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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.63 no.234 Ciudad de México sep./dic. 2018

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2018.234.65631 

Testimonios, conversaciones y entrevistas

Evocaciones desde el ojo del huracán

Evocations from the Eye of the Storm

Eugenia Revueltas1 

1Facultad de Filosofía y Letras, UNAM, México.


Resumen

El presente ensayo es una narración parcial del movimiento estudiantil de 1968, desde el 23 de julio hasta el 2 de octubre, considerada como la primera etapa de la lucha. En el texto se entretejen la descripción de los hechos y documentos del periodo, así como memorias de perspectiva subjetiva del narrador, por considerar el hecho peculiar de que un detalle tan pequeño como un conflicto entre los estudiantes de una escuela preparatoria y una vocacional haya evolucionado tan rápidamente a un movimiento que conmocionó a la sociedad mexicana, por la valentía y la convicción de justicia y transformación necesarias que impulsaron a los muchachos, y la brutal violencia con la que el gobierno de México canceló el levantamiento.

Palabras clave: estudiantes; huelga; violencia; justicia; libertad; México

Abstract

This paper is a partial account, from July 24 to October the 2nd, of the 1968 Mexican student movement. This period is considered the first stage of the struggle. This writing interweaves factual description with documents from the period and subjective memories from the narrator’s point of view, derived from the consideration that a peculiar, insignificant fact such as a conflict between students of a high school and a vocational college, quickly evolved into a movement that stunned Mexican society, due to the necessary courage and conviction of justice and transformation shown by the young men and women, and the brutal violence used by the government to crush the rebellion.

Keywords: students; strike; violence; justice; freedom; Mexico

Introducción

1968. Memorar y rememorar ese año no deja de ser conflictivo. Los recuerdos personales y los colectivos se entrecruzan, se mezclan y se confunden, diseñando un conjunto polifacético, doloroso y, al mismo tiempo, entrañable. En mayo de ese año, seguimos atentamente las noticias que nos venían de Europa de los levantamientos estudiantiles en Francia y en Alemania, a los que rápidamente se integraron los sindicatos, los trabajadores y gran parte de la ciudadanía de esos dos países. Por otro lado, a mí me había tocado presenciar en ese mayo, en Berkeley y en Washington, la rebelión de los jóvenes estadounidenses contra las políticas militaristas del Estado, rompiendo sus cartillas militares. Era muy emocionante verlos como en un “picnic revolucionario”. Sentimientos e ideas que vuelvo a sentir cuando en la entrada de la Facultad de Filosofía veo grandes murales fotográficos de París, de Berlín, de Washington, que rememoran esos días y que nos invitan a la reflexión.

En aquellos días, en la Ciudad de México y en algunas partes del país, si bien nos interesaban los acontecimientos europeos y estadounidenses, no dejaban de ser ruidos lejanos que anunciaban una tempestad, pero que estaba tan lejana que se pensaba que nunca iba a llegar. Aún recuerdo que un año antes había estado en Ciudad Universitaria Octavio Paz, ofreciendo un recital de poesía. El Auditorio Justo Sierra estaba absolutamente lleno y los jóvenes estudiantes y los maestros escuchamos con entusiasmo al poeta. Cuando terminó, uno de los jóvenes -no recuerdo si se apellidaba Perdomo- invitó a su casa a algunos maestros, a Paz y a Carlos Pellicer, junto a los miembros del grupo Miguel Hernández -que luego sería parte fundamental del Comité General de Huelga de la Facultad. Después de una interesante charla, a veces muy inquisitiva, Paz comentó que él veía a México con un futuro como el de las naciones medias europeas y dijo textualmente que le avizoraba “un destino semejante al de Bélgica”. Qué equivocado estaba. El 2 de octubre daría un mentís a este pronóstico.

Una de las cosas más interesantes que el gobierno mexicano hizo para celebrar la Olimpiadas de 1968 fue lo que se llamó la Olimpiada cultural. Creo que nunca hubo antes de eso en la historia de la ciudad una época en la que hubiera tantas actividades culturales de todo tipo: conciertos, recitales de poesía, representaciones teatrales, conferencias, exposiciones, funciones de danza. Un recuerdo inolvidable fue el montaje de Moctezuma II, de Sergio Magaña, o el conmovedor recital de Evgeni Evtuchenko, que hizo que el público, sin saber ruso y sólo con la ayuda de un papel con una breve traducción, se conmoviera al él recitar su poema “Babi Yar”. La Ciudad de México era como un paraíso cultural.

Claro es que, por debajo de estas apariencias seductoras de una vida muy civilizada, cruzaba un río de desencanto, de injusticia social y de deseo de cambio: huelgas como las de los ferrocarrileros, los maestros, los médicos -que finalmente fueron reprimidas-, provocaron un fuerte rechazo hacia el Estado, mediatizado por la alegría y entusiasmo de la futura Olimpiada.

Al proponerme hablar sobre el levantamiento estudiantil de 1968, se abren ante mí dos caminos: hacer una crónica general del movimiento o centrarme en la primera etapa: del 23 de julio al 2 de octubre, vinculando los acontecimientos con los documentos que fueron marcando cada día. Y me parece más pertinente dirigirme por el segundo sendero.

Desarrollo

En aquellos días impartía un curso de verano para el Anteoch College, en la capital de Guanajuato. Como entonces el periódico se repartía hasta el atardecer en esa ciudad, fue en la tarde del lunes 22 de julio cuando leí en una pequeña nota sobre un pleito entre los alumnos de la Vocacional 2 del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y los de la Preparatoria Isaac Ochoterena, incorporada a la UNAM. En ese momento no me pareció ni novedoso ni demasiado interesante enterarme sobre una riña entre escuelas, que era -y es- el pan diario de la vida estudiantil. Pero al día siguiente, 23 de julio, otro enfrentamiento entre escolares tomó el perfil de un zafarrancho: los preparatorianos de las escuelas 2 y 6 de la UNAM apedrearon el edificio de la Vocacional 2, y lo que parecía casi un juego se transformó en una batalla campal, de modo tal que intervinieron los granaderos en la Vocacional 5 cuyos alumnos habían ido a apoyar a los de la 2. Hay que recordar que el Politécnico pertenece al sistema de educación superior de la Secretaría de Educación Pública. Y por ello mismo, esta Secretaría declaró el 24 de julio que el conflicto había sido provocado, no por los alumnos de la vocacional sino por jóvenes ajenos a la institución (d-1, 20).1 El jueves 25, la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) se presentó ante el licenciado Rodolfo González Guevara, figura dominante en estos acontecimientos, para avisarle que el viernes 26 habría una manifestación como protesta por la intervención policiaca.

A partir de ese momento, hubo una serie de pequeños fenómenos que daban un cariz distinto al de un mero pleito entre estudiantes y sobre el cual es preciso reflexionar. El día 25 salió una declaración de la Unión Nacional de Estudiantes Revolucionarios (UNER), en la que se invitaba a todos los estudiantes, obreros y al pueblo de México a la celebración del aniversario del asalto al Cuartel Moncada. Hay que recordar que el suceso era uno de los momentos más heroicos realizados por Fidel Castro en el inicio de la Revolución Cubana. El texto va retratando cómo esta revolución fue un movimiento que se proponía liberar al pueblo del régimen de Batista, que lo tenía sumido en la miseria, el atraso, la explotación. El mismo documento habla del triunfo de la Revolución y de la intervención decidida de todas las fuerzas vivas del país, además del apoyo de los pueblos latinoamericanos “y del mundo [que] se solidarizaron, paralizando todos los planos de intervención imperialista” e invita a todos los convocados a organizar huelgas, manifestaciones y actividades todas para “transformar los planes actuales de selección y poner la educación al servicio del pueblo” (d-1, 21).

El 26, día del asalto al Cuartel Moncada, se realizaron dos actos: la manifestación convocada por la FNET y otra de las juventudes del Partido Comunista Mexicano. La primera se dispersó al llegar al Casco de Santo Tomás, pero la segunda se enfrentó con la policía en el primer cuadro de la ciudad. Al ver esto, los alumnos de la Preparatoria 3, que estaban en la calle de Licenciado Verdad, acudieron en apoyo de los del Partido Comunista y se armó una verdadera gresca, en donde estudiantes y policías salieron golpeados. El cálculo periodístico hablaba de alrededor de 500 lesionados, entre ellos, el subjefe de la Policía Preventiva, Raúl Mendiolea Cerecero, el jefe del Servicio Secreto, coronel Eduardo Estrada Ojeda, y el capitán Pérez Meza, de la Dirección de Tránsito. Más tarde, los agentes del Servicio Secreto y de la Dirección Federal de Seguridad penetraron en el domicilio social del Partido Comunista Mexicano y en los talleres del periódico La Voz de México, y aprehendieron a cinco personas, a las que se les imputó la responsabilidad intelectual de los delitos de los manifestantes. Ellos fueron: Rubén Valdespino García, Arturo Zama Escalante, Félix Goded Andreu, Pedro Castillo Salgado y Salvador Ríos (1). Hay que señalar que no solamente hubo golpes, sino que los estudiantes secuestraron los autobuses usados para bloquear las calles. Afortunadamente, por un acuerdo conciliatorio logrado por el profesor Julio González Tejada, el sábado 27 de julio, el general Cueto Ramírez se comprometió a dejar en libertad a todos los estudiantes presos. Y declaró “que no se permitirían nuevos desórdenes” (2).

A pesar de estos indicios conciliatorios, fue el sábado 27 de julio cuando, tanto en la UNAM como en el IPN, se iniciaron los primeros comités de huelga. La Escuela Superior de Economía del Politécnico se declaró en huelga y se empezó una serie de asambleas en las escuelas de educación media superior para ponerse de acuerdo en efectuar una nueva manifestación para protestar contra la represión policiaca y pedir la destitución del jefe de la policía preventiva y el comandante del Cuerpo de Granaderos.

Hay que poner atención con qué rapidez los movimientos fueron cobrando mayor intensidad, tanto las protestas como la reacción policiaca. La crónica de los acontecimientos del 23 al 28 de julio muestra el descontento de ambos bandos. Para el domingo 28, 43 de los detenidos fueron consignados y los restantes, puestos en libertad. Ese mismo domingo, anunciaron los estudiantes una manifestación en la Plaza de la Constitución, y que al día siguiente visitarían al regente de la ciudad (el general Corona del Rosal). Fue entonces cuando entregaron el primer documento petitorio, que sólo constaba de cuatro puntos: 1) la libertad de los estudiantes detenidos; 2) la renuncia del general Luis Cueto Ramírez, jefe de la Policía Preventiva; 3) la desaparición del Cuerpo de Granaderos y, 4) la indemnización de los muchachos lesionados.

Uno se preguntaría cuáles fueron los criterios que se ejercieron para consignar a 43 estudiantes. El día lunes 29 de julio, el juez Eduardo Ferrer McGregor, al interrogar a los líderes y militantes de las Juventudes Comunistas de México y del Partido Estudiantil Progresista, que habían sido señalados como provocadores de los desórdenes, tomó en cuenta las declaraciones de éstos, que culpaban a los alumnos del Politécnico Nacional, sobre todo los de las vocacionales 5 y 7. Ante esta acusación, tanto la FNET como el director del Politécnico, Guillermo Massieu Helguera, protestaron y expresaron que los declarantes eran los verdaderos agitadores. Ese mismo lunes hubo choques entre los estudiantes y los granaderos en el barrio estudiantil del centro, que fueron muy violentos, a grado tal que se suspendió el transporte público en la zona (2).

Como podemos ver, cada vez la agitación era más fuerte, porque después de estas batallas, tanto la Preparatoria 1 como las vocacionales 2 y 4 se adhirieron al paro estudiantil. Ante esta situación, el martes 30 de julio, las fuerzas armadas entraron en acción, ocuparon algunas escuelas tanto del Politécnico como de la Universidad, y Corona de Rosal, el Secretario de Gobernación y los procuradores dieron su versión de los hechos, que calificaron de “subversión y agitación”. Esta acción, según ellos, fue “inevitable”, y aceptaron su responsabilidad por la intervención del ejército. El general García Barragán, jefe del ejército mexicano, declaró que no se permitirían más desórdenes. Ese mismo día se decretó el cierre temporal de la UNAM y del Instituto Politécnico Nacional. En Ciudad Universitaria (cu) el rector Javier Barros Sierra izó la bandera a media asta en señal de luto. En su breve discurso dijo:

Universitarios:

Hoy es un día de luto para la Universidad; la Autonomía está amenazada gravemente. Quiero expresar que la Institución, a través de sus autoridades, maestros y estudiantes, manifiesta profunda pena por lo acontecido.

La Autonomía no es una idea abstracta; es un ejercicio responsable que debe ser respetable y respetado por todos.

En el camino a este lugar he escuchado un clamor por la reanudación de las clases. No desatenderemos ese clamor y reanudaremos a la mayor brevedad posible las labores.

Una consideración más: debemos saber dirigir nuestras protestas con inteligencia y energía. ¡Que las protestas tengan lugar en nuestra Casa de Estudios!

No cedamos a provocaciones, vengan de fuera o de adentro; entre nosotros hay muchos enmascarados que no respetan, no aman y no aprecian a la Autonomía Universitaria.

La Universidad es lo primero, permanezcamos unidos para defender, dentro y fuera de nuestra Casa, las libertades de pensamiento, de reunión, de expresión y la más cara: ¡nuestra Autonomía! ¡Viva la UNAM! ¡Viva la Autonomía Universitaria! (d-10, 39).

Como ya lo dije anteriormente, me encontraba en Guanajuato y solía en fin de semana regresar a la Ciudad de México. No lo podía creer y de alguna manera tampoco mis alumnos estadounidenses. Algo que empezó tan nimiamente se había transformado en un conflicto tan serio; una parte muy importante de la sociedad, que algunos consideraban privilegiada, como era la estudiantil, había sido atacada por algunas instituciones del gobierno. Claro es que había habido fuertes desórdenes, pero no como para penetrar en las escuelas, romper y destruir sus instalaciones, hasta el grado de dañar el que para muchos habitantes de la Ciudad de México era intocable: el edificio de la Preparatoria 1, el Antiguo Colegio de San Ildefonso. Pero todavía más inconcebible era que las autoridades hubieran arremetido en contra de los adolescentes para maltratarlos, golpearlos y detenerlos.

En 1965, yo había estado en Washington y había asistido a dos mítines de estudiantes en la gran explanada del Monumento a Lincoln. Se discutía, se argumentaba, pero, al mismo tiempo, los chicos cantaban, comían y hacían bromas, y luego rompían sus cartillas de reclutamiento militar. Desgraciadamente, también vi en televisión que en la explanada del aeropuerto de Saigón bajaban de helicópteros los cuerpos destrozados de los jóvenes soldados heridos durante la guerra. En aquella época desee que los estudiantes mexicanos nunca tuvieran ese destino. No pude predecir que un día vería la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, con las huellas de la masacre del 2 de octubre.

Ante el impacto y el rechazo de gran parte de la población de la Ciudad de México, las preparatorias 1, 2 y 3 fueron entregadas a la UNAM, pero la 5 continuó ocupada, aunque, por otro lado, Corona del Rosal ordenó finalmente el retiro de los granaderos y de los soldados de la Vocacional 5. En ese preciso momento del día 30 de julio, cuando se hizo un deslinde de los jóvenes apresados, informaron las autoridades que sólo 20% eran verdaderos estudiantes y la jefatura de policía señaló a catorce de los individuos como los verdaderos instigadores. El 31 de julio se dio contestación al pliego petitorio de la FNET y, para evitar algunos problemas, el mismo organismo mantuvo el paro en todas las escuelas del IPN. Fue en ese momento cuando empezó a haber una pugna ente el Comité Coordinador de Huelga del IPN y la FNET. A petición del rector de la UNAM y del director del IPN, fueron puestos en libertad 117 estudiantes. No obstante, el ejército entró en la Escuela de Arte Dramático del Instituto Nacional de Bellas Artes y 73 alumnos fueron detenidos. A causa de estas estrategias ambiguas -y podríamos decir que tramposas, de “aprieta y afloja”-, la cólera y el rechazo contra un gobierno que prometía y no cumplía crecieron y se endureció más el movimiento estudiantil. La última hazaña de ese 31 de julio fue que la Dirección General de Seguridad apresó a cinco miembros prominentes del Partido Comunista: Fernando Granados Cortés, Salvador Sáenz Nieves, Gilberto Rincón Gallardo, Adolfo Mejía y Mario H. Hernández.

El jueves 1 de agosto fue un día que a nadie se le olvidaría. Desde Guadalajara, el presidente Díaz Ordaz hizo un llamado a la nación para que se restableciera la paz y la tranquilidad públicas. Ese mismo día el rector Barros Sierra encabezó una manifestación enorme en la que maestros, estudiantes y trabajadores, tomados de los brazos, caminaron por la Avenida Insurgentes con un espíritu universitario que propició que la gente que los vio les aplaudiera. No podía integrarse a los grupos, porque se habían puesto cordones para que cada escuela estuviera protegida de ingresos de provocadores. Se lanzaban “goyas”, se gritaba autonomía. Al frente iban las autoridades universitarias y se protestaba contra la intervención del ejército y de la policía en los planteles de la UNAM y del IPN. La otra bandera era la libertad de los alumnos encarcelados. Al llegar a la altura del almacén El Puerto de Liverpool, un grupo de exaltados empezó a gritar: “¡Al Zócalo!, ¡al Zócalo!”, pero afortunadamente la vanguardia de la marcha dio la vuelta en la avenida José María Rico para regresar a CU. Fuimos informados por habitantes de la zona, o simplemente testigos, que a la altura del Parque Hundido se encontraba desplegado un batallón de soldados, en posición de ataque, dispuesto a detener el contingente. De haber avanzado hubiera habido una masacre.

Ese mismo día, una vez más, el ejército y los granaderos disolvieron una manifestación que se efectuaba en el Monumento a la Revolución, por el hecho de que la habían realizado “sin autorización”.

Aquí también empezó algo que para los estudiantes fue terrible: ser joven comenzó a ser sinónimo de delincuente. Muchas veces vimos cómo eran bajados a empujones e insultos de los autobuses por las fuerzas del orden; no fue una vez, sino varias, cuando, viajando en el ómnibus de la ruta Insurgentes-Bellas Artes, fui testigo de tales abusos. Alfonso Martínez Domínguez, presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional, afirmó que: “ser joven no es un fuero contra el derecho ni contra la sociedad, ni mucho menos contra la nación”. (4)

A pesar de que los estudiantes habían entregado a la Secretaría de Educación Pública el pliego petitorio y que el licenciado González Guevara se había comprometido a dar contestación para el día 8, había mucha desconfianza del cumplimiento de lo prometido. El doctor Guillermo Massieu, el día 7 de agosto, pidió al alumnado que regresaran a los planteles y se reanudaran las labores docentes. Por otro lado, el Consejo Nacional de Huelga del Instituto Politécnico recordó que se vencía el plazo de 72 horas para satisfacer las demandas que les habían hecho a las autoridades. Tal vez en esta ocasión -no lo recuerdo con precisión- fue cuando se habló de la necesidad de que las pláticas de conciliación fueran públicas y, si seguimos con atención la historia de esta propuesta, podemos afirmar que ése fue un punto en el que nunca cedieron las autoridades gubernamentales. Los universitarios, por su lado, para apoyar la petición del Politécnico, empezaron a hacer paros en las diferentes escuelas y facultades. En una declaración optimista de los generales Cueto y Mendiolea de ese mismo día, se afirmó que la situación estudiantil estaba completamente “controlada”. (6)

Como se puede apreciar, esto era falso. En realidad las posiciones defensivas de los estudiantes se iban radicalizando, puesto que siempre eran amenazados con cargos de conjura, rebeldía, comunismo, adjetivos de la narrativa oficial que evidentemente se hacían para satanizar a los muchachos. Universidades estatales como Sinaloa, Baja California, Tabasco; tecnológicos de Veracruz y normales rurales se unieron al movimiento.

9 de agosto. La lucha estudiantil tomaba conciencia de que el principio de organización era fundamental para el éxito de una empresa revolucionaria, si no, las cosas quedaban en meras revueltas, de tal manera que se planificó en torno de la estrategia del movimiento como a través de una asamblea plenaria, con soberanía y poder político de decisión. Como todos sabemos, la conducción de las asambleas plenarias suele presentar muchos problemas, por las diversas corrientes o matices con los cuales los grupos participantes se proponen llevar a cabo la contienda. Alguien ha dicho que la mejor técnica para lograr ganar con una propuesta es cansar con largos discursos, y hasta el hartazgo, a la asamblea, y podremos entender cómo el esfuerzo por llevar a buen fin tales propuestas fue muy meritorio. Para ello se pensó también en otro grupo con poder de decisión, como fue el Consejo Nacional de Huelga (CNH), con diversas comisiones como: propaganda, relaciones con la provincia, finanzas, etc. Algunas de estas comisiones resultaron fallidas. Finalmente, en esos momentos se propuso, para el día 13 de agosto, una manifestación estudiantil-popular, que partiría del Casco de Santo Tomás hasta llegar al Zócalo.

Como podemos ver la evolución de los acontecimientos es vertiginosa. No había día en que, por el lado estudiantil, no se tomaran medidas de presión para que se aprobase el pliego petitorio y, por el lado de las autoridades, aumentasen las estrategias descalificadoras y, a la vez, conciliatorias para fracturar el movimiento. Ya en esos momentos se hablaba de paros de maestros, utilización de todos los medios de comunicación, asambleas callejeras para que la ciudadanía y el pueblo en general se enterasen de las causas de la lucha, de invitación a participar en las brigadas. Es de señalar, aunque poco se dice, que en esos días muchas estudiantes participaron en las brigadas, con valentía y entusiasmo. Algunas de ellas fueron apresadas por repartir propaganda y también por guardarla. En la Universidad hubo grupos conocidos como “comités de lucha” que trabajaron activamente para que las líneas de pensamiento fueran comprendidas por el público en general. Tanto estos comités como las brigadas del Politécnico trataron de encontrar los caminos más adecuados para iniciar el diálogo con las autoridades, situación que sí se dio en varias ocasiones, pero que nunca fueron exitosas. En estas mismas fechas se pidió la libertad de todos los detenidos, tanto dirigentes estudiantiles como ciudadanos en general.

Por otro lado, desde el viernes 9 de agosto, la FNET acusó a los comités de huelga de tener nexos con la CIA, con lo cual empezó a generarse una ruptura entre los diversos grupos estudiantiles, porque, si bien es cierto que la petición de libertad para todos los perseguidos era una de las más importantes, no dejaban de ser malas para el conjunto juvenil estas inculpaciones; por una parte de los extremistas de izquierda, que les atribuían vínculos con la CIA y, por la otra, los de derecha, que los consideraban simpatizantes de “ideas comunistas”. La histeria de la Guerra Fría iba inoculando a los grupos juveniles.

El martes 13 de agosto hubo una manifestación ya anunciada, que congregó a 150 mil personas. En ese mitin, encabezado por la Coalición de Maestros, “se afirmó que el movimiento revestía ya el carácter de lucha popular” (9). Este cambio de definición de estudiantil a popular tenía mucha miga política, puesto que ya no sólo representaba un grupo específico dentro del concepto nación, sino que ahora se veía como una manifestación de todas las clases populares. De alguna manera dejaba de ser elitista para representar los intereses de las clases menos favorecidas, económica y socialmente, lo que dio lugar a que las autoridades acusaran al movimiento de ser “una conjura” (9).

El hecho de añadir el adjetivo “popular” no es trivial ni azaroso. Había un deseo de integrar a obreros, campesinos, artesanos, etc., mucho bajo la inspiración de la Revolución de Mayo en Francia, que logró en el lapso de un mes integrar a todas las fuerzas vivas de la ciudadanía francesa y provocar una huelga general, que por su fuerte orientación revolucionaria ocasionó que las autoridades gubernamentales buscaran una solución rápida y efectiva para deshacer el movimiento; a través del diálogo y las ofertas positivas que recibieron los jóvenes revolucionarios, se logró un acuerdo y el movimiento terminó el día 30 de ese mes, paradójicamente con el triunfo de De Gaulle, fuerte y respetado personaje de la política.

La situación en México tendría una evolución distinta. El 13 de agosto todos los grupos estudiantiles de la República, representados en los diversos comités de huelga, decidieron reforzar el número de manifestaciones, no sólo en la Ciudad de México, sino a lo largo y ancho del país, especialmente en las ciudades con fuerte presencia estudiantil, lo cual preocupó a las autoridades gubernamentales y también a las universitarias. Esta efervescencia animaba a los grupos de izquierda, pero también a los de derecha, como el MURO2, que acusó a Manuel Marcué Pardiñas y a Heberto Castillo de ser los agitadores del movimiento. Asimismo, tanto el rector Barros Sierra como el director del Politécnico, el ingeniero Massieu, propusieron un grupo de diálogo, formado por maestros, estudiantes y miembros del CNH, para que se entrevistara con autoridades de la Secretaría de Gobernación y del gobierno del Distrito Federal, con el fin de que se llegara a un acuerdo justo. Si uno lee la serie de documentos que se publicaron en los diversos periódicos nacionales y sus reediciones en los diarios locales, se toma conciencia de cómo se enrareció el proceso, así como también cada vez más las instituciones y grupos de derecha, como el Frente Universitario Mexicano, atacaban a las figuras más destacadas del movimiento estudiantil, como Marcué Pardiñas, Eli de Gortari y Heberto Castillo. Pero, por otro lado, el día 19 de agosto, el CNH propuso que como medio de presión se utilizara como circunstancia definitiva la cercanía de las Olimpiadas, lo que provocó en el imaginario colectivo que se fijara como una conjura el propósito del movimiento estudiantil, lo que fue utilizado al final como argumento para acusar a los miembros de disolución social.

Como se podía advertir por las noticias, el ataque contra los estudiantes iba en aumento. En la tarde o en la noche se podían oír balazos, que tenían como propósito, no tanto herir sino provocar temor.

A partir del 27 de agosto, la situación se hizo más conflictiva. Ese día se organizó otra manifestación multitudinaria, que se calculó cuando menos en 200 mil personas asistentes. En esta ocasión se partió del Museo de Antropología hasta llegar al Zócalo; recorrería pacíficamente las avenidas Paseo de la Reforma, Juárez, la calle de Madero, para desembocar en el Zócalo. Uno de los puntos que nunca aceptó el gobierno fue la realización del diálogo en un espacio público. En esta marcha Sócrates Campos Lemus, miembro del CNH, propuso que el lugar ideal para ello era la Plaza de la Constitución, el día 1 de septiembre, a las 10 horas.

Dado que en el ritual cívico de la nación, ese día era considerado “el día del Presidente”, esta propuesta causó una gran inquietud, tanto para Gobernación como para el Departamento del Distrito Federal, por lo cual se inició una política de asedio a las manifestaciones que hemos mencionado líneas atrás y que se realizaban en diversos lugares. El ejército se situó en los alrededores de CU y Zacatenco. Recuerdo que ese día en la noche estábamos en la casa de Josefina Zoraida Vázquez y Loth Knauth, quienes habían invitado a un grupo de maestros de la Facultad de Filosofía. Charlábamos animadamente cuando, de repente, oímos cómo pasaban por la Avenida Revolución camiones llenos de soldados. No eran uno o dos, sino más de diez. El efecto de inquietud y aún de temor que suelen provocar las fuerzas armadas se hizo presente y pensábamos en los jóvenes que se habían quedado en los edificios universitarios, a pesar de la recomendación de que tuvieran cuidado. Ellos estaban dispuestos a defender las instalaciones. Muchos estudiantes fueron aprehendidos, de los cuales 37 fueron posteriormente liberados y 12 consignados.

Los pronunciamientos a favor y en contra del movimiento estudiantil y la respuesta de las autoridades muestran cómo se había polarizado una lucha que en un principio gozaba de la simpatía de toda la ciudadanía. Padres, políticos, asociaciones, lanzaban su cuarto de espadas en el afán de que ya cesara el conflicto. Unos pidiendo que se cumpliera el pliego petitorio; otros, que el gobierno usara la fuerza pública para acabar con los muchachos. El sábado 31 de agosto, volvió a ser atacada la Prevocacional 7. Los estudiantes fueron golpeados, y cuando se pidió ayuda a las patrullas, “argumentaron no poder intervenir sin órdenes superiores” (17). Si pensamos que la escuela prevocacional es equivalente a la secundaria, resulta un abuso mayor del Estado haber agredido a unos púberes.

Septiembre sería un nuevo punto de quiebre del movimiento y sus relaciones con el gobierno. La cada vez más cercana realización de los Juegos Olímpicos exacerbaba en uno y otro caso el deseo de resolver el problema. Entre julio y agosto sólo se había escuchado la voz del presidente Díaz Ordaz cuando dijo desde Guadalajara que tendía “su mano amiga” para resolver el conflicto. Después fueron otros los que hablaron por él. Creo que ese 1 de septiembre no hubo maestro ni estudiante ni trabajador vinculado con la educación que no estuviera atento del ritual del discurso del Presidente. Creo que ese texto debe ser leído cuidadosamente para entender las motivaciones y el punto de vista del gobernante, no para justificarlo, pero sí para reflexionar, más allá de los sentimientos que uno pudiera tener, por el grado de cercanía o distancia que se hubiera mantenido bajo todo el proceso. Todos los ciudadanos, lectores o no, nos acercábamos a los diarios, preguntábamos, escuchábamos las noticias y aun los rumores de esos acontecimientos, que ya para esos días no sólo se relacionaban con un movimiento estudiantil, sino que habían calado más hondo en toda la ciudadanía. Se podía estar de acuerdo o no, pero para nadie era indiferente lo que estaba sucediendo, de ahí que el informe presidencial de Gustavo Díaz Ordaz fuera oído atentamente ese año. En otras ocasiones los informes se consideraban aburridos a morir, una especie de “danza de los millones” o el ofrecimiento de regalos de navidad. En 1968 fue un momento de toma de conciencia y de reflexión sobre México y su destino.

Dada la restricción de caracteres solicitados por la editorial, no se podrán hacer citas largas de las fuentes, pero sí algunas significativas y necesarias para la comprensión del pensamiento del presidente Díaz Ordaz. A lo largo del texto, el informe hace referencia a algunos de los problemas que han sido motivo de discusión durante el conflicto:

  1. La inminencia de los Juegos Olímpicos y de lo que significaba para Latinoamérica que uno de sus miembros fuera reconocido como capaz de organizarlos y celebrarlos. El gobierno consideraba que uno de los propósitos del movimiento era desprestigiar a la nación mexicana en el plano internacional, exhibirla una vez más como un país de revoltosos e inconscientes.

  2. El carácter fuertemente ideológico y político que la lucha estudiantil representaba para algunos, fueran grupos de izquierda o de derecha, según el punto de vista del contemplador; no hay que olvidar que en esos años, la Guerra Fría dividía a las naciones del planeta en dos bloques ideológicos enfrentados permanentemente y que marcaba no solamente a Latinoamérica, sino a muchos países que se habían englobado en la condición de “Tercer Mundo”.

  3. La necesidad de resolver todo conflicto, del uso de los medios legales para mantener el orden y la tranquilidad; de ahí la preocupación sobre la existencia de los artículos 145 y 145bis de la Constitución Política Mexicana sobre la disolución social. Cuando en referencia a esos artículos, se pregunta el Presidente si debe considerarse delito un ataque a la soberanía nacional, el lector actual, a su vez se cuestiona si Díaz Ordaz pensó, supo o sólo imaginó que los disturbios causados por el movimiento estudiantil podrían llevar a un ataque exterior que afectara dicha soberanía.

    ¿Debe ser delito o no afectar la soberanía nacional, poniendo en peligro la integridad territorial de la República, en cumplimiento de normas de acción de un gobierno extranjero? ¿Debe ser delito o no preparar la invasión del territorio nacional o la sumisión del país a un gobierno extranjero? Estos casos son parte del artículo 145 (d-229, 484).

  4. Respecto del papel de la policía, y aun de los soldados, Díaz Ordaz advierte en varias ocasiones cómo las pugnas estudiantiles no tienen banderas universitarias, sino personales, y para ello se refiere a un caso en la ciudad de Puebla que causó revuelo, puesto que fue violento, duró varias horas, hubo un estudiante muerto y varios heridos por arma de fuego. Como en esa ocasión los policías no intervinieron, se les culpó de lenidad. Pero cuando la policía ha actuado, los estudiantes han protestado. La pregunta que hace es: “el dilema es irreductible: ¿debe o no intervenir la policía?” (486) En cuanto a los soldados, sostiene que el ejército mexicano debe hacerse respetar y debe ser respetado,

    [… ] porque tiene las armas que la nación le confió; porque lo hace cumpliendo funciones fundamentales para las que fue creado; y porque durante largos años, y en sobradas ocasiones, siempre ha sido requerido por las potestades civiles (487).

Por último, cuando se trata de defender “los bienes supremos” que la nación le ha confiado, Díaz Ordaz declara categórico: “la decisión no admite duda alguna y está tomada: defenderé esos principios y arrostro las consecuencias” (487). Como se puede ver, el texto ofrece muchas perspectivas, y después de pronunciado, va a ser contemplado desde diferentes visiones del mundo.

Heberto Castillo contesta el mismo 1 de septiembre y se muestra en desacuerdo con mucho de lo dicho por el Presidente. Toma como ejemplo de la falta de respeto a los derechos fundamentales del ciudadano el ataque que recibió el 28 de agosto, en que fue golpeado con violencia, al grado de que se puso en peligro su vida. Señala Castillo que el ataque que recibió fue al día siguiente que leyó un discurso en la Plaza de la Constitución, ante más de 200 mil mexicanos: “Este acto constituye una flagrante violación a las garantías individuales que la Constitución general de la República consagra” (d-231, 498).

A partir de ese momento, artículos, manifiestos y proclamas publicados estarían algunos a favor de Díaz Ordaz (como los de la Asociación Nacional de Abogados, la Cámara de Comercio de Puebla, la Cámara Textil de Puebla y Tlaxcala, el Comité del Auténtico Estudiantado) y otros a favor del movimiento estudiantil (como del CNH y la Coalición de Maestros de Enseñanza Media y Superior Pro Libertades Democráticas).

Los primeros días de septiembre serían agotadoramente tensos y convulsos. Si bien el gobierno hizo una incitación para resolver el problema, no hubo día en que no hubiera diversos mítines por la ciudad y ataques contra las reuniones que el CNH promovía. Creo yo que había momentos en que los objetivos finales de la lucha -que originalmente eran la defensa de la autonomía, de los derechos humanos, los derechos del estudiante- se iban permeando por las estrategias de la Guerra Fría. En ocasiones, como el 8 de septiembre, las fuerzas de derecha, propiciadas por el muro, hicieron un mitin de alrededor de unas 10 mil personas, en el que llevaban pancartas nacionalistas a favor de los héroes de la patria y de desagravio a la Virgen de Guadalupe y a la bandera nacional, supuestamente ultrajados por los estudiantes. Pero junto a estas expresiones nacionalistas, hicieron una botarga que representaba al Che Guevara, que era la imagen del comunismo en Latinoamérica. Como contrapartida, el CNH hizo otro mitin en desagravio a la libre manifestación de las ideas políticas y sociales.

Algunos accidentes, como la volcadura de un autobús en Topilejo, en el que murieron diez personas, enardecieron al pueblo y se produjo un zafarrancho grave, que fue considerado como una acción de la gente en apoyo a los estudiantes; aunque los líderes de la población aseguraron que no había sido así, sino por la nula atención que las autoridades dieron al evento. Es posible que ambos motivos fueran la causa de la rebeldía del pueblo.

Se acercaban días todavía más complejos. La fecha del 15 de septiembre, que marca un hito en la historia nacional, pudo ser utilizada por ambos bandos para sus fines. Los estudiantes podían con toda verdad decir: ¿cuál independencia, cual libertad, si todo acuerdo era roto por la violencia gubernamental? Y como ariete para hacer evidente esta situación, el CNH decidió hacer la manifestación del silencio el 13 de septiembre. Tal vez ésta fue la más conmovedora o más impresionante de todas. Esta fecha no hay que olvidarla: conmemora la defensa de los estudiantes del Colegio Militar de la soberanía nacional, representada en el Castillo de Chapultepec.

Fue una marcha interminable. Multitudes estudiantiles llegaban al Zócalo, mientras seguían sumándose nuevos grupos a la columna que tenía su inicio a la altura del Museo de Antropología. Había muchas mantas con lemas estudiantiles. Algunas tomadas de la Revolución de Mayo en Francia, como “Prohibido prohibir” o “La imaginación al poder”. Y también, para que no se les acusara de extranjerizantes, había pancartas con las efigies de Morelos, Hidalgo y, sobre todo, de Pancho Villa y Zapata. Se cuenta en alguna anécdota cercana que había carteles de todo el santoral cívico mexicano, pero cuando alguien mostró la de Venustiano Carranza, nadie quiso portarla. Todos recordamos una fotografía periodística de una manifestación por los Campos Elíseos, en la que aparece una joven bella, que representaba a la Marianne de la Toma de la Bastilla. En “la marcha del silencio” no hubo una Marianne, sino un muchacho que era la imagen viva del presidente Díaz Ordaz y que, manteado, en regocijado silencio, hacía visajes que nos recordaba a un orangután. El detalle humorístico, acompañado del silencio de la marcha, creaba una atmósfera dramática, porque establecía un vínculo de identificación de la ciudadanía testigo con la activa propuesta de los chicos.

Pese a su impacto, en el Museo Nacional de Antropología, fueron maltratados todos los coches que se encontraban en el estacionamiento y algunos desaparecieron; los agresores iban armados y ya vestidos de blanco.

El CNH, el 14 de septiembre, ofreció al gobierno desistirse de que el diálogo fuera público, con tal de que se resolviera el pliego petitorio. Además, anunciaron otra manifestación, pero repudiaron los actos de provocación. Uno se preguntaría quiénes habrían sido los instigadores de todos éstos, algunos tan peligrosos como causar disturbios durante la noche del 15 de septiembre en la Plaza de la Constitución. Como contrapropuesta razonable, el CNH sugirió hacer la celebración en las instalaciones universitarias.

Cada día que pasaba la situación resultaba más confusa. Y el martes 17 de septiembre, la Secretaría de Gobernación dio respuesta a la carta a la que ya nos referimos del 10 del mismo mes, en la que la Secretaría “reiteró la decisión del gobierno de hacer uso de los recursos legales -si las circunstancias lo precisaban-, para que pudiera efectuarse normalmente la Olimpiada” (470).

Como se puede observar, aquí ya había un indicio de que el gobierno iba a dar una doble vuelta de tuerca a su estrategia en la relación con los estudiantes. Ese mismo día, grupos de provocadores y de miembros del muro tomaron las preparatorias 1 y 2 y agredieron a un conjunto de brigadas realizadas por los estudiantes, muchachos y muchachas, de las facultades de Derecho, Economía, Artes Plásticas, Medicina y Ciencias.

“Si las circunstancias lo precisaban” era una frase ciertamente ominosa, porque el miércoles 18 de septiembre, Ciudad Universitaria fue ocupada por el ejército. Toda persona que estaba en las instalaciones fue detenida y agredida esa noche: estudiantes, padres de familia, empleados, maestros, funcionarios, todos los que no pudieron salir fueron detenidos, excepto, quizá, la activista uruguaya Alcira Soust Scaffo, quien, en su intento por escapar quedó atrapada en el baño del sexto piso de la Torre de Humanidades. Los veladores de la Universidad se dieron cuenta de que ella estaba escondida allí y pudieron llevarle unas tortas, y eso fue lo único que comió durante los quince días que duró la invasión soldadesca. Todos sabíamos que allí estaba ella, pero no se podía hacer nada para rescatarla. Cuando al fin las autoridades gubernamentales entregaron cu, rápidamente el doctor Zea, director de la Facultad de Filosofía y Letras en esa época, llevó personal médico para atenderla de emergencia. Estaba muy debilitada y casi moribunda. Aunque nunca perdió su espíritu solidario y su capacidad poética, ya no fue la misma.

El jueves 19 de septiembre, el rector protestó y declaró:

La ocupación militar de la Ciudad Universitaria ha sido un acto excesivo de fuerza que Nuestra Casa de Estudios no merecía. De la misma manera que no mereció nunca el uso que quisieron hacer de ella algunos universitarios y grupos ajenos a nuestra institución (d-335, 704).

En el encabezado de esta declaración ya se percibe la escisión que caracterizó estos últimos días de septiembre a la comunidad universitaria, politécnica y estudiantil en general. En los juegos del poder, diversos grupos querían ser las voces dominantes y se resentían de la presencia de otros grupos. En esos días resurgió el viejo prejuicio y recelo entre universitarios y politécnicos, entre escuelas públicas y privadas, entre los estudiantes y algunos sectores de la ciudadanía.

Aunque siempre se dijo que los padres de familia estaban en contra del movimiento por lo que podía significar la pérdida de clases para el futuro de sus hijos, bastaría leer el desplegado de la Unión Cívica de Padres de Familia dirigido al presidente Díaz Ordaz para dar un mentís a tal opinión. En el texto hacen una defensa del sentido patriótico y constructivo de la lucha estudiantil y, en vista de la serie de agresiones de todo tipo que sufría el movimiento, la Unión Cívica hace una defensa del movimiento y de sus hijos específicamente. En el tercer parágrafo del texto señalan cómo a lo largo de estos dos meses una prensa “amarillista y mercenaria” ha hecho lo posible para confundir a la opinión nacional y mostrar a los muchachos como agitadores e irresponsables o apátridas y se les ha acusado de muchos delitos. Piden al Presidente que reflexione y aseguran que ellos se sienten orgullosos del movimiento con el que sus hijos están comprometidos (d-334, 702).

El tema de los Juegos Olímpicos fue una causa más que enrareció el diálogo entre la rebelión estudiantil y el gobierno. El 20 de septiembre, a sólo doce días del 2 de octubre, los líderes del CNH estaban dispuestos dejar algunos puntos del pliego petitorio para después de las Olimpiadas; también aceptaban no acudir más a actos violentos, de modo tal que el gobierno cesara la persecución y abandonara Ciudad Universitaria. Muchas fuerzas vivas, como el Partido Acción Nacional (PAN), como El Colegio de México, hicieron la misma solicitud para que el ejército desalojara cu; al mismo tiempo, por toda la ciudad había provocaciones y conflictos que llevaban al internamiento de otros estudiantes.

El 22 de septiembre, el doctor Barros Sierra dio a la publicidad su carta de renuncia. El 23, el cuerpo facultativo de la Universidad solicitó a la Junta de Gobierno que no la aceptara. Ese mismo día hubo un enfrentamiento violento entre estudiantes politécnicos y policías frente al hospital Rubén Leñero. Los estudiantes politécnicos se trasladaron después a la zona del Casco de Santo Tomás, que se vio convertido en “un campo de batalla. La situación se fue haciendo cada vez más crítica. Por todos los rumbos de la Ciudad de México y otras del interior, como Mazatlán, Ciudad Juárez, Puebla y Tampico, hubo escaramuzas entre los muchachos y las fuerzas del orden.

El lunes 30 de septiembre el ejército desalojó CU. Inmediatamente acudió la población universitaria a ocupar los espacios y el CNH, en la Facultad de Ciencias, declaró que no habría diálogo hasta que:

  1. fueran desalojadas las fuerzas públicas de los planteles del IPN.

  2. fueran puestos en libertad todos los estudiantes detenidos durante el actual movimiento.

  3. cesara la represión contra los estudiantes (477).

La situación era decididamente crítica, porque la represión se hacía cada vez más abierta y más frecuente. En todo el país, en mayor o menor medida, había pequeños o grandes grupos de chicos que deseaban participar en el movimiento, pese a que no se les ocultaba que era cada vez más peligroso; no era un juego, sino que su participación en la rebelión podía llevarlos a la cárcel o a la muerte. Dos días después, veríamos la verdad de este aserto.

El 1 y 2 de octubre la Ciudad de México y otras zonas importantes del país estaban invadidas por múltiples grupos de atletas, periodistas, cineastas, intelectuales y ciudadanos en general de todas las regiones del mundo, atentos a lo que seguramente habían leído en la prensa de sus países y, sobre todo, a sentir y pulsar el ambiente combativo y de pugnas internas entre la masa estudiantil y algunos trabajadores, y el gobierno mexicano, que era su anfitrión. Se dice que esto agudizó más el conflicto por ambos lados. Los jóvenes pensaron que era el mejor momento para exponer a la opinión pública del mundo la intolerancia y falta de manejo político del gobierno de Díaz Ordaz, y éste mostrarse como un dirigente con características difíciles de conciliar: amable y generoso como anfitrión y fuerte y poderoso como estadista.

Entonces pasó lo que nunca debería de haber pasado: el 2 de octubre el CNH convocó a un mitin y manifestación a las 5 de la tarde en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Allí asistieron agentes policiacos de la Dirección General de Seguridad y de la Procuraduría General, al mismo tiempo que un batallón del ejército que rodeó la plaza. A las 20:30 horas se desató un tiroteo, la tropa entró en el lugar y en un fuego cruzado -que según algunas versiones fidedignas no partió de los estudiantes, sino de policías que se encontraban en la azotea del Edificio Chihuahua-, las balas alcanzaron a la multitud que allí se hallaba reunida. Es decir, hubo claros indicios de que era una celada bien organizada para amedrentar y deshacer el movimiento.

La serie de textos, como La noche de Tlatelolco, de Poniatowska, o Los años y los días, de González de Alba, dan una visión puntual y profundamente afectiva de esa noche trágica. Porque fueran 10 mil o 15 mil los muertos y heridos, fue un crimen calculado de jóvenes, casi niños, que asistieron a ese mitin. En esta gran metrópoli que es la Ciudad de México, muchas de las cosas que suceden en ella no se saben o se ignoran, pero esa noche el ulular de las sirenas, el mecánico ruido de los transportes militares, la oscuridad y el silencio en otros sitios y, a lo lejos, el sonido de los disparos, no auguraron nada bueno.

A la mañana siguiente, la imagen de una plaza llena de zapatos abandonados -que seguramente en el desesperado intento de huir de las balas, de los golpes de los bayonetazos, los abandonaron sus portadores- fue la clara muestra de una orden superior que había mandado a asesinar a jóvenes indefensos. Porque esos muchos tiros que se escucharon y las armas que los contenían, las traían los agentes provocadores, como siempre se supo que había. Para nadie fue un secreto que la impotencia para biengobernar del Presidente y su círculo del poder lo habían impulsado a autorizar este innoble acto.

Desafortunadamente el 2 de octubre fue el primer acto de una guerra sin cuartel para los que habían participado en el movimiento y que acabaron algunos ejecutados cobardemente y otros padecieron cárcel a lo largo de varios años. Triste episodio para un país que en esos días celebraba el día de la paz y el deporte.

Conclusiones

A la luz de los 50 años de los acontecimientos de 1968, pienso que algo que se podía haber solucionado el día 24 de julio, por haber sido un sencillo pleito entre dos escuelas, cosa frecuente, más bien fue el indicio primero de un gran descontento que había entre los jóvenes que vivían en una sociedad profundamente paternalista y autoritaria, tanto en el hogar como como en el mundo exterior y que el movimiento dio cauce a esas inquietudes y a esas diferencias.

El título del ensayo parte de un conocimiento bastante frecuente que he tenido de los huracanes: me han tocado vivir varios y en ellos al principio los vientos parecen simplemente pequeños vendavales, pequeños oleajes que nos dan a la distancia el sentimiento de ser peligrosos pero lejanos, pero después de una hora o dos, el sol ardiente se apaga, el viento y las lluvias se acrecientan y, cuando menos lo vemos, estamos en medio de un terrible coloso. En la evolución del movimiento creo que al gobierno le faltó inteligencia política para evitar la violencia que fue siempre en aumento, con la pretensión de acabar con el movimiento. Sí lo acabó, lo aplastó y a costa de muchas vidas. También se advierte en toda la evolución del fenómeno que hubo muchas corrientes subterráneas que incidieron en él: la Guerra Fría, los Juegos Olímpicos, las luchas entre izquierda y derecha en el país y las pugnas por el poder en la cúpula gubernamental.

Referencia bibliográfica

Knochenhauer, María de los Ángeles (1980) El movimiento estudiantil en México. 1968. Documentos. México: Universidad Nacional Autónoma de México, tesis de licenciatura [texto mecanografiado]. [ Links ]

1 Todos los números que aparecen entre paréntesis en el texto corresponden a páginas e imágenes de Knochenhauer (1980).

2Movimiento Universitario de Renovadora Orientación, grupo de choque juvenil de ultraderecha ligado al Yunque, ala fascistoide dentro del Partido Acción Nacional.

Recibido: 25 de Julio de 2018; Aprobado: 15 de Agosto de 2018

Eugenia Revueltas tiene el grado de doctora en Letras Hispánicas. Cursó estudios de Medicina y después de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es profesora de dicha Facultad desde 1969, donde ha impartido las asignaturas de Literatura Moderna y Contemporánea Española, Seminario de Crítica Literaria, Teoría Literaria, Historia de la Cultura, entre otras. Se ha especializado en Semiótica del Teatro y en estudios comparados entre Historia y Literatura. Durante el Año de la Amistad Mexicano-Filipino en 1965 dio conferencias en Tokio, Manila, Yakarta, Nueva Delhi. Durante once años dirigió la revista Punto de Partida. Ha escrito más de 130 artículos para publicaciones especializadas y siete libros de investigación literaria. Viajera frecuente, tiene una perspectiva amplia sobre los problemas sociales o políticos de otras naciones, como España, Alemania y Estados Unidos.

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