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Diánoia
versión impresa ISSN 0185-2450
Diánoia vol.56 no.67 Ciudad de México nov. 2011
Reseñas bibliográficas
Gustavo Fernández Pérez, Heráclito: naturaleza y complejidad
Luciano Espinosa
Thémata/Plaza y Valdés, Sevilla/Madrid, 2010 (Pensamiento, 10), 330 pp.
Facultad de Filosofía, Universidad de Salamanca. espinosa@usal.es
Lo primero que debe decirse con respecto a este libro es que no nos encontramos con la enésima revisión, más o menos erudita, de uno de los llamados padres de la filosofía, sino con la obra de un estudioso con voluntad de arriesgar, es decir, de aportar algo diferente y genuinamente original. Claro que tiene muy en cuenta a quienes lo han precedido en el comentario, e incluso esto lo hace de manera exhaustiva y bien documentada, pero siempre con una óptica personal y claramente orientada. En otras palabras, lo que hace el autor es menos frecuente de lo que se supone: tiene una posición propia y la expone después de contrastarla con las demás. Esto se nota especialmente en su traducción e interpretación de los vocablos griegos, pues, como no podía ser de otro modo, ha puesto especial cuidado en sumar fuerzas entre lo que ofrece la filología y lo que aporta la filosofía. De hecho, se encuentra preparando una edición crítica de los fragmentos.
Lo segundo que hay que destacar es la estructura diáfana de la obra, que consta de tres partes con temas bien delimitados. La parte inicial tiene sentido metodológico; en ella manifiesta claramente desde qué posición y perspectiva lee a Heráclito: el cruce de caminos inevitable entre su época y la nuestra, mirando a la vez hacia atrás y hacia delante, para lo cual se sirve en primer lugar de la hermenéutica, haciendo explícitos y aplicando sus presupuestos (teoría de los prejuicios, del círculo hermenéutico, la fusión de horizontes...), y después, de la teoría de la complejidad surgida al hilo de la ciencia contemporánea y sintetizada en gran medida por Edgar Morin. Debe destacarse que ofrece un pequeño estudio de ambas orientaciones para justificar plenamente su uso como la forma elegida para buscar la fecundación mutua entre el pasado y el presente: leer al clásico con otra mirada, pero respetando insiste el autor su idiosincrasia y su contexto. No se trata de hacerlo más moderno, pues Heráclito tiene la gracia especial de no envejecer por virtud del peculiar estilo de su discurso, sino de extraer de él nuevas resonancias en un camino de ida y vuelta permanente.
La parte central de la exposición entra de lleno en materia, atendiendo a la radicalidad con que el pensamiento presocrático concibe la naturaleza y, lo que no es menos importante, a la inserción del ser humano en ella. Se trata de orientarse en el mundo, y el hombre piensa para entenderse a sí mismo y vivir más y mejor en todos los registros. Como la oposición es una de las claves que definen esa naturaleza universal y particular, el autor compara el papel diferente que desempeñan los contrarios en varios de esos pensadores (Hesíodo, Anaximandro, Pitágoras. . .); ello le permite subrayar la importancia decisiva que alcanza en Heráclito. El mérito del presente enfoque estriba en abordar frontalmente la extraña coherencia lograda por el de Éfeso entre lucha y armonía, orden y desorden, estructura y dinamismo, necesidad y azar, aclarándola un poco más. Y todo ello fundado precisamente en una noción compleja de logos, esto es, en la realización cabal de la etimología básica que alude a la relacionalidad multívoca (que no equívoca) de cuanto existe, lo que bien puede desbordar la lógica que después impondrá Aristóteles en la tradición occidental, al menos hasta Hegel. Aquella lógica prístina parece más profunda, polifacética y multidimensional, como el propio lenguaje que la enuncia, y consigue el milagro de aunar rigor y juego, que es justamente la insólita mezcla que parece regir el universo según Heráclito. No es poca cosa abordar ese entramado sin simplificarlo, a lo que contribuye un análisis final de lo divino como resolución de la oposición al margen de las creencias convencionales.
La tercera parte se ocupa de las implicaciones antropológicas del discurso anterior, tanto en sentido epistémico como en sentido práctico. Para el griego, conocer es despertar, como es sabido, y eso implica sintonizar el interior del sujeto con el cosmos todo, seguir la misma pauta afirmativa. La metáfora de los dormidos y los que están en vigilia sirve además para fundar una larga tradición acerca de los necios y los sabios, de los enfrentados por la disparidad del subjetivismo y los que coinciden en lo común. Por último, el estudio de Fernández Pérez muestra cómo la virtud consiste en acordarse con ese flujo natural, pero desde la ética trágica que corresponde a un universo poliédrico y permanentemente tensado, comprendido en lo esencial, a la vez que siempre desbordante. Lo característico de la condición humana es que nunca podrá controlarlo, y el pensamiento de Heráclito insiste una y otra vez en evitar la antropomorfización, que suele cosificar algo vivo. Por eso, la comparación con los trágicos griegos resulta iluminadora e higiénica, entre otras cosas, para recordar que no hay respuestas definitivas. La justicia inherente al logos cósmico (dike) también incluye lo que nos ciega y nos daña.
Y esto mismo puede decirse de la investigación que nos ocupa: haber desarrollado todos estos temas y haber buscado una conjunción de las múltiples facetas implícitas no pretende en modo alguno zanjar la reflexión, no sólo por las razones obvias de prudencia y mesura, sino por atenerse a la filosofía en cuestión, a su carácter abierto y enigmático, paradójico e inacabado. El estudioso, como es el caso, ha puesto empeño y creo que tuvo bastante acierto al proponer una visión amplia, rica en perspectivas y pulcra en la escritura, al servirse, además, de una potente bibliografía en diversas lenguas y al dejarse llevar por un especial interés en ir a las fuentes. En resumen, cumple todos los requisitos formales del trabajo bien hecho y aporta una mirada en alguna medida distinta, quizá más fresca y apasionada. No se le puede pedir mucho más.