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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.63 no.234 Ciudad de México sep./dic. 2018

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2018.234.65559 

Sociedad y cultura en México: el movimiento

Esos fueron los días. Cultura social, creatividad y libertad en el México de 1968

Those Were the Days. Social Culture, Creativity and Freedom in 1968 Mexico

Raúl Trejo Delarbre1 

1Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <rtrejo@UNAM.mx>.


Resumen

En 1968 había una cultura social vivamente interesada en el desarrollo del arte y el pensamiento dentro y fuera de México. La desazón ante la desigualdad social, la irritación contra la rigidez del sistema político e incluso el rechazo al autoritarismo que se expresó en las calles entre julio y septiembre de aquel año axial fueron precedidos por la expresión de esas mismas emociones y convicciones en las salas de teatro y cinematográficas, en las galerías de exposiciones, en los libros de moda y, de cuando en cuando, en los medios de comunicación. A pesar de las restricciones oficiales, que llegaban a la franca censura, había una vida cultural intensa y la creación artística llegaba a tener cauces para desplegarse con libertad.

Palabras clave: 1968; cultura social; creación artística; cine; medios de comunicación; México

Abstract

In 1968 there was a social culture vividly interested in the development of art and thought both inside and outside Mexico. The concern with social inequality, the irritation against the rigidity of the political system and even the rejection of the authoritarian regime that was voiced in the streets between July and September of that year, were preceded by the expression of those same emotions and convictions in theaters and cinemas, exhibition galleries, the best-known books and, from time to time, in the media. Despite the official restrictions, which reached blatant censorship, there was an intense cultural life and the artistic creation found appropriate channels to develop without restraint.

Keywords: 1968; social culture; artistic creation; cinema; media; Mexico

Introducción

“El gigantesco resplandor fue como un mensaje de esperanza y paz, como señal del optimismo con que se espera que 1968 será pleno en acontecimientos felices” (Torres, 1968). Así terminaba la crónica de las celebraciones para recibir a ese año, destacada en la primera plana de Excélsior. Avenidas y edificios en el Distrito Federal estuvieron iluminados desde la noche vieja. En la sociedad mexicana había un sentimiento de expectación ante un año que parecía promisorio en transformaciones y sobre todo que, con motivo de los Juegos Olímpicos, ofrecía la posibilidad de vincular al país con los cambios del mundo. Otro resplandor, muy distinto al que celebraba el reportero Torres Barrón, conmovería la historia de México nueve meses más tarde, cuando, en Tlatelolco, una luz de bengala marcó el inicio de aquella noche triste.

El de 1968 era un mundo colmado de novedades. El gobierno de Washington no sabía cómo salir del atolladero de Vietnam; en enero lanzó la ofensiva del Tet y dos meses más tarde soldados estadounidenses perpetraron la matanza de My Lai. En Cuba, Fidel Castro aceleró la nacionalización de la economía y emprendió la “Ofensiva Revolucionaria”. En Memphis, el 4 de abril fue asesinado Martin Luther King. El 4 de junio, Robert Kennedy murió balaceado en Los Angeles. En Ciudad del Cabo, en diciembre de 1967 y enero de 1968, el cirujano Christian Barnard alteró la historia de la medicina al realizar los dos primeros trasplantes de corazón. En 1968 la Unión Soviética envió una sonda espacial que le dio la vuelta a la Luna y meses más tarde la Apollo 8, con tres astronautas estadounidenses, hizo lo mismo. Estaba despejado el camino para que, al siguiente año, Neil Armstrong pisara la Luna.

En México, en la Iglesia católica se expresaban diferencias entre la jerarquía tradicional y corrientes renovadoras, como la que promovía el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo. En Yucatán, a fines de junio, después de 48 días de huelga, los trabajadores de Cordemex fueron obligados a reconocer a un sindicato patronal. Por esos días, la Coalición Obrera Textil estalló una huelga nacional que se mantuvo dentro de los cauces del sindicalismo oficial, aunque se prolongó por varios meses. Para apoyar esa huelga el 14 de julio la Confederación de Trabajadores de México (CTM) organizó en el Monumento a la Revolución un mitin al que, según sus organizadores, acudieron 50 mil trabajadores (Rendón, 1979: 33). En Baja California, también en junio, el Congreso estatal anuló las elecciones en Tijuana y Mexicali después de que el Partido Acción Nacional (PAN) denunció que los candidatos del Revolucionario Institucional (PRI), hicieran trampa. Una caravana de 45 mujeres del pan de Tijuana viajó hasta la Ciudad de México, a donde llegó el 17 de julio (Venegas, 2013).

En Puebla, las diferencias entre la representación tradicional de los estudiantes universitarios y los grupos que reclamaban una elección democrática llegan a un enfrentamiento violento el 10 de julio (Gómez, 1998). En la UNAM, grupos de estudiantes secuestraron varios autobuses después de que un vehículo de la línea México-San Ángel Inn atropelló, en un estacionamiento de Ciudad Universitaria, a la profesora Ana María Meza de Silva, quien por esa causa perdiera un brazo. El 10 de julio la Unión de Permisionarios de Camiones accedió a entregar una indemnización por 250 mil pesos (Siempre!, 1968).

Demetrio Vallejo, el dirigente ferrocarrilero encarcelado desde 1959, anunció que el 18 de julio, aniversario de la muerte de Benito Juárez, reanudaría su huelga de hambre. Él y Valentín Campa eran los presos políticos más notorios. La periodista Elena Poniatowska les dedica su columna en la revista Siempre! y cita a Carlos Monsiváis:

Parte de la indiferencia moral que les rodea es la ignorancia respecto al estado jurídico de sus procesos, la falta de organización inteligente que defienda legalmente de un modo exclusivo estos casos, sin mezclarlos con los demás problemas del pueblo mexicano (Poniatowska, 1968).

Aquella exigencia de Monsiváis no se cumpliría y, muy poco después, la excarcelación de los líderes ferroviarios sería una bandera de las manifestaciones estudiantiles, junto con otras reivindicaciones por la democracia. En todo caso, la sola enumeración de hechos como los antes mencionados confirma que antes de que estallara el movimiento estudiantil, a fines de julio, la vida pública mexicana estaba más inquieta y politizada de lo que a menudo se cree.

Crimen y escándalo

De todo eso la sociedad mexicana se enteró con oportunidad y azoro. La televisión comenzaba a conectarse al mundo gracias a la Red de Microondas construida para propagar las señales de los Juegos Olímpicos. Sin embargo, apenas había 33 estaciones de televisión y 460 de radio (Comité Organizador, 1969: 159).1 La atención de los mexicanos, sin embargo, seguía acaparada por asuntos domésticos.

Durante los primeros meses de 1968 la sociedad se conmovió con el asesinato, en Acapulco, del conde Cesare D’Aquarone. Su suegra, la pintora Sofía Bassi, diría que le disparó por accidente con una pistola. Era difícil creerle porque D’Aquarone murió de cinco balazos. Las indagaciones periodísticas encontraron que el fallecido, de 42 años, tenía una mala relación con su esposa, Clairette Diericx, de 27 años de edad. Originario de Verona, el conde estaba con la familia de su esposa mexicana en el fraccionamiento Las Brisas, en “donde hay unas 60 casas de multimillonarios” (Reyes Estrada, 1968). La suegra era esposa del médico Jean Franco Bassi y según su versión los disparos se produjeron junto a la alberca, en presencia de toda la familia (Díaz Clavel, 1968).

Pronto se esparció la versión de que quien había disparado era la esposa del conde y que su madre, Sofía, se había echado la culpa para evitar que la joven Claire fuera a la cárcel. Aquella muchacha era excepcionalmente hermosa, circunstancia que añadió interés a la murmuración acerca de aquel episodio. El experimentado reportero Reyes Estrada (1968) no dejó de advertir: “La ahora viuda, Clairette Diericx, mujer muy guapa, no ha declarado” y más adelante describe a “la bella Clairette, mujer muy alta, de pelo rubio, ojos verdes y facciones finas, que iba vestida toda de negro”. Sofía Bassi, que en 1968 tenía 55 años, estuvo cinco años en prisión.2

Aquel episodio implicaba tres transgresiones importantes. Se trataba del crimen en una familia de socialités, en donde la notoriedad se aunaba al dinero. En aquellos años la sección de “sociales” ocupaba varias páginas en los periódicos con la reseña de ceremonias, convivios y viajes de personajes famosos. Meses antes, la boda de Clairette Diericx y el conde italiano había llamado la atención de los lectores de aquellos espacios. En segundo lugar, no era frecuente que las averiguaciones policiacas fueran seguidas con tanta atención como la que le dedicó a este caso la prensa mexicana en aquellos primeros meses de 1968. Y por otra parte, el asesinato ocurrió en Acapulco, que era destino vacacional del jet-set internacional. El juicio y el encarcelamiento de Sofía Bassi mostraron que los poderosos podían caer en desgracia y eso no se veía con frecuencia en México.

Tampoco era usual que se publicaran expresiones de desesperación, como la que tuvo el profesor Eulogio Sánchez Herrera, el 12 de junio de 1968 en El Durazno, una ranchería en el municipio de Morelia, Michoacán. Tenía 24 años y era originario de Coahuila, en donde estudió la Normal y luego fue asignado a la Primaria “Vicente Guerrero”, en Morelia. Después de seis meses de trabajar en la escuela, las autoridades federales no le pagaban su salario. Agobiado por los apremios económicos, escribió una carta de despedida para su madre: “No puedo más con esta existencia dolorosa. Ya no tengo valor para enfrentarme a la vida; la desprecio porque no ha sabido darme más que dolores. Adiós mamacita de mi vida”. Luego, el profesor Sánchez Herrera roció de petróleo el petate donde dormía, impregnó sus ropas con ese combustible y se prendió fuego (Zúñiga, 1968). Sin embargo, el sacrificio de ese joven maestro en Morelia no tuvo tanta difusión como la muerte de D’Aquarone en Acapulco.

Parsimoniosa revolución

Ya en aquel último trecho de los años sesenta había un intenso cambio de costumbres, no en toda la sociedad, pero sí, de manera peculiar, entre jóvenes de clase media. El cabello largo y la ropa ajustada eran recursos para diferenciarse, lo que suscitaba rechazos. Sucesos para Todos, que no era una revista conservadora, publicó una serie sobre las maneras de llevar el cabello. Dos décadas antes, en los años de la Segunda Guerra, “los jóvenes se preocupaban de su apariencia” pero, ya en los sesenta, la “generación actual”, se explicaba, prefería el cabello largo. En esa extensa nota Joseph G. Sorel, que muy posiblemente era un seudónimo, cuestionaba:

¿Cómo se comporta ésta en su irresistible rebeldía? En forma opuesta: indumento descuidado, desprecio por la elegancia, afición a la promiscuidad de clases sociales, indiferencia a la distinción y las buenas maneras, desconocimiento de los valores consagrados y predisposición a todo lo que sea opuesto y contradictorio con la manera de ser de la generación anterior; y esto en todos los órdenes de la vida: ética, musical, artística, filosófica, literaria, etc. (Sorel, 1968).

Las modas marcan épocas, pero nunca se imponen de manera drástica. Para enfatizar que en los años sesenta se experimentó una “revolución cultural”, por encima del cambio político, el fundamental Eric Hobsbawm (2003: 244) explica que, en el mundo occidental, “el índice verdaderamente significativo de la historia de la segunda mitad del siglo XX no es la ideología ni el movimiento estudiantil, sino el auge de los pantalones vaqueros”.

Entre los estudiantes de 1968 la disposición a romper los convencionalismos, al menos en el atuendo, no estaba muy extendida. Luis González de Alba, quien fue dirigente en el movimiento de aquel año, recordó mucho después:

En 1964, en plena UNAM, todas las muchachas del entonces Colegio de Psicología llevaban vestido, medias, zapatos de tacón y peinado esponjoso a la Sandra Dee. Era raro que un joven llevara vaqueros; ninguno, por supuesto, se habría atrevido a llevar huaraches. Eso comenzaba a ocurrir por la tarde, en las carreras de Letras y Filosofía, pero se veía mal (González, 2008).

El espíritu contestatario no pasaba por la vestimenta, al menos para muchos jóvenes de esos años. Pero los valores o las creencias morales experimentaban un cambio más profundo, aunque no siempre evidente. En 1968 era reciente la llegada a México de la píldora anticonceptiva. El efecto que tenía en la que desde entonces era denominada como la revolución sexual suscitaba desconciertos y animadversiones. Una lectora expresó esas preocupaciones en una carta a la revista Sucesos:

La píldora anticonceptiva está modificando definitivamente el concepto tradicional de la familia, que ahora puede ser asunto de voluntad y no de azar. Pero si el empleo de esta invención no se regula por una nueva moral -que todavía es indefinible-, la mujer puede verse sujeta a una nueva esclavitud. La educación y la moral, como ahora las concebimos, castigan sutil o abiertamente toda actividad erótica de la mujer soltera. La sexualidad femenina es vista como algo demoniaco, y a menos que se la “santifique” o se la domestique mediante la institución matrimonial, es calificada como prostitución (Díaz Ferrero, 1968).

El comportamiento social estaba definido por numerosos contrastes. Algunas mexicanas tomaban con libertad las decisiones sobre su cuerpo y su sexualidad, pero otras seguían los antiguos cartabones. Era frecuente encontrar en la prensa anuncios como este: “Pilar Candel. Cursos de personalidad. Inscripciones abiertas. Génova no. 39. 2do piso, esquina Hamburgo” (Excélsior, 1968f). De origen español, Candel era especialista en modas y tenía un espacio muy visto en la televisión, dedicado a las mujeres. Allí ofrecía consejos para que las señoras supieran vestirse y comportarse en sociedad. Sus cursos eran muy solicitados.

Se hablaba, sí, de derechos de las mujeres. Pero esa conversación era fundamentalmente masculina como se advierte en este aviso:

Mesa redonda en el Club de Periodistas. “La mujer vista por el periodista. Derechos y deberes de la mujer”. Participan Eduardo Deschamps, Alberto Domingo, Leonardo Femat, José Luis Parra y Adelina Zendejas (Excélsior, 1968j).

Apertura al consumo

La clase media mexicana −o al menos en la capital del país− se desperezaba con una novedosa apertura al consumo y se ilusionaba con la posibilidad del progreso. En enero de 1968 un departamento de tres recámaras, con chimenea, en la Calle Búfalo de la Colonia Del Valle, costaba 295 mil pesos. Otro, también de tres recámaras y con 175 metros cuadrados, valía 340 mil. Quienes querían mudarse a la Unidad Tlatelolco, inaugurada cuatro años antes, podían interesarse en este anuncio:

Señorial Tlatelolco. Lujosos departamentos de 3 recámaras[... ] con elevador independiente para la servidumbre. Con todos los extraordinarios servicios de Ciudad Tlatelolco[... ] y en plena avenida San Juan de Letrán. Pago inicial de $8 500 a $13 500 (Excélsior, 1968d).

En 1968 el salario mínimo era en promedio de 24.15 pesos diarios, es decir, 725 pesos al mes. Sin embargo, la expansión de la clase media y las ventas a crédito propiciaban una copiosa oferta de productos y servicios. Un viaje de 21 días a Europa, con pasaje aéreo y traslados, podía comprarse con 6 800 pesos. Un refrigerador Sears de 11 pies cúbicos costaba 2 888 pesos. Un bolígrafo marca Topic, de mini tapa, 12.50 pesos que era exactamente el precio que, durante dos décadas, mantuvo el dólar.

El 1968 el Banco Nacional de México lanza “BancOmático”, la primera tarjeta de crédito en el país. La publicidad proclama que “es bienvenida” para comprar “miles de artículos”. El crédito en el bolsillo desarrollaría las expectativas de compra, con todo y sus riesgos, en una sociedad que comienza a fascinarse en el consumo. La nueva facilidad para adquirir mercancías se emparenta con la venta de aparatos que permiten desplazarse, divertirse o informarse más allá de limitaciones espaciales. En 1968 comienzan a venderse televisores portátiles como este, de 2 995 pesos: “Lleve a cualquier rincón de su hogar u oficina las emociones de su espectáculo y disfrútelo plenamente en la nítida, perfecta y estable imagen Philco” (Excélsior, 1968m). También había facilidades para registrar las experiencias personales. Una cámara fotográfica Kodak Instamatic 25 costaba 119.50 pesos en la tienda American Photo; una cámara de cine super 8 Instamatic, 895 pesos; un paquete con esa cámara y un proyector, 2 495 pesos (Excélsior, 1968k).

Un anuncio a plana entera emparentaba a un automóvil de moda con el ímpetu al que se asocia a la juventud:

¡Emocionantemente joven! ¡Así es el Valiant ‘68! Ya prefiera usted el fabuloso 2 puertas sin poste, el sedán 4 puertas o el económico Valiant Especial de 2 puertas, usted obtiene líneas audaces... maniobrabilidad... y la alegría de verse y de sentirse joven! (Excélsior, 1968l).

En la mitad superior de esa página aparecía la fotografía del automóvil fabricado por la empresa Automex. En la segunda mitad, destacaba la foto de una joven en minifalda tocando una guitarra eléctrica junto a una leyenda en grandes caracteres mayúsculas que ofrecía: “Valiant tiene el mismo fuego de mi corazón... Valiant es joven audacia... Valiant es jalón”. Esa frase estaba rodeada de dibujos de flores como los que se empleaban en la iconografía asociada a los hippies. La juventud era pretexto, más que destinataria, para la venta de los más variados artefactos.

Vanguardia y farándula

Las competencias deportivas de los Juegos Olímpicos fueron precedidas por una “Olimpiada Cultural”, con un ambicioso catálogo de eventos e invitados de todo el mundo. Comenzó el viernes 18 de enero con la actuación, en el Palacio de Bellas Artes, del Ballet de los Cinco Continentes, coordinado por Amalia Hernández y coreografía de Loukia de Grecia, y Le’House de África −así se les anunciaba− (Excélsior, 1968e). Luego de describir las danzas y los discursos en Bellas Artes, el reportero más influyente en la prensa escrita se extasiaba:

Habían caído los telones sobre la arquitectura jónica, cretense y ya sublime de Olimpia. Se renovaba la escenografía que momentos antes nos hiciera recordar las huellas de siglos de los últimos descendientes nahuatlacas, de los padres de Moctezuma y de Cuauhtémoc, de Cuitláhuac y Xicoténcatl. [... ] Un desahogo. Habíamos sentido una descarga en lo más íntimo de nosotros, porque al hombre en muy pocas ocasiones le toca el infinito como anoche (Denegri, 1968).

Para terminar su nota, el reportero relató que al salir de Bellas Artes encontró a un jovencito dormido en la calle.

Vi en el recodo oriental de ese monumento, yo también para salir domiciliariamente a mi oficio, a un chamaco dormido y apoyado en los mármoles culturales. No quise despertarlo. El también, con nosotros, soñaba en esa luz, en esa antorcha que es guía y símbolo que se proyecta desde un territorio sin voces de fuego ni demagógicas actitudes, donde convergemos los mexicanos del 68 (Denegri, 1968).

Nadie podía saber qué soñaba aquel muchacho pobre mientras se guarecía del frío de enero tras una columna de Bellas Artes. Lo que sí sabemos ahora es que la antorcha olímpica no fue el símbolo de 1968.

La Olimpiada Cultural incluyó centenares de eventos. Durante la primera semana de julio, por ejemplo, los habitantes del Distrito Federal tenían interesantes opciones si querían ir al teatro. Se estrenaba El Rey se muere, de Eugène Ionesco, quien estuvo presente en una de las funciones en el Teatro Jiménez Rueda. Xavier Rojas dirigió en el Teatro Tepeyac El alma buena de Szechwan, de Bertolt Brecht, de la cual se escribió: “Los pobres no pueden ayudarse a sí mismos, nos dice Brecht y, añade, el camino para ayudarles no es la beneficencia, como tampoco el trabajo, cuando éste se verifica en condiciones de explotación” (Reyes, 1968b). En el Teatro de la Universidad, en Avenida Chapultepec, José Estrada dirigía El mayor general hablará de Teogonía, de José Triana, de la que se comentó: “Se halla en la obra una preocupación constante: la de asesinar el poder” (Reyes, 1968 c). También estaban en cartelera El día del juicio, de Rafael Solana, en el Teatro Xola; Hello Dolly, de Thornton Wilder, con Libertad Lamarque y dirigida por Manolo Fábregas, en el teatro que llevaba su nombre, y Los zorros, de Lillian Hellman, dirigida por José Solé, en el Teatro Insurgentes.

Un poco antes se había estrenado Marat-Sade, de Peter Weiss, que, ambientada en un manicomio, relata la muerte del revolucionario Jean-Paul Marat, después de cometer numerosos excesos, con el pretexto de que actuaba en nombre del pueblo. La dirección fue de Juan Ibáñez, con Sergio Jiménez en el papel de Marat y Angélica María como Charlotte Corday.

Marat-Sade tiene la virtud de hacer sus planteamientos desde todos los ángulos, expone la visión del revolucionario, que interpreta los anhelos del pueblo, del que a pesar de todo ya no forma parte integrante; desenmascara los puntos de vista de los que ejercen el poder; contrapone a verdugos y víctimas, en un juego caleidoscópico en el que tan pronto el verdugo es la víctima, como la víctima es el verdugo; y en el que la locura es representada por los cuerdos, como la cordura lo es por los locos; el sadismo, en sus extremos, se transforma en masoquismo, y el masoquismo, en sadismo (Reyes, 1968a).

En el teatro, como se aprecia en las reseñas citadas, había alusiones a la desigualdad social y el autoritarismo políticos. Los tres comentarios antes transcritos estaban firmados por Mara Reyes, que era el seudónimo de la dramaturga Marcela del Río.3

El programa de la Olimpiada Cultural en esos días incluía jazz, con Tino Contreras, en La Casa de la Paz; danza con el Ballet de Praga, en Bellas Artes; el Ballet de los Cinco Continentes, en el Teatro Ferrocarrilero, y el Gran Circo de Moscú, en la Arena México (Excélsior, 1968g).

Al margen de la vanguardia cultural había otras opciones de entretenimiento. A comienzos de 1968, el Teatro Blanquita ofrecía un programa con los intérpretes Celia Cruz y José Alfredo Jiménez, la actriz Columba Domínguez, Los Cuatro Hermanos Silva y los cómicos Resortes, Mantequilla y Borolas. La entrada costaba entre 4 y 12 pesos. En el Teatro Manolo Fábregas había una revista con las vedettes Zulma Faiad y Amedee Chabot, las cantantes Toña la Negra y María Victoria, el trío Los Tres diamantes y el pianista Juan Bruno Tarraza (Excélsior, 1968b). Medio año después, los asiduos al teatro de farándula encontraban, en el Blanquita, a Los Polivoces, Lola Beltrán, Los Picolinos, El Loco Valdés, Robertha, Borolas, Tino Martin y su orquesta. En el Teatro Lírico se presentaban Sonia López, La chamaca de oro, Palillo, las Hermanitas Nuñez, Los Clayton, Los Oviedo, Los Babys y Tin Tan (Excélsior, 1968g).

Calidad y censura en el cine

El cine que se podía ver en México empezaba a diversificarse en 1968. Al iniciar el año los espectadores podían presenciar en el Cine Tlatelolco, por 8 pesos, Bella de día, de Luis Buñuel, con Catherine Deneuve; en el Ópera, por 4 pesos, se exhibía La batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo. Cintas como ésas cuestionaban la moral conservadora o el orden político, pero la mayor parte del público prefería un cine menos reflexivo. Bromas SA, de Alberto Mariscal, con Mauricio Garcés y Gloria Marín, se proyectaba en los cines Variedades, Majestic y Río, por 4 pesos; en el Colonial y el Jalisco la entrada costaba 3 pesos; en el Popotla 2.50 y en el Bahía y el Janitzio, 2 pesos. Otra opción, en diez cines y también a precios diferenciados, era El centauro Pancho Villa, de Alfonso Corona Blake, con Lucha Villa.

En la cartelera cinematográfica destacaba El mundo joven, de Vittorio de Sica, con Christine Delaroche y Nino Castelnuovo, en donde se planteaba el dilema de abortar o no. La publicidad no mencionaba el tema central de la película, pero proclamaba: “¿La juventud actual encontrará su placer dentro de un mundo nuevo?” (Excélsior, 1968a).

Gracias a la Olimpiada Cultural los cinéfilos tuvieron acceso a cintas que no se exhibían en México de manera regular. Entre otras, hubo una muestra de cine japonés que trajo las realizaciones más recientes de Akira Kurosawa y Kenji Mizoguchi. Pero en las corridas regulares de los cines también se apreciaba una diversidad hasta entonces desconocida para la exhibición fílmica en el país.

En abril se exhibió, en el Cine Tlatelolco, la críptica Blow-Up, de Michelangelo Antonioni. Esa cinta, inspirada en un cuento de Julio Cortázar, fue parte de la Reseña de Cine que se realizaba en Acapulco cada fin de año. Los comentarios acerca de la película eran en este tono:

[… ] la noción de lo que puede ser y significar el vacío en la época actual queda tan bellamente expresada en Blow up, que estaremos obligados a dejar que pase algún tiempo antes de atrevernos a negarle a su autor la paternidad de una obra de arte cinematográfica fundamental (Dallal, 1968).

En julio es reinaugurado el Cine Regis, en Avenida Juárez, con Repulsión, de Roman Polanski, protagonizada por Catherine Deneuve. Definido como “sala de arte”, el Regis era anunciado de esta manera:

¡No es un cine más, ¡Es un cine de arte! ¡Como los que hay en las principales ciudades del mundo y se necesitaba en nuestra capital! ¡Lujo! ¡Confort! ¡Ambiente diferente al de las salas de espectáculos que usted conoce! Esta sala de extraordinario buen gusto será destinada a exhibir obras cinematográficas que por su tema singular, técnica audaz, realización atrevida y otras características resultan excepcionales (Excélsior, 1968h).

Por esas fechas también se anunciaba el Cine Club de Arte A.C., con dos salas, en Tacubaya 103, esquina Juan Escutia, y Niza 35, en la Zona Rosa, en donde se exhibían “Las mejores películas del mundo. Antonioni, Bergman, Fellini, Buñuel, Resnais, Truffaut” (Sucesos, 1968). Para tener acceso a ese banquete fílmico era necesario pagar una cuota como socio del cineclub.

La cartelera abierta privilegiaba, en julio de 1968, cintas como Grand Prix, con Ives Montand, en el Cine Latino, en Paseo de la Reforma; el reestreno, en el Manacar de Insurgentes, de Lo que el viento se llevó, con Clark Gable y Vivian Leigh (“¡En el esplendor de 70 mm! ¡Pantalla ancha y completo sonido estereofónico!”). El Cine Internacional, en la Colonia Doctores, ofrecía A quemarropa, con Lee Marvin. El Variedades, en Avenida Juárez, Despedida de casada, con Julissa, Mauricio Garcés, Elsa Cárdenas, Maura Monti, Emily Cranz, Héctor Suárez y Ana Luisa Peluffo (Excélsior, 1968g).

La película Un largo viaje hacia la muerte, de José María Fernández Unsaín, con Ignacio López Tarso, Fanny Cano, Jacqueline Andere y Miguel Angel Álvarez, era anunciada así: “¡Sicodelia de sexo, violencia y muerte!” “Conozca la verdad sobre las drogas alucinantes! (l.s.d.)” “Sicodélicos colores!”. Clasificada sólo para adultos, esa cinta se refería al uso terapéutico de la dietilamida de ácido lisérgico, LSD, y no a la alteración de la moralidad propiciada por las drogas, como sugerían los estruendosos anuncios. Dicha película podía verse en los cines Alameda, Ópera y Reforma, por 4 pesos; en las salas Colonial, Ermita, Álamos, Briseño, Cervantes, Naur y La Paz, por 3 pesos; en el Popotla, 2.50; y en los cines Máximo y Minerva la entrada costaba sólo 2 pesos (Excélsior, 1968g).

En el Cine Tlatelolco exhibían La trampa, de Sidney Harris, con Rita Tushingham y Oliver Reed. Aunque estaba ambientada en una apartada cabaña en Canadá, el título de esa cinta pareció ser premonitorio de los acontecimientos que ocurrirían en la Plaza de las Tres Culturas, a unos pasos de la sala en donde se exhibía.

Pero la censura en el cine no sólo entorpecía la proyección de cintas novedosas o incómodas, también dificultaba la filmación de historias que no le gustaban al gobierno. A comienzos de aquel año, el director de Cinematografía de la Secretaría de Gobernación, Mario Moya Palencia, que tenía facultades para autorizar o no las películas que se rodaban en el país, rechazó el guión de Moctezuma, escrito por Dalton Trumbo. Allí se decía que Moctezuma le contaba sus cuitas a un bufón corcovado. El dictamen replicó: “No puede concebirse a un Moctezuma haciendo confidencias trascendentales a un bufón y negándoselas al Cihuacoatl, a los sacerdotes, o a sus parientes, príncipes y capitanes” (Perete, 1968a). El productor de la película era el actor Kirk Douglas y desde 1964 había presentado esa propuesta al gobierno mexicano. Quiso invertir 125 millones de pesos en el rodaje, pero el permiso nunca fue otorgado y el proyecto quedó desechado.4

En 1968, la Reseña de Acapulco tuvo lugar durante la segunda quincena de noviembre. Allí y en la exhibición paralela que se hacía en el Cine Roble en la Ciudad de México, fueron proyectadas, entre otras, La hora del lobo, del sueco Ingmar Bergman, Verano caprichoso, del checoslovaco Jiri Menzel, Te amo, te amo, del francés Alain Resnais, y Bonnie and Clyde, del estadounidense Arthur Penn. Para representar a México la Dirección de Cinematografía del gobierno federal seleccionó tres cintas: la primera, Patsy mi amor, de Manuel Michel, a partir de un relato de Gabriel García Márquez narra el romance de una joven universitaria (Ofelia Medina) con un hombre casado. Los recuerdos del porvenir, de Arturo Ripstein, con una ambiciosa producción describe el encuentro entre soldados federales y los habitantes de un pequeño poblado en tiempos de la revolución. La otra cinta era Fando y Lis, de Alexandro Jodorowsky, artista de origen chileno que llevaba algún tiempo avecindado en México. Fando y Lis relata la búsqueda de una ciudad mítica por parte de dos jóvenes y está repleta de escenas esotéricas y eróticas que la hicieron, unas, casi incomprensible y las otras, motivo de escándalo. La proyección de esa película en Acapulco estuvo acompañada por la gritería de quienes no la aceptaban. Luego, durante varios días, la prensa registró numerosos cuestionamientos a los desafíos morales que planteaba la película de Jodorowsky. Carlos Monsiváis explicó: “La mentalidad de la clase media, la sensibilidad popular, se advierten ultrajadas, molestas, desconcertadas. Sus valores se ven negados, ridiculizados, minimizados” (Monsiváis, 1968). Durante veinte años no se celebró otra Reseña Cinematográfica en Acapulco. Aunque posiblemente hubo otras causas, se dijo que fue suspendida debido al escándalo que ocasionó la película de Jodorowsky.

El rock. Afición y persecución

La de los sesenta fue la década del rock y la canción de autor. En ambos géneros había rupturas con clichés culturales y sociales y se creaban otros nuevos. La sociedad conservadora se rehusaba a los cambios culturales, en ocasiones de manera violenta, como le sucedió al cantante Óscar Chávez, conocido por sus interpretaciones críticas y porque en 1966 apareció en la película Los caifanes de Juan Ibáñez.

Oscar Chávez, “El Caifán”, quiere copiar a Chavela Vargas y en sus canciones incluye frases muy fuertes. Una de estas noches un cliente de lujoso restaurante no soportó esas canciones de “El Caifán” y se levantó violentamente de su asiento y le dijo: “Ningún tipo puede pronunciar esas palabrotas delante de mi esposa” y dicho esto le quitó la guitarra y se la puso de sombrero. ¡Verídico! (Perete, 1968b).

El compositor y cantante Luis Vivi Hernández padeció una situación similar cuando una interpretación suya fue acusada de promover la drogadicción. La siguiente nota publicada sin firma y que transcribimos completa, se explica sola:

La inspiración e imaginación y romanticismo de los compositores está en decadencia, pues será lanzado un disco con la canción “LSD”, su letra es completamente negativa; además, es un mal ejemplo para la juventud. La letra habla de los efectos que hace el LSD; lo único bueno es el arreglo musical. Las autoridades deben prohibir la difusión de este disco en las radiodifusoras Distrito Federal y en el interior. El que saldrá perjudicado por grabar esta clase de melodías morbosas es el cancionista Vivi Hernández, intérprete de canciones modernas. La mayoría de los compositores al no encontrar temas románticos, emplean temas escabrosos sin ningún sentido, sin importarles el perjuicio que puedan hacer a la juventud (Excélsior, 1968i).

Esa nota aparecía destacada a la mitad de la página, en el periódico que era considerado como diario de referencia de la vida pública mexicana. No se trataba de una información, sino de una admonición en busca de lectores, al vincular con afán maniqueo el rock y las drogas. Aquella melodía circuló en discos y no fue de las más conocidas del Vivi Hernández. En realidad no promueve el LSD, sino que advierte contra los perjuicios de esa droga. El inicio de la canción es festivo:

Quiero tocar la luna y brincar en las estrellas hoy / Andar bajo del agua y con los peces platicar, oh sí / eso solo lo hago con… LSD / Miren, brinco sobre las nubes, toco las estrellas, sí…

Luego el tono se modifica y el cantante comienza a quejarse: ¡No! ¡Quiero despertar, no quiero estar aquí! Se escuchan voces que lo increpan: ¿Por qué lo hiciste? ¡Tonto! ¡Regresa! Y a continuación, evidentemente de vuelta y arrepentido después de un mal viaje, el intérprete canta:

No vuelvo a tomar la píldora esa que llaman LSD / Le pido al que me escuche que no sufra lo que yo sufrí / Voy feliz en el mundo sin… LSD (Hernández, 1972).

Más allá de su calidad, que podía ser desigual, el rock tenía un espíritu crítico. José Agustín subrayó la relación entre esa música y el ánimo inconforme en un conciso libro que apareció, precisamente, en el año que nos interesa:

Cada canción de este tipo es un cartucho de dinamita para los convencionalismos y las sagradas costumbres de los sistemas sociales que padecemos. Se puede generalizar un poco y decir que el buen rock, en sus letras, se manifiesta en contra de la hipocresía, la mezquindad, el egoísmo, la mojigatería, el fanatismo, el puritanismo, el patrioterismo, la guerra, la explotación, la miseria social e intelectual; y lucha por la paz, el amor, la creatividad y el cambio de todo lo obsoleto (José Agustín, 1968: 6-7).

En 1968, tres estaciones de radio transmitían música moderna en inglés. Radio Capital, en el 1260 del cuadrante de am, Radio Éxitos, en el 790, y Radio 590, “La Pantera”, que había nacido en agosto de 1967 (Sosa y Esquivel, 2016: 120) eran sintonizadas por los jóvenes que querían escuchar música de rock. Muchos grupos y melodías no estaban disponibles en discos o circulaban de manera limitada, de tal suerte que esas emisoras, sin merma de sus intereses comerciales, tuvieron una función auténticamente pedagógica en la divulgación de la música de rock.

Algunas de las canciones de rock y pop en inglés que se escuchaban en la radio del Distrito Federal en 1968 a través de Radio Éxitos, Radio Capital y Radio 590, La Pantera, eran las siguientes: Hey Jude, con los Beatles; People got to be free, con los Rascals; Sunshine of your love y White room, con Cream; Mrs. Robinson, con Simon y Garfunkel; Hello I love you, con los Doors; Dance to the music, con Sly and the Family Stone; Born to be wild, con Steppenwolf; Those were the days, con Mary Hopkin; Jumpin Jack Flash, con los Rolling Stones; Sky Pilot, con Eric Burdon y Los Animales, y Revolution, con los Beatles, entre muchas otras (Mejía, 2016: 108).

Los jóvenes podían escuchar las novedades de la música en inglés que en buena medida reivindicaba las libertades individuales, el derecho a las actividades lúdicas y, con diferentes énfasis, la rebeldía. Escuchaban cantar a The Rascals: All the world over, so easy to see / People everywhere just wanna be free / Listen, please listen, that’s the way it should be / There’s peace in the valley, people got to be free (de la cancion People got to be free), y con Cream, los muchachos mexicanos tarareaban: You said no strings could secure you at the station / Platform ticket, restless diesels, goodbye windows / I walked into such a sad time at the station/ As I walked out, felt my own need just beginning (White room).

Los Beatles llenaban el dial radiofónico y acompañaban a muchos jóvenes tanto en la recreación de la búsqueda (Hey Jude), como en la colectiva. La desde entonces mítica Revolution consagraba las ideas de cambio (You say you want a revolution / Well, you know / We all want to change the world / You tell me that it’s evolution / Well, you know / We all want to change the world). Pero, además, aquella canción de John Lennon, grabada precisamente en 1968, privilegiaba la transformación de las conciencias por encima del cambio en las instituciones: You say you’ll change the constitution / Well, you know / We all want to change your head / You tell me it’s the institution / Well, you know / You better free you mind instead.

Con Mary Hopkin, esos jóvenes mexicanos dispuestos a traducir y tararear en inglés recitaban una suerte de nostalgia anticipada: Those were the days my friend / We thought they’d never end / We’d sing and dance forever and a day / We’d live the life we choose / We’d fight and never lose / For we were young and sure to have our way (Those where the days).

Gracias a la radio aquellos jóvenes estaban al día en materia de rock en inglés, pero las opciones para interpretar y escuchar música en vivo o rock en español eran perseguidas. Durante un tiempo los intérpretes de esa música tocaron en cafés cantantes, que eran sitios de reunión muy populares. Por allí pasaron numerosos grupos mexicanos de rock. Aunque en esos sitios no se servían bebidas alcohólicas, fueron señalados en la prensa y por las autoridades del Distrito Federal como centros de depravación y casi todos fueron clausurados alrededor de 1965. En De perfil, novela emblemática de esa generación, José Agustín relata cómo eran los cafés cantantes:

Fue cuando estaba de veras fuerte la manía por esos antros en la ciudad. Ni sé quién me llevó. En los tres o cuatro que conocí, jamás hubo un existencialista: nada más chamaquitos mensos (aspirantes a rebeldones) con suéteres de grecas, comiendo hamburguesas y tomando orange crush (José Agustín, 1966: 148-149).

Hacia 1968, algunos cafés-cantante habían reabierto y surgieron otros nuevos. Esos establecimientos “deben entenderse como lugares libres de la vigilancia de los padres”, eran “espacios sociales construidos por los jóvenes” (Peña, 2017: 121 y 122). Un estudioso del rock mexicano, el fallecido Manuel Martínez Peláez, recordaba que en los cafés cantantes “teóricamente sólo se consumían refrescos, cafés y naranjadas, sin que faltaran los consumos clandestinos, pero en términos generales el público era bastante ‘fresa’ o cuadrado” (Martínez, s/f). A pesar de ello, con frecuencia la policía llegaba y aprehendía a los concurrentes. Ese autor recordaba algunos de los cafés cantantes que seguían funcionando hacia 1968:

Ruser, Chamonix, Sótano, Schiafarelo, Pao Pao, Millet, Colo Colo, Ribbeau, La Faceta, Ula Ula, Quid Novick, Up D Lup, La Rana Sabia, La Telaraña, Punto y Fuga, El Coyote, El Ego, Memphis, Chaquiris, La Rue, Yeah Yeah, la Cigarra, La Fusa, Lovel, Barrio Latino, Dar es Salam, Ariel, Rosseli, Trip, Harlem, A Plein Soleil, Le Chapeau Melon y hasta el Walrus y la Tortuga en Naucalpan (Martínez, s/f).

En esos sitios se desarrollaba el rock mexicano en español. Aquellas canciones solían referirse a temas transgresores, como las drogas y el cabello largo. Tiempo después, el músico Armando Vázquez, del grupo “Los Ovnis”, recordaría el disco Hippies:

En el 68 hicimos el primer disco de rock original en México [… ] y resulta que todos los coleccionistas [… ] han pasado los años, y ahora lo sitúan como el primero de rock ácido psicodélico original en español en México y toda Latinoamérica [… ] (En) el rock de Hippies de este disco [… ] teníamos ya coraje con la sociedad de que no nos dejaba ser [… ] bueno, ya eran muchos años de que no te dejaban porque traías el copete, porque traías los pantalones embarrados, no te dejaban ser, entonces ya teníamos ganas de explotar (Peña, 2017: 99-100).

La primera composición en Hippies se llamaba “Mugre” e incluía estas líneas:

Así algunos viven / llamándose humanidad / mugre / cierra los ojos y a pecar / crecer con todos ellos / fingir moralidades / mejor / vivir la vida y nada más / no me explico lo que quieren de mí / no molesto a nadie / déjenme vivir / no molesto a nadie / déjenme vivir / déjenme vivir (Los Ovnis, 2013).

La lírica de los roqueros mexicanos no se distinguía por su originalidad. Aquellas interpretaciones eran parte de un estado de ánimo que buscaba expresarse. Lo más inquietante es que, aun cuando no proponían enfrentamiento alguno, encontraban numerosas dificultades para hacerse públicas.

Radio y televisión

Las tres estaciones mencionadas eran llamativos espacios en una radio fundamentalmente dedicada a recrear tradiciones familiares y sociales. La radiodifusora más escuchada, la XEW, comenzaba sus transmisiones a las 5:40 horas, con la música de “Las mañanitas” y el santoral del día. A las 6 se transmitía un curso de alfabetización promovido por el gobierno; 7:00, “Noticiero”; 7:10, “Noticiero deportivo”; a las 7:30, el programa infantil de Cri Cri, “El grillito cantor”; 8:10, “Deportilandia”, patrocinado por las hojas de afeitar Gillette; 8:15, “El reloj musical” de Chocolates La Azteca; 8:50, “Comentarios a la noticia”, con Jacobo Zabludovsky. El resto de la programación matutina estaba dedicado a las amas de casa.

En televisión, la misma empresa que manejaba la XEW era propietaria de los tres canales de la Ciudad de México. En el canal 2 las transmisiones abrían a las 7 de la mañana con el curso de alfabetización, a cargo de la profesora María Elena King; a las 7:30, “Su diario Nescafé”, con Jacobo Zabludovsky y Mario Agredano; 8:10, “La opinión editorial”, con Jacobo Zabludovsky; 8:15, “Reloj musical”, con el “Mariachi México” de Pepe Villa; 8:45, “Buenos días mis amigos”, con Juan S. Garrido y Humberto G. Tamayo; a las 9 de la mañana, la barra para señoras que permanecían en su hogar empezaba con Gimnasia “con el prof. Vellanoweth y sus modelos Evelyn y Norma y, al piano, Carmelita Molina”; 9:30, “El Dr. de sus hijos, con el Dr. Ricardo Fernández”; 9:45, “Su menú diario, con Chepina Peralta”; 10:00, “El mundo de la mujer, con Manola Savedra” (Excélsior, 1968c).

Por la tarde, durante la hora de la comida, el canal 2 transmitía a las 15:1,5 “Cotorreando la noticia”, en donde los cómicos Chucho Salinas y Héctor Lechuga comentaban las informaciones que leían en los diarios. A las 16:15 empezaban las telenovelas; a comienzos de 1968 a esa hora se transmitía “No quiero más lágrimas”, con Silvia Derbez y Guillermo Zetina. En el canal 5, a las 18 horas, era el momento de “La media hora de Chabelo, en “Lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer”, espacio de consejos para que los niños supieran cómo comportarse.

El entretenimiento televisivo en el 2, por las noches, incluía películas mexicanas recientes (“Noches de estreno” los lunes a las 21:30). Los viernes, a las 8 de la noche, se transmitía “Premier Orfeón”, también llamado “Discotheque Orfeón a Go Go”, en donde tocaban grupos de rock mexicanos, como Los Rockin Devils, Los Belmonts, Los Hooligans, Los Hermanos Carrión y Los Flamer. Para quienes preferían otra música, a las 21 horas comenzaba “Las estrellas y usted”, con Roxana, el Cuarteto Rufino, Juan Bruno Terraza y la Orquesta de Tino Martin. La televisión había comenzado a transmitir algunos programas en color tres años antes. La celebración de los Juegos Olímpicos apresuró los ajustes técnicos para difundir en color, pero durante todo 1968 aún hubo programas en blanco y negro.

Ese año, además del matutino “Diario Nescafé”, Jacobo Zabludovsky, junto con Pedro Ferriz, conducía “El Noticiero”, de las 19:15 a las 20 horas en el canal 4. A la misma hora, pero sólo durante 15 minutos, Luis Ignacio Santibáñez y Mario Agredano tenían a su cargo “El Noticiero”, en el canal 2. En el 4 había el espacio de discusión sobre asuntos de actualidad, “Anatomías”, conducido por Jorge Saldaña. La música de Los Beatles, las modas juveniles, las corrientes renovadoras en la Iglesia, el conflicto árabe-israelí y -también- las demandas del movimiento estudiantil fueron algunos de los temas que encontraron espacio en “Anatomías” durante 1968.

Libros, onda, pensamiento y escritura

En 1968, la Editorial Siglo XXI anunciaba como novedades editoriales Pentagonismo, sustituto del imperialismo, de Juan Bosch, derrocado un lustro antes como presidente de República Dominicana; El padre Camilo Torres, del presbítero Germán Guzmán, acerca del sacerdote guerrillero que murió en 1966 en Colombia; Ho Chi Minh en la revolución, antología de textos políticos del Presidente vietnamita; Los hippies, expresión de una crisis, de la escritora estadounidense, radicada en México, Margaret Randall.

Aquel año, entre los libros acerca de asuntos sociales y políticos, el éxito de ventas fue El diario del Che en Bolivia. Ernesto Guevara había muerto en octubre de 1967. En México, la revista Sucesos para Todos publicó íntegro todo ese documento, en su edición del 20 de julio de 1968. La revista Siempre! reprodujo amplios segmentos. Pero la edición emblemática fue la de Siglo XXI, con prólogo de Fidel Castro y en portada la icónica fotografía que tomó Alberto Korda. La primera edición del Diario en Siglo XXI fue de 10 mil ejemplares, llevaba como fecha de impresión el 5 de julio de 1968 y costaba 30 pesos.

Editorial Era publicó El oficio de escritor, una colección de 18 entrevistas que aparecieron inicialmente en The Paris Review, con creadores como Ezra Pound, T.S. Eliot, Henry Miller, Aldous Huxley, William Faulkner y Ernest Hemingway. También se anunciaba el segundo tomo de la biografía de Trotsky escrita por Isaac Deutscher. Luego, Era puso en circulación Paradiso, la gran novela de José Lezama Lima, en una edición definitiva que fue cuidada por Julio Cortázar y Carlos Monsiváis.

En Editorial Nuestro Tiempo apareció México, riqueza y miseria, de Alonso Aguilar M. y Fernando Carmona, que documenta de manera contundente la desigualdad en el país. El mismo sello publicó Rubén M. Jaramillo, acerca del dirigente campesino asesinado en 1962, en Morelos. De Eduardo Galeano, con un apéndice de Luis Cardoza y Aragon, Guatemala, país ocupado. También aparecía Vietnam, crimen del imperialismo, con textos de Luis Quintanilla, Ignacio Garcia Téllez, Jorge Carrión, Francisco Martínez de la Vega y Alonso Aguilar Monteverde.

La editorial Joaquín Mortiz publicó en 1968 El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse, un Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, como indicaba el subtítulo; la traducción era de Juan García Ponce. En una oportuna reseña, el joven sociólogo Gabriel Careaga escribía:

El hombre unidimensional nos habla de ciertos riesgos y enajenaciones de la sociedad que se ha alejado de la reflexión política, de la razón y el diálogo. Toda su “racionalidad” está fundamentada en la represión, la violencia y la manipulación (Careaga, 1968).

Tan solo en 1968 se agotaron tres ediciones de esa obra de Marcuse. La Serie del Volador, de Joaquín Mortiz, fue uno de los pivotes para la expansión de la literatura joven. En 1968 esa colección publicó, entre otros, El hipogeo secreto, de Salvador Elizondo, novela en donde se discurre acerca de la escritura; Desconsideraciones, ensayos sobre artes plásticas, de Juan Garcia Ponce; la novela Bellísima bahía, de Ricardo Garibay, y la cardinal Poesía, 1935-1968, de Efraín Huerta. En la colección Nueva narrativa hispánica aparecieron la novela Los peces, de Sergio Fernández, y la colección de cuentos Inventando que sueño, de José Agustín. En Las dos orillas, dedicada a la poesía, Joaquín Mortiz publicó en 1968Espejo humeante, de Juan Bañuelos, y Pedir el fuego, de Marco Antonio Montes de Oca.

En noviembre de 1967 apareció Los juegos, de René Avilés Fabila, rechazada en varias editoriales porque se burlaba de las capillas culturales y sus complicidades, aparentes o reales, con el poder político, aunque también cuestionaba la violencia del gobierno y la corrupción en la prensa. Esa novela fue publicada por el autor y en junio de 1968 hubo una segunda edición.

La Editorial Diógenes, fundada apenas dos años antes, convocó a un concurso de novela para autores jóvenes. El premio era una beca para escribir una segunda novela. Fueron seleccionados seis libros que aparecieron entre fines de 1967 y el transcurso de 1968. Los lectores podían votar por esas novelas enviando a la editorial una cédula que había en cada ejemplar. El libro del desamor, de Julián Meza, narra las angustias y tensiones de una pareja de jóvenes que viven entre la inquietud ante un mundo hostil y sus vicisitudes familiares; Mejicanos en el espacio, de Carlos Olvera, es una parodia de ciencia ficción ubicada en 2051, cuando el imperio estadounidense es desafiado por un grupo de exploradores mexicanos; Pasto verde, de Parménides García Saldaña, relata la inconformidad de varios muchachos que, para postergar el futuro convencional que los aguarda, reniegan del autoritarismo y se solazan en la disipación del rock y la mariguana; Los hijos del polvo, de Manuel Farrill, describe ligues y pachangas de un joven de la colonia Roma cuyas aspiraciones literarias contrastan con la frivolidad de sus amigos; En caso de duda, de Orlando Ortiz, muestra los afanes, el lenguaje juguetón y alburero y el sexo abierto, pero con recelos, de un grupo de jóvenes universitarios; Larga sinfonía en D, de Margarita Dalton, describe las experiencias, durante un viaje en LSD, de tres jóvenes que se encuentran en Londres.

La beca la ganó Orlando Ortiz; En caso de duda mostraba una trabajada arquitectura narrativa. Sin embargo, la más comentada de las seis novelas fue Pasto verde, debido a la áspera intensidad de su antisolemne lenguaje y también porque García Saldaña se convirtió en una suerte de bestia negra de esa literatura y murió en 1982, a los 38 años. El inicio de esa novela se convirtió en emblema de una forma de escribir que era, a la vez, un estado de ánimo:

Thegirlfromfrance está leyendo un poema de Rimbaud y Las flores del mal de Baudelaire y cuando le hablo por teléfono siempre me dice que lea la Antología Económica de Silva Herzog, nena le digo deja ya las pendejadas a un lado si sabes hablar francés de todos modos no sirve para escribir bien digo si en el fondo no hay nada de nada sirven forma y estilo y hay veces que cuando me das consejos que yo estoy en el abismo me asomo a mi ventana y veo que de mi balcón una nena parecida a ti se va cayendo sabiendo que es la nada nena dejemos a un lado las pendejadas y aprendamos a vivir ¡Sabor ahí! Yeah! (García Saldaña, 1968: 11).

Aquella literatura significaba una ruptura estética -y, así, cultural- con la literatura de la Revolución mexicana. Ese quiebre era similar al de la pintura no figurativa ante la tradición muralista o del nuevo cine frente a las películas de los años cuarenta y cincuenta Sin embargo, la literatura sesentera estaba más directamente involucrada con la escisión generacional. Margo Glantz, para subrayar sus peculiaridades, aunque etiquetándola involuntariamente con un término que abultaba sus frivolidades, la llamó “literatura de la onda”. Directora de Punto de Partida, revista de la UNAM abierta a la colaboración de los estudiantes, Glantz conocía mejor que nadie la escritura de aquellos jóvenes y advertía sobre el riesgo de encasillarlos en un cliché literariamente contestatario. Glantz promovió y prologó la antología que reunió a once autores de entre 20 y 30 años. Casi todos ellos jugando a la anti-solemnidad, rompían en su escritura la formalidad que cuestionaban, perseguían el ritmo de la música de rock y, en su búsqueda, construían un estilo propio que no era solamente iconoclasta. En aquel prólogo emblemáticamente fechado en noviembre de 1968, decía:

No basta con asumir una actitud rebelde para después claudicar a su debido tiempo cuando las vísceras lo indiquen y las arrugas lo exijan. No basta con denunciar a la generación precedente para ser innovador y cambiar las estructuras, porque como en la comedia los papeles se truecan y los jóvenes libertinos se transforman en viejos verdes (Glantz, 1969; 3).

Colofón

A partir de este ensayo podría sostenerse una obviedad: el movimiento de 1968 no se explica sin su entorno social y cultural. Teatro, cine, medios, escritura, formaron parte del bagaje de experiencias, sensibilidades, novedades y convicciones que compartieron los jóvenes de 1968, pero también el resto de la sociedad mexicana -o al menos, la sociedad del Distrito Federal-, independientemente de que se haya involucrado o haya sido indiferente a las movilizaciones estudiantiles.

En 1968 había una cultura social ávida ante el desarrollo del arte y el pensamiento dentro y fuera del país. La desazón ante la desigualdad social, la irritación contra la rigidez del sistema político e incluso el rechazo al autoritarismo que se expresó en las calles entre julio y septiembre de aquel año axial fueron precedidos por la expresión de esas mismas emociones y convicciones en las salas de teatro y cinematográficas, las galerías de exposiciones, los libros de moda y, de cuando en cuando, en los medios de comunicación. A pesar de las restricciones oficiales, que llegaban a la franca censura, había una vida cultural intensa y la creación artística llegaba a tener cauces para desplegarse con libertad. La Olimpiada Cultural que organizó el gobierno para legitimarse contribuyó, paradójicamente, a propiciar la exhibición de obras que cuestionaban al poder político y exaltaban el ejercicio de las libertades.

El ánimo del movimiento estudiantil fue de búsqueda y creatividad como resultado de ese contexto de efervescencia cultural. Por supuesto, no todos los estudiantes ni toda la sociedad participaban de esa identificación con la modernización estética y política. En la sociedad del 68 había, como también hemos visto, actitudes de exclusión y profundamente autoritarias ante los afanes de cambio, lo mismo en la vestimenta y el lenguaje que ante la uniformidad política. La estética y la ética anteriores se mantenían y eran confrontadas por otras nuevas. En 1968 convivían y, en ocasiones, se amalgamaban dos sensibilidades en la sociedad mexicana.

El movimiento del 68 fue consecuencia de ese ambiente de renovación, no una ruptura con él. Los estudiantes que se movilizaron no proponían una nueva cultura, sino que se reconocieran sus derechos para crear, consumir y compartir la cultura abierta, heterodoxa, cosmopolita y libertaria que ya se expresaba en variados espacios.

La noche triste de la Plaza de las Tres Culturas quebró muchos sueños articulados en torno a esa renovación cultural -y desde luego, segó muchas vidas. Después de aquella noche, la periodista María Luisa La China Mendoza, quien vivía en Tlatelolco, escribió en su columna para El Día:

Cuando el orden se rompe no puede nadie hablar más que del orden roto. Los libros se quedan sin leer, los espectáculos sin mirar, la música callada, el otoño sin vigencia. Este otoño de México, claro suave, transparente, otoño de poesía siempre, hoy tan apretado de miedo. Miedo en la noche tlatelolquense que retumba, humea, arde. En la cama se oye el fragor, los gritos desgarradores, se huele al gas y se llora. Desde la ventana se ve a los jóvenes caer en medio del terror. Golpeando sus espaldas. Son las tres de la mañana, es otoño, somos jóvenes, y estamos viendo desde una ventana con las palabras inútiles en la boca (Mendoza, 1971: 268).

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Zúñiga, Francisco (1968) “Un profesor se roció de petróleo y se prendió fuego. Con él empezó a arder un sistema social en descomposición” Sucesos para Todos (1832), 13 de julio. [ Links ]

1Medio siglo más tarde, en México hay cerca de 900 canales de televisión -incluyendo repetidoras- y 2 mil estaciones de radio en todo el país (IFT, 2018).

2Sofía Bassi murió en 1998, a los 85 años. Su hija Claire falleció en 2005, después de una enfermedad que la privó de la vista.

3Mara Reyes dejó de publicar sus comentarios de teatro en el suplemento cultural de Excélsior en octubre de 1968. Mucho después explicó por qué: “Cuando el 2 de octubre de 1968, yo vivía en el edificio Chihuahua en Tlatelolco. Perforaron la pared de mi casa con 40 balazos y entraron los militares. Me percaté de la recolección de cadáveres que hicieron en la madrugada. Al día siguiente leí en mi periódico que había habido 35 muertos. No soporté eso y renuncié. En la masacre de Tlatelolco asesinaron a Mara Reyes. Nunca volví a firmar con ese nombre” (Proceso, 2007).

4Medio siglo más tarde, en 2018, el cineasta Steven Spielberg adaptó el guion de Trumbo y otro más del mismo autor para hacer una serie de televisión producida por la empresa Amazon.

Recibido: 18 de Julio de 2018; Aprobado: 23 de Julio de 2018

Raúl Trejo Delarbre es investigador en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y profesor en el Posgrado en Ciencias Políticas y Sociales de la misma Universidad. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel III. Investigador de temas relacionados con sociedad y política en México; entre otros, medios de comunicación y redes sociodigitales. Es autor de 19 libros, entre ellos, Alegato por la deliberación pública (2015), así como coordinador de 15 libros colectivos y coautor de otros 135, de los cuales el más reciente es (junto con Delia Crovi Druetta) Tejiendo nuestra historia. Investigación de la comunicación (2018).

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