Introducción
El objetivo del presente artículo es abordar un aspecto crucial de la dinámica política contemporánea: el discurso en el espacio público. Los actores políticos suelen aspirar al hecho de que sus discursos influyan en la configuración de una representación de la realidad, que se instale como verdadera y funcione para legitimarse ante la sociedad.
Considerando concretamente el chavismo -que entendemos como sinónimo del Socialismo del Siglo XXI-, podría sostenerse que este movimiento dispone de una parafernalia que apela a la cultura política criolla, como el Bolivarianismo (Caballero, 2010; Carrera Damas, 2003; Pino, 2010; Straka, 2009), el caudillismo mesiánico (Capriles, 2009), la idea de refundación permanente de la nación (Torres, 2009), y al populismo de izquierda latinoamericano tradicional (Arenas, 2016; Cannon, 2009; Ellner, 2011; López, 2011; López y Panzarelli, 2011).
No obstante, junto con los movimientos arriba mencionados, se despliega un mecanismo particularmente notable que ocupa el interés del presente artículo y que consiste en la sacralización política. Ciertos autores (Carretero-Pasin, 2009; Gentile y Mallet, 2000; Gentile, 2006; Linz, 2006) han asociado este concepto con el esfuerzo de construir una religión política y de generar un culto a la personalidad. Este sería el caso de Hugo Chávez, apuntalado en el esfuerzo propagandístico por apuntalarlo como referencia de liderazgo único. La función de esta forma política sería otorgar legitimidad a la permanencia en el poder del chavismo, desde una fuente de carácter mítico o divino.
En virtud de lo anterior, la propaganda del chavismo construye un imaginario alrededor de la figura de su líder carismático. Se atiende aquí al esquema de liderazgo desarrollado por Weber (2002), donde la legitimidad de una forma de dominación se fundamenta eminentemente en la legitimidad superior del líder, no en virtud de su rol formal dentro del entramado burocrático, sino por rasgos adscritos a su persona, que le permiten lograr la confianza y afecto del pueblo. Modernamente, este tipo de liderazgo conduciría a la instalación de regímenes plebiscitarios.
En dicho imaginario, Hugo Chávez es un héroe mítico (Campbell, 1972); sus propuestas adquieren carácter trascendental y se convierte en la referencia ética de la sociedad. Entre los tópicos asociados a lo sentimental, destaca significativamente uno: el del “amor”, el cual se maneja en el discurso del chavismo como la fuerza que lo inspira e impulsa. A primera vista, el uso del tópico “amor” como leit motiv del denominado Socialismo del Siglo XXI luce paradójico, si se tiene en cuenta su talante militarista. Se podría especular que se está ante un esfuerzo por fusionar en el mismo campo de significado expresiones que comúnmente se entienden como contrapuestas, como las alusiones a la violencia y a la destrucción del adversario, dentro de un esquema donde el chavismo se (re)presenta como la encarnación del sentimiento de “amor”. Así, el chavismo se orienta a construir una metarrealidad donde esta coincidencia sea posible, amparada en un proceso de sacralización política, en el cual este movimiento se presentaría como la encarnación de la bondad amorosa.
La noción de metarrealidad se acuña en este trabajo para definir el esfuerzo discursivo orientado a construir e imponer un marco de sentido bajo el cual se expliquen los eventos que en las distintas sociedades ocurren, de forma consistente, con el propio relato ideológico. Estas explicaciones se caracterizan por no atender necesariamente a un criterio de veracidad; suelen desafiar las evidencias que contrastan con las emanadas desde la propaganda oficial y en ocasiones chocan hasta con el más elemental sentido común.
El objetivo último de este esfuerzo discursivo es la imposición de un universo de significados que opere como único referente de explicación de la realidad y la consolidación de los patrones ideológicos del movimiento desde su posición hegemónica. Un ejemplo de metarrealidad sería la explicación ofrecida sobre la espiral inflacionaria sufrida en Venezuela desde 2017, que el gobierno venezolano atribuyó a una “guerra económica” contra la “revolución bolivariana”. El argumento de la “guerra económica” serviría, en este caso, para desplazar hacia otros actores la responsabilidad por la crisis y para generar una legislación ad hoc que favorecía la criminalización arbitraria de ciertos individuos o grupos.
El “amor” como tópico es parte de la arquitectura de la metarrealidad que se aspira a ser establecida, a través de una resemantización, para asociarla con la figura de Chávez. Teniendo en cuenta que todo significado es de carácter relacional, es ahora la imbricación del término con el universo de sentido emanado en función del líder lo que le otorga significado. En este caso, el tópico “amor” usado en el discurso del chavismo, adquiere sentido a través de su vinculación con Hugo Chávez, y luego de su muerte (2013), con su memoria junto con la llamada “Revolución Bolivariana” en sí misma.
Se plantea como premisa que el recurso de proyectar el tópico del “amor”, como referencia de identidad en el chavismo, se ubica dentro de una estrategia de sacralización política, donde la imagen divinizada de Chávez es el fundamento de legitimidad del Socialismo del Siglo XXI para, con ello, sustentar su permanencia en el poder.
La propuesta de este artículo radica en que esta dinámica de sacralización política se ajusta al esquema de un régimen totalitario, generando una correspondencia con el culto a la personalidad que suele caracterizar a estos sistemas.
Se alude al prefijo meta -etimológicamente de origen griego-, que significa “más allá”, para indicar una ficción, que se antepone a la realidad, pretendiéndose que se imponga y desplace a ésta.
El presente trabajo apunta hacia la consolidación de una relación entre el chavismo y las masas centradas en la afectividad y en la conexión emocional, por encima de criterios que atendiesen a la racionalidad instrumental moderna y la rendición de cuentas democrática.
Unos breves comentarios sobre el espacio público
Teóricos fundamentales en el estudio del espacio público, su evolución histórica y funciones serían Arendt (2008), Habermas (1982), Koselleck (1965) y Rawls (1997).
Habermas (1982), considera que el espacio público es el lugar para el ejercicio de la deliberación racional de los ciudadanos y su existencia es una condición fundamental para el éxito de la democracia moderna. Para Habermas (1982), el espacio público está profundamente relacionado con el desarrollo de las formas políticas de la modernidad.
Para Kant (1978, 1989), la razón por la cual había que analizar el espacio público, era para sentar las bases para una mejor comprensión tanto de la acción política como de sus fines dentro de la sociedad. Su existencia se plantea como una condición esencial para que la política se sostenga sobre una ética que garantice la dignidad moral del hombre; su objetivo fundamental es la realización de la razón práctica.
Arendt (1993) entiende el espacio público como el escenario de realización de la libertad de los individuos. Para Arendt, la libertad tiene una naturaleza eminentemente política, por lo cual se ejerce necesariamente en un campo plural de intercambio y deliberación abierta entre individuos (publicidad). De esta forma, el espacio público debe consagrar el pluralismo y la libertad de expresión y de pensamiento. Estos elementos serían condiciones básicas para el ejercicio de la reflexión racional que idealmente se espera del debate.
El espacio público es, en la óptica de Arendt, un escenario de relaciones entre individuos (Sahuí, 2000), el cual posee, además de la dimensión jurídica y sociocultural, una dimensión física, geográfica, que correspondería con la ciudad, donde transcurre la vida social y se operacionalizan las acciones políticas.
Arendt (2008) sostiene que, en los regímenes totalitarios, el espacio público suele desnaturalizarse por la liquidación de la racionalidad inherente a estos sistemas, así como por la pérdida de pluralismo y comunicabilidad.
Hoy en día el espacio público comprendería todos los escenarios donde puedan encontrarse sociedad civil y poder político, y tratarse los temas relativos al gobierno de la nación. Esto incluye lugares públicos, medios masivos de comunicación, redes sociales, por mencionar los más relevantes.
En dichos espacios, los actores involucrados manejan discursos con los cuales esperan encontrar eco y afirmación en la sociedad y, por supuesto, legitimar sus proyectos societales. El uso de símbolos y significados compartidos socialmente es particularmente importante, ya que en la medida que el discurso logre conquistar el imaginario colectivo, es mayor la posibilidad de asegurarse el favor de la opinión pública.
En contraste con la tradición europea, en América Latina el espacio público se desarrolló desde una dinámica muy distinta y, en cierto modo, contraria (Andara, 2009), lo que habría redundado en una fuerte preeminencia del Estado, en la existencia de sectores sociales que actuaban como corporaciones que competían entre sí por los favores y privilegios de aquel, así como una precariedad institucional, en combinación con un acentuado personalismo político, que condujo en la práctica a una cultura donde el público, más que simpatizar con ideologías, como en el caso europeo, simpatiza con liderazgos carismáticos, frecuentemente autoritarios, y cuyo discurso no con escasa frecuencia se desliza por el espectro populista.
De lo anterior se desprende que la arena política latinoamericana sería un campo fértil para proyectos como el Socialismo del Siglo XXI, que se identifican como revolucionarios y muestran un estilo militarista, populista y antipolítico y se sostienen fuertemente sobre un liderazgo carismático, como lo fue, sin duda, Hugo Chávez.
Para ciertos autores (Caballero, 2010; Calcaño y Arenas, 2013; Guerra, 2007; Martínez, 2012; Pino, 2010), desde la llegada de Chávez al poder, en 1999, Venezuela inició un tránsito sostenido hacia la implantación de un régimen con características coincidentes con el totalitarismo. Llegados a este punto, es conveniente hacer una serie de precisiones conceptuales que se exponen a continuación.
Totalitarismo y Socialismo del Siglo XXI
Entre las investigaciones en torno al totalitarismo pueden mencionarse los trabajos punteros de Hannah Arendt (2008), Raymond Aron (1968), Friedrich y Brzezinski (1956), Francoise Furet (1999), Claude Lefort (2004), Juan Linz (2000), y Alain Touraine (2001), que lo abordan desde distintas perspectivas que incluyen lo político, sociológico, histórico, filosófico y hasta lo psicológico, cubriendo -entre muchos temas-, el culto a la personalidad del líder, el tratamiento de la verdad oficial, la construcción de la realidad, el manejo de la legalidad, el uso sistemático del terror, el control sobre la economía, el desafío al sentido común, el lenguaje y lo simbólico compartido socialmente, etc. Lefort (2004) explica que “…el concepto de totalitarismo supone este doble fenómeno: una sociedad sin divisiones y un poder estatal que condensa en una unidad el poder policial, el conocimiento y la ley que fundan el orden social” (p. 263).
Fernández (2001) plantea que el surgimiento de este fenómeno político constituye una de las explicaciones causales de la violencia que caracterizó al siglo XX y ofrece una definición práctica del mismo, entendiéndolo como:
[…] la sumisión de todos los aspectos de la vida humana y de la sociedad, incluso las vertientes intelectuales, científicas y artísticas, a la intervención del Estado… implica, inexorablemente, violencia; hacia el exterior los regímenes totalitarios han provocado conflictos internacionales, hacia el interior han coincidido todos en la práctica de la represión de las minorías y disidentes cuando no del conjunto de la ciudadanía (Fernández, 2001: 66).
El estudio del totalitarismo no está en modo alguno despojado de controversias y sufre en la actualidad de cuestionamientos desde diversos frentes, los cuales sostienen, primordialmente, que éste se ha convertido en una expresión polisémica y vaga (Sartori, 2007). Traverso señala que el término involucra tantas acepciones que se ha tornado “maleable, polimorfo, elástico, y en el fondo ambiguo” (2001: 100).
La asociación de este concepto con ciertos sistemas políticos, como el nazismo alemán o el fascismo italiano durante la Segunda Guerra Mundial, ha prevenido a ciertos autores de usarlo para calificar regímenes como el stalinismo, aliado contra las fuerzas del eje durante el mismo suceso histórico, mientras que otros pensadores no dudaron en referirse al régimen de la URSS como totalitario, independientemente de su participación en dicha guerra, así como a otras tiranías de corte marxista o de izquierda, consolidadas desde la segunda mitad del siglo XX.
En todo caso, existe acuerdo en que el concepto conserva su utilidad y vigencia como categoría de análisis político (Martínez, 2011). Friedrich y Brzezinski (1956), sintetizan algunas de sus características:
Elaborada ideología, enfocada al logro de un estado de perfección final de la humanidad;
Partido único de masas típicamente dirigido por un solo hombre;
Uso sistemático del terror, físico o psicológico;
Cuasimonopolio de los medios efectivos de comunicación de masas;
Monopolio del uso efectivo de las armas de combate, y
Control centralizado de la totalidad de la economía a través de la fiscalización burocrática.
Por su parte, Arendt (2008) le atribuye los siguientes rasgos:
Concentración del poder en un líder.
Sustitución del sistema de partidos por un movimiento de masas.
Terror total como mecanismo de dominación.
Progresiva abolición de las libertades y derechos de la persona humana.
Desplazamiento constante del centro del poder.
Coexistencia del poder real y el ostensible.
Uso de la propaganda y del sistema educativo para adoctrinar.
Supervisión centralizada de la economía.
Manipulación de la legalidad con el propósito del logro de sus objetivos.
De los rasgos mencionados se desprende la existencia de un líder carismático, de quien emana la ideología, como palabra sagrada y a quien se le debe devoción plena.
En su relación con el espacio público, el totalitarismo atenta contra éste al apropiárselo y subvertir radicalmente su premisa de racionalidad, tal como indica Lefort (2004: 195): “la vocación del poder totalitario consiste efectivamente en atraer hacia su ámbito al pensamiento y a la palabra públicos; en clausurar el espacio público… para convertirlo en su espacio privado”. Para este autor este proceso ocurría primordialmente desde lo simbólico, que entiende como categoría instituyente, que precede y luego va a dar forma a los fenómenos instituidos (las instituciones y prácticas políticas concretas). De esta forma, las relaciones de poder entronizadas en el espacio público van a depender de los simbolismos transmitidos en el lenguaje para sostenerse en el tiempo. Este antecedente es el pie para pasar al siguiente punto.
Amor y totalitarismo
Desde la acera del liberalismo encontramos a Hayek (2009), quien en su obra clásica “Camino de servidumbre”, reflexiona sobre los refinados mecanismos propagandísticos del totalitarismo, en los cuales se recurre a la construcción de representaciones ideológicas, a través del discurso difundido en el espacio público, apelando al lenguaje compartido, pero asignándole nuevas significaciones:
Y la más eficiente técnica para esta finalidad (el lograr que la gente acepte los valores del movimiento totalitario) consiste en usar viejas palabras, pero cambiar su significado. Pocos trazos de los regímenes totalitarios son a la vez tan perturbadores para el observador superficial, y tan característicos de todo un clima intelectual como la perversión completa del lenguaje, el cambio de significado de las palabras con las que se expresan los ideales de los nuevos regímenes (Hayek, 2009: 198, cursivas nuestras)
La resultante esperada de esta práctica sería la creación de una realidad paralela, en la cual los hechos y la dinámica social en general se interpretarán eminentemente a la luz de los patrones ideológicos del poder totalitario. En este punto, los significados se convierten en una substancia maleable desde el poder, el cual podría matizarlos o transformarlos a conveniencia, hasta el extremo figurativo de la distopía orwelliana, reflejada en la novela 1984, donde con la estrategia de “doble pensamiento” las palabras llegan a significar su antónimo (“la paz es la guerra, la libertad es la esclavitud, la ignorancia es la fuerza”).
En esta situación, el líder carismático termina convirtiéndose en la encarnación de las palabras y significados asociados a las mismas. Hayek (2009) lo sintetiza de la siguiente forma:
De manera gradual, a medida que avanza este proceso, todo el idioma es expoliado, y las palabras se transforman en cáscaras vacías, desprovistas de todo significado definido, tan capaces de designar una cosa como su contraria y útiles tan sólo para las asociaciones emocionales que aún les están adheridas (p. 199-200).
El énfasis suele colocarse en aquellos términos que transmiten significaciones absolutas, como -por mencionar algunos- paz, vida, amor, nacimiento, felicidad, libertad, igualdad, etcétera, las cuales permiten desarrollar un discurso que siempre tendrá connotaciones épicas, amén de que al ser propuestas como causas políticas adquieren una connotación éticamente superior. Típicamente se hace referencia a imágenes trascendentales, poderosas, o bien a metamorfosis sociales radicales, aupadas por una afectividad intensa, por una lealtad ciega y en general por una relación de devoción incondicional de las masas hacia el movimiento y en particular hacia su liderazgo.
En consonancia a lo anterior, resulta indispensable ofrecer alguna definición del chavismo como movimiento político y objeto de análisis, que satisfaga le necesidad académica de precisar a qué se refiere el término dentro del presente artículo. Si bien no se pretende aquí agotar un debate sobre la naturaleza e identidad unívoca del chavismo, desde una perspectiva de la sociología política compartimos la desarrollada por Martínez (2012):
[El chavismo] Se trata en primer lugar de un movimiento de orientación revolucionaria, conducido por un núcleo duro de verdaderos revolucionarios, a cuya cabeza se encuentra Hugo Chávez. Este núcleo, de la mano de una ideología mítica centrada en el culto a Bolívar, busca generar cambios profundos en la estructura de valores e instituciones del país, en función de la progresiva implantación de un socialismo escasamente definido, pero que en todo caso luce antimoderno o regresivo, en tanto busca erradicar el capitalismo y la democracia liberal y sustituirlos por un régimen iliberal, de carácter netamente colectivista y estatista (p. 367, cursivas nuestras).
En contraste, desde el campo de la militancia política, el sucesor designado por Hugo Chávez, Nicolás Maduro (2015), brinda su propia definición, cargada precisamente del tópico “amoroso”, abordado en el presente trabajo:
Si tuviéramos que sintetizar qué es el chavismo, qué es bolivarianismo del siglo XXI, tendríamos que decir que es la máxima expresión de amor que jamás se haya sentido y se haya practicado por nuestra Patria venezolana en toda su historia; ese es el chavismo, es amor, amor, amor y sólo amor en todas sus expresiones y magnitudes (p. 5).
Como se puede observar, la idea alrededor de la cual gira la definición dada por Maduro es un chavismo fundamentalmente como instituyente del “amor”. Su misión, consecuentemente, consistiría en ser el referente de este sentimiento para la sociedad. En consecuencia con este planteamiento, el eje vinculante del chavismo con las masas ha sido principalmente la afectividad, tal como han señalado distintos autores (Castro, 2000; Nieto y Otero, 2002; Cortés, Materán y Méndez, 2008; Rodríguez Fernández, 2012).
El entramado ideológico basado en la noción de “amor”, genera un argumento circular, en el sentido de que se justifica a sí mismo, y para demostrar su veracidad no necesita otra cosa que la constante ratificación discursiva del voto de amor hacia el objeto elegido, que en este caso podría ser “el pueblo”, y quien es por excelencia el blanco de la acción política de los populismos latinoamericanos (Laclau, 1996).
En este sentido, y para analizar las tesis planteadas en este artículo, se tomó una muestra de emisiones discursivas que se realizaron desde una postura ideológica chavista y que circularon en el espacio público. Las mismas cubren momentos decisivos, relativos a los gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro y, desde nuestra perspectiva, permiten registrar el proceso de sacralización de la figura de Hugo Chávez, y la construcción de una “religión política” en torno a él, observable en un lapso de alrededor de una década (2006-2018) y que abarca tanto la etapa carismática del chavismo, como la postcarismática, luego de la desaparición física de su líder:
Un spot de campaña electoral de Chávez en 2006. Este spot se consideró relevante porque la campaña suponía también una evaluación al primer periodo presidencial completado por Hugo Chávez, luego de haber tenido éxito en su primera reelección en el año 2000 y luego de la aprobación de la Constitución elaborada por la Asamblea Nacional Constituyente.
Un volante propagandístico a favor del referéndum consultivo de 2009. Este referéndum permitió, por primera vez en la historia republicana de la nación, la reelección presidencial indefinida.
Extractos del último discurso de Chávez (08 de diciembre de 2012). Fue su última alocución en cadena nacional y constituyó la despedida del entonces presidente venezolano, quien falleció poco después.
Selección gráfica de propaganda visual “Venezuela indestructible” agregada a los espacios públicos urbanos en 2016-2017. La imagen del “corazón del pueblo” pasó a ser una de las referencias visuales más icónicas del chavismo luego de la desaparición física de Hugo Chávez.
La oración “Chávez Nuestro”. Esta oración, cuya autoría se atribuye a María Estrella Uribe, fue hecha pública en el marco del III Congreso del Partido Socialista de Venezuela, en el año 2014.
Afiche conmemorativo del primer lustro del fallecimiento de Hugo Chávez. En este punto, la transfiguración de Chávez en divinidad dadivosa de amor pareciera haberse completado, por tanto, se abandona su representación con figura humana.
Desde un enfoque cualitativo, y tomando como base la perspectiva de los estudios críticos del discurso (ECD), se abordan diferentes elementos discursivos y gráficos de la muestra seleccionada.
Precisiones metodológicas y conceptuales
Se parte de la premisa de que -siguiendo a van Dijk- el discurso, tanto oral como escrito y gráfico, es un “acontecimiento comunicativo”, lo que incluye la interacción conversacional, los textos escritos y también los gestos asociados, el diseño de la portada, la disposición tipográfica, las imágenes y cualquier otra dimensión o significación semiótica o multimedia (van Dijk, 2003: 147). Asimismo, se entiende como una forma de acción social que genera realidades. De acuerdo con este autor, a través del estudio del discurso es posible tratar problemas y fenómenos sociales, mediante los patrones de ejercicio del poder, representaciones sociales, imaginarios, creencias y contenidos ideológicos entre otras muchas posibilidades que los contenidos discursivos transmiten.
Por otro lado, el mismo van Dijk (2003) elabora macroestructuras semánticas para analizar significaciones y figuras retóricas.
En este punto se recurre a Castoriadis (2007) quien entiende el imaginario como “un magma de significaciones” que hacen viable la vida social, en virtud de que transmite representaciones, símbolos, creencias y esquemas de pensamiento compartidos, que transcurren en el lenguaje, en los discursos que se generan en todos los planos de convivencia social. El imaginario opera como instituyente creador de vida social para Castoriadis, quien plantea que “[l]a institución de la sociedad es en cada momento institución de un magma de significaciones imaginarias sociales, que podemos y debemos llamar mundo de significaciones” (2007: 556).
El estudio del discurso permite determinar los recursos simbólicos usados por determinados sectores de la sociedad. Van Dijk (2003: 144) hace énfasis en que el ACD no es un método… es más bien una perspectiva, crítica, sobre la realización del saber: es, por así decirlo, un análisis del discurso efectuado “con una actitud”. Asimismo, Murillo y Vergara (2004) señalan que el ACD “no posee una metodología de análisis preestablecida, sino que selecciona la teoría y los métodos según el objeto de estudio en concreto”. En esa misma línea van Dijk (2003) deja claro que el ACD.
[…] no nos brinda un enfoque ya hecho que nos indique cómo hacer el análisis social, sino que subraya que para cada estudio debe procederse al completo análisis teorético de una cuestión social, de forma que seamos capaces de seleccionar qué discurso y qué estructuras sociales hemos de analizar y relacionar (p. 147).
Concretamente, interesa al presente artículo ahondar en el análisis del sentido del discurso, y por ello el énfasis en el aspecto de la semántica y de las figuras retóricas (metáforas, pará-frasis, eufemismos, aliteraciones, ironías, etc.) empleadas en la muestra. Los macrotópicos fueron los asociados con la representación de Hugo Chávez, y la representación del tópico amoroso.
Como ya se planteó, la sacralización política pasa por la construcción del líder como un héroe mítico. En este sentido, se toma el paradigma del “viaje del héroe” desarrollado por Campbell (1972), donde se contempla un esquema separación-iniciación-retorno. Efectivamente, el personaje nace en un escenario correspondiente al mundo ordinario, independientemente de su condición divina; posteriormente recibe un llamado que lo llevará a la aventura y a la batalla, que supondrán pruebas y sacrificios de los cuales saldrá fortalecido física y espiritualmente, listo para lograr su redención y transfiguración, y repartir sus dones a la grey.
En cuanto a los mitos, Barthes (1989), sostiene que las sociedades contemporáneas, al igual que las antiguas, siguen creando mitos desde sus respectivas posturas ideológicas, los cuales se transmiten a través del espacio público, la publicidad, el cine, las noticias, la propaganda y los medios de comunicación en general.
Los mitos tienen la capacidad de instituirse en el imaginario colectivo, especialmente cuando se construyen con referentes simbólicos que son familiares para la sociedad. Como dice Barthes (1989), el mito no oculta nada, sólo lo deforma, lo naturaliza, lo convierte en relato. En este artículo se propone que el Socialismo del Siglo XXI generó un relato legitimador a partir de la erección de un mito alrededor de su líder mesiánico Hugo Chávez.
Del discurso expresado en las piezas seleccionadas interesa abordar primordialmente los elementos semánticos y las figuras retóricas utilizadas, como se registra en la siguiente sección.
Campañas electorales, discursos y espacio público
Spot de campaña presidencial “Por amor”
En el año 2006, Hugo Chávez realizó su campaña presidencial para lo que sería su segunda reelección. Su contendor principal fue el entonces gobernador del estado Zulia, Manuel Rosales En un escenario polarizado en que ambos candidatos coparon la atención, participó una decena de aspirantes a la presidencia. Finalmente, y de acuerdo con datos del CNE, Hugo Chávez triunfó por amplia mayoría, obteniendo más del 60 % de los votos válidos, mientras que Rosales alcanzó aproximadamente 36 % de los votos.
Entre los mensajes de campaña elaborados entonces, figura un spot televisado y distribuido en volantes, que se tituló “Mensaje de amor para el pueblo de mi Venezuela” en el cual Hugo Chávez se dirigía directamente al electorado, y cuyo texto se reproduce a continuación:
Mensaje de amor a mi pueblo de Venezuela:
Siempre, todo lo he hecho por amor. Por amor al árbol, al río, me hice pintor. Por amor al saber y al estudio me fui de mi pueblo querido, a estudiar. Por amor al deporte me hice pelotero. Por amor a la patria me hice soldado, Por amor al pueblo me hice presidente, ustedes me hicieron presidente. He gobernado estos años por amor. Por amor, hicimos Barrio Adentro. Por amor, hicimos Misión Robinson. Por amor, hicimos Mercal. Todo lo hemos hecho por amor. Aún hay mucho por hacer. Necesito más tiempo. Necesito tu voto. Tu voto, por amor (Esteves, 2011).
Gráficamente, lo primero que se destacaba del volante era una toma de primer plano del rostro de Chávez que mira al infinito. A la derecha de la imagen, se presentaba el relato, en el cual se encuentran coincidencias con el viaje del héroe, donde se tiene un personaje predestinado, poseedor de una virtud absoluta y trascendente, que en el caso de Chávez viene a ser el “amor” (“todo lo he hecho por amor”). Esta virtud del Héroe-Chávez es ilimitada, y abarca a toda la creación (“amor al río”, “amor al árbol”); en adición, su sensibilidad no sólo le permite proyectar amor, sino que lo dota de cualidades de artista-creador, capaz de reflejar -y quizás hasta construir- la realidad (“me hice pintor”).
En el relato, el héroe comienza su existencia en un entorno ordinario, pero fundamentalmente idílico. Al producirse el llamado a la aventura, e impulsado por su esencia amorosa, abandona su vida de pureza y comunión con lo sencillo (“me fui de mi pueblo querido”), e inicia su viaje, en el cual se fortalece y transforma, consolidando sus talentos de mente y cuerpo (“[…] a estudiar […] me hice pelotero.”). Efectivamente, en la travesía, se vuelve sabio y fuerte -a través del estudio y el deporte-, para finalmente devenir en un guerrero (“[…]me hice soldado.”). Debe recordarse aquí que la función del viaje es exponer al personaje a una serie de pruebas, batallas y sacrificios, que redundarán en hacer surgir su carácter divino, gracias a las revelaciones espirituales que le ofrecerá este tránsito, que finalmente es un proceso de purificación.
Culminada su preparación, el héroe está listo para manifestar sus cualidades a los hombres que lo reconozcan como su Héroe (“ustedes me hicieron presidente.”). Culminaría entonces, su travesía, al quedar ungido como el divino conductor de sus fieles. Con su victoria, se cierra el círculo de la travesía, el héroe retorna, para recibir el reconocimiento por sus logros, al tiempo que, como figura divina ya, puede beneficiar a sus seguidores.
Puede afirmarse que se registra una resemantización del significado de “amor”, que pasa a ser la expresión del carisma y la actuación de Chávez. Complementando lo anterior, y en un paralelismo con la religiosidad cristiana, Chávez es un Dios de amor y redentor de su grey, a través de los dones (o “Misiones”) que reciben quienes le declaran su fe.
Efectivamente, Chávez, de acuerdo con este planteamiento discursivo, ha pasado a ser el Dios cristiano, ya que como indica la cita bíblica 1 Juan 4:8, “Dios es amor”. Esta proposición apuesta netamente por lo afectivo y emocional, y la crítica caerían en el campo de la herejía.
Esta representación, necesariamente decanta en la entronización eterna del Héroe-Chávez, devenido en deidad, la cual se manifestó políticamente en el referéndum aprobatorio de 2009, que garantizó la permanencia de Hugo Chávez en el poder hasta su muerte.
La siguiente pieza del corpus, relativa a dicho evento, muestra que el discurso mantiene el leitmotiv de asociar la figura de Hugo Chávez con el tópico “amor” y apuntala un imaginario donde la única situación política legítima era aquella que contemplara la permanencia de Chávez en el poder.
Razones para votar “sí” por Chávez
El 1º de diciembre de 2008, Hugo Chávez propuso la realización de un referéndum. En ese mismo mes, la Asamblea Nacional, lo aprobó, con la pregunta que quedó redactada de la siguiente forma:
“¿Aprueba usted la enmienda de los artículos 160, 162, 174, 192 y 230 de la Constitución de la República, tramitada por la Asamblea Nacional, que amplía los derechos políticos del pueblo con el fin de permitir que cualquier ciudadano o ciudadana, en ejercicio de un cargo de elección popular, pueda ser sujeto de postulación como candidato o candidata para el mismo cargo por el tiempo establecido constitucionalmente dependiendo su posible elección exclusivamente del voto popular?” Sí No.
Si bien producto de las negociaciones políticas, la capacidad de ser reelegido indefinidamente se garantizó para todos los cargos de elección popular, el beneficiario específico del procedimiento era Chávez, quien resultó triunfador en la consulta realizada el domingo 2 de febrero de 2009, por aproximadamente 55 % de los votos, aventajando en unos 10 puntos a la opción que rechazaba la propuesta, según cifras publicadas por el CNE.
Entre las piezas de propaganda difundidas figuró un volante, de diseño informal, que emulaba una suerte de panfleto borroneado y rayado (el detalle de los rayones eran firmas, entre ellas la de Chávez) que proponía “Diez razones para votar sí por Chávez”, como se muestra a continuación:
El texto del volante se reproduce a continuación:
Las 10 razones para votar sí por Chávez:
Porque Chávez nos ama y amor con amor se paga.
Porque Chávez nos ama y es incapaz de hacernos mal.
Porque Chávez y nosotros somos uno en el empeño de construir un país que proporcione a sus ciudadanos la mayor suma de felicidad posible.
Porque Chávez somos todos y nos expresamos con él y en él. Votar por Chávez es votar por nosotros. Votar por los oligarcas es votar por nuestros verdugos.
Porque juntos nos equivocamos y juntos acertamos.
Porque al aprobar la enmienda estamos fortaleciendo a Chávez y fortaleciéndonos nosotros, para que juntos, podamos depurar, rectificar, todo dentro de la revolución.
Porque sin Chávez se perderá la oportunidad de demostrar al continente, a la humanidad, que el camino al infierno que nos propone el capitalismo se puede evitar, que hay esperanzas, que el mundo viable y feliz es posible, que la humanidad tiene futuro.
Porque si los oligarcas vuelven a gobernar, será un gobierno de los poseedores contra los humildes y desposeídos.
Porque sin Chávez volveremos a postergar el sueño Bolivariano. Los días de San Pedro Alejandrino no pueden repetirse ahora seremos paso de los Andes, Carabobo, Ayacucho. La memoria de los libertadores no será deshonrada.
Porque con la enmienda estaremos demostrando: Que somos un pueblo que tiene la oportunidad de construir un mundo donde las relaciones sean determinadas por la fraternidad y el amor. Y nunca jamás un pueblo negativo, pequeño, mezquino, que cambia su futuro por unos espejitos, por arena, por promesas de sus verdugos.
Es interesante que la pieza no alude a la pregunta del referéndum y, de hecho, sólo menciona de paso -en las “razones” 6 y 10- que se trataba de una enmienda constitucional. El argumento gira alrededor de la fidelidad hacia Chávez (“Razones […] para votar sí por Chávez”), quien queda convertido en el actor central del evento.
Se reitera el simbolismo religioso cristiano, pues el panfleto ofrece “10 razones” tal como desde la Biblia se proponen diez mandamientos, donde los dos primeros tienen que ver con el “amor” a Dios y a los hombres que todo fiel debe practicar. Se fomenta entonces un imaginario donde la figura de Chávez no puede menos que recordar a la divinidad desde la perspectiva religiosa dominante en el escenario latinoamericano, que es el cristianismo católico.
El primer argumento para votar por el “Sí” (“Porque Chávez nos ama y amor con amor se paga”), refuerza el paralelismo con los mandamientos cristianos y, al igual que el primer mandamiento religioso, hace referencia al amor que la grey debe a su Creador. Al ubicarse netamente en el campo de lo afectivo, descarta cualquier consideración de carácter racional, asociada a la eficiencia administrativa gubernamental, o siquiera al cumplimiento de las promesas de campaña. No se trata de evaluar el desempeño del gobernante. El voto, lejos de ser un acto político ciudadano, es ahora la renovación del pacto de sumisión al Héroe-Chávez. Es un acto de renovación de la fe del creyente.
No se trata, en consecuencia, de que el gobernante rinda cuentas a su ciudadanía, sino que, por el contrario, es ésta la que debe rendir cuentas, demostrar su devoción (“[…] amor con amor se paga”). De esta forma, el ciudadano desaparece, arropado por el devoto, adorador del Héroe.
La segunda “razón”, “Porque Chávez nos ama y es incapaz de hacernos mal”, enfatiza el carácter divino que la propaganda le atribuye a Chávez. Tal como el paradigma cristiano propone la existencia de un Dios amoroso que ama incondicionalmente al Hombre, el volante resalta que Chávez es “…incapaz de hacernos mal”. Este planteamiento lo coloca definitivamente fuera de la dimensión humana, sublimándolo y despojándolo de debilidades propias de dicha condición. Esta intertextualidad religiosa no es única del chavismo, sino que ha sido registrada igualmente en otros discursos populistas latinoamericanos (León, Molero y Chirinos, 2011), como parte de las estrategias legitimadoras y de la construcción del líder como personaje providencial y mesiánico.
En la religión cristiana, el clímax de fe se alcanza en la unión de los fieles con su Creador -el sacramento de la comunión-, y el relato que construye la figura divina de Chávez no se salta este elemento, como se revela en el tercer argumento del panfleto, “Porque Chávez y nosotros somos uno en el empeño de construir un país que proporcione a sus ciudadanos la mayor suma de felicidad posible”, que finalmente implica la comunión entre los venezolanos y Chávez, al afirmar expresamente que “Chávez y nosotros somos uno…”.
La forma como se plantean los argumentos (ejemplo, “[…] sin Chávez se perderá la oportunidad de demostrar al continente, a la humanidad, que el camino al infierno que nos propone el capitalismo se puede evitar […]”) los coloca como verdades incontrovertibles y además, involucra al público elector como parte esencial del proyecto, que como se muestra en la totalidad del texto del volante, elude las necesidades de la vida cotidiana de la persona común, para situarse en un plano de grandeza épica, ya que los resultados del éxito del mismo serían sensibles no sólo para los venezolanos, sino para toda la humanidad, y cambiarían el mundo, dixit el volante. Respecto a la categoría de verdad absoluta que la propaganda totalitaria asigna a sus contenidos, Arendt (2008) sostiene:
La razón fundamental de la superioridad de la propaganda totalitaria sobre la propaganda de los otros partidos y movimientos es que su contenido, en cualquier caso, para los miembros del movimiento, ya no es un tema objetivo sobre el que la gente pueda formular opiniones, sino que se ha convertido dentro de sus vidas en un elemento tan real e intocable como las reglas de la aritmética. (p. 449)
Este esquema igualmente coincide con los discursos típicos de los populismos latinoamericanos, en particular en la relación con el líder máximo del movimiento, donde éste es representado como la encarnación del “pueblo”, concepto que el populismo torna impreciso, utilitario, y en todo caso fusionado siempre con la persona del líder (de la Torre, 2013; Laclau, 2009). Esta imagen, representada en el discurso del volante de campaña, no es de extrañar en el esquema populista, tal como sostienen León, Molero y Chirinos, (2011):
El populismo…es el juego de la seducción y del saber hacer (persuadir para lograr la acción), del contacto directo y caluroso, el emisor discursivo-líder carismático populista-abraza la retórica, y la utiliza para llegar directamente a la emoción y no a la razón, a la lógica, a la cordura, a la cognición; así la desmesura acompaña al líder populista (p. 13).
El volante también funciona para la construcción propagandística de la identidad propia (del chavismo) y ajena (antagonista al chavismo). El “nosotros” se propone desde el “nosotros-Chávez”, que congrega a aquellos que aman al líder carismático incondicionalmente, y que, de hecho, han consumado su unión, llegando a ser una misma entidad autorreferencial que encuentra exclusivamente en sí misma el sentido de su existencia (ver “razones” 3, 4, 5 y 6); asimismo, representan los máximos ideales de la patria, al rescatar los ideales de Bolívar (“razón” 9). Este grupo, representante de los “humildes y desposeídos” (“razón” 8), estaría fusionado con la personalidad del líder; es además exponente del “amor” en grado sumo, por lo cual poseen en dimensiones absolutas de virtudes como la bondad innata, el altruismo, y patriotismo, expresado en la referencia a su calidad pro bolivarianista. Asimismo, es un grupo portador de una misión trascendente que implica la salvación de la humanidad.
Por su parte, el “ellos”, los antagonistas a Chávez serían “los oligarcas” (“razón” 4), el “capitalismo” (“razón” 7), los “poseedores” (“razón” 8). Este grupo aparentemente no tendría posibilidad alguna de convivencia con el chavismo, ya que discursivamente son considerados los “verdugos” (“razones” 4 y 10), y por implicatura los traidores al proyecto de Bolívar (“razón” 9). El distanciamiento propuesto en el discurso es tan absoluto que la mera existencia de este grupo amenaza no sólo la supervivencia del chavismo, sino de la humanidad misma, y de los valores enaltecidos por la civilización cristiana occidental, ya que se enfatiza que constituirían un peligro, expresado a través de figuras metafóricas como “el camino al infierno” (“razón” 7), “gobierno de los poseedores contra los humildes…” (“razón” 8).
Asimismo, el discurso denota que “los oligarcas” serían enemigos de la patria, traidores al proyecto bolivariano - que en el imaginario venezolano representa el destino societal de la nación-, al asociar figurativamente el fracaso de Chávez con la postergación del “sueño Bolivariano” (razón 9). Resumidamente, los antagonistas al chavismo serian representantes del mal, al conducir al infierno, traidores a la nación venezolana, al amenazar la realización del proyecto de Bolívar, y exponentes de valores opuestos al amor y la fraternidad (razón 10).
El tópico “amor” como eje aglutinador persiste y se registra también en el último discurso de Chávez, a través de elementos que pueden considerarse sinónimos o relativos al fenómeno amoroso, como la figura del corazón, tal como se aborda a continuación.
El último discurso de Chávez (08 de diciembre de 2012)
El 08 de diciembre de 2012 en horas de la noche, Hugo Chávez se dirigió por última vez a la nación, en cadena televisiva, anunciando un viaje a Cuba, por razones médicas. En esta alocución, de poco menos de una hora de duración, tal vez previendo un desenlace fatal, Chávez designó al entonces vicepresidente Nicolás Maduro como su sucesor. A continuación, se muestra el correspondiente fragmento de su discurso:
[…] si algo ocurriera, repito, que me inhabilitara de alguna manera, Nicolás Maduro no sólo en esa situación debe concluir, como manda la Constitución, el período; sino que mi opinión firme, plena como la luna llena, irrevocable, absoluta, total, es que -en ese escenario que obligaría a convocar como manda la Constitución de nuevo a elecciones presidenciales- ustedes elijan a Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela. Yo se los pido desde mi corazón (PartidoPSUV, 2012)
Esta actuación carecía de validez legal, ya que la normativa existente establecía que el presidente de la Asamblea Nacional -Diosdado Cabello, en aquel momento-, debía asumir el cargo ante la ausencia sobrevenida del presidente de la República. Sin embargo, esta circunstancia fue pasada por alto y, como registra la historia, todo ocurrió según los deseos de Chávez.
Así, Chávez apuntó a reforzar el respaldo de su propuesta al usar la imagen del corazón como metonimia para enfatizar el elemento emotivo entre su audiencia. Obviamente, un requerimiento no surge sino del verbo o el pensamiento (el cerebro) de las personas, pero Chávez al referirse al corazón establece un patrón donde la afectividad pareciera ser la base de la legitimidad política.
Podría afirmarse que el imaginario legitimador de la afectividad como pauta de acción política se impuso sobre la formalidad de la ley. La voluntad del líder es, tal como él mismo lo expresa, “irrevocable, absoluta, total”, y en este punto no admite disensiones. En este aspecto, la propuesta discursiva de Chávez calza con los parámetros del populismo latinoamericano desarrollado por de la Torre (2013), según el cual “La representación populista asume una identidad de intereses entre el pueblo y su líder, autoerigido como el símbolo y la encarnación de la Nación” (p. 122). Chávez en este caso no sólo se postula como la encarnación de la Nación, sino que se instituye como el poder encarnado.
El discurso genera una construcción ideológica donde lo preeminente es la vinculación amorosa entre el líder y la sociedad (“su” Pueblo); por ello, se dirige a ésta, apelando al sentimiento (“Yo se los pido desde mi corazón”).
Arenas (2010) sostiene que el chavismo borró completamente la distinción entre el espacio público y el privado en lo referido a la administración de la renta petrolera, en función de consolidar el Socialismo del Siglo XXI. Esta eliminación de la frontera entre lo público y privado se extiende también al marco de lo simbólico, al punto que la voluntad del líder se impone sobre lo instituido, desde el momento que una petición hecha desde “su corazón” posee más legitimidad que los procesos debidamente formalizados.
Los espacios urbanos reflejan este esquema ideológico, ya no sólo por medio del discurso oral o escrito, sino por medio de la imagen, de la construcción del paisaje, como se desarrolla en el punto siguiente.
“Venezuela. Corazón indestructible…”
La imagen es una pieza central de toda propaganda y, en un sentido más amplio, de todo discurso, cuyo objetivo sea apuntalar un imaginario. Por su parte, la ciudad es el lugar que congrega tanto el espacio público, donde se publicita el debate de los asuntos de interés del común, como el escenario físico por donde transcurre la vida social.
En el presente caso, se muestran el ícono de “Venezuela Indestructible”. Se trata de una pieza cuyo tema es un mosaico de ocho corazones coloreados vivamente, sobre fondo igualmente colorido. La ciudad se ha revestido de esta imagen en lugares de alta visibilidad, como el transporte subterráneo, en plazas públicas, avenidas y autopistas, frecuentemente acompañado de la imagen de Nicolás Maduro (luego del año 2012).
El ícono tiene como imagen central un corazón -símbolo occidental del amor-, no posee connotación política-partidista explícita, salvo el lema “Venezuela indestructible”, el cual, en sentido estricto, no establece parcialidad partidista, pero sí exalta el patriotismo como valor, el cual el chavismo enarboló desde sus comienzos. En todo caso, la vinculación se establece mediante el uso sistemático y reiterado del ícono en escenarios gubernamentales, con lo que se ha convertido en parte sustantiva de la identidad visual del régimen:
El corazón, figura central de la imagen, es una alusión al “Corazón de Chávez, corazón del pueblo”, recurso visual ampliamente usado en su última y victoriosa campaña electoral del año 2012, de forma que en el período post Chávez se mantiene el tópico “amor”, esta vez transfigurado en una suerte de “Sagrado corazón”, en continuación con los paralelismos con la religiosidad cristiana.
La expresión hiperbólica “Venezuela indestructible” funciona para denotar, primeramente, que el chavismo encarna a la nación venezolana, y por implicatura, que ha enfrentado y superado exitosamente intentos de destruirla, con lo cual quedaría demostrada su condición “indestructible”. Esta imagen contribuye además a sostener la idea de “revolución permanente” que proyecta el chavismo, como movimiento expresamente identificado como de izquierda revolucionaria.
En lo que podría entenderse como un paso adelante en el proceso de sacralización política, en el año 2014 se dio a conocer la oración “Chávez nuestro”, que se aborda a continuación.
El “Chávez nuestro”…
En septiembre del año 2014, en el marco del cierre del “I taller para el diseño del sistema de formación socialista”, organizado por el psuv, fue presentada la “Oración del delegado”, cuya letra se atribuye a la delegada psuvista por el estado Táchira, María Estrella Uribe.
Para ese momento, el chavismo se encontraba en una situación de reacomodo de su imagen en el espacio público, ante la reciente desaparición de Hugo Chávez, ocurrida en 2013.
Temas como el liderazgo, la legitimidad, popularidad y gobernabilidad estaban en el tapete, y es en este escenario que hacen pública la oración, que reza:
Chávez nuestro que estás en el cielo,
en la tierra, en el mar y en nosotros, los y las delegadas, santificado sea tu nombre,
venga a nosotros tu legado para llevarlo a los pueblos de aquí y de allá.
Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día,
no nos dejes caer en la tentación del capitalismo, mas líbranos de la maldad de la oligarquía,
del delito del contrabando porque de nosotros y nosotras es la patria, la paz y la vida. Por los siglos de los siglos amén. Viva Chávez.
Obviamente se trata de una reelaboración del “Padre Nuestro” cristiano, donde Hugo Chávez ocupa el lugar del Dios-Padre, en una imitación donde se registran los elementos fundamentales de la construcción del “nosotros” y del “ellos” del chavismo. La oración reitera que el grupo de pertenencia asociado al chavismo representaría el amor, su líder seria la divinidad omnipotente y omnipresente, así como fuente de iluminación trascendental. El “ellos” como ya se vio en piezas anteriores, es la “oligarquía”, el “capitalismo”, grupo que intrínsecamente representa lo contrario al “amor”, al punto que se le ruega al Dios-Chávez la protección frente a la “maldad de la oligarquía”.
Podría plantearse que, llegados a este punto, se encuentran nítidamente perfilados los fenómenos de culto a la personalidad, construcción de una religión política con su consecuente sacralización del espacio público.
El último componente de la muestra, un afiche conmemorativo del primer lustro de la muerte de Chávez, donde se observa que, a pesar del tiempo y los eventos transcurridos bajo el gobierno de Nicolás Maduro, el Socialismo del Siglo XXI mantiene el leit motiv del “amor” como base de su estructura propagandística
“Cinco años de siembra de amor”…
En el año 2018 se cumplieron cinco años del fallecimiento de Hugo Chávez. Su sucesor, Nicolás Maduro, ha tenido un mandato marcado por la caída de los precios internacionales del petróleo, la más alta tasa inflacionaria del mundo y un descenso considerable en la calidad de vida de la población. También ha sido acusado de violaciones sistemáticas de los derechos humanos. La situación del país se ha convertido en un problema para los países vecinos, por la ola de emigración que se registra.
Asimismo, desde el año 2017 se instaló en el país una Asamblea Nacional Constituyente, integrada exclusivamente por militantes o simpatizantes de los partidos u organizaciones afines al chavismo y cuya legitimidad se cuestiona por presuntos vicios en el conteo de los votos. La instalación de esta Asamblea ha sido interpretada como una medida para anular de facto la Constitución, la independencia de poderes, y consolidar las actuaciones autoritarias del gobierno.
No obstante, la propaganda mantiene consistentemente el uso del tópico “amor” como recurso movilizador de su proyecto político. En esta pieza se recurre al leit motiv amoroso para exaltar la memoria del líder fallecido. Se trata de un afiche elaborado por el ente ministerial encargado de la labor cultural:
El texto es apenas una frase, “5 años de siembra de amor”, acompañado por una imagen que asemeja una planta, de tallo recto, coronado por una flor-boina roja, en referencia a la prenda militar que usaba Chávez. Ambos elementos se complementan para transmitir un mensaje que alude a Chávez, sin nombrarlo expresamente. Podría decirse que esta imagen simboliza el cierre del ciclo del viaje del Héroe, cuando éste retorna, se ha completado su travesía y, por tanto, abandona su naturaleza humana y se transfigura en una entidad telúrica. Efectivamente, la imagen de la planta florecida remite a la idea de renacimiento como parte de la Naturaleza y, por extensión, a la idea de una existencia perdurable, superior a la correspondiente a una vida humana.
Esta suerte de transfiguración no deja de guardar cierto paralelismo con la resurrección de Jesucristo, más aún con el detalle de las hojas colocadas a los lados del tallo, de modo que la planta recuerda el crucifijo, símbolo universal del cristianismo.
La expresión “5 años de siembra de amor”, alude eufemísticamente a la muerte de Hugo Chávez, al tiempo que atenúa el impacto de este evento y lo transforma en un resurgir continuo, a través de la metonimia “siembra”, que substituiría a “muerte”. Se construye entonces una metáfora en donde el hecho trágico es resemantizado, para significar un triunfo del Héroe-Chávez sobre la mortalidad, y su transformación en una entidad que fructifica como “amor”, como dádiva para sus fieles. Puede afirmarse que, con este esquema, la propaganda del chavismo completa la sacralización de la figura de su líder central.
Sacralización y metarrealidad
Las piezas analizadas permiten proponer que existe un proceso de sacralización política, concepto acuñado por Gentile y Mallet (2000) y referido al proceso de deificación de liderazgos y entidades políticas (patria, revolución, partido, ideología, pueblo) y convertidos en objeto supremo de fe y de culto, asumiendo el carácter moral de verdades incontrovertibles y cuya crítica o cuestionamiento convierte en anatema a quien se atreviese a pronunciarlos. Efectivamente, dentro de este esquema, se construye al adversario como hereje Gentile (1990, 2006) y en este sentido sería un representante de lo opuesto a los valores proyectados por el líder sacralizado, que en el presente caso serían el odio, el egoísmo, el antibolivarianismo, entre otros antivalores.
La sacralización de Hugo Chávez ha sido estudiada por diversos autores, entre quienes puede mencionarse a Peña (2008), Zúquete (2008), Álvarez y Chumaceiro (2013), Lozada (2013), y Souroujon (2017) quienes sostienen que se desarrolló una estrategia discursiva de construcción retórica de Hugo Chávez bajo el arquetipo de Cristo, y de Bolívar. Se trataría de un esfuerzo legitimador de la permanencia en el poder del movimiento político asociado a su liderazgo.
Este proceso no es unívocamente asociado a la falta de democracia en el gobierno de Chávez y de Maduro. Por ejemplo, Zúquete (2008) sugiere que el proyecto chavista implica el establecimiento de una “democracia revolucionaria” abocada totalmente a cumplir sus fines. Obviamente, esto deja por fuera la existencia de pluralismo político. En contraste, Souroujon sostiene que, si bien el chavismo desarrolló un esquema de sacralización política, “no se puede poner en duda su carácter democrático” (2017: 197).
Desde aquí se estima que el imaginario sacralizador desarrollado por el Socialismo del Siglo XXI termina atentando contra una democracia efectiva, al desnaturalizar completamente el espacio público como lugar para la deliberación libre, plural y racional y, por el contrario, lo convierte en un escenario para la imposición de prácticas dogmáticas orientadas a instalar una “verdad oficial”. Estos elementos también han sido señalados por ciertos autores (Canova, 2015; Leáñez, 2015; Pino 2010), quienes afirman que el discurso del chavismo conduciría a un sistema plebiscitario y extremadamente precario en cuanto a libertades cívicas.
Sobre la contribución del tópico “amor” en la creación de una metarrealidad desde la cual el gobierno actúe, un ejemplo sería la denominada “Ley constitucional contra el odio, la convivencia pacífica y la tolerancia” (cursivas nuestras), aprobada en noviembre de 2017 por la Asamblea Nacional Constituyente, instancia que a su vez fue convocada irregularmente por Maduro ese mismo año. En su artículo 11, esta Ley prohíbe la actividad de “los partidos políticos y organizaciones políticas cuyas declaraciones de principios, actas constitutivas, programas de acción política, estatutos o actividades se funden o promuevan el fascismo…”, Dado que en Venezuela no hay ningún partido que se defina explícitamente como fascista, quedaría sujeto a la arbitrariedad de un juez la interpretación de la ley para calificar como tal a algún partido o personaje político. Otro ejemplo sería la campaña #AquíNoseHablaMaldeChávez, iniciada desde enero de 2017 por el diputado Diosdado Cabello, que pretendía suprimir la crítica al gobierno y a la memoria de Hugo Chávez, basado en la incuestionabilidad de este último. Se trataría de borrar las fronteras entre lo público y privado, para en primer lugar, suprimir la libertad de expresión del pensamiento individual, y en segundo lugar, apuntalar la metarrealidad donde Hugo Chávez es amado incondicionalmente por el pueblo. Asoma entonces la funcionalidad del tópico “amor” para el despliegue de un ejercicio totalitario del poder.
¿Se puede hablar de totalitarismo?
El Socialismo del Siglo XXI en el poder en Venezuela ha sido categorizado como una democracia participativa (Maya, 2004), como una semidemocracia o una democracia plebiscitaria populista (Mayorga, 2008); igualmente se ha visto como un régimen populista que se dirige a la implantación del socialismo hipercentralizado con una democracia debilitada (Arenas, 2010). También ha habido referencias a regímenes híbridos o autoritarismo competitivo para describirlo (Corrales y Peinfold, 2012; Myers y McCoy, 2003).
Este trabajo acompaña los planteamientos que lo ubican en el espectro del totalitarismo (Blanco, 2016, en prensa; Caballero, 2010; Pérez, 2011; Tudoroiu, 2016) o bien como un sistema que avanza hacia una democracia totalitaria (Martínez, 2012, 2013). Esta tesis encontraría oposición en lo que Blanco (en prensa) denomina los “mínimos totalitarios”, es decir, el rechazo a esta posibilidad porque le falta alguno de los rasgos típicos de los totalitarismos clásicos, asunto que supera al abandonar la perspectiva de considerarlo como una forma de gobierno y abordarlo desde un planteamiento autorreferencial basado en la tesis de la evolución del poder y considerarlo una forma de organización del poder.
Blanco (en prensa) analiza extensamente el uso que dentro del discurso totalitario tienen elementos como el dinero, la verdad y el amor, así como para las posibilidades de realización de la libertad individual. En el totalitarismo -liberticida por excelencia- se entendería muy bien la dimensión subversiva que tiene el amor por su carácter expresivo de la voluntad individual y, por tanto, al apropiárselo, lo convierte en objeto de su interés, para controlarlo, erradicarlo o encausarlo hacia sus propios fines. Al respecto, nos permitimos una cita de Blanco, que es larga, pero sin desperdicio:
[…] al enfatizar el amor, Chávez estaba demarcando dos enemigos: el egoísmo, producto de la sociedad capitalista, y el golpismo, engendro de un sector del país lleno de odio […] paralelamente Chávez se presentaba a sí mismo como un hombre desinteresado en el poder […] Chávez se entregaba en cuerpo y alma a su pueblo, por amor […] Lo impresionante de este episodio histórico es que a través del discurso del amor se logró un acoplamiento simbólico entre el poder y el amor […] Podemos concluir entonces que el poder totalitario del chavismo ha sido capaz de acoplar tanto el medio de los sentimientos, como el medio del amor (lo mismo que la verdad y el dinero) para obtener redundancia para la comunicación política, es decir, ha logrado imponer la impresión de que lo que se hacía en el poder tenía respaldo y encontraba razones de apoyo en todas las dimensiones de apoyo en lo social (2016: 482-483).
Efectivamente, de la construcción retórica alrededor del tópico “amor” y del relato sacralizador de Chávez se desprenden elementos que lo identifican como afín al totalitarismo, como, por ejemplo, el carácter revolucionario o transformador que le imprimen a su propuesta, al que además se le (auto)asigna una absoluta superioridad ética; la referencia a la fusión entre el líder y el pueblo, entendidos como una sola entidad espiritual y de intereses; un objetivo trascendente para la humanidad, verificado en intangibles como felicidad derivada del “amor” y la negación de la posibilidad de existencia de pluralismo político, evidenciada en la satanización de cualquier planteamiento que no se pliegue ciegamente al movimiento.
Conclusión: La legitimidad, el reto planteado para el chavismo.
El uso del tópico “amor” revela mecanismos tanto populistas como totalitarios en el discurso propagandístico del chavismo. Asimismo, forma parte de una estrategia de sacralización política, a partir de la cual se gana legitimidad.
Lo opuesto al amor sería todo aquello que se opone a Chávez, todo esto en el escenario de una verdad oficial. Con esta representación, termina siendo éste el único paradigma ético posible, el cual atenta, en última instancia, contra la libertad de proponer alternativas válidas.
Al respecto, Arendt (2008) explica la importancia fundamental de la propaganda dentro del totalitarismo (p. 428), cuya labor se facilita, según la autora, por la tendencia de las masas a “no creer en nada visible, en la realidad de su propia experiencia […] sino sólo en sus imaginaciones […]” (p. 437), de forma que la propaganda puede “atentar vergonzosamente contra el sentido común”, en la medida que éste se encuentra debilitado por la seducción del líder sobre las masas. Entonces, la propaganda totalitaria “establece un mundo apto para competir con el real” (p. 448). Arendt concluye que “Una vez que estos slogans propagandísticos quedan integrados en una organización viva, no pueden ser eliminados con seguridad sin quebrantar toda la estructura del sistema” (2008: 448-449).
Arendt (2008: 397) y Touraine (2001) coinciden en señalar que el totalitarismo en el poder suele legitimarse apelando a los fines últimos y trascendentales. Así, la clásica secularización, propia de la modernidad, desaparece bajo un movimiento que prácticamente se comporta como una secta, donde la doctrina está representada por la ideología manifiesta, transmitida por la figura iluminada del líder, al cual se le atribuye un carácter cuasisobrenatural. Tal como indica Touraine (2001: 130), el Estado totalitario “devora a la sociedad y habla en su nombre”.
A modo de conclusión, se plantea que el tópico del “amor” usado como recurso propagandístico, no es un elemento inocuo, sino que, por el contrario, es un planteamiento básicamente liberticida y que se orienta a focalizar la legitimidad de la acción política en la emocionalidad emanada de la figura carismática de Chávez. Asimismo, el enfoque discursivo dado al tópico “amor” muestra una homogeneización del sentido del mismo, que necesariamente choca contra un planeamiento que respete la libertad individual, en función de una visión colectivista de los significados y necesidades. Esta tensión entre derechos colectivos y libertades individuales suele ser típica de las corrientes populistas (Salinas, 2012).
El chavismo se encuentra ante la incertidumbre de la efectividad del recurso sacralizador. En esta fase postcarismática, su legitimidad requiere de nuevas fuentes apuntalamiento en el imaginario de la sociedad o bien incrementar, en una huida hacia adelante, las prácticas antidemocráticas para mantenerse en el poder, tal como han sido la suspensión del referéndum revocatorio en el año 2016, y la instalación, en condiciones cuestionadas, de una Asamblea Nacional Constituyente en el 2017.
Maduro no ha heredado el contundente carisma de su predecesor, quien siempre lograba refrendar en las urnas electorales sus medidas políticas, aun cuando parecían una deriva hacia el autoritarismo. En lo que parece haber sido una escogencia de la “huida hacia adelante”, se adelantaron las elecciones presidenciales, realizadas el 20 de mayo de 2018. Maduro fue declarado vencedor sobre su principal contendiente, Henry Falcón, con 67 % de los votos, de acuerdo con el Consejo Nacional Electoral (CNE).
No obstante, junto con el triunfo de Maduro como candidato, que lo legitimaría en términos formales, era de fundamental importancia que hubiera una alta participación y que demostrara un sólido respaldo popular. El CNE (Consejo Nacional Electoral, 2018) admitió una abstención de 54 %, pero, fuentes extraoficiales indicaron que la abstención habría superado 80 % (Piña, 2018; Redacción Internacional, 2018), lo que fue interpretado como un desconocimiento o rechazo del electorado a un evento convocado por el gobierno.
Como consecuencia de las acusaciones de fraude en el proceso, el desconocimiento por parte de Falcón de los resultados anunciados por el CNE y la falta de aceptación popular, evidenciada en la abstención apenas nueve países1 reconocieron en forma inmediata la reelección de Maduro. En contrapartida, el G-7,2 el Grupo de Lima,3 la Unión Europea y el G-204 han desconocido el resultado oficial del certamen.
La paradoja para el gobernante chavista es que, mientras ha logrado afianzarse en el poder, parece retroceder en términos de legitimidad -carismática e institucional- y la pregunta que queda abierta es saber si el recurso de sacralización política de Hugo Chávez como imaginario legitimador podrá reformularse o actualizarse en beneficio de Maduro o si, por otro lado, tendrá capacidad -y tiempo- de encontrar un relato substitutivo que lo coloque en el “corazón” del pueblo.