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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.68 no.248 Ciudad de México may./ago. 2023  Epub 20-Ago-2024

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2023.248.78245 

Dossier

Construcción y deconstrucción de identidades nacionales en transición tras la disolución de la Unión Soviética: de la Moldavia soviética a la Moldova independiente (1989-1994)

Construction and Deconstruction of National Identities in Transition after the Soviet Union’s Dissolution: From Soviet Moldavia to Independent Moldova (1989-1994)

José Ángel López Jiménez* 

*Universidad Pontificia Comillas, España. Correo electrónico: <jalopez@comillas.edu>.


Resumen:

El presente artículo analiza un modelo excepcional de construcción y deconstrucción de identidades étnicas durante el periodo previo a la disolución de la Unión Soviética y en el contexto de creación de la República independiente de Moldova. Partiendo del análisis conceptual aplicado por la doctrina soviética a los distintos grupos étnico-nacionales, minorías étnicas, nacionalidad y ciudadanía, y la complejidad de la integración del fenómeno nacionalista en el modelo federal, abordamos su dinámica histórica de pertenencia a imperios, la integración a la Unión Soviética a través de la escindida Besarabia y su artificial creación republicana que dotó a la identidad moldava de una estructura territorial y federal. El nacionalismo irredentista prorrumano a finales de la década de 1980 y la posterior independencia de Moldavia, desató un proceso de configuración de identidades étnicas alternativas (rumanismo y moldovanismo) y movimientos secesionistas (Gagauzia y Transnistria) que convirtieron a la república en un genuino laboratorio de ingeniería étnica al servicio de las élites políticas e intelectuales de las diferentes nacionalidades, en términos soviéticos, residentes en el territorio.

Palabras clave: identidad étnica; nacionalidades; rumanismo; moldovanismo; Moldova; Gagauzia; Transnistria; constructivismo

Abstract:

This article analyzes an exceptional model for constructing and deconstructing ethnic identities during the period prior to the dissolution of the Soviet Union and in the context of the creation of the independent Republic of Moldova. Relying on the conceptual analysis applied by the Soviet doctrine to the different ethnic-national groups, ethnic minorities, nationality and citizenship, and the complexity of the integration of the nationalist phenomenon in the federal model, we address its historical dynamics of belonging to empires, the integration into the Soviet Union through Bessarabia and its artificial republican creation that endowed the Moldovan identity with a territorial and federal structure. The pro-Romanian irredentist nationalism at the end of the 1980s and the subsequent independence of Moldova unleashed a configuration process of alternative ethnic identities (Romanianism and Moldovanism) and secessionist movements (Gagauzia and Transnistria) that turned the republic into a genuine laboratory of ethnic engineering at the service of the political and intellectual elites of the different nationalities residing in the territory.

Keywords: ethnic identity; nationalities; Romanianism; Moldovanism; Moldova; Gagauzia; Transnistria; constructivism

Introducción

Unión Soviética y nacionalismo

El carácter multinacional de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) se planteó como un laboratorio experimental para el análisis de los diversos factores que impactaban en el ámbito de las relaciones interétnicas. Estado plurinacional de configuración multiétnica, con 126 nacionalidades diferentes registradas y 170 lenguas (Sakwa, 1998: 237), consolidó un régimen político que planteaba un marco teórico-ideológico en el que la cuestión nacional se diluiría mediante la eliminación de las diferencias de clase social. Sin embargo, actuó como un genuino constructor de naciones basadas en comunidades étnicas, con la movilización de diversas élites nacionales (Suny, 2012), por lo que las raíces de la cuestión nacional en la URSS hay que rastrearlas en la configuración del Estado, la sociedad civil y la consolidación étnico-cultural durante este periodo. De tal modo, por ejemplo, han sido analizados fenómenos como la construcción estatal, el proceso descolonizador de grandes imperios, la modernización (Wojnowski, 2015: 1) la creación, adaptación o destrucción de identidades nacionales (Martin, 2001) en un entorno de consolidación de una supra-nacionalidad soviética que, con unas estructuras federales y una ideología que promovió el particularismo étnico (Slezkine, 1994), acabaría albergando y generando movimientos nacionalistas que provocaron la implosión del Estado soviético. Igualmente, se han desarrollado trabajos sobre la correlación existente entre la irrupción de los nacionalismos políticos -cuyos objetivos soberanistas se fundamentaban en el desarrollo previo de nacionalismos culturales- como una consecuencia no buscada por la política desplegada por los diversos partidos comunistas locales (Shcherbak, 2015). Hay que destacar que, desde el punto de vista conceptual, muchos trabajos publicados en el momento de la eclosión de los movimientos nacionalistas -analizando diversos factores y perspectivas- coincidieron en el objeto de investigación, sin embargo, diferían en la denominación, por ejemplo, las políticas étnicas en la URSS (Goble, 1989), la política hacia las nacionalidades soviéticas (Huttenbach, 1990), la historia de los problemas de las nacionalidades (Nahaylo y Swo-boda, 1990), las naciones “ocultas” y el desafío de los pueblos (Diuk y Karatnycky, 1990), la relación entre el federalismo y el nacionalismo y el combate por los derechos republicanos (Gleason, 1990) o una perspectiva comparada del federalismo soviético y la integración de las minorías nacionales en el mismo (Kux, 1990).

El concepto de identidad étnica, desde una perspectiva antropológica, remite a la pertenencia de un individuo a un grupo étnico que se reafirma frente al resto. Como categoría de identificación, no solo cultural, no está anclada ni es inmutable; para algunos autores (Barth, 1976) son producto de la construcción, del cambio y de las transformaciones. De tal forma que, fruto de las dinámicas sociales o de la movilización política, muchos grupos étnico-nacionales consideraban que las peculiaridades derivadas de su identidad les posibilitaba la demanda de una construcción estatal diferenciada e independiente del Estado-matriz en el que estaban insertas. El término de nacionalidad, entendido como el vínculo jurídico que mantiene una persona con el Estado al que pertenece se denominaba ciudadanía en la Unión Soviética. En paralelo, el ciudadano soviético podía optar por su identidad nacional, sinónimo de etnicidad o identidad étnica. En la terminología soviética, el concepto de “minoría étnica” designaba a aquellos grupos que residían en las diferentes repúblicas cuyo porcentaje poblacional era muy inferior al de la nacionalidad titular de la misma. Estos solapamientos conceptuales pueden explicar que, en el contexto histórico de disolución de la URSS e inicio de la construcción de los nuevos Estados independientes, la identidad cívica o ciudadana se tradujese en nacionalidad -como vínculo jurídico con el nuevo Estado- mientras que la identidad étnico-nacional reflejaba la pertenencia a la comunidad cultural, histórica, o emocional compartida por cada individuo como una opción individual. Así ha sucedido en la Moldova1 independiente a la hora de ubicarse en el rumanismo o en el moldovanismo un porcentaje mayoritario de la población o bien ubicándose en otras elecciones.

La adscripción de la nacionalidad “étnica” por elección o nacimiento era compatible con la multinacionalidad soviética en las repúblicas federadas, en las que una mayoría étnico-nacional dominaba sobre la base de una lengua, religión o cultura del grupo, en convivencia con el resto de las minorías residentes en cada república. La URSS fue un instrumento de construcción de identidades nacionales llevado a cabo de forma institucional, aceptando que el concepto de identidad puede significar demasiado, muy poco o absolutamente nada (Brubaker y Cooper, 2000: 1).

La movilización política de la etnicidad durante el periodo reformista de la perestroika2 agitó los nacionalismos étnicos, entendidos como extensión política de la nación étnica, y cuyo objetivo se orientaba a la creación de naciones a partir de etnias preexistentes (Smith, 1994: 10). Este autor lo expresa desde una formulación teórica discutible entre algunos postulados de la antropología que niegan la existencia de la diversidad étnica -en su acepción racial, no como diferentes comunidades-3 pero conecta con la corriente primordialista en la existencia previa y primaria en la naturaleza (Grosby, 2005). Así, para Smith:

el despertar a través de las luchas de la etnia preexistente (que se suponía no había muerto nunca) y su objetivo declarado era el regreso a la edad de oro de dicha etnia como condición necesaria del renacimiento nacional. (Smith, 1994: 10)

Respecto a los elementos diferenciadores de las múltiples identidades nacionales existe cierto consenso respecto a los analizados por este autor en alguna de sus obras de referencia: un territorio histórico común, una memoria histórica y unos mitos comunes, una cultura compartida, un conjunto de derechos y obligaciones para todos los miembros de la comunidad; así como una economía compartida (Smith, 1991).

En el contexto ideológico de la extinta URSS y, particularmente, en su sistema político y división administrativo-territorial el carácter instrumental de los sentimientos y de las identidades étnicas no encontró los cauces participativos propios de las sociedades civiles democráticas. Sin embargo, acabaron conectándose ambas demandas: la reformista política y la de diferentes grados de autonomía territorial, cuando no abiertamente soberanista, apelando a la identidad étnica. Esto provocó un efecto en cadena por parte de los grupos sociales que participaban como minorías nacionales en el conjunto de las quince repúblicas y la consiguiente cascada de “nacionalismos de matrioshka” (Bremmer, 1993).

El papel jugado por las élites políticas en la movilización de las identidades étnicas fue esencial para articular los diferentes movimientos nacionalistas republicanos (Lapidus, Zaslavsky y Goldman, 1992) En un sistema político como el soviético, este proceso presentó dificultades adicionales para la constitución de los denominados frentes populares, liderados inicialmente por las repúblicas bálticas. Su liderazgo en las sociedades civiles vino a sustituir el monopolio del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y de los respectivos partidos comunistas republicanos, facilitando su conversión en élites políticas representantes de diversos grupos étnico-nacionales. Algunos autores señalan que el proceso de movilización promovido por estas élites contempló la formación, consolidación y politización de los grupos étnicos (Motyl, 1992: 141). Por ello, aquellos grupos étnicos más débiles o con un mayor grado de asimilación, especialmente lingüística, adolecieron de esta capacidad de movilización popular (Beissinger, 2002: 76-77). El activismo etnonacional ofrecía un carácter reivindicativo de las diversas identidades frente a Moscú en un contexto de crisis múltiple; sin embargo, acabaría por destruir en poco más de tres años al propio Estado soviético (Nahaylo y Swoboda, 1990). El complejo proceso de construcción de las estatalidades independientes se inició en 1992, pero la movilización de los grupos étnicos en las quince repúblicas continuó con mayor o menor intensidad según cada república (Tishkov, 1994). El carácter instrumental del nacionalismo remite, en este periodo crítico, a una movilización ideológico-estratégica promovido por unas élites que ambicionaban el poder y que van a utilizar elementos identitarios, como la lengua, para conseguir su objetivo. No hay que olvidar que la situación heredada -y reconstruida posteriormente- por la URSS provenía de un contexto imperio-colonial en el que autores como Kedourie defienden el elemento ideológico del movimiento nacionalista para alcanzar el autogobierno de las naciones (Kedourie, 2015). El propio Smith completa esta visión del nacionalismo con otras aportaciones como la apelación a los sentimientos comunitarios/identitarios y el imprescindible movimiento de agitación hacia la construcción nacional (Smith, 2000).

Si no consideramos al elemento emocional un componente esencial de la movilización étnico-nacional (Connor, 1998), renunciamos en el contexto soviético y postsoviético a un elemento interpretativo de primer orden para analizar el modelo moldavo. El carácter distintivo respecto al resto de las minorías étnicas residentes en la República Socialista Soviética de Moldavia (RSSM) era casi una exigencia identitaria para la población moldava en la configuración de un nacionalismo étnico y no cívico. Sin embargo, la autoidentificación mayoritaria apelaba a la comunión y el retorno a “lo rumano”. En paralelo, asistimos a un proceso de movilización político-ideológica de otros grupos étnicos que, con el argumento de su defensa identitaria frente a un eventual irredentismo que se concretase en una futura reunificación con Rumanía -tras la declaración de soberanía republicana-, desembocó en procesos separatistas y de construcción nacional.

En el objeto de estudio del presente artículo tienen cabida dos de las concepciones, aproximaciones, paradigmas o modelos teóricos de análisis del nacionalismo, que para el conjunto del espacio soviético -específicamente para el modelo moldavo- se presentan como herramientas ajustadas para su análisis en un periodo cronológico muy preciso: primordialismo y constructivismo. De esta manera, por ejemplo, la corriente instrumentalista crea una suerte de mitología política basada en demandas de colectividades con un sustrato étnico. El auge del nacionalismo étnico y del separatismo durante la crisis terminal del sistema soviético tiene una parte de su explicación histórica en procesos abiertamente instrumentalizados por grupos elitistas apoyados en movimientos populares convenientemente movilizados:

La etnicidad comenzó a ser vista como una parte del repertorio que es calculado y escogido por un individuo o grupo para satisfacer ciertos intereses y adquirir ciertos objetivos. (Tishkov, 1994: 2)

La complejidad del fenómeno nacionalista en sus diversas manifestaciones en la República de Moldavia también ofrece interesantes rasgos que hacen del modelo constructivista una posibilidad analítica. La movilización étnica de algunas minorías no necesariamente tiene que responder a una manipulación por parte de las élites culturales, aunque el papel de discriminación o subordinación frente a otra cultura o lengua mayoritaria -como el ruso o el moldavo -rumano, según la identidad étnica- va a constituir un incentivo muy potente (Tishkov, 1992). La combinación de ambos modelos teóricos puede permitir una aproximación más dinámica y flexible para el análisis de un escenario complejo, en el que las líneas diferenciadoras de algunas identidades étnicas resultaron ser tenues y moldeables en el inicio del proceso de construcción de la estatalidad independiente moldava. Además, la delimitación entre las fronteras étnico-nacionales y las estrictamente administrativo -territoriales, que no siempre eran coincidentes, se mostraron insuficientes para apuntalar el sistema federal soviético. Los intentos reformistas de Gorbachov, más cosméticos que profundos, fracasaron desde la base (Lapidus, 1989), y los posteriores procesos de construcción estatal repitieron, en mayor o menor medida, los problemas heredados por el conjunto de grupos étnico-nacionales con aspiraciones de ejercer su propia auto-determinación (Starovoitova, 1997).

El revisionismo histórico adquirió un papel decisivo en el proceso de revitalización de las identidades étnico -nacionales, rescatando a la Historia de su instrumentalismo pro-pagandista al servicio del Estado-Partido. Asistimos, en paralelo, a la “rehabilitación de la Historia y a la Historia de la rehabilitación” (Nove, 1989: 13). El reconocimiento de la existencia de los protocolos secretos en el Pacto Molotov- Ribbentrop, que decidió la suerte de Besarabia y su incorporación forzosa a la URSS, formó parte de esta recuperación de la memoria histórica del pueblo moldavo. El papel de las intelligentsias republicanas será esencial en el giro étnico-nacional. La literatura y la lengua centrarán el retorno a las culturas nacionales, opacadas por la omnipresente y global cultura soviética, basada esencialmente en la rusa. Aunque para algunos autores la sumisa intelligentsia soviética no estaba preparada para el cambio y no aportaron nuevas ideas ni nuevas formas (Kagarlitsky, 1988). Sin embargo, el cambio de rol fue evidente: de ser soporte intelectual del régimen o navegar entre el ostracismo y la disidencia, este grupo social pasó a protagonizar el canal de transmisión entre los órganos de poder político y la emergente sociedad civil, participando activamente en el desarrollo del programa reformista (Tatu, 1987: 138-140). La transición entre los movimientos reformistas y el apoyo a los frentes populares, cuya base étnico-cultural se mostró abiertamente rupturista con el sistema, se produjo de forma muy rápida entre los intelectuales. De esta forma, se escenificó el fracaso de la glásnost4 como instrumento de Gorbachov para promover una movilización controlada de la población en apoyo de su programa reformista (Melville y Lapidus, 2019).

La teórica ausencia de tensiones étnico-nacionales en la sociedad soviética se desbordó abruptamente y la aparición de un buen número de movimientos y asociaciones comenzó a ser el embrión de las demandas, inicialmente reformistas, y posteriormente independentistas. Surgieron mayoritariamente en la periferia de la URSS, debido al debilitamiento del control desde Moscú. Su base social era muy transversal, aunque la población más joven fue la más dinámica. La experiencia como “organizaciones paraguas” en las que tenían cabida todo tipo de reivindicaciones -medioambientales, culturales, reformistas, económicas- fue la base de los mejor articulados frentes populares (Bonnell, 1990: 66). Aunque colaboraron inicialmente con el aparato del Partido, al final presentaron candidatos propios a las elecciones de los sóviet republicanos, en las que, a finales de la década de 1980, consiguieron un éxito notable -en especial en las repúblicas bálticas y en Moldavia- y comenzaron a recibir el trasvase de miembros de los partidos comunistas locales que se sumaban a las demandas territoriales y reformistas; proceso en el que afloraron las tensiones y antagonismos nacionales. Alguno de estos movimientos secesionistas acusó a Moscú de extender un imperialismo ruso hacia la periferia, lo que provocó frustración en parte de la población rusa residente en estas repúblicas (alrededor de 25 millones, según el último censo soviético de 1989). Sentían que “habían invertido mucho de su identidad étnica en la estructura política que ellos habían creado y sostenido” (Hosking, 1990: 100).

La ausencia de incentivos ofrecidos a las diferentes minorías nacionales -o la insuficiencia de estos- aparece como uno de los argumentos esgrimidos por algunos autores sobre la inevitabilidad de la desaparición de la URSS, percibida hasta su final como una “extensión natural de la nación rusa” (Bremmer, 1993: 3-29). Cabe diferenciar entre los grupos titulares de la nacionalidad que estaba representada en el territorio republicano federal de aquellos grupos nacionales minoritarios que estaban establecidos en alguna de las divisiones administrativo-territoriales en el marco republicano. Entre los primeros, muchos actuaron como auténticos movimientos de liberación nacional, denunciando la ilegalidad de su incorporación a la URSS; los segundos percibieron como una amenaza el ascenso de los anteriores, especialmente tras las declaraciones soberanistas y el inicio de los procesos de construcción de las estatalidades independientes. Los grupos étnico-nacionales mayoritarios pasaban de ser repúblicas federadas a Estados independientes; los minoritarios que habían gozado de un status privilegiado en el sovietismo -como los rusos- o aquellos que vieron una posibilidad de independentismo frente a Rusia -chechenos, ingushetios- iniciaron su propia agenda de demandas frente a los nuevos poderes centrales (Chinn y Kaiser, 1996).

El nacionalismo ruso no estuvo al margen de estos procesos de movilización étnico-nacional. Actuando en los inicios del proceso reformista de forma mucho menos contundente que los frentes republicanos (Bálticos, Moldavia) no planteaba un rupturismo abierto con la URSS (Laruelle, 2018). Sin embargo, su posterior evolución marcó varios procesos secesionistas en las nuevas repúblicas independientes en los que, como en el caso de Moldavia, la mixtura de componentes que actuaron como detonantes de dicho nacionalismo englobaba reivindicaciones político-ideológicas, la defensa de elementos identitarios culturales y, en última instancia, la oposición frente a una eventual unificación republicana con Rumanía (Haynes, 2003). Sin olvidar la importancia que el proceso de etnificación del nacionalismo ruso -especialmente entre la población residente en las repúblicas de la periferia- otorgó a la configuración de la política exterior rusa en su “extranjero próximo” con la recreación de una suerte de neoimperialismo (Kolsto, 2018). En unas circunstancias históricas excepcionales, las élites políticas rusas tuvieron que elegir entre dos opciones: “salvadores del Imperio” o “constructores de la Nación”, optando por lo último (Dunlop, 1993: 69).

La promoción de la conciencia nacional de las minorías étnicas durante la creación y consolidación del Estado soviético respondió a una estrategia integradora, frente al potencial disgregador de los movimientos nacionalistas, en una federación multiétnica. En algunos casos dotando, a las que representaban una mayoría poblacional, de entidades político-territoriales muy similares a las de los Estados nación (Martin, 2001: 1). Las diversas nacionalidades, dotadas de los elementos objetivos y subjetivos descritos en el ámbito de la ciencia política -no como vínculo jurídico entre individuo y Estado-, tuvieron una recepción y acomodo administrativo-territorial en la URSS, elemento que propició la conversión, en el momento de la crisis generalizada del Estado-partido-sistema, de un gran número de nacionalismos culturales en nacionalismos políticos, con una lógica instrumental de los primeros hacia los segundos y concibiendo la nación “como artefacto al servicio de la vida política” (De Blas Guerrero, 1999: 507). La formación de los nuevos Estados multiétnicos independientes sobre la base de la mayoría titular, tras la disolución de la URSS, no solucionó los problemas de encaje político-territorial. El debate se situó en torno a la configuración de Estados etnonacionales y su capacidad para enfrentarse a procesos secesionistas fruto del ejercicio de la autodeterminación -como en 1991 en la federación soviética- o negar esta posibilidad a las diversas minorías que albergaban en su territorio. La fórmula debería basarse en:

En la idea de una nación cívica o política (en lugar de una etno-nación) acompañándolo de esfuerzos para establecer símbolos, valores e intereses común. Los nuevos Estados deberían de ser construidos en los intereses de todos los grupos sobre la base de la ciudadanía común, y no de la sangre. (Tishkov, 1994: 8-9)

Por tanto, el criterio de creación y construcción de las nuevas realidades estatales pasó a definirse por elementos de valoración e interpretación jurídica y no tanto por oportunidad política. El reconocimiento internacional se otorgó a las quince repúblicas federadas con posibilidad constitucional de acceder a la secesión de la URSS. El resto de las entidades étnico-territoriales con categorías administrativas inferiores -repúblicas autónomas, oblasts, regiones autónomas, etc.- quedaron excluidas de esta posibilidad y, por tanto, sus minorías étnicas no disfrutaron del derecho de autodeterminación. El fracaso de los intentos reformistas de Gorbachov para integrar los movimientos nacionalistas en un formato federal modificado estuvo muy condicionado por el auge del elemento identitario y su movilización. Las elecciones semidemocráticas celebradas en los sóviet supremos republicanos y de la Unión posibilitaron la inclusión de candidatos independientes, especialmente de los líderes y de cuadros de los partidos comunistas locales que abrazaron la causa de los frentes populares, apoyando la movilización de la sociedad civil, pero con un sesgo étnico-nacional evidente (Motyl, 1990: 180). En este proceso predominó un instrumentalismo bidireccional: los nacionalismos periféricos utilizaron la capacidad de movilización de masas del partido mientras que, para las élites políticas, abrazar los marcadores étnicos representaba una apuesta de futuro que, en muchos casos, resultó muy favorable a sus intereses particulares.

Con este escenario de crisis generalizada del sistema, asistimos entre 1988 y 1991 a un periodo de agitación nacionalista con la aparición de una tipología muy amplia de movimientos nacionalistas: movimientos secesionistas, irredentistas, pannacionalistas, movimientos de diáspora, nacionalismos o movimientos nacionalistas de subestados, nacionalismos de hiperestados (Iwan, 1993). De igual forma, encontramos ejemplos de repúblicas que ya habían sido anteriormente estados independientes (repúblicas bálticas) con otras que pasaron de ser una república autónoma a una federada (Moldavia), o bien conflictos de soberanía territorial (Nagorno-Karabaj), político-ideológicos (Transnistria), secesionismos agitados por Rusia (Osetia del sur, Abjasia, Crimea), conflictos civiles (Tayikistán), secesionismos de una república autónoma respecto al Estado independiente (Chechenia) o conflictos abiertamente interétnicos (Nagorno-Karabaj).

Una historia convulsa entre imperios

La votación de la constitución rumana en 1923 culminó la integración en el proyecto de la Gran Rumanía (Nistor, 1991), fusionándose las formaciones políticas besarabas con sus homólogas rumanas y extendiendo el conjunto de su legislación al territorio fusionado (Boldur, 1992: 507). Desde ese momento, las relaciones rumano-soviéticas encallaron respecto al derecho de autodeterminación de Besarabia, por lo que la creación de la República So-cialista Soviética Autónoma de Moldavia (RSSAM), en el territorio de la República Federada de Ucrania -en la franja oriental del río Dniéster- buscaba un doble objetivo: 1) la consolidación de un enclave irredentista hacia el conjunto de Besarabia y 2) la creación de una identidad étnico-nacional diferenciada respecto a los lazos identitarios rumanos (Bruchis, 1992) que facilitasen en el futuro la reclamación soviética de Besarabia.

La firma del Pacto Molotov-Ribbentrop el 23 de agosto de 1939, cuyos protocolos secretos afectaron directamente a Besarabia, culminaron el objetivo planteado por la URSS con la creación identitaria de lo que, poco después, constituyó la Moldavia soviética. La diferenciación respecto al resto de la comunidad besarabo-rumana fue inicialmente rupturista para pasar después -tras el periodo de ocupación rumano-germana (1941-1944)- a ser abiertamente irredentista, hasta la fusión final de un conjunto de territorios; luego del armisticio firmado el 12 de septiembre de 1944, pasaron a la soberanía territorial de la URSS (Nedelciuc, 1992).

El periodo soviético, con el interregno de la ocupación mencionada durante la Segunda Guerra Mundial, se extendió hasta la proclamación independentista de la República de Moldavia el 27 de agosto de 1991. Durante cuatro décadas se produjeron diversos procesos simultáneos de construcción de identidades étnico-nacionales y supranacionales que completaron el proceso de “comunidades imaginadas” (Anderson, 2021) a “comunidades realmente existentes”. La creación de una Moldavia diferenciada en la URSS de su matriz común, que permanecía en Rumanía, sobre la base territorial escindida forzosamente (Besarabia), requería un proceso de distinción obligada de su sustrato cultural, de su evolución histórica y de su lengua común (Sugar, 1996). En paralelo, se ejecutaron tres modelos de integración que fueron comunes para el conjunto de las quince repúblicas, sin embargo, en Rusia solo se desarrolló el primero por no ser necesaria la implementación de los otros dos. Descritos por Aspaturian fueron los siguientes: 1) la sovietización, integración en el sistema político-institucional del Estado-Partido soviético, 2) la rusianización, identificación del idioma con el de la URSS, proceso cultural de aceptación, y 3) la rusificación, transformación de los grupos étnico-nacionales no rusos paulatinamente en “rusos”, proceso de asimilación lento, complejo, psicológico y más individual que colectivo (Aspaturian, 1968).

Desde la constitución de la República Socialista Soviética de Moldavia (RSS), la política lingüística llevada a cabo por el pcus y del Partido Comunista de Moldavia (PCM) se dirigió a la creación de una identidad genuinamente moldava, al margen de cualquier conexión con la identidad moldavo-rumano (Bruchis, 1984a). El instrumento esencial fue la conversión del alfabeto latino al cirílico, con la supresión de letras y signos específicos del rumano por su imposible equivalencia en algunos casos. Aunque para algunos autores el papel de la distinción entre las dos lenguas ha sido altamente sobrestimado, constituyendo un rasgo diferencial en la realidad moldava (Dusacova, 2013: 104).

La integración de Besarabia a la URSS, por tanto, supuso una fragmentación e incorporación forzosa de la mitad del territorio de la Moldavia rumana (Deletant, 1995). La construcción de una identidad étnica específicamente moldava, diferenciando a la población rumana, utilizó como plataforma a la RSSA de Moldavia integrada en Ucrania para la creación, finalmente, de la RSS de Moldavia como producto político-territorial y minoría étnico-nacional en el espacio soviético (Cowen, 1993: 267). La inserción política definitiva en la URSS había llegado precedida de una “masiva represión” de las principales figuras de la cultura y de la literatura besaraba preparando los procesos de rusificación y sovietización (Bruchis, 1984b: 115). Los pilares de una identidad étnico-cultural diferenciada de la rumana se consolidaron con los procesos de “moldovanización” lingüística con la introducción del alfabeto cirílico y a través de la creación de una historiografía ad hoc, entroncada con Rusia y la URSS (Van Meurs, 1994). La construcción de una identidad nacional era imprescindible para con-solidar la anexión de Besarabia, la ruptura de los lazos identitarios con el Estado matriz y, en definitiva, la configuración de una república federada sobre la base de una “ingeniería étnica” que hizo de la nacionalidad moldava una genuina creación soviética (Dima, 1991).

Rumanismo vs. moldovanismo (1989-1994)

El proceso de movilización nacionalista en las repúblicas periféricas de la URSS acabó con una implosión de la Federación y la eliminación del sistema político y económico que la sustentaba. Las reivindicaciones con base identitaria se multiplicaron, provocando niveles de conflictividad que el régimen soviético había conseguido soterrar mediante un sistema coercitivo.

En la aún Moldavia soviética se iniciaba la recuperación de una identidad nacional que había sido manipulada y reconstruida de forma artificial y, con ella, la contienda entre panrrumanistas y moldovanistas que reclamaban la creación de un Estado independiente moldavo, al margen de cualquier posición irredentista favorable a la reunificación con Rumanía (King, 1994: 345). Esta controversia se inició en los orígenes de la URSS con la ruptura de Besarabia con Rumanía y la creación de una nacionalidad nueva, es decir, el moldovanismo como una herramienta genuinamente política al servicio de una ideología que, fruto de las circunstancias históricas, ha acabado consolidándose como un Estado independiente (Munteanu, 1996). El proceso no ha sido lineal y ha estado entreverado por otras reivindicaciones identitarias que, de manera simultánea, han contribuido al debate sobre la construcción estatal, el irredentismo y la aparición de movimientos secesionistas con demandas específicas que dinamitaban la integridad territorial y cuestionaban, según las circunstancias, ambas posiciones (rumanista y moldovanista), antes y después de la independencia de la república (Grandy, 2017: 75). En cualquier caso, es posible encontrar manifestaciones de nacionalismo étnico, nacionalismo cívico y secesionismos que utilizan hipotéticas demandas identitarias para ocultar un componente abiertamente político-ideológico que se opone a la consolidación de la construcción estatal independiente con los límites territoriales internacionalmente reconocidos.

La aparición de los primeros movimientos y organizaciones que canalizaron las aspiraciones nacionales de los diferentes grupos étnicos en Moldavia se sitúa en 1987, aunque el Movimiento Democrático Moldavo fue fundado el 3 de junio de 1988. Su relación con otros grupos y organizaciones reformistas se orientó abiertamente a la movilización popular contra las autoridades republicanas que eran obstruccionistas al programa de Gorbachov. En su ambicioso programa (económico, político, ecológico, recuperación de la memoria histórica, a favor de una confederación de Estados soberanos) adquirió especial relevancia la defensa de las identidades étnico-culturales republicanas y la reivindicación del moldavo como lengua oficial de la República, reconociendo la identidad con la lengua rumana y, por tanto, el retorno al alfabeto latino (Socor, 1989a: 30). La articulación de las diferentes demandas empezaba a converger en torno a la recuperación de la identidad étnico-cultural moldavo-rumana: recobrar los lazos históricos comunes que habían sido manipulados por el estalinismo, reivindicar la identidad lingüística compartida, la figura del poeta nacional Mihai Eminescu, los símbolos nacionales rumanos y la reintegración de los territorios históricos de Moldavia que habían sido incorporados a la República Socialista Soviética de Ucrania (Bucovina del norte y el sur de Besarabia). La integración final de todos los movimientos se realizó con la conferencia fundacional del Frente Popular de Moldavia (FPM) el 20 de mayo de 1989, cuyas veinte resoluciones recogidas en el documento final abogaban por la soberanía republicana, condenando las consecuencias que para Besarabia significó el Pacto Molotov-Ribbentrop (Socor, 1989a: 23-26).

A pesar del llamamiento a la concordia interétnica y a la defensa de los derechos del conjunto de las minorías étnicas residentes en la república, se articularon movimientos políticos alternativos al programa del FPM que fueron el soporte de sendos secesionismos durante la construcción de la estatalidad independiente. Tanto Unitatea-Edinstvo en Transnistria, como Gagauz Khalky en cinco distritos del sur de Moldavia, se movilizaron políticamente frente a lo que consideraban como una agresión a sus derechos étnico-nacionales: una eventual reunificación de la república con Rumanía que se mostraba tras la agenda “rumanista” del FPM. El primero era la versión republicana de la organización Interfront que, en el conjunto de la URSS, defendía la opción más conservadora del mantenimiento del sovietismo al margen de cualquier opción reformista. Cooperando con la Unión de Colectivos del Trabajo (OSTK por sus siglas en ruso) se ubicaron como defensores de las minorías eslavas (rusa y ucraniana) en Transnistria frente al avance del “rumanismo” en Chisinau. Sin embargo, su posterior evolución en defensa del mantenimiento de la URSS, su apoyo al fallido golpe de Estado contra Gorbachov en agosto de 1991 o la declaración de soberanía de la autoproclamada República Socialista Soviética del Dniéster -el 2 de septiembre de 1990- cuando todavía no se había disuelto la URSS, evidenciaron su perfil político-ideológico que solapaba o envolvía en unas más que discutibles demandas étnico-culturales (Pop, 2003).

El segundo surgió como movimiento político en mayo de 1989. Orientado hacia la revitalización y la defensa de su identidad étnico-cultural, como minoría turca que profesa la confesión cristiano-ortodoxa, transformó sus demandas lingüísticas en el reconocimiento de una autonomía político-territorial. Muy influido por Edinstvo al tratarse de una minoría extremadamente rusificada -95.6 % solo hablaba ruso- (Socor, 1989a: 9), acabó convergiendo en su separatismo, y en sus planteamientos político-ideológicos, a diferencia de otros movimientos identitarios de la población gagauze que con menos de 150 000 habitantes se concentraba en cinco distritos en el sur de Moldavia.

La primera medida adoptada por la nueva mayoría nacionalista prorrumana, tras las elecciones de 1990, fue la aprobación de las leyes lingüísticas que sancionaban que el moldavo, en alfabeto latino, pasaba a ser la lengua oficial y proclamando la identidad del moldavo y el rumano. El objetivo esencial era revertir el proceso de rusificación a través del idioma de la población moldava que había alcanzado a un porcentaje superior a 50 % durante la década de los años ochenta (Deletant, 1989: 318). Sin embargo, únicamente 3.5 % de la población rusa residente en las diferentes repúblicas conocía una segunda lengua (Pool, 1992: 326). La polarización étnica de los representantes del Sóviet Supremo moldavo entre la mayoría moldavo-rumana y la minoría rusa fracturó el bloque monolítico del PCM y trasladó una escisión etnolingüística y político-ideológica al resto de la ciudadanía (Socor, 1989b: 13-15).

La descomposición del PCM fue desarrollándose paralelamente a la radicalización de los nacionalistas prorrumanos. La adopción de la bandera tricolor rumana, la sanción de la ilegalidad de la anexión soviética de Besarabia y la declaración de soberanía republicana, así como el reconocimiento de las independencias bálticas, acabó por exacerbar a los movimientos secesionistas de gagauzes en el sur y de rusos y ucranianos en Transnistria. El programa del Segundo Congreso del FPM abogaba por la construcción de la República Rumana de Moldova. A medida que se intensificó el proceso de recuperación y reivindicación de la identidad del etnonacionalismo moldavo-rumano, con un carácter abiertamente irredentista que planteaba la independencia de la URSS como una fase intermedia hacia la reunificación con Rumanía, se desplegaron un conjunto de políticas panrumanistas que produjeron un efecto cascada (King, 1994: 345-368) . Se activaron como mecanismo de reacción identitaria los secesionismos en Gagauzia y Transnistria utilizando la identidad étnica como un instrumento de construcción nacional al servicio, puramente instrumental, de una ideología política. En este periodo de confrontación entre identidades étnico-nacionales el moldovanismo ocupaba un lugar secundario, cuando precisamente se abogaba por una ruptura con el proyecto soviético por parte del nacionalismo rumanista. Los símbolos identitarios del rumanismo pasaron a monopolizar los de Moldavia antes de la disolución de la URSS: lengua, bandera, himno nacional (Desteaptate, române), fiestas nacionales y, en último término, el nombre de la república (Moldova) (King, 2000). La construcción de los diferentes discursos político-nacionales en la república se apoyaron en la historia, la memoria, el olvido, la manipulación y, en definitiva, el instrumentalismo; este proceso no se ha agotado en la actual Moldova, solo cambian los protagonistas (Iglesias, 2013).

Los niveles de confrontación se modificaron en función de la posición que ocuparon las élites políticas que lideraban a los diversos grupos, por ejemplo, el FPM alcanzó su máximo nivel con la independencia de la república, el 27 de agosto de 1991, tras el fallido golpe de Estado contra Gorbachov y con las autoridades moldavas alineándose con las posiciones rupturistas de Boris Yeltsin. Sin embargo, la movilización político-ideológica se trasladó a los secesionismos periféricos de la república que confrontaban abiertamente con los líderes moldavo-rumanos de Chisinau. Resultaba paradójico que, cuando se iniciaba el proceso de construcción estatal independiente, la identidad cívica moldava cedía su protagonismo a los defensores de los particularismos étnico-culturales que se querían convertir en movimientos nacionalistas disgregadores de Moldova, justo en el momento en el que el proyecto político-ideológico que apoyaban se diluyó (Baar y Jakubek, 2017).

La configuración del espacio postsoviético como una suerte de territorio colonial ruso está conectado con el apoyo, la articulación y el soporte múltiple (económico, político-ideológico y militar) otorgado desde Moscú a un buen número de movimientos secesionistas, como los de Transnistria y Gagauzia en Moldova (Kuzio, 2002). Las peticiones de reconocimiento de la identidad gagauze, mediante la protección de su lengua y sus demandas de autonomía político-territorial fueron instrumentalizadas ideológicamente. De tal forma, que una reivindicación etnonacionalista acabó transformándose en un secesionismo “defensivo” frente a una eventual reunificación de Moldova con Rumanía (Chinn y Roper, 1998). En un movimiento mucho más disruptivo que el protagonizado por Gagauz Khalky, pero también menos reivindicativo desde el plano estrictamente identitario, debemos fijar al movimiento liderado por Edinstvo-Interfront en Transnistria. La autoproclamación de la República Socialista Soviética del Dniéster fue la constatación de la orientación ideológica del movimiento político que la sustentaba. La procedencia de sus miembros -directo-res de koljoses y sovjoses y miembros del ala más radical del PCM y del PCUS- mostraba que su objetivo era el mantenimiento del statu quo soviético y la situación privilegiada que ocupaban en el sistema (Troebst, 2003), es decir, la propia evolución de los acontecimientos en el derrumbe de la Unión Soviética marcaba la evolución del discurso político y de los objetivos a conseguir. Hasta 1990 no hubo ninguna movilización identitaria o política por parte de las minorías eslavas residentes en la región del Dniéster. Con la irrupción del nacionalismo moldavo-rumano abogaron por la defensa del Estado soviético para transitar a un hipotético nacionalismo étnico de salvaguarda de su identidad frente a una eventual independencia republicana y posterior reunificación con Rumanía. Sin embargo, la declaración de independencia en 1990 de la creada “República del Dniéster” confirmó que el constructivismo estatal había precedido a la configuración de la nación que, además, en el caso de esta entidad territorial, nunca se había realizado en ninguna de las dos modalidades (Zabarah, 2011).

Ambos proyectos de construcción nacional de carácter reactivo (Gagauzia y Transnistria) no solo confrontaban con el nacionalismo prorrumano defendido por las élites intelectuales republicanas sino, en igual medida, con la construcción de una Moldova independiente que comenzaba su proceso a finales de 1991. La minoría rusa en Transnistria, movilizada ideológicamente por la facción más conservadora del comunismo moldavo y ruso y con el apoyo del XIV Ejército ruso, acabó por desencadenar un conflicto bélico con las autoridades centrales de la república (Kolsto, 1995). Caracterizado por algunos autores como primer conflicto híbrido en un área geopolítica de especial relevancia para Moscú (Fylypenko, 2017) la evolución posterior del mismo desde el acuerdo alcanzado con Chisinau en el mes de julio de 1992 ha confirmado su conexión ideológica e instrumental con el Kremlin y la ausencia de reivindicaciones étnico culturales más allá de la imposición del ruso como lengua en el territorio secesionista.

El moldovanismo, carente de apoyos entre la élite intelectual republicana, basó su idea motriz en la distinción entre la lengua moldava y la rumana, abrazando una falacia filológica convertida en instrumento diseñado por la ingeniería étnica soviética (King, 1999). La política lingüística desplegada desde la aprobación de las leyes que identificaban las dos lenguas hasta la recepción constitucional del moldavo como lengua oficial de la república tuvo un recorrido muy corto. A partir de 1994 y como consecuencia directa de tres factores concretos, el moldovanismo comenzó a imponerse en el nuevo Estado independiente como nacionalismo cívico frente a un nacionalismo étnico rumano-moldavo. El conflicto en Transnistria, la evolución política confirmada por los resultados electorales en 1994, tras el referéndum sobre la independencia republicana y la articulación del discurso político del moldovanismo por parte del Partido Agrario Democrático (PAD) completaron la transformación identitaria de la población étnica titular de la república: de rumana a moldava.

La confrontación entre el rumanismo y el moldovanismo por el control de la identidad nacional titular de la república, con sus implicaciones en la construcción estatal, se convirtió en una auténtica “Guerra Fría” (Heintz, 2005) en la que ambos nacionalismos desplegaron todo su instrumental identitario ad hoc. A pesar de que ambos movimientos enarbolaron la bandera de un nacionalismo cívico que aglutinase a los diferentes grupos étnicos del nuevo Estado, no hubo espacio para articular la convivencia del conjunto de la sociedad civil (Crowther, 1997). Aunque el moldovanismo se presentó, y lo sigue haciendo, como la única alternativa cívica que permite la consolidación de la independencia republicana, ha sido el nacionalismo étnico basado en un “mito maniqueo” el que finalmente ha acabado por imponerse (Brubaker, 1999).

El moldovanismo recibió un apoyo indirecto inestimable del secesionismo transnistriano. El discurso internacionalista y paneslavista de sus líderes políticos no le ha dotado, desde sus orígenes, de un elemento de naturalidad -esencialista- sino de ser un producto final de la “manipulación de las identidades nacionales y de los conceptos de nación” (Van Meurs, 2015: 192). Aunque el soporte definitivo y su articulación como nuevo mensaje nacionalista integrador del Estado moldavo independiente estuvo construido por Mircea Snegur y el pad, la fuerza política que irrumpió para hacer frente al nacionalismo prorrumano del FPM. La paulatina pérdida de movilización popular y de apoyo electoral del último después de la consecución de la independencia y, especialmente, después del conflicto bélico en Transnistria hizo que las antiguas élites del pcm -como el propio Snegur- que se habían sumado al proyecto rumanista abandonasen el mismo y modificasen su mensaje nacionalista mutando hacia la identidad moldava.

Un ejercicio de modelaje identitario (Van Meurs, 1998) al servicio de los intereses políticos de una élite formada por antiguos nomenklaturistas reconvertidos en demócratas de nuevo cuño cuya posición se diluiría en un escenario de irredentismo prorrumano que confirmase su objetivo de reunificación con Rumanía. Snegur se convirtió en presidente de la República de Moldova en el mes de diciembre de 1991, después de haber sido presidente del Sóviet Supremo republicano, con el apoyo del FPM y suscribiendo su agenda política. Su discurso moldovanista se inició ya en el mes de febrero de 1992, ratificando la independencia soberana de la república en su discurso ante el Parlamento rumano, así como la elaboración de la doctrina “Un pueblo: dos Estados”. La ruptura con el FPM y la incorporación al PAD se produjo con la conversión del primero en partido político y la ratificación en su programa del objetivo de reintegración con Rumanía. El apoyo popular y la capacidad de movilización del nuevo partido se redujeron abruptamente, lo cual quedó confirmado en las elecciones parlamentarias del mes de febrero de 1994.

El programa moldovanista estuvo conectado directamente con la triple cita preparada para 1994: las elecciones parlamentarias, el referéndum sobre la independencia republicana y la aprobación de la Constitución de Moldova. La celebración de la conferencia organizada por el PAD y fuerzas políticas afines en la defensa de la identidad nacional moldava, como el partido Bloque Socialista Unido (Edinstvo), bajo el título “Nuestra casa, la República de Moldova” fue una defensa del carácter diferencial de ambas identidades -moldava y rumana- desde el punto de vista histórico y lingüístico, abrazando los argumentos soviéticos sobre Besarabia como cuna del moldovanismo (Hegarty, 2001: 149). Los resultados electorales certificaron el éxito de la propuesta identitaria diferenciada con el PAD obteniendo 56 de los 104 escaños en el Parlamento y el Bloque Edinstvo 28 escaños. Por el contrario, el FPM solo obtuvo 9 parlamentarios (Inter-Parliamentary Union, s.f.).

El 6 de marzo de 1994, en flagrante violación de la ley moldava sobre la celebración de referéndums, que requería un periodo de 90 días como mínimo de separación respecto a los comicios, una mayoría de 97.9 % de votantes expresó su deseo de mantenerse como un Estado independiente, unitario, basado en la integridad territorial republicana y en un estatus de neutralidad. Finalmente, la aprobación de la Constitución moldava el 29 de julio de 1994 terminó por eliminar la conexión lingüística moldavo-rumana; el moldavo pasaba a ser la lengua oficial del Estado -en alfabeto latino- recogido en el artículo 13.1 (Constituția Republicii Moldova, 2022). A partir de este momento el programa del moldovanismo en el poder se orientó hacia la eliminación de cualquier identificación entre las identidades rumana y moldava, centrándose en los programas educativos que fueron sustituyendo los planes de las asignaturas de historia o lengua rumana por moldava (Panici, 2003: 44) y en el cambio de la bandera y el himno nacional de reminiscencias rumanas. La falta de consenso en torno a la identificación de la lengua de Estado sigue, después de más de 25 años, polarizando el debate identitario moldavo-rumano (Prina, 2013: 4). La enseñanza de la historia ha estado sometida a los vaivenes identitarios, mostrando su carácter dúctil a las necesidades de las élites políticas (IHRIG, 2009). Al igual que los discursos políticos, dependiendo de sus perspectivas electorales, como los amagos del propio Snegur de retornar a la identificación de los dos idiomas y retornar al rumano modificando la constitución, mediante una iniciativa parlamentaria presentada en el mes de abril de 1995, finalmente rechazada (Dyer y Comrie, 1996).

La construcción de una identidad cívica que preservase la independencia y la integridad territorial republicana obtuvo unos resultados ambivalentes. Mientras que en Gagauzia encontró cierto acomodo autonomista, en Transnistria la dinámica político-ideológica y los intereses de Rusia han obviado la cuestión identitaria (Roper, 2005: 513). La movilización étnica respondió a unos objetivos políticos de las élites que lideraron ambos secesionismos y no a las reivindicaciones habituales de los etnonacionalismos. Sin embargo, su influencia fue decisiva para el definitivo apuntalamiento del moldovanismo en detrimento del rumanismo. Aunque no es todavía una cuestión resuelta definitivamente y está muy vinculada a la evolución electoral de los diferentes partidos políticos (Protsyk, 2007: 15) la identidad moldava de la población titular parece consolidada, como la propia independencia del Estado.

Conclusiones

El caso moldavo se presenta como un modelo peculiar, dentro del antiguo espacio soviético, de construcción de una estatalidad independiente en el que la identidad étnico-cultural de la mayoría nacional titular de la república es objeto de debate, es decir, aplicando el paradigma constructivista, estamos ante una creación identitaria con una base importante en la política lingüística desplegada durante el periodo soviético, que se constituye en el soporte esencial de la construcción del Estado moldavo independiente desde el año 1991-92. El nacionalismo moldavo-rumano movilizado desde 1989 con el liderazgo del Frente Popular de Moldavia (FPM) planteó una opción rupturista con la URSS en la que, como etapa intermedia, el acceso a la independencia se concebía como un paso previo para una posterior reunificación con Rumanía. La movilización popular en torno a este proyecto tuvo un doble soporte: por un lado, el apoyo a las reformas iniciales del sistema y, por el otro, la recuperación de los elementos identitarios (lengua, historia, cultura, territorio) que cortaron los lazos de la población de Besarabia con su Estado matriz rumano.

La reacción de otros grupos étnico-nacionales de la república fue inmediata frente a un eventual escenario irredentista. Sin embargo, los movimientos realizados desde los distritos gagauzes del sur y desde Transnistria que se iniciaron en 1990, se presentaron como potenciales etnonacionalismos, sin embargo, esencialmente, se trataba de movimientos de apoyo al mantenimiento de la URSS con un sesgo político-ideológico muy definido (Chinn y Roper, 1998). Mucho más evidente fue la caracterización de ambos secesionismos durante el proceso de construcción estatal independiente y su evolución diferenciada: Gagauzia, a través de un encaje autonomista en la Constitución moldava, mientras que Transnistria consolidó una independencia de facto tras el conflicto bélico desarrollado en 1992.

Moldova se convirtió en el escenario de una contienda entre identidades nacionales, en especial de opciones político-ideológicas que instrumentalizaron los elementos o marcadores étnico-culturales para movilizar a determinados sectores de la población en defensa de los intereses de las respectivas élites. La reconstrucción de la identidad moldavo-rumana (“rumanismo”) respondía a una exigencia de recuperación de la memoria histórica anterior a la Segunda Guerra Mundial. Las demandas independentistas afloraron en el conjunto de la oleada de nacionalismos republicanos y reivindicaciones identitarias de un buen número de grupos étnico-nacionales. Sin embargo, la agenda irredentista del FPM fracasó rápidamente tras la declaración de independencia y el inicio del proceso de construcción de la estatalidad independiente de la república. El conflicto bélico en Transnistria y el apoyo recibido por Rusia al secesionismo de este territorio ha convertido a este territorio “enquistado” en una construcción pseudo-estatal al servicio de la política exterior de la Federación Rusa en su extranjero próximo. Las políticas lingüísticas de la élite rusa residente en esta región han dotado al soporte identitario de su carácter instrumental. De hecho, la recuperación de la construcción de la identidad moldava diferenciada, cuya base territorial se creó hace un siglo con la RSSAM -integrada en la República de Ucrania- ha terminado triunfando en la totalidad de Moldova.

El moldovanismo, constructo identitario heredado del periodo inicial de formación de la Unión Soviética, ha posibilitado la mutación de una identidad a otra con el objetivo finalista de consolidar a Moldova como un Estado independiente. Desde un punto de vista esencialista, las identidades pueden perderse, en muchos casos por lo que el paradigma constructivista define como “creación social o discursiva”, en completa conexión con las circunstancias de cada momento -políticas, sociales, históricas- (Zimmermann, 2008: 21). La competencia entre las concepciones moldovanistas y rumanistas se enfrentó a las respectivas opciones posibilistas de sus diferentes objetivos. Para el rumanismo, mantener un Estado independiente al margen del Estado matriz en el que la mayoría étnica rumana gozaba del reconocimiento pleno (identitario-nacional-estatal) carecía de sentido. Cualquier alternativa a la reunificación del pueblo rumano, similar al proceso de Alemania, acabaría por confirmar la ingeniería étnico-nacional soviética y la construcción artificial de naciones, repúblicas y, finamente Estados.

La deconstrucción de la identidad étnica rumana entre un porcentaje elevado de la población moldava -más de 60 %- fue un proceso articulado por un conjunto de partidos políticos encabezados por el PAD y, posteriormente, con las victorias de los herederos del Partido Comunista de Moldavia (PCM). Los líderes de estas fuerzas políticas procedían de la Nomenklatura regional del PCM y, por consiguiente, su indisimulado objetivo de destruir los lazos identitarios rumanos tenía un perfil ideológico definido. La consolidación de un Estado independiente moldavo confirmó las aspiraciones de esta élite política para canalizar sus intereses personales, hasta el punto de apoyar un proceso que pasó por la defensa de identidades alternativas en poco más de cinco años (soviética, rumana, moldava).

El moldovanismo, cuyo proceso de consolidación entre la ciudadanía de la República de Moldova aún continúa, se presentó como la alternativa de un nacionalismo cívico y también cultural de carácter integrador, frente al rumanismo al que se presentaba como rupturista de la convivencia interétnica, contrario al mantenimiento de la independencia republicana. Para ello, se desplegó todo un aparato instrumental que desmontase la identidad lingüística entre el moldavo y el rumano, mostrando las eventuales diferencias de dos lenguas similares. Además, la enseñanza de disciplinas como la historia se ha convertido en el principal instrumento de combate de rumanistas y moldovanistas, con los libros de texto como objetivo maleable. La capacidad de resolución de los conflictos secesionistas en la república tras el triunfo de las tesis moldovanistas, especialmente tras el referéndum de 1994 sobre la independencia de Moldova ha sido limitada. Mientras que los distritos gagauzes han logrado un encaje autonomista en el Estado y han renunciado a sus opciones secesionistas en el caso de Transnistria, el proceso está enquistado desde hace casi treinta años.

En este sentido, el conflicto “congelado” en esta zona muestra sus perfiles más originales.

En primer lugar, su contenido político-ideológico en detrimento de su eventual carácter identitario. En segundo término, su conexión directa con los intereses en el ámbito de la política exterior rusa. El último rasgo tiene que ver con el propio origen del movimiento en el año 1990. El secesionismo de los líderes de Transnistria se presentaba como una respuesta defensiva ante una potencial reunificación de Moldavia o la Moldova independiente; toda vez que, desde el conflicto bélico de 1992, el fracaso y casi desaparición política del FPM en las elecciones de 1994 y los resultados del mencionado referéndum consumaron el fracaso del rumanismo político y el éxito de las tesis políticas moldovanistas, la independencia de Moldova solo ha pasado a estar cuestionada por el propio independentismo de Transnistria y su soporte ruso, sin el que se diluiría.

Paradójicamente, el proceso de recuperación de las identidades étnico-nacionales y la construcción o reconstrucción de un conjunto de Estados independientes en el antiguo espacio soviético se ha traducido en la República de Moldova en la victoria del programa de ingeniería étnica soviética, es decir, el triunfo de la identidad moldava que sustenta al nuevo Estado independiente, como homenaje póstumo a una creación artificial estalinista, forzando distinciones lingüísticas, históricas y territoriales inexistentes con el objetivo de justificar la anexión de Besarabia. Las acusaciones de construcción de identidades artificiales hacia los partidarios del nacionalismo prorrumanista, por parte de moldovanistas y de las élites políticas de Transnistria, han acabado por deconstruir una identidad étnico-nacional presente en los orígenes de la creación de la URSS. En su lugar ha triunfado un eventual nacionalismo cívico basado en la construcción de una identidad artificialmente creada que, fruto de las circunstancias históricas, ha alcanzado su fase final como un Estado que no consigue mantener su integridad territorial, como consecuencia, de nuevo, de otro constructo identitario: el transnistriano. La conjunción de factores internos ligados a los intereses de las élites políticas republicanas y de instrumentalización a favor de intereses de actores externos, fundamentalmente Rusia, han convertido a Moldova en un laboratorio experimental de construcción y deconstrucción de identidades étnico-nacionales.

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Sobre el autor

1La denominación de Moldavia se refiere al periodo soviético. El nombre oficial pasó a ser Moldova con la declaración de independencia, para diferenciarse del periodo anterior.

2La perestroika fue la reforma política y económica destinada a desarrollar una nueva estructura interna de la URSS, llevada a la práctica por el secretario general Mijaíl Gorbachov desde 23 de abril de 1985, un mes después de que tomara el poder.

3No obstante, autores como Neilsson hablan de “identidad racial común” (Keating, 1994).

4La glásnost fue la política a la par que la perestroika llevada a cabo por Mijaíl Gorbachov, desde 1985 hasta 1991. ​ En comparación con la segunda —que se ocupaba de la reestructuración económica de la Unión Soviética— la glásnost se concentraba en liberalizar el sistema político. En esta se estipulaban libertades para que los medios de comunicación tuvieran mayor confianza para criticar al Gobierno.

Recibido: 08 de Febrero de 2021; Aprobado: 18 de Mayo de 2022

José Ángel López Jiménez es doctor en Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid; actualmente se desempeña como profesor en la Universidad Pontificia de Comillas. Sus líneas de investigación son: seguridad y conflictos internacionales, los procesos secesionistas, y los problemas en la construcción de los nuevos estados independientes en el espacio postsoviético. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “Ucrania: dilemas jurídicos e inseguridad regional en el vecindario compartido UE-Rusia” (2022) Cuadernos Europeos de Deusto, 67; Rusia, UE y Derechos Humanos: 30 años de complejo encaje (2022) Valencia: Tirant lo Blanch; Bielorrusia: la última república soviética (2022) Madrid: Báltica Ensayo.

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