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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.23 no.72 México ene./jun. 2010

 

Reseñas bibliográficas

 

Frances Stewart (ed.), Horizontal Inequalities and Conflict. Understandig Group Violence in Multiethnic Societies (pról. de Kofi Annan)

 

Luis Vázquez León

 

Hampshire/New York, Palgrave Macmillan, 2008

 

Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS de Occidente, México).

 

Desde hace algunos años, los temas de la violencia, el conflicto y la militarización ocupan las reflexiones de un creciente número de estudiosos sociales. Desde luego, éstos no son temas que fascinen en exceso, como sí lo hace la cultura y su correlato obligado, los estudios culturales, predilectos por la mayoría de los estudiosos. Más allá de la moda estética o de la mera popularidad de tales pesquisas, hay que reconocer que algunos de los estudios sobre la violencia pueden incluso repugnar en lo más íntimo; mas ya no se puede seguir ocultando que en el caso de la violencia y los conflictos étnicos, también está presente de manera destacada la cultura. Los conflictos suscitados entre grupos cohesionados en torno de la cultura o con estatus culturales encontrados, son los más claros indicios de esta confluencia. Ello lo respaldan de manera contundente los catorce capítulos de este libro editado por la economista Frances Steward, de la Universidad de Oxford, y debidos a otros tantos autores adheridos al Centre for Research on Inequality, Human Security and Ethnicity (CRISE). En conjunto, no dejan lugar a dudas de que la cultura puede actuar como un factor detonante del conflicto, siempre que se le asocie con una percepción aguda de las desigualdades horizontales. Y es que en términos generales las desigualdades verticales y horizontales pueden reproducirse sin motivar ninguna violencia, del mismo modo que las sociedades multiétnicas o multirreligiosas pueden convivir de una forma pacífica por largos periodos. La cuestión a responder ahora es: ¿cuándo las diferencias culturales devienen un enfrentamiento violento?

La pregunta está lejos de ser sólo académica. De ser exactas las cifras brindadas por Stewart en su introducción, y según las cuales entre 1953 y 2005 los conflictos étnicos crecieron del 15 al 60%, entonces significa que el uso de la identidad como arma política es un signo característico de nuestros días. Otro ingrediente, no menos impresionante, es que muchos de estos conflictos pueden tener al Estado–nación como un actor a favor o en contra; pero también es cierto que no siempre es el mayor enemigo imaginado por los contendientes. Los conflictos comunales a veces ocurren al interior de un mismo grupo étnico y no por ello dejan de ser menos violentos, aunque se trate de una lucha entre iguales. Muchas naciones, hay que recordarlo, surgieron de una "guerra entre hermanos". En México, hasta nuestros días, la mayoría de los conflictos atendidos por el desaparecido Programa de Focos Rojos eran de carácter comunal, pero también es verdad que en algunos casos se aprecia la tendencia a la violencia interétnica, la cual implica a dos grupos de la población enfrentados y con características diferenciables hasta cierto punto.

El libro de Stewart (ed.) no evade el asunto nacional y mucho menos el comunal, como demuestra el estudio de Luca Mancini en Indonesia. No obstante, al centrar su atención en las llamadas desigualdades horizontales entre grupos culturales interactuantes, resulta inevitable que aparezca una orientación nacional común de los grupos ubicados en un mismo contexto. El asunto está perfectamente planteado en el capítulo de Matthew J. Gibney, que aborda los principios democráticos que deben imperar en la constitución de la ciudadanía en un mundo de naciones que las siguen coartando con su sola exclusividad. Ello explica que hacia el final del libro, en el capítulo de políticas sobre las desigualdades horizontales (de Stewart, Graham K. Brown y Arnim Langer) se traten varias cuestiones que pocas veces se atienden bajo la visión de política multicultural, como es una cierta disposición favorable para las políticas integrativas que aminoran la fuerza de los conflictos y que suponen que el Estado intenta la reducción de los aspectos más salientes de la etnicidad, mientras que muchas políticas de reconocimiento pueden en realidad estimularlos. Sin oponer a unas y otras, es claro que algún poder debe obrar buscando la integración y al mismo tiempo el reconocimiento. Todo parece indicar que el caso de Malasia es el más característico de este equilibrio en tales políticas sociales. Después de todo, la persistencia de las desigualdades horizontales puede endurecer los límites grupales y atrapar a sus miembros en etnicidades o racializaciones desventajosas, las cuales siguen reproduciendo a las mismas desigualdades que quieren eliminar. De todos es conocido el caso del racismo sudafricano, no del todo cancelado por el discurso multicultural, y que sigue planteando al analista el asunto de una integración o "incorporación adversa" en las restructuraciones del mercado laboral "negro".1 Así pues, sin dejar de referir los casos de Irlanda del Norte, URSS y Yugoeslavia, la hipótesis central del libro y sus estudios de caso en África, Asia y Latinoamérica, es que la expresión aguda de las desigualdades horizontales (que son aquellas desigualdades no individuales que se advierten entre grupos culturalmente constituidos, con variadas dimensiones socioeconómicas, políticas y culturales mismas) predispone al conflicto violento cuando coinciden la percepción subjetiva y la expresión política de las identidades grupales, en especial por parte de las elites dirigentes de los grupos en condición de privación. No se habla, por lo tanto, de cualquier violencia –criminal, doméstica, sexual, etcétera– sino sólo de la que involucra la desigualdad horizontal y la movilización política. Esto puede ocurrir en economías desarrolladas, sin duda alguna, pero es más probable que suceda en economías atrasadas, donde el bienestar es reducido y las desigualdades importan más a las masas y sus dirigencias.

Al respecto es necesario agregar una digresión al comentario, en vista de que economistas del desarrollo como Frances Steward resolvieron de modo muy práctico y sin sombra de turbación lo que, equivocadamente, el ethos antropológico mexicano concibió como antagónico, lo cual tuvo secuelas de pérdida empírica y aún heurística. Uno de los pioneros del estudio de los conflictos étnicos, Rodolfo Stavenhagen, muchos años atrás hizo un infructuoso llamado para usar de manera sintética los conceptos de clase social y de grupo étnico. La polarización absurda entre partidarios de uno y otro concepto subestimó la propuesta y temo que la discordia se puede interpretar aún como predominio de un compromiso ontológico sobre el otro.2 Por supuesto que nadie está obligado a seguir pensando como hace 30 años, ni tampoco a creer que las desigualdades horizontales son las clases sociales (aunque en Latinoamérica tiendan a confundirse, sin mencionar que las desigualdades horizontales sirven a los intereses de los grupos dominantes, que a veces son clases). Pero a lo que me refiero es que mientras otros especialistas nunca prescindieron de conceptos analíticos centrales como éstos, la antropología literalmente fue seducida por la cultura y procuró desligarse de todos aquellos conceptos y teorías que implicaban la estratificación o la desigualdad (desde el más simple rango hasta los más extremos como la esclavitud, sin olvidar los estamentos, las castas, y las clases sociales mismas), acaso porque supusieron que la cultura era discreta, homogénea, y hasta un substituto del conflicto político.3 Pues bien, era necesario que Stewart partiera del supuesto contrario –de que ciertas sociedades donde existen grupos definidos culturalmente también están sujetas a las desigualdades y tensiones–, para que sobreviniera un enfoque productivo como el examinado. Dos años atrás, otro economista, Amartya Sen, también nos recordó que los procesos de identificación cultural fatalista pueden derivar en la violencia.4 Esfuerzos antropológicos coincidentes en "sociologizar la economía" y en "economizar la sociología" (a propósito de las causas económicas de los conflictos étnicos) son pocos aún, pero sin duda sobresalientes.5 Como quiera que se vea, quien siga creyendo que la economía es una "ciencia lúgubre", incurre en un grave error, peor aún cuando la crisis del capitalismo global recorre el mundo, volviendo a colocar a la economía en un primer plano.

Pero al resaltar estos conceptos y estas aproximaciones, no debe incurrirse en la fácil interpretación de que hay que retornar a la conocida tesis de la determinación de los conflictos basados en las desigualdades económicas. Stewart (ed.) prefiere hablar de la economía como una "condicionante" del conflicto, matiz no banal porque también se pone entre comillas su expresión "objetiva". Lo anterior no significa suscribir del todo el subjetivismo de los actores, pero tampoco rechazarlo. Los cálculos y fórmulas característicamente econométricas, o sólo estadísticos, que ocupan los tres capítulos de la segunda parte del libro demuestran que el cometido objetivista existe, pero no determina del todo al análisis. Lo anterior es una exigencia simultánea de atender a las autoadscripciones, a las propias distinciones o a las elecciones grupales. De hecho, para sopesar la importancia y dinámica de las desigualdades horizontales en un país, hay que clasificar primero a los grupos identitarios más relevantes; lo cual constituye un procedimiento no siempre sencillo, pues pueden haber clasificaciones alternativas o algunas en verdad debatibles como la de los "mestizos" en Latinoamérica (pues no son ni un grupo étnico ni un grupo cultural). Por lo mismo, Corinne Caumartin, George Gray y Rosemary Thorp eligen abordar mejor como un grupo "no indígena" para los casos de Bolivia, Guatemala y Perú. El asunto está lejos de ser agotado, porque la palabra mestizo tuvo connotaciones de casta en su origen6 y un desprestigio que lo acusaba de ser un grupo deletéreo, el cual vino a corromper ese orden jerárquico con su presencia y crecimiento demográfico, contaminando sobre todo la pretendida "pureza de sangre" tanto de la población colonizadora como de la nobleza indígena avasallada. Es imposible no dejar de recordar el clásico estudio de Andrés Molina Enríquez, donde raza y clase social se sobreponían y tampoco se puede olvidar cómo, bajo influencia de Franz Boas, lo corrigió para ligar entonces cultura y clase social en México.

Arribamos así a la tercera parte que reúne cinco capítulos regionales en que se apeló a los estudios de caso nacionales (tres de África, uno de Asia y uno de Latinoamérica, aunque subdividido en tres países) a través de un análisis global, comparado digo yo, que combina la economía política, la econometría, y los enfoques históricos y antropológicos. Gracias a este esfuerzo colectivo, su argumentación resulta más compleja al decir que donde las desigualdades horizontales sean más fuertes será más probable que estalle un conflicto; en todo caso, se requiere de la consistencia entre lo económico y lo político, amén de que la desigualdad cultural puede disparar al conflicto. Por supuesto que de los tres casos latinoamericanos llama la atención la débil expresión política partidaria de la etnicidad –Bolivia y Ecuador siguen siendo una excepción y no la regla–; asimismo, en todos los casos se recurre a una mezcla de ideologías de clase y de etnicidad que no siempre son predominantes y no simpre favorecen a estas últimas. ¿Por qué los grupos radicales de clasificación mestiza son los que consiguen movilizar a los indígenas? La pregunta sobresale al leer a los autores de este capítulo sintético. Mucho más extraño resulta la conclusión que aportan respecto a que los países que han experimentado rebeliones indígenas, son también los que poseen políticas indígenas más débiles (que no indigenistas o neoindigenistas), mientras que los países donde ha predominado el acomodo político, la política indígena aparece más consolidada.7 El libro está repleto de ideas discutibles, pero muy estimulantes para la indagación futura. Uno siempre podrá echar de menos tal o cual país, tal o cual puntualización, tal o cual enfoque, pero conviene terminar este repaso haciendo notar que la editora y sus colegas no se limitan a destacar sus mayores resultados y conclusiones. Más bien los sobrepasan para cerrar el libro con un importante análisis sobre las políticas de integración pero también las de acción afirmativa; esto es, el sensible tema de la redistribución y el reconocimiento. Más allá de decantarse a favor de unas u otras opiniones, al reflexionarlas en conjunto uno termina preguntándose si en México estamos ante un caso de inclusión democrática de derechos culturales y sociales que precisa dejar de ver a ciertos grupos como no ciudadanos o como ciudadanos de segunda. Asunto espinoso para una sociedad que día a día ve disminuidas sus garantías individuales en aras de una guerra declarada por un gobierno de derecha y que ya arroja sangrientos "daños colaterales" sobre las relaciones sociales, aún no del todo sopesados. Pero otra vez, esta percepción no agota en absoluto la riqueza, la finura y la amplitud de miras de todo el libro.

 

NOTAS

1 Du Toit, Andries (2004), "Social Exclusion' Discourse and Chronic Poverty: A South African Case Study", Development and Change, vol. 35, núm. 5, pp. 987–1010.         [ Links ]

2 Cfr. Stavenhagen, Rodolfo (2000), Conflictos étnicos y Estado nacional, México, Siglo XXI; "Clase, etnia y comunidad" (1980), en Problemas étnicos y campesinos. Ensayos, México, INI, pp. 11–20.         [ Links ]

3 Lepenies, Wolf (2006), The Seduction of Culture in German History, Princeton, Princeton University Press.         [ Links ]

4 Sen, Amartya (2006), Identity and Violence. The Illusion of Destiny, Nueva York, W.W. Norton.         [ Links ]

5 Schlee, Gunther (2004), "Taking Sides and Constructing Identities: Reflections on Conflict Theory", Journal of the Royal Anthropological Institute, vol. 10, núm. 1, pp. 46–147.         [ Links ]

6 Jackson, Robert H. (1999), Race, Caste and Status. Indians in Colonial Spanish America, Albuquerque, University of New Mexico Press.         [ Links ]

7 Albro, Robert (2009), "Cultural Citizenship and Constitutional Reform in Bolivia's Evo Era" (conferencia), en Contesting Liberal Citizenship: New Debates on Alternative Forms of Democracy and State Power in Latin America, Jerusalém, julio 6–9, The Hebrew University.         [ Links ]

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