En febrero del 2017, a través de la editorial de la Escuela Nacional de Estudios Superiores, Unidad Morelia (ENES-UNAM), publicamos el libro Visiones de cambio desde las ciencias sociales. Compilamos las reflexiones de veintiocho colegas de campos disciplinarios diversos. El objetivo central de la obra era hacernos de una postura panorámica del estado de nuestros ámbitos profesionales. Pretendíamos reconocer las diferentes influencias que han dado lugar hoy al concierto disciplinario y, a partir de ello, vislumbrar posibles derroteros de cara a las diversas problemáticas actuales.
En un principio, el público al que estaba dirigido el proyecto editorial eran los estudiantes universitarios que iniciaban su formación en alguna de las licenciaturas sociales con la que cuenta la Universidad. Particularmente, nos dirigíamos a los jóvenes que emprendían sus carreras en los dos programas con este perfil en la ENES, Unidad Morelia: Estudios Sociales y Gestión Local y Geohistoria, licenciaturas de nueva creación en la UNAM (2014 y 2012 respectivamente). El lenguaje directo de la mayoría de los capítulos -hasta cierto punto lírico- orientó, finalmente, al libro hacia un público más amplio, no necesariamente académico -aunque fueron académicos quienes se expresaron en él.
Los autores de los capítulos, investigadores formados en campos sociales variopintos -antropología, etnología, filosofía, geografía, economía, historia, psicología y sociología-, y con amplias trayectorias tanto en la investigación y la docencia como en la gestión pública o universitaria, se expresaron con total libertad, sin restricciones de formatos y sin necesidad de sostener con referencias sus planteamientos. Nos interesaba, sobre todo, la exposición libre de experiencias y posturas. De ahí que entre los capítulos de la obra se encuentren posiciones comunes, pero también se intuyen en las páginas visiones fuertemente confrontadas. Es el resultado de las diversas y variopintas trayectorias de quienes ahí se manifestaron, cada uno con sus propias historias formativas, sus propios enfoques, creencias y convicciones.
Los nombres de quienes plasmaron sus visiones en el libro son reconocibles en sus respectivos ámbitos disciplinarios y campos de especialización: Hebe Vessuri (antropología), Leonardo Lomelí (economía), René Millán (sociología), José del Val (etnología), Manuel Gil Antón (sociología), Manuel Perló (sociología), Rosalba Casas (sociología), Fernando Castañeda Sabido (sociología), Sara Sefchovich (sociología), José Luis Lezama (ciencias políticas), Francisco Zapata (sociología), Ambrosio Velasco (filosofía), León Olivé (filosofía), Margarita Velázquez (psicología social), Esteban Krotz (antropología), Gloria Villegas (historia), Agustín Ávila (antropología), Omar Moncada (geografía), Cristina Oehmichen (antropología), Prudencio Mochi (ciencias políticas), Héctor Hernández Bringas (sociología), Rodolfo Uribe (sociología), Luis Fernando Aguilar (filosofía), Mónica Chávez (antropología), Carla Galán Guevara (economía) y Gerardo Hernández Cendejas (geografía).
Para fortalecer la idea original de la reflexión libre y la experiencia personal, se realizaron entrevistas a los autores con preguntas abiertas referentes a su formación profesional, sus influencias y paradigmas, así como las problemáticas -laborales, políticas, académicas- que han enfrentado a lo largo de su trayectoria. También nos interesaba que vislumbraran, en la medida de lo posible, un futuro de las ciencias sociales en un mundo acelerado y cambiante, en estas primeras décadas del siglo veintiuno.
Las entrevistas eran transcritas y luego entregadas a los entrevistados para que ellos pudieran transformar sus comentarios en un texto breve. Todo ello significó un trabajo arduo del equipo de académicos y estudiantes que nos encargamos de distribuirnos las tareas de contactar a los especialistas, entrevistarlos, transcribir las grabaciones, regresarlas a sus autores y darle seguimiento al proceso editorial. De esta complejidad resultó la demora de tres años de la publicación, pero el resultado en términos generales, consideramos, ha sido positivo.
En este sentido, vale la pena abordar nuevamente y de forma breve y autocrítica el objetivo de la publicación -reflexionar sobre el estado actual y futuro de las ciencias sociales-. Quisiera hacerlo a partir de dos preguntas a las que podemos volver: 1) ¿Las ciencias sociales juegan un papel central en las problemáticas de las sociedades contemporáneas? 2) Más allá del colectivo disciplinar que conforman, ¿las ciencias sociales son interdisciplinarias?
Respondiendo al primer cuestionamiento, nos es posible afirmar que, desde un punto de vista fundamentalmente teórico, las ciencias sociales han estado presentes en la historia de la humanidad a través de formas de interpretar la realidad y que se han vuelto parte de nuestra cotidianeidad. Hablar de economía neoliberal, globalización, sincretismo, multiculturalidad o perspectiva de género, nos remiten a formas de cómo la problematización teórico-social se ha insertado en el lenguaje cotidiano desde tiempo atrás. En este sentido, la respuesta al cuestionamiento es afirmativa: las ciencias sociales si juegan un papel central en las problemáticas contemporáneas, proporcionando, por lo menos, herramientas conceptuales que caracterizan los fenómenos o acontecimientos sociales, económicos y culturales, y que se vuelven la manera de explicar el mundo.
Lo que tendríamos que explicarnos, tal vez, es si la ciencia aplicada o lo empírico en las ciencias sociales ha sido tan importante como su teoría. Podemos pensar, inicialmente, que es así. La participación en la gestión y aplicación de políticas públicas diversas ha sido resultado de esfuerzos emanados en nuestros campos; esfuerzos que no siempre han sido positivos o acertados, pero que son productos de un interés legítimo por incidir en contextos específicos. Sin embargo, más allá del ámbito de lo público, en cualquiera de las escalas en las que se gesta ‒global, nacional o regional-, o de la asesoría o colaboración de los científicos sociales con instancias gubernamentales o privadas, valdría la pena reflexionar sobre el carácter eminentemente social de las ciencias sociales en la escala de lo local. Es decir, podríamos pensar qué tanto se insertan las ciencias sociales en los lugares, no como estudios de caso específicos que verifiquen un enfoque teórico, sino como una contribución eminentemente social ‒o solidaria- aplicada en la escala comunitaria y en la experiencia del lugar. En otras palabras, vale la pena que evaluemos qué tanto hay de experiencia empírica en las ciencias sociales. Quizá, también, los diversos campos podríamos adentrarnos o abrevar un poco más en los ámbitos de la antropología social, la psicología social o el trabajo social.
Respecto a la pregunta sobre qué tan interdisciplinarias son las ciencias sociales, podemos responder con certeza que lo han sido desde siempre. El campo de la historia sigue recurriendo a la teoría en sociología para sustentar modelos historiográficos. La economía, con sus muy particulares modos y formas teóricas y metodológicas, no se entendería sin la ciencia política. La observación participante es una técnica antropológica necesaria en las disciplinas sociales que realizan trabajo de campo y la representación cartográfica y las tecnologías de información espacial son insumos geográficos a los que se recurren en todas las ciencias. El problema de la carencia de interdisciplina, tan pregonada en la actualidad, no es tal en nuestros ámbitos.
No obstante, el grado de participación en el concierto interdisplinario, tanto en la teoría como en la práctica, no ha sido igual entre los diferentes campos. La geografía, por ejemplo, ha estado fuera del concierto interdisciplinario de la teoría social, inmersa en un excepcionalismo y un marcado interés por lo empírico, que a lo largo del siglo XX ha sido duramente criticado. Conceptos tradicionalmente geográficos, como el territorio o el paisaje, son problematizados por otras disciplinas, como la antropología y la sociología, sin que sea necesario recurrir a los referentes históricos de la geografía. Por fortuna, para los geógrafos de hoy en día, a partir de los enfoques críticos y de los giros culturales y espaciales, esto se ha revertido ‒hasta cierto punto-, aunque aún no forman legión quienes se interesan por la teoría geográfica.
Un inconveniente de la interdisciplina es que no está exenta de guiarse por las “modas” o los temas planteados en otras esferas -académicas o políticas-, adoptando formas de interpretar la realidad que no necesariamente responden a lo social. Destaca, por ejemplo, la abrumadora inclinación de investigaciones en el ámbito de las ciencias sociales hacia los modelos ecosistémicos o de equilibrios biológicos, tales como la sustentabilidad, en un contexto ciertamente marcado por las crisis ecológicas globales. Los aspectos que implican lo social en la realidad, con toda su complejidad, subjetividad y humano, corren el riesgo de reducirse a un factor antrópico en el funcionamiento de los ecosistemas o, como sucede en varios casos, elementos de profundo análisis como lo son la identidad, el arraigo, la historia o la memoria pueden reducirse a la noción genérica de percepción social, tan recurrida en la ecología y sus aproximaciones a lo propiamente humano.
Finalmente, quisiéramos señalar dos temas pendientes que si bien es cierto que de una u otra manera están presentes en algunos de los capítulos no fueron abordados como argumentos centrales. Nos referimos al posthumanismo ‒la ingeniería genética humana- y la alta tecnificación de nuestras sociedades contemporáneas. Cualquier visualización prospectiva de las ciencias sociales deberá considerar estos aspectos, tan característicos de nuestra realidad hoy, en las primeras décadas del tercer milenio.