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Diánoia

versión impresa ISSN 0185-2450

Diánoia vol.65 no.84 Ciudad de México may. 2020  Epub 09-Dic-2020

https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2020.84.1795 

Reseñas bibliográficas

María Noel Lapoujade, L’Imagination esthétique. Le regard de Vermeer, Eme, Lovaina, 2017, 357 pp.

Mónica Uribe Flores1 

1Departamento de Filosofía Universidad de Guanajuato uribe@ugto.mx


Como un itinerario de viaje, el libro de María Noel Lapoujade parte del puerto de una teoría de la imaginación, incursiona en el pensamiento de figuras emblemáticas del siglo XVII y culmina en el mar abierto de las reflexiones que la pintura de Vermeer provoca en la autora. En realidad, el libro es, de principio a fin, una afirmación de lo imaginario como producción humana, lo mismo que de su inagotable fuente: la imaginación estética. Esta capacidad determinante, fundante e impulsora de la vida no se restringe a la creación ni a la contemplación estética; se encuentra en la ciencia, en la filosofía y en la condición misma de toda vida humana libre. Aun cuando está implícita en cualquier forma de pensamiento, creación o acción, el artista se exalta, siguiendo a Kant, como el ser dotado por naturaleza para hacer sensible aquello que rebasa la experiencia, como cuando a través del arte se nos muestra, por ejemplo, la idea de eternidad. Bajo la mirada de Lapoujade, Vermeer aparece como el genio que eleva los ojos hacia lo invisible y lo hace visible. L’Imagination esthétique. Le regard de Vermeer no es un estudio monográfico sobre el pintor holandés ni un discurso interpretativo o de crítica. Se trata de un largo ensayo polifónico que defiende la multiplicidad y el dinamismo de lo imaginado y que encuentra en Vermeer una figura ejemplar de ello. Como anuncia la autora al iniciar su recorrido, la obra no puede clasificarse en los géneros filosóficos habituales; añadiría que es difícil de describir por su profusión de ideas, fuentes y voces, lo mismo que por el juego de visibilidad e invisibilidad de los hilos que las comunican.

La reflexión que Lapoujade emprende ofrece su propio criterio de verdad, a saber, la viabilidad. De esta forma la autora se desvía de los criterios tradicionales de verdad -como los de validez, adecuación, coherencia, aletheia u otros- y opta por lo que es viable, entendido como lo que, por un lado, vive y aspira a la vida y, por el otro, como lo que puede ser transitado. Verdadera es entonces toda filosofía o pensamiento que se orienta hacia la vida y la afirma, protege, acentúa, posibilita o engrandece. Ya sean teorías u obras científicas, literarias, filosóficas o artísticas, su verdad proviene del hecho de que afirman la vida humana. La viabilidad como criterio de verdad no depende de una valoración individual, sino que requiere y exige la objetividad que se deriva de la confrontación entre la teoría -o las ideas- y su desarrollo posible. Es importante resaltar que la afirmación de la vida es una idea que se defiende de manera recurrente o, mejor dicho, constituye un principio que se sostiene a lo largo de todo el libro. La vida posee un ritmo; ella misma es una estructura rítmica de la que se desprende la cadencia de la imaginación. A su vez, ésta oscila entre la mesura y la desmesura, las cuales se identifican con lo apolíneo (visual) y lo dionisiaco (auditivo), respectivamente. Lapoujade aclara que los humanos somos a la vez apolíneos y dionisiacos, ingenuos y simuladores, sedentarios y nómadas; no obstante, su libro elige un solo camino al optar por uno de los polos rítmicos señalados: el ensayo se sitúa en el espíritu de la mesura. Loyola, Vermeer, Spinoza y Huygens son aquí representantes de mundos apolíneos que buscan la luz.

Ahora bien, este carácter mesurado no supone estatismo o pasividad. En su alianza con la imaginación, la vida es transgresora. Transgredir significa ir más allá de los límites reconocibles, pasar a través de ellos o resolver las dificultades que podrían hacer inviable el camino. Entendemos entonces que imaginar consiste en afirmar lo que se nos presenta gracias a un movimiento que logra desbordar los límites y limitaciones. “La transgresión imaginaria abre la vía hacia la utopía, los universos simbólicos, los universos fantásticos, etc.” (p. 26). La imaginación transgrede por medio de movimientos diversos, como el distanciamiento y su contraparte, la identificación, lo mismo que con movimientos como la fusión en que se compenetra con lo que existe, la simulación o el como si, de inspiración kantiana.

Lapoujade expone ideas de autores de distintas disciplinas y épocas, con lo que abre un abanico vasto de referentes que van desde la antigua Grecia hasta nuestros tiempos y que tocan mundos espirituales que por lo común se consideran incompatibles. Pero su atención se centra en la tríada Huygens, Spinoza y Vermeer, quienes coinciden geográfica y temporalmente. El pintor es el núcleo de esta comunidad imaginaria de caminos que convergen en la historia. Pintura y filosofía se vinculan, nos dice la autora, mediante la óptica; puede decirse que, de modo análogo, la luz articula el espíritu apolíneo de éstos y otros personajes históricos. La óptica surgió como la ciencia moderna de la naturaleza y comportamiento de la luz a principios del siglo XVII. Antes de ello “óptica” se entendía como la teoría de la visión, la cual, en muchos casos -paradigmáticamente en el de Euclides-, no abordaba el comportamiento de la luz. En términos estrictos, cada uno de los tres personajes tiene un vínculo particular con la óptica: Huygens es autor de la teoría ondulatoria de la luz; Spinoza fue, además de brillante filósofo, un hábil pulidor de lentes; Vermeer, por su parte, destaca entre los pintores -holandeses en general, y de Delft en particular- que plasmaron su interés por explorar artísticamente los efectos de luz. La pintura holandesa despertó un gran interés en los viajeros aficionados al arte en el siglo XIX, quienes insistieron en la apariencia de realidad que mostraban las obras. Pero, como la propia Lapoujade sostiene, no existe un realismo pictórico en sentido estricto, pues toda mímesis supone una creación nueva. Podemos considerar que Vermeer desarrolló un estilo realista de pintura o acentuar el hecho de que cultivó el género pictórico de lo ordinario y familiar y, aun así, reconocer que el genio de Delft hizo surgir en sus obras lo que es imposible observar en la experiencia ordinaria. Muy probablemente con la ayuda de la cámara oscura, Vermeer estudió y recreó una gama de efectos de luz que no pueden coexistir más que en el prodigioso universo del cuadro. Esta observación que introduzco con fines ilustrativos tiene, en mi opinión, un correlato en la siguiente idea de Lapoujade: de la imaginación libre se espera que pueda producir una abundancia de imágenes diversas e independientes. Un mismo objeto o, podría añadirse, un mismo lugar, puede suscitar múltiples imágenes, como una sola imagen puede ser recreada de incontables maneras.

El pintor, maestro de la imagen múltiple, es una encarnación de Apolo, espíritu plástico y de mesura. Vermeer es modelo de la pintura apolínea “que incrusta el reino trascendente de ‘lo invisible’ en la inmanencia visible de las actividades cotidianas de una vida” (p. 214). Las figuras humanas de sus cuadros no son personajes identificables, sino seres anónimos en la quietud de la vida de cada día. Lugares y objetos sugieren también el ámbito ordinario y habitual. Vermeer, poeta y cazador de instantes, atrapa el instante en que la acción de cada uno de sus personajes queda suspendida. Su obra, optimista y diurna, persevera en el ser; es ella misma afirmación de la vida. Lapoujade reconoce en la obra de Vermeer la fuerza del simbolismo religioso y humano, un simbolismo que “murmura el intenso goce estético de la transgresión hacia la trascendencia” (p. 318). Aquí cabe remitir al debate sobre el realismo de la pintura holandesa de la época de Vermeer. A finales de la década de los sesenta del siglo pasado, historiadores como Jan Emmens y Eddy de Jongh defendieron la importancia del simbolismo frente a la tan celebrada apariencia de realidad en el arte holandés. Inició entonces un trabajo continuo de interpretación iconográfica que contrasta con enfoques como el de Svetlana Alpers, quien acentúa el carácter descriptivo de la pintura holandesa del siglo XVII. De Jongh toma como referencia central a Jacob Cats, un autor de la época muy popular que escribió poesía didáctica y un libro de emblemas. Como muestra De Jongh, los pintores holandeses recurrieron a ciertos objetos dispuestos de forma precisa para señalar significados que durante largo tiempo escapaban de la apreciación del observador. Los instrumentos musicales que reposan sin ser tocados, por mencionar un ejemplo, son un signo plástico del amor ausente.

La autora de L’Imagination esthétique aventura reflexiones propias sobre elementos o recursos comunes en los lienzos de Vermeer: el espejo, el cuadro dentro del cuadro, la alegoría. Propone asimismo asociaciones entre universos intelectuales y simbólicos que apuntan a la recreación de un mundo histórico europeo situado sobre todo en la Holanda del siglo XVII. Al trazar paralelismos entre figuras científicas, filosóficas, religiosas y artísticas, el libro propone, imagina, el flujo comunicante entre ellas. Otras relaciones entre la pintura holandesa y la ciencia o la filosofía de la época se explican en Alpers 1983, Huerta 2003 y Stone 2006.

L’Imagination esthétique es un ensayo largo, pleno de aristas, que celebra la libertad del espíritu, la conquista de la imaginación educada para la libertad. La imaginación humana, nos dice Lapoujade, incentiva a todas nuestras fuerzas subjetivas, las saca del letargo de la rutina, la indiferencia o los límites de lo permitido (p. 321). En la obra, la imaginación estética se nos presenta primero teóricamente y después es puesta en juego en la reflexión sobre la mirada creadora de Vermeer. Como afirma René Schérer en el prefacio, el libro de Lapoujade es una obra llena “de entusiasmo y de fe, de creencia en la belleza del mundo” (p. 7). Junto con una reflexión estimulante sobre la imaginación y su potencial de libertad, el libro ofrece una mirada personal a las escenas cotidianas del maestro de Delft al explorar lugares, personas y objetos y las maneras en que aparecen en el arte de Vermeer. Más que un estudio sistemático sobre el pintor, el lector encontrará un ensayo apasionado, documentado y sugerente.

Referencias bibliográficas

Alpers, Svetlana, 1983, The Art of Describing. Dutch Art in the Seventeenth Century, The University of Chicago Press, Chicago. [ Links ]

Huerta, Robert D., 2003, Giants of Delft. Johannes Vermeer and the Natural Philosophers: The Parallel Search for Knowledge During the Age of Discovery, Bucknell University Press, Lewisburg. [ Links ]

Stone, Harriet, 2006, Tables of Knowledge. Descartes in Vermeer’s Studio, Cornell University Press, Ithaca/Londres. [ Links ]

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