Atender el problema de la memoria es crucial para la comprensión de la teoría freudiana. Ya desde su Proyecto de psicología, Freud anunciaba que "cualquier teoría psicológica atendible tiene que brindar una explicación de la 'memoria' " (Freud 1895, p. 343) y, no mucho más tarde, en sus Estudios sobre la histeria, sostenía que "el histérico padece por la mayor parte de reminiscencias" (Freud 1893, p. 33). Este vínculo tan estrecho entre lo psíquico y la memoria y, más aún, entre lo inconsciente y la memoria, es una constante a lo largo de toda la obra de Freud. De modo que, como bien sostiene Rosaura Martínez en su libro Freud y Derrida: Escritura y psique, lo primero que hay que comprender es que en el freudismo la memoria no es una propiedad más de la psique, sino que constituye lo propiamente psíquico: es decir, lo inconsciente. De ahí su importancia radical en el entramado psicoanalítico.
Un texto particular de Freud, "Nota sobre la pizarra mágica", y la valiosa lectura que realiza Derrida de los escritos freudianos, sirven a la autora para sostener una tesis fundamental: que la memoria en Freud no debe comprenderse como un simple registro de acontecimientos y, por consiguiente, que el aparato psíquico freudiano no debe comprenderse como un mero contenedor (sustrato o espacio) en el que los productos psíquicos se organizan de manera inmediata, definitiva o inalterable. Para Freud, afirma la autora, el aparato psíquico se plantea "como una máquina de escritura donde lo escrito está por escribirse, está por-venir" (p. 16). Por ello, no se trata de un texto ya escrito al que sólo se puede añadir más texto, sino de un aparato virtual en el que lo escrito se reescribe continuamente, se transforma.
Esta lectura de la psique tiene consecuencias importantes para la estructuración y comprensión de otros pilares conceptuales de la teoría psicoanalítica tales como la resistencia, la repetición, la reelaboración, la pulsión de vida y de muerte o lo inconsciente. Brinda además un material fundamental para la justificación de su terapéutica, pues sólo cuando se explicita la alterabilidad de la huella mnémica se hace factible que el destino trágico de un sujeto pueda rediseñarse. El texto de Martínez no descuida ninguna de estas consecuencias; por el contrario, tiene a bien exponerlas de manera coherente y precisa, aunque centrada, principalmente, en responder una interrogante: ¿qué es lo que sucede con la psique cuando el aparato psíquico se entiende como una máquina de escritura?
En el primer apartado del libro, "Escritura y psique: la alterabilidad de la huella mnémica", la autora presta atención al problema de la represión (pues considera que son muchos los pasajes de Freud en los que parte de lo reprimido aparece como inalterable) y hace hincapié en dos de sus aspectos más básicos. Por un lado, menciona la corrección o rectificación del proceso represivo, a la que tanto alude Freud como parte de la terapia analítica y, por el otro, cuestiona un concepto tan capital para el psicoanálisis como el de represión primordial (primera represión a la que las demás ideas se adhieren). Así, Martínez deja ver cómo es que, de ser inalterables las huellas mnémicas, no se podría hablar de rectificación de las represiones, sino de mera traducción; es decir, del simple trasladado de un texto original reprimido de lo inconsciente a la consciencia, sin padecer modificación alguna. Sin embargo, esta afirmación estaría del todo equivocada, ya que "el mismo proceso analítico modifica el recuerdo; se trata de una especie de reescritura sobre el discurso del paciente" (p. 37).
Según esta lectura, la teoría de la represión no sólo no necesita de la hipótesis de una represión "primordial", sino que, además, su planteamiento conduce a un contrasentido. Como aparato de escritura, el aparato psíquico se cimienta en la posibilidad de que no exista nada psíquico que no se modifique y, por lo tanto, que no haya posibilidad de que una idea permanezca inalterada; mucho menos de que exista un núcleo fijo e inamovible, como el de la represión primordial. Así, en palabras de la autora: "Si el aparato psíquico es una máquina de escribir, entonces es la repetición aquello que lo sostiene [...] El aparato psíquico tiene como 'fundamento' la repetición, y no la represión primordial" (p. 44).
En el capítulo siguiente, "El aparato psíquico freudiano: máquina y repetición", se profundiza aún más, como se indica en el título, en la noción de una psique que, como memoria, lleva en su núcleo la fuerza de la repetición. Aparece entonces, y con especial claridad, la exposición de un aparato psíquico que trabaja como una "máquina automática"; es decir, como un aparato que, aunque puesto en marcha por un otro (aquel con quien se vive la experiencia de bienestar), funciona con independencia de cualquier sujeto o voluntad: su funcionamiento no es el resultado de un agente, sino el producto de un trabajo repetitivo.
La repetición, argumenta la autora, es la que instaura la vivencia de satisfacción y pone en marcha el aparato psíquico. Es la que provoca que el organismo abandone un funcionamiento de aparato reflejo y realice funciones más complejas y sofisticadas, las cuales consisten en la mediación o diferimiento de la descarga (en un rodeo para conseguir el alivio de la tensión) y, por consiguiente, constituyen la reserva de energía que mantiene vivo al aparato.
Ahora bien, si la memoria se rige por las reglas de la escritura, cabría puntualizar que en el aparato psíquico se despliega un juego en donde no sólo la huella inscrita está siempre expuesta a una alteración, sino también donde el sentido que puede avivar no puede pensarse como inmutable: el resultado final de este juego no es nunca un producto plenamente acabado; la huella está siempre entre la herencia y el porvenir. Rosaura Martínez abre el tercer apartado, "El juego de la fantología", con esta idea derrideana para señalar que el aparato psíquico freudiano se encuentra inmerso en una lógica del a posteriori; o, mejor dicho, en una fantología donde no hay presencias plenas, pues se "deja ver 'lo que está', 'lo que se presenta', como atravesado por lo que no está en ambos sentidos: de lo que ya no está y de lo que todavía no" (p. 99). Esta espectralidad de la psique hace del aparato psíquico un "aparato sin aparato que tan sólo se anuncia en sus productos y efectos psíquicos" (p. 101); un aparato incapturable, invisible y atópico que, no obstante, se inscribe, produce efectos, hace cosas. Sin embargo, según aclara la autora en su Post scriptum, es importante tener en cuenta que "no se puede pensar en escritura sin un cuerpo, sin 'algo' que se resiste a ser escrito y que, por esa precisa resistencia, posibilita la escritura" (p. 150).
Finalmente, en el apartado "Pulsiones de vida y muerte: una lectura desde la inscripcionalidad", la autora recupera un tema que, aunque anunciado en los anteriores capítulos, requiere de su propio espacio de análisis. Se trata del vínculo estrecho que se establece entre la memoria y la pulsión de muerte ya que, si bien la memoria constituye una protección contra la muerte (por permitir el rodeo o diferimiento de la descarga), es de manera simultánea la propia pulsión de muerte (como compulsión de repetición o conservación de un estado anterior) la que permite el establecimiento de la memoria. De modo que, continúa la autora, "la pulsión de muerte es la que, simultáneamente, produce aquello mismo que intenta destruir" (p. 134).
Este doble juego de escritura y tachadura, enmarcado por la noción de la pulsión de muerte, cierra con broche de oro la comprensión de un aparato psíquico que funciona como una pizarra mágica en la que, según sostiene Freud, se escribe a dos manos; es decir, como una máquina de escritura en la que es posible incorporar las funciones de percepción y memoria y, por lo tanto, en donde se precisa una técnica de archivación que, entre la espera de lo que está por archivarse y la sujeción a la herencia de aquello que ya ha sido archivado, se encuentra siempre amenazada por la destrucción y el olvido.
Pensar el aparato psíquico freudiano como atravesado por una lógica de la inscripcionalidad o, mejor dicho, leer a Freud a través de Derrida, permite a la autora plantear nuevos horizontes para el psicoanálisis. Por una parte, el libro permite replantear nociones básicas de la teoría freudiana que, a pesar de su carácter meramente especulativo, avivan un serio interés epistemológico, filosófico y psicológico por la propuesta freudiana del aparato psíquico. Por otra parte, al subrayar la alterabilidad de la huella mnémica (a la que el propio Freud se refiere de manera explícita), Martínez rescata una lectura de Freud que, alejada del determinismo al que comúnmente se asocia, permite plantear la reescrituración del texto psíquico pero, sobre todo, autoriza poner en duda "aquello que aparece en el discurso del analizando como lo incuestionable, lo fehaciente o, por decirlo de alguna manera, lo determinado por su historia y, específicamente, por su herencia" (p. 148). De modo que, podría decirse, en esta lectura de Freud se desvela una posición ética según la cual el sujeto es capaz de responsabilizarse de sus deseos inconscientes y cambiar el rumbo de ese destino que, por herencia, le ha sido asignado.