1. Introducción
Durante los últimos cuarenta años, la participación del sector manufacturero en el producto interno bruto (PIB) de las economías del mundo ha disminuido de manera constante, mientras que el empleo en la industria manufacturera, en relación con el empleo total, se ha reducido a una magnitud y velocidad mucho mayor. A este notable patrón del cambio estructural, que refleja la contracción relativa del sector manufacturero en la economía, se le ha denominado en la literatura económica como desindustrialización (Tregenna, 2009, p. 434; Tregenna, 2011, p. 5; Rodrik, 2016, p. 6).
El ritmo al que evoluciona este fenómeno plantea grandes dilemas y profundas implicaciones para la economía mundial, teniendo en cuenta que la industria manufacturera es considerada el motor del crecimiento económico1 y el vehículo fundamental para lograr la transformación estructural, al generar una gran variedad de beneficios que promueven importantes efectos de arrastre y retroalimentación sobre toda la estructura productiva;2 además, causa muchas preocupaciones porque los países tienen cada vez menos participación de la industria manufacturera en la economía, y alcanzan los niveles máximos de participación en la producción y el empleo manufacturero en contextos de menores ingresos que en las décadas anteriores (Palma, 2005, p. 78; Tregenna, 2009, p. 437; UNIDO, 2015, p. 5; Tregenna, 2015, p. 12).
En principio, la desindustrialización se consideró una tendencia estructural y una característica normal y común del desarrollo económico de todos los países avanzados; por esta razón, desde una perspectiva analítica, la gran mayoría de los estudios de la desindustrialización se concentraron, especialmente, en analizar la experiencia de estos países, alrededor del examen de tres grandes cuestiones que han generado un creciente e intenso debate en la literatura económica.
La primera cuestión consiste en examinar las razones por las cuales el sector manufacturero experimenta una disminución absoluta, o una disminución relativa, en términos de su participación en la producción o el empleo nacional. La segunda, radica en determinar si la desindustrialización puede considerarse simplemente una respuesta normal a los factores internos relacionados con la evolución de la tecnología y los cambios en la demanda, o significa un desequilibrio estructural de la economía como consecuencia de factores externos considerados como fuerzas económicas globales. La tercera cuestión consiste en comprender la importancia relativa de estos factores determinantes de la desindustrialización3 y las razones por las cuales su ritmo ha variado tan marcadamente entre los países avanzados (Kollmeyer, 2009, p. 1645; Nickell, Redding y Swaffield, 2008, p. 1154).
Posteriormente, la desindustrialización deja de ser una tendencia estructural exclusiva de los países desarrollados y se extendió de manera precipitada hacia los países en desarrollo, donde fue catalogado como un fenómeno negativo por frenar el proceso de industrialización, desacelerar el crecimiento económico, reducir la generación de empleo y restringir las posibilidades de convergencia con los niveles de ingreso de las economías avanzadas (Tregenna, 2009, p. 436; Tregenna, 2011, p. 5; Cruz, 2014, p. 22; Rodrik, 2016, p. 28).
De este modo, el interés de la literatura económica por comprender la tendencia de la desindustrialización transita hacia el contexto particular de los países en desarrollo, donde el fenómeno resulta ser más sorprendente y desconcertante (Rodrik, 2016, p. 2; Dadush, 2015, p. 8), lo que genera un punto de inflexión en el debate internacional de la desindustrialización, porque la literatura económica comienza a examinar las grandes cuestiones del fenómeno desde la perspectiva del desarrollo económico.4
En ese contexto, los estudios que examinan el patrón de la desindustrialización en los países en desarrollo identifican que los factores determinantes son muy diferentes de los observados en los países avanzados y han sido resultado de fuerzas mucho más complejas y aún muy poco estudiadas (Tan, 2013, p. 156; UNIDO, 2015, p. 5; Rodrik, 2016, p. 4).
En estos estudios se comienza a reconocer de manera enfática que no se conocen muy bien las razones por las cuales los países en desarrollo, con excepción de los países del Este y Sudeste Asiático, en lugar de industrializarse se están desindustrializando tan temprano en sus trayectorias de desarrollo, antes de alcanzar los niveles de ingreso per cápita y los estadios de desarrollo industrial exhibidos históricamente por los países avanzados durante su experiencia de desindustrialización (Rodrik, 2016, p. 2).
Es por esta razón que la literatura económica reciente denomina al fenómeno de manera distintiva desindustrialización prematura, para hacer referencia a un proceso diferente y de carácter negativo, en el que los países en desarrollo comienzan a desindustrializarse a niveles de ingresos per cápita y de industrialización demasiados bajos (UNCTAD, 2003, p. 121; Palma, 2005, p. 105; Dasgupta y Singh, 2006, p. 8; Tregenna, 2009, p. 437; Cruz, 2014, p. 5; Tregenna, 2015, pp. 10-11; UNIDO, 2015, p. 7; Rodrik, 2016, pp. 2-4).
La dinámica particular de este fenómeno plantea grandes retos para los países en desarrollo, teniendo en cuenta que cuanto más bajo es el ingreso per cápita en el momento en que un país comienza a desindustrializarse, más altas son las probabilidades de que el proceso afecte negativamente el crecimiento económico (UNIDO, 2015, pp. 6-7). En tales condiciones, puede ser más difícil que nunca para los países en desarrollo, especialmente para los más pobres, fomentar el desarrollo industrial y el cambio estructural, considerando que en un escenario de desindustrialización prematura tienen ahora que depender aún más del sector de los servicios como su principal motor del crecimiento (Szirmai, Naudé y Alcorta 2013, p. 2; Ghani y O’Connell, 2014, p. 2).
En definitiva, la desindustrialización continúa siendo una de las principales preocupaciones para el crecimiento económico y el empleo de las economías desarrolladas, y lo es ahora mucho más para las economías en desarrollo que se encuentran en los puestos inferiores de la escala de la renta y en una etapa de desarrollo previa a la industrialización.
Considerando este contexto, el objetivo de este artículo es proporcionar una revisión de la teoría económica del fenómeno de la desindustrialización como patrón del cambio estructural de la economía mundial. El artículo se organiza de la siguiente manera. La primera sección corresponde a esta introducción; en la segunda sección se presenta un repaso a la teoría de la desindustrialización, destacando el debate sobre la definición del fenómeno. La tercera sección proporciona una visión general de la teoría de la desindustrialización madura de los países económicamente más avanzados, haciendo especial énfasis en los factores determinantes y en la tipología de la desindustrialización revelada en la literatura económica. La cuarta sección examina la teoría de la desindustrialización prematura y discute las implicaciones sobre el crecimiento económico de los países en desarrollo y, finalmente, en la última sección se presentan las conclusiones.
2. La teoría de la desindustrialización
2.1. Definición y medición de la desindustrialización
La desindustrialización es una fase del patrón de cambio estructural de la economía y es un hecho estilizado del desarrollo económico global que se refiere a la contratación y detrimento de largo plazo del sector manufacturero.5 La desindustrialización es definida en la literatura económica como la disminución sostenida de la participación del sector manufacturero en la producción y el empleo total de una economía (Tregenna, 2009, p. 434; Tregenna, 2011, p. 5).
Desde esa perspectiva relativa, el fenómeno se puede medir en términos del empleo manufacturero, como porcentaje del empleo total, o en términos de la producción manufacturera, como proporción de la producción agregada. Esto significa que la desindustrialización está definida en términos de la participación relativa del sector manufacturero tanto en la producción como en el empleo; y en relación con la producción, se puede expresar en precios corrientes o en precios constantes (Tregenna, 2015, p. 13; Rodrik, 2016, p. 6).
En principio, la definición más común o convencional de desindustrialización empleada en la literatura básica del fenómeno se basó en la disminución de la participación del sector manufacturero en el empleo total de un país (Rowthorn y Wells, 1987, p. 5; Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 1; Saeger, 1997, p. 582; Rowthorn y Ramaswamy, 1999, p. 18; Alderson, 1999, p. 702; Rowthorn y Coutts, 2004, p. 767; Kang y Lee, 2011, p. 314).
Hay una serie de razones por las cuales la gran mayoría de los estudios se han centrado en el empleo como medida para definir desindustrialización: 1) los cambios estructurales del empleo son uno de los principales indicadores y determinantes del desarrollo económico; 2) el empleo manufacturero es un indicador de uso común del nivel de industrialización, y 3) el empleo es la medida más visible del tamaño del sector manufacturero (Saeger, 1997, p. 582).
Según Tregenna (2009, p. 438), el énfasis en la perspectiva del empleo se debe, además, a que la disminución de la participación del empleo manufacturero históricamente ha sido muy superior a la disminución de la participación de producción, especialmente en las economías avanzadas, y porque existe una mayor visibilidad e impacto social y político de la caída del empleo manufacturero, dada la incapacidad aparente del resto de la economía para absorber la pérdida de puestos de trabajo en el sector.
En esa misma dirección, otro elemento que podría justificar el énfasis en la explicación convencional de la desindustrialización en términos del empleo, de acuerdo con Rodrik (2016, p. 2), se basa en las tasas diferenciales de progreso tecnológico, dado que el crecimiento de la productividad es más rápido en el sector manufacturero que en el resto de la economía. Desde esta perspectiva, se sugiere que existe un tipo particular de progreso tecnológico que es ahorrador de mano de obra no calificada y es el responsable de la mayor parte de los desplazamientos de fuerza de trabajo del sector manufacturero.
A pesar de estas importantes razones, otros estudios consideran que, además del empleo, se debe tener en cuenta la participación de la producción manufacturera como medida de desindustrialización debido a que las propiedades que exhibe el sector manufacturero como motor del crecimiento y las relaciones de causalidad entre el crecimiento de la manufacturera y el crecimiento del PIB, que establecen los mecanismos kaldorianos, se relacionan más con el crecimiento de la producción que con el crecimiento del empleo manufacturero (Tregenna, 2009, p. 439).
De este modo, contrario a este enfoque de conceptualizar estrictamente la desindustrialización a través de la dimensión del empleo, se considera, por razones de rigurosidad y completitud, que la desindustrialización debería estar adecuadamente definida en términos de una disminución sostenida de la participación de la manufactura tanto en el empleo como en la producción total.
Abordar el fenómeno exclusivamente en términos de la participación del empleo no da cuenta de los cambios de la participación de la producción manufactura y, además, los cambios en los niveles y la participación de la manufactura en la producción y el empleo pueden no sólo ser de diferente magnitud, incluso se pueden mover en direcciones diferentes, lo que puede determinar diferentes tendencias. Por esta razón, es posible desindustrializar en términos de empleo y, sin embargo, no hacerlo en términos de producción (Dasgupta y Singh, 2006, p. 6; Tregenna, 2009, p. 440; Rodrik, 2016, p. 6).
Es por esta razón que es más aconsejable realizar un análisis integrado, empleando conjuntamente los dos enfoques y teniendo en cuenta que el sector manufacturero actúa como motor del crecimiento por sus efectos conjuntos tanto en la producción como en el empleo y que, además, la desindustrialización en el empleo no implica necesariamente disminución en la producción (Rowthorn y Coutts, 2004, p. 768; Tregenna, 2009, p. 441; Kollmeyer, 2009, p. 1645; Kang y Lee, 2011, p. 314; Rowthorn y Coutts, 2013, p. 3).
2.2. Tipología de la desindustrialización
La literatura económica que aborda el estudio del fenómeno reconoce que la desindustrialización puede ser el resultado tanto de una transición positiva o exitosa como de una transformación anómala o patológica de la economía. La desindustrialización se considera positiva cuando es el resultado normal del crecimiento económico sostenido en un contexto de pleno empleo de una economía muy desarrollada, donde el crecimiento de la productividad en el sector manufacturero es tan rápido que, a pesar de aumentar la producción, el empleo en este sector se reduce en términos absolutos o como porcentaje del empleo total (Rowthorn y Wells, 1987, p. 5).
En este caso, la fuerza de trabajo desplazada del sector manufacturero logra ser absorbida productivamente por el sector de los servicios, de manera que no aumenta el desempleo. En este contexto, la industria manufactura alcanza su etapa de madurez, la productividad del sector industrial es mayor que la del resto de los sectores económicos, se registra un crecimiento elevado y sostenido del ingreso per cápita y la demanda de servicios es creciente (Rowthorn y Wells, 1987, pp. 5-6).
Desde esta perspectiva, la desindustrialización constituye una fase del proceso de desarrollo de las economías altamente desarrolladas y no debe ser considerado como un síntoma del fracaso económico de un país y mucho menos de su sector manufacturero, o visto como una condición patológica que pone en peligro el círculo virtuoso de crecimiento y desarrollo; por el contrario, paradójicamente, este tipo de desindustrialización es un síntoma del éxito económico (Alderson, 1999, p. 706).
Por el contrario, la desindustrialización se considera negativa o patológica cuando puede afectar la economía en cualquier etapa del desarrollo. Por consiguiente, la desindustrialización es producto del fracaso económico como consecuencia de que la industria manufacturera se encuentra en graves dificultades y el desempeño de la economía es pobre (Rowthorn y Wells, 1987, p. 6).
Este tipo de desindustrialización es resultado de un desequilibro estructural en la economía que se manifiesta en un rendimiento deficiente del sector manufacturero acompañado de una desaceleración en la producción y la productividad manufacturera. En cuyo caso, la desindustrialización impide que un país alcance su potencial de crecimiento o de pleno empleo de sus recursos, conduciendo a un mal desempeño de la economía en general y a una disminución de la competitividad.
De este modo, comienza a disminuir la participación del sector manufacturero en la estructura productiva antes de haber alcanzado la etapa de madurez, registrando un deficiente desempeño de la productividad,6 una desaceleración y un deterioro del crecimiento económico, pérdidas relativas de empleo y aumento del desempleo (Rowthorn y Wells, 1987, p. 6; Alderson, 1999, p. 706).
Finalmente, Rowthorn and Wells (1987, p. 6) logran identificar la existencia de un tercer tipo de desindustrialización, causado por la estructura del comercio exterior de los países y que sucede cuando, por alguna razón, el patrón de las exportaciones netas se aparta de las manufacturas hacia otros bienes y servicios, dando lugar a una transferencia de mano de obra y de recursos de la manufactura a otros sectores de la economía y a la declinación de la participación de las manufacturas en la producción y el empleo.
En esa dirección, Alderson (1999, p. 706) plantea que el comercio afecta el empleo manufacturero a través de canales macroeconómicos y a través de su influencia en la especialización. En primer lugar, cuando en una economía madura la balanza comercial de la manufactura es grande y positiva y el desempeño del sector manufacturero contribuye al crecimiento económico sostenido, el sector puede comenzar a desplazar mano de obra a un ritmo mayor de lo que sería en ausencia de comercio. Por el contario, cuando en una economía la balanza comercial del sector manufacturero se está deteriorando y la inversión manufacturera cae, el sector puede comenzar a desplazar mano de obra que no puede ser absorbida por el sector de servicios, desencadenando un estancamiento de la economía. De igual manera, el comercio puede conducir a una mayor especialización en la producción de manufacturas de los países exitosos y acelerar el abandono de la especialización en la manufactura de los países sin éxito industrial. Esto implica que los países que cuentan con excedentes comerciales en la manufactura, en igualdad de condiciones, dedicarán más recursos y mano de obra para el desarrollo del sector que los países que ejecutan déficit.
2.3. La desindustrialización en el patrón del cambio estructural
El cambio estructural es el proceso de cambio de la estructura de la sociedad a lo largo de su continua y compleja evolución. El patrón común de este proceso es la conversión de las sociedades rurales tradicionales en sociedades modernas (Rello y Saavedra, 2013, p. 111).
El cambio estructural identifica, comúnmente, al proceso de cambio de la composición sectorial de un sistema económico y, por tanto, la transformación subyacente de sus estructuras productivas y tecnológicas. La dinámica del cambio estructural implica tanto un proceso de transición sectorial, en el que la economía se mueve de sectores de baja productividad a sectores de alta productividad, como de profundización sectorial, en el que la economía se mueve de subsectores de bajo a alto valor agregado (Andreoni, 2011, p. 5). De este modo, la economía transita de una estructura productiva tradicional caracterizada por actividades de baja productividad, intensivas en mano de obra, con oportunidades limitadas de cambio tecnológico y valor agregado, a una economía moderna impulsada por actividades de alta productividad en el sector manufacturero, intensivas en el uso de capital y tecnología, y con mejores oportunidades de innovación y expansión del valor agregado (McMillan y Rodrik, 2011, p. 26; UNIDO, 2013, pp. 1-3).
El patrón de cambio estructural ha estado pautado por un desplazamiento y reasignación del empleo y el valor agregado de la agricultura a la manufactura y, finalmente, hacia los servicios. En las primeras etapas del desarrollo a bajos niveles de ingresos, la agricultura representa un porcentaje bastante elevado en la producción y el empleo. A medida que crece el ingreso y avanza el desarrollo económico, la mano de obra se mueve desde el sector agrícola de baja productividad hacia la industria manufacturera, donde el empleo de tecnologías que hacen un mayor uso de bienes de capital permite que la productividad sea mucho más alta, lo que determina el aumento de la productividad media en la economía. Como resultado de este proceso, se registra en primera instancia una disminución de la participación relativa del sector primario en la economía y un fuerte aumento de la participación de la industria manufacturera tanto en el empleo como en la producción. En esta etapa, la economía comienza a industrializarse y tanto la producción y el empleo manufacturo aumentan rápidamente, logrando que la industria manufacturera alcance un nivel máximo de participación en la economía (Rowthorn y Wells, 1987, pp. 8-9).
Finalmente, a medida que aumenta la renta y se alcanza un cierto nivel de ingreso per cápita en las etapas avanzadas del desarrollo, la participación de la industria manufacturera en el empleo y la producción comienzan a disminuir. Por otra parte, un crecimiento relativamente lento de la productividad en el sector de los servicios, acompañado de un crecimiento constante de la demanda de servicios, hace que ese sector comience a absorber la mano de obra liberada por la industria manufacturera; en estas condiciones, la fuerza de trabajo se mueve hacia los servicios, lo que genera el dinámico crecimiento del sector terciario en la economía en los niveles más elevados de renta (UNIDO, 2013, p. 2). En términos generales, prácticamente todos los países siguen una similar trayectoria en el curso del desarrollo económico (Rowthorn y Coutts, 2004, p. 767).
Sobre la base de lo que sucede con la participación del empleo y la producción manufacturera, se pueden distinguir dos fases en el proceso de cambio estructural:7 la industrialización, que es la fase durante la cual la participación del empleo y la producción manufacturera aumentan rápidamente, y la desindustrialización, que es la fase posterior durante la cual la participación del sector manufacturero declina y hay un aumento en la participación de los servicios en el empleo nacional (Rowthorn y Wells, 1987, pp. 8-9; Rowthorn y Coutts, 2004, p. 767).
En este contexto, la literatura sobre la desindustrialización enfatiza en una relación empírica existente entre el ingreso per cápita y la participación del sector manufacturero, sobre todo en el empleo, en forma de “U” invertida, lo que sugiere que la desindustrialización tiene lugar cuando los países alcanzan un cierto nivel de ingreso per cápita en las etapas más avanzadas del desarrollo.
Esta relación de U invertida nos muestra cómo, a medida que aumenta el nivel de ingreso per cápita en una economía, aumenta progresivamente la participación del sector manufacturero en la producción y el empleo, lo que significa que una economía primero comienza a industrializarse, proceso que continua hasta que la economía alcanza un nivel de ingreso per cápita de inflexión, donde la participación del sector manufacturero en la producción y el empleo comienza a disminuir hasta alcanzar las participaciones registradas en las primeras etapas del desarrollo.8
Cuando la economía alcanza este nivel de ingreso de inflexión, donde comienza la desindustrialización, la economía ya ha alcanzado la etapa final de la industrialización. Es en esta etapa que la economía se ha convertido en un exportador neto de bienes de capital con alta intensidad tecnológica y el sector de los servicios se ha desarrollado lo suficiente como para ofrecer servicios más modernos y especializados, directamente relacionados con la producción manufacturera; su expansión es capaz de absorber una proporción cada vez mayor de la oferta de trabajo que se desplaza de la manufactura (Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 5).
A medida que la estructura de la economía cambia al interior de la propia manufactura, los cambios estructurales siguen de igual manera un patrón secuencial, en donde se produce una transición de actividades básicas e intensivas en mano de obra en las primeras etapas de desarrollo industrial (a bajos niveles de ingreso), tales como las industrias de alimentos y bebidas, productos textiles y confecciones, productos de cuero, piel y calzado, que ofrecen amplias oportunidades de empleo y posibilidades limitadas de acumulación de capital, a industrias de bienes intermedios más intensivas en capital y en procesamiento de recursos y de mayor productividad (en niveles de ingresos medios), tales como las industrias de caucho y plástico y metales básicos (hierro y acero) y la industria química; y en última instancia, a actividades tecnológicamente más avanzadas, que ofrecen oportunidades de acumulación de capital, de innovación y desarrollo de nuevos conocimientos y habilidades, pero generan una menor cantidad de empleo (en niveles de ingresos medio-altos y altos), tales como maquinaria, equipos eléctricos, productos microelectrónicos y equipos de transporte (UNIDO, 2015, p. 4).
De este modo, la industria manufacturera evoluciona, de manera secuencial, de ser intensiva en mano de obra poco calificada en las primeras etapas del desarrollo a ser más intensiva en capital y tecnología en las etapas más avanzadas del desarrollo, con lo cual se crea demanda de trabajo más calificado, haciendo que los trabajadores suban en la escalera de habilidades, brindando, a su vez, incentivos para la innovación tecnológica. En la medida en que se intensifica el uso de capital y tecnología en relación a la mano de obra, el PIB per cápita crece y la intensidad del empleo cae constantemente hacia mayores niveles de ingresos (UNIDO, 2013, pp. 1-3)
Este ha sido el patrón de cambio estructural seguido por las economías industrializadas, donde los continuos cambios en la complejidad tecnológica de los bienes manufacturados han sido una de las características clave de su desarrollo económico, al pasar de la producción primaria a la producción más compleja. Al continuar esta tendencia, los países alcanzarán con el tiempo la etapa madura de la industrialización y, posteriormente, la desindustrialización.
3. La desindustrialización madura de los países desarrollados
3.1. Factores determinantes de la desindustrialización de los países desarrollados
Entre la literatura especializada que ha intentado explicar empíricamente los factores determinantes de la desindustrialización para el caso de los países desarrollados, se pueden identificar dos posturas teóricas claramente diferenciadas: una que hace énfasis en los factores internos y la otra que se centra en el análisis de los factores externos. La división del fenómeno en factores internos y externos es sólo una primera aproximación de análisis, pero en la práctica estos factores no son mutuamente excluyentes, sino que están relacionados entre sí (Rowthorn y Coutts, 2013, p. 2; Kang y Lee, 2011, p. 315).
3.1.1. Factores internos
Esta corriente teórica considera la desindustrialización como un fenómeno positivo de reasignación de recursos, resultado de un proceso natural del crecimiento económico exitoso de una economía madura durante su curso de desarrollo económico (Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 5; Rowthorn y Coutts, 2013, p. 4). Desde esta perspectiva, el fenómeno es causado, principalmente, por dos factores o fuerzas económicas de las economías avanzadas:
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Por el lado de la oferta se encuentra el crecimiento de la productividad diferencial, explicado como el mayor crecimiento de la productividad en el sector manufacturero en relación con el sector de servicios, que propicia una mayor demanda de trabajo en los servicios (Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 11; Rowthorn y Ramaswamy, 1999, p. 19; Alderson, 1999, p. 706; Saeger, 1997, p. 584; Rowthorn y Coutss, 2004, p. 770; Nickell, Redding y Swaffield, 2008, p. 1181; Kollmeyer, 2009, p. 1646; Kang y Lee, 2011, p. 319; Rowthorn y Coutts, 2013, p. 7).
La premisa básica de este argumento es que el crecimiento de la productividad en el sector manufacturero afecta a la demanda de mano de obra en el sector. Esto ocurre porque las empresas manufactureras pueden mejorar su nivel de productividad a través del uso del empleo de tecnologías de ahorro de mano de obra y pueden, de esta manera, mantener sus niveles actuales de producción cada vez con menos trabajadores (Kollmeyer, 2009, p. 1646).
La innovación tecnológica es cada vez más intensiva en capital. De este modo, las tareas que en el pasado requerían la aplicación de cantidades significativas de mano de obra se están automatizando y mecanizando como consecuencia del cambio tecnológico. A bajos niveles de ingreso, la aplicación de tecnologías poco intensivas en capital permite las mejoras en productividad y el crecimiento del empleo. Sin embargo, a medida que aumentan los ingresos el empleo de tecnologías que hacen un mayor uso de bienes de capital permite que el crecimiento de la productividad se vuelva predominante en la economía; de esta manera, disminuye la demanda de empleo en el sector manufacturero y el empleo se mueve hacia los servicios relacionados con la industria manufacturera y otros servicios. En definitiva, las industrias de baja tecnología e intensivas en mano de obra ofrecen amplias oportunidades de empleo y posibilidades limitadas de acumulación de capital, en tanto que las industrias de tecnología intermedia y alta ofrecen mayores oportunidades de acumulación de capital y mayor crecimiento de la productividad, pero menores oportunidades de empleo (UNIDO, 2013, p. 2).
Por otra parte, el mayor crecimiento de la productividad en la manufactura determina que el precio relativo de los bienes manufacturados tienda a disminuir a medida que una economía se desarrolla (Rowthorn y Ramaswamy, 1999, p. 20), lo que implica que el aumento de la productividad se transmite a los consumidores en forma de precios más bajos, lo que fomenta la sustitución de bienes manufacturados por otros artículos, especialmente los servicios, cuya relación costo está aumentando debido al crecimiento relativamente lento de la productividad en esas actividades. En las etapas tempranas del desarrollo, el efecto sustitución impulsa el ya rápido crecimiento de la demanda de productos manufacturados, mientras que en las etapas avanzadas el efecto sustitución estimula la demanda a favor de los servicios.
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Por el lado de la demanda se encuentran los cambios sistemáticos en los patrones de consumo, lo que implica que, a medida que aumenta el nivel de ingreso en la economía, se alteran los patrones de gastos de los hogares y ello aumenta la demanda de servicios más que por productos manufacturados, generando, de esta manera, un desplazamiento de la demanda de los bienes manufacturados hacia los servicios, considerando las diferencias en la elasticidad ingreso de la demanda de ambos sectores (Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 4; Rowthorn y Ramaswamy, 1999, p. 19; Rowthorn y Coutts, 2004, p. 770; Kollmeyer, 2009, p. 1648; Kang y Lee, 2011, p. 319; Rowthorn y Coutts, 2013, p. 6).
Como la productividad del sector industrial crece relativamente más rápido que la productividad de los servicios y la demanda de servicios es creciente, dado el aumento en el nivel de ingreso, para hacer frente a la demanda de mayores servicios y a los mayores requerimientos laborales del sector, el factor trabajo fluye gradualmente desde la manufactura a los servicios.9
De esta manera, dada la mayor tasa de crecimiento de la productividad del sector manufacturero de una economía madura, es de esperar que en el curso normal del desarrollo económico el empleo en el sector secundario disminuya, mientras que el sector terciario se expanda frente a la creciente demanda de servicios. Como vemos, la combinación de los factores de oferta y demanda permiten explicar la disminución de la participación del sector manufacturero en la producción y el empleo (Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 4).
3.1.2. Factores externos
Mientras que una parte sustancial de la literatura especializada de la desindustrialización tradicionalmente ha centrado su atención en los determinantes internos, existe otra perspectiva teórica que argumenta que el fenómeno viene determinado por factores estructurales del sistema económico. Desde este enfoque, se intenta exponer como este mecanismo endógeno que conduce hacia la desindustrialización positiva es interrumpido por factores económicos globales y en tales circunstancias la desindustrialización no es siempre y necesariamente un fenómeno económico positivo.
Desde esta perspectiva, se examinan los efectos negativos de corto y mediano plazo de la desindustrialización sobre el crecimiento y el empleo asociados, principalmente, a la pérdida de puestos de trabajo, a la desaceleración del ritmo de crecimiento, a la reducción del potencial de crecimiento futuro de la economía, al estancamiento del cambio técnico, a la disminución de la capacidad de innovación, al aumento de los desequilibrios comerciales y al aumento de la desigualdad de ingresos (Rowthorn y Ramaswamy, 1997, p. 5; Alderson, 1999, p. 701; Rowthorn y Coutts, 2004, p. 769; Rodrik, 2016, p. 2). Entre los principales factores exógenos determinantes de la desindustrialización y considerados por la literatura económica se encuentran:
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La globalización económica y los cambios en los patrones del comercio internacional. Esta explicación supone que la desindustrialización es el resultado de la liberalización del comercio mundial de productos manufacturados y de las presiones competitivas asociadas con la mayor integración de los mercados (Saeger, 1997, p. 605; Rowthorn y Ramaswamy, 1999, p. 34; Alderson, 1999, pp. 717-718; Aizenman, 2001, pp. 6-7; Kucera y Milberg, 2003, p. 621; Rowthorn y Coutts, 2004, p. 771; Kollmeyer, 2009, p. 1649; Kang y Lee, 2011, p. 320; Rowthorn y Coutts, 2013, p. 6; Tregenna, 2009, p. 437).
Desde esta perspectiva, se plantea que la desindustrialización de países industriales (países del norte) es vista como el resultado del crecimiento de la actividad manufacturera de los países en desarrollo (países del sur). La expansión del comercio mundial de productos manufacturados afectó negativamente el empleo en las economías avanzadas a medida que aumentaron las importaciones de bienes manufacturados intensivos en mano de obra de baja calificación procedentes de países en desarrollo; este aumento de las importaciones de los bienes manufacturados genera empleo en el sector manufacturero de los países en desarrollo y produce pérdidas de empleo manufacturero en las economías avanzadas.
Por otra parte, el proceso de deslocalización de las actividades manufactureras desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo, impulsado por el aprovechamiento de las ventajas de costos y por el atractivo crecimiento de los mercados de estos países, produjo cambios importantes en la distribución mundial de las actividades manufactureras. Este proceso de internacionalización aumentó el tamaño de las empresas, ofreció posibilidades para el desarrollo de economías de escala y la especialización y facilitó la distribución del trabajo a favor de los países en desarrollo que contaban con abundante mano de obra y bajos salarios. Además, contribuyó en el aumento de la demanda de servicios, en particular los servicios empresariales.
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Cambios organizacionales en los patrones de producción. Según esta explicación, las empresas manufactureras, tratando de ser más flexibles y rentables y como una herramienta estratégica para mantener la competitividad, externalizan cada vez más ciertas funciones y actividades, tales como la administración financiera, el marketing, la investigación y el desarrollo y la logística, a empresas proveedoras de servicios especializados que entregan estos servicios a menor costo y con mayor calidad. Esta tendencia induce una disminución del empleo manufacturero y una reasignación de la mano de obra de la manufactura a los servicios, lo que determina los cambios en la composición del empleo (Schettkat y Yocarini, 2003, p. 4; Rowthorn y Coutts, 2004, pp. 769-770; Tregenna, 2009, p. 438; Montresor y Marzetti, 2010, p. 3; Dadush, 2015, p. 7; Bernard, Smeets y Warzynski, 2016, p. 18).
Este proceso de reasignación de la mano de obra de la manufactura a los servicios es posible debido al impacto de las innovaciones tecnológicas en la flexibilización del proceso productivo, en especial los avances en las tecnologías de información y comunicación.10 De esta manera, la producción industrial se hace más abierta, flexible y descentralizada, lo que contribuye a la expansión de la economía de servicios por medio de las ganancias derivadas de la especialización y los cambios organizativos.
Los efectos del fenómeno denominado enfermedad holandesa.11 Esta explicación sugiere que el auge de recursos naturales debido al mejoramiento de los términos de intercambios, al aumento de los volúmenes de exportación de los bienes primarios o al descubrimiento de nuevas reservas de recursos naturales, genera un aumento de los ingresos en moneda extranjera que termina produciendo una persistente apreciación real de la moneda nacional. Este tipo de cambio sobrevaluado reduce la competitividad de la industria, dando lugar a una contracción de la producción y exportación de los bienes transables más intensivos en tecnología y mayor valor agregado; como consecuencia, disminuye la producción y el empleo en el sector manufacturero y se deteriora la balanza comercial, llevando a la desindustrialización (Corden y Neary, 1982, pp. 841; Choi, 2005, p. 21; Palma, 2005, pp. 81-93; Beverelli, Dell’Erba y Rocha, 2011, p. 140; Palma, 2014, pp. 14-17).
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La inversión. Esta explicación supone que una caída en el patrón de la inversión interna puede generar desindustrialización. La disminución de la producción y el empleo manufacturero se asocia con una menor tasa de crecimiento de la inversión, teniendo en cuenta que la inversión aumenta la proporción de bienes manufacturados producidos e incrementa la participación de las manufacturas en la producción real y el empleo. La inversión ha sido el principal factor que contribuye a la expansión de la capacidad industrial y a los cambios estructurales y de competitividad en el mercado (Kang y Lee, 2011, p. 320; Shafaeddin, 2005, pp. 13-15; Rowthorn y Coutts, 2013, p. 7).
Existe una relación positiva entre la inversión y las exportaciones de productos manufacturados. Por un lado, la inversión aumenta la capacidad de producción y promueve el crecimiento de la productividad industrial, lo que mejora las posibilidades del crecimiento de las exportaciones y de competitividad de la economía. Por otro lado, las exportaciones pueden tener efectos positivos sobre la inversión a través de sus efectos sobre la renta y la generación de las divisas necesarias para la acumulación de capital.
La inversión también crea fuertes lazos de complementariedad con otros elementos del proceso de crecimiento, como el progreso tecnológico, la adquisición de conocimientos especializados y el desarrollo institucional. Además, dado que las decisiones de inversión tienen en cuenta el nivel y la estabilidad de la actividad económica, la inversión tiende un puente importante entre los factores cíclicos y a más largo plazo del desarrollo económico (UNCTAD, 2003, pp. 78-79).
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El aumento en los flujos de inversión extranjera directa (IED). Esta explicación plantea que las entradas masivas de flujos de IED pueden inducir una excesiva apreciación del tipo de cambio real, lo que puede deteriorar la rentabilidad y la posición comercial del sector manufacturero, contraer la producción y el empleo manufacturero, generando desindustrialización y obstaculizando la inversión en los sectores de bienes comercializables internacionalmente, perjudicando en última instancia las perspectivas de desarrollo económico (Alderson, 1999, pp. 717-718; UNCTAD, 2003, p. 96; Choi, 2005, p. 21; Frenkel y Rapetti, 2012, p. 46; Kang y Lee, 2011, p. 318; Dadush, 2015, p. 8). Esta situación es considerada comúnmente en la literatura económica como una variante del fenómeno de enfermedad holandesa (Palma 2005, pp. 81-93; Frenkel y Rapetti, 2012, p. 46).
De igual manera, según Choi (2005, pp. 20-21), la entrada de capital de asistencia oficial para el desarrollo también puede socavar el crecimiento económico de los países de bajos ingresos receptores de ayuda, a través de un efecto de enfermedad holandesa que genera una apreciación de la moneda, la disminución del sector exportador, la desindustrialización y un impacto negativo sobre el nivel de bienestar.
4. La desindustrialización prematura de las economías en desarrollo
4.1. ¿Qué es la desindustrialización prematura?
La desindustrialización prematura es entendida como el tipo de desindustrialización negativa experimentado por las economías en desarrollo que refleja una pérdida sostenida de participación de la producción y el empleo manufacturero a niveles de ingreso per cápita y niveles de industrialización demasiados bajos. Es decir, la desindustrialización prematura comienza mucho antes a un nivel inferior de industrialización y se produce más temprano en el proceso de desarrollo.
Desde esta perspectiva, la desindustrialización prematura inicia cuando el sector manufacturero comienza a contraerse sin que una economía haya alcanzado el nivel de ingreso per cápita y la participación del empleo manufacturero típicamente asociados con el punto de inflexión donde comienza el patrón internacional de desindustrialización. Cuando se cumplen estas dos condiciones se presenta la desindustrialización prematura, lo que implica que la economía se ubica por debajo de la curva que define la relación de U invertida (Tregenna, 2015, pp. 9-16).
El fenómeno de la desindustrialización prematura muestra como esta relación de U invertida está disminuyendo a través del tiempo, desplazándose hacia abajo y hacia la izquierda cada vez más cerca del origen, lo que indica que el nivel de ingreso de inflexión está disminuyendo a través del tiempo y, por tanto, el punto de inflexión en el que comienza la desindustrialización está ocurriendo más temprano en el proceso de desarrollo (Palma, 2005, p. 78; Felipe, Mehta y Rhee, 2014, p. 18; Ghani y O’Connell, 2014, p.13; Rodrik, 2016, p. 20; Tregenna, 2015, p. 14).
Esta tendencia determina, por un lado, que las economías en desarrollo se encuentran en una etapa relativa de desarrollo, donde están en promedio cada vez menos especializadas en el sector manufacturero, lo que significa que se están quedando sin oportunidades de industrialización mucho más pronto y, por ende, el sector manufacturero está creando cada vez menos puestos de trabajo (Ghani y O’Connell, 2014, p.13; Amirapu y Subramanian, 2015, p. 10). Por otro lado, implica que la composición de las economías en desarrollo está cambiando con el tiempo, convirtiéndose masivamente en economías de servicios, sin haber alcanzado un adecuado proceso de desarrollo industrial (Rodrik, 2016, p. 2).
4.2. Factores determinantes de la desindustrialización prematura
Los estudios que han examinado recientemente los determinantes de la desindustrialización para el mundo en desarrollo, convienen en afirmar que las causas y los efectos del patrón de desindustrialización prematura de las economías en desarrollo difieren notablemente del patrón de desindustrialización madura exhibido por los países desarrollados.
En relación con las causas, la literatura económica reciente coincide en señalar que el principal factor determinante de la desindustrialización de los países en desarrollo es el impacto de la rápida liberalización comercial y financiera y las reformas económicas implementadas por las instituciones financieras internacionales para conducir el cambio estructural como reacción a la crisis de la deuda de la década de 1980 (Stein, 1992, p. 83; Pieper, 2000, p. 67; UNCTAD, 2003, p. 121; Shafaeddin, 2005, pp. 20-21; Palma, 2005, pp. 98107; Dasgupta y Singh, 2006, p. 16; Tregenna, 2009, p. 437; Cruz, 2014, p. 6; UNIDO, 2015, p. 7; Rodrik, 2016, p. 4).
Los resultados obtenidos luego de la implementación de estas reformas estructurales fueron disímiles entre los diferentes grupos de países en desarrollo. Por un lado, algunos países mostraron una importante capacidad industrial y una rápida expansión de las exportaciones de productos manufacturados; en este grupo se encontraron los países de Asia oriental, donde la liberalización comercial se llevó a cabo de manera gradual y selectiva como parte de una política industrial de largo plazo que les permitió mantener un proceso virtuoso de industrialización, logrando combinar el aumento de la inversión con el crecimiento dinámico de la producción y las exportaciones de manufacturas (UNCTAD, 2003, p. 121; Shafaeddin, 2005, pp. 20-21; Palma, 2014, p. 18).
Sin embargo, por otro lado, se encontraron la gran mayoría de los países de África y de América Latina, donde el proceso de reforma estructural y de liberalización comercial generó un escenario de desaceleración y bajo crecimiento económico, deterioro de la productividad, menor generación de empleo, reasignación del empleo hacia los sectores de baja productividad, desequilibrios comerciales persistentes y aumento de la desigualdad (Shafaeddin, 2005, pp. 20-21; Rodrik, 2008, p. 15; Bogliaccini, 2013, p. 79).
Por otra parte, algunos de estos estudios establecen que la desindustrialización prematura puede ser provocada o acelerada no sólo por los cambios en la política económica, sino que, además, responde a factores de diversa índole que, conjuntamente con la liberalización del comercio, provocaron el deterioro muy fuerte de la competitividad internacional de los sectores manufactureros de los países en desarrollo a lo largo de las últimas décadas; entre ellos se destacan:
La enfermedad holandesa, que no sólo se da por la vía exclusiva del auge en la exportación de productos básicos y de recursos naturales que resulta del incremento de los precios, sino que, además, puede ser generada por el desarrollo de la exportación de servicios, en particular por el fuerte aumento de las entradas del turismo y los servicios financieros, o por el mayor flujo de capitales hacia el país, los cuales pueden ser atraídos por una mayor rentabilidad o por las expectativas de revaluación cambiaría, generan una apreciación real de la moneda nacional que acelera la reducción del empleo y la productividad en el sector manufacturero (Palma, 2005, pp. 81-93; Shafaeddin, 2005, pp. 17; Choi, 2005, p. 21; Frenkel y Rapetti, 2012, p. 1).
Un patrón de especialización con fuerte preponderancia de las industrias basadas en la explotación de los recursos naturales y en industrias intensivas en mano de obra de baja calificación, que implica una estructura productiva menos diversificada, menos propicia para promover la modernización industrial,12 más volátil a los ingresos de las exportaciones y más vulnerable a los choques externos (CEPAL, 2008, p. 78; Tregenna, 2015, pp. 44-45).
Las políticas macroeconómicas demasiado austeras, basadas, especialmente, en los tipos de cambio sobrevaluados, para facilitar la importación de bienes necesarios por las industrias nacionales, y los tipos de interés elevados, para atraer capital extranjero (UNIDO, 2015, p. 7).
La reasignación a escala global de actividades con uso intensivo de mano de obra (offshoring), y la difusión de las prácticas de tercerización (outsourcing) que suponen que algunas actividades que antes estaban incorporadas en los procesos de las empresas manufactureras y que no estaban vinculadas directamente con la producción industrial, pasen a ser realizadas por empresas especializadas de servicios (CEPAL, 2008, pp. 78-79; Jenkins, 2015, p. 5).
Finalmente, el surgimiento de China como potencia económica mundial, el peso de su dinámica industria manufacturera y la creciente participación de sus exportaciones manufactureras en el mercado mundial ejerce cada vez una mayor presión competitiva sobre la producción industrial en los mercados nacionales y sobre los sectores exportadores de productos industriales a los socios comerciales, lo que retarda el desarrollo de la base industrial, origina grandes desequilibrios comerciales y genera considerables impactos directos e indirectos sobre el conjunto de economías en desarrollo, acelerando así el proceso de desindustrialización (Jenkins, 2015, p. 10; Guajardo, Molano y Sica, 2016, p. 4).
4.3. Implicaciones de la desindustrialización prematura
La desindustrialización prematura es un fenómeno negativo porque frena el crecimiento económico sostenido de los países en desarrollo por dos razones fundamentales (CEPAL, 2008, p. 79; Pagés, 2010, pp. 72-77; Tregenna, 2015, pp. 42-44; UNIDO, 2015, pp. 7-8; Rodrik, 2016, p. 28).
En primer lugar, porque reprime el potencial de crecimiento del sector manufacturero antes de la que la industria alcance su etapa de madurez, lo que reduce los beneficios y las propiedades de tracción de la industrialización e impide que estos beneficios se difundan a toda la economía y fomenten el crecimiento.13
En segundo lugar, porque cuando ocurre la desindustrialización prematura la industria manufacturera no logra madurar y no se desarrolla un sector de servicios moderno, avanzado y dinámico;14 en su lugar, el tipo de actividades de servicios que surgen a menudo suelen ser actividades informales, no transables, poco calificadas y de baja productividad, que no tienen el dinamismo y la capacidad para impulsar el crecimiento antes de la industrialización. La expansión de este tipo de actividades de servicios durante la desindustrialización prematura pone en peligro la posibilidad de que el sector de los servicios complemente el papel de potenciación del crecimiento del sector manufacturero y, por tanto, no funcione como un motor alternativo de crecimiento económico (Cruz, 2014, p. 5; UNIDO, 2015, pp. 7-8).
Como el sector de servicios no ha experimentado un suficiente crecimiento para producir servicios más complejos, especializados y con alto contenido tecnológico, no logra madurar y, por ende, no está listo para absorber productivamente la mano de obra que se desplaza de la agricultura y la manufactura y así compensar la pérdida de producción del sector manufacturero.
En la medida que la contracción del sector manufacturero en el empleo se produce en un nivel de ingreso per cápita mucho más bajo, el exceso de trabajo proveniente de la agricultura, y el que es desplazado de la manufactura, se está canalizando hacia el sector manufacturero informal de baja productividad y hacia los servicios informales que ofrecen una baja probabilidad de crecimiento (Dasgupta y Singh, 2006, p. 6; Rodrik, 2016, p. 28).
Finalmente, cabe destacar que la desindustrialización prematura reprime el potencial de desarrollo económico al limitar la aplicación de tecnología a la producción. La desindustrialización prematura se expresa en una menor orientación hacia las actividades con mayor uso intensivo de conocimiento, lo que, dadas las características del progreso técnico, podría limitar la capacidad de crecimiento sostenible de la economía (Cruz, 2014, p. 6).
5. Conclusiones
La desindustrialización se constituye en un patrón del cambio estructural de la economía mundial y en una tendencia común de todos los países que experimentan el desarrollo económico.
La evaluación de la importancia de los canales a través de los cuales el sector manufacturero puede promover el crecimiento económico sugieren que la desindustrialización es adecuadamente definida en términos de la participación del sector manufacturero tanto en el empleo como en la producción total. Emplear un solo enfoque para medir la desindustrialización podría dar lugar a diferentes juicios acerca de las experiencias particulares de las regiones y los países (Dasgupta y Singh, 2006, p. 6; Tregenna, 2009, p. 440; Rodrik, 2016, p. 6).
La literatura económica sobre la desindustrialización de los países avanzados identifica una serie de factores internos y externos determinantes del fenómeno. Entre los factores internos se encuentran el rápido crecimiento de la productividad en el sector manufacturero respecto a otros sectores de la economía y los cambios sistemáticos en los patrones de consumo a favor del sector de servicios a medida que aumentan los ingresos y disminuye el precio de los productos manufacturados en el transcurso del desarrollo económico. Estos factores se consideran parte de la evolución de la actividad económica y su efecto conjunto explica el carácter positivo de la desindustrialización (Alderson, 1999, p. 706; Rowthorn y Ramaswamy, 1999, p. 19).
Entre los factores externos se encuentran el comercio internacional, la externalización de las actividades de las empresas manufactureras, el fenómeno de enfermedad holandesa, los niveles de inversión y los flujos de inversión extranjera directa. Desde esta perspectiva, la desindustrialización tiene un impacto negativo en el crecimiento económico. En este caso, los recursos se desplazan a los sectores que crean menos vínculos y tienen menos potencial para los aumentos de la productividad, el desarrollo tecnológico y la innovación.
En la teoría de la desindustrialización se pueden identificar dos elementos clave que determinan el carácter positivo o negativo del fenómeno. El primero está relacionado con los factores determinantes del fenómeno y el segundo con la capacidad del sector de servicios para absorber la mano de obra desplazada del sector manufacturero y para actuar como motor del crecimiento económico. Atendiendo estos dos elementos, se pueden identificar dos tipos de desindustrialización en el del patrón del cambio estructural: la desindustrialización madura, como una tendencia común y positiva de los países avanzados, impulsada por el aumento de la productividad que conduce a un sector de servicios dinámico de alta tecnología directamente relacionado con la manufactura, y la desindustrialización prematura, como una tendencia estructural negativa de los países en desarrollo que se caracteriza por el deficiente desempeño de la productividad que sofoca el potencial de desarrollo económico al limitar la aplicación de tecnología a la producción y generar actividades de servicios informales y de baja productividad (UNIDO, 2015, p. 7-8).
Cuando las economías avanzadas alcanzaron la etapa de la desindustrialización madura, los beneficios del sector manufacturero se lograron difundir a toda la economía, lo que permite desarrollar un sector de servicios moderno y especializado, directamente relacionado con la manufactura y que tiene las características dinámicas que antes se le atribuían a la industria manufacturera; en tales condiciones, el sector de los servicios funciona como un motor del crecimiento económico porque tiene la capacidad de absorber toda la oferta de trabajo que se desplaza de la manufactura y compensar la pérdida de producción del sector manufacturero.
Sin embargo, a diferencia de los países desarrollados, que primero prosperaron con la industria y luego se transformaron en economías de servicios, en el contexto de los países en desarrollo, el fenómeno ha sido considerado como un proceso negativo denominado, de manera diferencial, desindustrialización prematura, que significa que la desindustrialización tiene lugar en niveles de ingreso per cápita y de desarrollo industrial demasiado bajos, y en el que los países, además, están transitando rápidamente del sector agrícola al sector de los servicios sin haber alcanzado un adecuado proceso de industrialización.
Cuando en los países en desarrollo se presenta la desindustrialización prematura se reprime el potencial de crecimiento del sector manufacturero antes de la que la industria logre llegar a su etapa de madurez, por lo que los beneficios y las propiedades de tracción del crecimiento de la industrialización no son difundidos ni percibidos por toda la economía; de esta manera, la industria manufacturera no logra madurar y no se desarrolla un sector de servicios moderno y dinámico. En su lugar, la manufactura tiende a ser reemplazada por actividades de servicios tradicionales, informales, poco calificados y de baja productividad, que no tienen el dinamismo para potenciar el crecimiento económico.
La desindustrialización prematura supone para las economías en desarrollo un cambio estructural adverso porque frena el proceso de industrialización, limita el crecimiento económico sostenido y restringe la generación de empleo, lo que conduce al aumento del desempleo y la informalidad y retrasa las perspectivas de convergencia con las economías avanzadas (CEPAL, 2007, p. 79; Tregenna, 2009, p. 436; Tregenna, 2011, p. 5; Cruz, 2014, p. 22; Rodrik, 2016, p. 28).
La literatura económica establece que la desindustrialización madura de las economías industriales avanzadas a lo largo de los últimos decenios se relaciona fundamentalmente con un fuerte crecimiento de la productividad en el sector manufacturero. No obstante, a diferencia de los casos de las economías industriales avanzadas y de las economías de Asia oriental, la tendencia de la desindustrialización prematura de los países en desarrollo de África y América Latina no ha sido un producto benigno del crecimiento diferencial de la productividad en el contexto de una expansión económica estable (UNCTAD, 2003, p. 123). Por el contrario, la reducción generalizada del empleo y la producción del sector manufacturero está determinada por un cambio significativo en los patrones comerciales.
La desindustrialización prematura en el mundo en desarrollo fue provocada o acelerada por un cambio en la política económica y, a diferencia de las economías avanzadas, no se produjo de manera gradual con el desarrollo económico; este tipo de desindustrialización inducida por las políticas es más propensa a producir efectos negativos sobre el crecimiento antes de que se hayan alcanzado todos los beneficios de la industrialización, es decir, antes de que la industria manufacturera haya madurado y antes de que se haya desarrollado un sector de servicios avanzado y dinámico (UNIDO, 2015, p. 8). En definitiva, la liberalización comercial y financiera no logró poner en marcha un proceso dinámico de industrialización y de crecimiento económico en los países en desarrollo (UNCTAD, 2003, pp. 123-128).