“A puro golpe” viven los jóvenes su vida precaria en la realidad cotidiana de la ciudad de Cancún. Así lo constata Perla Fragoso Lugo en su extraordinario libro, al observar las figuras de los malestares sociales y las formas de las violencias en esta urbe devenida marca global y paradigma neoliberal. A puro golpe es como un calidoscopio que en cada vuelta de página reconfigura imágenes múltiples de la luz del “paraíso caribeño”, del ocio y de las sombras del “abismo”, de la desigualdad, la vulnerabilidad y los riesgos.
La obra está conformada por cinco capítulos, una introducción y las consideraciones finales de la autora. En el primer capítulo se esboza el marco interpretativo que vincula los malestares sociales y las violencias cotidianas a partir de relevantes propuestas teórico-conceptuales. En el segundo se historiza el desarrollo de Cancún como ciudad fragmentada entre espacios turísticos y habitacionales que definen la frontera física y simbólica de las relaciones de identificación y diferenciación en el contexto sociourbano. Los siguientes tres apartados se centran en caracterizar a la juventud cancunense, entretejer los malestares sociales con las historias de experiencias y expresiones de violencias y profundizar en ejemplos de trayectorias biográficas. Además, la obra cuenta con un prólogo de Gonzalo Andrés Savarí, quien advierte que no es sencillo catalogarla, porque va más allá de un ensayo sobre violencia juvenil.
Es texto bien pergeñado que presenta la investigación realizada por Fragoso Lugo entre 2008 y 2010 con una perspectiva transversal sobre juventudes, violencias, instituciones y procesos urbanos en México. Fragoso buscó intercepciones teóricas vigorosas para explicar e interpretar la sociedad contemporánea, no cedió ante simplificaciones históricas sobre los orígenes de la modernidad tardía desde lo local y apostó por un minucioso trabajo metodológico, un análisis social muy detallista y una narrativa elegante que correlaciona discusiones teóricas, propuestas metodológicas y relatos de experiencias concretas, sin establecer dependencias entre lo biográfico y lo social. Se trata de un original socioanálisis de los síntomas emergentes de los malestares sociales, las transiciones institucionales y las experiencias radicales de las subjetividades de los jóvenes.
Asimismo, la autora construyó sus datos etnográficos siguiendo los “pasos perdidos” de sus colaboradores por la ciudad-selva. Compartió sus vivencias antes de explicarlas y desarrolló una etnografía de recorridos urbanos iniciados por la “puerta trasera”, con los propios pies de quienes imaginan, leen y visibilizan la ciudad. La escucha itinerante de experiencias urbanas le permitió conocer sustratos de la violencia y espacio-tiempos de la inseguridad y del miedo. Amplió la evidencia empírica con más de 60 entrevistas a jóvenes y funcionarios. De ese conjunto filtró imágenes significativas por los entresijos narrativos de los relatos individuales, familiares y urbanos.
La tesis central de la investigación plantea “la relación cercana entre el tipo de espacio social que se habita, los malestares socializados en las subjetividades que en él se construyen y las violencias producidas, reproducidas y socialmente legitimadas” (p. 151). Sus propósitos fueron mostrar la compleja asociación entre malestares, subjetividades y experiencias violentas (p. 24); explicar por qué los conflictos sociales se resuelven mediante el ejercicio de la violencia, considerando el análisis de las condiciones materiales, sociales e inter-subjetivas que producen las violencias, y comprender cómo la experiencia de las violencias físicas o simbólicas estructura la vida cotidiana y la subjetividad de individuos y grupos como producto de las interrelaciones en todos los espacios sociales (pp. 18-19). Al evidenciar la centralidad de la violencia en las dinámicas socioculturales de los vínculos sociales, se constata que ningún espacio está exento de la expansión de la misma, como tampoco lo está de la economía capitalista que mercantiliza todos los ámbitos de vida. Por ello, se sugiere un correlato espacial entre la violencia y el capital acumulado por desposesión (Harvey, 2006; 2009).
Al hurgar en la causalidad, la significación y los sentidos de las violencias juveniles, Fragoso sostiene que su emergencia es parte de contextos que las estimulan y favorecen a partir de ciertas asociaciones entre malestares, frustraciones, conflictos cotidianos, tensiones y dilemas sociales. Por una parte, alude a los síntomas de las formas de estar (bien/mal) según los modelos de sociedad y el reforzamiento de la ruptura de los tejidos sociales. Por otra, reconoce la ambivalencia de las violencias como fundadoras, liberadoras, emancipadoras y creadoras de un orden, o como destructivas, execrables y caóticas que expulsan del lazo social, niegan el reconocimiento del otro, reducen su dignidad o anulan su existencia (p. 68). Lejos del debate moral sobre la legitimidad de la violencia, se sitúa un continuun de “modalidades significativas” de violencias de género, criminal o sistémica y de “actos inciviles” que se reproducen, naturalizan y legitiman de forma cotidiana (p. 63).
Con un fino hilado se narra cómo se encarnan en las biografías juveniles características de la vida moderna. Se conoce de vidas al límite, entre la ansiedad, la angustia y la frustración frente a patrones de consumo, formas de sociabilidad e identificaciones alrededor de las fiestas, el sexo y las drogas. De cuerpos puestos a pruebas extremas, resistencias permanentes frente a convenciones culturales y deseos potentes en medio de una gran heterogeneidad poblacional, distinciones socioclasistas, conflictos sociales y confrontaciones barriales por la estigmatización de territorios de origen y residencia polarizados con territorios de ocio y espectáculos de consumo. Cuerpos a la defensiva donde se instalan la imposibilidad, el sufrimiento y el resentimiento como mediaciones con el mundo a través de explosiones de dolor, furia y naufragios.
El libro estremece con curvas discursivas sobre experiencias de vidas amenazadas de muerte, ante la indiferencia y la apatía social. A pesar de las historias realmente dolorosas y desgarrantes de fracasos sociales, no es pesimista ni escéptico frente a la urgencia de conjurar las violencias. Se comparten historias de resistencias, resiliencias y contención de las violencias. Este cuidadoso análisis cultural, sin pretender un esquema coherente o unificado, articula las situaciones de precariedad de los jóvenes en el bastidor de fondo de las condiciones sociales y políticas de la ciudad y de instituciones como la familia.
En esta tesitura se argumenta, con notable oficio historiográfico, que Cancún puede ser considerada una ciudad global, simulada y simulacro, desde su surgimiento en la década de 1970 a partir de planos modernistas para espacializar la economía capitalista de los servicios turísticos a partir de la explotación de los recursos naturales. La historia urbana es comprendida como parte de los procesos de “acumulación por desposesión” que remiten a prácticas de apropiación territorial, acaparamiento de negocios y control de instituciones públicas (Harvey, 2009). La utopía urbana devino en distopía social en la medida en que el diseño urbano del plato roto fue una metáfora de la ciudad fragmentada, los vínculos quebrados por el interés, el cálculo egoísta y el individualismo desenfrenado, las relaciones fracturadas ante la mercantilización de la vida y de la naturaleza. Las angustias generalizadas, la enajenación colectiva y la violencia irracional que contrarrestan la proyección turística del enclave, se refuerzan cuando aumenta el miedo social en las temporadas bajas, de ciclones, de encadenamiento de crímenes, de epidemias, de recirculación del capital hacia otros destinos turísticos o cuando se radicaliza la economía productora y exportadora de servicios con nuevos proyectos urbanísticos de desarrollo turístico con graves consecuencias sociales y ambientales (como Puerto Cancún, por ejemplo). En este punto el libro participa en discusiones actuales sobre el derecho a la ciudad y a la naturaleza, a habitar y transformar los lugares y espacios atrapados por la privatización y la mercantilización. No obstante, nos deja pendientes de correlatos en ciudades latinoamericanas donde la terciarización de la economía, la desigualdad extrema, la precarización laboral y habitacional y las violencias estructurales están muy lejos también de la ciudadanización de las agendas urbanas.
El otro eje de articulación analítica de las condiciones de anclaje subraya la desactualización de las instituciones como fuentes de identidad e integración social del orden sociocultural. Instituciones como el trabajo, la escuela, la familia, la comunidad, la vecindad, el noviazgo y la amistad están desfasadas frente a la avasallante individualización, la ética de la autorrealización por el triunfo individual y la instauración del consumo como clave constitutiva de las identidades sociales frente a lo civil y lo público. La crisis institucional expresa pérdidas de poder, autoridad, legitimidad y ejemplaridad de las figuras del padre, el maestro o el policía como representantes muy cuestionados de la familia, la escuela o el estado. Los jóvenes estudiados no aluden a la política como vehículo de identificación y participación social; este silencio es expresivo del desencanto, de otras miradas de lo político como afirmación contracultural desde una ética del vínculo recíproco y una estética muy terrenal. Otros (des)anclajes institucionales son potenciados por los medios de comunicación y el narco, así como por las iglesias que devienen comunidades de respeto, orden y normas, seguridad y felicidad. Asimismo, por instituciones gubernamentales como el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF o DIF), que asume la acogida y el tratamiento individual o familiar, mientras que, en su propio interior, la Casa de Asistencia Temporal (CAT) representa a los dispositivos de ordenamiento que disciplinan, vigilan y castigan a la vez que excluyen, estigmatizan, discriminan y revictimizan.
El énfasis en la familia, como espacio de pérdida de autoridad moral y emergencia de respuestas violentas físicas y simbólicas, evidencia otro de los aciertos del libro. La fragilidad de las múltiples familias para asegurar sus funciones de residencia, cooperación, reproducción y socialización sitúa a las vidas de la niñez y la juventud en una precarización institucional primordial. La familia expresa fuertes sacudidas de referentes socioculturales que han implicado el deterioro de su efectividad y centralidad en la regulación normativa y la gestión de lo social que pareciera en retirada dejando vacíos enormes.
La geometría social de los malestares relacionados con la violencia urbana y familiar remite a la incertidumbre, la individualización y la indiferencia social (p. 182). Estos fenómenos políticos, sociales y morales indican que el orden cultural y simbólico no asegura la plena integración social, no encuadra ni regula las relaciones con los otros y desata las pulsiones de muerte con una agresividad inusitadas. Entonces, con los repliegues de lo social, aparecen las “subjetividades perforadas” (Saravi y Makowski, 2011) o las “precariedades subjetivas” (Reguillo, 2008). Las presiones de las convenciones culturales, los patrones de consumo, los ideales de movilidad y éxito inalcanzables acumulan inconformidad, infelicidad, frustración, sentimientos de injusticia, rabia y formas de neurosis como resistencia y escapatoria. Se trata de lo que François Dubet (2012) ha denominado el “precariato” como condición donde tienen cabida el rencor, la furia, la culpa, el miedo, la angustia al castigo y el endurecimiento de las identidades ante experiencias de vida difíciles, nocivas y destructivas. La juventud dejó de ser un proyecto de futuro (Valenzuela, 2009), promesa de innovación y creatividad, para devenir en una condición desgastante y agotadora dada por violencias recíprocas, batallas emancipadoras, sensibilidades lastimadas, experiencias desbordantes y quebrantos de límites.
Fragoso Lugo habla del mundo juvenil ubicado entre la simulación, las apariencias, la rapidez y los adelantos de decepciones amorosas, traiciones de los amigos, intereses materiales insatisfechos, violencia doméstica, separación de los padres, precariedad laboral, frustración escolar y distanciamientos en el pluriverso de las juventudes. A pesar de las diferencias entre los jóvenes cancunenses, todos se ven así mismos como“prestados”, vagabundos, amigos con derechos o privilegios a relaciones free, sin compromisos ni preocupaciones, en tránsito. Además, comparten silencios, vergüenzas, corajes, impotencias, dolores, sufrimientos e indignaciones transitorias ante los fracasos sociales de sí mismos, sus pares, sus padres o hermanos y las instituciones. También, algunas respuestas como suicidios, homicidios, violaciones, bandas o crews (no pandillas). Éstas constituyen el lugar social de los jóvenes estudiados, su espacio de socialización, integración y expresión. Sin duda, los “rocazos” o los “refuegos” entre bandas como “Solo Wuapos” (SW), “Los Sureños 13” (s13), “Todos Chingones”, “Chetumalitos”, “Chiles fritos”o“ State of Core”,son episodios rituales de violencia, descontrol y exceso muy expresivos del debate de los jóvenes por el reconocimiento de su existencia social, de su aguante y valor para ser respetados. Los jóvenes ganan valor individual y social “a puro golpe”, al “agarrarse”, “darse un tiro o un tirón”, y demuestran que no son “chinchas” o cobardes y merecen respeto, trato digno y dignidad social. El análisis de estas “violencias expresivas” deja ver cómo las experiencias de lucha por el control del territorio y de los cuerpos son “pequeñas guerras” (Reguillo, 2005; Segato, 2003), muestras de la violencia social, pasibles de cooptación por otros actores, como los grupos del narcotráfico que buscan el control territorial del espacio vulnerable e instrumentalizan las violencias para su explotación (p. 274). No se olvide que la fuerza física y simbólica para dominar en un espacio-tiempo dado se evidencia hasta con mensajes remitidos al enemigo a través de victimas sacrificiales, muchas veces mujeres jóvenes cuyos cuerpos son explotados sexualmente como instrumento de perversión y narcisismo o, como se ejemplifica en el libro, violados grupalmente como muestras de un pacto de la “pedagogía de la crueldad” (Segato, 2003).
Al enfocar los problemas de reconocimiento, la autora hace un aporte a pensar las consecuencias de las fracturas del entramado de las relaciones sociales al advertir con agudeza como un profundo malestar el “abismo del prójimo” (p. 198), mismo que remite a la ausencia del otro como espejo para el reconocimiento de uno mismo y de la humanidad en su conjunto. La falta de afirmación de la alteridad constitutiva del yo y del nosotros lleva a la negación tanto de uno como del otro, que se expresa en las relaciones distantes, la diferenciación extrema, la transgresión o la erradicación de barreras tras el paroxismo del placer, la desechabilidad o descartabilidad del otro, cuando no su cosificación o anulación a través de la violencia social o autoinfligida (drogas o cutting). Es un abismo en los límites de la negación y el desprecio de la vida otra o del otro, no semejante, que puede ser vejado o aniquilado al negársele humanidad en nombre de la individualidad, el narcisismo y anclajes en normas, estructuras y agentes sociales que acaparan y legitiman el ejercicio de las violencias.
Valoro esta obra especialmente por su aporte a la mejor comprensión de las espacializaciones de la violencia en el escenario de las ciudades-mercancías-marcas al ritmo de la acumulación del capital y la normalización de la violencia de la esfera pública y privada como mal social que modula corrosivamente los vínculos sociales. Además, por remitir a debates sobre ética de la investigación y del investigador en tiempos de violencias y riesgos generalizados. Fragoso comparte con honestidad sus debates éticos por la impostura de la “psicóloga Perla”, con su “bata blanca”, en el DIF, su capacidad de contención ante las catarsis y su voluntad para coadyuvar a la sanación de las heridas de quienes le relataron sus pequeñas o excesivas muertes cotidianas. También reconoce con humildad la necesidad de investigar más sobre las perspectivas de los padres que otrora fueran miembros de bandas, las instituciones públicas, el derecho a la ciudad de parias juveniles, los compromisos ideológicos de la ley y la relación entre precariedad juvenil, disensos sociales y estallidos sociopolíticos violentos.
Finalmente, cada lector hará su propia desclasificación de esta lúcida socioantropología del desamparo y la precariedad de la juventud, podrá reconocer la calidad del trabajo que realizaron sus editores, al tiempo que ponderar el talante humanístico, las ansias de actuar y la indignación de su autora al dirimir los fundamentos sociales de las violencias y malestares de los tiempos actuales.