1. La idea central
Los seres humanos somos animales sociales. Constantemente hacemos cosas con otros. Pensemos en nuestra rutina diaria: hablamos con otra gente (en persona, por teléfono, por el internet, etc.); compartimos con otros nuestras actividades diarias en casa, en el trabajo, colaborando o compitiendo con ellos; dependemos de otras personas para conseguir nuestra comida (en el supermercado, en la granja). Incluso cuando tenemos ratos de ocio practicamos un deporte con otros, leemos novelas o vemos películas (sobre la vida de otras personas, muchas veces ficticias), escuchamos música hecha por otros humanos, etc. También nos involucramos con otra gente en la organización de nuestras sociedades, creando instituciones y normas para vivir juntos y en armonía. Vivimos en un mundo hecho en parte (tanto material como institucionalmente) por otras personas, algunas de las cuales vivieron antes que nosotros. Habitualmente cohabitamos con otros: con nuestra pareja, nuestros hijos, nuestros padres. Además, tenemos amigos, mascotas, familia, muchas personas con las que compartimos nuestra vida humana en la tierra.
Entre estas muchas interacciones sociales hay un subconjunto que creemos que es crucial para la comprensión de nuestra vida mental y que apenas ha recibido la atención que merece: las interacciones en segunda persona. Algunos ejemplos de ellas son las miradas aprobatorias o condenatorias que alguien nos dirige cuando hacemos algo que esa persona considera una acción buena o mala, las que realizamos para coordinar alguna acción con alguien o una actividad competitiva -por ejemplo, si jugamos al fútbol o cantamos en un coro-, los diálogos amistosos y las discusiones verbales de las que participamos con nuestros congéneres, y los encuentros intersubjetivos tempranos entre bebés y sus figuras de crianza, entre muchas otras.
El objetivo de este libro es ofrecer una descripción detallada y perspicua de fenómenos como éstos. Abogamos por una concepción que bautizamos la “perspectiva en segunda persona de la atribución mental”. Nuestra tesis central es que las interacciones en segunda persona, como las recién ejemplificadas, implican una forma genuina y distintiva de atribución psicológica: la atribución en segunda persona. Argumentamos que ésta es la forma de atribución psicológica más básica conceptual, ontogenética y filogenéticamente; es decir, que de ellas dependen otras formas de atribución psicológica (en particular las formas de atribución de estados mentales más complejos, como las actitudes proposicionales).
Es importante tener presente que, en muchos de los casos mencionados, la descripción completa de lo que sucede entre los individuos no se agota en los elementos que caracterizan las interacciones en segunda persona, sino que hay otros elementos en juego, por ejemplo, el lenguaje en un diálogo constructivo o una discusión; los conocimientos básicos sobre las reglas de un juego cuando practicamos un deporte o alguna actividad reglada; el conocimiento de un dominio específico, por ejemplo de música, cuando cantamos con otros, etc. En efecto, aunque sean básicas, las interacciones en segunda persona incorporan muchas normas -explícitas o implícitas- y conocimientos culturales que pueden diferir entre los distintos grupos sociales. Si bien no nos ocupamos en detalle del estudio de las normas y prácticas culturales en el libro, sostenemos que siempre están integradas en las interacciones humanas, incluso en el caso de un bebé recién nacido y su cuidador: ninguna interacción humana es ajena a las pautas normativas de su cultura.
La “perspectiva en segunda persona” es, entonces, una visión teórica que creemos que describe y explica mejor esas formas básicas de interacción humana. Usamos esta expresión en dos sentidos. Por un lado, para nombrar la propuesta teórica que desarrollamos a lo largo del libro; por el otro, para referirnos al punto de vista atribucional particular que adoptan quienes se involucran en interacciones de la segunda persona al realizar las atribuciones mentales que median estas interacciones en nuestra vida cotidiana. En este sentido, las atribuciones mentales hechas desde la perspectiva de la segunda persona deben contrastarse con la bien establecida dicotomía entre las perspectivas de la primera y la tercera persona. Hasta hace poco, en los estudios filosóficos y psicológicos se consideraba que la dicotomía formada por la primera y tercera persona era exhaustiva. Creemos que nuestra perspectiva agrega algo que no puede comprenderse desde ellas. Así, la defensa de esta perspectiva de la segunda persona no equivale simplemente a agregar una nueva perspectiva; también supone una reconsideración del papel de las otras perspectivas y de las posibles interacciones entre las tres en nuestra vida cotidiana.
2. El trasfondo
La afirmación de que la perspectiva de la segunda persona debe distinguirse de la primera y la tercera no es nueva. Dos breves comentarios de Reddy 1996 y Gómez 1996a, así como el artículo de Barresi y Moore 1996 sobre su teoría de las relaciones intencionales, todos en el volumen 19 de Behavioral and Brain Sciences, introdujeron la idea de que este tipo de interacciones son importantes para la cognición social. Pero sus propuestas no eran exactamente las mismas. Reddy se centró en las díadas bebé-madre. Gómez estaba más bien preocupado en el tipo de representación necesaria para explicar la reciprocidad de la experiencia, del darse cuenta mutuo y simultáneo. Fue en los albores del siglo XXI cuando se publicaron los primeros trabajos que intentaron caracterizar las interacciones y atribuciones en segunda persona. Gomila 2001, 2002 y 2003 propuso la idea de que existe una forma implícita y práctica de atribución mental desde el punto de vista de la segunda persona que media entre tales interacciones. Tomó como puntos de partida elementos de la psicología del desarrollo, en especial del trabajo de Trevarthen sobre la intersubjetividad - Trevarthen 1979 y 1999; Murray y Trevarthen 1985- incorporando el énfasis de Hobson 1993 y 2002 en la relevancia de la dimensión afectiva de las interacciones en segunda persona en el desarrollo. También retomó trabajos de etología, como los de Gómez 1996b y 1996c sobre el contacto visual y la atención conjunta y, con un enfoque crítico, reparó en la propuesta filosófica de “segunda persona” de Davidson 1998. Casi al mismo tiempo, Scotto 2002 reforzó los argumentos de Gomila sobre todo con datos de la etología. Un poco más tarde, Carpendale y Lewis 2004 presentaron un estudio contundente e impactante a favor del papel de la interacción social para el desarrollo sociocognitivo. Si bien no utilizaron la expresión “segunda persona”, revisaron la evidencia que muestra cómo la interacción proporciona las bases para adquirir conceptos psicológicos a lo largo del desarrollo. También de forma independiente, la antología reunida por Thompson 2001 se centró en el tema de la conciencia de la intersubjetividad e incluyó una primera versión de la teoría interactiva de Gallagher 2001 que desarrolló y actualizó las visiones de Merleau-Ponty. Este enfoque hizo énfasis en la interacción más que en la atribución, y se convirtió en el primer paso hacia una visión enactiva del tema (De Jaegher y Di Paolo 2007).
En el ámbito filosófico y de la ciencia cognitiva en general, las dos últimas décadas del siglo pasado estuvieron marcadas por las interminables disputas entre la perspectiva de la tercera persona de la atribución psicológica (la teoría de la teoría; TT para abreviar) y la teoría de la simulación (TS). La TT consideraba que, para realizar atribuciones psicológicas, el individuo debía tener una teoría -implícita o explícita- de las mentes humanas. En su versión más popular (Goldman 2006), la TS suponía que el acceso en primera persona a los propios estados mentales era el punto de partida para la heteroatribución y que algún tipo de proyección imaginativa, o analogía implícita o explícita, permitiría pasar del caso propio al ajeno. Este debate incorporó investigaciones empíricas del ámbito de la psicología, en especial en la psicología del desarrollo que alternativamente buscaron favorecer la TT o la TS.
No obstante, esta discusión pasó por alto el hecho de que ninguna de las dos teorías lograba proporcionar una explicación convincente de las formas básicas de interacción social que constituyen los ejemplos con los que comenzamos este artículo. La forma más sencilla de entender el problema al que se enfrentaron es tomar en cuenta el tiempo. El tipo de interacciones en los que queremos concentrarnos se desarrollan rápidamente y sin esfuerzo. Esto significa que cada individuo tiene que preparar su propia respuesta antes de que esté completa la acción del otro. Pensemos en el caso de una conversación. En un diálogo, la brecha entre un enunciado y el siguiente dura 200 ms (Stivers 2010), incluso en los enunciados de una sola palabra toman 600 ms (Indefrey y Levelt 2004). Esto significa que el interlocutor no espera hasta el final del enunciado para comenzar a comprenderlo y decidir qué responder. La interacción es posible gracias a la superposición de los procesos cognitivos que la median. Esta situación no la pueden explicar ni TT ni TS porque dan por sentada la idea de que toda atribución tiene en cuenta toda la acción más toda la información relevante disponible. El tipo de procesos ricos en información que describieron tanto TT como TS requieren mucho más tiempo de procesamiento para su realización. Asimismo, tanto TT como TS olvidan las propiedades y la información específica que sólo se puede captar desde dentro de la interacción, i.e., la información contingente de las propias expresiones. La reciprocidad es esencial para la interacción.
Además de desatender estos fenómenos que consideramos básicos para comprender la cognición social, tanto TT como TS comparten un conjunto de suposiciones problemáticas sobre lo mental. En primer lugar, ambos adoptan la visión computacional/representacional hegemónica de la mente que dominó la escena filosófica y psicológica durante la última parte del siglo XX. Desde este punto de vista, lo mental no es directamente perceptible, sino simplemente inferible, como los términos teóricos de la ciencia; los estados mentales deben entenderse como parte de la organización funcional de un sistema que es independiente del cuerpo y del contexto en el que se implementa, y cada sistema cognitivo debe caracterizarse en forma individual. Está claro que este paradigma ha llegado a un punto muerto, incluso si las concepciones alternativas de la cognición aún no han dado lugar a un enfoque alternativo (Gomila y Calvo 2008). En el libro sostenemos que una descripción adecuada de la interacción requiere partir de mentes encarnadas y situadas.
En segundo lugar, se puede demostrar que TT y TS son parciales y simétricamente incorrectas. TT devalúa la primera persona porque considera que el autoconocimiento es irrelevante y no requiere ninguna explicación especial; más aún, sostiene que es similar a conocer la mente de otras personas. En su versión más popular, el teórico de la simulación se basa en alguna forma de introspección y autoconocimiento y considera irrelevante el aspecto teórico de los conceptos psicológicos, las condiciones de posesión públicas de la tercera persona, es decir, el papel que cada concepto psicológico particular tiene en la red de conceptos psicológicos que constituye la psicología folk de los seres humanos adultos.1 Así, este debate canónico tenía muchos defectos en sus puntos de partida: tanto las explicaciones cognitivistas del desarrollo de los conceptos psicológicos como de su semántica son erróneas (Pérez 2013), el problema de otras mentes no se puede resolver y se ignoran los problemas clásicos sobre la autoridad de la primera persona.
En tercer lugar, hay más conceptos psicológicos que son relevantes para entender la interacción humana además de la creencia y el deseo: por ejemplo, las emociones y las sensaciones. Tanto la TT como la TS enfocaron sus reflexiones en las creencias, es decir, en los estados mentales con contenido proposicional, por ser el tipo de estado mental que está en juego en la inferencia práctica. Pero en Pérez 2013 se argumentó que no todos los conceptos psicológicos son analizables en términos de actitudes proposicionales porque los conceptos psicológicos son heterogéneos. Uno de nuestros objetivos en Social Cognition fue dar sentido al desarrollo cognitivo relativo de estos conceptos. La idea que defendemos es que no todos los conceptos psicológicos son tan complejos como los de las actitudes proposicionales; hay, por ejemplo, conceptos que se refieren a estados mentales con contenido objetual (el miedo a las serpientes) y otros que no tienen ningún contenido (como el dolor). Algunas de las primeras atribuciones psicológicas que se muestran con claridad en el primer año de vida involucran este tipo de conceptos psicológicos -pero no involucran el concepto de creencia- y, por lo tanto, una historia conceptual (genealogía) sobre los grados de complejidad de estos conceptos, que refleje la complejidad cognitiva que el niño desarrolla en sus dos primeros años de vida, nos permite una comprensión más adecuada del desarrollo cognitivo prelingüístico.
3. Las tesis
La perspectiva de la segunda persona se centra en las interacciones de la segunda persona paradigmáticas, en las que dos seres humanos se encuentran en una interacción emocionalmente comprometida cara a cara, cuerpo a cuerpo, en un contexto, y revelan en su comportamiento que se entienden como seres pensantes, afectivos y sensibles. Las principales tesis que defendemos en el libro son: (1) que estas interacciones están mediadas por atribuciones en segunda persona de estados y procesos psicológicos, atribuciones que son automáticas, prácticas, implícitas, transparentes, recíprocamente contingentes y dinámicas; y (2) que estas atribuciones son ontogenética, filogenética y conceptualmente básicas. Por supuesto, una comprensión completa de la interacción social involucra muchos otros elementos que van más allá de la perspectiva de la segunda persona, sobre todo atribuciones en tercera y primera persona de estados mentales complejos que presuponen habilidades lingüísticas y que están inmersas en prácticas culturales específicas. También supone dar cuenta de cómo llegamos a formar parte de prácticas regladas, cómo nos hacemos sensibles a normas sociales (implícitas o explícitas) y cómo llegamos a formar parte de la comunidad lingüística en la que nos crían. Nuestro objetivo en el libro es exclusivamente la caracterización de la perspectiva de la segunda persona mediante la defensa de las dos tesis mencionadas a lo largo de toda la obra.
En nuestro trabajo desarrollamos este punto de vista articulando una descripción de estas interacciones y atribuciones en segunda persona, tanto desde un punto de vista filosófico como psicológico. Construimos un enfoque de las atribuciones en segunda persona que muestra su carácter conceptual básico, así como las evidencias psicológicas y neurocientíficas que lo sustentan. Proponemos una visión conceptual en línea con la investigación empírica reciente que también puede profundizar la investigación futura en esta nueva dirección. Hay muchos temas en el desarrollo de este punto de vista: una visión encarnada y postcognitiva de la mente, una descripción de los conceptos y contenidos psicológicos involucrados en las atribuciones mentales, una descripción de las emociones y otros procesos afectivos que figuran en las interacciones humanas, una explicación de la percepción directa relacionada con la expresividad del comportamiento humano, una explicación del papel del lenguaje en la cognición humana y también las implicaciones que esta visión tiene en algunos problemas filosóficos, como el problema de las otras mentes, la estética y la ética. La concepción que desarrollamos se enmarca en una visión postcognitiva de la mente heredera de las críticas del siglo XX a la visión cartesiana de la mente, principalmente de las observaciones de Wittgenstein sobre el lenguaje, los conceptos y, en particular, sobre los conceptos psicológicos.
En el primer capítulo presentamos en detalle la perspectiva de la segunda persona y los diferentes antecedentes filosóficos de este enfoque. Luego, en el segundo capítulo, contrastamos nuestra visión con diferentes propuestas teóricas recientes relativas a las interacciones en segunda persona que también se presentan como alternativas a las visiones clásicas (TT y TS). Desde nuestro punto de vista, las atribuciones en segunda persona son fundamentales para una explicación de la perspectiva en segunda persona que pueda dar cuenta adecuadamente de la evidencia empírica, algo que no todos los demás enfoques en segunda persona logran hacer. Al mostrar las diferencias con estas otras propuestas, también profundizamos en la caracterización de la perspectiva en segunda persona y dejamos claro lo que nuestra perspectiva de la segunda persona no sostiene.
En el tercer capítulo está el corazón de nuestra propuesta relativa a la atribución en segunda persona de los estados psicológicos. Nuestro objetivo ahí es explicar qué conceptos y contenidos pueden ser atribuidos desde la perspectiva de la segunda persona y argumentar que las atribuciones en segunda persona son básicas en el sentido de que constituyen nuestra forma primaria de acceso al mundo mental. Discutimos las peculiaridades de los conceptos involucrados en las atribuciones psicológicas mostrando que el concepto de creencia no puede tomarse como el caso paradigmático de lo que debe ser explicado. También sostenemos que el alcance de las atribuciones mentales que se pueden realizar desde la perspectiva de la segunda persona es limitado: sin la inclusión de otras habilidades cognitivas, como el dominio de una lengua, sólo se pueden realizar atribuciones mentales simples. En efecto, mostramos que las habilidades lingüísticas intervienen en el desarrollo de atribuciones mentales más complejas, incluidos contenidos más sofisticados, y también establecemos cuáles son los límites de la perspectiva de la segunda persona para la atribución mental.
En el capítulo 4 revisamos la evidencia empírica que ilustra el alcance y la relevancia de la interacción en segunda persona y argumentamos que estos fenómenos abarcan el tipo de atribuciones que hemos caracterizado previamente. La revisión comienza con la evidencia ontogenética que aclara el papel de la interacción intencional en la adquisición de conceptos mentales y que hacen posible una atribución de contenidos cada vez mayor y más sofisticada. Discute en particular la afirmación de que la atribución de creencias falsas surge en el segundo año de vida y ofrece una explicación alternativa. También presenta los estudios sobre la detección de sincronía e interacción en adultos. Después de algunas consideraciones evolutivas que se centran en la presión adaptativa para la expresión y la detección de la expresión, se describe la evidencia creciente que sugiere que algunos trastornos, como el autismo, pueden tener relación con las formas de interacción de la segunda persona.
Sostuvimos desde el principio que una de las diferencias entre la perspectiva en segunda persona y otros enfoques similares es el papel central que tienen para la perspectiva en segunda persona las dinámicas de reactividad emocional hacia las expresiones corporales de otras personas, así como otros fenómenos emocionales que entran en juego en estas interacciones. El capítulo 5 se centra en este papel enfatizando la relación entre las emociones y sus expresiones, lo que permite ver directamente los estados y procesos mentales del otro. Desarrollamos esta noción de percepción directa a través de la distinción entre procesos personales y subpersonales. También mostramos en este capítulo cómo se adquieren los primeros conceptos psicológicos en el contexto de las interacciones cara a cara, incluida la información de la primera, la tercera y la segunda persona como constitutivas de su dominio.
La expresión es el tema central del capítulo 6. En primer lugar, desarrollamos una comprensión de la expresión que coincide con la perspectiva de la segunda persona, y conectamos nuestro punto de vista con la tesis expresivista que se origina en las ideas de Wittgenstein, quien defiende la continuidad entre las expresiones naturales y las convencionales y llevó a algunos neoexpresivistas a sostener que todos nuestros estados mentales pueden expresarse en nuestra conducta si añadimos el comportamiento lingüístico en la escena. Argumentamos que el expresivismo tiene límites y que no todos los estados y procesos mentales se pueden mostrar; es decir, que en algunas circunstancias algunos de nuestros estados mentales no se pueden ver directamente. En efecto, hay situaciones en las que el acceso a la mente de otras personas sólo puede hacerse desde la perspectiva de la tercera persona. Esta idea nos lleva a considerar, en el capítulo 7, las relaciones entre las perspectivas de la primera, tercera y segunda persona de la atribución mental. Argumentamos que las interacciones en segunda persona también son cruciales para dominar la distinción entre yo y otro, es decir, para dominar el concepto de yo y el concepto de la otra persona como sujeto, como alguien que también puede experimentar estados mentales, experiencias, etc. Ambos conceptos se adquieren en los primeros dos años de vida junto con conceptos psicológicos cada vez más complejos. Estas dos habilidades combinadas permiten atribuciones psicológicas cada vez más complejas en el contexto de formas cada vez más sofisticadas de interacciones en segunda persona. Por último, argumentamos que las tres perspectivas (las de primera, segunda y tercera persona) están en juego en casi todas nuestras interacciones humanas, y que ninguna de ellas por sí sola puede explicar completamente la comprensión de las mentes humanas.
El siguiente capítulo, el 8, explora las consecuencias de reconocer la perspectiva de la segunda persona para el problema filosófico tradicional de las otras mentes. Ubicamos la noción de una perspectiva de segunda persona de la atribución mental en el contexto del problema clásico de las otras mentes y discutimos las implicaciones epistémicas, semánticas y ontológicas que se siguen una vez que se adopta la perspectiva de la segunda persona, mostrando cómo se disuelve el problema de las otras mentes.
El capítulo 9 explora la relevancia del punto de vista de la segunda persona en el arte. En la primera parte volvemos sobre la noción de expresión, que también es central para entender nuestra relación con el arte. Ejemplificamos este tema con la música y luego, en la sección 2, con el teatro y las formas narrativas del arte, analizando dos problemas filosóficos bien conocidos sobre el arte y las emociones: la paradoja de la ficción y la paradoja de la tragedia. En el último apartado nos ocupamos de la dimensión estética de las interacciones entre adultos e infantes que constituyen un caso paradigmático y bien estudiado de relaciones intersubjetivas en las que ya están presentes elementos propios de las artes, en particular de las artes temporales y performativas.
Para terminar, en el capítulo 10 exploramos algunos vínculos potenciales entre el punto de vista de la segunda persona y la moralidad. Argumentamos que los patrones de respuestas recíprocas en las interacciones en segunda persona brindan una clave para comprender la genealogía de la moral, la forma en que surgen las normas morales, obtienen su control motivacional y se estabilizan dentro de una comunidad.
Sin duda aún quedan por explorar muchas aristas y consecuencias de esta propuesta. Los comentarios que siguen y nuestras respuestas apuntan a seguir pensando los detalles de la propuesta central de nuestro libro, así como sus aplicaciones potenciales a problemas filosóficos sobre los que todavía no hemos reflexionado en detalle.2