El 20 de septiembre de 1563, tras un accidentado viaje, el licenciado Jerónimo de Valderrama llegó a la ciudad de México en calidad de visitador de las Indias. Los asuntos que lo traían a la Nueva España eran, principalmente, la supervisión de la recaudación de tributos con el objetivo de subir las tasaciones a los diferentes pueblos, la revisión de la justicia ejercida tanto en el ámbito gubernamental como en el administrativo y, finalmente, el control de las acciones llevadas a cabo por el virrey, oidores de la Audiencia y la comunidad del cabildo.1
Sabemos que era el propio Consejo de Indias el que tomaba la decisión de tramitar una visita al conocer de la existencia de abusos o irregularidades en su administración;2 si bien es cierto que en el caso de Valderrama no contamos con la petición del Consejo, sí conservamos la Real Provisión3 con las facultades asignadas, así como un gran corpus epistolar dirigido a Felipe II donde fue dando un detallado informe de todo aquello que iba aconteciendo durante su visita, así como de las acciones realizadas.4
La visita estaba programada entre los años 1562 y 1563; sin embargo, el licenciado extendió su estancia hasta 1565, pues como él mismo argumentaba
Los negocios en que tengo de entender en este reino son muchos y de gran calidad, despachados así por el Consejo de Indias como por el de Hacienda, y lo que Vuestra Majestad particularmente me mandó acerca de los de dichos Consejos de Indias. Este reino ha que no se visitó muchos años, y lo que él es, lo es de este tiempo acá. Lo del gobierno tiene necesidad de remedio; en la justicia hay gran quiebra y grandísimo clamor; en la hacienda de Vuestra Majestad gran disminución y muy mal recaudo, como se verá en breve siendo Dios servido de darme vida y salud para ello.5
A lo largo de estos años Jerónimo de Valderrama revisó minuciosamente los libros de la Audiencia y la Real Hacienda, así como los documentos presentados por la población indígena, sumando un total de casi 5 000 pliegos.
Entre los documentos recabados por el visitador se encuentra un corpus intitulado Pintura del gobernador, alcaldes y regidores de México, un rico manuscrito donde la imagen es la protagonista (figura 1). Conocido como el Códice Osuna, este documento nos muestra las quejas presentadas por la población indígena en forma de diferentes pictogramas acompañados de una pequeña descripción de lo representado en lengua náhuatl, características que, como veremos a lo largo de este artículo, convierten a este documento en una valiosa fuente para el estudio la Nueva España del XVI.
INTRODUCCIÓN
Pinturas del gobernador, alcaldes y regidores de México es un documento colonial del centro de México elaborado a mediados del siglo XVI (1563-1566), de treinta y nueve folios numerados, que formó parte de la colección libraria de la Casa Osuna, de ahí su título abreviado como Códice Osuna que utilizaremos en adelante. Éste llamó rápidamente la atención de los bibliófilos del siglo XIX; así, en 1878 se publicaba en la ciudad de Madrid la edición de dibujos litografiados y coloreados a manera de un facsímil de este curioso manuscrito.6 La obra estaba acompañada, como era habitual, de un pequeño prólogo donde se daba la razón de la edición; destacaba en este sentido la curiosidad por la belleza del códice y su procedencia: “En la riquísima biblioteca del Excmo. Señor Duque de Osuna se custodia un precioso códice mejicano cuya fiel reproducción ofrecemos hoy a los aficionados a esta clase de antigüedades”.7 Ya en esta primera edición facsimilar se percataron de que el Códice Osuna recoge una pequeña parte de la visita del licenciado Valderrama, pues la foliación comienza en el número 462, pero, además, todos los testimonios datan exclusivamente del año 1565. Quizá por esto, y en un intento de aportar más información sobre la visita del licenciado, el estudio introductorio incluye, a modo de anexo, la trascripción de los Mandatos del visitador y audiencia que se encuentran en los folios 224 y 225 del manuscrito Espagnol 325 de la Bibliothèque Nationale de France.8 Como bien apunta el texto, poco tienen que ver estos Mandatos con el Códice Osuna, pero sí con el momento de la visita y los procesos administrativos y escriturarios seguidos tras ella. A pesar de ser la primera edición del Códice Osuna, y de que se hizo estando aún éste en la biblioteca nobiliaria,9 la historiografía posterior no se ha hecho eco de esta fuente.
En 1947 se dio a conocer la siguiente edición facsimilar del manuscrito a cargo del Instituto Indigenista Interamericano que publicó una reproducción de las litografías con un estudio previo del profesor Luis Chávez Orozco. Éste calificaba las pinturas como “un documento único en su género, no sólo desde el punto de vista plástico sino por las noticias que contiene”.10 En esta edición, el profesor Chávez Orozco afirmaba que había localizado los documentos que faltaban al Códice Osuna en la Sección Civil del Archivo General de la Nación.11 Éstos corresponden con la demanda judicial interpuesta por los indígenas en 1555 ante sus señores y los funcionarios españoles por la injusta carga tributaria, acusación que años después los funcionarios españoles contraargumentaron alegando que dichos pagos fueron completamente voluntarios. Sin embargo, este aporte documental y su vinculación con el Códice Osuna fueron puestos en duda años después por la archivera Vicenta Alonso Cortés, aspecto que llevó a discrepancias entre los historiadores en la consideración de estas demandas judiciales como la parte faltante del Códice.
Dada la importancia que había alcanzado el Códice Osuna, la Dirección General de Archivos, Bibliotecas y Museos de España decidió publicar una reproducción facsimilar, esta vez del manuscrito original. La encargada de llevar a cabo el estudio introductorio fue Vicenta Alonso Cortés. En esa edición se daban pequeñas pinceladas sobre el origen y la redacción del documento, se transcribía el texto en castellano y náhuatl, cotejado este último por el profesor Miguel León-Portilla, y se añadía a modo de apéndice un estudio del papel y de las filigranas. A lo largo del estudio Vicenta Alonso Cortés planteaba ciertas problemáticas que encierra el documento, entre ellas el elemento del formato era quizá el que más le interesaba. Desde el primer momento se pretendía dejar claro que el Códice Osuna no es un códice, sino un conjunto de documentos que en un determinado momento fueron unidos y encuadernados ahora sí en forma de códice. Otro de los puntos donde se hacía hincapié era en el hecho de que se trataba de un manuscrito incompleto y, en este sentido, Vicenta Alonso Cortés no compartía la opinión del profesor Chávez Orozco y su propuesta documental. Para ella, esta querella era completamente ajena a la temática del Códice y, además, tan sólo contaba con ciento setenta folios frente a los cuatrocientos sesenta y dos iniciales que “buscamos de la visita”.12
En estos primeros estudios del Códice Osuna, uno de los esfuerzos de trabajo consistió en intentar recuperar la información perdida para poder darle un orden al documento. No obstante, a pesar de ser estudios de obligada lectura, ya que se trata casi de los únicos que han intentado profundizar en el análisis de este Códice y su contexto histórico, se puede ver cómo se trabajó el documento de manera particular, aislándolo de este modo de su contexto histórico-administrativo.
El Códice Osuna pertenece a un número importante de documentos pictográficos coloniales que fueron utilizados como documentación legal por parte de la comunidad indígena. Tal y como han estudiado Ethelia Ruiz y Perla Valle, durante la primera mitad del siglo XVI los gobernantes novohispanos reconocieron la vigencia de las autoridades indígenas de los señores naturales y con ello las formas de organización y legislación de estas comunidades, siempre que no entrasen en conflicto con el derecho castellano. De este modo se fue asentando una legislación que lentamente incorporaba a la comunidad indígena y que permitía la aceptación de los códices pintados como documentos legales ante la Audiencia novohispana.13
Desde los primeros estudios sobre los códices jurídicos se puso de manifiesto su variedad temática, pero, sobre todo, su valor como “ricas fuentes sobre los indígenas tanto de la época colonial como prehispánica”.14 Así, entre la extensa bibliografía podemos observar cómo los códices coloniales se han utilizado para mostrar la historia social y política de la Nueva España del XVI15 el análisis del gobierno y funcionamiento de las ciudades y pueblos 16 y, también, para poner rostro a los actores políticos que participaron en su desarrollo.17 Pero, a pesar de esta relevancia en la historiografía, hoy en día no existe un consenso a la hora de abordar su análisis.18 La mayor parte de los historiadores han tratado estos documentos como una fuente de información administrativa, ya que “los códices jurídicos aportan datos sobre los diversos cambios, negociaciones y percepciones de los naturales sobre las políticas que la corona, los funcionarios locales y los colonos desarrollaron”.19 No obstante, nos preguntamos si se ha tendido a equiparar la imagen pintada como testimonio de lo escrito dejando a un lado su materialidad, y es que ¿no es la imagen la base del lenguaje pictográfico de los documentos mesoamericanos? Si bien es cierto que existe una corriente metodológica que aboga por el uso de herramientas propias de la historia del libro (nos referimos aquí a la codicología), prima en los diferentes estudios el análisis del documento dentro del contexto político social más que por su contenido. En este sentido, en estos objetos que por su contenido y forma se mueven entre lo administrativo y lo pictórico parece que el aparato icónico ha quedado relegado a un segundo plano, a diferencia de otros trabajos sobre otras tipologías de códices mesoamericanos (pensemos aquí en los códices cartográficos o religiosos), donde el estudio de la imagen ha dado enormes avances para entender la cultura escrita novohispana.20 Pablo Escalante afirma que este lenguaje pictórico “sigue ciertas convicciones estilísticas, pues no sólo busca la representación visual de objetos, personajes, situaciones e ideas, sino también el registro preciso de acontecimientos y datos”.21 De este modo, ¿pueden estas pinturas aportarnos información sobre los actores culturales que las realizaron, los procesos escriturarios seguidos, los usos de la imagen o los espacios vividos en un determinado momento? Proponemos, por tanto, poner el foco de atención en la materialidad del documento sirviéndonos para este ejercicio del Códice Osuna. Coincidimos así con las palabras de Cristina Jular: “El giro estructural de los estudios medievales y modernos, al reinterrogar el lugar que ocupa lo escrito en las sociedades del pasado, nos hace considerar hoy a los textos ya no como espejos sino verdaderos agentes de transformación”.22 El objetivo de este artículo es, por tanto, mostrar el potencial de estudio que tiene el Códice Osuna al incorporar al discurso la perspectiva de análisis vinculada a la historia del libro. A lo largo de las siguientes páginas mostraremos la necesidad de repensar la información que tenemos de los trabajos anteriormente mencionados, los primeros análisis realizados con sus propuestas de estudio, así como los límites y obstáculos a los que nos hemos ido enfrentando.23
PROPUESTA DE ANÁLISIS
Nuestro punto de vista metodológico parte de un enfoque multidisciplinar que aborda el objeto en tres grandes áreas: lo externo, lo interno y su contextualización.24 Para ello debemos recurrir al empleo de ciencias auxiliares como la paleografía, la diplomática y la codicología, que en este sentido y citando Miguel Ángel Ruz, “en pocas ocasiones se han aplicado para el estudio de los códices mesoamericanos y en otras sólo se ha hecho de manera parcial”.25 No obstante, el uso de estas disciplinas no es desconocido en el mundo del manuscrito europeo. Elisa Ruiz en su Introducción a la codicología apunta que “ningún trabajo riguroso de esta disciplina puede prescindir de una descripción pormenorizada de los ejemplares”.26 A través del estudio codicológico se busca dar respuesta a preguntas relativas al cómo, el dónde o el para quién se elaboraron los documentos por analizar;27 en este contexto nos preguntamos si podemos aplicar estos interrogantes y obtener con ello una respuesta en nuestro análisis del Códice Osuna.
DESCRIPCIÓN Y ANÁLISIS DEL CONTENIDO
El Códice Osuna consta de dos partes: el apartado indígena, es decir, los pictogramas trazados por el tlacuilo con una pequeña explicación de la escena en lengua náhuatl, y el apartado europeo, con información más amplia de la prueba presentada y los testimonios tomados.28 Estos dos sistemas de escritura, pictográfica indígena y alfabeto latino, nos aportan dos concepciones diferentes de un mismo libro.29
La descripción de Vicenta Alonso Cortés organizaba el contenido en seis grandes testimonios:
El primero de ellos comprende los trece primeros folios, lleva por título Cosas generales. Pinturas de los de México y recoge el incumplimiento de los pagos de las diferentes cargas de cal por parte de los oidores de la Audiencia, así como del virrey, las acusaciones de los abusos perpetrados por el doctor Puga y, probablemente la imagen más conocida, la entrega de las varas de poder de la ciudad a los nuevos alcaldes.
El segundo de los testimonios (folios 14-25) muestra los impagos de la hierba y el servicio ordinario por parte del virrey y los oidores de la Audiencia de México.
El tercer testimonio (folios 26-29) detalla las cargas de hierba que los indígenas habían dado y el precio de ellas.
El cuarto testimonio (folios 30-33) está dedicado a las actividades del doctor Puga en Tula y Tetapango.
El quinto (folios 34-36) presenta las tres cabeceras de Tezcoco, México y Tacuba junto con los pueblos de su dependencia.
Finalmente, el sexto testimonio (folios 37-39) se ocupa de las obras y servicios dados por los indígenas y no pagados.30
Cada testimonio está acompañado del acta del juramento con la fecha, así como las rúbricas de los testigos, aquellos que sabían escribir, Bartolomé de Vilches, secretario de Jerónimo de Valderrama, y el intérprete Juan Grande, exceptuando el quinto y sexto testimonio que no cuentan con el acta jurada. Siguiendo esta descripción, podemos resumir todo el contenido del códice (véase el cuadro 1).
Testimonio | Folios | Asunto | Firmantes | Personajes Citados | Fecha |
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Primero | 465-475v+** | Impagos por los oidores de la Audiencia y el Virrey, abusos del doctor Puga, cosas generales de los de México |
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31 de julio de 1565 |
Segundo | 476-487 | Impagos de la hierba y servicio ordinario |
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9 de agosto de 1565 |
Tercero | 488-49 | Cargas de hierba dada por la comunidad indígena y el precio de cada una de ellas | |||
Cuarto | 492-495 | Actividades del doctor Puga en Tula y Tetepango |
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3 de abril de 1565 |
Quinto | 496-498 | Tres cabeceras de Tezcoco, México y Tacuba | No cuenta con acta jurada | 8 de enero de 1565 | |
Sexto | 499-501 | Obras y servicios no pagados |
* La información recogida en los cuadros que se presentan a continuación está tomada de la trascripción realizada del texto para la edición facsímil de Alonso Cortés, Pintura del gobernador..., 27-128.
** A lo largo de todo el manuscrito se pueden ver dos foliaciones diferentes, para este artículo hemos elegido la que parece ser de mayor antigüedad, arrancando en el f. 465.
Fuente: elaboración propia con base en los testimonios del Códice Osuna extraídos de la información proporcionada por Vicenta Alonso Cortés en Pintura del gobernador, alcaldes y regidores de México. Estudio y transcripción (Madrid: Servicio de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia, 1976).
Parece que la organización por testimonios anteriormente mostrada atiende más a un intento de división temática que a buscar entender el documento en su contexto administrativo. Entender en primera instancia qué significaron cada uno de estos testimonios nos puede llevar a pensar en qué lugar, por quién o quiénes fueron emitidos y, finalmente, cómo acabó esta colección jurídica en un formato códice. Por ello, en este momento del análisis, revisar si la propuesta de organización del Códice establecida hasta ahora debe mantenerse o, por el contrario, se puede proponer una nueva estructura es un aspecto clave de la investigación. Para ello debemos atender al proceso de redacción que se llevó a cabo en el momento de la elaboración del Códice. Vicenta Alonso Cortés da una pequeña referencia al posible modus operandi:
Nada más alejado de esta historia que un taller ordenado de copista, con acopio de materiales escriturarios, con un plan de trabajo que de antemano calcula el texto, los márgenes, el fin de los capítulos […]. Aquí estamos ante unos oficiales reales que han tomado los dichos de los indios en forma de pinturas (como ellos lo tenían reservado en sus pequeños archivillos comunales), explicadas de viva voz en náhuatl (que se trascribe fielmente) y a ambas expresiones no inteligibles para los administradores hispánicos, se les añade una versión en castellano, para que aquellas deposiciones pudieran ser leídas y atendidas en la visita general […] y tomadas en cuenta.31
Si bien es cierto que quizá no podemos pensar en un taller como operaban en el mundo europeo, un primer análisis codicológico de las pinturas sí muestra una organización y planificación del folio tanto para la imagen como para el texto en náhuatl; esto nos conduce sin duda a pensar, al menos, en dos momentos de uso del documento. El primero de ellos cuando se trazaron los diferentes pictogramas y el segundo cuando fueron revisados estos papeles por los oficiales de la Audiencia y se tomaron las anotaciones en castellano; estas últimas marcas rompen con el mise en page de la pintura indígena.32 Y decimos al menos en dos momentos de uso porque todo el códice está repleto de diferentes grafías, destacando en este sentido la foliación claramente de cronología posterior a la creación del documento.
Si continuamos leyendo sobre el proceso de redacción que describe Vicenta Alonso Cortés, a la hora de abordar cómo se realizó el primer testimonio incide de nuevo en esta idea de tratar el códice como algo exento de su contexto administrativo:
Para escribir la declaración tomaría un pliego [se refiere al escribano], pondría la primera plana el título Pintura del gobernador, alcaldes y regidores de México y en el folio vuelto comenzaría a escribirse la averiguación, como lo denota la cruz inicial que antecede al texto […] acabada esta plana, el escribano iría añadiendo pliegos.33
No nos queda muy claro si considera que el aparato pictórico formaba parte de la declaración, es decir, si se elaboraba en el acto mismo de tomar testimonio, asumiendo de este modo que los pictogramas se equiparan al procedimiento de lo escrito europeo sin tener presente la administración de Nueva España y su funcionamiento, o bien, si por el contrario conoce la práctica jurídica habitual por parte de la comunidad indígena de elaborar y entregar estos documentos probatorios ante las autoridades.34 Práctica que incluso está documentada en testimonios del siglo XVI donde los españoles mostraban su perplejidad ante la gran actividad jurídica. Tomamos como ejemplo las declaraciones del arzobispo Alonso de Montúfar en 1556:
los indios se han hecho grandísimos pleitistas y levantando pleitos unos contra otros sobre sus tierras y distritos; y sobre intereses de muy poca tierra gastan grandes cantidades de dineros como gente simple en procuradores y letrados y naguatatos y escribanos ques de doler cual anda esta Audiencia llena de nubadas de indios en los dichos pleitos.35
Por tanto, con estas pequeñas notas en referencia a la ejecución de las diferentes declaraciones nos planteamos ¿cuántos testimonios tenemos en el Códice Osuna? Si atendemos exclusivamente al texto, compartimos la idea del primer testimonio con los trece primeros folios; no obstante, es a partir del segundo donde encontramos diferencias.
Para Vicenta Alonso Cortés al segundo testimonio se le deben unir las declaraciones de los barrios de Santiago sobre las cargas de hierba, pero estos folios (folios 482-487) cuentan con su propia acta jurada. ¿No debería considerarse un texto independiente?
El tercer testimonio nos muestra las cargas de hierba que había dado la comunidad indígena a los diferentes oidores, cabildo y virrey. Éstos también son representados en los folios del segundo testimonio; además, en el verso del folio veintiséis se puede leer en lengua náhuatl:
Y traerán el escrito, tal vez en un papel o dos en papel español, igualmente aquí está en el que vendrá escrito ya cuantos cargos de zacate entran en la casa del señor virrey y como las pagaban y como se las compraba a los indios y cuantos macehuales regaban y barrían y si algo les pagaba y también cuantos macehuales arreglaban la casa de nuestro gran señor y cuantos picapedreros, cuantos carpinteros.36
Quizá deberíamos incluirlo como parte del testimonio anterior, pensando en este sentido que se trata de un argumento más para las declaraciones respecto a las cargas de hierba. Este aspecto quizá nos puede llevar a reflexionar en cuántas pinturas se presentaron para esta queja vinculada a las cargas de hierba, cuáles fueron las seleccionadas por el licenciado y, también, cuántas hemos conservado.
Las actividades del doctor Puga en Tula y Tetapango están unidas en un mismo testimonio, pero ambas cuentan no sólo con la declaración tomada por el intérprete Juan Grande en ambos lugares, sino también con el juramento dado ya en México ante el visitador donde se da fe de que los documentos presentados son fieles a la declaración; por este motivo los consideramos dos testimonios diferentes.
Finalmente, en lo relativo a los folios 496-501, es decir, los testimonios quinto y sexto, no cuentan con acta jurada. En el caso de las declaraciones de las cabeceras sí tenemos la fecha de realización del memorial: “Se hizo memorial en Tacuba a ocho días del mes de enero de 1565”,37 pero para las declaraciones de los últimos folios no existe información para poder datarla. Proponemos por tanto que el Códice Osuna cuenta con los testimonios que se detallan en el cuadro 2.
Testimonio | Folios | Asunto | Firmantes | Personajes Citados | Año |
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Primero | 465-475 | Impagos por los oidores de la Audiencia y el Virrey, abusos del doctor Puga, cosas generales de los de México |
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31 de julio de 1565 |
Segundo | 476-481 | Impagos de la hierba y el servicio ordinario |
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9 de agosto de 1565 |
Tercero | 482-487 | Impago de la hierba en el barrio de Santiago |
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12 de agosto de 1565 |
Cuarto testimonio que podría unirse al anterior | 488-491 | Cargas de zacate dada por la comunidad indígena | |||
Quinto | 492-493 | Actividades del doctor Puga en Tula |
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3 de abril de 1565 |
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23 de agosto de 1565 | ||||
Sexto | 494-495 | Actividades del doctor Puga en Tetapango |
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29 de junio de 1565 |
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26 de agosto de 1565 | |||||
¿Séptimo? | 496-498 | Cabeceras de Tezcoco, México y Tacuba | 8 de enero de 1565 | ||
¿Octavo? | 499-501 | Obras y servicios no pagados |
Fuente: elaboración propia.
Mencionábamos anteriormente que uno de los usos o un momento de uso del documento fue cuando se le añadió la foliación en el margen superior derecho del folio intercalándose éste con las imágenes del texto, pero, tal y como apreciaron los primeros estudios relativos al Códice, nada más abrir el documento salta a la vista que el primer folio arranca con el número 465 y finaliza en el 501; estamos por tanto con una pequeña parte de un corpus documental muchísimo mayor. No nos puede extrañar esto, recordemos las palabras de Jerónimo de Valderrama con las que nos informaba de la revisión de casi 5 000 pliegos. No obstante, entre las muchas grafías que existen a lo largo de todo el documento hay una que, quizá por estar ubicada entre los pictogramas en muchos casos, ha pasado desapercibida para la historiografía, pero que nos aporta un dato más sobre la gestión de esta visita. Nos referimos a las notas relativas a los cargos generados con los diferentes testimonios presentados a lo largo de todo el Códice, y que podemos ver en letra y tinta diferentes al conjunto pictográfico como números 34, 35 y 36 “para cargo virrey”. Los cargos, como es lógico, se formulaban una vez finalizada la recepción de testimonios, de ahí la grafía en tinta y letra diferentes al conjunto documental. En este caso tan sólo nos ha llegado la referencia a tres imputaciones; no obstante, la visita tuvo muchos otros más cargos. Es en las propias sentencias donde existe una pequeña información que puede darnos una visión aproximada de todas las pesquisas que se generaron. En las “Sentencias pronunciadas por el Consejo de Indias en los cargos resultantes de la visita del licenciado Valderrama a la Audiencia de México. Madrid. Septiembre 1571-marzo 1572”,38 en el apartado dedicado al doctor Villanueva, oidor de la Audiencia y protagonista en varios folios de nuestro códice, se enumeran hasta 119 cargos de los que fue acusado. Dada esta evidencia documental de gran envergadura cabe preguntarse, llegados a este punto, dónde está el resto de los papeles relativos a este gran corpus documental, cómo se archivaron los diferentes cargos una vez finalizada la visita del licenciado y, por último, si realmente toda la producción escrita de la visita llegó a manos de Felipe II. Veíamos anteriormente que una de las insistencias en los primeros estudios del Códice Osuna fue remarcar que no se trataba de un códice sino de un conjunto documental. Quizá el hecho de tratar exclusivamente estos documentos pintados como el único reflejo de la visita del licenciado Jerónimo de Valderrama ha limitado nuestra visión de la producción escrituraria que supuso este acto. Pensar, en adelante, en un plano de lo escrito más amplio donde se incorporen, o se dé la posibilidad de poner a revisión, estos otros documentos, tal vez nos lleve a entender por qué todo el corpus documental acabó en diferentes sedes y archivos incluyendo aquí las bibliotecas europeas.
ANÁLISIS CODICOLÓGICO
En un intento de responder a todos estos interrogantes -cuál fue el proceso de redacción del Códice, cómo o en cuántas ocasiones fue utilizado y cómo acabaron estos documentos jurídicos en un formato de códice y en los fondos de una biblioteca nobiliaria- nos aventuramos a emprender un análisis codicológico del manuscrito. Lo primero que debemos mencionar es que en este ejercicio resulta difícil obtener resultados certeros, ya que, si intentamos ver cómo están organizados los cuadernos, lo primero que podemos apreciar es que los pliegos están cortados, reforzados y aumentados con papel, probablemente fruto de las múltiples reencuadernaciones que sufrió el documento. Las contratapas del códice nos dan la información de, al menos, dos de ellas. La primera dice “pasqual carsi y vidal lo encuaderno. madrid”39 y muy probablemente corresponde al momento en el que el documento ingresó en la Real Biblioteca Pública de España, hecho que trataremos más adelante. La segunda encuadernación se realizó en 1974 por el Servicio Nacional de Restauración de libros y documentos. A pesar de estas dificultades, en el anexo dedicado a las marcas de agua del facsímil de 1976 se propone la siguiente colación40
A, B, C 110, 26 - 46, 5 - 62, 72, 8¿2?, 95, 104, D, E, F.
El manuscrito contaría con diez cuadernos. Cada cuaderno está representado con un número base y el número de hojas de cada cuaderno se representa con la numeración exponente. Es decir, el primer cuaderno estaría compuesto por diez folios, del segundo al cuarto por sexniones (seis folios), el séptimo y octavo serían bifolios (dos hojas), el noveno con cinco hojas y finalmente el décimo con cuatro. Las letras que aparecen al inicio y final de la colación representan las tres hojas de guarda que, como su propio nombre indica, guardan el manuscrito. Evidentemente los cuadernos 8 y 9 presentan problemas en la colación: para el octavo cuaderno no se tiene la certeza de que realmente sea un bifolio o por el contrario dos hojas individuales y en el noveno cuaderno al contar con cinco hojas debemos presuponer que una de ellas se ha incorporado en el momento del cosido final, ya que el formato de un cuaderno parte de la superposición de bifolios dando siempre un resultado par en el número de hojas. Debido al estado actual del documento será muy difícil de subsanar estas dos incógnitas; no obstante, a pesar de esto el estudio de las marcas papeleras nos aporta información muy interesante para la materialidad del códice.
Las filigranas de los tres primeros folios y los tres últimos (A, B, C, D, E, F) corresponden a la época de Isabel II (1833-1868). Este añadido corresponde, probablemente, al momento de la reencuadernación por Pascual Carsi anteriormente mencionada. La filigrana que marca todo el documento pertenece a la familia del peregrino, datada en el siglo XVI, pero sin poder ofrecer una fecha más específica. Contamos con otro códice donde se utiliza el mismo papel: la filigrana del peregrino sin letras ni más artificio del folio 26 ha sido documentada por Juan José Batalla en el folio 28 del Códice Mendocino.41 Podríamos ver esto como un hecho aislado, pero que ambos códices compartan papel puede conducirnos a pensar si no en un taller sí en un mismo espacio o espacios de copia con un mismo proveedor de papel.42
Las marcas de agua que rompen con la familia del peregrino están en los folios 477-478 y 479-480. La primera de ellas está incluida en el catálogo de Briquet como 6092, pertenece a la familia de estrellas y está datada entre las fechas 1562-1567, y la segunda y última no ha podido localizarse.43
Tenemos hasta ahora el estudio del contenido y de su soporte, pero incluso en esto contamos todavía con ciertas lagunas que no nos permiten hacer un análisis global del códice. La imagen, como mencionábamos al inicio de este artículo, no puede quedar exenta del proceso de análisis, ya que es un eje central en el estudio de un códice mesoamericano, pues es un instrumento más de cognición de éste. Ante esto nos interesa ahora ahondar en los artífices del códice.
Análisis de la imagen: los tlacuiloque44
Vicenta Alonso Cortés, sin entrar en detalle en un análisis histórico artístico, cita ocho tlacuiloque,45 pero tras nuestro análisis del material pensamos que podemos puntualizar y ampliar un poco más la información.
A lo largo de todo el códice existe un tlacuilo principal que destaca por una gran destreza en la aplicación del color donde se aprecian claroscuros en una misma gama cromática, así como unas líneas anatómicas bien definidas y proporcionadas. Estas características se pueden apreciar claramente en la representación del virrey Luis de Velasco y del juez indígena don Esteban de Guzmán en el folio 38r. Este tlacuilo marca unos trazos característicos, una nariz pequeña y redonda, la boca siempre con una mueca hacia abajo, ojos saltones por su forma almendrada y unas orejas representadas con un semicírculo y un pequeño punto que se repiten a lo largo de los testimonios 1, 2, 3, 7 y 8, pero claramente con diferentes manos. Podemos detectar hasta cinco imitadores de este copista número uno al que hemos apodado copista nariz de garbanzo por la característica forma del naso de sus personajes (figuras 2 y 3).46 Además, en los folios en los que participan estos tlacuiloque se observa una uniformidad en la mise en page, pues la imagen cuenta con una rúbrica donde se indica qué es lo representado en castellano e incluso en este aspecto se observan diferentes ductus. Podemos ver una línea general que se caracteriza por una letra redondeada y grande, y al menos otras tres donde se ve que el trazo es más impreciso como si se estuviese copiando el modelo de la letra principal (figuras 4 y 5).47 Sumamos a este copista uno nariz de garbanzo y sus imitadores, de momento, seis manos más.
El tlacuilo número dos lo encontramos sólo en el folio 10v del primer testimonio (figura 6). Se caracteriza por el empleo de figuras de gran tamaño; a diferencia de lo que vemos en el resto del códice, tiene formas algo desproporcionadas, una gran línea marco y el empleo del color de una manera muy uniforme, lo cual nos da figuras completamente planas.
El tercer copista corresponde con los folios dedicados a los abusos del doctor Puga en el primer testimonio (figura 7). Destaca este tlacuilo por el trazo ligero en las líneas, pero con el resultado de figuras también algo desproporcionadas y, aunque intenta dotarlas de movimiento, el resultado queda aún algo hierático. Destaca de todo el conjunto la figura de la mujer del doctor Puga representada en el centro del folio 12v. El texto, tanto en náhuatl como en castellano, nos informa que la mujer maltrató al alguacil Miguel Chichimecatl porque no le gustaron las naranjas que le había llevado a la casa. Para representar este momento el tlacuilo se sirve de una línea de contorno que nos da la sensación de múltiples pliegues en el ropaje, un sombreado para dar volumen a la ropa y una línea donde se posa el agresor. “El resultado es que el cautivo está efectivamente en el aire, pesa y se cae.”48 El cuarto tlaucuilo podemos localizarlo en los folios 476 y 481, donde de nuevo apreciamos una línea marco muy gruesa, pero una mayor destreza en ciertos matices individuales del rostro, destacando en este sentido una curiosa nariz puntiaguda. En la figura del fiscal Maldonado del folio 19 parece que el tlacuilo intenta representar una ligera torsión del cuerpo en un primer esbozo, quizás, de un escorzo (figura 8).
El siguiente tlacuilo, entre los folios 26-27, destaca por la falta de matices individuales en todos los personajes representados y el empleo de una gran línea marco (figura 9). El único modo de identificar a cada uno de los sujetos mencionados es por los glifos que acompañan a cada personaje. Las formas utilizadas se asemejan al pintor número dos, pero no podemos afirmar con seguridad que se trate de la misma mano.
Finalmente, el último tlacuilo lo encontramos en los folios dedicados a las actividades del doctor Puga en Tula y Tetapango (figura 10). Lo primero que llama la atención es la ausencia de color en las imágenes, tan sólo se emplea la tinta negra para marcar el contorno de las diferentes figuras. Parece un trazo rápido, pero algo impreciso a la hora de aplicarlo a la fisonomía de los personajes o al detalle de los alimentos presentados. No existe en todo el documento otro pintor con estas características.
Pablo Escalante, en su trabajo sobre los códices mesoamericanos, argumentaba acerca del Códice Osuna que pertenece a un grupo de manuscritos
que muestran cierto alejamiento del estilo antiguo y una cantidad importante de rasgos de origen europeo, pero en los cuales hay todavía un predominio del discurso pictórico sobre el discurso escrito y subsiste un formato relacionado con la antigua tradición; pinturas, en suma, con influencia del estilo europeo, pero que todavía no son ilustraciones.49
Resulta evidente al analizar el manuscrito que existe en los propios pictogramas un proceso de aprendizaje donde quizá lo más llamativo es cierta libertad estética que parecen tener los diferentes tlacuilome. Tanto los modelos de representación como los usos de los mismos nos acercan, sin lugar a dudas, a los modelos pictóricos y prácticas jurídicas empleados antes del establecimiento en 1592 del Juzgado General de Indios y el cambio administrativo que eso conllevó.
FORTUNA DEL MANUSCRITO
Veíamos al inicio de este artículo cómo los primeros estudios sobre el Códice centraron sus esfuerzos en intentar localizar los testimonios faltantes. El profesor Luis Chávez Orozco pensó haber localizado éstos en el Archivo General de la Nación, pero Vicenta Alonso Cortés rechazó esta idea afirmando que estos papeles no pertenecían, por su contenido, al corpus documental del códice. Esta idea puede tener algún matiz, ya que quizá no podamos considerar estos documentos como parte del Códice Osuna, pero sí como parte de todo el proceso escriturario que generó la visita del licenciado Jerónimo de Valderrama. Ya que, como bien se ha podido ver en el epígrafe dedicado a las diferentes reproducciones y estudios del Códice Osuna, todo el corpus documental no se creó pensando en un formato códice, sino en un agregado de diferentes legajos fruto de un proceso jurídico-administrativo. Es necesario volver al archivo, pero con una nueva mirada donde el documento deje de ser un repositorio de información y pase a ser un artefacto cultural para, en este ejercicio, intentar alcanzar a ver hasta qué términos llegó la investigación de Jerónimo de Valderrama y, en este caso que nos ocupa, visualizar cómo los testimonios de una comunidad indígena de la Nueva España del siglo XVI acabaron formando parte de la colección libraria de los duques de Osuna y finalmente en los fondos de la Biblioteca Nacional de España.
Rastrear, por tanto, la fortuna de este corpus jurídico-administrativo debe arrancar preguntándonos qué fue de estos documentos probatorios cuando Jerónimo de Valderrama finalizó su tarea. ¿Llegaron a las manos de Felipe II? Asunto que nos conduce a inquirir, en una dimensión más amplia de estos procesos burocráticos, ¿qué conocían los reyes de toda la documentación que generaban estas visitas? Arndt Brendecke argumenta al respecto que no sería hasta las reformas de Juan de Ovando, a comienzos de la década de 1570, cuando se tendría “como meta la recopilación y puesta a disposición sistemática de los conocimientos en la corte y el Consejo de Indias”50 Antes de esto los documentos resultantes parece que no se enviaban a la corte ¿Cómo llegaron entonces estas pinturas de los mexicanos a los fondos de la Biblioteca Osuna? La primera referencia que tenemos del Códice Osuna ya en territorio español está en el inventario de bienes que se hace tras la muerte del V duque de Osuna en 1715.51 Entre los casi cuatrocientos libros que tenía la colección se puede leer en un asiento la palabra “jeroglíficos”; podría no tratarse de nuestro Códice, sin embargo, cuando los libros de la familia Osuna fueron adquiridos por la Biblioteca Real Pública a mediados del siglo XVIII,52 José María Rocamora, el encargado de catalogar toda la colección, da la siguiente entrada en el asiento 176 del catálogo de libros:
176. pintura del gouernador alcalde y regidor de mexico
Año 1556-Ms. en papel lleno de iluminaciones y jeroglíficos con traducciones al castellano. Fol., taf. Rojo.53
Parece bastante evidente que tanto el escribano que tomó nota de los libros de la colección nobiliaria como Rocamora se están refiriendo al mismo libro. Desde ese momento el Códice Osuna descansó en los fondos de la Real Biblioteca, actual Biblioteca Nacional de España, donde podemos encontrarlo aún hoy bajo la signatura Vitr/26/8.
CONCLUSIONES
A lo largo de estas páginas hemos repasado, brevemente, la información que tenemos sobre el Códice Osuna y su vinculación con el licenciado Jerónimo de Valderrama, incorporando al análisis una nueva línea de trabajo adscrita a la historia del libro.
Como hemos visto anteriormente, la historiografía relativa al Códice Osuna se ha centrado, principalmente, en dos grandes puntos. En primer lugar, en localizar aquellos casi quinientos pliegos que, parece, fueron parte del conjunto documental y, en segundo lugar, en insistir en que no estamos ante un formato códice sino un gran conjunto documental.
No obstante, a pesar de este empeño, al revisar cómo se han pensado estos papeles parece que la idea del formato códice al estilo y uso europeo, con un taller, una planificación del documento o unos destinatarios específicos, está más presente de lo inicialmente previsto.
Atender a la materialidad del códice nos ha conducido a visualizarlo en dos grandes planos: lo individual y tras ello su colectividad. Reconsiderar la estructura hasta ahora establecida nos ha permitido dar valor a cada uno de los testimonios conservados, para en un segundo momento de análisis preguntarnos ¿cuántos testimonios hemos conservado de la visita del licenciado Jerónimo de Vaderrama? ¿Por qué sólo se identifica al Códice Osuna como la documentación revistada por el visitador? ¿Acaso no es el códice una parte de un proceso administrativo más amplio? Cuestiones, todas éstas, que nos conducen a repensar los procesos jurídicos administrativos no sólo en las visitas a Nueva España, sino también en la propia estructura institucional de la Audiencia novohispana.
Pensar en la individualidad ha supuesto considerar la imagen como una estrategia de estudio que nos da la posibilidad de ver otras líneas de investigación por tener en cuenta a la hora de acercarnos a esta tipología de documentos. Conocer quiénes eran estos tlaquioloque vinculados al aparato judicial, la formación de éstos, así como su profesionalización o no en otros sectores de lo escrito son áreas por explorar que nos podrían llevar a conocer la mentalidad, usos y formas de la pintura indígena, pues en el ámbito específico de lo manuscrito parece que los pintores se sentían más libres para representar el mundo que les rodeaba.
En definitiva, estos pequeños apuntes nos obligan a pensar en un proceso escriturario de largo recorrido que arranca con el cuándo, el dónde y el para quién se realizaron estas pinturas, y finaliza con el cómo unos papeles administrativos pasaron a pensarse en un formato códice para una biblioteca nobiliaria. Interrogantes todos ellos que nos obligan a rebasar las fronteras entre lo administrativo y lo bibliófilo para pensar de manera más global en la cultura escrita de la Nueva España del siglo XVI.