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Estudios de historia novohispana

versión On-line ISSN 2448-6922versión impresa ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  no.66 Ciudad de México ene./jun. 2022  Epub 06-Jun-2022

 

Obituario

Luis Fernando Granados. Una vida en busca de nuevas historias

Fernando Pérez-Montesinos* 

John Tutino** 

*University of California, Los Ángeles

**Georgetown University


Luis Fernando Granados Salinas nació en la ciudad de México el 12 de septiembre de 1968, tres semanas antes de la matanza de Tlatelolco -hijo de Marta Isabel Salinas Carrasco y Miguel Ángel Granados Chapa, originarios de barrios populares de Pachuca y Mineral del Monte, juntos en la capital en busca de una vida intelectual crítica en tiempos de crisis y desafíos-. Sólo podemos imaginar la mezcla de alegría por el niño y tristeza por México que entonces debió permear la casa del pequeño Luis Fernando -nacido con el reto de hacer un México mejor-. Desde su juventud hasta su lamentable muerte por cáncer en la época de covid el 10 de julio de 2021 (tenía 52 años), estuvo a la caza de historias más ciertas que iluminaran mejor los orígenes, las luchas y las vidas de las mexicanas y los mexicanos comunes.

Su padre llegó a hacerse célebre como una voz crítica en el mundo de la política y el periodismo nacional. Su madre vivió menos públicamente como etnóloga de culturas internacionales en el Museo Nacional de las Culturas -una vida con menos fama, pero mucho impacto-. Luis Fernando era el hijo mayor. El segundo, Tomás Gerardo, educado como matemático, sobresalió en el mundo editorial, llegando en un momento a ser director editorial del Fondo de Cultura Económica y ahora director de su propia editorial: Grano de Sal. Rosario Inés llegó más tarde, se especializó en historia del arte, teniendo un impacto transnacional como curadora de Arte de la América española en el Museo Blanton de la Universidad de Texas en Austin. Toda la familia dedicada a comprender mejor a los mexicanos y las mexicanas, a México y el mundo.

Todavía jóvenes, Luis Fernando y Tomás viajaron a Cuba y la URSS para ver de cerca sociedades alternativas en años de grandes transformaciones. Luis viajó después, en 1989, a Francia para vivir el bicentenario de la revolución francesa, escribiendo una serie de ensayos para La Jornada, publicados como Amanecer: la revolución francesa (1990). Después de la odisea internacional, Luis Fernando inició estudios de historia mexicana en la UNAM-interesado también en el arte nacional-. Obtuvo su licenciatura en 1999 con una tesis titulada “Sueñan las piedras. Alzamiento ocurrido en la Ciudad de México el 14, 15, y 16 septiembre de 1847”. Ganó el premio Clavijero del INAH a la mejor tesis de historia, la cual sería publicada sin revisiones por Ediciones Era en 2003. Su insistencia en reescribir la historia de México enfocándose en comunidades y movimientos populares había llegado al público.

Con la tesis, ganó una beca para entrar al programa de doctorado en historia en Georgetown University. Estudió México con John Tutino, el mundo Atlántico con Alison Games, mundos urbanos y rurales de esclavitud con Adam Rothman -y Rusia con el distinguido Richard Stites-. Su tesis doctoral, “Cosmopolitan Indians and Mesoamerican Barrios in Bourbon Mexico City”, abrió nuevas visiones sobre la vida, el trabajo y la cultura de casi 30 000 indígenas de la ciudad entre 1800 y 1810. Ganó el Glassman Prize a la mejor tesis en humanidades de Georgetown en 2008.

En Georgetown, Luis Fernando se hizo de un grupo de amigos y amigas (sus colegas) con el que compartió ideas, inquietudes y experiencias. Aunque no lo aceptara ni buscara, se volvió una especie de guía informal para quienes se fueron integrando al programa de doctorado. Con aquel grupo -compuesto por una decena de estudiantes de distintas partes de América Latina y Estados Unidos-, dio rienda suelta a tres de sus más grandes pasiones. La primera, discutir con ojo crítico la política mexicana, latinoamericana, estadounidense e internacional. La segunda, conversar durante largas horas sobre la historia de México y su historiografía y sobre cómo podían ambas entenderse mejor usando las historias e historiografías de otras regiones del mundo. Y tercera, y no menos importante, su afición por el baile (sobre todo la salsa y el son cubano) y la música clásica (sobre todo la del siglo XX).

Al salir de Georgetown, Luis Fernando obtuvo un puesto como profesor posdoctoral en el programa de estudios latinoamericanos de la Universidad de Chicago entre 2008-2010 (puesto que luego habría de ocupar Rosario entre 2013-2015). Por aquel entonces, los historiadores de México estaban metidos de lleno en el bicentenario del grito de 1810. Mientras la mayoría se concentró en los líderes y sus sueños, y los innovadores insistieron en la importancia del liberalismo en ciernes de Cádiz, Luis Fernando decidió buscar en serio y a detalle a los insurgentes populares de 1810 en el Bajío. Comenzó con estudios locales para luego buscar una mirada comparativa que terminó por convertirse en transnacional cuando publicó En el espejo haitiano: los indios del Bajío y el colapso del orden colonial en América Latina (Era, 2016).

Tras un par más de estancias posdoctorales y un periodo en la Universidad Iberoamericana, llegó a ser profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana en Xalapa en 2015. Entre los años que van de Chicago a Xalapa, Luis Fernando encontró el tiempo para formar un proyecto político-académico junto con un grupo de estudiantes y colegas (historiadores e historiadoras, la mayoría). Nuevamente sin admitirlo ni pedirlo, se convirtió en cabeza de lo que se dio en llamar el Observatorio de Historia y su acompañante El Presente del Pasado, publicación electrónica que sirvió de ventana para dar salida a las ideas e iniciativas del grupo. Desde el comienzo (septiembre de 2012), Luis Fernando fue la pluma principal y el cerebro editorial de la publicación, cuyas páginas digitales le ofrecieron un medio ideal desde el cual fustigar con lucidez los vicios de la academia mexicana, los sinsentidos de los políticos y sus partidos y las trampas de la política cultural del Estado mexicano.

Luis Fernando podía brillar solo, pero siempre lo guío un espíritu de colaboración. No hacía nada sin antes formar grupo y complicidad. Poco antes de Xalapa, trabajó con Adolfo Gilly en los seminarios de posgrado que éste impartía en la UNAM sobre las revoluciones francesa, mexicana y rusa. Ya en Xalapa se dio a la tarea de dar vida a iniciativas que en voz de algunos de sus colegas y estudiantes más cercanos pronto se volvieron “un faro que nos guiaba en las tormentas más escarpadas sin dejar de ser [Luis Fernando] un tripulante más del barco”.1 Lo mismo invitaba a autores y autoras de libros clásicos a discutir sus obras en persona, que a colegas con proyectos en ciernes en búsqueda de oídos críticos. Su Taller de Historiografía Contemporánea y luego sus seminarios sobre El Mediterráneo de Braudel y El derecho a la ciudad de Lefebvre fueron verdaderos ejercicios intelectuales para pensar (como le gustaba) en bola. Luis Fernando siempre sembraba acompañado.

Durante una carrera demasiado corta, Luis Fernando produjo cuatro proyectos de impacto: tres libros y una tesis doctoral. Sueñan las piedras (Era, 2003) ofrece una narrativa detallada de los alzamientos populares en los barrios de la ciudad de México en contra del ejército invasor estadounidense de 1847. Mientras los que mandaban abandonaron la ciudad, miles de pobres trabajadores de los barrios lanzaron piedras desde las azoteas sobre las cabezas de los soldados marchando en las calles. El gobierno se escapó para rendirse; la gente resistió con la fuerza que tenía: sus brazos y unas piedras. Utilizando noticias del día y cartas escritas por soldados del norte, Luis Fernando construyó una narrativa personal, a veces emocional, de cómo la gente defendió sus comunidades y familias.

Para su tesis doctoral, buscó ver mejor la historia de las comunidades que se movilizaron en el 47. Descubrió padrones que detallaban la población indígena de las parcialidades de San Juan Tenochtitlán, Santiago Tlatelolco y la traza central española en 1807, un año antes de que todo rompiera en movilizaciones y represiones. Los padrones listaban hombres, mujeres y sus hijos; incluían datos sobre el trabajo, los lugares de residencia, las parroquias, y mucho más de casi 30 000 personas. Fue un trabajo enorme extraer los datos, persona por persona, familia por familia, barrio por barrio. Tomás, el matemático de la familia, facilitó el análisis cuantitativo. Al fin, Luis Fernando generó un texto de casi 600 páginas: un análisis sociocultural, basado en datos cuantitativos, detallando diversas comunidades y familias indígenas que sostenían la ciudad más rica, productiva y grande del continente americano. “Cosmopolitan Indians and Mesoamerican Barrios in Bourbon Mexico City” (Georgetown, 2008) documentó que los indígenas urbanos vivían vidas distintas a las de las mayorías rurales, vidas activas en la política, la producción y la cultura -todo escrito, otra vez, con claridad y pasión, esta vez en inglés-. Ese trabajo debe volverse libro y esperamos que pronto vea la luz.

Al terminar la tesis, Luis Fernando entró en los debates sobre 1810, buscando repensar los orígenes de México. Mientras otros reflexionaron acerca de los líderes o programas políticos, él buscó a los insurgentes populares de 1810. Documentó que la mayoría rebelde en el Bajío estaba clasificada como indios. No eran indígenas con cabildos y tierras, sino indios dependientes en un mundo comercial español. No lucharon por autonomías políticas. Demandaron vidas mejores. Luis Fernando concluyó que no eran tan distintos de los rebeldes que hicieron la revolución de Haití. Escribió una serie de ensayos sobre el Bajío, Haití y los vínculos de inspiración que produjeron las revoluciones populares que transformaron toda América entre 1791 y 1821: En el espejo haitiano: los indios del Bajío y el colapso del orden colonial en América Latina (Era, 2016).

Después, entró en los debates sobre los orígenes de América. 1521 fue un año de conquista -para ser conmemorado en 2021-. Luis Fernando se unió a un grupo de historiadores para insistir en que la conquista era un mito, y un insulto a los pueblos indígenas. La idea de conquista imagina que menos de 1 500 europeos dominaron a 25 millones de Mesoamericanos. Insiste en la superioridad de los españoles y la debilidad de los de América. Pero los historiadores e historiadoras saben que en las batallas de 1519 a 1521, los mexicas fueron derrotados por tlaxcaltecas y otras fuerzas indígenas -con pocos aliados españoles-. La mayoría de los muertos desde 1520 resultaron de la viruela y otras epidemias. Y los que sobrevivieron, señores y comunidades, negociaron su participación en el nuevo mundo de la plata y del cristianismo en el imperio español.

Luis Fernando leyó las llamadas cartas de Cortés con ojo crítico, probando que no eran historias como tales, sino polémicas para promover su propia importancia, negar la participación de poderes y pueblos indígenas, y ganar honores y riquezas para sí mismo. En los últimos días de su vida, publicó Relación de 1520 (Grano de Sal, 2021), edición crítica de la segunda epístola de Cortés sobre los encuentros con los mexicas, demostrando que no existió conquista. De nuevo, Luis Fernando Granados demostró que no hay historia sin poderes, grupos populares, pueblos e indígenas.

1“Carta 5. Luis Fernando, el de la Veracruzana (I)”, El Presente del Pasado, 22 de julio de 2021: https://elpresentedelpasado.com/2021/07/22/carta-5-luis-fernando-el-de-la-veracruzana/.

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