Introducción
Sostiene David Le Breton en su Antropología del cuerpo y la modernidad que las representaciones del cuerpo y los saberes acerca de éste son tributarios de un estado social, de una visión del mundo y de una definición de la persona. De acuerdo con este principio, cada sociedad esboza un conocimiento singular aplicado a la corporalidad de modo que las concepciones en torno al cuerpo se corresponden con las concepciones aplicables a la persona. El cuerpo pasa a ser concebido como una “construcción simbólica”, dependiente del contexto histórico y cultural en el cual es concebido.1 Durante el Medioevo el cuerpo es un lugar de paradoja.
El cristianismo no cesa de reprimirlo en tanto la carne incita al pecado, mientras se lo glorifica a través del cuerpo sufriente de Cristo. A la vez, las prácticas populares resisten esta represión ejercida por la Iglesia y oscilan en una relación contradictoria entre el ayuno cuaresmal y el desborde carnavalesco.2 El ser humano no se distingue de la trama comunitaria en la cual está inserto y aparece como parte de un engranaje total en el cual fue hecho a imagen y semejanza de Dios.
El Renacimiento desdibujará esas diferencias que dejan de ser naturales y pasan a ser historiadas y, por ende, modificables.3 No es novedoso que esta etapa inaugura el individualismo y, en consecuencia, hay una relectura de la concepción del cuerpo que devendrá una entidad a ser estudiada de forma independiente y, por lo tanto, pasible de control. La unidad entre alma y cuerpo, inseparables para el pensamiento cristiano y en las sociedades tradicionales, se transforma a partir de esa anatomización del cuerpo que la modernidad propone.4 Surge una concepción estructural de éste, pensado como una edificación arquitectónica, como el mismo Vesalio lo concibe en su De humani corporis fabrica.5 “El cuerpo pasa a ser concebido como un mecanismo formado por múltiples piezas y engranajes que debían ser des-entrañados en un proceso de introspección, de des-velamiento y vaciamiento mediante el cual piezas y engranajes quedaban expuestos en la mesa de disección o reproducidos y como tal expuestos en las páginas de los tratados como una representación fragmentada del cuerpo en sus más irreductibles unidades”.6 El cuerpo, como límite en su relación con el mundo, comienza a ser objetivado y se convierte en “la frontera” precisa que marca la diferencia entre un hombre y otro,7 nace además la curiosidad en tanto este cuerpo individual se ha deslizado como algo externo y busca ser indagado e investigado. “El cuerpo se singulariza, especificando funcionamientos que sólo por el cuerpo mismo se explican.”8
Desde la llegada del europeo a América y en este contexto sociocultural descrito, el pensamiento científico se impone la necesidad de construir un imaginario en el cual quepa esta nueva realidad. El cuerpo del americano debe ser objetivado para ser controlado. Asimismo, el ordenamiento social que la modernidad instala requiere de los poderes terrenales la imposición de un disciplinamiento que implica la búsqueda de certezas. El discurso científico, funcional a esto, generará representaciones del otro (infieles, salvajes, indios), objeto de indagación y estudio con miras a justificar la dominación.
La fuente, la hipótesis de trabajo y el contexto del autor
El recorrido propuesto parte del relato de un cirujano español, Pedro Arias de Benavides, tempranamente llegado e instalado en el continente americano. Nos interesará reconocer las imágenes corporales de la alteridad surgidas a partir de su pluma.9 Es un discurso marcado, en parte, por el imaginario medieval acerca del otro que él hereda, pero también por la visión de esta nueva otredad que el discurso renacentista propone. Asoma asimismo un espacio americano -en interacción con estos cuerpos- ahora compartido con los europeos, en donde entra en disputa la utilización de los recursos naturales para lograr la añorada sanación frente a las enfermedades que estas corporalidades padecen. Los cuerpos devienen víctimas de numerosos males y están sujetos a las condiciones de este continente tan caliente. Numerosas preguntas surgen de cara a este discurso científico. ¿Quiénes componen la otredad a los ojos del autor? ¿Cómo coexisten en relación con la salud y la enfermedad, las terapias, los recursos y el entorno? ¿Cómo se entremezclan los cuerpos de españoles, nativos, negros y mestizos en este espacio donde las enfermedades acechan?
La obra Secretos de cirugía, especial de las enfermedades de morbo gallico y lamparones y mirrarchia es compuesta en 1567 en Valladolid.10 Se trata de un texto de carácter científico, un escrito que tiene como meta la divulgación de saberes y experiencias médicas en torno al tratamiento de la sífilis y que persigue -tal como el redactor lo expresa- compartir las experiencias vividas en las Indias.11 Prevalece un objetivo cientificista y probatorio de lo que escribe. Con clara intención docente, le interesa que su saber y sus experiencias se difundan, busca dialogar con otros profesionales que hayan atravesado experiencias similares en aras de completar o corregir conocimientos. Ya desde el índice el tratadista anticipa su interés por nombrar u ofrecer una sinonimia a recursos curativos ya conocidos y dar nombre a las enfermedades. Solange Alberro alude al procedimiento “al que todos [cronistas, tratadistas, religiosos] recurrieron constante y forzosamente y que los llevó a establecer analogías entre las realidades nuevas que buscaban manifestar y aquellas que les eran familiares porque pertenecían a su universo, su cultura y su pasado”.12
Serán los interlocutores del autor “los médicos de su majestad”, 13pero también los galenos y cirujanos de entornos no cortesanos específicamente a los cuales dirige sus enseñanzas con clara intención de divulgar sus saberes y enmendar errores.
Desde el comienzo se exalta el valor de la experiencia atravesada en las Indias y la información aportada por éstas en cuanto a medicinas simples “de que acá no tenemos noticia”.14 Arias de Benavides se pone en el centro del relato. Ser testigo ocular de los hechos que narra otorga verosimilitud a su relato, pero también da fiabilidad a la obra su carácter de profesional de la salud y su estatus. Son su condición de cirujano, la erudición que persigue en esta obra y el patrocinio del poder los elementos que robustecen su discurso. “El arte humanista de la lectura ponía énfasis en evaluar la posición social del testigo, esto valoriza el relato.”15
Arias de Benavides busca compartir sus vivencias y les advertirá a sus lectores sobre los riesgos y las características sanitarias del Nuevo Mundo, así como las limitaciones en la aplicación de ciertas medicinas europeas. A semejanza de un etnógrafo, describe a los habitantes en su carácter y sus costumbres, así como la geografía, los recursos y su correlación con las patologías y su evolución. Relata anécdotas de tipo costumbrista donde no ahorra críticas a los propios españoles ya instalados o a los que no se han arriesgado a la travesía. América deviene un reservorio de recursos por ser reconocidos y adaptados, y hay saberes que necesitan ser enmendados.
que yo sé de algunos, principalmente que los médicos de Sevilla por relaciones y cartas han escrito algunas cosas yo no procuraré aquí si no decir lo que he visto, y las cosas que muchas veces he experimentado que otro ningún médico no ha venido antes que yo porque es gente que no quieren dejar la buena vida y riquezas que allá tienen.16
Como hombre del humanismo, Arias de Benavides pone un marcado acento en experiencias atravesadas de forma personal y presencial con miras a lograr una cura para la sífilis o morbo gallico, lo cual lo impulsa a clasificar los saberes y la materia médica que encuentra en las Indias, valorar las prácticas realizadas de modo de respaldar la conceptualización teórica y rectificar errores, si es preciso. Consciente del desafío profesional que enfrenta y con un tono cuasi inaugural, advierte: “Sólo avisare de cosas que he visto, que no he hallado escritas, que de otras cosas y curas están llenos los libros de escrituras”.17
Hipócrates, Galeno, Avicena y Dioscórides serán fuente de inspiración, aunque exhibe una mirada abierta a encontrar nuevas curas con lo que América ofrece y los conocimientos que los nativos han desarrollado.18 El saber experimental y las prácticas de primera mano devienen una herramienta que legitima fuertemente las doctrinas. Podemos pensar que su estatus empírico sobre aquel ostentado por los médicos formados en los claustros universitarios obró como una ventaja al momento de pensar la medicina nativa tomando distancia de paradigmas rígidos y con una receptividad auspiciosa. Se constata asimismo que, en su condición de cirujano, sus saberes son sólidos, su conocimiento de los clásicos es preciso y manifiesta haber aprendido a aplicar unciones mercuriales en Salamanca, junto al licenciado Alonso de Ponte.19 El toresano cita a algunos contemporáneos de los cuales nutre su ejercicio sanitario: Ruy Diaz de Isla (1462-1542), Giovanni de Vigo (1450-1525) -a quien agradece haber escrito por vez primera sobre el morbo gallico-20y al mismísimo anatomista Andrés Vesalio (1514-1564). En cuanto al saber quirúrgico su fuente de inspiración sería el más afamado cirujano medieval, Guy de Chauliac (1290-1368).
Los conceptos de salud y de bienestar que el tratadista utiliza a lo largo de su escrito se sustentan en la teoría hipocrática-galénica según la cual la salud del cuerpo es tributaria del equilibrio de los cuatro humores (sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema), presentes o ausentes en cada individuo.21 De igual modo, la tradición dietética de la Antigüedad clásica, la propia del Medioevo y la primera modernidad se sustentan en la prescripción de una serie de normas y hábitos referidos a las sex res non naturales: el aire que se respira y el entorno, la comida y la bebida, la actividad y el descanso, la vigilia y el sueño, las expulsiones y secreciones y la tranquilidad del ánimo. Cada uno de ellos debe ser usado con adecuado equilibrio, en cantidad y calidad, pues son la condición apriorística de la salud corporal y anímica.
Su obra es pionera en cuanto a los estudios de la medicina mexicana de primera mano, lo que lo posiciona en la generación inicial de cirujanos situados entre el puro empirismo y los profesionales de esta disciplina que contaban con mayor preparación por haberse formado en las universidades. España estaba atravesando un proceso de medicalización en el cual los saberes académicos competían con un ejercicio médico desarrollado por prácticos sin formación en los claustros.22 Arias, en tanto cirujano, acota su campo de acción y es consciente de sus limitaciones persiguiendo en simultáneo cierta reivindicación frente a sus colegas:
Como dicho tengo si alguno burlare de mí, escríbalo mejor, y trabaje otro tanto como yo he trabajado en saber las propiedades de las hierbas y frutas y raíces y drogas y forma de curar con ellas y después de andado todo y sabido me enmiende y entonces yo me daré por corregido, y si le pareciere ser mucho el trabajo calle, pues con mi poco saber quise tomar tanto trabajo como haberlo andando y experimentado, si no hubiere sacado fruto de ello.23
En cuanto a los datos biográficos del autor son escasos.24 Era nacido en la ciudad de Toro, Zamora, en 1505. En la obra nos refiere sus avatares en América durante una visita que transcurre en varios sitios. Es el relato de un hombre itinerante, detalle que hace fructífera y novedosa su narración por las comparaciones y constataciones que van apareciendo en este desdoblamiento espacial que sus descripciones plantean, así como por las experiencias atravesadas que describe. Tras una parada en las Islas Canarias, su destino será Santo Domingo para luego pasar a Honduras, Guatemala -donde transcurre cuatro años- y finalmente México, donde reside ocho años. En esta primera etapa de la medicina mexicana destaca el doctor Cristóbal Méndez (1500-1556),25 quien reside en México entre 1528 y 1546, así como al médico Juan de Cárdenas (1563-1609),26 protagonistas de esta nueva etapa que se inaugura hacia la segunda mitad del siglo XVI, período “de colonización burocrática y científica” de América.27 Germán Somolinos D’Ardois, en una amplia revisión de los sanitarios que actuaron en México desde 1521 hasta 1618, localiza 50 cirujanos y 97 médicos. Del grupo de cirujanos, algunos eran romancistas -como el segoviano Diego de Pedraza-,28en tanto otros parecen tener mayor formación, como el propio Arias de Benavidez quien, aunque se titula en su obra como médico, Somolinos D’Ardois lo pone en duda. Es probable que más de la mitad de los cirujanos que este investigador recopila hayan sido barberos-sangradores y hasta un cirujano-ensalmador.29
Arias zarpa desde España, entre 1545 y 1550, acompañando al oidor Alonso de Zurita (1512-1585). Se ignoran sus motivaciones puntuales para viajar y residir en América, aunque es probable que las ansias de progreso alentaran su traslado, así como la promesa de fructíferas experiencias profesionales. En palabras de Fresquet Febrer: “Parece claro que uno de los motivos por los que un hombre como Arias de Benavides fue a las Indias Occidentales es el ansia de experiencia y de conocimiento de lo nuevo, y frente a lo que opinan algunos, creo que no mostró ninguna reticencia en asimilar algo ajeno a su sistema médico cuando podía comprobar que era eficaz”.30 América ejercía un hechizo importante, alimentado por relatos cargados casi en su totalidad de las imágenes proyectadas por narraciones de tipo fantástico y mitológico.
La alteridad americana: indios, mestizos y negros
Su temprana presencia en América motiva que Arias de Benavides sea considerado uno de los primeros profesionales de la salud que ejerció en las nuevas tierras. La actitud que asume ante esta otredad americana que enfrenta, en relación con el cuerpo y la dupla salud/enfermedad, nos sirve de brújula para vislumbrar el comportamiento de la ciencia europea ante la realidad que América inaugura. La lectura de su obra nos permite distinguir, en el entramado del discurso médico, el modo en que la alteridad31 americana es pensada.
Los indios o naturales son pintados de forma ambigua a lo largo del relato. Se presenta un tópico reiterado en la literatura de la época: el de la dicotomía entre el indio bárbaro, salvaje, cruel y vengativo, que es a la vez descrito con valores positivos como una inocencia original, falta de codicia y sencillez loable.32 De acuerdo con las diversas etapas del avance europeo, las representaciones visuales del nativo irán variando. Desde la corporalidad y el carácter, y aplicando un juicio de valor, Arias de Benavides los describe como “gente enjuta, delgada, y que enojo les dará poco, aunque es gente cruel si tienen posibilidad para vengarse. Son muy humildes a los españoles, en tanta manera, que a una voz de un español huyen como si los quisiesen luego matar”.33
La obediencia al momento de acatar las indicaciones del médico es una virtud del nativo a los ojos del autor, detalle que exalta en vinculación con el tratamiento del morbo gallico. El cuerpo del indígena se muestra a la vez como un terreno accesible, dominable, disciplinable en cuanto a la aplicación de la terapia conveniente: “Pocas he visto en España, en las Indias sí, porque son los médicos más obedecidos de los enfermos, que en estas partes”;34 “yo he curado muchas curas en las Indias de éstas, y como la gente de allá se sujeta más a la medicina que no acá…”.35
Si bien el narrador pone distancia al momento de describir a los oriundos y con intenciones de mostrarse objetivo respecto a lo experimentado en el terreno médico, asoma cierto rasgo de subjetividad cuando señala que “… si va uno solo y si sale algún animal [tigres, leones] de éstos, hincase de rodillas, tapa los ojos y dejase que le mate sin defenderse. Esta es la gente más pusilánime que he visto en mi vida…”.36
El segundo protagonista de esta alteridad serán los mestizos que llaman la atención del redactor por el color amulatado de la piel que de por sí Arias vincula a la mala calidad de vida que desarrollan. Hay una asimilación del color de la piel a la salud corporal. Son cuerpos desviados de la norma e inclinados a enfermarse condicionados por el “amulatado” color de la piel:
Las criaturas [los hijos de españoles] comen de los manjares que comen las negras y sus hijos que son muy malas comidas y así cuales son las comidas, se les engendran los humores, y también las mesmas negras, y sus hijos, todos están llenos de bubas, de lo cual es razón evidente que las han de tener los que tratan y comunican con ellas Y así todos los que nacen en aquella tierra, no tienen su perfecto color si no amulatados.37
El colectivo mestizo aparece de forma recurrente en los textos de este período como una categoría que genera sospechas. Categoría híbrida, son una mixtura que no da certezas. Desde la primera generación de mestizos existió un matiz en rangos y jerarquías, ya que mestizo era el hijo de indio/a y español/a, pero también mestizo era el hijo de negro/a e india/o o negros/as y españoles; por ende, es una categoría con muchos grados a tener en cuenta. Muchas veces mestizo y criollo pertenecen a una misma clase. Los mestizos, como los criollos, son una mixtura que genera ambivalencia. Apunta Carmen Bernard que “la alteridad de la hibridez inquieta, pues un mestizo es casi como un español, un converso o un morisco [...] son, en apariencia, cristianos, una lengua que domina dos idiomas distintos y puede transmitir informaciones a ambas naciones y confundirlas [...] el ser alguien y su contrario, el atravesar furtivamente, clandestinamente, las fronteras sociales y religiosas, son rasgos que caracterizan a estos híbridos de Hispanoamérica y que anticipan en varios siglos la obsesión por la duplicidad…”.38Los mestizos solían dedicarse a oficios relacionados con la carga, la movilidad y los traslados, oficios de poco estatus, relacionados con su hibridez y su falta de pertenencia a una comunidad. El propio Arias de Benavides hace referencia “a un mestizo que yo llevaba por arriero de los caballos de carga”, en relación con un traslado que hizo desde Guatemala a México.39
Según el toresano la mezcla racial que provoca el mestizaje es vinculada a la proliferación de la enfermedad venérea, tema central de su obra. Hay una implícita condena a la liberalidad sexual por sus secuelas en la salud de los cuerpos. El cuerpo mestizo es desequilibrado per se, atenta contra el equilibrio corporal, sinónimo de salud, que los médicos renacentistas conciben. El disciplinamiento de los cuerpos y el equilibrio deseable en cuanto a las conductas se ve en peligro por esta cercanía libidinosa y amenazante. El cuerpo del mestizo se torna portador de riesgos. Pero en particular es el contacto sexual con las mujeres mestizas el principal factor -aunque no excluyente- de la enfermedad que lo ocupa. La liberalidad sexual y la mezcla racial se transforman en un vínculo condenable y sumamente inseguro: “Estas [enfermedades] por la mayor parte vienen por comunicación de tener acceso con mujeres, que no estén limpias…”.40
En cuanto a la población de negros y negras, se la muestra en coexistencia con familias españolas, ejerciendo tareas de tipo manual y servil. Arias de Benavides alude a una sirvienta negra que, aun preñada, lo acompaña para servirlo en una travesía que debe emprender. No parece ser sólo el contacto sexual con este colectivo el disparador específico del mal venéreo. El riesgo reside en la lactancia y en la transmisión del mal durante el amamantamiento.41 Arias advierte de forma concluyente que la leche proveniente de una nodriza de raza negra implica el trasvase de enfermedades propias de ese colectivo a una criatura de padres españoles. Es, pues, la figura de las amas de cría negras, nodrizas de los niños españoles, la responsable de la proliferación de males y vicios.42 La leche, como los fluidos, los transporta.
De ahí que la esmerada búsqueda de un ama de crianza apta -según parámetros largamente enumerados- sea un tópico muy reiterado en la literatura médica y los tratados de puericultura de la época como el Libro de arte de las comadres o madrinas (1541), de Damián Carbón, y el Libro del parto humano (1580), de Francisco Núñez,43 entre otros. La conducta de las madres españolas es puesta en tela de juicio respecto a esta actitud, casi de desapego:
La isla de Santo Domingo es una de las primeras islas de las Indias, tiene nombre de la Isla Española, es tierra muy enferma, en ella hay grandísima cantidad de bubas, la causa de ello es, que los que nacen en aquella tierra dan los a criar a negras porque hasta ahora, en aquella tierra no he visto que ninguna española crie sus hijos, se previenen antes que paran de una negra que tenga la mejor leche aquello. Pueden haber, y luego que paren entregan la criatura a la negra, y pasan hartos días primero que la ven, y la negra tiene siempre cuidado de criarla, y aunque sea grande siempre la acuesta consigo, y las criaturas comen de los manjares que comen las negras y sus hijos que son muy malas comidas y así cuales son las comidas, se les engendran los humores, y también las mesmas negras, y sus hijos, todos están llenos de bubas, de lo cual es razón evidente que las han de tener los que tratan y comunican con ellas Y así todos los que nacen en aquella tierra, no tienen su perfecto color sino amulatados .44
Es la falta de frontera entre los cuerpos racialmente diversos lo que genera estas desviaciones del orden que la enfermedad representa.
El clima y el entorno
La lectura de Arias de Benavides, como casi todas las crónicas y discursos que la llegada a América generó, nos pinta la geografía y la naturaleza americana, los recursos de su flora y su fauna. En el caso de los cuerpos y la dupla salud/enfermedad, es recurrente en este tratado que el clima y la topografía sean emparentados a la corporalidad y al bienestar. El calor, que aparece como una categoría también aplicada a la calidad de los alimentos, es en particular un componente distintivo que afecta los cuerpos.45 “Aunque la tierra es tan caliente como digo, no hay comida ninguna que no lleve mucho chile o ají de las indias y otras comidas así de la misma suerte, a esta causa hay gran copia de llagas viejas así en los negros como en los españoles.”46
En la isla de La Española, puntualmente, el tratadista apuntará al excesivo calor47 como elemento ligado a la aparición de la sífilis y con otros efectos adicionales, la prolongación de la vida de los ancianos varones, la generación de la inmortalidad de las ancianas y el acortamiento del ciclo vital de los más jóvenes:
viven poco los naturales digo las mujeres son inmortales según llegan a viejas, también es tierra muy buena para los viejos que pasan de acá ya viejos que viven allá muy sanos los mozos que van de acá corren gran riesgo a causa del gran calor que les consume el húmedo radical lo cual es al contrario en los viejos que les vivifica la virtud, porque, aunque la tierra es tan caliente como digo, no hay comida ninguna que no lleve mucho chile o ají de las Indias y otras comidas así.48
En correspondencia con la teoría humoral ya descrita, Arias de Benavides señala como otro de los disparadores de la sífilis la abundancia de humores melancólicos, “los más rebeldes y terrestres” y agrega que el calor de estas tierras americanas contribuye al desarrollo de las bubas49 y, por ende, ese clima caluroso agudiza estos cuadros donde los humores mencionados y las altas temperaturas coinciden.
También ligará la composición racial en conjunción con el clima a la aparición de la sífilis, como cuando se refiere específicamente al caso de un pueblo hondureño donde los niños de familias españolas no logran sobrevivir. Aunque no le encuentra una explicación lo atribuye al clima:
algunas mujeres se han salido a parir fuera del pueblo y pasado un mes o dos se tornan a volver y en volviendo a la tierra se les mueren las criaturas, cosa es que no se ha podido saber la causa más de entender que es mal clima, para niños españoles por lo que luego diré negros y negras hay muchos, hasta hoy no se ha muerto criatura de los negros antes viven muy sanos, y los negros que allí llevan crecidos, llegan a muy viejos, porque ha acontecido venir viejos a la tierra, y están como cuando vinieron.50
Asimismo, la cercanía al mar y a las costas son factores responsables a su entender de la propagación de ciertos males: “Aconsejo yo a quien fuere a las Indias que salga presto de los puertos, y se meta la tierra a dentro porque allá es tierra sana, y aunque les da alguna enfermedad es poca cosa, lo cual es muy al contrario en los puertos de mar por el gran calor que hay en ellos”.51 Durante su estadía en Honduras, refiere un trágico acontecimiento que se lleva la vida de siete personas y atribuye el suceso a la cercanía al mar, por lo cual sugiere instalarse tierra adentro. Los puertos no parecen ser lugares seguros desde lo sanitario.
No detectamos en el toresano una idealización o una fascinación plena del espacio americano como sí aparece en otros textos de la época, resabio de antiguos relatos que proyectan una imagen paradisíaca en torno a un posible Edén en la Tierra. 52Arias de Benavides es parte de esta generación de científicos tributarios del legado hipocrático53 que vincula fuertemente el equilibrio humoral al medio ambiente que circunda al individuo y conectará los rasgos del clima americano con la diseminación de ciertas enfermedades.54
Los alimentos americanos y los cuerpos
De la cura de esta enfermedad de lamparones hasta ahora tan oculta y con tan diversos pareceres y poco acertado en ella. Se cumple esta cura, con ordenar la vida, con comidas que no engendren humores.55
La lectura de la obra nos devela un Arias que se muestra sorprendido y enfatiza lo extraordinario de algunos procesos biológicos en los cuerpos de los nativos, en particular al referirse a las nativas preñadas que continúan menstruando, acontecimiento que atribuye a la alimentación y “a la mucha virtud de la tierra”, dejando entrever asombro frente a la riqueza de recursos y a la munificencia del entorno. Los cuerpos nativos aparecen casi alineados con la naturaleza que los circunda, insinuando un principio armónico que genera la salud de la que el escritor se admira: “Las mujeres en las Indias les baja su regla, aunque sean preñadas por la mucha virtud de la tierra y muchos manjares que comen”.56
Esta asimilación y continuidad entre los cuerpos-la alimentación-enfermedad-salud se pone asimismo de manifiesto cuando expresa las dificultades que encuentran los españoles, quienes, en el caso de tierras guatemaltecas, “llevan los hombres su cama y comida porque pan de castilla ni vino, no se ha de hallar por aquellos caminos”.57 Junto con el sustento, el buen reposo aparece como un aditamento del buen vivir, en tanto deben llevarse literas, incluso estando en poblados. En estas comunidades a las cuales el español no consigue adaptarse “están los españoles lejos de poblados, y sin médicos, buscan los mejores remedios que puede haber para curarse”.58
El tratadista reconoce, pues, una avenencia entre el nativo y su entorno, nexo que el español no logra y, en consecuencia, es esta falta de adaptación lo que enferma en ocasiones al peninsular en contraposición con la comunión de las comunidades indígenas con su hábitat.
Dicotomía entre el buen salvaje vs. el bárbaro
Las fuentes clásicas, de las cuales todos los discursos tempranos sobre América se nutren, exhiben una doble valoración del extranjero, depositario de vicios -derivados de su condición de bárbaro e incivilizado- y virtudes. Existe toda una tipología de monstruosidades que la tradición medieval recoge y elabora y que se trasladará al imaginario americano. Las Indias inspirarán el reconocimiento de estas deformidades.59 El propio Vespucio en sus cartas Mundus Novus a Lorenzo Pedro de Médicis se referirá al “buen salvaje” y a una América donde coexisten desnudez y una naturaleza generosa que la convierten en un paraíso terrenal. Es la doble cara del indio que aparece en estas alegorías del Nuevo Mundo. Si bien en esta fuente no hay menciones a antropofagia ni monstruosidad, se reconoce esta doble dimensión del nativo, salvaje e inocente a la vez.
El buen salvaje se define por ser humilde, por estar en comunión con su medio, por proveerse y conocer las medicinas que lo curan. La tierra americana es generosa y virtuosa, lo que hace que los manjares sean abundantes. El agua adicionalmente es un elemento sanador que obra en el cuerpo del nativo.
Verdad es que la tierra creo yo es más sana que no ésta, aunque esto se entiende más para los naturales, que no para los españoles, que si hieren un indio, con echarle un poco de tierra y sal se cura, y aun se lavan la cabeza ellos con agua fría, y no les hace mal a las heridas, y las mujeres cuando paren llevan su criatura al río luego, y se lavan ella y la criatura, y no les hace mal ninguno, y ésta es su verdadera cura, creo lo causa la continua habituación que tienen a no salir del agua, nadando cada día.60
En reiteradas ocasiones el discurso marca la fuerte diferencia entre los cuerpos de los nativos, los negros y los españoles, al punto que los factores que afectan a un colectivo no aquejan al otro e igual detalle es aplicable a las medicaciones, tratamientos y hierbas. Los cuerpos son análogos, pero diversos al mismo tiempo, y el autor se referirá al cuerpo humano como generalidad, soslayando distinciones. Hay ocasiones en donde se refiere al nativo para continuar a renglón seguido refiriéndose directamente al enfermo de modo que ese otro, en tanto enfermo y paciente, deviene cercano, próximo y semejante.
La noción de cuerpo que aparece en el texto es la propia de un hombre del Renacimiento. Heredero del pensamiento aristotélico, el cuerpo aparece como una realidad con una extensión limitada de materia y dotada de límites. El vocablo cuerpo, repetido en 24 ocasiones, es el cuerpo humano, no hay distinción entre el cuerpo del nativo y el del europeo. Los cuerpos de españoles y nativos son semejantes, pero no idénticos. Hay analogías, pero el redactor marca las diferencias entre ambas corporalidades de forma reiterada. Sólo se señalan excepciones en tal o cual terapia cuando detecta diferencias, de lo contrario se referirá a las generalidades del enfermo.
Desde lo estético, Arias de Benavides exalta en algunos párrafos la belleza corporal de las nativas, como un rasgo que destaca al igual que sus vestimentas: “Las mujeres se visten y bien, y son de buenos rostros”.61
Con respecto a los saberes de los médicos nativos, el autor reconoce su sagacidad y superioridad en relación con ciertas costumbres al punto de referirse a los “médicos de la tierra”62 en clara alusión a la afinidad de los oriundos con su entorno.63 Asimismo, señala la habilidad en el uso de ciertos recursos de la farmacopea, desconocidos al español, como cuando se refiere a la raíz del lirio cárdeno:
Del lirio cárdeno de acá de España, y como se aprovechan del en las Indias en sus curas, cosa bien provechosa para estas partes. De esta raíz escribe Dioscórides muchas virtudes y propiedades […] pero como esto que aquí escribo sea cosa nueva, y que no la he visto escrita diré la suerte que tenían en curarse los indios con esta raíz, que en las Indias la había, yo la vi vender en los mercados que ellos hacen no la conocía, aunque la conocía acá en España, creo lo causaba en estar tan seca, y arrugada cuando la vendían andando el tiempo, como veía las curas que se hacían con la raíz hube de venir a la conocer.64
En otra ocasión, refiriéndose a la hidropesía, la actitud experimental y comprobatoria del autor, lo conduce a admitir la existencia de un saber que él desconocía: “Un indio del marquesado de Cuernavaca trae esta cura en muy gran secreto, y yo lo supe de una hija suya, el indio se pagaba también como si fuera un médico muy famoso, y yo no me fiado de su hija, le hice que hiciese los buñuelos delante de mí, y les sacase el zumo, e hiciese el ungüento para ver si era como el que traía su padre, y cotejándolo uno con lo otro, vi que era verdad, y yo curé después algunos en las Indias de esta suerte”.65
No faltan sin embargo alusiones a ciertas sanaciones que el redactor desaprueba por ineficaces y que llamará despectivamente “cura de negros e indios”66 como cuando se refiere al remedio para el morbo gallico que se aplica en la isla de Santo Domingo, un territorio ciertamente hostil a sus ojos: “No es tierra donde hay mucho regalo. Para los enfermos, no nace allí trigo ni maíz que todo viene de acarreo sólo hay allí caza bidé que hacen pan, que me parece a mí más paja molida y amasada que no pan, llamase esta raíz, Yuca, es a manera de nabos de España, con el agua que sale de la raíz de esta cuando lo muelen dan ellos veneno y mata brevemente”.67
A la vez, le preocupa que muchos recursos medicinales queden desaprovechados enteramente por las comunidades indígenas, si no fuese por el ingenio de los españoles que buscan toda clase de medios para encontrar la sanación a las dolencias: “Todo lo han puesto los españoles en perfección y aunque los indios tenían estas drogas, no se aprovechaban de ellas, y también como están los españoles lejos de poblados, y sin médicos, buscan los mejores remedios que puede haber para curarse”.68
En contraposición con este buen salvaje que el autor conoce y delinea, Arias critica a algunos colegas españoles, soberbios y altaneros que, en ocasiones a costa de su propia salud, desoyen a los médicos nativos. La inclusión por parte del tratadista de estos comentarios es una clara toma de posición frente a esta terquedad de algunos profesionales que ostentan una vanidad que no enaltece la búsqueda de la verdad a la que la ciencia debe apuntar:
Un médico muy famoso, que fue de España, le dio esta enfermedad de cámaras, y él iba tan soberbio, y satisfecho de su habilidad, que antes que llegase a México empezó […] él comió muchas frutas malas de la tierra, y le dieron unas cámaras coléricas, y él fiándose en su habilidad como dicho tengo aunque hubo algunos médicos de la tierra que le aconsejaron lo que debía hacer le certificaron los sucesos de aquella enfermedad en aquella tierra, y él les respondía, váyanse vuestras mercedes con dios, que si le querían matar, y así se metió en una tina de agua fría hasta el estómago, y como estaba tan descuidado salió de allí muerto, y quedó lleno de medicinas y remedios de ellas, porque no quiso hacer ninguna de las que se usaban en la tierra. Todo es lo que dios quiere, pero es cierto que pasan a las Indias hombres de condición extraños, según a este sucedió.69
Los indianos vaquianos -como el propio Arias los llama- aparecen burlándose y desconfiando de los facultativos españoles jóvenes y novatos arribados a las Indias, al punto de rechazar sus procedimientos hasta que adquiriesen práctica y se tornasen confiables:
Estas, y otras burlas semejantes hacen a los médicos nuevos, que van a las Indias, y los indianos vaquianos en la tierra que quiere decir viejos en las Indias, tienen por estilo de no se curar con médico ninguno, hasta que haya pasado dos años por ellos, que quieren primero que estos tales médicos recién idos, que por la mayor parte son mozos hagan experiencia de las cosas tocantes a las medicinas en otros, y no en ellos70
“Esta gente es enemicísima de médicos y de cirujanos si la necesidad no le constriñe mucho.”71
Considerando que muchas medicaciones traídas desde Europa a América no estaban en buen estado, insta a los médicos españoles a estar advertidos de modo de pensar alternativas medicamentosas para ciertos males. Es un profesional sensato, la medicina española no tiene respuesta a todo, como tampoco la medicina nativa, y es la complementariedad entre ambos saberes el ideal que parece sostener. Hay un reconocimiento de la coexistencia terapéutica, lo cual nos habla de una continuidad en la concepción de los cuerpos. Los cuerpos de nativos y españoles necesitan de la medicina y si bien reconoce Arias la diversidad en cuanto a los humores de cada individuo, así como los efectos del clima, la dieta y la costumbre, hay en su discurso una meta profesional por cumplir. Ambas medicinas coexisten y eso se torna deseable.
Conclusiones y reflexiones finales
La modernidad que 1492 inaugura necesitó moldear una imagen de América, en tanto es precisamente la Edad Moderna occidental la que tuvo una necesidad de mirar y describir. La visualidad, en tanto da certezas, hizo que la visión y la perspectiva como criterio de representación de la realidad se afirmaran en este período.72 Arias de Benavides da cuenta de lo que ve con sus propios ojos, no le interesa tanto contar lo que otros han contado.
El texto se presenta como un discurso, una pintura asimétrica de lo que ve y lo que ha vivenciado, de lo que se le ha narrado y de aquello que quiso comprobar personalmente. Su discurso no cuenta con ilustraciones, la imagen de América y sus habitantes nos viene dada por su relato y sus descripciones. No economiza en críticas a sus colegas, tanto en las Indias como en España, y busca tomar distancia para resaltar las carencias de las que padece el saber médico español en América.
Consciente de que es cirujano y no médico,73 se muestra sin embargo orgulloso de su hacer y de aquello que ha experimentado y ha podido constatar: “Pido y suplico a los señores médicos me perdonen y amparen esta mi obra, debajo de sus claros juicios y magnifica habilidad y condición, etcétera y suplan mis faltas, porque sería imposible haber cosa tan pulida que no tenga objeto, ni menos ninguna regla sin excepción”.74
Su quehacer es pragmático, utilitario, resultista y no duda en retar a sus detractores. Es sobre la duda, los errores y la falta de certezas que se construye este saber que Arias de Benavides defiende en su obra. Los sabios antiguos, a los cuales evoca en muchas ocasiones, no lo restringen y reconoce las precariedades de su conocimiento, lo que lo inspira a buscar nuevas respuestas: “Y que, aunque los antiguos supiesen mucho no pudieron saber todas las propiedades y curas, pues el tiempo aún no les había dado lugar ni la experiencia de las cosas”.75
Es un discurso que sólo veladamente denota una voluntad justificadora del poder y la dominación de España. El toresano busca reivindicarse como profesional de la medicina con un lenguaje en ocasiones aleccionador frente a algunos médicos peninsulares que allí conoció. Es un relator involucrado, habla en primera persona. Su quehacer trasciende la simple cura, indaga e inquiere con actitud comprobatoria y busca pruebas fehacientes a los hechos: “Y fue por esta razón, que un hombre estaba muy malo, y preguntándole la causa de su enfermedad, y si había procedido de tener acceso con alguna mujer, respondió que sí, gran cantidad de veces en poco tiempo, y repreguntándole, si había hecho alguna cosa para el coito, respondió, que había comido muchos aguacates…”.76
Son “mis enfermos”77 los que él cura, “mis faltas” las que comete y “mis curas”78 las que aplica, advocaciones que revelan un perfil particular de científico, pronto a enmendar errores. Hay un claro acercamiento al cuerpo del otro. El objetivo de Arias trasciende la pintura etnográfica para revelar un propósito erudito primordial y un sentido de compromiso, responsabilidad y celo profesional por lograr la cura de esos cuerpos dolientes.79 “Si no se aparta el enfermo de este acto téngalo por imposible curarse, y piérdase el honor del cirujano y dicen que no sabe el curarlos…”80
Arias muestra una visión idílica del indio y de su corporalidad, pero no de forma homogénea en todo el texto. El nativo que se describe81 es un personaje que forma parte sustancial de la nueva sociedad surgida en la América hispana como fruto de la convivencia y la mezcla de sangre. Los juicios de valor aparecen a lo largo del relato en relación con el cuerpo y la salud/enfermedad.82 El oriundo es un ser manso, dócil y que suele acatar, en ocasiones y como la fuente testimonia, la cura y el tratamiento de un cirujano español, pero que a la vez puede mostrarse remiso frente a los jóvenes médicos españoles que llegan a América con escasa experiencia, al punto de describir situaciones burlescas frente a los novatos. No hay uniformidad plena en estos juicios respecto al nativo; por el contrario, el autor bascula entre mostrarlos sumisos y en ocasiones reticentes frente a la medicina y las terapias españolas. No reconocemos una uniformidad en esas pinturas discursivas; dependerá de las circunstancias y de los colectivos nativos que vaya conociendo en los diversos espacios y en las diferentes circunstancias.
En general, el cuerpo del enfermo aparece por igual como un territorio con límites en donde la voluntad del enfermo deber ser respetada de modo que la terapéutica se adapte a su voluntad83 Reconoce la falta de complementariedad entre la dieta del europeo y los recursos que América ofrece, tema al que vuelve en forma reiterada teniendo en cuenta que, siendo Arias de Benavides tributario del saber hipocrático, la alimentación es un pilar básico para el sostenimiento de la salud. El colectivo indígena manifiesta una ligazón con los recursos alimenticios autóctonos a los cuales el cuerpo del español no es tan flexible.
Asimismo, el saber del europeo se percibe en ocasiones incompleto frente a la farmacopea americana y las alternativas que ella ofrece. Los saberes nativos/europeos no aparecen encapsulados, sino, por el contrario, hay una mutua asimilación de conocimiento. Hay una complementariedad que no denota idealización, pero sí cierto perspectivismo frente a las terapias nativas. Los saberes indios y su aplicación en los cuerpos son interpretados, comparados y evaluados. Se reconoce una neta apropiación de saberes entre ambas medicinas, la cual nos habla de una continuidad corporal entre el cuerpo del nativo y el cuerpo del español. Ambas medicinas coparticipan en la consecución de la sanación de los males de modo que hay un esclarecimiento recíproco.
Se detecta un reconocimiento de los nativos como seres humanos que, a pesar de diferencias patentes a primera vista en cuanto a vulnerabilidades diversas, o los efectos de una alimentación distinta, son semejantes al español en muchos aspectos. Sus cuerpos enferman y curan de modo similar. Arias muestra un universo americano que es “igual en la diversidad y diverso en la igualdad”. No se deduce del discurso una inferiorización natural del colectivo indígena. El tratadista enfatiza mucho la singularidad del nativo, pero también la comunión de dificultades y limitaciones que, desde la situación del cuerpo enfermo, comparten tanto el natural como el español. Los une la humanidad del cuerpo doliente, podría pensarse en una asimilación o acercamiento en términos de Todorov. Quizá su condición de hombre de ciencia es el cristal que le permite remontar la alteridad y buscar esta semejanza, aun en la diversidad. La alteridad, estos cuerpos enfermos que busca aliviar, son “mis pacientes”. No hay en el texto rastros de fantasías literarias ni monstruosidades mitológicas. No hay deformaciones ni superlativos. Es muy destacable el gran paso que demuestra el escritor en tanto logra desprenderse de una visión del continente americano plagada de mitos y fantasías. Es un discurso aséptico y medido, el texto de un hombre de ciencia, perfil acabado del médico humanista que se sabe poseedor de un conocimiento perfectible y en consolidación.
Es un reconocimiento de los americanos como diferentes y como iguales al mismo tiempo. Su humanidad es descrita y reconocida en sus cuerpos -enfermos, sangrantes, sufrientes, menstruantes, pero también cuerpos en plenitud y en comunión con la naturaleza que los rodea, a diferencia del europeo que debe forzosamente adecuarse para sobrevivir-.
En tanto los destinatarios de la obra son lectores hispanos, la otredad carece de nombre en el relato del autor. En muchas partes se refiere a los españoles con su nombre de pila, detalle que está ausente al referirse a los otros, nativos, negros y mestizos. Ellos se acercan y se reconocen como iguales en tanto pacientes y enfermos, sólo esa condición es la que los aproxima en la diversidad, son hombres y mujeres, pero carecen de otra identidad, no tienen nombre. Por el contrario, al aludir a sus coterráneos, Arias se referirá al fraile Francisco84 al doctor Antonio de Zurita,85 a un hidalgo que se llama Bernardino del Castillo.86 Para Arias de Benavides ni siquiera cuenta el nombre del médico nativo, aunque haya sido él quien obró la curación: “… fue el indio que curó al virrey don Antonio de Mendoza no le pudiendo ya curarlos médico”.87
En síntesis, el concepto de otredad y alteridad que podemos deducir es aquel que concibe una complementariedad. Arias de Benavides no acusa a los indios de ignorantes, sino que enfatiza los saberes médicos que ellos poseen y los médicos españoles no, así como las aptitudes que han sabido desplegar. Hay un reconocimiento del saber indígena y de la humanidad plena del nativo. Como afirma Solange Alberro, “admirar un objeto implica necesariamente un reconocimiento, si bien relativo y aleatorio, de su creador como productor, pero también como sujeto capaz de sensibilidad, de discernimiento e invención”.88
No hay intencionalidad por anular o modificar los saberes de los oriundos. Se los respeta, en tanto y en cuanto es decisión de la comunidad prolongar dichas prácticas y hasta justifica la reticencia de hacerse atender por españoles inexpertos. Al respecto apunta Martínez Hernández: “En el fenómeno del mestizaje cultural que se dio en la Nueva España durante la dominación española, la medicina indígena mantuvo su vigencia. De hecho, ésta continuó siendo la práctica sanadora predominante en el marco demográfico del México colonial, puesto que el indígena, elemento segregado cultural y socialmente, fue, a la vez, el sector poblacional mayoritario”.89
El espacio americano no se muestra como un espacio disciplinado; por el contrario, las advertencias del autor sobre el clima y los entornos -por ejemplo, la dicotomía entre terrenos costeros y mediterráneos en relación con la proliferación de enfermedades- lo pintan como un ámbito un tanto hostil y adverso para el español. Éste es un visitante, casi un observador externo, aunque domine. Hay peligros que acechan -las fieras,90 el clima- y no hay una idealización plena de lo que el visitante encuentra. Se está en tierra ajena y se impone la cautela.
La alteridad que se detecta en el texto se relaciona más bien con lo extraño, derivado de paisajes, clima, animales, hierbas, terapias, etcétera. Es una alteridad nacida del contraste por el contacto cultural y permanente referida a él y remitiendo a él. El reconocimiento de estas singularidades le hace al autor experimentar lo ajeno desde el reconocimiento simultáneo de las similitudes de los cuerpos.
El viaje que se describe, más allá de los extrañamientos que pinta, termina hablando de coincidencias, encuentros, conocimientos y reconocimientos en torno al binomio salud/enfermedad. Múltiples actores asoman en el relato y todos se entrelazan en torno al cuerpo, la salud, la enfermedad y la muerte. El saber peregrina y se cimenta, y en ese devenir consolida identidades, la del autor y la de todos los lectores a los cuales va dirigida la obra y que pueden reconocerse. Josep Fontana sostiene en Europa ante el espejo que “todos los hombres se definen a sí mismos mirándose en el espejo de ‘los otros’, para diferenciarse de ellos”,91 y es en este sentido especular que la identidad del europeo en la modernidad se construirá en contraposición a la alteridad de lo nuevo y justificará al unísono el afianzamiento del poder, el dominio y la explotación. “La abundancia del discurso sobre el indígena traduce la importancia -y sin duda la necesidad- que el dominante otorga al dominado, el que, por su alteridad confirma y justifica el estatus, la acción y finalmente la identidad del primero.”92 El europeo precisa de certidumbres frente a esta otredad, cercana y ajena a la vez a los ojos del español que escribe. El tratado nos invita asimismo a hacer una lectura transversal en torno a la problemática de género y corporalidad. Hay una interpelación con respecto al cuerpo de la mujer -blanca, mestiza, india, negra-, el cual aparece vinculado a roles y comportamientos relacionados con la sexualidad, la procreación y la crianza. Es detectable una direccionalidad discursiva respecto a cierta responsabilidad femenina en la transmisión directa o indirecta de la enfermedad que se estudia, en algunas de las circunstancias descritas. Es el caso del intercambio sexual con mujeres mestizas93 así como la entrega de los lactantes por parte de sus madres españolas (el padre no es mencionado) a nodrizas de raza negra, circunstancia puntualizada como de alta peligrosidad.94 El colectivo femenino aparece pintado como conformado por personas poco confiables,95 caprichosas e irresponsables en su actuar.96
Finalmente, sería injusto no reconocer la valía que éste y otros textos semejantes tuvieron, incluyendo la obra pionera de Francisco Hernández (1515-1587),97 en el desarrollo identitario y epistemológico de la modernidad en España en donde, más allá de la rigurosidad conceptual, pesa la actitud del autor toresano que busca tomar distancia de espejismos y dar cuenta de lo que ha experimentado y asimilado, conjugando las disparidades entre el saber clásico y las experiencias aprendidas en el nuevo continente. La febril circulación de productos, individuos e ideas que conllevó la llegada a América implica replantearse el rol clave que le cupo a la península ibérica en el desarrollo científico de la modernidad temprana, así como la indudable ligazón con la competencia desatada entre las potencias en torno a esta gema encontrada en 1492. Tampoco puede dudarse a esta altura de que la llegada a las nuevas tierras transforma los métodos de producción y difusión de saberes y conocimientos científicos. Se impone hablar de procesos de circulación, apropiación y reelaboración de saberes, aunque esto es un tema que trasciende los objetivos primarios de este trabajo.