Julio López Gallardo nació en Chile en septiembre de 1941 y falleció en París en mayo de 2020. Estudió economía en la Universidad de Chile y se doctoró en ciencias económicas por la Universidad de Varsovia, Polonia en 1970. Desde 1980 enseñó en la Facultad de Economía de la Universidad Nacional autónoma de México (UNAM); dirigió esta revista a inicios del presente siglo. Julio se jubiló el 1 de mayo de 2013 y, para decirlo con una perífrasis poética digna de su gusto por las letras, se fue a Francia en busca de Les Fleurs du mal.
En las décadas de 1950, 1960 y 1970 sucesivos coups d’État poblaron América Latina de dictaduras cuyos gobiernos de facto originaron una versión de fascismos sin partidos -distintos al italiano y al alemán, pero tan fieros como éstos- sin más razón de Estado que la manu militari de la Alianza para el Progreso y de la Doctrina de la Seguridad Nacional de la época. El vivero de estos pretorianos de la segunda posguerra inició con el régimen militar de Alfredo Stroessner en Paraguay (des(gobernó) entre agosto de 1954 y febrero de 1989); continuó en la República Dominicana con el derrocamiento del gobierno constitucional de Juan Bosch el 25 de septiembre de 1963 y en Brasil con el golpe militar en contra del presidente Joao Goulart en marzo de 1964; se generalizó luego con los regímenes militares de J. C. Onganía (1966-1970) y de J. R. Videla (marzo de 1976) en Argentina; y con el de Bolivia, cuando en agosto de 1971 el gobierno nacionalista de J. J. Torres fue aniquilado por Hugo Banzer. En Uruguay el gobierno castrense adoptó la forma de una dictadura cívico-militar (junio 1973-marzo 1985) y, finalmente, en Chile el golpe de la Junta Militar, con Augusto Pinochet como principal figurante, derrumbó al gobierno democrático de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973.
Salvador Allende llegó al poder con el triunfo (36.4% de la votación) de la Unidad Popular en las elecciones democráticas del 4 de septiembre de 1970.1 Allende manifestó el leitmotiv nacionalista de lo que sería su gobierno en el exordio pronunciado al inicio de su gestión: “alguien más vence hoy con nosotros. Están aquí Lautaro y Caupolicán, hermanos en la distancia de Cuauhtémoc y Túpac Amaru”. Las empresas transnacionales norteamericanas International Telegraph and Telephone, Kennecott Copper Co. y Anaconda Copper Co. comprendieron que ese proemio significaba la recuperación chilena de los minerales de El Teniente y Chuquicamata, entre otras riquezas del país andino, y actuaron en consecuencia.
La proliferación de las dictaduras militares en el Caribe y en Sudamérica impuso una “geopolítica parvularia” (dixit Raúl Ampuero) en la región. Por la manera de reprimir que se había industriado toda esta soldadesca embriagada, obligó a muchos ciudadanos latinoamericanos a emigrar para abroquelarse en algún mejor sitial. Julio López fue uno de ellos, buscó y encontró refugio en “México florido y espinudo”, país cuya prodigalidad Pablo Neruda (1974, p. 186) definió así en su Confieso que he vivido: “encontré que éramos, Chile y México, los países antípodas de América […] Y no hay en América, ni tal vez en el planeta, país de mayor profundidad humana que México y sus hombres”.
Si bien hacia fines de la década de 1970 el gobierno de Pinochet mostraba algunas fisuras,2 en el ámbito del pensamiento y la política económica en Chile predominaban las ideas monetaristas de Milton Friedman, que inspiraron las reformas económicas de Pinochet. Chile fue el experimento más granado de las ideas que Arnold Haberger epitomizó con su “Good economics comes to Latin America, 1955-1995”, al referirse a la privatización de la seguridad social, la liberalización comercial y de los flujos de capital, la restricción monetaria y fiscal.
Aunque la ironía de la historia quiso que los resultados del experimento chileno fueran catastróficos,3 Julio López, formado en las escuelas kaleckiana y estructuralista (enseñanzas que siempre guardó in petto), no tenía cabida en las universidades chilenas, a la sazón regenteadas por personajes castrenses a las órdenes de Pinochet.
Fue así como Julio López recaló en la UNAM. A diferencia de su coterráneo, conspirateur d’occasion, el profesor López se dedicó a difundir las teorías de Michał Kalecki (1898-1970) en la docencia y en la investigación, tareas arduas facilitadas por el hecho de que el Fondo de Cultura Económica ya había publicado en castellano varios libros del economista polaco. En su exegesis, Julio López prefería enfatizar más las similitudes teóricas entre Kalecki y Keynes (por ejemplo, la crítica a la deflación de Pigou para conseguir el pleno empleo) que sus discrepancias, reconociendo con Joan Robinson (1964) la primacía de aquél en el descubrimiento del principio de la demanda efectiva, así como las importantes diferencias entre las teorías de la inversión y del empleo de ambos (Sawyer, 1985; Roncaglia, 2001).
El legado de Julio López (1991, 1994, 2008, entre otros) puede leerse como un denodado afán por interpretar los problemas económicos de América Latina y de México a la luz de las claves suministradas por la macrodinámica de Kalecki, por trazar puentes entre Keynes y Kalecki con Prebisch. Pero no sólo en lo concerniente a los avatares del desarrollo de la economía real; también en lo que atañe a los debates teóricos contemporáneos. He aquí un ejemplo de por qué Julio apreciaba estudiar a Kalecki sin dogmatismo: en ocasión de la visita a la UNAM de un profesor poskeynesiano que vino de Estados Unidos a aleccionarnos acerca de las virtudes de un tipo de cambio competitivo como panacea del desempleo y el estancamiento productivo, idea que repetían algunos colegas locales, Julio y quien esto escribe increpamos al dilecto visitante esgrimiendo los graves riesgos que implicaría tal política en una economía como la mexicana. Al día siguiente Julio propuso que, desde una perspectiva esencialmente teórica, escribiéramos al respecto tomando premisa en el enfoque de Kalecki sobre la relación entre precios, tipo de cambio y distribución del ingreso (cf. López y Perrotini, 2006).
La muerte ennoblece, expresó Eduardo Vega al comentarme la partida de Julio. Aunque es lícito no creerlo, todo lo que existe es digno de perecer, sentenció (Mefistófeles) Goethe en el Fausto. Judith, esposa de Julio López, y Antonia y Manuela, sus hijas, reciban nuestra empatía y este sencillo homenaje post mortem de Investigación Económica.