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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.59 no.72 Ciudad de México may. 2014

 

Reseñas bibliográficas

 

María Pía Lara, The Disclosure of Politics. Struggles over the Semantics of Secularization

 

Elías José Palti

 

Columbia University Press, Nueva York, 2013, 235 pp.

 

Universidad de Buenos Aires/Universidad Nacional de Quilmes, CONICET epalti@unq.edu.ar

 

El libro de María Pía Lara aborda el tema de la secularización desde una perspectiva histórico-conceptual. El enfoque elegido se basa en la premisa de que el proceso de secularización está asociado a una intrincada reconfiguración semántica, que es la que la autora se propone desbrozar. Lara reconstruye así la malla conceptual que se entreteje en el curso del siglo XVII, cuando la visión profana del mundo corta sus amarras con el universo teológico-cristiano, rearticulando los entramados categoriales a partir de los cuales investimos significativamente la realidad.

El punto de partida para esta reconstrucción histórico-conceptual lo provee el concepto de disclosure, el cual designa la apertura de un nuevo campo de interacción entre los actores políticos y sociales. ¿Cuál es ese nuevo campo que en este caso se va a abrir? Es el campo de la política. Encontramos aquí una primera definición acerca del sentido de la secularización que señala un giro conceptual fundamental a partir del cual lo social pasa a comprenderse como el resultado de un trabajo que es, precisamente, el trabajo de la política. Así, si bien, como lo señaló Carl Schmitt, los conceptos políticos nucleares del discurso moderno son expresiones secularizadas de los antiguos conceptos teológicos cristianos, ello no supone un mero traslado de los mismos, porque en su tránsito de un registro a otro se ve profundamente alterado su sentido. Claude Lefort advierte de forma precisa cómo ese nuevo campo de la política adquiere un carácter trágico desconocido hasta entonces, desde el momento en que la vocación de validez transubjetiva que funda la convivencia colectiva pierde ahora su basamento metasocial; es decir, se impide la presencia de cualquier agente que pueda encarnarlo empíricamente.

La inmanentización de las normas hará así de ellas un lugar vacío, inapropiable, estableciendo un vínculo nuevo, propio de este entramado semántico, en el cual el concepto de democracia se coloca en su centro. Éste deja ya de designar una forma particular de gobierno para venir a encarnar expectativas emancipatorias profanas opuestas al imaginario salvífico escatológico. Y esto lo liga, a su vez, de una manera inédita también, a otros dos conceptos que Lara analiza en su reconstrucción de este entramado semántico que entonces surge.

El primero de ellos es el concepto de Estado. La singularización de este concepto señalada por Koselleck supuso, al mismo tiempo, una redefinición crucial. La instancia soberana (el poder político) dejaría entonces de aparecer como la condición de posibilidad de la comunidad, aquello que garantiza su existencia como tal, para pasar a ser vista como aquello que conspira contra su plena realización y contra lo cual esas expectativas emancipatorias adosadas al concepto de democracia habrán ahora de dirigirse. Estado y emancipación se volverán entonces contraconceptos. Y esto nos lleva a la otra de las categorías que articulan el nuevo entramado semántico: la de revolución. El concepto de revolución condensará ahora un tipo original de experiencia de la temporalidad. La revolución aparecerá, precisamente, como aquella instancia que instaura esa fisura que recorta el "espacio de experiencia" de los sujetos de su "horizonte de expectativa", según la terminología empleada por Koselleck, determinando así un principio de irreversibilidad temporal que da origen al concepto moderno de historia.

Sin embargo, el rasgo distintivo de este universo conceptual secular es su naturaleza profundamente aporética, que confiere a dichos conceptos un carácter inevitablemente controvertido. La categoría de emancipación viene, de algún modo, a dar expresión a esta indeterminabilidad propia del horizonte político democrático moderno. La misma aceptará, de hecho, infinidad de interpretaciones posibles (liberal, socialista, democrática, etc.). Y esto nos conduce a la segunda de las tareas que emprende Lara en este libro, la cual consiste en analizar críticamente cómo habrá de articularse este entramado semántico plural en el pensamiento filosófico-político contemporáneo.

Con este objetivo, Lara discute las diferentes visiones del propio proceso de secularización que han dado distintos autores: Carl Schmitt, Hans Blumenberg, Karl Löwith, Hannah Arendt, Jürgen Habermas y Reinhart Koselleck. En este recorrido, Lara destaca el logro de Arendt y Habermas de haber captado de manera más adecuada la naturaleza de los contenidos normativos que conlleva el concepto moderno de democracia. Según muestra Arendt, la idea de una política desprendida de todo fundamento teológico, que incorpore la contingencia como una dimensión constitutiva suya, requiere la desagregación de la soberanía de los conceptos de autoridad y verdad. Dicha autora se ocupa así de desandar la trayectoria por la cual ambos pares de conceptos terminan fundiéndose en Occidente y cuya génesis la sitúa en la recepción cristiana del ideal político platónico. Esto le permitirá recobrar el sentido implícito en el concepto de la política en un contexto posmetafísico; esto es, la tarea de construir un mundo común.

Sin embargo, será Habermas quien radicalizará el proceso de desubjetivización del concepto de la política, entendido como un proceso anónimo de formación y articulación de voluntades, mediante la apelación a la idea del espacio público como la instancia mediadora entre política y sociedad. Éste se constituiría así como el ámbito propio para el despliegue de la política en cuanto trabajo de producción de lo social.

El objetivo último que orienta esta tarea de revisión crítica es la dislocación de la noción schmitteana, de matriz teológica, de lo político, la cual se opondría, precisamente, a esta idea arendtiano-habermasiana de la política secularizada. El autoempoderamiento de los ciudadanos que resulta de la quiebra del tipo de legitimidad provista por un agente metasocial, como la que encarnaba la figura del soberano tradicional, volvería superfluo dicho concepto de lo político.

Tomando el libro en su conjunto, se puede decir que la perspectiva histórico-conceptual, que pone el foco sobre la problemática de la secularización, resulta particularmente relevante y acertada en la medida en que permite resituar la teoría política contemporánea. En este sentido, el concepto de disclosure como clave interpretativa es un hallazgo sugerente y productivo que sirve como bisagra para redefinir los conceptos, ya no como si aludieran a un determinado plano de realidad histórica, sino como una suerte de shifters que operan los desplazamientos entre esos diversos planos (el teológico y el profano). En este sentido, la perspectiva de Lara se distingue de la de Agamben, quien, retomando a Foucault, los define como signaturas. Mientras que para Agamben los conceptos políticos guardan siempre la memoria de su origen teológico, para Lara la secuencia de sus redefiniciones sucesivas va borrando su sentido primitivo. Esto supone, a su vez, trasladar la mira del nivel de los contenidos semánticos de los conceptos al de su funcionalidad, su performatividad, aunque en un sentido distinto al de Skinner; es decir, la comprensión de los conceptos como aquellos que capturan en el campo de la discursividad los objetos que se abren al plano de la visibilidad en un determinado horizonte. Y esto es el resultado de la doble naturaleza de los conceptos que, según Koselleck, los distingue de las ideas, esto es, el hecho de ser índices y factores a la vez de las realidades históricas. De allí la pregunta que orienta ese recorrido: cómo el desplazamiento de lo teológico a lo político define un nuevo régimen de visibilidad (que es lo que la noción de disclosure viene a expresar) en cuyo centro se va a situar el concepto de democracia como núcleo en el que se condensará la problemática que plantea el pensamiento de la política en un contexto postradicional, en el que la referencia a un fundamento trascendente a la vida comunal se ha vuelto ya inviable.

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