Introducción
El concepto “lugar de memoria” fue acuñado en la década de 1980 por el historiador francés Pierre Nora, en el libro Les Lieux de mémoire, dividido originalmente en siete volúmenes, que aparecieron por primera vez entre 1984 y 1992. En el primer capítulo del volumen 1, Nora define al lugar de memoria como aquél donde “se cristaliza y se refugia la memoria”; son aquellos lugares donde se ancla, se condensa y se expresa el capital agotado de la memoria colectiva (Nora, 2008a).
Un lugar de memoria siempre debería incluir los tres sentidos de la palabra otorgados por Nora: material, simbólico y funcional. Si bien cada uno de ellos tendrá siempre grados diferentes, los tres deben estar siempre presentes. El historiador señaló como buen ejemplo de esta caracterización el minuto de silencio: aunque puede parecer una muestra extrema de significación simbólica, es al mismo tiempo, el recorte material de una unidad temporal y sirve, periódicamente, para un llamado concentrado al recuerdo de alguien (Nora, 2008a).
Por otra parte, lo que convierte a los lugares en lugares de memoria es un juego de la memoria y la historia, una interacción de ambos factores que permite su sobredeterminación recíproca. Para empezar es necesario que exista la voluntad de memoria: si ésta falta, los lugares de memoria serán lugares de historia (Nora, 2008b).
Les Lieux de mémoire convocó a cerca de ochenta historiadores y otros tantos textos sobre los principales lugares de memoria en Francia: La Marsellesa, los castillos de la Loire, las fronteras nacionales, el “gallo francés”, el 14 de julio, la figura del Rey, la “derecha” y la “izquierda”, “morir por la patria”, Versalles, el Colegio de Francia, el Louvre, Marcel Proust, el restaurante La Coupole, en fin, aquellos espacios que en Francia engloban la memoria nacional.
Desde entonces, la noción ha sido aplicada a otras latitudes y a otros periodos históricos (Allier Montaño, 2008). Pero, ¿qué pasaría si la aplicáramos al caso mexicano? Es casi seguro que Tlatelolco se encontraría entre los sitios elegidos para ser analizados. Tlatelolco, el Zócalo de la Ciudad de México, Pedro Páramo de Juan Rulfo, la Virgen de Guadalupe, la frontera con Estados Unidos, el tequila, las chinampas de Xochimilco, el Ángel de la Independencia, el Castillo de Chapultepec, serían con seguridad algunos de los lugares seleccionados para entender cómo funciona la memoria nacional en México.
Si el movimiento estudiantil de 1968 se ha convertido en uno de los principales acontecimientos históricos recordados por distintos sectores de la sociedad mexicana, luego de la Independencia y la Revolución (Allier Montaño, 2015), Tlatelolco se ha transformado en el epicentro de los recuerdos. Además, en los últimos años se ha convertido en lugar obligado para una parte del turismo nacional e internacional que visita la Ciudad de México.
En este artículo, me propongo analizar Tlatelolco y, más específicamente, la Plaza de las Tres Culturas, en su conformación como lugar de memoria. Para llevar a cabo esta geografía turística de las remembranzas abordaré en primer término la creación de Tlatelolco. En segundo lugar, analizaré los significados otorgados a la Plaza de las Tres Culturas en tanto lugar de memoria. En tercer término, estudiaré a Tlatelolco como lugar de memoria, de denuncia de las injusticias. En cuarto lugar, examinaré algunas de las principales guías de turismo y los sentidos que se conceden a Tlatelolco como espacio para el turismo. Por último, presentaré unas conclusiones tentativas.
Tlatelolco en la historia
En la arqueología mexicana es reconocido el papel que jugó Tlatelolco en la historia prehispánica (Matos, 2008), el cual continuó tanto en la época colonial como en el periodo independiente (Arroyo, 2008), y que puede observarse aún hoy en la composición arquitectónica del lugar. La década de 1960 le confirió un lugar privilegiado: se construyeron tanto el mayor proyecto habitacional de la administración pública mexicana (el Conjunto Habitacional Nonoalco-Tlatelolco), como la sede de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE).
Conviene aclarar que Tlatelolco hace referencia a dos cuestiones. Por un lado, es el barrio prehispánico; por el otro, es el Conjunto Habitacional Nonoalco-Tlatelolco. La Plaza de las Tres Culturas es el espacio central del segundo: ahí donde conviven la Iglesia de Santiago Tlatelolco al sur, el Edificio Chihuahua al oriente, el Edificio 15 de Septiembre al norte, la zona arqueológica al poniente y, atrás de la Iglesia, la antigua sede de la Secretaria de Relaciones Exteriores (hoy el Centro Cultural Universitario Tlatelolco).
A finales de la década de 1960, la Unidad Habitacional fue uno de los bastiones más importantes del movimiento estudiantil, tras las universidades y centros educativos (Álvarez, 1998; Monsiváis, 1999; Rodríguez, 2003); además, la Plaza de las Tres Culturas fue también el escenario de la mayor represión militar en contra de la manifestación pacífica organizada por los estudiantes el 2 de octubre.
En ese sentido, no está de más recordar que en 1968 surgió en la Ciudad de México una enorme protesta estudiantil contra el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (del Partido Revolucionario Institucional, PRI) cuyo eje principal fue el antiautoritarismo y tuvo como demandas centrales el cumplimiento de la Constitución, el fin de la represión gubernamental, el castigo a sus responsables, la indemnización a las familias de los muertos y heridos, la libertad a presos políticos y la exigencia de diálogo.
Marchas, mítines y reuniones fueron el centro del movimiento, mientras la respuesta del gobierno de Díaz Ordaz fue la represión. Si bien no todos los estudiosos del tema están de acuerdo, muchos consideran que, aunque el movimiento continuó hasta el 6 de diciembre de 1968 (disolución del CNH), su esplendor se vivió entre agosto y septiembre. Y casi todos concuerdan con la idea de que el 2 de octubre habría significado su fin, debido al notable descenso en la participación popular (Aguayo, 1998; Montemayor, 2000).1 En ese sentido, también existe cierto consenso entre los especialistas en destacar como parte central del movimiento la reivindicación de las libertades civiles y la defensa del Estado de derecho. Así, se le otorga un peso relevante en el proceso de democratización de la sociedad y del Estado.
La Plaza de las Tres Culturas como lugar de memoria
El análisis de los lugares de memoria implica una exploración del pasado en el presente: ¿qué queda de la memoria histórica hoy? ¿Qué representa la Plaza de las Tres Culturas en la actualidad? Si la Plaza de las Tres Culturas tiene su historia en tanto sitio histórico, también lo tiene como lugar de memoria. En una investigación sobre algunos monumentos históricos de la Ciudad de México, Martha de Alba (2002) encontró que el mensaje original de la Plaza de las Tres Culturas (modernidad y tradición) ha sido prácticamente borrado por la masacre del 2 de octubre y por el terremoto de 1985.2 Para la autora este sitio simboliza actualmente esas dos tragedias ligadas inevitablemente al régimen político del PRI. De Alba descubrió que las emociones expresadas frente a una foto de la Plaza son la tristeza, indignación y enojo contra un gobierno autoritario y rígido, que prefirió la represión al diálogo. Enfáticamente asegura que el resto de las significaciones dadas a ese sitio ocupan un lugar menor en comparación con esos dos acontecimientos recientes. Clasificando los acontecimientos de 1968 y 1985 en el rubro “historia”, 85% de los entrevistados tiene una relación de ese tipo con la Plaza de las Tres Culturas (39% afectiva; 22% una relación personal; 15% política; 4% identidad nacional). En síntesis, Tlatelolco significa dos fechas históricas: 2 de octubre de 1968 y 19 de septiembre de 1985, dos tragedias, dos heridas en la sociedad de la Ciudad de México. Cabe señalar que las memorias de 1985 ahora se han ligado a las del sismo de 2017 que, por una coincidencia trágica, ocurrió también un 19 de septiembre (Allier Montaño, 2018).
No obstante, es difícil precisar cuándo ocurrió esta transformación memorial en Tlatelolco. El 2 de octubre de 2008, el periódico Reforma publicó una encuesta sobre el 68, intitulada “Persisten heridas”. En síntesis, se señalaba que 7 de cada 10 encuestados consideraban que la masacre de Tlatelolco seguía siendo una herida abierta, aunque 58% no tenía claro qué se conmemoraba el 2 de octubre y sólo 5% conocía el nombre de algún dirigente de la época. Para lo que aquí estamos analizando, en la tercera pregunta se inquiría si el entrevistado conocía en qué lugar de la Ciudad de México había sido la matanza de estudiantes de 1968 (Tlatelolco): 65% sí sabía, 35% lo ignoraba (Reforma, 2008). Si otras cuestiones ligadas con el movimiento estudiantil pueden ser relativamente nebulosas para la ciudadanía, la masacre del 2 de octubre y Tlatelolco tienen sentidos diáfanos.
En cualquier caso, lo cierto es que esta representación ligada a la tragedia no parece ser exclusiva del imaginario de los entrevistados por Martha de Alba. En el sitio web turístico About Español, Kiev Murillo afirmaba en 2017, bajo la entrada “Plaza de las Tres Culturas: el doloroso eslabón histórico de México”:
La Plaza de las Tres Culturas ha sido escenario de algunos de los momentos más desgarradores de la historia de México. El primero se remonta a la última resistencia indígena contra el asedio de los españoles [… ] dando fin a los días de gloria mexica.
El segundo acontecimiento tuvo lugar en 1968, cuando el Gobierno ordenó la represión contra una multitud de estudiantes que se manifestaban de manera pacífica en la Plaza de las Tres Culturas. De este suceso se derivaron desapariciones forzadas, encarcelamiento, torturas y persecuciones políticas contra los líderes del llamado Movimiento del 68.
Años más tarde, la mañana del 19 de septiembre de 1985, un terremoto de 8.5 grados Richter devastó la Ciudad de México, dejando miles de víctimas mortales entre los escombros de los edificios derrumbados en la unidad habitacional de Tlatelolco, justo frente a la Plaza de las Tres Culturas (Murillo, 2017).
La guía de turismo de la revista National Geographic también señalaba, en su edición de 2013, a la masacre de 1968 como parte del imaginario que ronda a Tlatelolco:
Para los habitantes de la Ciudad de México, Tlatelolco también evoca la masacre por parte del ejército de estudiantes que se manifestaban, justo antes de los Juegos Olímpicos de 1968. El número de víctimas (no oficial) se elevaría a varias centenas. Un monumento simple, sobre el costado norte del templo, recuerda la tragedia. (Onstott, 2013).
La guía francesa Le Guide du Routard no se queda atrás al hablar de imaginarios ligados a Tlatelolco. En su edición de 2013 refería:
Esta explanada posee un valor simbólico porque presenta en el mismo lugar las tres grandes culturas de México: azteca, colonial y moderna [… ] Para muchos otros la plaza simboliza ahora la represión del régimen autoritario en la época del PRI: fue en efecto en esta plaza donde tuvo lugar la “masacre de Tlatelolco”, cuando en 1968, en la época de las grandes revueltas estudiantiles, una gran manifestación acabó en carnicería. Dolor paradójico, los Juegos Olímpicos de México fueron inaugurados una semana después, soltando palomas de la paz en el estadio universitario (LeGuide du Routard, 2013).
Su edición de 2018 permanece prácticamente igual, salvo el final: en lugar de decir que la manifestación acabó en carnicería, sugiere que “cientos de estudiantes y manifestantes fueron muertos”, además desapareció la referencia a las Olimpiadas (LeGuide du Routard, 2018: 123).
El 2 de octubre de 1968 planea sobre los edificios de la Plaza de las Tres Culturas. A principios de 2018, el paseante podía observar diversos murales alusivos a la masacre y al 68 en los costados del Edificio Chihuahua. Además, se encuentra la “Estela de Tlatelolco”, una piedra tallada con el nombre de los muertos conocidos del 2 de octubre.
La Estela tiene una historia. Como parte de la denuncia por el 2 de octubre, antiguos líderes del CNH comenzaron a planear un monumento en homenaje a los estudiantes y ciudadanos que perdieron la vida en Tlatelolco. La idea surgió como parte de las conmemoraciones de 1988. Entonces se conformó un comité para homenajear a los caídos. Compuesto por Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Ibarra de Piedra, Roberto Escudero, Raúl Álvarez Garín, Luis González de Alba, David Huerta y otras personalidades, el comité convocó a un concurso internacional para erigir un monumento que dejara testimonio de las personas asesinadas en Tlatelolco.
El concurso fue ganado por el proyecto de Carlos Finck, Lourdes Grobet, Víctor Muñoz, Sergio Palleroni y Carlos Santamaría. El proyecto original se llamaba “La Grieta”, y sería:
[… ] una grieta sobre un cuadrángulo de 29 por 29 metros, ubicado en medio de la Plaza de las Tres Culturas […: ] una abertura de 80 y 120 metros de ancho y de 230 de profundidad (Proceso, 1989).
La grieta, a la que se descendería por una rampa, tendría en sus muros los nombres de los caídos el 2 de octubre y su eje estaría orientado de tal modo
[… ] que exactamente cada 2 de octubre, pasadas las 17 horas -justo cuando en el 68 se inició el mitin estudiantil- el sol la alumbre completamente y ponga en relieve los nombres ahí inscritos (Proceso, 1989).
Para la elaboración del monumento se conformó una comisión al mando de Raúl Álvarez Garín y Roberto Escudero, realizando reuniones en la Unión de Vecinos y Damnificados “19 de septiembre” (Aquino, 1998). Sin embargo, el proyecto era incosteable. Su elevado precio y la inexistencia aún de apoyo gubernamental unánime a la relevancia del movimiento en el ámbito público, condujeron al cambio de proyecto.
Por ello, luego de cuatro años, en 1992, ante la imposibilidad de juntar los recursos para la construcción de “La Grieta”, Álvarez Garín propuso la construcción de una placa de bronce. El proyecto fue redactado en julio de 1993, eligiendo una placa de 240 cm x 120 cm que se anexaría a la iglesia de Santiago Tlatelolco y costaría 27 millones de pesos.3 Se consultó con el escultor Salvador Pizarro la posibilidad de hacer la placa en piedra, quien determinó que tendría que ser una estela independiente de cualquier muro y que el costo de realización sería mayor que la placa de bronce. El 11 de agosto se acordó que Pizarro fuera el ejecutor de la estela en piedra. Una vez tomada la decisión, el proyecto fue llevado ante el Instituto de Antropología e Historia, pues debía dar su aprobación al tratarse de una zona patrimonial (Aquino, 1998).
La propuesta fue aceptada por el INAH. Finalmente, la estela tuvo unas dimensiones de 250 cm de ancho x 500 cm de alto y fue diseñada en el estudio Avant Gard. Asimismo, se decidió incluir las palomas que diseñó Jesús Martínez en 1968. Salvador Pizarro sugirió diversos elementos para sumar al diseño general de la estela, pero el comité los rechazó y sólo aceptó que la plataforma de base contara con taludes laterales, por ser el talud un elemento prehispánico presente en Tlatelolco. De esa manera, Pizarro realizó un bajo relieve con las palomas y el texto, que fue plasmado en 24 placas de cantera rosa.
Para soportar las placas se realizó un muro de cemento de 7 x 2.50 m, con un grosor de 40 cm, que a manera de T invertida se ancló en el suelo para emerger al cielo desde una plataforma de 60 cm de altura y 450 x 450 cm de base, a la que se asciende por tres breves escalones. El recubrimiento de esta plataforma es de recinto negro (Aquino, 1998: 305).
El terremoto de 1985 estaba fresco en la memoria, así que en previsión de sismos, se incluyó un sistema de rieles adosado al muro para enganchar y fijar las placas de cantera.
En la placa se escribió: “A los compañeros caídos el 2 de octubre en esta plaza”, a continuación los nombres de 20 estudiantes y vecinos que se comprobó murieron en esa fecha, con la edad de cada uno, seguidos de la frase “… y muchos otros compañeros cuyos nombres y edades aún no conocemos”. Para cerrar se inscribió un fragmento del poema “Memorial de Tlatelolco”, de Rosario Castellanos, y la fecha de revelación de la placa (Aquino, 1998). Raúl Álvarez señaló que la definición de los nombres fue lograda gracias al archivo del exrector, Javier Barros Sierra. Además, Roberto Escudero y Gilberto Guevara Niebla consultaron el archivo de Ignacio Osorio, en Temascaltzingo, y el de David Vega, en Tlaxcala (La Jornada, 1993: 2). La lista de nombres incluía:
Agustina Matus de Campos, 60 años; Jaime Pintado Gil, 18 años; Antonio Solórzano Gaona, 47 años; Juan Rojas Luna (¿); Guillermo Rivera Torres, 15 años; Luis Gómez Ortega, 20 años; Reynaldo Montalvo Soto, 68 años; Ana María Teuscher Kruger, 19 años; Carlos Beltrán Maciel, 27 años; Cuitláhuac Gallegos Bañuelo, 19 años; José Ignacio Caballero González, 36 años; Jorge Ramírez Gómez, 59 años; Fernando Hernández Chantre, 20 años; Rosalino Martín Villanueva (¿); Leonardo Pérez González, 29 años; Cornelio Begnino Caballero Garduño, 15 años; Gilberto Reynoso Ortíz, 21 años; Miguel Baranda Salas, 18 años; María Maximina Mendoza, 19 años; Cecilio León Torres, 27 años… Y muchos otros compañeros cuyos nombres todavía no conocemos (La Jornada, 1993: 2).4
La develación de la Estela fue impresionante: el 2 de octubre [de 1993] miles de compañeros asistieron a la marcha y mitin; un enorme papel crafiti con la V de la victoria y la consigna “2 de octubre no se olvida” cubría la Estela y fue rasgado por las muchachas de ´68 [… ]. Decenas de camaradas testimoniaron el acto. La gente que llegó a la Estela formó un cordón y cuidó que nadie se subiera a la plataforma de la misma. Apareció la noche y una luz blanca emergió del piso rasante para iluminar la Estela y ascender al cielo; un sentimiento de respeto y admiración inundó el ambiente; mientras transcurrían los insufribles discursos, las escaleras de la plataforma de base se llenaron de flores y la Estela se volvió un altar.
La gente desfilaba para poner más flores y veladoras, y alucinada leía y releía los textos; un señor como de 50 años lloró emocionado y tuvieron que sacarlo profundamente acongojado; sólo a los niños se les permitía acomodar las flores y prender las veladoras. Una viejita sentada en la parte trasera del monumento con un paraguas golpeaba al que quisiera subir o sentarse en la plataforma; algunos intentaban leer la placa explicativa del proceso de construcción, que finalmente quedó en la parte posterior del monolito; en el frente los flashes de las cámaras fotográficas continuaban inagotables sus disparos. (Aquino, 1998: 305-306)
En otra narración de la época, el historiador sonorense Juan Manuel Romero Gil aseveraba:
Luego viene un momento que eriza los sentidos: el canto del himno nacional y el encendido de las velas que esa noche son votivas. En un rincón de los muros exteriores de la Iglesia de Tlatelolco una señora de edad avanzada, auxiliada por un familiar coloca una ofrenda, prende veladoras y quema incienso. Ya en los andenes recuerdo la película Rojo Amanecer y el comentario de mis hijos. ¡Qué cabrón el Gobierno! ¿Por qué hizo eso? (Aca Sonora, 1993: 30).5
Desde ese día, la Estela se volvió parte del paisaje de Tlatelolco y los vecinos la adoptaron. Además, se transformó en refugio para quienes habían participado en el movimiento y para los miembros del Comité 686 (Allier Montaño, 2015). Desde principios del siglo XXI, la Estela de Tlatelolco se convirtió en un espacio al que acudían regularmente exlíderes del movimiento estudiantil para hablar de sus experiencias. Muchos ataviados con sus camisetas del Comité 68, platicaban con los paseantes y habitantes de la Unidad sobre el 68, lo ocurrido el 2 de octubre en esa Plaza. Fausto Trejo, Ana Ignacia La Nacha Rodríguez y Leopoldo Ayala se sentaban en la base de la Estela y narraban sus vivencias. Amablemente se tomaban fotografías con quien se los pidiese, como las estrellas políticas y heroicas en que han sido convertidos. Pero, la energía y la vida ha ido dejándolos, por lo que a principios de 2018 es difícil ver en ese lugar a los participantes del movimiento estudiantil. Sin embargo, no dejan de estar presentes: las cenizas de Fausto Trejo fueron esparcidas en la Estela de Tlatelolco el 2 de octubre de 2011, a voluntad del profesor antes de su muerte (La Jornada, 2011)
Por otro lado, debe mencionarse que en 2007 fue inaugurado el Memorial del 68, museo dedicado al movimiento estudiantil, en el complejo Tlatelolco, que donó a la UNAM el Gobierno del Distrito Federal, en 2006. La creación del Memorial supuso un fuerte espaldarazo a la generación del 68, dado que por primera vez se dedicaba un museo a algún suceso posterior a la Revolución de 1910.
También fue un empuje al movimiento estudiantil, porque su realización contó con el apoyo del Comité 68. Y es que se realizaron entrevistas “a cincuenta y siete integrantes del movimiento estudiantil de 1968 y a figuras destacadas de los años sesenta en México” (Vázquez, 2007: 30), conformando así uno de los pocos museos orales en el mundo, donde la primacía de los testimonios sobre los objetos es notoria (Allier Montaño, 2012). En 2017 cerró al público para ser rediseñado y se reinauguró el 2 de octubre de 2018, volviendo así a una centralización de la masacre de Tlatelolco como eje del movimiento estudiantil.
Tlatelolco, lugar de memoria para la denuncia
Más allá de todo lo señalado, Tlatelolco es un espacio para la denuncia. La Plaza de las Tres Culturas se ha conformado como un lugar de memoria política alternativo a los clásicos espacios del Zócalo y el Ángel de la Independencia. Y es que los lugares de memoria política en la Ciudad de México están de alguna manera divididos en izquierda y derecha. Si la izquierda política quiere manifestar su enojo, molestia o inconformidad va al Zócalo. Ese Zócalo que fue recuperado en 1968 por los estudiantes como plaza pública para expresar desacuerdos. Ese Zócalo que desde los años sesenta se convirtió en “territorio de las protestas y lugar de las celebraciones de gobierno” (Pozas, 2016):
Uno de los signos del cambio radical de la sociedad mexicana en el siglo xx se presentó durante la década de los sesenta. Esta transformación, que mostró el arribo de México a la sociedad de masas, se escenificó en el centro del país y de la capital de la república, “en el centro del centro”, en la “Plaza Mayor” de la Ciudad de México, el espacio emblemático que condensa, sobreponiendo las distintas capas arquitectónicas de los pasados de la nación, la densidad histórica del centralismo histórico de la ciudad que da firmeza al suelo patrio. El cambio que condensa la transformación social se muestra como innovación del espacio urbano y sucedió “en el centro del centro” de la República, dando cuenta en México -como ocurría en el mundo entero- del proceso de concentración de multitudes en las ciudades, proceso acelerado en la década de los sesenta que originó ese fenómeno sociológico, llamado en su tiempo “la nueva sociedad urbana de masas” (Pozas, 2016: 300).
Si el Zócalo, “centro del centro”, ha sido apropiado por la izquierda, cuando la derecha quiere expresar su inconformidad va al Ángel de la Independencia. Desde ahí se ha gritado en contra de la “inseguridad”, a favor del Partido Acción Nacional… El Monumento a la Independencia, conocido popularmente como “el Ángel”, se ubica en la Avenida Paseo de la Reforma, una de las vías más importantes y céntricas de la Ciudad de México. Fue inaugurado el 16 de septiembre de 1910 por Porfirio Díaz, como acto central de los festejos del Centenario de la Independencia. La obra estuvo a cargo del arquitecto Antonio Rivas Mercado, y la “Victoria Alada” que corona la columna fue elaborada por el escultor Enrique Alciati. A decir de Carlos Martínez Assad, la construcción del “Ángel” no se trató solamente de la “elevación de una columna de cantera, sino del triunfo de una idea sobre la historia del país que se había venido construyendo” (Martínez, 2005: 17). Además de ser un monumento que rinde homenaje a los héroes del movimiento de Independencia, en las últimas décadas también ha sido un lugar en el que se han llevado a cabo eventos de la más diversa índole: encuentros presidenciales, concentraciones por triunfos deportivos y electorales, escenario de fotografías de bodas y quinceañeras, conciertos y manifestaciones políticas y sociales.
Si bien distintas corrientes políticas han llevado a cabo actos en “el Ángel”, pareciera ser que el Partido Acción Nacional (PAN) y algunos sectores de derecha lo han adoptado como uno de sus principales espacios públicos de expresión y concentración. Por mencionar sólo algunos ejemplos, en agosto de 1988 el entonces excandidato a la Presidencia de la República, Manuel Clouthier, realizó ahí un mitin para denunciar el supuesto fraude electoral que dio el triunfo al candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, y algunos meses después encabezó en ese mismo lugar una huelga de hambre. En 2000, Vicente Fox festejó en “el Ángel” su victoria electoral, acto que repitió en 2005. Igualmente, militantes del pan han ocupado este monumento en varias ocasiones para celebrar la fundación de su partido. Por su parte, diversas organizaciones civiles, como México Unidos contra la Delincuencia, el Frente Nacional por la Familia o el Comité Nacional Pro-vida, se han manifestado contra la inseguridad, el derecho al matrimonio igualitario y el aborto (Vilchis, 2016).
Pero en los últimos años, un tercer lugar se ha constituido en espacio de memoria y denuncia: la Plaza de las Tres Culturas. Es imposible decir cuándo sucedió, pero lo cierto es que esta Plaza, en Tlatelolco, se ha transformado en un lugar que apela a la denuncia. Luego de la masacre del 2 de octubre de 1968, el recuerdo ligado a Tlatelolco es un recuerdo de denuncia. Se trata de una memoria que evidencia la herida dejada por una violencia de Estado desmedida, que se liga con las exigencias de justicia y esclarecimiento (Allier Montaño, 2015). Y así, la Plaza de las Tres Culturas ya no sirve únicamente para denunciar la represión cometida en 1968 en contra de estudiantes y ciudadanos, sino que proporciona también un espacio para la imputación de cualquier injusticia, ello sin referirse directamente al 2 de octubre. Tres ejemplos.
En 1987, durante las movilizaciones del Consejo Estudiantil Universitario (CEU) en contra de las reformas implementadas por Jorge Carpizo, el 9 de febrero los estudiantes eligen el recorrido “Plaza de las Tres Culturas-Zócalo” para una de las manifestaciones más concurridas del movimiento (Acuña, 1987):
La marcha -se dijo- tuvo varios objetivos: medir las fuerzas del movimiento, advertir al Consejo sobre las decisiones que tomará este día en su reunión y rendir un homenaje a los estudiantes del 68. Hemos recuperado la dignidad de la juventud -aseguró Ordorika-, aquella que quisieron matar cuando asesinaron a alumnos en 1968, pero que en estos momentos resurge y se expresa en miles de jóvenes que están aquí presentes y en los cuales fluye la sangre de aquellos que murieron por lo que ahora luchamos (Unomásuno, 1987: 8).
En 2012, en medio de la movilización del #Yosoy132, los estudiantes realizaron una manifestación partiendo de Tlatelolco. Recordemos que el movimiento estudiantil de 2012 tuvo como origen una protesta en contra del entonces candidato a la Presidencia, Enrique Peña Nieto, en la Universidad Iberoamericana, por su acción y omisión en el caso de la violencia policial ejercida contra pobladores de Atenco, en 2006. El 30 de junio de 2012, los estudiantes organizaron la marcha “En Vela por la Democracia” para continuar con su exigencia de democracia y reconstrucción nacional. Los estudiantes habían citado a reunión a las 18 horas, momento simbólico cercano al inicio del tiroteo en 1968. El contingente salió de Tlatelolco rumbo a Televisa, para luego concluir su marcha en el Zócalo.
Un caudaloso río de luz, formado por miles de personas con velas; un río que se extendía más allá de lo que la vista alcanzaba, recorrió anoche varias de las principales calles y avenidas alrededor del Centro Histórico. Fue la marcha En Vela por la Democracia, organizada por el movimiento #YoSoy132, que partió de la emblemática Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, hizo una parada de protesta frente a Televisa Chapultepec y concluyó en el Zócalo (García y Poy, 2012: 10).
El movimiento estudiantil de 1968 y, en particular, la matanza del 2 de octubre fueron símbolos importantes para el movimiento #YoSoy132 (Allier Montaño y Vilchis, 2018), que los consideraba una suerte de padres históricos: “Somos hijos de las matanzas y represiones estudiantiles”, decían en su Segundo Manifiesto. No desconocían lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas a las 18:10 del 2 de octubre de 1968. Su elección del sitio y la hora para iniciar su marcha no fue casual. Y así lo consideraron algunos periodistas, que captaron el guiño histórico: “Convocada a las seis de la tarde […] donde otra manifestación estudiantil fue acallada a sangre y fuego en 1968 por órdenes del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz” (García y Poy, 2012: 10).
En 2016, luego de la Reforma Educativa diseñada por el presidente Enrique Peña Nieto, se desarrolló un amplio movimiento magisterial en torno a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), que buscaba la abrogación de dicha Reforma. En ese contexto, el 19 de junio fuerzas del orden desbloquearon una carretera cerca de la población de Nochixtlán, Oaxaca. Luego de desalojar la vía, acudieron al pueblo. El saldo de la intervención estatal fue de varios muertos, múltiples heridos y varios niños intoxicados con gas. El 31 de julio, las víctimas decidieron dirigirse a la Plaza de las Tres Culturas y desde la Estela de Tlatelolco denunciaron la “masacre” que habían sufrido. Un diario relató: “Adultos, jóvenes, adolescentes y mujeres acudieron juntos a la simbólica Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco” (La Jornada, 2016: 3). En ningún momento se mencionaba el 2 de octubre de 1968 ni porqué los nativos de la población oaxaqueña habían elegido ese lugar para hacer su acusación, pero para muchos habitantes de la ciudad la referencia era evidente. Para dejarlo en claro, en la portada de ese día, La Jornada publicó una fotografía de Jair Cabrera, bajo la leyenda “Exigimos justicia no dinero”. En la imagen se observa en primera plana a unas cincuenta personas, distribuidas de alguna manera en filas, los primeros sentados, otros de pie. Algunos de los denunciantes llevan muletas, otros cargan pancartas y hojas tamaño carta en las que se intuyen fotografías personales. Al fondo a la izquierda, una parte del Edificio Chihuahua, donde el 2 de octubre de 1968 actuó el Batallón Olimpia. Al fondo, en el centro y a la derecha, la Estela de Tlatelolco en primer plano y la Iglesia de Santiago Tlatelolco.
Las masacres contra la población civil no han parado en México en los últimos cincuenta años. Muchas de ellas han sido vinculadas con el 2 de octubre de 1968, convirtiendo la fecha en una suerte de “paradigma de la violencia de Estado”: la más grave, la más trágica, la más terrible en la segunda mitad del siglo xx (Allier Montaño, 2015) Aquella que se pone como ejemplo para explicar lo que sigue ocurriendo: una violencia que no acaba. Hablar del 10 de junio, Atenco, Aguas Blancas, Nochixtlán, Ayotzinapa, es rememorar el 2 de octubre en Tlatelolco. Aún más: los ejemplos anteriores de 1987, 2012 y 2016 parecen mostrar que si la imagen del 2 de octubre imprime fuerza a la violencia del presente, la Plaza de las Tres Culturas se estaría convirtiendo en el lugar de denuncia de la violencia contemporánea. El grito: “¡Fue una masacre!” apelaría a “Fue una masacre como la que tuvo lugar aquí.” Y ya que el grito por la injusticia cometida en 1968 ha sido escuchado por amplios sectores de la sociedad, las nuevas víctimas invocarían escucha y atención para sus reclamos.
Paseando por Tlatelolco: sitio de turismo
Por si todo lo demás no pareciera suficiente, Tlatelolco y la Plaza de las Tres Culturas, en especial, se están convirtiendo en espacios de visita para el “turismo de trauma”. Los lugares de memoria y los sitios de historia son espacios para el turismo, de élite o de masa. Existen registros del turismo realizado durante la Primera Guerra Mundial por políticos, militares, monarcas; incluso de las guías de turismo para quienes deseaban “visitar nuestros campos de batalla y nuestros pueblos asesinos”, como la realizada por Micheline en 1917, en Francia (Brandt, 1994). El turismo llegó incluso a ir a las trincheras para vivir de cerca la guerra (Butler y Suntikul, 2013; Lisle, 2000; Henderson, 2000; Gordon 1998)71.
La guerra y el turismo son extraños compañeros de cama. No es fácil ver cómo la violencia y la atrocidad humana están conectadas a las prácticas de ocio de vacaciones en el extranjero. De hecho, sería más apropiado sugerir que los dos eventos están rigurosamente separados, que el turismo moderno evita explícitamente las áreas de violencia para proporcionar los lugares de vacaciones más seguros posibles para los turistas. Uno puede imaginar unas vacaciones tranquilas en Hawaii, pero, ¿en Sierra Leona?, ¿en Kosovo? Si bien la guerra contemporánea no entra en el ámbito espacial del turismo moderno, la conmemoración de batallas históricas en forma de monumentos conmemorativos de guerra, museos militares y representaciones de batallas constituye una gran parte de la práctica turística contemporánea. Por lo tanto, la separación de la guerra y el turismo puede entenderse de la siguiente manera: si la guerra se ubica “en otro lugar”, el turismo puede garantizar la seguridad de sus consumidores, y si la guerra ocurrió “en ese momento”, el turismo emerge como el mecanismo principal por el cual los sujetos pueden acceder y conmemorar conflictos ya resueltos (Lisle, 2000: 91-92; traducción propia).
Han aparecido, así, diversas formas de turismo, que podemos llamar “no convencionales”; al turismo de guerra (que abarcaría los paseos tanto durante la guerra como la visita posterior a los sitios de combate), se han agregado los nombrados como trauma tourism (turismo de trauma), remembrance tourism (turismo de recuerdo), horror tourism (turismo de horror), pain tourism (turismo de dolor), dark tourism (turismo obscuro), conformando no sólo una forma de esparcimiento durante las vacaciones, sino un creciente campo académico de estudio.
Los primeros trabajos del área aparecieron a mediados de la década de 1990. El libro de John Lennon y Malcom Foley, Dark Tourism. The Attraction of Death and Disaster (2000) fue uno de los pioneros, al indagar sobre las motivaciones que, como turistas, nos llevan a visitar lugares donde la muerte ha estado presente. De esta forma, el thanatourism -del término griego thanatos, que significa muerte-se refiere al turismo que busca “sitios de muerte”: desde sillas eléctricas hasta lugares que representan la muerte, como los memoriales, los museos de genocidios y otras atrocidades. Asimismo, el thanatourism se vincula con el black tourism y el grief tourism, términos que también se utilizan para designar a los recorridos vinculados con la muerte o el duelo.82
Por su parte, el dark tourism consiste en visitar sitios donde ocurrieron tragedias sensacionales, como desastres naturales (huracanes, terremotos), crímenes (robos, secuestros) e incluso conflictos políticos (como violencia de Estado). En ese sentido, el tragedy tourism parece referirse a cuestiones similares. De igual forma, el remembrance tourism es un término que prefieren los gobiernos y ministerios de turismo para fomentar la visita a espacios vinculados con las conflagraciones, particularmente la Primera y la Segunda guerras mundiales, con la intensión de generar un turismo respetuoso y sensible.
En opinión de algunos autores, estos términos no enfatizan la responsabilidad social del turismo con los sitios que fueron escenario de atrocidades políticas. En ese sentido, consideran que el concepto más apropiado debería ser “turismo de trauma” (Clark y Payne, 2011), pues definiría una práctica única: el término yuxtapone dos ideas, la de ocio (turismo) y la de horror (trauma), subrayando la contradicción del uso. Además, “turismo de trauma” implica que debe ser “productivo”, es decir, una especie de turismo que busca establecer mayor relación con las sociedades y culturas visitadas. Más que voyerismo, este término entraña una responsabilidad social ante el sitio y la historia. Así, el turismo de trauma implicaría la representación de la herida sufrida en el pasado, el compromiso del turista ante el lugar y un sentido de responsabilidad social evocada por el sitio en el visitante.
En ese sentido, Tlatelolco y la Plaza de las Tres Culturas se han transformado en paso obligado para un sector importante del circuito turístico de la Ciudad de México. Los visitantes venidos de otras latitudes pueden encontrar en las más destacadas guías publicadas y en línea información sobre la historia de México y los sitios históricos, culturales y recreativos recomendados para visitar. Una rápida revisión por guías como Lonely Planet, Michelin, Le Routard, Petit Futé, Gallimard y National Geographic nos muestra que la mayor parte de ellas menciona lo ocurrido el 2 de octubre de 1968 como una de las partes más importantes de la historia reciente de México. Y salvo alguna rara excepción, todas aluden a la Plaza de las Tres Culturas como un lugar histórico que debe ser visitado en el norte de la Ciudad de México.
Sin ser exhaustivos, veamos algunos ejemplos sobre Tlatelolco, tanto en su sentido histórico como de espacio público. Las narraciones van dando cuenta de la inclusión del 2 de octubre en la historia nacional. Así, por ejemplo, Lonely Planet refiere en su sección “Mexico as a one-party democracy” (1920-2000) de la historia de México:
La antipatía del PRI hacia las libertades civiles primero atrajo la oposición en la década de 1960, especialmente en las protestas encabezadas por estudiantes en la Ciudad de México en 1968, que resultaron en la Masacre de Tlatelolco, donde se estima que 400 manifestantes fueron asesinados a tiros. Aunque nunca se ha revelado quién fue realmente responsable, Tlatelolco desacreditó al PRI para siempre en la mente de muchos mexicanos. El partido llegó a depender cada vez más de tácticas de mano dura y fraude para ganar elecciones, especialmente cuando los partidos rivales, como el empresarial Partido Acción Nacional (PAN) y el centro-izquierda Partido de la Revolución Democrática (PRD), fueron ganando un apoyo creciente en las siguientes décadas (Lonely Planet, 2018).
¿Qué más se dice del resto de esa época? Aparte de cuestiones económicas y de las elecciones de 2000, no se mencionan otros acontecimientos históricos de la segunda mitad del siglo xx.
En Le Guide du Routard no se refiere el 68 en la historia reciente del país, pero sí, en cambio, el surgimiento del zapatismo en 1994, quizá por el eco que tuvo ese acontecimiento en Francia. En contraste, el libro Comprendre le Mexique (Roy, 2015), de Canadá, dedica un recuadro a “Le massacre de Tlatelolco”:
En la marea del movimiento de protesta de Mayo del 68 en Francia y de las manifestaciones en contra de la guerra de Vietnam en Estados Unidos, los estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, una de las universidades que tiene el mayor número de estudiantes en el mundo) y del Instituto Politécnico reclamaban una sociedad más democrática, respeto al voto, dirigentes que escucharan más al pueblo, menos corruptos y menos autocráticos. La revuelta creció rápidamente. Manifestaciones masivas, pero pacíficas, paralizaron a la capital antes de la realización de los Juegos Olímpicos, lo que puso al país bajo el fuego de los proyectores, frente al mundo entero.
El 2 de octubre, una manifestación fue violentamente dispersada por un grupo paramilitar y el ejército federal. Siguió una masacre, que oficialmente dejó cerca de veinte muertos, aunque el número real de víctimas osciló entre 200 y 300, además de miles de heridos graves. Testigos oculares reportaron que los cadáveres eran amontonados en camiones de basura.
El sábado 12 de octubre Gustavo Díaz Ordaz inauguró los Juegos Olímpicos (Roy, 2015; traducción propia).
En muchas guías turísticas sobre México, el 68 ocupa un lugar de la historia nacional. Presente como uno de los principales acontecimientos de la historia reciente, se considera que la Plaza de las Tres Culturas es una de las visitas más recomendables en la Ciudad de México. Así, el sitio web de la guía Petit Futé aconseja:
El Centro Cultural Universitario Tlatelolco, frente a la Plaza de las Tres Culturas, le permitirá conocer más tanto sobre la ciudad prehispánica de Tlatelolco como sobre los acontecimientos trágicos de 1968, puesto que alberga un museo de arqueología y un memorial multimedia en recuerdo de las víctimas de 1968 (Petit Futé, 2018; traducción propia).
Acudir a la Plaza de las Tres Culturas es, para muchos, una de las 100 cosas que hay que hacer en México. La conocida revista turística México Desconocido (2018) sugiere, en el lugar número 64 de su sección “100 cosas que hacer en la Ciudad de México”, “Explora la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco”. Destaca que, además de las ruinas arqueológicas, se encuentran el Memorial del 68 y otros monumentos conmemorativos (México Desconocido, 2018).
La página web Expedia, especializada en la venta de boletos de avión y cuartos de hotel, promociona la Plaza de las Tres Culturas ofreciendo conocer tres culturas mexicanas, sus enfrentamientos y superposiciones en una plaza cercana al centro de la ciudad:
Mientras que la batalla azteca dio como resultado el exterminio de un pueblo orgulloso, la historia reciente del lugar también es violenta. En 1968, a días de la celebración de los Juegos Olímpicos de la Ciudad de México, miles de estudiantes ocuparon la plaza para protestar por las prácticas del gobierno mexicano. Las autoridades dispararon contra los estudiantes y mataron a decenas de manifestantes desarmados. Observa el museo memorial dedicado a las víctimas y reflexiona una vez más sobre la brutalidad infligida por un grupo de personas sobre otro en este sitio (Expedia, 2018).
Por su parte, la revista Chilango, en su página web, refería bajo la entrada “Un día en Tlatelolco”:
Todos -ojalá- la conocemos por haber sido el escenario de dos de los capítulos más dolorosos de la historia de la ciudad: la matanza de estudiantes del 68 y el terremoto del 85. Algunos sólo la conocen “de oídas”, otros han saciado su curiosidad y se han lanzado a conocer este conjunto habitacional. Ya no se queden con las ganas y dense una vuelta. Aprenderán mucho (Chilango, 2018).
En uno de los libros de comentarios de los visitantes del Memorial del 68 en Tlatelolco se lee:
La Plaza de las Tres Culturas, el memorial, el pasado, la memoria, las bases de nuestro futuro, los proyectos: “harapos de la memoria-megalopolis 1”: Ciudad de México. Viajando pasando por la historia, la cultura, el tiempo, el espacio.
Dejando memorias de nosotros, viviendo los espacios… inestables y precarios siempre! (18/11/12).9
En efecto, acudir a Tlatelolco no es una opción o elección para todos. En la publicación francesa Le Guide du Routard lo señalaban sin tapujos y con un dejo de ironía: “Si usted está apurado o es contrarrevolucionario puede, sin remordimiento, prescindir de esta visita” (LeGuide du Routard, 2013). A Tlatelolco no van todos los turistas. No es una cuestión de edad ni de género, se trata más de una cuestión política y de compromiso del turista ante el lugar, de un sentido de responsabilidad social evocada por el sitio en el turista. Así lo muestran algunos internautas en páginas web de comentarios, como Tripadvisor. Así, Paseador_11, de Villahermosa, Tabasco, expone bajo el título “Bello desde el punto de vista físico. Doloroso en la historia de México” de enero de 2016:
La conjunción de construcciones mesoamericanas prehispánicas, un templo católico y edificios modernos le da al lugar un sitio especial dentro de la ciudad. Y si conoces la historia de México es un lugar para la reflexión. Imperio mexica, conquista, matanzas de mexicas, imposición de una nueva religión, escuela de arte virreinal, sitio del asesinato de inocentes en 1968 en una de las páginas más negras de la historia de México y termina con el terremoto de 1985. Si visitas el lugar sin saber la historia es inútil. Recomiendo leer sobre lo que ahí ha pasado antes de visitar el lugar. Anexo está el Centro Cultural Universitario UNAM con el Museo Memorial del ‘68. Debes visitar todo. Destina de 4 a 6 horas para tu visita total (Tripadvisor, 2018).
Por su parte, Andrés R, de Santiago de Chile, expresa en enero de 2016, en la misma página:
Una perfecta mezcla de arquitectura prehispánica, española y actual, se puede apreciar en la plaza de las Tres Culturas, con una importante referencia a acontecimientos históricos que se han sucedido en ese lugar, como la matanza de estudiantes del año 68, previa a la inauguración de los Juegos Olímpicos (Tripadvisor, 2018).
Sara Elisa, de la Ciudad de México, fue más parca en la entrada “Among us… Pirámides a mitad de ciudad, mucho más expuestas que las del Centro Histórico”, del 15 de enero de 2016:
Ven y conoce la fuerza de Tlatelolco es impresionante todo lo que ha pasado, desde el movimiento estudiantil sangriento del 2 de Octubre, hasta los sismos del 1985, en donde mucha gente ahora es recordada (Tripadvisor, 2018).
Valentina V., de Mar del Plata, Argentina, parecía susurrar en agosto de 2015: “siempre está ocupado por los fantasmas del 68. La plaza de los caídos...” (Tripadvisor, 2018).
Se trata pues de una visita para conocedores o, en todo caso, para quienes quieran conocer la historia de la ciudad. Los comentarios de dos internautas, que hicieron entradas en mayo y junio de 2015 en Tripadvisor, así lo insinúan. Rodrigochagra, de Jujuy, Argentina, afirmaba:
Es necesario contratar un tour para recorrer este sitio ya que es necesario que los guías cuenten la historia y cada uno de los hechos historicos sucedidos, si no se pierde la riqueza del lugar (Tripadvisor, 2018).
También para Rohmer G., de Caracas, Venezuela, el espacio no se entendía sin una explicación:
Es una plaza donde han sucedido muchas cosas lo ideal sería tomar un tour con guía para que explique todo con detalles les recomiendo al señor Cesareo su telefono es +521551018 [… ] realiza tours a un precio bastante bueno (Tripadvisor, 2018).
En síntesis, un turismo histórico.
Tlatelolco, entre la memoria y el turismo: conclusiones tentativas
Para entender la noción de lugar de memoria es importante tener en cuenta que no es cualquier lugar el que se recuerda, sino aquel donde la memoria actúa. No es la tradición, sino su laboratorio. Un lugar de memoria depende de su condición de intersección para el cruzamiento de distintos caminos de las memorias, así como de su capacidad para perdurar y ser permanentemente remodelado, reabordado y revisitado. Abandonado, un lugar de memoria no sería sino su recuerdo.
La historia de la Plaza de las Tres Culturas y de Tlatelolco nos muestra que se trata de un espacio central para el recuerdo en el México contemporáneo. Aludiendo a la tragedia, se mezclan las memorias de la época colonial, de 1968 y de 1985. En medio, se olvidan múltiples eventos y acontecimientos históricos. Pero el olvido no es sino la contracara del recuerdo: la memoria está compuesta a partes iguales de rememoración y de pérdida.
Los actores políticos y sociales han elegido utilizar lo acontecido el 2 de octubre de 1968 como emblema del conjunto habitacional y cultural. De esa forma, se ha transformado no sólo en el espacio para la denuncia de la violencia estatal ejercida en 1968 a través de las marchas del 2 de octubre, sino de muchas otras violencias políticas y económicas en el país. La Plaza de las Tres Culturas se ha convertido, así, en sinónimo de espacio para la imputación de atrocidades y la exigencia de justicia. La simbolización parece haber traspasado fronteras para adquirir el mismo sentido en guías de turismo que recomiendan su visita a los paseantes a la Ciudad de México, un turismo especial, un trauma tourism que busca sentidos políticos, sociales y culturales en su esparcimiento, ¿y quizás también los restos de una tragedia?
Lugar de memoria, pues, en los tres sentidos de la palabra: material (la Plaza de las Tres Culturas, en sí misma), simbólico (lugar de denuncia de las tragedias, de las violencias de Estado) y funcional (espacio para el recuerdo de los crímenes políticos y para el esparcimiento de turistas comprometidos), Tlatelolco es un espacio memorial, político y cultural imprescindible para comprender el México actual.