Introducción
La prensa escrita y el periodismo han tenido históricamente una relación muy estrecha con los gobiernos (Cook, 1998). Durante el siglo XIX, en América Latina se consolidó una prensa política (Duncan, 1980; Palti, 2008) que era estructural y económicamente dependiente de las facciones que disputaban la definición del Estado-nación.
En el siglo XX, los periódicos más vendidos consolidaron su perfil profesional y comercial, construyendo un espacio de opinión autónomo (no exento de negociaciones con el poder) de los recursos de los grupos y partidos políticos y orientándose hacia el gran público (Saítta, 1998; Sidicaro, 1993). Sin embargo, esa condición no redundó en mayor neutralidad, apoliticidad, objetividad y transparencia, sino que los diarios adquirieron gran peso en la arena pública, erigiéndose como apoyo u oposición a los gobiernos del Estado. Los altos grados de concentración en la propiedad de los medios de comunicación que posibilitaron las políticas neoliberales de finales de las décadas de 1980 y 1990 fortalecieron su gran influencia, con discursos que defendían la libertad de empresa, la neutralidad, la objetividad y la vigilancia de los abusos de poder por parte del Estado (Baldoni y Vommaro, 2011).
Ya adentrado el siglo XXI, las aciagas consecuencias socioeconómicas de las políticas obedientes del Consenso de Washington y una crisis de representación y legitimidad de los partidos políticos tradicionales (entre otros múltiples factores) (Rodríguez, Barret y Chávez, 2005) dieron lugar al surgimiento de nuevos liderazgos del giro a la izquierda (Levistky y Roberts, 2011), que pusieron en el centro de sus agendas la necesidad de sanear las crecientes desigualdades sociales, a partir de políticas de inclusión y redistribución y protección de los derechos humanos.
Con sus matices, estos nuevos líderes no sólo no tuvieron una relación armónica con la prensa, sino que ubicaron como uno de sus ejes privilegiados la discusión de las bases de construcción de legitimidad pública del periodismo y los medios: los acusaron de responder a intereses espurios, ocultos detrás de la máscara de objetividad propia del discurso informativo (Waisbord, 2013). Como contracara de este conflicto, las principales plumas periodísticas denunciaron a los mandatarios por considerarlos obstáculos a la libertad de expresión, ya fuera en sus diatribas públicas como también a partir de las políticas de reforma de las comunicaciones y legislativas que en cada caso aplicaron. Varios autores reconocieron en este debate una arista de una discusión más profunda entre dos modelos de democracia (Orlando, 2011; Vincent, 2009).
En este sentido, el discurso de la prensa se volvió un espacio clave para comprender los conflictos políticos del momento. En sus páginas se desarrollaron no sólo contenidos críticos respecto de los nuevos líderes, sino también diversas estrategias de fortalecimiento de la legitimidad de la palabra de cada publicación, consolidando su papel como institución política y (en ocasiones) buscando disputar el espacio de representatividad que tradicionalmente había tenido el discurso político (como veremos en el análisis del diario Clarín).
El primer kirchnerismo (2003-2007) se erigió como un punto de pasaje del conflicto prensa/gobierno nacional, entre una crítica moderada (a principio del mandato) y una oposición marcada que será la base del perfil radicalizado durante las presidencias de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011-2015). Es una etapa relevante para observar las formas discursivas que fue adquiriendo esta prensa de confrontación institucional. De allí que el impacto generado en los periódicos por el paulatino crecimiento de los cuestionamientos públicos de Néstor Kirchner y sus principales funcionarios incidiera directamente en la configuración de gramáticas, es decir, reglas de producción discursiva que moldearon los contenidos periodísticos; formas de leer el mundo político que deben comprenderse para determinar el papel de la prensa en el presente y poder plantear hipótesis sobre sus comportamientos futuros.
En suma, más allá de los dichos explícitos de los diarios respecto de diversas temáticas (accesibles a cualquier lector), lo que se propone este artículo es aportar a la comprensión de estas formas de pensar la coyuntura que han presentado los diarios evidentemente opositores al gobierno de Néstor Kirchner. Nos concentramos en la comunicación de una porción de los resultados obtenidos en nuestra investigación doctoral (de Diego, 2015), destacando la reconstrucción de dos tipos de gramáticas: la político-ideológica refutativa (en La Nación) y la coyuntural (diario Clarín).
Luego de una breve presentación del contexto político del primer kirchnerismo y de su relación con la prensa, así como el marco teórico-metodológico, caracterizaremos estas gramáticas mediante la enumeración y definición de sus componentes y la observación de su funcionamiento en ejemplos textuales.1
“Los periodistas ya no son intermediarios necesarios” 2 La interpelación kirchnerista y el papel de la prensa de confrontación
Luego de la profunda crisis social, económica y política que azotó a Argentina entre 2001 y 2002, el gobierno de Néstor Kirchner subió al poder en 2003 con una propuesta de recuperación política de corte progresista, que se consolidó promoviendo la centralidad del Estado, la recomposición del lazo de representación y la articulación de demandas sociales de un pueblo por las políticas neoliberales de las gestiones anteriores.3
A pesar de su pertenencia al tradicional Partido Justicialista, el nuevo líder era un candidato poco conocido en la escena política nacional. Había sido gobernador de la provincia patagónica de Santa Cruz (1991-2003) y se presentaba a sí mismo, en 2003, como un outsider de la política, realzando una imagen renovadora, como estrategia para sortear la crisis de representación que atravesaban los partidos tradicionales y enfatizar un perfil político transformador.
Paulatinamente, la economía y el clima político y social fueron sosegándose, sostenidos por políticas públicas y una resignificación pública del papel de las instituciones y del Estado respecto de las demandas sociales. Se iniciaba así un proceso de consolidación de una fuerza hegemónica (como gobierno y también como movimiento político emergente), que luego se profundizó con las dos gestiones de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2011 y 2011-2015).
Las primeras medidas de gobierno delinearon un perfil político4 que despertó diversas críticas y apoyos. Algunos medios de comunicación comenzaron a hablar del fuerte “personalismo” que caracterizaba al gobierno y de la amenaza de que su gestión tomara un “rumbo hegemónico” (Montero y Vincent, 2013). Desde ese momento, se tejió una relación con la prensa tensa y ambigua, que atrajo a los medios de comunicación a intervenir como actores políticos que debatieron de frente con el primer kirchnerismo, transformándose en uno de sus interlocutores más importantes.
La consolidación de ese papel fue posible también gracias a la plataforma de poder sobre la que se habían erigido las empresas multimediáticas, favorecidas por las políticas pro-concentración implementadas en la época neoliberal. Así, habían logrado un alto nivel de influencia de su discurso en la sociedad y en los funcionarios.5
En este periodo, la circulación y el reconocimiento del discurso político público estuvieron íntimamente vinculados con las condiciones y lógicas de producción de los dispositivos mediáticos (Cheresky, 2008). Al mismo tiempo, se transitó por una politización de la discursividad de los medios de comunicación, entendida como una desnaturalización en la percepción de la sociedad respecto de los procesos de construcción discursiva de los medios, pero también como intervención activa de las voces de las empresas mediáticas, en tanto actores políticos (Borrat, 1989), opositores en las principales discusiones del campo político y la sociedad civil.
El gobierno de Kirchner fue protagonista de la configuración de concepciones simbólicas públicas acerca del papel social de los medios y del periodismo, desarrollando un tratamiento novedoso hacia ese sector. Como emergente de un contexto regional, el líder político cuestionó las bases de legitimidad del trabajo informativo,6 a saber, la veracidad y universalidad de la información pública, al denunciar lo que consideraba parcialidad y manipulación de las noticias.
Esta retórica no se condijo en este periodo con la aplicación de medidas radicales en materia de medios de comunicación,7 sino que fue transicional y marcó el inicio de una concepción comunicacional que comenzó entre los años 2003-2007 y tomaría su forma más radical en las gestiones posteriores: la de una ofensiva contrahegemónica (Kitzberger, 2011).
Desde nuestra perspectiva, la “confrontación discursiva” (Vincent, 2011) no fue un rasgo ornamental, escindido de las “verdaderas” negociaciones económicas y jurídicas, sino que en el mediano plazo sus efectos fueron históricamente significativos; revelaron, menos que los rasgos psíquicos de una personalidad impulsiva, propensa al enojo e intolerante con las críticas, una concepción cada vez más elaborada sobre la comunicación política y sobre el papel de los medios en las democracias (Fernández y de Diego, 2011).
Lo que caracterizó al primer kirchnerismo fue la tematización pública del vínculo polémico con el periodismo. A diferencia de los periodos democráticos anteriores, en los que las polémicas con el sector fueron circunstanciales, Kirchner tuvo en la prensa un eje privilegiado de crítica en sus discursos públicos: en casi dos tercios de ellos mencionó al periodismo −casi siempre para cuestionar su desempeño (Vincent, 2011). De modo que en la confrontación discursiva se intuyó una voluntad política de arrastrar al periodismo a la contienda política, o mejor dicho, de mostrar que ya estaba jugando ese juego y, por lo tanto, había un intento persistente por blanquear esa situación (Fernández y de Diego, 2011). Los multimedios y sus productos fueron los actores sobre los cuales el poder político transfirió exigencias de legitimidad que tradicionalmente operaban sobre las instituciones del sistema político. Estaba en juego una disputa por la legitimidad de la representación, es decir, quiénes podían hablar en nombre de la ciudadanía.8
En este marco, Kirchner administró celosamente lo que se transmitía de los actos públicos (O’Donnell, 2007) y retaceó las entrevistas y las conferencias de prensa on the record, hasta omitirlas por completo de sus actividades. Asimismo, en el seno del oficialismo creció un “dispositivo cultural kirchnerista”, que comprendía “iniciativas prácticas descentralizadas, aunque convergentes en sus objetivos, y una red de discursos e intervenciones que reúne instituciones del Estado, pero también formaciones de la sociedad civil” (Sarlo, 2010). Esto último evidenció el desarrollo de un sector mediático que acompañó y defendió al gobierno y que disputó la agenda de los grandes medios comerciales, tematizando la producción noticiosa como instancia de generación de mentiras o verdades.
Ahora bien, ¿qué sucedió en este marco con los principales periódicos?9 ¿Cómo se posicionaron frente a este tipo de interpelación política novedosa? ¿De qué forma disputaron los sentidos políticos en la arena pública? ¿Cómo intentaron reconstruir la legitimidad del decir público, ese contrato de lectura que el kirchnerismo cuestionó? Veremos en qué medida nuestro trabajo puede brindar luz sobre estas cuestiones.
Las reglas de producción discursivo-institucionales: las potencialidades de una reconstrucción de gramáticas en el discurso informativo
Este es un trabajo que propone una visión no instrumental de la producción discursiva de la prensa escrita. Es así que no debe comprendérsele como la caja de resonancia de la voz de sectores de poder extra-mediáticos (aunque muchas veces se “asocien” coyunturalmente con algunos personajes, funcionarios o partidos políticos), sino como emergente de una institución política que negoció y tensionó intereses con otros actores.
Este presupuesto se enmarca en una mirada teórica constructivista que impulsa a analizar la realidad política desde la discursividad informativa, concibiéndola como ámbito significante donde se produce la actualidad (Verón, 1987a) y gran parte de las disputas en torno a las construcciones de sentidos diferenciales respecto de los fenómenos sociales. Nos enmarcamos en la tradición teórica de los estudios en comunicación post-estructuralistas, que se centran en la producción social de sentidos a través del estudio de la lengua y los discursos.10 Esta posición deriva en dos presupuestos acerca del papel que se le adjudica a los discursos periodísticos en la coyuntura estudiada:
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Que los diarios son dispositivos enunciativos determinados por la institucionalidad, más allá de las subjetividades y trayectorias propias de los sujetos que allí se desempeñan. Influyen en sus producciones tradiciones interpretativas, que convergen en lo que Borrat denomina estrategia global, que: “calcula sus lucros y organiza sus influencias”, la cual configura una imagen pública, que “se va moldeando y remodelando como biografía de este actor colectivo […] una imagen pública de prestigio, que es fruto de las sucesivas actuaciones que ha venido realizando desde que se echó a andar en la escena pública” (Borrat, 1989: 142).
Con este mismo autor observamos cómo: “Toda voz individual queda incorporada al discurso polifónico […] de la estrategia global del periódico, que puede convertirla en una pieza más para servir a objetivos contrarios a los perseguidos por el autor individual” (Borrat, 1989: 148). Discursivamente concebimos a estos dispositivos como una unidad compuesta por múltiples heterogeneidades.
Que lo que configura los posicionamientos políticos en el espacio público no son exclusivamente factores económicos o acuerdos secretos, sino también las luchas simbólicas (Bourdieu, 1988) públicas. Un estudio sobre los discursos informativos, que condujo a la reconstrucción analítica de sus gramáticas productoras de discurso, permitió hallar regularidades en los decires públicos, que determinaron formas de pensar lo político y de concebirse a sí mismos como actores, más allá de reacciones episódicas frente a determinados temas. La propia dinámica pública del conflicto entre los diarios y los funcionarios moldeó y determinó la estructuración de reglas, a partir de las cuales se organizó la palabra pública de cada diario. La prensa de confrontación escenificó el vigor y la performatividad de los debates político-ideológicos.
Lo central para delimitar nuestro interés es pensarlo, no como un camino para buscar el valor de verdad en las categorizaciones sociales, sino que éstas son tomadas como objeto de estudio, persiguiendo el objetivo de describir y explicar las categorizaciones mismas en tanto que constituyentes de esa realidad social (Heinich, 2004). Trabajaremos, entonces, sobre el sentido producido (Verón, 1993: 124), que no es ni subjetivo ni objetivo, sino una “relación (compleja) entre la producción y la recepción, en el seno de los intercambios discursivos” (Sigal y Verón, 2008: 17).
Desde el punto de vista metodológico, este trabajo se sitúa dentro del paradigma interpretativo (Vasilachis, 2009) cuyo interés está puesto en los procesos de producción de sentido, a los cuales accedemos a través del método del análisis del discurso, mediante técnicas que son producto de diversos campos disciplinares (análisis del discurso, teoría política, sociología y teorías del periodismo).11
El análisis del discurso busca definir tipos de funcionamiento discursivo asociados con condiciones productivas determinadas. Entendemos a estas últimas como los elementos extradiscursivos que funcionan como dimensiones determinantes para explicar las propiedades de los discursos analizados, ya que dejan huellas particulares en la textualidad. Dice Verón (1993) que, “entre las condiciones productivas de un discurso hay siempre otros discursos”, para lo que debemos tener en cuenta reglas de generación, o gramáticas de producción, que sólo se tornan visibles luego del trabajo analítico. Estas condiciones productivas remiten a lo ideológico que, en términos del autor, son los “los vínculos que mantiene el sentido con los mecanismos de base del funcionamiento social” (Verón, 1995: 12). Son restricciones al engendramiento de sentido (Verón, 2004) y abarcan tres ejes: el modo de producción, la estructuración social y el orden de lo político. En este último punto es en el que nos detendremos en esta presentación, a partir de preguntarnos cómo reflexionaron las interpretaciones periodísticas acerca de determinados hitos del primer kirchnerismo12 (y en ese proceso construyeron posiciones políticas propias). Así, nos planteamos algunos interrogantes específicos:
¿Cuáles fueron las principales concepciones que los diarios plantearon acerca de las apariciones públicas de Kirchner?
¿Cómo se concibieron desde las tres perspectivas periodísticas las alocuciones brindadas en cada acto público?
¿Qué tipo de liderazgo fue el encabezado por el mandatario y cómo construyó (o debía construir) su legitimidad?
¿Qué elementos consideraron los periódicos como definitorios de una identidad política kirchnerista?
¿En qué nivel, respecto de los representantes políticos y de la ciudadanía, se jerarquizó la palabra periodística?
Estas preguntas devinieron en ejes de análisis, que, en cruce con tres niveles de observación (sincrónico-situacional: interpretación periodística en cada uno de los actos y alocuciones públicas oficiales; diacrónico-transversal: las definiciones en torno al liderazgo, la legitimidad y la identidad política, y sus variaciones en el tiempo; y enunciativo: -jerarquización de la voz periodística respecto del líder y de la ciudadanía), aportaron para configurar los componentes las gramáticas. En el Cuadro 1 graficamos los resultados de ese trabajo.
Apelar a la tradición liberal-conservadora: la gramática político-ideológica refutativa en La Nación
La Nación mantuvo interpretaciones estables acerca de la política kirchnerista, orientadas a su rechazo directo. Construyó imágenes de dimensiones transversales del kirchnerismo (liderazgo, identidad política, modos del decir, entre otras), frente a las cuales disintió, al tiempo que se opuso al oficialismo en temas específicos (derechos humanos, política regional, medio ambiente, entre otros).
A partir de esta producción de contenido político, hallamos regularidades que nos permitieron delimitar un tipo de gramática específica, a la que denominamos político-ideológica refutativa. Este nombre refiere a la práctica argumentativa constante que presentaron las notas de opinión, de reflexionar sobre la realidad política, apelando a tradiciones interpretativas institucionales del periódico. Teniendo en cuenta la historia de los discursos de La Nación, nos referimos a un espacio ideológico liberal-conservador.
Este diario nació en 1870, de la mano del dirigente político Bartolomé Mitre, y desde sus orígenes se constituyó como un actor de relevancia en los debates sociales y políticos del país. El perfil fundacional del liberalismo mitrista13 fue un factor de larga duración en la producción discursiva del periódico (Ulanovsky, 2005). La Nación cultivó un perfil público de institución política que conservó −salvo algunos matices− su coincidencia con puntos de vista de los sectores económica y socialmente dominantes, la interpelación a los gobiernos y a otros interlocutores con poder de decisión, la pertenencia a la tradición liberal-conservadora, la valoración positiva de la institucionalidad y la defensa de las entidades democráticas, y una posición enunciativa propia de un actor intelectual con vocación explicativa (Sidicaro, 1993). Fue uno de los periódicos apologistas del gobierno militar iniciado en 1976, aduciendo que el golpe cubría un vacío de poder, con lo cual la democracia retomaba su cauce (González y Borrelli, 2009). Esta posición respecto de la represión estatal y la historia reciente estableció una invariante interpretativas que llega hasta el presente: desde esa época, La Nación sostuvo que la “guerra sucia” no debía revisarse, enalteció a las Fuerzas Armadas (y a la Iglesia) como actores centrales en la vida nacional y equiparó las responsabilidades de la jerarquía militar con la de los líderes guerrilleros, al modo de la “teoría de los dos demonios”. En la etapa post-dictatorial, el matutino reclamó la superación de las tensiones cívico-militares en consonancia con el discurso de la “reconciliación nacional” que oficializaría el expresidente Carlos Menem.
En los años de la gestión de Kirchner, La Nación se situó como engranaje de un poderoso grupo periodístico y también económico, con participación en importantes empresas mediáticas, en la producción de Papel Prensa, S.A., y en emprendimientos vinculados con la producción agropecuaria y el campo educativo y social. El vínculo con el gobierno nacional estuvo cargado de una conflictividad que por momentos alcanzó la beligerancia, manifestada tanto en las páginas del matutino como en los propios discursos del mandatario (Vincent, 2013).
La gramática político-ideológica refutativa se compone de los siguientes elementos:
Polémica, refutación y resemantización
Este primer elemento remite a la centralidad de la dimensión polémica contra el primer kirchnerismo. La Nación ancló sus definiciones en un marco ideológico (van Dijk, 2008) adverso al oficial, clarificando el límite entre lo propio y lo ajeno, y asumiendo una toma de posición enfática y explícita. La modalidad discursiva en la que se plasmó este aspecto fue la refutación y, en ocasiones, la resemantización de conceptos políticos.
Sólo por citar un ejemplo, cuatro días después de que Néstor Kirchner inaugurara un Museo de la Memoria, con una alocución que lo identificó con la lucha de organismos de derechos humanos que históricamente reclamaron por memoria, verdad, justicia respecto del genocidio perpetrado a partir de 1976,14 el espacio editorial de La Nación respondió a la perspectiva oficial, cuestionándola en sus propias bases argumentativas:
Cabe preguntarse si no se está programando otra vez a los jóvenes para perpetrar crímenes violentos con la excusa de estar sirviendo a un ideal revolucionario.
En efecto, el día en que las dificultades económicas arrecien o las políticas gubernamentales no consigan satisfacer las necesidades de la población, ¿no se sentirán tentados muchos jóvenes a tomar las armas para cambiar las estructuras políticas y sociales? ¿Acaso no están oyendo voces que glorifican la acción de los guerrilleros y exaltan al terrorismo subversivo como una gloriosa gesta que pretendió mejorar la sociedad? (La Nación, 2004b).
Vemos en el fragmento que, si bien se matiza la confrontación directa con la perspectiva oficial a partir de la mitigación de sentido que otorga la estructura interrogativa (“Cabe preguntarse, ¿no se sentirán tentados…?”; “¿Acaso no están oyendo…?”), advertimos la dinámica de rechazo de la perspectiva oficial (estas “voces que glorifican la acción de los guerrilleros y exaltan el terrorismo subversivo”), articulada con una resemantización que recrea un nuevo sentido de la palabra oficial, reinscribiéndola en un marco ideológico diferente. Concretamente, lo que en el discurso político había sido la articulación de una demanda histórica promovida por los organismos de derechos humanos al rango de política estatal (en un Estado que se erigía como reparador), en La Nación se tradujo en un incentivo a las vías violentas de saldar problemáticas sociales y políticas.
Cuestionamiento de las bases de poder
En segundo lugar, el funcionamiento refutativo de la gramática político-ideológica de La Nación emergió en el cuestionamiento de las propias bases de construcción de poder del primer kirchnerismo, vinculadas a las relaciones políticas regionales, las concepciones sobre la historia y la justicia, el tipo de lazo representativo construido, entre otras. Veamos ejemplificada esta dimensión.
El 25 de mayo de 2003, Kirchner asume su cargo de primer mandatario en un acto cargado de diversos simbolismos vinculados con la recuperación política, el inicio de una nueva época post-crisis y la presentación de una nueva propuesta de gobierno de tipo progresista, enlazada por una tradición política de militancia. Además de la presencia “desprolija y desacartonada” (Levy Yeyati y Valenzuela, 2007: 251) y un discurso políticamente contundente orientado a presentar un nuevo momento histórico (Armony, 2005) que rompía con el neoliberalismo post-dictadura (Dagatti, 2011), el dato sobresaliente (y causante de rechazo) para La Nación de esa “situación de comunicación” (Maingueneau, 2004) fue el “estatus político de los participantes”.15 Asistieron al encuentro delegaciones de diversos países, entre las que se destacaron mandatarios latinoamericanos que pusieron en evidencia el inicio de un trazado político regional protagonizado por gobiernos de una heterogénea corriente progresista, que combinó una retórica de oposición al neoliberalismo con la continuidad de algunas de sus políticas económicas (Brieger, 2009).
La relevancia y perfil de estas figuras fueron objeto de crítica de La Nación, que apuntó contra las propias bases ideológicas del proyecto regional oficial:
Si se pone a los países que enviaron sus delegados en una escala según su grado de desarrollo económico, la admiración de los argentinos que se manifestaban a su paso siguió el orden inverso. Cuba, un país en el que todos son pobres, encabezó la lista. Lo siguió Venezuela, cuyo producto bruto está cayendo dramáticamente. Sólo después vino Brasil, pese a la sabia conducción de Lula, y aún más atrás Chile, el único país sudamericano que está creciendo vigorosamente desde hace veinte años y agregará en pocos días el mercado norteamericano. México también crece impetuosamente debido a su acceso al mercado norteamericano desde 1994, pero Fox no estuvo. Con la excepción del príncipe de Asturias, los países más desarrollados del planeta no fueron notados ni enviaron delegaciones dignas de ser notadas a la Argentina […] Lo que apareció como la degradación de los ideales en los días de la inauguración presidencial quizá sea, después de todo, nada más y nada menos que la confusión de los ideales. (Grondona, 2003; cursivas agregadas).
La advertencia acerca de esta confusión política que se observó en el acto de asunción presidencial funcionó como sustento argumentativo para criticar el tipo de integración latinoamericana impulsada por los líderes y manifestada, a su vez, en el discurso de toma de poder. Se cuestionaron los elementos de una matriz discursiva latinoamericanista (Arnoux, 2009), que promueve la idea de una identidad centenaria de comunión entre latinoamericanos, con base en un pasado cultural común, históricamente enfrentados a las grandes potencias europeas y norteamericanas. El enfoque construido no defendió las cercanías políticas e ideológicas entre los asistentes y el nuevo líder argentino, sino destacó los aspectos de conveniencia económica que debían tenerse en cuenta para construir las relaciones internacionales. En otras palabras, para el periódico el camino a seguir no iba a ser el correcto junto a los compañeros de ruta presentes, por lo que advirtió la confusión política provocada por la ausencia de delegaciones relevantes para el futuro político del país.
Cuestionamiento de las bases de decisión
Otro de los componentes de la gramática político-ideológica refutativa fue un cuestionamiento de los orígenes de las decisiones del líder. En sus diversas interpretaciones, La Nación supuso que en el ámbito de la acción de gobierno siempre había primado el interés individual y mezquino del líder, por sobre el bienestar de la comunidad. Esto se observó en una nota publicada luego del acto frente a la ESMA:
Podrá decirse, con bastante razón, que la violencia de los años que precedieron a la llegada de Frondizi no es comparable con lo sucedido en la década del 70 […] Pero ante la decisión del presidente Kirchner de reabrir el debate sobre nuestro pasado trágico y su insistencia en dejar de lado los hechos aberrantes cometidos por los grupos guerrilleros, cabe preguntarse si está trabajando por la reconciliación nacional o sólo en términos personales.
Desde sectores de la UCR y del propio justicialismo se le cuestionó a Kirchner cierto egoísmo, que para algunos fue un intento de “usurpación histórica” (Laborda, 2004).
Instalando esta estratagema de la dicotomía entre dos opciones de interpretación sobre las razones de la decisión del líder, la nota claramente se orienta a la que adjudica la medida de creación del museo y la alocución pública de Kirchner, con la búsqueda de rédito personal. Lo opuesto de la perspectiva oficial es la reconciliación oficial, postura que este periódico viene defendiendo desde hace largo tiempo (González y Borrelli, 2009).
Lectura dicotomizada del mapa político
Otro de los elementos de esta gramática es una lectura dicotomizada de la coyuntura política, que ubicó al primer kirchnerismo en el espacio negativo y posicionó a un grupo de adversarios con quienes el diario se identificó (empresarios, banqueros, naciones poderosas, medios de comunicación concentrados) en el papel de damnificados y discriminados por la política y la retórica oficiales.
Se manifestó en sus páginas que unos (los propios) buscaban los consensos sin prepotencia ni desplantes, pretendían instituciones fuertes, integración internacional, reglas de juego estables; los otros, eran revanchistas, sectarios, déspotas, que propendían negocios sólo para los amigos y perseguían mezquinos intereses partidarios. Esto quedó plasmado en una editorial publicada luego de la celebración de los tres años del mandato:
La todavía lejana recuperación de la confianza internacional en la Argentina requiere de instituciones fuertes antes que de funcionarios poderosos; precisa de reglas de juego claras y estables antes que de negocios para los amigos del poder; de una política exterior que apunte a la cooperación y a la integración antes que al aislamiento y al rédito doméstico inmediato. Finalmente, necesita un país unido en torno de objetivos comunes, que se traduzcan en políticas de Estado que estén al margen de mezquinos intereses partidarios o sectoriales (La Nación, 2006).
Un mes antes, La Nación denunciaba los perjuicios que generaría una batalla del gobierno contra el “mundo empresarial”. Decía que si no se respetaba a los inversionistas, Argentina no tendría oportunidad de recuperarse: “Los ataques a la seguridad jurídica y los mensajes oficiales ofensivos hacia ciertos sectores económicos difícilmente ayuden a generar confianza” (Laborda, 2006).
Este fragmento muestra la explicitación de una advertencia que se emitió en un contexto previo a la aparición pública de Kirchner en el corsódromo de Gualeguaychú, en la cual el gobierno articuló la demanda de “No a las papeleras; sí a la vida”, rechazando la instalación de capitales finlandeses en territorio fronterizo con la provincia de Entre Ríos. Así, el diario se posicionó en defensa de los sectores a los que el oficialismo rechazó.
Este Poder Ejecutivo que, según La Nación, acosaba al sector empresarial, también lo hacía con el periodismo. La crítica acudió particularmente a la “asfixia” que promovía el tipo de vínculo del gobierno con la prensa y también a la falta de diálogo, advirtiendo una gran perturbación del Presidente respecto de la prensa y denunciando presiones de funcionarios a ciertas empresas para que retiraran publicidad de ciertos medios (Morales, 2006).
Locutor cercano experto-opositor
Luego del análisis advertimos regularidades en la forma en que se construyó el locutor en las distintas notas de opinión. Observamos que su voz se legitimó y jerarquizó a sí misma como válida y veraz a partir de dos operaciones:
Escenificando un espacio de autoridad, del saber político, en el que basó argumentativamente el poder de sus afirmaciones
No ubicando este decir en un espacio enunciativo lejano al oficialismo, pese a su oposición política, sino más bien se posiciona en intimidad con la figura presidencial, dando fuerza de “verdad” a sus análisis.
Combinado estas dos modalidades, La Nación interpeló directamente a la gestión y construyó advertencias, mostrándose como un actor capaz de delinear los destinos de la administración política.
Vemos en el siguiente fragmento un ejemplo de cómo el narrador periodístico que configuró el diario se presentó como participante de los secretos y las confidencias de la cúpula de poder, en el marco de las elecciones legislativas de 2005:16
Entonces, Néstor Kirchner lo llevó a un rincón a su hijo Máximo y le hizo un pedido, casi una súplica: Si algún día me ves peleando el segundo lugar en Santa Cruz, por favor, intérname y no me dejes pasar esas vergüenzas. Después ocurrió el silencio. En verdad, manejó la victoria mejor que la campaña (Morales, 2005).
La voz periodística se mostró inmersa en los pensamientos del mandatario y en otros escritos evidenció la marca de autoridad en sus opiniones: “El Presidente no sabe, incluso, si él mismo ha hecho tantos méritos como para ganar la elección del domingo último.” El locutor difuminó las marcas lingüísticas en torno al discurso referido, una manera de disminuir la distancia entre la voz propia y la ajena, sin dejar de ejercer una función explicativa: “El cambio es lo que ganó. Nosotros todavía tenemos que demostrar que expresamos eso, reflexiona. El político que ha bajado de la tribuna es, ciertamente, muy distinto. Ha vuelto el político clásico” (Morales, 2005).
Lazo de representación ideológico-opositor
El último de los rasgos que componen la gramática en La Nación es la regla que produce discursos políticos entablando una relación entre el locutor y la figura discursiva del receptor (la ciudadanía), en dos sentidos complementarios entre sí:
El contrato de lectura (Verón, 2004)) que establece la publicación con la imagen que ésta misma construye de su lector;
La imagen que configura de la ciudadanía: ¿qué papel cumple?, ¿de qué elementos se compone?
El primer aspecto se tradujo en la construcción de una voz opositora explícita, que supuso a un público lector cómplice con ese posicionamiento político. En otras palabras, La Nación le habló directamente a los sectores que defendieron perspectivas distintas a la oficial.
Una de las estrategias que ejemplifican este punto es el reposicionamiento del periódico como consejero y guía de una oposición, a la cual definió como el actor político capaz de desbancar la gestión de Kirchner en las elecciones presidenciales que se celebrarían en 2007. De esta manera, se configuró un destinatario que entendía estos argumentos, porque también tomaba partido en contra del gobierno:
Lo primero que debe concebir la oposición, por lo tanto, es un cronograma para la realización de su objetivo final, que, porque estamos hablando de política, no puede ser otro que arrebatarle el poder al kirchnerismo [… la oposición] deberá reunirse detrás de un programa de gobierno común, cuyos puntos esenciales deberían ser, de un lado, la restauración de las instituciones de la República, que estamos perdiendo y, del otro, la programación de un crecimiento económico y una reducción de la pobreza constantes, de largo plazo, “a la chilena” (Grondona, 2006)
El locutor periodístico que posibilitó la gramática refutativa desempeñó un papel entre didáctico (Verón, 1987b) y estratégico, a partir del cual no sólo manifestó conocimiento acerca de la perfección del devenir de la política y las proyecciones futuras, sino también el camino correcto para conseguir lo que él mismo consideraba oportuno. Brindó, en tanto actor político, una “hoja de ruta” para ganar la “batalla final”.
Respecto del segundo aspecto, decimos que a través de la construcción de una imagen específica de ciudadanía La Nación no buscó disputar el lazo de representativo entre el diario y el gobierno (aspecto que sí veremos en Clarín). En consonancia con el tipo de contrato de lectura construido –diario opositor/lectorado opositor- no se presentó una visión holística de la ciudadanía, sino se advirtió la presencia de distintos sectores. En sus palabras, se refirió a una ciudadanía atenta a sus derechos y sus necesidades; un sector democráticamente libre, consciente de la necesidad del cambio político y proclive a acordar con las propuestas del diario.
Un ejemplo de este rasgo lo observamos en el aval del repudio a la lectura que el gobierno hizo del pasado reciente, frente a la cual el periódico reflexionó tras la apertura del Museo de la Memoria, en 2004:
Es necesario que la sociedad argentina supere los enfrentamientos del pasado y acepte marchar con paso firme hacia la pacificación nacional. La memoria no puede ser hemipléjica o unilateral. Debemos condenar toda la violencia sin excepción, cualquiera haya sido su motivación ideológica o política […] ¿Por qué los argentinos nos obstinamos en seguir alentando nuestras divisiones y seguimos siendo prisioneros del pasado? (La Nación, 2004a).
La imagen del locutor aparece como intérprete de necesidades de una “sociedad argentina” (o mejor dicho, de un sector de ella), convocando a tomar ciertas determinaciones opuestas a la postura oficial. Así, se excluye del conjunto social a los sectores que compartían la política oficial y sus consecuentes lecturas sobre el pasado. La verdadera “sociedad argentina” era la que debía marchar hacia la pacificación nacional.
La maleabilidad del discurso: masividad y pragmatismo ideológico en la gramática coyuntural de Clarín
La gramática coyuntural consistió en un conjunto de reglas de producción discursiva a partir del que Clarín se posicionó públicamente en contra del gobierno, eludiendo refutaciones o adhesiones políticas explícitas y estables (salvo excepciones, como la respuesta al acto frente a la ESMA). En general, su discurso construyó una postura enunciativa cercana al interés ciudadano, desde la cual evaluó a y reflexionó sobre el poder político. Desplegó entre sus páginas una operación discursivo-ideológica que no se presentó como parte de una tradición político-histórica determinante en su posicionamiento (como sí lo vimos en La Nación), sino como una práctica de maleabilidad y pragmatismo. Construirse como portavoz de la ciudadanía posibilitó a Clarín a desplazarse entre distintas opiniones políticas sin demasiadas contradicciones respecto de los límites de lo decible en el “temario global” (Borrat, 1989). Así, partió con el apoyo al oficialismo en 2003, desplazándose hacia una postura adversa entre 2004 y 2005, e incrementando las críticas hacia el final del mandato (2006).
Lo ideológico, en este sentido, tuvo que ver más con el establecimiento de una crítica solapada (hacia temas como la lectura de la historia o el tipo de integración latinoamericana), pero efectiva, que no realzó los rasgos polémicos, sino que morigeró la confrontación directa, sustentando sus argumentos en la configuración de un lazo representativo entre el diario y la ciudadanía.
Esta característica discursiva que nos permitió delinear los componentes de una nueva gramática también tiene su raigambre institucional, como en el caso de La Nación. El primer número de Clarín salió a la venta el 28 de agosto de 1945, de la mano de su creador, Ricardo Noble. Según Ulanovsky (2005), uno de sus principales objetivos era apoyar los cambios de un país tradicionalmente agrícola-ganadero que aspiraba a desarrollar la industria. La idea era lograr un diario masivo, liviano de ideología, que influyera sobre las mayorías (Sivak, 2013).
Los constantes cambios en su posicionamiento político fueron la seña de distinción de su producción noticiosa. En 1945 hizo campaña contra el expresidente Juan D. Perón, mientras que, desde 1946, adhirió a su gestión, de la que dependía económicamente, incorporando tópicos relacionados con el bienestar social del trabajador y reforzando la legitimación del peronismo como identidad colectiva estable (Brunelli, 2005).
Antes del derrocamiento de Perón, en 1955, el diario viró hacia el antiperonismo y, durante la presidencia de Arturo Frondizi (1958-1962), se suscribió al desarrollismo y se convirtió “en el banco central de sus finanzas y en el cuartel central de su proyecto político” (Mochkofsky, 2011: 36). Según afirma Sivak (2013), la gran cercanía con el nuevo mandatario y sus políticas convencieron a Noble de que podía “hacer presidentes”, dando cuenta de la gran influencia de Clarín en la escena política.
A fines de la década de 1960 la esposa del fundador, Ernestina Herrera de Noble, se hizo cargo de la empresa y desde 1976 defendió el régimen militar, el cual le permitió hacerse cargo -junto con La Nación, La Razón y el Estado nacional- de Papel Prensa, S.A., pasando a controlar la producción y venta de papel para diarios y revistas (Mochkofsky, 2011). En 1982, se incorporó Héctor Magnetto a la dirigencia de Clarín, quien promovió la vuelta de las flexibilidades ideológicas que lo habían caracterizado.
La masividad y el pragmatismo ideológico se articularon en los años noventa, con la construcción de una estructura de propiedad concentrada y multimedial, que posibilitó la modificación legislativa (Ley 23.696 de Reforma del Estado), la cual a partir de 1989 permitió que una empresa periodística tuviera señales de televisión, radiodifusoras y productos gráficos. De esta manera, Clarín logró ser el multimedio más poderoso de Argentina y uno de los más potentes de América Latina.
En términos discursivos, el diario planteó un modo de decir que cultivó la “ilusión de integridad”. Además, su estilo de portada indicaba la presencia de una “lengua-cristal”, en el sentido de una transparencia buscada respecto de los acontecimientos (Steimbreg y Traversa, 1997).
Históricamente, el periódico Clarín fue tejiendo vínculos políticos que reflejaron, no una tradición ideológica concisa, sino más bien “el pragmatismo de su director y fundador […] Noble construyó una forma de relacionarse con la política y el Estado que lo ha sobrevivido” (Sivak, 2013: 15-16). En este marco, identifiquemos los que configuraron su gramática coyuntural durante el primer kirchnerismo.
Universalización de lo particular
El primero de sus elementos definitorios fue la estrategia de postular visiones particulares -las del diario- como universales, es decir, como si fueran emanaciones de la sociedad. Esta operación discursiva sustentó argumentativamente una postura crítica que, en un nivel general, apuntó hacia cualquier toma de posición política por considerarla una fragmentación de los intereses de las mayorías y, en lo particular, acusó al primer kirchnerismo de sectario. Desde allí, para el diario cualquier construcción simbólica de la política que manifestara sus anclajes ideológicos dejaba por fuera a gran parte del colectivo social en la destinación-representación significante. Los gobernantes, en suma, no debían ser ideologizados, y mucho menos Kirchner, frente a quien Clarín se opuso por considerarlo la voz y bandera de un sector político restrictivo.
Fue clave para esta forma de comprender al primer kirchnerismo, la lectura periodística de un acto que encabezó el Presidente el 24 de marzo de 2004, en la que Clarín observó un gran distanciamiento de la propuesta oficial respecto de un deseado “reencuentro nacional”. Desde el espacio editorial se sostuvo que en ese evento “se volvieron a plantear visiones parciales y antinomias que son, precisamente, las que deben superarse” (Clarín, 2004). También se dijo que:
La historia no se acopla y adapta a los diagramas de la geometría política. Los hechos no son de izquierda, de centro o de derecha. La memoria es de todos. Los desaparecidos, víctimas del terrorismo de Estado, no son de un arco o del otro del sistema político. Si lo fueron, ahora son de todos. Lo mismo ocurre con los muertos que cayeron antes del golpe del 24 de marzo del 76. Son testimonios de una tragedia argentina. En la medida en que la propiedad de los muertos se adjudique a una parte o a otra, se instituya un sistema de jerarquización de los caídos de acuerdo a las banderas políticas, o por el signo ideológico de quienes los borraron de la faz de la tierra, la memoria no brotará verdaderamente. Los muertos son nuestros muertos. Los desaparecidos son nuestros desaparecidos. No de unos o de otros. No se puede secuestrar a la tragedia argentina para que pague réditos políticos a un sector o a otro (Roa, 2004)
Vemos en este fragmento dos niveles de referencia: la forma como este periódico cuestionó al primer kirchnerismo (por privilegiar una visión parcial y sesgada) y, en esa toma de posición, la manera como argumentó en favor de una visión particular acerca del pasado reciente y las políticas de derechos humanos. El artículo cuestionó la idea de memoria militante esbozada en el discurso presidencial y propuso concebir una memoria no determinada por “banderas políticas” o un “signo ideológico”, despolitizando así “los hechos” de “la historia”, los cuales no pertenecen a ningún sector en particular. El terrorismo de Estado fue para Clarín una “tragedia argentina”, haciendo desaparecer al agente y equiparando el gobierno militar con los anteriores y morigerar la crudeza del genocidio. Consolidó así este pretendido posicionamiento apolítico, preocupado por representar a la totalidad social.
Este es un elemento que, en general, se sustenta sobre una falacia constitutiva, a saber: la crítica al sectarismo ideologizado de la política, en general, y del primer kirchnerismo, en particular, se hizo desde la manifestación de una postura de apoliticidad, que en verdad sostuvo visiones políticas concretas respecto de temas diversos. Se visualizó así un comportamiento, que sin dejar de ser paradojal, contrajo un marcado potencial persuasivo: mientras Clarín sostuvo ser la voz englobante de las mayorías, permeó sus planteos con posicionamientos adversos al oficialismo.
Solapamiento de posturas político-ideológicas con fines persuasivos
El segundo elemento que compuso la gramática coyuntural se basó en la práctica de difuminar los ejes de las posturas políticas del diario, mostrándolas como ambivalentes. Esta modalidad nos permitió observar un rasgo persuasivo clave y derivado del anterior: legitimar la palabra pública de Clarín, no a través de la adhesión a una tradición político-ideológica, sino en la construcción de un lazo representativo entre la discursividad periodística y la imagen de la ciudadanía que proyectó. Este rasgo habilitó al diario el tránsito entre diversas posiciones públicas de acuerdo con los intereses de cada momento. Veamos entonces dos ejemplos sobre este punto.
Tras la asunción presidencial, en mayo de 2003, enunciativamente, Clarín configuró un locutor que asumió la existencia de una representatividad entre su perspectiva y las pretensiones o intereses de la “sociedad” y “el país”. No sólo se presentaba como conocedor de las necesidades del pueblo (al estilo La Nación), sino que habló en lugar de él, construyendo una voz pública que interpeló directamente al gobierno:
Como sostuvo el Presidente en su discurso, la gestión del gobierno deberá ser juzgada por sus resultados. La sociedad espera que éstos se ajusten a los postulados expresados, porque el país no está en condiciones de soportar livianamente una nueva frustración. Uno de los puntos cruciales será, en este sentido, lograr una mejora en el empleo y los ingresos, porque los déficit en esta materia constituyen una de las principales causas del desprestigio de la política y las instituciones, provocan la erosión del capital humano e intelectual y se encuentran en la base del problema de seguridad (Clarín, 2004).
La construcción de los sujetos gramaticales (“La sociedad espera”, “el país no está en condiciones”) reforzó esta modalidad enunciativa del periódico como vocero de una sociedad expectante; como vía de comunicación entre las necesidades colectivas (“mejora en el empleo y los ingresos”) y la demanda de las mismas hacia la gestión.
Este ejemplo deja de manifiesto una modalidad discursiva de solapamiento de una postura política concreta, que le exigía al nuevo gobierno un camino a seguir. En la editorial citada se seleccionaron y reformularon aspectos de la alocución presidencial del 25 de mayo, omitiendo las referencias a la inclusión social, las críticas a los sectores de poder, sus jerarquías sociales establecidas y la lógica política de los años noventa. En cambio, se publicaron los principales problemas de la “sociedad” (mejora en el empleo, los ingresos, rebatir el “desprestigio de la política y las instituciones” y recuperar la “seguridad”, la normalidad, la previsibilidad y el “bien común”).
La crítica morigerada con fines persuasivos
Si Clarín consolidó (desde 2005) un posicionamiento adverso hacia la gestión de Kirchner, la crítica que predominó no fue la refutación como veíamos en La Nación. Los discursos en torno a la política desdibujaron la nitidez de los posicionamientos políticos, a partir del uso del condicional, los modos interrogativos y la figura discursiva del balance.17 Analicemos un ejemplo:
Quizá el Presidente abrió la caja del pasado de manera brusca sin reparar que muchos tejidos de la comunidad aún no se han curado […] ¿Había que empujar de la noche a la mañana la idea del Museo? ¿Había que hacerlo sin abrir un debate sobre todo aquello que desea cristalizar para siempre la memoria colectiva? ¿Había que enmarañarse en las formas –el lugar donde estará el museo– sin tener al menos macerado el fondo de la cuestión?
Esos dilemas fueron los que quedaron boyando en las últimas horas sobre la superficie de la realidad y los que hicieron sonar los timbres de alarma más sonoros: la reconciliación es, en evidencia, un bien todavía inalcanzado por la sociedad, cuando se cumplen hoy 28 años del golpe que dio curso a un genocidio (van der Kooy, 2004, cursivas agregadas).
Como lo mencionamos, Clarín se ubicó enunciativamente desde una perspectiva ciudadana para repudiar el posicionamiento oficial respecto de los crímenes cometidos por la última dictadura cívico-militar: la sociedad es quien necesita la “reconciliación”. La polémica con el discurso oficial es morigerada, a partir de diversas marcas textuales: el uso del modalizador “quizá” y las frases interrogativas, iniciadas con: “Había que…”. En ambos casos, se procuró una crítica que, sin dejar de ser aguda, presentaba la situación como “dilemas”, en un tono mesurado y “equitativo”.
El locutor distante experto-representante
El último elemento que completa la definición de la gramática coyuntural de Clarín es la jerarquización de la voz periodística respecto de la política y de la ciudadanía. En el primer nivel, se consolidó un locutor experto y observador privilegiado (aspectos que legitiman su decir y la validez de los análisis) que interpeló directamente a la figura presidencial, pero explicitando señas de una relativa distancia respecto del líder, reforzando una percepción más sensible a lo ciudadano, que a lo político.
Fue así como, en un segundo plano y relacionado con lo antedicho, el locutor se ubicó en el papel de representante y a la vez vocero de la ciudadanía en nombre de la cual habló; se consolidó una figura discursiva conocedora de las pretensiones, humores y posturas políticas de la comunidad y así disputó directamente el terreno propio de la representación política clásica: ser el portavoz de un grupo (Bourdieu, 1984).
En la asunción presidencial observamos la construcción de un locutor periodístico que se posicionó en una cercanía con reservas a la realidad política:
Néstor Kirchner convierte en palabras recurrentes lo que parece será su obsesión en sus primeros meses de gobierno: “Hay que cambiar la institucionalidad en la Argentina. Hay que cambiar la cultura política”, comenta.
El concepto es genérico, amplio, con el cual resulta imposible discrepar. Pero escarbando en el pensamiento del presidente electo se puede sacar otra miga, se pueden conectar sus frases con hechos de la realidad. [En relación con el armado de su gabinete y el nombramiento de Acevedo en la SIDE] (van der Kooy, 2003).
El narrador no es omnisciente, dado que manifiesta dudas respecto del accionar presidencial. Clarín celebró la llegada del nuevo gobierno por considerarlo portador de un perfil renovador. Esto provocó -valga el oxímoron- una cercanía distante que, por un lado, celebraba el fin del menemismo y, por el otro, imponía sus consejos y advertencias acerca de los caminos que debía seguir la nueva gestión. Configuró lo que Todorov denominó la visión “desde afuera” (Todorov, 1982), la cual sabía menos que su personaje y pudo describir lo que vio u oyó, es decir -en este fragmento- las palabras recurrentes de Kirchner, las frases, los hechos de la realidad.
Fue así como el discurso periodístico interpeló, advirtió y reclamó al poder político lo que consideró necesario para la ciudadanía, como parte de la estrategia de establecer su propio posicionamiento respecto de los destinos de la nación, y de plantear una pretensión de la comunidad:
[El gobierno mantuvo una] deuda [que] permanece aún impaga […ya que el] progreso económico y social será temporario si no es apuntalado por mejores instituciones, si no se aprecia la conciliación como método político y si no se desactiva también la noción del hombre providencial (van der Kooy, 2006).
Quedaron así planteadas diversas advertencias de lo que se pensó fundamental para el bienestar social: mejores instituciones, una política conciliadora y el rechazo de la “noción de hombre providencial”, los mismos elementos que en los inicios habían sido elogiados por el diario.
Consideraciones finales
En el presente artículo presentamos algunos resultados de una investigación más amplia, a partir de los cuales analizamos las formas discursivas con las que dos de los diarios más importantes de Argentina, La Nación y Clarín, se consolidaron como actores capaces de incidir en las definiciones políticas públicas en oposición al primer kirchnerismo.
Esta inquietud nos condujo a construir un espacio analítico que trascendió la sistematización de los contenidos explícitos de las ediciones estudiadas: a partir de reconocer regularidades en las formas de leer a la política, reconstruimos reglas de producción discursiva, a las cuales denominamos gramáticas, siguiendo la conceptualización de Eliseo Verón.
Vimos también que el periodo seleccionado no fue una elección aleatoria, sino una etapa crucial para comprender el conflicto entre prensa y kirchnerismo como vía de entrada al estudio de los aspectos simbólicos del conflicto político en el espacio público.
Influido por un clima de época en el que los líderes del giro a la izquierda planteaban nuevas concepciones sobre la prensa y la comunicación política que cuestionaban los cánones de legitimidad (neutralidad, objetividad y transparencia) de los que se jactaban los medios, el periodo 2003-2007 posibilitó reconocer cómo las gramáticas periodísticas fueron consolidándose a medida que el gobierno también lo hacía. A pesar de que el foco de las investigaciones de la relación prensa-kirchnerismo apunta a los periodos de radicalización del conflicto (2008-2015), fue durante los primeros años cuando los periódicos delinearon sus reglas de producción discursiva.
Así, reconocimos la configuración de un espacio discursivo opositor a partir de la puesta en funcionamiento de dos tipos de gramáticas: la político-ideológica refutativa (La Nación) y la coyuntural (Clarín) cuyos elementos definitorios plantearon dos maneras en las que la prensa escrita reflexionó en torno al primer kirchnerismo (sus actos y alocuciones, su liderazgo, su legitimidad, etc.). No nos detuvimos exclusivamente en la dimensión de lo explícito, sino en la reconstrucción de las reglas de producción de sentido, sistematizadas luego del rastreo de recurrencias en los textos.
Decimos, por último, que más allá de las contribuciones a los estudios sobre el kirchnerismo, este trabajo se plantea como un aporte al planteamiento de hipótesis sobre el funcionamiento de las gramáticas periodísticas en periodos políticos previos o futuros. Este último aspecto traza nuevos interrogantes sobre los modos como los diarios analizan la política en las sociedades contemporáneas y acerca de la existencia (o no) de invariantes argumentativas que puedan hablarnos de formas más o menos recurrentes de pensar la coyuntura.
Sobre la autora
Julia de Diego es licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata y doctora en Ciencias Sociales por esa misma institución. Es docente de la Maestría en Ciencias Sociales en la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires y de Institutos de Formación Superior en Necochea. Becaria postdoctoral de Conicet del Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales (Conicet-UNCPBA). Actualmente analiza las disputas entre los discursos políticos y periodísticos en torno a la democracia, que posibilitaron un nuevo orden político en Argentina (2008-2016). Sus publicaciones más recientes son: La política mirada de frente. Gramáticas y posicionamientos de la prensa escrita durante el primer kirchnerismo (en prensa); “El periódico como institución política. Claves teóricas para comprender las luchas simbólicas del discurso informativo en los grandes diarios de América Latina” (Revista Intersticios Sociales, 2017).