capitalino estuvo arraigada profundamente en términos socioculturales y se vinculó estrechamente con las desigualdades en de desarrollo humano. La competición partidista se arraigó en divisiones más profundas que estructuran la sociedad capitalina. El cuadro 1 sintetiza las correlaciones con distintas variables sociodemográficas que contribuyen a explicar la polarización política. Entre ellas, destaca la educación, que se relaciona fuertemente con el voto de Morena y del PAN, además de asociarse con los indicadores de urbanización, acceso a servicios materiales, de salud y comunicaciones.
Correlación de Pearson (nivel secciones electorales) | %Participación | %Morena % | %PAN | %PRI | %PRD | %PT | %PVEM | %MC | %Morena - PAN | % Morena-PT - PAN-PRI-PRD | Grado promedio de escolaridad |
Índice de urbanización | .769** | -.811** | .870** | .086** | -.338** | -.454** | -.453** | -.081** | * -.867** | -.846** | .934** |
Servicios Básicos | .187** | -.072** | .044** | .113** | 0.025 | -.032* | -0.025 | -.160** | -.058** | -.082** | .142** |
IMSS | .330** | -.206** | .225** | 0.022 | -.066** | -.188** | -.112** | -.103** | -.222** | -.223** | .340** |
ISSSTE | .310** | -.186** | .118** | .233** | -.100** | -.057** | -.076** | .096** | -.152** | -.180** | 362** |
Acceso a comunicaciones | .793** | * -.785** | .817** | .119** | -.323** | -.416** | -.397** | -.088** | -.825** | -.811** | 874** |
Grado promedio de escolaridad | .792** | -.820** | .882** | .086** | -.360** | -.454** | -.457** | -.077** | * -.878** | -.854** | 1.000 |
Fuente: elaboración propia.
A falta de un índice de desarrollo humano oficial para las secciones electorales, en este trabajo tomamos el promedio seccional de escolaridad como un proxy intuitivo del desarrollo sociocultural de nuestras unidades de análisis.45 Como se observa, las correlaciones más fuertes y contundentes se registran con los porcentajes de votos del PAN (que se relacionan positivamente con las distintas dimensiones del desarrollo) y con los porcentajes de votos de Morena (que tienen un perfil sociodemográfico inverso), así como con los márgenes de victoria entre ambos (ver cuadro 1).
Las gráficas 1 y 2 ilustran la profundidad del arraigo socioterritorial del voto capitalino, mediante regresiones entre los niveles de escolaridad (reportados sobre el eje horizontal x) y los márgenes de victoria entre Morena/JHH vs PAN/VxM (reportados sobre el eje vertical y): en las secciones electorales con márgenes mayores a cero (representadas por los puntos situados por encima de la línea horizontal) gana Morena/JHH, y viceversa. Usamos regresiones locales y curvas LOWESS (suavizadas mediante un ancho de banda α = 50%) para captar la existencia eventual de relaciones no lineales: como veremos, los perfiles socioterritoriales de algunos partidos se visualizan mejor así, ya que éstos pueden tener múltiples formas (por ejemplo, la de una “U” invertida, como en el caso del PRI). El coeficiente de determinación (“R²”) mide la fuerza de la relación (la proporción de la varianza que capta la curva de regresión LOWESS) y proporciona un buen indicador de la profundidad del arraigo socioterritorial del voto. Para facilitar la interpretación de las siguientes 12 gráficas, coloreamos las secciones por quintiles, según su nivel creciente de escolaridad (reportado sobre el eje horizontal x).
Fuente: elaboración propia con Philcarto (http://philcarto.free.fr/), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
Como se observa, JHH/Morena arrasan en el quintil más bajo, mientras que las secciones con mayor educación son eminentemente panistas/VxM. En este caso, las relaciones son prácticamente lineales (los coeficientes de determinación de las regresiones locales son cuasi idénticos a los de las regresiones lineales) y las R² son más elevadas para las diferencias entre partidos (79%) que entre coaliciones (74%). Esto se debe a la composición de estas últimas, integradas por partidos con perfiles socioterritoriales distintos. Para captar la contribución de cada fuerza, las siguientes gráficas desagregan los perfiles de escolaridad partido por partido.
Fuente: elaboración propia con Philcarto (http://philcarto.free.fr/), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/). Las gráficas representan la relación entre el grado promedio de escolaridad (reportado sobre el eje horizontal) y los porcentajes de los distintos partidos en cada sección electoral (reportados sobre los ejes verticales), mediante curvas de regresión LOWESS. Para facilitar la lectura, las secciones se agrupan y colorean por quintiles, partiendo de los niveles más bajos de escolaridad (a la izquierda, gris medio) hacia los más elevados (a la derecha, gris oscuro). La distribución geográfica de los quintiles puede observarse en el mapa central, que representa los promedios seccionales de escolaridad.
La relación más contundente se verifica entre los votantes del PAN (R² = 80%) y, en menor medida, de Morena (R² = 68%). Ambos tienen perfiles diametralmente opuestos: obtienen sus mejores resultados, ya sea en el quintil más alto de escolaridad (en el caso del blanquiazul), o en el quintil más bajo de escolaridad (en el caso del partido guinda). El PT y el PRD, a su vez, cuentan con mayor presencia en los quintiles más bajos, mientras que el PRI moviliza un poco más en el quintil medio alto (lo que se refleja en una curva de regresión LOWESS en forma de “U” invertida). No obstante, lo que predomina en estos tres casos es la dispersión, que se refleja en la debilidad de sus coeficientes respectivos de determinación (inferiores a 21%). Es esta fuerte heterogeneidad de los electorados priistas, perredistas y petistas la que, al agregarse, debilita los coeficientes respectivos de ambas coaliciones.
Otro elemento importante se deriva del análisis de la participación electoral: sus niveles se sitúan alrededor de 35% en las secciones con menor escolaridad, pero pueden rebasar 70% en aquellas con mayor educación. Como se observa en las gráficas 8-10, los principales bastiones de Morena se ubican en las primeras y éstas también concentran el mayor abstencionismo (en ellas sólo participa entre 15% y 30% de los inscritos). El PAN, en cambio, se concentra en las secciones más participativas (que movilizan hasta 70% de la población en edad de votar).
La polarización del voto se explica así por los perfiles inversos de Morena y del PAN, situados en dos extremos dia metralmente opuestos. Son, sobre todo, los electorados muy participativos del PAN los que más se concentran geográficamente en las secciones con los mayores niveles de escolaridad, en contraste con los electorados más dispersos de Morena, situados en zonas con menor participación y escolaridad, donde la debilidad de otros partidos se traduce en su predominio relativo. En efecto, la mayor capacidad de movilización estructural del oficialismo se encuentra en los quintiles medio y medio-bajo de escolaridad. Ello le confiere más heterogeneidad al partido guinda, cuyos electorados residen en entornos más diversos, dispersos y abstencionistas que sus contrapartes panistas.
Como lo sugiere el mapa viral de las alcaldías en 2021, la CDMX está efectivamente dividida en dos segmentos, concentrados en torno a polos antagónicos que movilizan a dos públicos “comprometidos” e inmersos en una dinámica más amplia de polarización geográfica y sociocultural, que desborda el ámbito meramente electoral. ¿Cuán arraigada está dicha polarización, en términos históricos?
Las raíces históricas de la polarización socioterritorial del voto (1997-2021)
¿Hasta qué punto la intensidad de esta polarización observada en 2021 fue excepcional y qué tanto refleja un proceso añejo con raíces más profundas? Para evaluarlo, analicemos los resultados de las nueve elecciones legislativas que organizaron el IFE y el INE en los pasados 24 años en la Ciudad de México (antes Distrito Federal). Al ser menos sensibles a la popularidad personal de los candidatos y a los efectos de notabilidad, estos comicios federales permiten la aproximación al arraigo estructural de los partidos. Como lo ilustran los mapas 7 a 15, la polarización no es nueva. Al menos desde 1997, las dos principales fuerzas se han diferenciado claramente en términos socioterritoriales, reproduciendo un patrón muy estable en el caso del PAN y una dinámica más cambiante en el caso del PRD (y desde 2015, en el caso de Morena).
Fuente: elaboración propia con Geoda (https://geodacenter.github.io/download.html), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
La extensión geográfica de la polarización se refleja con precisión en la evolución de los índices de Moran, que captan la intensidad de la autocorrelación espacial de los márgenes de victoria. El fenómeno se observa desde 1997 (I² = 59.4%) y se incrementa en 2006 (I² = 65.8%), antes de volver a debilitarse en 2009 (I² = 60.8%), resurgir a partir de 2015 con la primera participación de Morena (I² = 64.2%) y alcanzar su nivel más alto en las intermedias de 2021 (I² = 74.8%).
Los mapas 16 y 17 ilustran el incremento de los coeficientes de autocorrelación espacial entre el inicio (I² = 59.4%) y el final del periodo de estudio (I² = 74.8%): en 1997, la polarización se concentraba en 1231 secciones en las que arrasaba el PRD y en 894 secciones en las que arrasaba el PAN. En 2021, Morena amplió su predominio territorial a 1352 y el PAN se extendió a 1107 secciones. En el segundo caso, es patente la continuidad geográfica: Acción Nacional se expandió a partir de sus zonas iniciales de influencia, sus núcleos duros en la Benito Juárez y los corredores gris oscuro que la conectan con sus electorados en la Romero de Terreros, Las Águilas, Lomas de Guadalupe, San Jerónimo, Jardines del Pedregal y el Centro de Tlalpan hacia el sur; con las colonias Roma, Condesa, San Miguel Chapultepec, Juárez, Anzures, Polanco, Irrigación y Lomas de Sotelo hacia el norte; así como con las Lomas de Chapultepec, Reforma, Vista Hermosa y Santa Fe hacia el oeste; pero también con sus enclaves históricos en San Bernabé (Azcapotzalco), Lindavista (Gustavo A. Madero), la Colonia Kennedy (Venustiano Carranza), los Paseos de Churubusco (Iztacalco) y algunas colonias prósperas de Iztapalapa (Lomas Estrella) y Xochimilco (Valle Escondido, Aldama, Rinconada del Sur).
Fuente: elaboración propia con Geoda (https://geodacenter.github.io/download.html), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
La geografía del PRD -y de su sucesor directo, Morena, a partir de 2015- es más compleja, diversa y cambiante: sus núcleos originales se sitúan en la Central de Abastos, en Santa Bárbara y en el sureste de Iztapalapa, en Tláhuac y Milpa Alta, desde donde se extiende hacia amplias zonas de Xochimilco (Nativitas, El Mirador, Piedras Anchas, El Arenal), Tlalpan (San Miguel Ajusco) y La Magdalena Contreras (Solidaridad, Cuitláhuac, 2 de Octubre, Gavillero). Asimismo, cuenta con sólidos enclaves históricos en Coyoacán (Pedregal de Santo Domingo, Ajusco, Huayamilpas y Santa Úrsula), en Gustavo A. Madero (Hornos de Aragón, Ampliación Providencia, 25 de Julio, Gabriel Hernández y Ahuehuetes) y al sur del Aeropuerto (Arenal), a partir de los cuales se expande pau latinamente. En efecto, su predominio es más reciente en el norte de la Gustavo A. Madero (Castillo, Grande, Cuautepec, Arboledas, 15 de Septiembre y Malacates) y más volátil en Venustiano Carranza (entre el aeropuerto y la zona Centro).
En cuanto a la profundidad del arraigo social de la polarización, cabe analizar la evolución de su relación con los niveles de escolaridad. Los coeficientes de determinación parten de un nivel moderado en 1997 (R² = 58%) y tocan fondo en el 2000 (R² = 48%), cuando la candidatura presidencial de Vicente Fox genera un importante voto útil en detrimento del PRD. Luego, vuelven a incrementarse y alcanzan 77% en las legislativas de 2006, en un contexto que se polariza en torno a la contienda presidencial entre AMLO y Felipe Calderón. La polarización disminuye luego hasta 2015 (R² = 56%), antes de volver a incrementarse en 2018 (R² = 67%) pero, sobre todo, en 2021: alcanza entonces una R² de 79%, su nivel más elevado, muy similar al 77% registrado en 2006 (véanse las gráficas 19 a 26).
Fuente: elaboración propia con Philcarto (http://philcarto.free.fr/), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
En resumidas cuentas, el voto de los capitalinos está efectivamente polarizado en términos sociales y territoriales. Los niveles de esta polarización pueden ser cuantificados mediante dos índices complementarios que captan dos dimensiones cruciales de las distancias que separan a los electorados de Morena de sus contrapartes del PAN: el coeficiente de determinación, I² (derivado del índice de Moran), permite cuantificar la extensión geográfica del fenómeno a través de su autocorrelación espacial; el coeficiente de determinación de su correlación con los niveles seccionales de escolaridad (R²) proporciona una medida de la profundidad de su arraigo sociocultural. Ambos índices corroboran que la polarización socioterritorial del voto se situó en un nivel relativamente elevado en 2021 -muy similar al registrado en 2006- y que tiene raíces históricas profundas. Sin embargo, la política de la CDMX es demasiado diversa para reducirse a esta dimensión bipolar y merece ser analizada en su pluralidad real.
Una megalópolis policéntrica con electorados plurales
De entrada, el mapa del voto legislativo en los 33 distritos legislativos locales pone de manifiesto la fragmentación y el pluralismo del electorado capitalino en 2021, en franco contraste con los resultados municipales en el nivel de las alcaldías. Lejos de partirse en dos, las preferencias se dispersan entre siete partidos que acceden al Congreso local: el PAN gana cinco distritos en solitario y contribuye a la victoria de Vamos por México en ocho distritos más, pero no participa en el distrito 20 de Cuajimalpa (donde el candidato del PRI se reelige con el único apoyo del PRD); Morena conquista 18 escaños uninominales con el apoyo del PT y uno más con el apoyo adicional del PVEM.
Se ubica fácilmente el núcleo duro del electorado blanquiazul -que incluye el distrito 17 de la Benito Juárez (bajo el control del PAN desde 2003) y se extiende desde ahí hacia Miguel Hidalgo, Álvaro Obregón y Coyoacán-. Sin embargo, los distritos 02, 06, 09 y 24 -que gana la alianza opositora- se localizan en alcaldías oficialistas (Gustavo A. Madero, Cuauhtémoc e Iztapalapa). Lo inverso ocurre en el distrito 05 donde -gracias al apoyo del Verde-, Morena gana en territorio opositor. Ello confirma el papel crucial de las coaliciones, pese a su carácter pragmático y parcial, temporalmente inestable e ideológicamente contraintuitivo.
A su vez, la composición del Congreso local refleja la pluralidad de una urbe diversa y matiza los alcances de la polarización política. En las legislativas de 2021 participaron 11 partidos: diez nacionales y uno local; siete de ellos consiguieron suficientes votos para acceder a escaños de representación proporcional, sin que ninguno alcanzara la mayoría absoluta. Si bien Morena ganó 31 de los 66 congresistas, requiere del apoyo de sus aliados del PVEM y del PT para aprobar nueva legislación. Aun así, la coalición oficialista está lejos de alcanzar la mayoría calificada para realizar cambios mayores o modificar la Constitución, para lo cual necesita negociar con los partidos de oposición.
Esta pluralidad se manifiesta de manera más clara en la fragmentación del sufragio: en las legislativas locales, Morena apenas obtuvo 37.5% de los votos emitidos, frente a 25.5% para el PAN, 14.4% para el PRI y 5.1% para el PRD. Para las alcaldías el voto se distribuyó de manera casi idéntica (mapa 18). Las tendencias beneficiaron a la oposición con respecto a 2018, con un incremento de diez puntos a favor del PAN (que obtuvo 25.5%) y cinco a favor del PRI (13.9%), mientras que Morena (38.9%) perdió seis puntos y el PRD (5.7%) perdió la mitad de sus votos.
Asimismo, las legislativas federales confirman la elevada fragmentación: Morena capta cuatro de cada diez sufragios, mientras que el PAN obtiene uno de cada cuatro; juntas, las dos primeras fuerzas apenas suman dos de cada tres votos válidos. Cuando se toma en cuenta el abstencionismo y el conjunto de la población inscrita, la debilidad estructural de los partidos se vuelve patente: Morena moviliza a 20.7% de los inscritos frente al 13.7% del PAN. Es en estos dos segmentos minoritarios del electorado que se concentra la polarización política previamente observada.
A diferencia de estos dos sectores polarizados, el segmento más grande de los capitalinos no votó en 2021: si el abstencionismo fuera un partido, éste hubiera sido el más grande de todos (46.1%). La participación se situó en 53.9%, por encima de los comicios intermedios de 2015 (44.2%), 2009 (41.6%) y 2003 (43.8%), pero muy por debajo de los de 1997 (67.1%) -cuando Cuauhtémoc Cárdenas se eligió primer jefe de Gobierno-. Esto matiza los alcances de la polarización entre Morena y el PAN, que juntos apenas movilizan una tercera parte (34.4%) de la población capitalina en edad de votar. En efecto, uno de cada tres votantes sufragó por un partido distinto en 2021.
Como también lo ilustran los resultados de las legislativas locales desde 1997, la fragmentación partidista ha estado presente desde el inicio, pero se ha incrementado en los últimos años: en 2006, la concentración del voto entre el PRD y el PAN abarcaba al 76% del voto válido; en los últimos comicios, ésta disminuyó a 65% (gráficas 29 a 37). De ahí la necesidad de tomar en serio el conjunto de las fuerzas partidistas, empezando con la que ocupó durante mucho tiempo el papel central, tanto en la ciudad como en el resto del país.
Si bien el PRI se debilitó tempranamente y cedió el poder a partir de 1997, no desapareció de la política capitalina. Continuó siendo la tercera fuerza y conservó su arraigo en varios territorios marginados del sur y de la periferia, que hasta la fecha no acceden al Sistema de Transporte Colectivo urbano: en Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco, Magdalena Contreras y Cuajimalpa. En ellos, el PAN tiene escasa presencia y la competencia se sigue centrando entre los candidatos del tricolor y del PRD (y, a partir de 2015, de Morena).
La influencia del PRI en estos territorios siguió vigente aun después del colapso del predominio perredista: por ejemplo, en la elección para alcalde de Milpa Alta, que Va por México perdió por un margen muy estrecho en 2021, al recibir 32.7% del sufragio bajo las siglas del tricolor y al sumar un total de 37.2% en alianza. Asimismo, cabe mencionar a Cuajimalpa, que Adrián Ruvalcaba transformó en un sólido bastión durante más de una década: desde que él fue electo en 2012, el PRI ha ganado dos veces en solitario y dos veces más en coalición: primero con el PVEM, y luego con el PAN y el PRD; electo de nuevo en 2018, pese a la debacle experimentada a nivel nacional, Ruvalcaba fue reelecto en 2021 con 40.3%, bajo las siglas del PRI, como candidato de Va por México (que sumó 63.9% en total). Tras haber fracasado en su intento por obtener la candidatura de la alianza opositora, Ruvalcaba renunció al PRI en diciembre de 2023 para sumarse a la coalición oficialista de Morena encabezada por Clara Brugada.
Tampoco hay que olvidar la presencia de otras fuerzas importantes, que han orbitado en coaliciones alrededor de partidos más grandes, pero se han labrado sus propios espacios. El PT tiene bases dispersas que comparte con Morena en Iztapalapa, Milpa Alta, Gustavo A. Madero y Magdalena Contreras, donde está vinculado con diversos grupos clientelares. El PVEM también se ha afianzado en varias zonas marginadas de Iztacalco, Iztapalapa, Tláhuac y Xochimilco, mientras que MC cuenta con bases en varios barrios periféricos de Tlalpan y Xochimilco. El arraigo territorial de las distintas fuerzas se aprecia en el mapa 19, que sintetiza las seis configuraciones multipartidistas que emergieron en las legislativas federales de 2021: más allá de la polarización entre los bastiones de Morena y del PAN, la geografía del voto revela una megalópolis plural y policéntrica.
Fuente: elaboración propia con Philcarto (http://philcarto.free.fr/), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
En suma, la polarización socioterritorial del voto no debe llevarnos a olvidar la pluralidad creciente de una capital eminentemente diversa, donde ninguna fuerza domina la arena política. En contraste con lo que sucede en EE.UU. -donde la polarización geográfica recubre muchos otros clivajes socioculturales y comprende a la cuasi totalidad de los votantes- en la CDMX ésta se limita a dos terceras partes de los votantes y a una tercera parte de los inscritos, en un contexto de creciente volatilidad y fragmentación partidista. Lejos de concentrarse en dos polos cada vez más distantes, las preferencias electorales se dispersan entre siete partidos con bases socioterritoriales más o menos heterogéneas, pero propias.
¿Cuán a-/típica es la capital de México?
Por último, la situación de la capital resulta excepcional en el contexto nacional. Sin duda, tanto Morena y el PAN (como las coaliciones JHH y VxM), cuentan con patrones diferenciados que se reflejan en la concentración geográfica de sus márgenes de victoria: las fuerzas oficialistas arrasan en 15 797 (13 850) secciones agrupadas regionalmente, y las segundas en 13 765 (14 037) de ellas, lo que se traduce en índices de Moran significativos, de +0.821 (+0.767), y en I² de 67.4% (y 58.8%).
Fuente: elaboración propia con Geoda (https://geodacenter.github.io/download.html), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
Sin embargo, ambas fuerzas tienen perfiles sociodemográficos muy disímiles y sumamente heterogéneos. A diferencia del PVEM y del PT -que tienen mayor presencia entre los electorados más pobres y marginados-, Morena moviliza más entre los sectores de las clases medias y populares. En cambio, VxM agrega los perfiles diametralmente opuestos del PRI y del PAN. Por ende, la curva de regresión LOWESS entre los promedios seccionales de escolaridad y los márgenes de victoria se parece a un elefante cuando se observa en el nivel nacional: la coalición opositora gana en los estratos sociales más altos y más bajos, mientras que el voto oficialista se concentra en los estratos intermedios. Cuando se seleccionan las 29 562 (27 887) secciones geográficamente polarizadas, se registra una relación estadísticamente significativa pero muy moderada con una R² de 8.3% (R² = 5.9%), que desaparece prácticamente en las secciones restantes con una R² de 0.2% (R² = 0%).
Esta situación contrasta fuertemente con lo que observamos en la CDMX. Las secciones capitalinas con los menores niveles de escolaridad tienen, en realidad, niveles intermedios cuando se sitúan con respecto al resto de la República. Ello se visualiza en las gráficas 38 y 39, que sitúan estas 5522 unidades en el universo total. Como lo indican las líneas de regresión en color negro, se confirma la fuerte relación lineal entre la escolaridad y los márgenes de victoria en la capital, tanto entre JHH vs VxM (R² = 73%) como entre Morena vs PAN (R² = 77%). Sin embargo, esta relación se debilita drásticamente para las 62 800 secciones restantes (alcanzando coeficientes de determinación de apenas 1.2% y 2.2%, respectivamente).
Fuente: elaboración propia con Geoda (https://geodacenter.github.io/download.html), con base en los cómputos oficiales del Instituto Nacional Electoral (INE) (https://portal.ine.mx/voto-y-elecciones/).
En otras palabras, la polarización socioterritorial del voto capitalino no puede extrapolarse al resto de la República. Si bien ésta se extiende desde la zona metropolitana hacia otros territorios colindantes (por ejemplo, en el corredor azul que conecta a la capital con el Estado de México, así como en el corredor guinda que la conecta con Texcoco), el fenómeno sólo se observa en seis de las otras veinte urbes con más de 750 000 habitantes (Tijuana, Ciudad Juárez, Cancún, Hermosillo, Mexicali y San Luis Potosí). El resto de ellas rompe con este patrón, incluyendo a León, Puebla, Zapopán, Chihuahua, Mérida, Aguascalientes y Querétaro -que siguen bajo el predominio del blanquiazul-, así como a Guadalajara y a Monterrey -que cuentan ahora con una fuerte presencia de Movimiento Ciudadano.
En suma, la política nacional es mucho más compleja, diversa y plural que la de un país dividido en dos polos opuestos. En 2021, Morena y el PAN apenas sumaron 52.3% de la votación nacional emitida, movilizando juntos a 27.6% de la población inscrita.46 Lo que se vive en algunos territorios de la capital durante las movilizaciones masivas para apoyar o criticar al presidente contribuye así a explicar la percepción de muchos ciudadanos comprometidos que reproducen la narrativa hegemónica de la polarización en el espacio público, en las redes sociales y en los medios de comunicación. No obstante, esta visión también contiene los sesgos de una cultura política centralista que opaca las realidades regionales y locales, por lo que no refleja de forma fehaciente la situación del conjunto del país. Cuando uno sale de la CDMX para conversar con la ciudadanía y con los responsables políticos estatales, para observar y analizar la situación de las distintas entidades, lo que prevalece es una preocupación recurrente por la fragmentación y la descomposición política, por el crimen organizado y por una inseguridad rampante, por la debilidad o la ausencia del Estado.
III. Conclusiones
En resumen, el mapa del voto municipal que se hizo viral en los medios en 2021 capta una parte relevante de la política capitalina, al mismo tiempo que opaca la pluralidad creciente de una megalópolis eminentemente diversa y policéntrica. Por ende, este caso enigmático aporta elementos cruciales para el estudio de la polarización socioterritorial del voto en sus dimensiones estructurales, demográficas y geográficas, socioculturales e históricas.
La importancia crucial del caso reside, primero, en el peso central y simbólico de la capital del país, donde viven e interactúan a diario las elites políticas, económicas y culturales, cuyos integrantes ocupan los cargos, formulan las políticas y toman las decisiones de alcance nacional. Es también aquí que habita, se concentra o se reúne el llamado “público comprometido”: el segmento más politizado e informado del electorado, que se moviliza y se manifiesta públicamente, con el interés y la capacidad de difundir su opinión en los medios de comunicación masiva.47 De ahí la influencia medular y rectora de esta urbe en la producción de las narrativas políticas que se generan y se difunden en el espacio público nacional.
El caso también es relevante por su dimensión espacial y temporal. Como lo hemos visto, el voto capitalino alcanzó un nivel significativo de polarización socioterritorial en 2021, observable sobre todo en el nivel de las alcaldías. El fenómeno se explica, fundamentalmente, por la marcada y creciente diferenciación entre Morena y el PAN, al caracterizarse este último por la mayor homogeneidad social y concentración geográfica de sus bases electorales. Esta polarización se remonta al menos a las elecciones de 1997 y se sitúa en su punto más elevado en 2021, en un nivel superior a 2018 y similar a 2006 -consideradas como muy polarizadas en su momento-.48Tiene raíces profundas que pueden rastrearse desde la rivalidad constitutiva entre el PRD y el PAN, pero se produce en un contexto distinto: en 2006, el sistema tenía un formato tripartidista y las dos primeras fuerzas concentraban 76% del sufragio (51% por el PRD y 25% por el PAN); en 2021, la fragmentación se incrementó y éstas sólo captaron 65% del voto (Morena 39% y el PAN 26%).
Pero el interés del caso reside, sobre todo, en la correlación estrecha entre la polarización geográfica del voto y la de los niveles seccionales de educación (que captan los niveles de desarrollo humano): cuando se incrementan los años promedio de escolaridad, también se incrementa la parte de votos a favor del PAN y se reducen los porcentajes de Morena; las diferencias entre ambos varían, así, de forma simétrica y cuasi lineal, rebasando los 50 puntos porcentuales en las secciones con los menores y los mayores niveles de escolaridad. Lo más notable es que tales secciones se concentran geográficamente, aglutinándose en torno a dos polos que votan masivamente por alguna de ambas fuerzas.
Es en estos lugares donde se sitúa la expresión más tangible de la polarización socioterritorial del voto. En el caso del PAN, sus bastiones tienen su núcleo focal en la Benito Juárez, una alcaldía con niveles consistentes y excepcionalmente elevados de desarrollo humano, similares a los registrados en Europa. El perfil sociodemográfico del grueso de sus votantes está claramente diferenciado del resto de partidos, localizado y concentrado en secciones con una alta participación, donde el blanquiazul cuenta con una fuerte capacidad de movilización ciudadana.
El núcleo más duro de Morena se sitúa, en contraste, en Iztapalapa, desde donde irradia hacia sus áreas circundantes. Este partido-movimiento cuenta con electorados más dispersos y heterogéneos en términos sociodemográficos: atrae a un amplio rango de sectores sociales, incluyendo a los segmentos populares de menores recursos, pero también a otros situados en niveles intermedios. A diferencia del PAN, sus bastiones se concentran en secciones con elevados niveles de abstencionismo, donde la debilidad o ausencia de otros competidores se traduce en su predominio territorial. Su capacidad de movilización estructural se incrementa en las secciones con niveles medios-altos de escolaridad y solamente disminuye entre los estratos más altos -no sólo de la ciudad sino de todo el país-. Contrario a una idea recurrente, Morena no es el “partido de los pobres”, sino un movimiento heterogéneo que aglutina los votos de diversos sectores de las clases medias y populares.
Sin embargo, esta dimensión bipolar sólo capta una parte del proceso y no debe opacar la creciente fragmentación y volatilidad del voto capitalino, que se dispersó considera blemente en las legislativas concomitantes. Cuando los re sultados se analizan de forma integral, el pluralismo de los comportamientos electorales revela una metrópolis diversa y policéntrica. Ante todo, el abstencionismo obliga a matizar la intensidad de la polarización: en 2021, sólo uno de cada dos ciudadanos acudió a las urnas; por ende, los dos partidos polarizadores juntos apenas movilizaron a una tercera parte de la población en edad de votar.
En este contexto de debilidad estructural de los partidos, las coaliciones se vuelven cruciales para construir candidaturas ganadoras. Pero éstas no sólo suman votos, contribuyen a erosionar las identidades partidistas tradicionales, al diluir las propuestas programáticas que las diferenciaron en el pasado. Por lo pronto, este problema resulta menor para JHH, que aglutina a electorados con perfiles sociodemográficos más afines, convergentes y complementarios bajo el liderazgo indisputado de Morena, que aporta la gran mayoría del voto de la coalición. La situación es más adversa para VxM, con mayores desequilibrios e incoherencias: el PAN captó hasta dos tercios del voto en la Benito Juárez, en solitario; pero en Cuajimalpa, Tláhuac y Milpa Alta, fue el PRI el que más sufragios aportó a la coalición. En 2021, esta estrategia sumó coyunturalmente votos de los sectores descontentos de las colonias más pudientes con aquellos que viven en algunos de los barrios más marginados de la ciudad. Sin embargo, es improbable que el mismo bloque logre amalgamar de forma duradera a electorados tan distantes con afinidades e ideologías diametralmente opuestas, que se enfrentaron como rivales acérrimos durante décadas y no comparten los mismos intereses políticos, económicos y socioculturales.
Al margen de ambas coaliciones, concurrieron cinco fuerzas más en las elecciones de 2021: su presencia minoritaria, sin ser determinante, diversifica la oferta política capitalina. Sólo dos de ellas -el PVEM y MC- consiguieron suficientes sufragios para acceder a la legislatura local, pero la suma de sus votos corresponde a una octava parte del sufragio válido. Esta pluralidad política quedó manifiesta en la integración del Congreso local, compuesto por siete grupos parlamentarios, sin mayoría absoluta. Pese a los efectos desproporcionales del sistema electoral, Morena sólo obtuvo 47% de los escaños y requiere de otros partidos para aprobar reformas legales. Contrario a una lectura superficial, la CDMX es una megaurbe diversa, plural y policéntrica, cuya política no puede reducirse a una sola línea de conflicto bipolar.
A pesar de la enorme relevancia que tiene la capital, su situación tampoco puede extrapolarse al resto del país. En 2021, la polarización desbordó sus fronteras y se extendió hacia la zona conurbada: por un lado, el voto opositor continuó en el “corredor azul” rumbo a Huixquilucan y Naucalpan; por el otro, el voto oficialista se conectó con Texcoco y formó un “corredor guinda”. Algo similar también se observó en otras seis de las 20 ciudades más pobladas del país. Empero, la polarización socioterritorial del voto no se produjo ni en Guadalajara y Monterrey, ni en León, Puebla, Chihuahua, Mérida, Aguascalientes y Querétaro, ni en el resto de ellas. Ello se debe a la fragmentación creciente de las ofertas políticas y a la diversificación regional de las configuraciones partidistas: en muchas entidades (Jalisco, Nuevo León, San Luis Potosí, Chiapas, Morelos), Morena y el PAN no ocupan los primeros lugares y la competición electoral se estructura en torno a otras fuerzas.
Para terminar, la polarización del voto capitalino también resulta atípica cuando se sitúa en perspectiva comparada, a nivel federal e internacional. Contrario a lo que sucede en EE.UU., donde dos partidos compactos y crecientemente alineados se polarizan al distanciarse cada vez más entre sí hacia dos extremos ideológicamente opuestos, la política contemporánea en México tiene una lógica socioterritorial totalmente distinta. En lugar de diferenciarse de acuerdo con una dinámica centrífuga, la alianza opositora conecta los electorados más prósperos (que votan por el PAN) con los más marginados (que votan por el PRI o el PRD), en contraposición a una coalición de gobierno que moviliza sobre todo entre los segmentos populares e intermedios -alimentando así una dinámica de polarización centrípeta-. Para decirlo de una forma provocadora -y con las debidas precauciones comparativas-, la política mexicana se asemeja más a la situación actual de “tripartición” en Francia, donde los dos extremos polarizados cohabitan en su oposición a un bloque centrista que gobierna mediante alianzas pragmáticas y oportunistas.49 Configuraciones variadas y diversas se observan a lo largo y ancho de la República, abriendo una agenda más amplia para el estudio de la polarización socioterritorial del voto, tanto en México como en otras latitudes.