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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

versión impresa ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.68 no.249 Ciudad de México sep./dic. 2023  Epub 16-Ago-2024

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2023.249.79953 

Artículos

Las primeras víctimas: reflexiones sobre juventudes, pandemia, tiempo, espacio y tecnologías

The First Victims: Reflections on Youth, Pandemic, Time, Space and Technologies

Mauro Cerbino Arturi* 

Natalia Angulo Moncayo** 

Marco Giovanny Panchi*** 

*FLACSO Ecuador. Correo electrónico: <mcerbino@flacso.edu.ec>.

**Universidad Central del Ecuador. Correo electrónico: <natalia.angulo.m@hotmail.com>.

***FLACSO Ecuador. Correo electrónico: <marco.gpj@gmail.com>.


Resumen:

Durante la intensa propagación de la pandemia de la Covid-19, que ha afectado los años 2020 y 2021, se ha desarrollado en Ecuador una investigación de tipo cualitativo con 28 jóvenes, de edades comprendidas entre los 18 y 28 años, realizando entrevistas individuales o a grupos focales, ambas en modalidad online. Los jóvenes consultados -todos universitarios- provenían de las diferentes regiones del país y de sectores populares. Los resultados que se presentan en este artículo ponen de relieve un conjunto de problemáticas alrededor de tres ejes analíticos: espacio, tiempo y tic. Los hallazgos muestran que, al contrario de la narración que afirmaba que la pandemia ponía a todos en el mismo barco, fueron los jóvenes, como un grupo social ya desatendido por las políticas públicas antes de la pandemia y objeto de una permanente estigmatización, en ser las primeras víctimas del tratamiento impuesto por el Estado ecuatoriano.

Palabras clave: Covid-19; jóvenes; desigualdad; espacio; tiempo; tecnología; Ecuador

Abstract:

During the intense spread of the Covid-19 pandemic, which took place during the years 2020 and 2021, a qualitative investigation was developed in Ecuador with 28 young people, between the ages of 18 and 28, conducting individual interviews or focus groups, both online. The young people consulted-all university students-came from different regions of the country and from low-income sectors. The results presented in this article highlight a set of problems around three analytical axes: space, time and ICT. The findings show that, contrary to the narrative that the pandemic put everyone in the same boat, it was young people, as a social group already neglected by public policies before the pandemic and subject to permanent stigmatization, who were the first victims of the treatment imposed by the Ecuadorian State.

Keywords: Covid-19; youth; inequality; space; time; technology; Ecuador

Introducción

La pandemia de la Covid-19 transformó todo tipo de prácticas culturales a escala mundial. América Latina, región caracterizada por la desigualdad social, fue impactada de manera drástica en muchos ámbitos, no solo por el número de fallecimientos -hasta septiembre de 2022, según la Cepal, alcanzaban casi 687 000 muertes- sino por el incremento del desempleo, la crisis económica, la deserción educativa y el alarmante incremento de casos de violencia de género, especialmente violencia intrafamiliar. De ahí que “el análisis sobre la evolución de la pandemia deja en claro que la crisis sanitaria no ha sido superada y que la incertidumbre permanece” (Cepal, 2022).

Un aspecto que llama la atención a escala global es el manejo, por parte de los gobiernos, de la crisis sanitaria; un tratamiento que en casi todos los países se dio a partir de un esquema neoliberal, sobre el que trabajaremos en este artículo. Dedicaremos especial atención a analizar las formas en las que se manifiestan esas diferencias e injusticias sociales que desmontan los discursos alrededor de una pandemia que afecta a todos los seres humanos por igual.

En el caso específico de Ecuador, la Covid-19 ha afectado a diferentes poblaciones dependiendo de sus especificidades. Hasta febrero de este año, el número de muertes por Covid-19 en Ecuador llegó a los 35 965 (Datosmacro, 2022). Según el estudio multidimensional que el Centro de Desarrollo de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) realizó junto con el Gobierno de Ecuador y la Unión Europea (UE):

al igual que en el resto de países de la región, ante el fuerte impacto que la crisis del covid-19 está teniendo por diversos canales, existe un riesgo relativamente alto de que muchos de estos vulnerables caigan en la pobreza. La fuerte caída del crecimiento económico es uno de los principales factores que podrían incidir sobre la pobreza. Las proyecciones económicas señalan que el PIB de Ecuador podría registrar una caída de un -6.3 % en 2020 (FMI, 2020). De tal manera, y sobre la base de la relación que ha existido en los últimos años entre la evolución del PIB y la pobreza, se podría esperar un aumento de los niveles de pobreza que podría llegar a ser de un 7.5 %, y podría ser de mayor magnitud dependiendo de cómo afecte a los trabajadores vulnerables con empleos informales que no puedan mantener sus ingresos durante la crisis. (OCDE, 2020: 5)

En este escenario, se analizan los impactos de la crisis por la pandemia, considerando que ésta se experimentó de formas distintas, de acuerdo con el sexo, el género y la edad, solo por mencionar algunas variantes. La desigualdad entre hombres y mujeres ha constituido una problemática que se expresa de distintas formas, lo cual posibilita ver a las mujeres de todas las edades, no como grupo social específico o comunidad, sino que “atraviesan todos los grupos y pueblos” (Villoro, citado en Eternod, 2018).

De ahí que, por ejemplo, el índice global de brecha de género la mide a partir de cuatro ámbitos: salud, educación, economía y política; lo cual conecta directamente con este estudio, ya que se observaron problemáticas derivadas de la pandemia que recayeron especialmente en dichas áreas consideradas como clave y que impactan de manera particular en las mujeres y hombres jóvenes, quienes estarían especialmente afectados por la crisis económica.

En el caso de las mujeres, “están sobrerrepresentadas en el sector informal pues el 65,4 % de los empleados en el sector informal son mujeres” (OCDE, 2020: 13). En el caso de jóvenes de ambos sexos, se observa un incremento en las denuncias de despido sin previo aviso y la obligación de tomar vacaciones. Aquí una primera anticipación de sentido sobre el impacto negativo de la crisis y la falta de oportunidades para las juventudes y especialmente para las mujeres jóvenes.

En ese orden de ideas, las y los jóvenes fueron -y siguen siendo- un sector particularmente sensible al impacto de la pandemia y, para esta investigación, este grupo es de especial interés. Esta población, comprendida entre los 18 y 30 años, incorpora en general, personas que no se han emancipado completamente y, sobre todo entre las que menos años tienen, son dependientes económicamente de sus familias y tienen todavía un rango limitado de toma de decisiones. Además, atraviesan importantes procesos de transformación y socialización, en los cuales se establecen redes sociales y vínculos desde una condición mucho más autónoma que en etapas anteriores, descubriendo nuevas lógicas de disfrute y apropiación del propio cuerpo como espacio inmediato de reconocimiento, lo que se traslada a la apropiación de diversos lugares y la configuración de intereses, estéticas y posibilidades de expresión y construcción de proyectos de vida, es decir, las y los jóvenes son quienes más necesitan del contacto con la comunidad porque están construyendo su espacio en la sociedad.

De esta manera, el enfoque central de este estudio plantea que no es la pandemia la que transgredió la vida de jóvenes, sino la forma en la que se han gestionado las crisis: económica, de educación, salud, bienestar social, empleo y seguridad y, por ello, se reconoce a las juventudes como “las primeras víctimas de la pandemia”, impactando particularmente, las posibilidades de configurarse como sujetos, los cuales terminan intervenidos, adaptados y funcionales a las exigencias del mercado y el consumo, enfrentados a una crisis de la presencia. La perspectiva de la inmunización, como mecanismo biomédico de control de los cuerpos y, por ende, de las subjetividades, ha puesto en tensión el cuidado de sí en relación al otro, incrementando la sospecha reciproca. Estas anticipaciones de sentido nos permitirán también hacer algunas distinciones sobre las estrategias biopolíticas y las necropolíticas orientadas a este grupo poblacional, pero también encontrar algunos puntos de choque que, como señala Ariadna Estévez (2018) pueden establecer “una relación dialéctica de construcción mutua” (Estévez, 2018: 1) en fenómenos como este.

Casi 40 años después, las tesis optimistas que veían a los jóvenes como primeras generaciones de transformación social (Mead, 1977) entran en contradicción a la luz de los resultados de este estudio, sobre todo porque los testimonios recabados dejan ver la desesperanza, la desconfianza en la política y los proyectos de vida no a largo, sino a corto plazo. De la revisión bibliográfica realizada en los últimos 10 meses, investigaciones en España, Argentina y Chile, reflejan que los impactos reales de la pandemia en jóvenes sobre los ámbitos educativos, laborales y, sobre todo, en cuanto a la participación política, aún están por estimarse y varían dependiendo del contexto de cada país y las políticas públicas activadas desde 2022.

Esta investigación, que se ha venido desarrollando desde 2020, tuvo sus primeros hallazgos a finales de 2022.1 Desde su inicio se consideraron tres líneas de trabajo: tiempo, espacio y tecnologías, y en este artículo se describe, de manera amplia, las formas en las que jóvenes que cursan la etapa universitaria reconstruyeron sus prácticas sociales, redefinieron sus posibilidades de vida y observaron sus experiencias con la llegada de la pandemia y el confinamiento obligatorio. Lo que se presentará a continuación es una hermenéutica de las percepciones de jóvenes, de distintas zonas geográficas de Ecuador, sobre su lugar en el espacio; el espacio como el lugar donde cobran sentido los actos humanos y el tiempo fracturado en cuanto a sus proyecciones de vida y de futuro mediato. Finalmente, se exponen, de manera específica, la relación jóvenes-tecnologías desde una apuesta crítica y menos entusiasta sobre las tic como mesías salvador en medio de una crisis y el distanciamiento de los cuerpos. Lo interesante es que, al analizar las relaciones entre juventudes y tecnología, resulta que no son tan armónicas.

De forma transversal sobre espacio, tiempo y tecnologías, se realizará una aproximación sobre las expectativas de participación política de jóvenes universitarios. La pandemia llegó a Ecuador cuando las condiciones sociales, culturales, políticas y económicas ya eran marcadamente difíciles y desiguales, sobre todo para las poblaciones que buscaban construir una carrera o conseguir su primer empleo. Por ello, la pandemia no afectó las potencialidades de vida de las y los jóvenes en torno a sus proyectos de vida, sino que profundizó sus problemáticas.

Esto lleva a pensar que es inevitable evaluar la Covid-19 en términos sociales y no únicamente de salud pública. Conforme menores son los ingresos económicos y accesos a bienes y servicios que tienen las y los jóvenes, más duros son los efectos de la pandemia. Es por ello por lo que los sujetos de interés de este estudio son aquellos que pertenecen a estratos populares y que dependen para su subsistencia de un Estado que garantice sus derechos mínimos como salud, educación o fuentes de trabajo.

Metodología

La estrategia metodológica consistió en la aplicación de grupos focales como técnica principal de recolección de testimonios de jóvenes que se encontraban entre los 18 y los 30 años y que estaban cursando distintos niveles de educación superior de universidades públicas del país. Esta decisión, sobre el diseño cualitativo, se tomó considerando el nivel socioeconómico de los denominados sectores populares y que representan a lo público como espacios posibles de acceso a salud y educación.

La recopilación de información, su organización, sistematización y codificación abierta se realizó con tres instrumentos: un primer cuestionario de aproximación, con el que se realizaron cinco entrevistas a profundidad con este grupo social, que ha sido de particular interés por no estar vinculada de forma privilegiada con espacios de autonomía económica y tampoco accede a educación privada que eventualmente podría adaptarse mejor a las condiciones de digitalización y conectividad obligadas por la pandemia.

Posteriormente, se construyó la metodología para llevar adelante cuatro grupos focales realizados de manera online, a través de dos plataformas, Zoom y Google Meet. Se invitó a 28 jóvenes de provincias como Pichincha, Esmeraldas, Chimborazo y Sucumbíos, con quienes se realizó un acercamiento en función de un protocolo de toma de contacto a través de docentes universitarios y la firma de consentimientos informados.

Los grupos focales tuvieron una duración aproximada de dos a tres horas y se desarrollaron a partir de cinco categorías de análisis que se vienen manejando desde el inicio de esta investigación: a) transformaciones en las prácticas sociales debido a la pandemia, b) qué efectos ha tenido sobre la sociabilidad, convivencia, educación o trabajo, c) planes y proyectos de vida, d) la relación que tienen con la tecnología para el desarrollo de sus relaciones académicas y socioafectivas, y e) su visión sobre la acción política y sus aspiraciones (si es que procede) políticas a nivel individual y de forma colectiva. La cartografía de investigación se basó en un amplio marco teórico que explora los efectos sociopolíticos de la Covid-19, como bibliografía más general sobre tiempo, espacio y jóvenes.

Hallazgos

El cuidado de la vida en un espacio mortificado

La irrupción de la pandemia, y los riesgos vinculados a los modos biopolíticos de su tratamiento, definió un cuadro inquietante en relación con el cuidado de la vida. Abrió una reflexión en torno a si las prácticas del cuidado pueden ser exclusivamente reducidas a prácticas de inmunización como son la distancia corporal o el enclaustramiento. Este pensamiento convertiría al cuidado en una paradoja radical: la inmunidad de uno (su protección), es irreductible a la inmunidad de otro (y su relativa protección); es decir, la lógica inmunitaria siempre remite a una separación irreparable y -como agudamente ha señalado Roberto Esposito (2005) - aquello que protege el cuerpo (la inmunidad) es al mismo tiempo lo que limita su desarrollo, que es siempre dependiente de la relación con el otro y del cuidado de él.

En el mutuo cuidado, o en todo caso, en el cuidado alternante de uno y otro, los sujetos desarrollan un modo de subsistencia que les permite sortear los riesgos que la misma existencia encierra. Echeverria (2021) introduce en este sentido una interesante distinción entre inmunización reactiva, la que se aplicó y que afectó los rituales de los que está hecha la vida social, y la inmunización sostenible, que contempla y promueve justamente aquellos rituales y las dinámicas de encuentro (y desencuentro) con la alteridad en un equilibrio simbiótico tan precario como necesario.

Lo que la mayoría de los medios de comunicación mostraron durante la pandemia fueron cuerpos anatómicos ocupando camas hospitalarias, a los que se les aplicaban maquinarias y medicamentos para generar inmunización. Se evidencia con ello el temor hacia cuerpos que no pueden ser tocados que ya Elias Canetti (1981) indicaba como el origen de la experiencia humana, esto es, el temor a ser tocado porque algo puede, en ese contacto, superar las fronteras de nuestros cuerpos, lo cual puede experimentarse como insoportable. El tratamiento pandémico, al agudizar este temor, se mostró incapaz de elaborar otras estrategias para reconsiderar a los cuerpos también estando juntos.

El cuidado -el de los cuerpos y el de su vida más allá de su anatomía- implica pasar los límites impuestos por la immunitas, hacia el establecimiento de relaciones de proximidad que configuran comunidad (Esposito, 2005). Las casi idénticas medidas sociosanitarias tomadas por las autoridades a nivel global para enfrentar a la pandemia, han terminado por omitir una discusión fundamental: si los efectos de la pandemia no debían requerir de otros instrumentos de orden sociológico y cultural para optimizar su tratamiento. No hubo una reflexión a fondo sobre el discernimiento de los recursos útiles para inmunizar de aquello nocivo que afecta gravemente la creación de espacios comunes. En el caso de Ecuador, este problema ya se presentaba previo a la pandemia.

Cabe realizar un acercamiento al debate sobre la aplicación de estrategias bio y necropolíticas como categorías constitutivas de la estructura social a la luz del contexto pandémico. Por un lado, la vida, que es pensada como la funcionalidad correcta de la fisiología humana, implica que el cuerpo funciona correctamente y, gracias a eso, se aceitan los engranajes del motor de la productividad, en diálogo directo con la noción de “proyecto de vida”. Por otro lado, referimos a aquellas estrategias señaladas por Achille Mbembe (2011) que son las que tienden a “reescribir las relaciones entre resistencia, sacrificio y terror” (Mbembe, 2011: 72) y que dan paso a una lectura sobre la esclavitud en nuestro tiempo, el encierro simbólico y la sensación permanente de “estar muriendo”.

Desde el ámbito epistemológico -y del paradigma de la complejidad (Morin, 2004)-, resulta poco procedente haber reducido el tratamiento de la pandemia a la aplicación de un único campo de conocimiento científico -el biomédico- sin que otros conocimientos o saberes hayan tenido la legitimidad de proponer visos de soluciones o propuestas a considerarse. Haber impuesto una perspectiva hegemónica de la pandemia -la supremacía del discurso biomédico sobre cualquier otro- y de sus posibles repercusiones sociales, ha hecho que el mundo experimente con evidencias cómo hacer efectiva la disolución del espacio común, abonando a un mayor debilitamiento de las relaciones sociales por medio del incremento de la sospecha hacia el otro.

La gubernamentalidad del Estado -cada vez más corporativizado, empresarial y administrador de la población- se ha conectado con la eficiencia nunca antes vista del capitalismo cibernético. La implementación rápida del catálogo de mecanismos de digitalización de la vida en todos los ámbitos, educativos, del trabajo e incluso de la medicina (Cerbino y Angulo, 2020), realizada en nombre de la emergencia -aun cuando existan los presupuestos para quedarse una vez terminada la emergencia- ha hecho que la presencialidad y la unión de los cuerpos, sea criticada como antivalor porque implica un riesgo inminente y, por tanto, obedecer la norma de distanciamiento forzado sería un signo de superioridad moral, basada en creencias y actitudes sobre la responsabilidad civil y ciudadana.

La radicalización de la pandemia puso de manifiesto una concepción del espacio meramente administrativa, a partir de nociones a priori, altamente abstractas, de civilidad y de higienismo. La tensión entre “adecuados” comportamientos cívicos e incivilidades se acrecentó durante la pandemia. En Ecuador, el Centro de Operaciones de Emergencia Nacional (COE), entidad adscrita al gobierno nacional, utilizó el término “incivilidades” para referirse a cualquier acto que pueda promover los contagios, como aglomeraciones, fiestas o desobediencia de medidas de bioseguridad, etiquetando a los jóvenes como los mayores responsables de incurrir en este comportamiento reprochable. De esta manera, la concepción abstracta del espacio, propia de la lógica capitalista, se vio instrumentalizada por parte de las autoridades ecuatorianas por medio del discurso biomédico, para establecer un ordenamiento rígido de quien puede actuar en él y las formas como debe hacerlo.

Si se tiene en cuenta lo expuesto por Lefebvre (2013) sobre que el espacio es la dimensión primordial en la que se constituyen los sujetos sociales por medio de la producción de relaciones intersubjetivas, observar el desvanecimiento de la esfera común entre pares, del encuentro, de la confrontación -cuando no de abierta competencia- que en su mayoría los jóvenes experimentan, nos dibuja un panorama preocupante: la afectación directa en la constitución de las subjetividades juveniles no solo en la actualidad sino a futuro.

Una joven que vive en la Amazonía ecuatoriana considera que la obligación del distanciamiento y las otras medidas adoptadas se plasman en su cuerpo así:

Antes se sentía y teníamos la libertad, porque era eso, el hecho de uno movilizarse hacia un lado o de un lado a otro. El hecho de movilizarse en transporte público era algo muy normal y cotidiano para la movilidad de todos, algo que se pensaba que era, pues, un derecho, algo propio, algo que nos pertenecía. Ahora sabemos que es algo que también nos pueden quitar, lo que es la libertad de nuestros propios cuerpos, de nuestras propias vidas, porque tenemos igual que mantener la distancia. Ahora da miedo usar un transporte público, siempre con su mascarilla y con el miedo de que sabemos que la mascarilla no nos va a cubrir. Es algo frustrante que nos quiten algo tan básico y propio, como era, la libertad de poder salir, de poder estar expuestos ante otras personas. (Diana, 2021)

Nos permitimos articular la noción de biopoder y de necropoder a través de una reflexión que indaga en la población que, sobre todo al inicio de la pandemia, dependía económicamente del comercio informal. Esta población sería considerada peligrosa y por ende marginada a un “mundo de muerte” (Mbembe, 2011). Desde una perspectiva biopolítica, la norma gubernamental se dictó con un claro enfoque de autorregulación de los cuerpos y mentes bajo el slogan “Quédate en casa”, pero en condiciones privilegiadas que le permitían, solo a ciertos grupos sociales, mantener el confinamiento.

Para otros segmentos poblacionales, como en el caso de las y los jóvenes -quienes se arriesgaron a salir primero del confinamiento para trabajar en respuesta a los estudios que señalaban mayor peligrosidad del virus para edades más avanzadas-, la expresión de violencia necropolítica fue clara, ya que no hubo una respuesta clara del Estado ecuatoriano para reconocer las necesidades diferenciales de aquella población que no podía mantener cuarentenas, menos aún el aislamiento.

Mauricio, joven afrodescendiente que vive en la Costa, señala las afectaciones que percibe debido al aislamiento:

Siento que todas las personas han perdido una parte de su vida que también es relacionarse con las personas, verse con sus amigos, ir a clases normalmente, tener planes. Cuando realmente estás más aislado tus planes se empobrecen o desvanecen.

Se vuelve monótono estar todos los días con tu familia, todo esto ocasiona que las personas actúen de manera diferente, por esta pérdida importante de lo que son las relaciones sociales, que son vitales para todo ser humano. Y pienso pues que, aunque tengamos nuestra familia, siempre vamos a sentir que otras personas son parte importante, aunque no sean nuestra familia. (Mauricio, 2020)

Las y los jóvenes consultados indicaron que lo que más extrañaron del periodo anterior a la pandemia es el espacio físico donde estudiaban y no tanto la conveniencia de adquirir conocimiento para su futuro como individuos. El contacto con los otros compañeros y con los docentes, y la interacción con la que configuraban redes sociales, les permitía generar un conocimiento valorado socialmente y no divorciado de los placeres que la experiencia en común permitía.

No es solo el desvanecimiento o mortificación del espacio público -o su ordenamiento forzoso- lo que se observa en el tratamiento de la pandemia, es también la reconfiguración del espacio doméstico, en el cual las autoridades pretenden intervenir con proclamas altisonantes de aplicaciones del distanciamiento entre los propios componentes de las familias. Este elemento se muestra particularmente desatinado si se considera que la mayoría de las familias ecuatorianas vive en espacios reducidos, si no abiertamente hacinados. Para las y los jóvenes este hecho representó un problema puesto que, si bien no pretenden desentenderse de sus familiares -genitores y hermanos(as)-, requieren también de espacios propios como una condición necesaria para su constitución subjetiva.

Maggie, joven mujer de Esmeraldas, ciudad de la Costa ecuatoriana, así describe el problema:

En los primeros meses de la pandemia, llegaba un momento en el que uno buscaba ese espacio personal que todo individuo necesita y que las mamás tienden a no respetar, se meten al cuarto, en cada momento interrumpen; y sí llega un momento en el que hay estrés de por medio, además teníamos el problema de no poder recibir a nuestras amigas, lo cual nos creaba más estrés. (Maggie, 2020)

La pandemia afectó gravemente la cotidianidad de la vida, otra dimensión fundamental para la construcción de sociabilidad. Agnes Heller (1998) mostró la importancia de la vida cotidiana como contexto en el cual se supera la distinción entre lo público y lo privado, se politiza lo personal en conjunción con lo público, y se posibilitó la lucha de lo individual contra la alienación en la vida cotidiana. Todo esto constituye un sujeto para la toma de decisiones auténticas en los planos de la política, la cultura, lo económico y lo educativo. La vida cotidiana, dice Heller (1998), es simultáneamente reproducción personal y social, aquello que permite pensar la sociedad no desde un a priori sino como una construcción a posteriori que viabiliza los cambios respecto de los modelos dominantes de una cotidianidad impuesta por una clase social: la burguesía.

Hay quienes, como Andrés (2020), un joven de la Amazonía ecuatoriana, percibieron la intensidad de lo cotidiano como algo que la pandemia ha afectado significativamente: “hasta hace unos dos años antes de la pandemia la vida de las personas era muy cotidiana, había mucha gente en el parque y en el transporte” (Andrés, 2020, resaltado nuestro). Andrés reconoció la necesidad de tener una vida cotidiana aun cuando, entre las actividades que la integran, se presentaron problemas relacionados con el uso del transporte público-sobre todo hacinamiento y riesgo de robos- o, en general, con la inseguridad que se observó en participar del espacio público como son parques o plazas.

Varias investigaciones han mostrado como espacio público (y común) y espacio doméstico, sin fronteras significativas, son condiciones sine qua non para constituir y configurar subjetividades juveniles de un modo ciertamente más intenso que para la mayoría de los adultos (Abramovay et al., 2022; Escobar, 2015; Valenzuela, 2014; Nateras, 2010; Cerbino, Chiriboga y Tutivén, 2000). En estos espacios se experimenta la relación entre pares y las formas que adquieren las prácticas de cuidado de la vida, de sí mismo y de los demás. La gestión de la pandemia ha puesto en entredicho estas prácticas, levantando muros de sospechas y temores que la digitalización de la vida -como prolongación de los efectos de la pandemia- agudizó.

Discurso mediático y pánico moral

Nuestro análisis del tratamiento mediático revela cómo los jóvenes de sectores populares han sido señalados como los principales agentes de la “incivilidad”, término de uso común por parte del gobierno, que indica prácticas contrarias al orden y al buen comportamiento social recomendado por las autoridades sanitarias y policiales. Los jóvenes fueron expuestos como organizadores de fiestas ocultas, ocuparon pequeños espacios sin guardar el distanciamiento recomendado ni usar mascarilla; fueron subrayados como una población únicamente interesada en divertirse, sin responsabilidad ni interés por el bien común, los cuales deben ser controlados por las autoridades, quienes se preocupan por el bienestar común. Paradójicamente, los jóvenes de estratos altos no aparecen en este tipo de noticias. En los medios de comunicación ecuatorianos han sido frecuentes publicaciones como:

  • “Fiestas clandestinas no paran, jóvenes siguen organizando” (La Hora, 2021).

  • “San Roque-Centro Histórico, se suspende fiesta de 200 personas (la mayoría menores de edad). Necesitamos apoyo y responsabilidad de los padres de familia y de nuestros jóvenes; seguimos perdiendo vidas, hay personas muriendo en los hospitales...esto no es un juego, ¡la responsabilidad de todos es importante!” (Valarezo, 2021).

  • “En una fiesta clandestina en Chillogallo se encontró a alrededor de 70 menores de edad quienes sin medidas de bioseguridad consumían licor en una vivienda de la zona. La entidad competente iniciará el respectivo proceso sancionador a los organizadores” (Secretaría de Seguridad y Gobernabilidad Quito, 2020).

Las imágenes que acompañaron a estas publicaciones suelen ser muy representativas también. Decenas de jóvenes sentados o arrodillados en el piso, ordenados en filas, mirando hacia arriba a las autoridades policiales que los vigilan y les hablan desde esa postura de autoridad; jóvenes contra la pared siendo requisados por la policía; comentarios de las autoridades locales remarcando el consumo de alcohol en las reuniones, la poca conciencia y la violencia de las que son “víctimas” las autoridades de control, lo que contrasta con las imágenes de jóvenes riendo o minimizando el riesgo de reunirse.

La imagen de jóvenes de sectores populares transgresores del bien común, que se expusieron en los medios de comunicación ecuatorianos, se ajusta bastante bien a lo que Stanley Cohen (2011) define como “demonios populares”, que provocan el pánico moral de los ciudadanos bien portados. Nos parece evidente entonces, que esta población es depositaria de persistentes criminalizaciones que se han aplicado antes a pandillas y a jóvenes que se apropian del espacio público” (Cerbino, 2006).

Así se construye una “escena sensacionalista monstruosa” (Panchi, 2014), que expone una sociedad fragmentada y en riesgo, debido a ciertas poblaciones -jóvenes de sectores populares- que merecen ser censuradas. Al respecto Estévez (2018) señala que:

la regulación de la vida en el primer mundo capitalista produce estilos de vida, y el paso de la biopolítica a la necropolítica implica un cambio cualitativo en la concepción de la muerte, que es doble: muerte real por empobrecimiento masivo, y muerte simbólica por las intervenciones del capitalismo en lo social, lo político y lo simbólico. (Estévez, 2018: 20)

Acorde a ello, tiene más sentido “sembrar el terror” -reescribirlo y actualizarlo a la luz de otro tipo de controversias nacionales o mundiales, ya no la guerra- y construir un nuevo enemigo público, cuya vida es mercancía en la sociedad del consumo y del divertimento. La vida de las y los jóvenes de sectores populares, y muchas veces empobrecidos, vale más si es una vida permanentemente vigilada, amenazada y torturada.

Este discurso administrativo del espacio rebasó el terreno de la salud y genera efectos políticos claros. Al declarar a la ocupación del espacio y las aglomeraciones como actos de incivilidad, se instaló al hogar y el espacio privado como único lugar aceptable para la vida, que está marcado además por la norma parental y la autoridad.

El proceso de descubrimiento y disfrute que se genera durante la juventud, esa capacidad de configurar una comunidad propia, desde los propios deseos e intereses, con personas similares, se limitó dentro de los hogares y esto no ha estado exento de tensiones. Un testimonio de Esmeraldas revela esta situación:

Creo también que depende de la parte psicológica de las personas porque ahorita en esta pandemia hay muchos jóvenes, más que todo, que se sienten súper mal; o sea yo tengo amigos, amigas, que me han escrito, que incluso se han peleado con sus padres, que a pesar de que parecía que mantenían una buena relación no es la misma situación para muchos hogares, se sienten como una carga. Antes los jóvenes al ir a la universidad sentíamos que producíamos más, estudiábamos más que ahora, simplemente estamos en la casa sin hacer nada y estamos ahí, no sales más que del cuarto a la cocina, o de la cocina al baño, entonces no sales de ahí. Entonces los jóvenes sienten ese cargo emocional, ese cargo de lo laboral; incluso te dan deseos de también aportar a tu familia y te preguntas ¿qué hago yo solo estudiando en tiempos de pandemia?, tú no sabes que puede pasar mañana y no sabes cómo aportar a tu familia entonces es donde ahí los emprendimientos han crecido bastante. (Joselyn, 2020)

Los conflictos en la convivencia, desde nuestro análisis, generaron al menos dos problemas: 1) el retorno del hogar como reproductor de la estructura estructurante (Bourdieu, 2007), que determina lo correcto y lo incorrecto para los jóvenes, por medio del ejercicio de la autoridad moral de madres y padres, limitando así la autonomía de las y los jóvenes y su capacidad de construir una intersubjetividad más propia; 2) la compresión del espacio y el tiempo en una rutina que anuló la noción de vida como construcción dinámica y, aunque los jóvenes no acataron mansamente la quietud que obligó el tratamiento de la pandemia, carecieron de la energía y vínculos para actuar en público y hacerse sentir a nivel social.

Sobre el tiempo

El discurso médico que soslaya las condiciones sociales expuso al tratamiento de la pandemia como un tema universal, que puede ser tratado con la misma receta para gestionar la vida y la muerte, refiriendo este fenómeno como un problema homogéneo, ya que se piensa que las sociedades carecen de particularidades y que los problemas de salud pública únicamente refieren a la fisiología. La política pública de salud no reconoce las diferencias sociales y, por ello, las mismas medidas de cuidado se han aplicado en casi la totalidad de países, bajo amenaza de censura a quien no esté dispuesto a cumplirlas.

La contradicción que se produjo debido a este tratamiento de la pandemia en llamativa es que la defensa de la sociedad se sustenta en la recuperación de la individualidad; para que dicha sociedad tenga un futuro, es necesario detener el presente. Con esto, se ha neutralizado a la cultura como fuente de respuestas al virus, se ha descartado que las comunidades y sus dinámicas de socialidad puedan encontrar respuestas para enfrentar la pandemia, desde el cuidado comunitario, las redes de solidaridad, etc. La suspensión del presente olvidó la idea de que “juntos podemos superarlo” y se ha volcado a pensar que “volveremos a encontrarnos”.

No obstante, el urgente proceso de individualización de los sujetos y la suspensión del presente como espacio para la construcción de comunidad no son un resultado de la pandemia, sino que la anulación de vínculos comunitarios ha sido, atendiendo al análisis de Giorgio Agamben (2020), una clara característica del neoliberalismo, que más bien ha encontrado en la pandemia un catalizador global. De ahí que la necropolítica se convierte en una herramienta teórica propicia para analizar el estado de excepción permanente, inclusive sin confinamiento decretado oficialmente, un continuum de hábitos y prácticas que reorganizan la vida de quienes pueden y la muerte de quienes no.

En este proceso, la tecnología jugó un papel crucial. A ciertos jóvenes -principalmente de las ciudades más grandes y con mejores servicios- la Internet les permitió levantar y expandir comunidades virtuales que, en tiempo real, superaron las distancias y construyeron ritualísticas, pudiendo celebrar, a través de las pantallas, desde cumpleaños hasta funerales. Estos jóvenes, que tienen a su disposición conexiones aceptables de internet, utilizaron las herramientas necesarias para construir formas de socialización distintas, donde se aceptó de mejor forma el aislamiento.

Aunque esta individualización no fue completamente aceptada en gran parte de la juventud, también fue notable la penetración biopolítica en algunos jóvenes, que son la expresión misma del neoliberalismo radical. Aquí, por ejemplo, destaca el caso de Esteban, joven quiteño de 28 años con discapacidad visual que se acepta a sí mismo como componente de un sistema de alta productividad remota que, si bien es transgresor de su bienestar, también le resulta altamente benéfico y cómodo, ya que le permite desarrollar una vida en la que puede trabajar de forma intensa, satisfaciendo su propia necesidad de ser productivo, pero sin el riesgo de exponerse al mundo exterior, la cual, por su condición de discapacidad se le ha mostrado constantemente hostil. De esta manera, Esteban vive una suerte de pasividad fatalista con la cual logra satisfacer algunas de sus necesidades, pero que inevitablemente lo conduce a plantear un riesgo: “por supuesto una de las cuestiones negativas es que uno se acostumbra a eso y eso es muy peligroso, muy peligroso porque tampoco imagino una sociedad así de aislada” (Esteban, 2020).

Jóvenes como Esteban nos indican la existencia de “cuerpos mercancía” del proyecto capitalista neoliberal, quienes también resintieron el aislamiento; es así donde se reescribe la resistencia y se evidencia la resignación. Volviendo a Mbembe (2011) “las nuevas tecnologías de destrucción no se ven tan afectadas por el hecho de inscribir los cuerpos en el interior de aparatos disciplinarios, como por inscribirlos llegado el momento, en el orden de la economía máxima” (Mbembe, 2011: 63).

No obstante, esta conjugación de aislamiento y alta productividad fue ajena para las y los jóvenes de ciudades más pequeñas o periféricas. En estos sectores, casi la totalidad de este grupo etario consultado expresaron su malestar por recibir clases online, ya que sintieron que afectaron notablemente la calidad de los contenidos, la capacidad de retener la atención; lamentaron la ausencia de ejercicios prácticos y, sobre todo, el contacto con personas de su edad.

Todo esto se intensificó cuando la conexión de internet es notablemente inestable, lo que obligó a jóvenes de ciudades periféricas a vivir peripecias para tener conexión adecuada, como acudir a casas vecinas, parques o iglesias. En estos casos, más que la oportunidad para la hiperproductividad, se muestra la profundización de las desigualdades sociales, sin escapar a los efectos de la necropolítica.

No futuro

Como consecuencia de la afectación del presente, también se produce una fractura en el futuro. Existe una patente preocupación por las consecuencias educativas y laborales. Los jóvenes cuyo sustento futuro depende de convertirse en empleados asalariados o pequeños emprendedores, sienten que no contar con una formación adecuada incidirá en sus oportunidades laborales, lo que les provoca una visión pesimista para los años venideros. Además, las difíciles condiciones socioeconómicas -que la pandemia remarcó- les obligó a una anulación de la moratoria social, pues ya no pueden esperar a estudiar y tomar experiencia para enrolarse laboralmente. En esta situación de alto riesgo provocada por la pandemia y la falta de oportunidades, la opción era estudiar en cualquier condición posible y buscar los trabajos que estuvieran disponibles, aceptando incluso condiciones transgresivas. Así lo expresan dos jóvenes de la ciudad de Esmeraldas:

El otro “universo paralelo” que se nos viene por efectos de pandemia va a ser una sobre extenuación de la fuerza de trabajo. Los dueños de las empresas o las multinacionales van a entenderlo (a la pandemia) como un descanso laboral y, por lo tanto, al ingresar de nuevo a las actividades normales yo considero que el trabajo va a ser mucho más extenuante y van a buscar la forma de “exprimir” a tal punto que ya no va a haber marcha atrás. Lamentablemente, yo veo como un despido masivo, sobre todo en el sector público, y va a haber un auge de la empresa privada. (Ismael, 2020)

Yo creo más bien que no deberíamos hablar de cómo nos vemos en el futuro, sino más bien cómo nos vemos en el presente, porque si tú te das cuenta volvimos al Ecuador de los 90`s, flexibilización laboral, precarización laboral, ¿cuántos derechos laborales se han roto?, la gente pasó de trabajar ocho horas a trabajar doce horas con el mismo sueldo, caso contrario ¡chao! (Maggie, 2020)

No se trata solamente de falta de condiciones para estudiar, se trata de “tener que optar por la muerte lenta”, es decir, por la precariedad expresada en espacios inseguros, donde las violencias se amplifican y donde tienen lugar los feminicidios, como por ejemplo en la propia vivienda. Según Montserrat Sagot (2017), “para las mujeres, la familia es el grupo social más violento y el hogar el lugar más peligroso…en sus cercanías ocurren más del 80 % de los incidentes de violencia contra las mujeres, así como la mayoría de los feminicidios” (Sagot, 2017: 23). Así, se puede observar que, donde las necropolíticas limitaron entornos sociales, ambientes, cuerpos, mentes, prácticas y/o economías, se hace posible la administración de la muerte.

Ahí donde la necropolítica deja su huella, se instalan estrategias biopolíticas más eficaces. La preocupación del trabajo en las y los jóvenes consultados no solo tiene que ver con una necesidad de subsistencia que puede verse afectada, sino que el trabajo está valorado desde una lectura moral que lo muestra como una de las acciones más dignificantes y validadoras a nivel familiar y social. No poder trabajar, para jóvenes de estratos populares, no solo pone en riesgo su bienestar y subsistencia, sino que convierte a los estudios en una pérdida de tiempo -se estudia para que sirva de algo- y la presencia propia en la familia se vuelve incómoda.

Esta incertidumbre no vino acompañada de recciones para recuperar el presente y el futuro, sino que existe una especie de permanencia de la catástrofe, un pesimismo que indica que las condiciones negativas para las y los jóvenes de sectores populares no cambiará pronto. Si antes la vida era complicada para estos grupos, la pandemia la dificultó mucho más, quizás con efectos irreversibles. Este pesimismo es una especie de ethos clásico capitalista -adaptando la definición de Bolívar Echeverría (2011) - que muestra a la situación social actual como una condición arrebatadora, casi natural, superior a la voluntad o a las capacidades de lucha.

De manera preocupante, la escasa resistencia generada por el tratamiento de la pandemia se acompaña de un cada vez más presente discurso de “darwinismo social”, muy notable en los sentidos comunes que se difunden en redes sociales digitales y medios de comunicación, que expone que, de fenómenos como la pandemia, solo saldrán adelante los más aptos, aquellos con las ganas y talento para innovar y no sentirse aparentes víctimas. Este es el discurso que expone la proliferación de la forma más radical del capitalismo neoliberal.

Nativismo digital: la puesta en crisis de una ficción

La tecnología resulta fundamental para sostener la ruptura espaciotemporal, con sus consecuencias, por ello nos llamó la atención la morfología de uso de las tecnologías de información y comunicación (tic), las plataformas web y los medios sociales digitales, en términos de su apropiación en la vida cotidiana. Evidentemente, en los diálogos con jóvenes, se ratificó que medios digitales tipo red social, como Facebook y, principalmente Instagram, son los espacios más populares de entretenimiento y de contacto con amistades. Sin embargo, esto no sería una consecuencia natural de la pandemia, sino su profundización a partir del encierro por el confinamiento.

Las distintas plataformas se muestran como espacios de aprendizaje y de formación profesional. Esto, según lo analizado en los grupos focales, tiene una doble faz. Por un lado, el cansancio se experimenta en términos físicos y mentales, pero, al mismo tiempo, se observa, desde esta lógica determinista y entusiasta, las enormes posibilidades de utilizar distintos objetos técnicos para potenciar habilidades profesionales. Esto permite vislumbrar lo que Gary Becker (1983) señalaba como la inversión en sí, es decir, el proyecto personal que se hace posible gracias a la inversión en el rubro de capacitación ya que, desde la teoría del capital humano, invertir en educación podría facilitar las condiciones materiales de subsistencia, a través del acceso a un mejor trabajo y salario. Los testimonios de dos jóvenes en Quito permiten aseverarlo:

Yo estoy muy cansada la verdad, siento que incluso estoy más ciega de lo que estaba antes de entrar a cuarentena. Pero también siento que las plataformas han hecho que nos volvamos un poquito más creativos en esta parte de armar el contenido visual, audiovisual, para que a la gente le pueda atraer. Entonces también es esta parte, como que nos abrió una parte creativa, para tener aceptación, o que puedan consumir nuestro contenido, para que nos puedan solicitar. (Gisela, 2020)

Entonces sí, yo pienso que en la parte positiva lo que yo puedo destacar, es que al menos yo sí he podido realizar algunos webinars. He podido estar en algunos y aprendiendo constantemente de cosas, de cursos. Es lo positivo, lo chévere que uno está ahí inmediatamente, no hay que trasladarse, no hay esa distancia, no hay esas limitaciones. Para mí en lo personal es muy cansado, muy estresante y yo preferiría mil veces lo presencial. (Karen, 2020)

En función de estos testimonios se abre un debate respecto de esta empresa de sí (Laval y Dardot, 2013), la fábrica de las metas y de los objetivos y, por ende, de las formas para alcanzarlos. El futuro, que ya era bastante complejo como posibilidad de vida para muchas y muchos de estos jóvenes, se torna todavía más incierto y parecería que es en el entorno digital donde podrían hallar varias respuestas. Foucault (2010) explica que homo oeconomicus del neoliberalismo permite pensar cómo las tecnologías se han constituido en el brazo operativo de un proyecto político económico de corte capitalista y que, progresivamente, ingresa a unos jóvenes y expulsa a otros.

La persona-máquina abre un campo de análisis sobre por qué estos jóvenes relacionan el acceso y manejo de tic a la forma concreta de escalar o adquirir otra (mejor) posición en el espacio social. Ahí radica la disputa y la lucha por el acceso a conectividad y equipamiento, pero se trata de una lucha por el acceso enfocado al proyecto personal, más no colectivo. Gilles Deleuze y Felix Guattari (2004) indican que “cuando el capital constante crece proporcionalmente cada vez más, en la automatización, aparece una nueva esclavitud, al mismo tiempo que el régimen de trabajo cambia, que la plusvalía deviene maquínica y que el marco se extiende a toda la sociedad” (Deleuze y Guattari, 2004: 463). La forma de incorporar las tic a la vida diaria de las y los jóvenes genera tantos efectos en términos económicos y políticos que las juventudes ven en la tecnología una oportunidad de insertarse en el mercado laboral, sin embargo, no sopesan lo que eso implica, en términos de otras formas de sometimiento.

Las percepciones generales sobre la adopción de las tic en todas las dimensiones vitales a partir de la pandemia promueven una noción de que esta utilización y acumulación de información es una posible expresión de algún tipo de conocimiento. Ante esto, Innerarity (2011) dice que “el progreso civilizatorio no es impulsado por lo que los seres humanos piensan, sino gracias a los que les ahorra pensar” (Innerarity, 2011: 23) y, por lo tanto, es criticable la idea del nativismo de origen de las nuevas generaciones de niños, niñas, adolescentes y jóvenes adultos.

El uso de medios digitales de tipo red social para mantener contacto con amistades y familiares, prima con relación a su uso para su praxis profesional y académica. Dos testimonios de Nueva Loja y Riobamba, respectivamente, permiten observar que el imaginario sobre sociedades inteligentes a partir de conectividad a Internet y todo tipo de plataformas es claramente debatible:

Nuestra universidad nos ayudó con un curso de capacitación acerca de las tecnologías, nuevas tecnologías, que vamos a utilizar en este tiempo de pandemia, entonces ahí nos mostraron el Teams, el Microsoft, que tenemos acceso para poder hacer más práctica nuestra…, nuestro aprendizaje y tareas y todo eso. Entonces sí nos ayudó mucho, pero hay veces que por ejemplo sí, al inicio, pesa mucho porque no sabes por ejemplo en dónde está para levantar la mano o a veces el audio. (Roxana, 2021)

Yo sí me sentía, perdón la comparación, pero como un burro frente al piano. Era terrible, no tenía idea cómo hacer nada, era en realidad una cosa de locos, me sentía totalmente ignorante y me costaba, me costaba, la verdad y sentía que fluían más mis ideas cuando tenía un papel y un lápiz cerca de mí, que, al tener una computadora y un teclado, me “tupía”. Entonces en realidad ése fue un choque bastante grande y dejando a un lado también la falta de conexión del internet, porque cuando hay muchos dispositivos aquí en mi casa conectados el internet se entorpece, entonces no hay la fluidez para encontrar lo que estoy buscando o en las reuniones de Zoom para clases, igual hay un error de conexión y no sé. Ya me he acostumbrado un poquito más y bueno, no me queda de otra. No tiene nada que ver lo uno con lo otro, lo presencial con lo virtual, entonces sí ha sido bastante, un método de cambio bastante fuerte. (Daniela, 2021)

Esta idea de que las y los jóvenes son nativos digitales se puso en entredicho en el contexto de la pandemia, en el cual se comprueba que no existe como tal un manejo exhaustivo y profundo de la interfaz de las plataformas e, igualmente, existe en el proceso de gestión del conocimiento a partir de datos e información digitalizada, ya que “acumular información es una manera de librarse de la incómoda tarea de pensar porque la instantaneidad de la información impide la reflexión” (Innerarity, 2011: 20).

Consumidores dóciles

La “atención” como producto posibilita pensar que, en medio de la vorágine de estudiar y trabajar desde las viviendas, estas y estos jóvenes se convierten en consumidores dóciles, a través de “medios de captación de atención” (Cerbino y Angulo, 2020) a partir de distintas tecnologías y objetos técnicos, con los cuales configuran otras formas de entender lo colectivo y lo común. En función de los modelos comerciales de las plataformas web, se determinan nuevos hábitos y usos de datos e informaciones que impactan en las relaciones socioafectivas de estos grupos.

En este sentido el mismo autor habla de un “usuario sumiso”, categoría bajo la cual se reúnen todas las paradojas juntas sobre el uso y manejo de tic, en donde la noción de inteligencia colectiva (discurso-dispositivo) se vende, igual que la democracia y la conversación, como otro producto mercadeable del capitalismo cibernético, cada vez más sólido. Frente a ello nos preguntamos: ¿qué tipo de sujetos políticos son las y los jóvenes a partir de esta coyuntura? y, en función de ello ¿cómo se van a desatar procesos de acción e incidencia política a cargo de jóvenes que históricamente han tenido un lugar clave en procesos de transformación social?

La pregunta abre otras interrogantes vinculadas al estudio de la técnica y de la apariencia de las cosas o, como Weibe Bijker (2008) llamaría, “marco tecnológico”, que permite analizar, desde un ejercicio de interpretación, la construcción social de los artefactos y las formas en las que las personas plantean soluciones en sus cotidianidades, es decir, los problemas, las estrategias y sus mecanismos de resolución, en función de la significación de los objetos en las vidas de esas personas. La innumerable gama de datos, de estímulos y de placeres a través de la digitalización de datos a los que están sometidas las personas más jóvenes hacen que perciban todos ellos como información o conocimiento, aunque no necesariamente tienen esa característica.

Si bien algunas y algunos jóvenes señalaron el desconocimiento inicial de ciertas herramientas pero que rápidamente les fue posible dominarlas, esto no significa que la juventud sea, natural e innatamente, experta en el uso de tic o que éstas se utilicen con otros fines que no estén relacionados al divertimento. Por ello, varios jóvenes afirmaron que la imposición en el uso de las tic dotó de otro sentido a su utilización. Antes de la pandemia, las redes sociales digitales se configuraban como una vía de escape a sus problemas personales, sin embargo, utilizarlas de manera formal e institucionalizada, produjo que éstas adquieran un sentido similar al de las aulas de clases, es decir, se conviertan en otro espacio de encierro y de moldeo.

Plantear la categoría de usuario sumiso también deja una sensación de desconcierto, ya que, en ningún momento, las y los jóvenes consultados señalaron la posibilidad de cuestionar la plataforma, la herramienta o el instrumento, sino más bien existió un sentido de adaptabilidad, también como discurso propio de las sociedades tecnologizadas marcadas por el signo neoliberal. No cuestionar el entorno digital ni la interfaz, es similar a no cuestionar el espacio donde tiene lugar la participación o la construcción de significados.

Conclusiones

A contrapelo de la narración dominante, según la cual la pandemia afecta a todos por igual, hemos argumentado, a partir de los resultados de las entrevistas y los grupos focales, que los jóvenes ecuatorianos se muestran como las primeras víctimas a consecuencia del tipo de tratamiento que se ha asignado a la pandemia de la Covid-19. Dicho tratamiento ha evidenciado la casi nula capacidad del Estado de asumir el reto de poner en marcha políticas públicas orientadas hacia los jóvenes, especialmente de los sectores populares. Dichas políticas debieron ser diseñadas teniendo en cuenta los posibles efectos perniciosos que el tratamiento pandémico iba a tener en las dimensiones de la vida cotidiana, del espacio y del tiempo de los jóvenes.

En este artículo se ha intentado establecer una relación entre bio y necropolítica como categorías constitutivas de la estructura social, evidenciando una aplicación más eficiente de las estrategias del biopoder, así como el surgimiento de técnicas de administración de poblaciones más sofisticadas y actualizadas provenientes del necropoder. Los discursos médicos, en versión e intensidad cientificistas, se han conjugado en plantear a la muerte como el horizonte común en el que las personas -y entre ellas los jóvenes- debían asumir posturas de retiro forzoso de aquellas dimensiones constitutivas de la vida cotidiana, el espacio público y el tiempo de construcción de futuro. Con ello se ha pretendido oponer, sin más, la muerte a la vida, reiterando que solo en la suspensión de la vida, de lo que la hace posible, había garantías suficientes para alejar la muerte.

En este marco debemos subrayar una inquietud: por fuera de los discursos médicos reduccionistas, la cultura -entendida como la respuesta simbólico, ritual, vital frente a los riesgos de la existencia- con o sin pandemia, ¿qué rol puede o debe asumir? Creemos que la reflexión en torno al rol de la cultura ha sido opacada cuando no excluida, considerando la cultura más que un recurso también sanador, como un “estorbo” para la eficiente aplicación del imperativo médico.

Los jóvenes han sido víctimas de prácticas violentas por parte de las fuerzas policiales cuando han infringido la prohibición de ocupar el espacio público, o cuando han sido considerados como fuentes de riesgo para los adultos. En Ecuador, antes de la pandemia, habían sido tildados de actores violentos contra la autoridad policial, por ejemplo, el caso de las protestas de octubre de 2019 realizadas en oposición al gobierno. En la pandemia son “los incivilizados” que buscan encontrarse enfrentados nuevamente a la autoridad policial.

El cuestionamiento por el espacio público -junto con un horizonte de pérdida de futuro que experimentan los jóvenes en la pandemia- ha sido reemplazado por la instauración o intensificación de recursos tecnológicos, cuyos usos apuntan a solventar los efectos provocados por la pandemia. De tener la misma lógica también en postpandemia, a lo que se asistirá es a la incidencia negativa sobre una de las características de la juventud: la de representarse como cuerpos colectivos, por medio de los cuales plantean las demandas insatisfechas al Estado (Rodríguez y Cerbino, 2022; Cerbino, 2011; Escobar, 2009). El uso de la tecnología no podrá suplir a la organización juvenil basada en asociatividad de los cuerpos.

Por otra parte, habría que reflexionar más a fondo sobre las repercusiones de introducir el miedo al otro y la sospecha del encuentro de los cuerpos. Uno de los mayores riesgos es permanecer en un escenario con las características experimentadas (y probadas) tanto en la pandemia como posteriormente: educación mediada por computadora y teletrabajo motivados ya no por la emergencia sanitaria sino por su conveniencia medida en términos de eficacia.

El capitalismo cibernético (Tiqqunim, 2015) se consolidaría como proyecto político y económico, determinando un nuevo régimen de sociedades obedientes, dóciles e, incluso, asépticas, que ven a las tecnologías como la base de distintos modelos de desarrollo, de progreso y de consenso colectivo, en contrapelo absoluto de la entropía propia de todo sistema social.

No se pretende cuestionar el lugar de las tecnologías en la vida cotidiana de las y los jóvenes, quienes, antes de la pandemia, ya las habían incorporado en ámbitos sociales, académicos, laborales y afectivos con distintas intensidades. Sin embargo, debemos subrayar que el marco tecnológico (Bijker, 2008) previo a la pandemia puede ser muy distinto en la postpandemia. Con la crisis sanitaria, el uso de tic se potenció en estos grupos sociales de jóvenes sin ningún tipo de alternativa, sino como mandato y como nuevo molde. Esto ha impactado social y psicológicamente, y tendrá consecuencias que solo se podrán ver a futuro, pero necesariamente deberán ser leídas comprendiendo a las y los jóvenes como sujetos plenos de derechos.

Otro aspecto que llama la atención son las formas emergentes de autorregulación frente a la crisis de la presencia que se vive en todo el mundo, con lo cual nuevos regímenes toman forma y otros se consolidan. La vigilancia y el control a través de medios informáticos se van naturalizando como formas predilectas de alarma y contención del virus en las personas que lo albergan y, por ende, la cultura de la sospecha se instala dejando ver enemigos públicos conocidos: las juventudes.

Desde esa perspectiva, habrá que estudiar también los nuevos pasaportes sociales y simbólicos que, a efectos de la digitalización de la vida y desde la noción de privilegio, vendrían a ser las claves y contraseñas (passwords) con las que se ingresa a nuevos mundos virtuales y con los que las y los jóvenes transitarán y habitarán nuevas tecnologías en entornos online. Al respecto Paula Sibilia (2013) señalaba que somos cuerpos dóciles y sumisos ante la tiranía del upgrade, porque los cuerpos tratan de actualizarse a la misma velocidad del software en una suerte de obligación por adaptarse al “tecnocosmos digital”.

En la investigación que ha permitido la escritura de este artículo, ha quedado claro que existe todavía un malestar que no se gestiona con el uso de tecnologías informacionales, incluso con aquellas más avanzadas en términos de interactividad, sociabilidad conectada e hipermedialidad. Sin embargo, la transcodificación cultural (Manovich, 2006), que coloca en relación cada vez menos simétrica a la capa tecnológica y a la capa cultural, hace que, en un nuevo régimen escópico, se establezcan nuevos campos perceptuales sobre la realidad y configura una representación de lo real a partir de la razón gubernamental medicalizante y de protección de la vida por exclusión de unos hacia otros. En ella, los jóvenes, ¿qué cabida tendrán?

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Sobre los autores

1Una versión final de este artículo fue entregado a la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales el 16 de febrero de 2023, por lo que no hay desajuste en la temporalidad del contenido del texto [Nota del editor].

Recibido: 19 de Julio de 2021; Aprobado: 01 de Marzo de 2022

Mauro Cerbino es doctor en Antropología Urbana por la Universitat Rovira I Virgili, España. Sus líneas de investigación son: los estudios de juventud, especialmente sobre violencia juvenil, y los medios y la política, en particular, la comunicación del común y los medios comunitarios. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “Freire más allá de Freire, a cien años de su nacimiento” (2022) Chasqui. Revista latinoamericana de comunicación (149); (con Ana Rodríguez) “The legalization of the Latin Kings in Ecuador: The two hands of the State. From the production of marginalization to policies of inclusion” (2022) en David Brotherton y Rafael Gude (comps.) Routledge International Handbook of critical gang studies. Nueva York: Routledge; Por una comunicación del común, medios comunitarios, proximidad y acción (2018) Quito: Ciespal.

Natalia Angulo Moncayo es doctora en Ciencias Sociales con perfil en Comunicación por la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Sus líneas de investigación son: la comunicación estratégico-política, la comunicación digital y la relación entre comunicación y género. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: “Practitioner Perspective. Feminist Cyberactivism in Theory and in Practice” (2020) en Cheryl Martens, Cristina Venegas y Etsa Franklin Salvio, Digital Activism, Community Media, and Sustainable Communication in Latin America. Londres: Palgrave Macmillan; “Biopolítica y control. Las trampas del capitalismo cibernético” (2022) Revista Internacional de Estudios sobre Medios de Comunicación, 2(1); (con Monstserrat Fernández) “La educación pública superior post confinamiento. Los ecos de transformaciones profundas en la formación en comunicación social” (2023) Chasqui: Revista Latinoamericana de Comunicación (151).

Marco Panchi es doctor en Ciencias Sociales por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales. Sus líneas de investigación son: el sensacionalismo en televisión, comunicación comunitaria, movimientos sociales, trabajo sexual y subjetivación política. Entre sus publicaciones más recientes se encuentran: Jóvenes, democracia y persistencia políticas ante la crisis latinoamericana. Los casos de Ecuador y Bolivia (2023) Buenos Aires: clacso; “Juventudes y ciudad” (2023) en Miriam Abramovay et al., Trajetórias/ praticas juvenis em tempos de pandemia da covid-19. Brasilia: Flacso.

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