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Estudios de cultura maya
versión impresa ISSN 0185-2574
Estud. cult. maya vol.36 Ciudad de México ene. 2010
Artículos
Cuerpos inhumanos en vasijas del estado de Campeche*
Bodies buried in vassels from Campeche state
Albertina Ortega Palma* y Jorge Cervantes Martínez*
* Instituto Nacional de Antropología e Historia, Campeche. tinaorpa@hotmail.com, albertina_ortega@inah.gob.mx y jcervantes1.1@hotmail.com
Recepción: 23 de marzo de 2009.
Aceptación: 27 de agosto de 2009.
Resumen
En este trabajo presentamos los resultados del proceso de microexcavación y análisis osteológico de dos entierros de sujetos infantiles, uno de edad fetal (32 a 34 semanas) y otro de alrededor de 4 años de edad en el momento de la muerte, en dos vasijas procedentes del estado de Campeche, pertenecientes al Clásico Tardío y Terminal. La excavación metódica y el registro en dibujo y fotografía, así como el estudio tafonómico, permitieron reconstruir en tercera dimensión la probable posición original en el momento de ser depositados. Asimismo, estos casos permiten ubicar otras regiones dentro de la entidad que usaron este sistema funerario, además de los ya conocidos en Jaina.
Palabras clave: vasijas, infantes, muerte, sistema funerario, Campeche.
Abstract
We present the results of the osteological analysis and microexcavación of two burials of children's subjects, one of fetal age (32 to 34 weeks) and one about 4 years old at the time of death, in two funerary pots from state of Campeche, belonging to the Late Classical and Terminal. The methodical digging, and drawing and photographic record, as well as the taphonomic study, led rebuild in third dimension the probable original position at the time of being deposited. Also, these cases allow us to locate elsewhere within the entity other regions that applied this funeral system in addition to those already known at Jaina.
Keywords: vases, infants, death, funeral system, Campeche.
Introducción
Los pueblos mesoamericanos compartieron numerosos rasgos culturales, entre los que se encuentran diversos tipos de enterramiento y tratamiento dado a sus muertos. Lo que conocemos como prácticas funerarias no sólo revelan datos sobre las costumbres y creencias en torno a la muerte, sino además de la vida social, política y económica, de la riqueza cultural y la manera de pensar, del comportamiento humano y de la vida cotidiana. Describen un rito mortuorio realizado por la familia, la comunidad o el grupo cultural. Los entierros son testimonios de los vivos, nadie se entierra a sí mismo.
La variedad de enterramientos puede incluir desde sepultar el cuerpo intacto y no volver a perturbarlo jamás, hasta cremar el cuerpo, realizar un segundo funeral años después removiendo el cuerpo a un segundo sitio, o bien, exponer la osamenta a la intemperie. Pueden ser individuales o en grupo, orientados hacia un punto cardinal en particular, en distintas posiciones que van desde la sedente y flexionada hasta el cuerpo totalmente extendido, y el cuerpo puede colocarse solo o acompañado de otros restos humanos o de animales. El cuerpo puede ser tendido sobre la tierra sin objetos que lo acompañen, sin nada que lo cubra, envuelto en textiles, o colocado en una ostentosa tumba con una rica ofrenda a su alrededor. En ocasiones tanto adultos como infantes fueron depositados dentro de contenedores perecederos, como cestas, redes o petates, o no perecederos, como cistas y sencillas vasijas cerámicas.1
La costumbre de enterrar dentro de vasijas fue una variante más entre los diversos pueblos de Mesoamérica (cf. Romano, 1974), con mayor frecuencia entre los antiguos mayas. Un extenso registro ha sido realizado por diversos investigadores del área (Welsh, 1988; Ruz Lhuillier, 1989; Iglesias Ponce de León, 2005); su presencia se remonta al Preclásico Medio en sitios como Barton Ramie, Dzibilchaltún y quizás Altun Ha (Iglesias Ponce de León, 2005: 212), pasando por el Clásico, época en la que tiene su mayor auge, presentándose aún durante el Posclásico e incluso en el periodo Colonial. Al respecto, María Josefa Iglesias relata un caso reportado por Frans Blom en 1954, procedente de la cueva del Rosario, en donde entre ollas crematorias junto a cenizas humanas fue hallada una cuenta de vidrio veneciano posterior a la conquista, sustituyendo la cuenta de jade prehispánica (Iglesias Ponce de León, 237).
En el estado de Campeche el único sitio donde ha sido reportado este tipo de enterramiento ha sido Jaina (López y Serrano, 1984, 1997; Ochoa y Salas, 1984; Velásquez, 1988; Ruz Lhuillier, 1989); sin embargo, ello no significa que esta práctica haya sido exclusiva de este yacimiento. La inexistencia de registros arqueológicos en otros sitios responde más bien a la falta de investigaciones en regiones que aún no han sido exploradas, y a la ausencia de reportes e informes de los hallazgos realizados en la región.
Tal es el caso de dos vasijas recuperadas durante las labores de clasificación y reacomodo de materiales arqueológicos de la bodega de la Dirección de Museos del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Campeche. Vasijas llenas de tierra, que por su tamaño y forma hicieron sospechar que podrían contener elementos biológicos y/o culturales (huesos, semillas, polen, textiles, entre otros), y en las que, después de haber sido sometidas a una minuciosa microexcavación, fueron localizados los restos óseos de individuos infantiles. Desafortunadamente se desconoce su procedencia, así como la temporada en la que fueron obtenidas o el proyecto del que provienen.
A pesar de que la antropología física no debe trabajar con materiales aislados, desafortunadamente en ocasiones como ésta es la única opción. Claro está, la intención es reubicarlos de nuevo en el tiempo y en el espacio, y si no es posible en su contexto arqueológico, al menos se intentará hacerlo en el contexto histórico y cultural al que pertenecen; se pretenderá reconstruir el ritual correspondiente y su significado dentro del grupo humano que lo realizó, representado tan sólo por el material tangible que se conserva.
La muerte entre los mayas
Dentro de la cosmovisión maya la muerte no fue entendida como un fenómeno biológico sinónimo de la aniquilación total inherente a todos los seres vivos, sino como un cambio de estado, como una vivencia distinta a la que trascurre entre el nacimiento y el deceso.
El hecho de conservar al muerto y de proporcionarle alguna clase de protección, desde una parcial mediante un plato sobre la cabeza hasta el sarcófago de piedra dentro de una cámara funeraria, pasando por los tipos intermedios (cistas) o por las modalidades peculiares como los entierros en cuevas, chultunes, vasos y ollas, implicaba que el cadáver necesitaba ser protegido. No lo veían como un cuerpo destinado a corromperse y desaparecer. La idea de continuar en un más allá tiene la consecuencia de preparar al difunto para ese largo recorrido donde el viajero debía estar listo para los distintos destinos por los que debía transitar o donde finalmente morar. De ahí que la diversidad en los enterramientos y en los rituales dependía en gran medida de aspectos tales como las creencias sobre las condiciones de los lugares por los que la entidad anímica debía andar o llegar, del tipo de muerte que había provocado su paso al otro mundo, de la condición social, del sexo y de la edad.
De acuerdo con los datos arqueológicos, entre los mayas antiguos se aplicó una extensa variedad de enterramientos, desde la inhumación hasta la cremación; incluso, especialistas en el tema creen que incluso se llegó a la exposición aérea del cuerpo y su abandono (Garza, 1997: 19; Iglesias Ponce de León, 2005: 210). Se han encontrado restos de todas las épocas colocados en orientaciones y posiciones distintas: unos flexionados dentro de urnas o bien depositados directamente en el suelo, o extendidos sobre la espalda; algunos han sido hallados solos o acompañados de otros restos humanos o de animales, entre los que destacan el perro y los felinos (Garza, 1997: 20).
El tratamiento general dado al cadáver consistía en amortajarlo, colocarle en la boca maíz molido y una cuenta de jade o de otra piedra semejante, y luego depositarlo bajo el piso de las casas o a las espaldas de ellas. Sin embargo, como se ha venido mencionando, el ritual mortuorio poseyó variantes, pues no todos los difuntos eran tratados de la misma forma. En las prácticas funerarias existen elementos indudablemente asociados a la división clasista de la antigua sociedad maya, como la ubicación del entierro, el tipo de sepultura, la cantidad y calidad de las ofrendas, o la presencia o ausencia de acompañantes sacrificados.
Respecto al tipo de sepultura, una de las variantes era la inhumación en vasijas, muchas veces después de la cremación, la cual, señala Diego de Landa (2001: 68), era reservada a personas de un estrato social elevado: se realizaba colocando sus cenizas dentro de estatuas hechas de barro o en grandes vasijas junto con algunas partes del cuerpo a modo de reliquias; luego eran depositadas bajo los templos o las casas. En otras ocasiones el cadáver fresco se introducía en una gran olla tapada con una laja después de haber sido purificado y lavado con cocimientos de yerbas y flores aromáticas; era vestido ricamente e inhumado con sus joyas, plumas y otros adornos, incluyendo las demás ofrendas (Garza, 1997: 19). Asimismo, podían ser depositados en las vasijas sólo los restos óseos sin articulación procedentes de un enterramiento anterior.2
La tradición de urnas para las clases elevadas es evidente en sitios como Izapa y Dzibilchaltún (Maldonado et al., 1998). No obstante, los entierros no sólo fueron exclusivos de la élite: también han sido recuperados en contextos domésticos, sin gran detalle en su elaboración y sin ofrenda alguna (esto último preferentemente cuando se trata de sujetos infantiles). Es decir, la costumbre de enterramiento en vasijas fue aplicada tanto entre gente de diversos estratos sociales como de variadas edades. En Jaina, del total de entierros recuperados durante la temporada 1973-1974, un 44 % de los menores de 15 años de edad fueron depositados en vasijas, mientras que los adultos fueron enterrados directamente en el suelo; caso similar al que ocurrió en los entierros excavados en 1947 por Román Piña Chán, cuyas vasijas contienen únicamente entierros infantiles primarios y algunos secundarios (López y Serrano, 1997: 153; Piña Chán, 2001: 10-13). Asimismo, la mayor parte de las urnas halladas hasta ahora en la península contienen sujetos infantiles además de fetos y recién nacidos, depositados de manera primaria o secundaria. En su mayoría cuentan con ofrendas que van desde elementos aislados de concha, cuentas de jade y obsidiana, hasta aquellas compuestas de cerámica, jade, concha, malaquita y otros objetos, como los hallados en Tikal debajo de una subestructura de la Acrópolis Norte (Welsh, 1988) y en Izapa (Lowe et al., 1982). Este segundo sitio es poseedor de una larga tradición funeraria de urnas que abarcó desde el Preclásico hasta el término de la ocupación del sitio en el Posclásico Temprano (fase Remanso 900-1200 d.C.) (Iglesias, 2005: 230).
Por lo general, las vasijas contienen los restos de un solo individuo. El tamaño y tipo de las vasijas empleadas varía según la edad del sujeto que contengan, ya sean adultos o infantiles, y el tipo de enterramiento. En el caso de adultos comúnmente fueron conservados en cenizas o se trata de elementos óseos que proceden de una exhumación anterior o que fueron sometidos a un proceso de desarticulación ósea constituyendo así un entierro secundario; también los hay depositados de cuerpo completo en posición flexionada: en estos casos, los recipientes son de gran tamaño como los hallados en Nebaj, Baschuc, Xemsul Bajo y Acul o Chipal que pertenecen al Clásico Tardío-Terminal (Iglesias Ponce de León, 2005: 224). En el caso de los sujetos infantiles, en su mayoría pertenecen a entierros primarios, es decir, fueron depositados de manera directa en la vasija en posición flexionada o sedente.
El colocar dentro de una vasija el cuerpo del difunto ha sido relacionado con la idea de volver a ocupar el vientre materno en espera de un renacimiento, particularmente si se trata de un sujeto infantil. Frecuentemente se ha hallado que la cabeza era cubierta con un cajete invertido o con lajas, lo cual indica una forma de proteger al espíritu, el cual según la creencia salía por la coronilla (Garza, 1997: 20). Ante la gran cantidad de enterramientos de este tipo que recientemente han sido registrados en el norte de Yucatán, Pérez de Heredia y sus colaboradores (2004: 903) afirman que esta práctica, particularmente cuando de entierros infantiles se trata, responde posiblemente más a cuestiones de facilidad operativa que a imperativos ideológicos, debido a que las vasijas eran excelentes contenedores para la inhumación de infantes. Las evidencias parecen sustentar lo anterior debido a que las vasijas utilizadas en la inhumación de los cuerpos son de una gran variedad: hay desde ollas de diversas formas y tamaños, pasando por jarras, cazuelas y platos diferentes en su tipo y en la calidad de su manufactura; empero, no puede hablarse de vasijas funerarias elaboradas para tal fin: la mayoría de ellas son de uso doméstico, sencillas vasijas de almacenaje y acarreo, que fueron reutilizadas, y en ocasiones modificadas para tal fin mediante el recorte del cuello, el borde o ambos (Cervera et al., 2009; Pérez de Heredia et al., 2004; Iglesias Ponce de León, 2005), para permitir la entrada del cadáver colocándolo apretadamente en su interior.
Pérez de Heredia y sus colaboradores (2004) señalan que este tipo de enterramiento podría ser también evidencia de actividades rituales de sacrificios infantiles. Este podría ser el caso de los entierros localizados en Chichén Itzá, donde quizás fueron parte de complejos ritos asociados con la construcción de edificios, como en el caso del Edificio de Los Falos.
Los sitios donde se ha reportado este sistema de enterramiento están ubicados a lo largo de toda la península maya, en la regiones centro y norte (Cervera et al., 2009; Pérez et al., 2004; Iglesias Ponce de León, 2005). En la primera zona el registro arqueológico se remonta al Preclásico, mientras que en la segunda la mayor parte de los casos reportados proceden del Clásico Tardío-Terminal,3 constituyéndose como una práctica generalizada en las Tierras Bajas mayas. Lo mismo puede registrarse en sitios de las tierras altas de Chiapas, costa y altos de Guatemala, y el Petén (Ciudad Ruiz, 2005; Ruz Lhuillier 1989).
El caso de Campeche
En este trabajo se presenta el estudio de dos vasijas cuyo sitio, así como el contexto arqueológico del cual proceden, se desconocen. Se trata de dos vasijas recuperadas de la bodega de materiales arqueológicos de la Dirección de Museos del Instituto Nacional de Antropología e Historia Campeche, en cuyo interior fueron localizados entierros infantiles. A continuación presentamos una breve descripción de las labores de microexcavación, así como los datos arqueológicos y osteológicos obtenidos.
Metodología de la microexcavación
Cuando en una excavación se encuentran entierros en recipientes o contenedores, deben ser explorados de tal manera que puedan ser orientados y registrados en relación con el sitio o lugar donde son hallados. Posteriormente deben ser explorados y excavados con paciencia en el laboratorio y se debe registrar minuciosamente su contenido; debido al reducido tamaño del continente este proceso es llamado microexcavación. Dicho proceso fue aplicado de modo muy similar en las dos vasijas utilizando el instrumental adecuado para no dañar ni alterar los elementos óseos; se realizó una limpieza minuciosa y metódica de la pieza con palillos y pinceles, y se retiró el excedente de tierra con pequeñas cucharillas.
Como parte del mismo proceso, fue tomada una serie de radiografías de la Vasija 1 antes y después de la microexcavación. Los elementos óseos fueron expuestos en cada una de las vasijas sin mover ningún elemento; esto permitió determinar la posición y el tipo de enterramiento. La tierra que se retiró fue cribada con la finalidad de rescatar pequeños elementos óseos, hilos y otros materiales que hubieran sido confundidos con la tierra.
Los huesos presentes fueron registrados mediante el uso de cédula de inventario, patológica y tafonómica. También, como parte del registro, fueron tomadas fotografías antes, durante y después del proceso, acompañadas de la elaboración del dibujo de planta y corte, tanto del entierro como de las vasijas. Para ello se tomaron como referencia las asas de las ollas; asimismo, fue empleada una pequeña cuadrícula con separaciones de 1 cm, depositada en lo alto de la vasija y perpendicular a la misma, en la cual se registraron los ejes de abscisas, ordenadas y la profundidad de cada elemento óseo (X, Y, Z) con referencia al punto más alto.
Finalmente, una vez que los entierros quedaron expuestos in situ, el buen estado de conservación de los materiales y el dibujo obtenido permitieron reconstruir en tercera dimensión la posición en que fue depositado cada uno de los entierros en el interior de la vasija.
Vasija 1
Aunque se encuentra incompleta de sus paredes y carece de cuello y borde, fue posible determinar que se trata de una olla de forma globular usada para trasportar agua, con tres asas (dos de ellas ausentes); es del tipo Chumayel Chorreado, Rojo sobre Pizarra, y pertenece al Clásico Terminal (entre el 800 y el 1000 d.C.).4 Con una altura aproximada de 30 cm, anchura máxima de 29 cm, una base de 12.5 cm, y de 14 a 16 cm de diámetro de la boca (figura 1), este tipo de vasija ha sido encontrada en sitios como Edzná y en el sureste de Campeche (Forsyth, 1983).
Antes de iniciar con la microexcavación fueron realizadas tomas radiográficas para determinar si existían restos óseos dentro de la vasija, lo cual arrojó resultados negativos debido a la alta densidad de elementos líticos que se localizaban al interior. Sin embargo, la presencia de piedras indicaba un posible acomodamiento de lajas colocadas por encima a modo de tapa. Con ello como antecedente, se decidió explorar el interior de la vasija.
Lo primero en localizarse fueron lajas de piedra de forma irregular de alrededor de 7 a 10 cm de anchura máxima a una profundidad de 11 cm con respecto al punto más alto conservado (inicio del cuello de la olla). Las piedras fueron removidas una vez registradas y a cinco centímetros de la base se hallaron los primeros elementos óseos (miembros inferiores): fueron limpiados cuidadosamente sin ser removidos y consolidados in situ con un remineralizador y reconstituyente de material calcáreo a base de sales minerales, esto para evitar su degradación sin alterar su composición molecular.5
La microexcavación reveló el entierro primario de un sujeto infantil de sexo indeterminado, de entre 32 y 34 semanas, es decir, un feto de aproximadamente siete meses de gestación; esto fue determinado a partir de la medición de la longitud de los huesos fémur (56 mm) y húmero (52 mm), de acuerdo con las tablas de referencia de Fazekas y Kósa (1978; citados en Scheuer y Black, 2000: 288, 393). Una vez expuestos totalmente los elementos óseos conservados en asociación anatómica, fue obtenida otra serie de radiografías; los datos obtenidos fueron comparados por el radiólogo, quien confirmó la edad estimada a través de la longitud femoral obtenida. Una vez verificada la edad, al cotejar esta misma con la de un feto actual a través del uso de un ultrasonido, el médico determinó que el diámetro biparietal (anchura de la cabeza) del feto debió ser de aproximadamente 72 mm; esto indica que, en caso de haber estado completa la olla al momento de ser dispuesto el cadáver en su interior, éste pudo entrar perfectamente por la boca de la misma.
La posición que presenta es decúbito ventral (boca abajo) flexionado, con la cabeza girada ligeramente hacia su lado izquierdo al igual que el resto del cuerpo, los miembros superiores semiflexionados (ángulo de 90°) por debajo de la cabeza, y los miembros inferiores también semiflexionados (ángulo ligeramente mayor a 90°). Por la asociación anatómica presente y las características de la vasija, puede deducirse que ésta funcionó como un contenedor que dio al cadáver un "efecto de pared" (Duday, 1997: 108) que evitó el desplazamiento óseo al interior, manteniendo la posición original en que fueron depositados (figura 2).
Los elementos óseos presentan un buen estado de conservación a excepción del cráneo, que se encontró fragmentado; éste, por las articulaciones lábiles que lo conforman y sus características fisioanatómicas (huesos delgados, membranosos y tabulares) debidas a la corta edad del sujeto, debió colapsarse durante el proceso de descomposición y sufrir fracturas post mórtem durante el rellenado progresivo de tierra, a la que fue expuesto. El proceso tafonómico sufrido parece indicar que en un primer momento el cuerpo se hallaba dentro de un espacio vacío que fue rellenándose de manera paulatina y progresiva, no siendo suficiente protección las pequeñas lajas que lo cubrían: la olla fue hallada totalmente rellena de tierra en el momento de iniciar la exploración. Desafortunadamente se desconoce el contexto próximo que la rodeaba como para poder realizar mayores inferencias de los procesos tafonómicos subsiguientes.
La vasija además está rota, como ya se mencionó, en su boca y cuello. Al parecer fue cortada intencionalmente: esto se deduce debido a que en su interior no fueron hallados fragmentos de la misma, aunque se desconoce si estos hayan sido perdidos durante su rescate, traslado o almacenaje.
El sujeto, a pesar de su corta edad, e incluso sin haber llegado al término de su gestación, formó parte de un rito mortuorio; fue colocado dentro de la vasija sin ofrenda alguna y recostado boca abajo probablemente envuelto con algún material perecedero, cumpliendo las pequeñas lajas la función de tapa. Durante la exploración macroscópica no se observó ofrenda alguna; de la misma manera, las radiografías demuestran que no existe ningún objeto asociado (figura 3).
Vasija 2
La segunda vasija estudiada carece asimismo de cuello y una de sus paredes está cortada por debajo de la mitad de su altura. Es del tipo Kahalchén Pizarra, variedad Kahalchén, que pertenece al Clásico Tardío (entre el 600 y el 800 d.C.); este tipo de cerámica ha sido reportada en la zona de los Chenes, al noreste del estado de Campeche (Williams-Beck, 1999: 91).6 La base es plana con un diámetro de 16 cm, tiene 40 cm de anchura máxima y una altura de 38 cm a nivel del hombro. Se trata de una vasija de acarreo, lo cual ha sido determinado por las tres asas que posee (una de ellas ausente), dos de ellas en la parte alta de su cuerpo (cada una al lado opuesto), con una inclinación de 20° con respecto a la horizontal, y una tercera asa vertical que se encuentra en medio de las dos anteriores y próxima a la base de la olla (figura 4). Vasijas similares son reportadas por Andrews IV (1975), recuperadas en la gruta de Chac, un sitio muy próximo al área de los Chenes. El investigador especifica que la inclinación de las asas permite precisamente el paso de cuerda por las mismas y de esta manera se facilita su transporte; las vasijas son colocadas en la espalda con un lazo o cuerda que las sostiene, pasada primeramente por el asa inferior, y posteriormente por las laterales; luego se prolonga el lazo y se coloca en la parte superior de la cabeza, justo detrás de los cabellos, tirando hacia abajo e inclinado junto con la columna vertebral (figura 5).
También es posible contemplar la forma de acarrear y el uso dado a estas grandes vasijas (que contenían agua o atole), en uno de los murales de la Estructura I de la Acrópolis de Chik Nahb de Calakmul, donde se observa a un sujeto con una gran olla a sus espaldas: el amarre de la cuerda parece haber sido realizado en las asas inclinadas de la vasija (figura 6).
El procedimiento de la microexcavación en la vasija 2 fue similar al anterior. Los primeros elementos en hallarse fueron numerosos huesos de roedores de tamaño pequeño; por el número de maxilares inferiores se trataba de un mínimo de nueve, y se encontraban a una profundidad de 8 cm por debajo del hombro de la vasija. El receptáculo seguramente sirvió de madriguera a éstos en el lugar en el que fue almacenado. Se continúo liberando el espacio y a una profundidad de 25.5 cm, es decir, a 12.5 cm de la base, se encontraron los primeros elementos óseos (cráneo y falanges de mano); por debajo, algunas pequeñas lajas irregulares de piedra de aproximadamente 5 cm de anchura máxima. Los elementos fueron limpiados sin removerlos, encontrándose los miembros superiores (tercio proximal del húmero) a una altura de 7 cm, y los miembros inferiores (tercio distal del fémur derecho) a 7.8 cm de la base. Se trata de un entierro primario infantil de un sujeto de alrededor de 4 años (±12 meses) de edad en el momento de la muerte, lo cual fue determinado por el brote dental (Ubelaker, 1978; citado en Scheuer y Black, 2000: 161). Presenta posición de decúbito dorsal flexionado, con los miembros superiores e inferiores flexionados; el cráneo presenta un desplazamiento hacia el frente, depositado sobre su lado izquierdo (figura 7). Se encuentra en un estado de conservación de bueno a regular; el lado derecho del cráneo fue totalmente destruido y no se hallaron restos del mismo durante la microexcavación. El desplazamiento del cráneo y su pérdida parcial parecen indicar el depósito en un espacio vacío que se fue rellenando con el transcurso del tiempo. Esta vasija también fue recortada en una de sus paredes, lo cual permitió la entrada del cuerpo y su muy probable colocación de manera apretada en su interior.
Asimismo, la mayor parte de los huesos están recubiertos con pequeños y delgados hilos, que pueden tratarse de restos de algún textil que sirvió de envoltorio o mortaja.
Se logró obtener cédula de registro patológico y dental, así como registro fotográfico y dibujo. Al igual que en el caso anterior, gracias a la asociación anatómica y el registro en dibujo, fue posible reconstruir la posible posición original en tercera dimensión (figura 8). Los huesos fueron revisados con lupa con un aumento de 12 x y luz rasante, y ninguno de ellos muestra traumatismo, procesos infecciosos, marcas de roedor o huellas de corte intencional. Asimismo, no presenta ofrendas u objetos asociados.
Consideraciones finales
Descifrar el modo de vida, la manera de concebir la vida y la muerte, las costumbres y las creencias de los antepasados ha sido uno de los principales intereses de los especialistas en el tema. Las inferencias se realizan a partir de los restos materiales que se preservan: cuanto más numerosos sean éstos mayor será el alcance de los resultados obtenidos y éstos serán más fidedignos. Sin embargo, esto no siempre sucede así, y la investigación tiene que apoyarse en lo que se posea; en este caso, sólo se contó con los vestigios materiales de dos vasijas cuya probable procedencia y época de fabricación fue posible establecer gracias a su tipo y clase de manufactura. La primera es del sureste de Campeche y pertenece al Clásico Terminal; la segunda, del noreste de esta entidad y del Clásico Tardío. Con ello, es posible apreciar que esta costumbre estuvo presente en otros sitios de Campeche que no han sido reportados, además de los ya conocidos en Jaina.
A pesar de la carencia del contexto arqueológico es bastante probable que las vasijas estudiadas procedan de uno doméstico, lo cual puede deducirse por la función de las mismas (de acarreo) y por carecer de cualquier tipo de objeto asociado.7 Sólo el entierro 2 muestra restos de algún tipo de textil unido a la capa externa de los huesos: seguramente se trata de los restos del envoltorio mortuorio. Por otra parte, tenemos que reconocer que la ofrenda, en caso de haber existido, pudo estar circundando a la vasija, fuera de ella; sin embargo, lo desconocemos. Incluso puede proceder de un contexto doméstico de élite, o de un espacio ritual o templo, que por sí mismo diera categoría social al elemento y, por tanto, al individuo; de ahí la importancia del contexto arqueológico.
En el registro arqueológico maya, resulta habitual que los entierros infantiles o de neonatos presenten una ofrenda más pequeña o carezcan de ella, a excepción de los casos de Izapa y Jaina donde fue común depositarlas. Esta situación ha sido explicada por el hecho de que el sujeto careciera de la edad suficiente para poseer un rango social, ya fuera éste adquirido socialmente o heredado por linaje.8 Otra posibilidad es que también entre los pueblos mayas, al igual que entre los mexicas, pudo existir la creencia de que los niños que morían sin haber sido destetados viajaban al Chichihualcuauhco, sitio en el cual se levantaba un árbol del que penden muchos senos femeninos. Los tzotziles de Chamula conservan esta creencia hasta hoy, y piensan que el niño volverá a la vida terrenal pasado el mismo tiempo que vivió, lo cual sugiere que la creencia existió también en los pueblos de la península (Garza, 1997: 25); de esta manera resultaría innecesario el viático u ofrenda para presentar en el otro mundo. Esto pudo suceder en el entierro de la vasija 1, que se trata de un feto.
Las dos vasijas fueron reutilizadas y recortadas en sus bocas y cuerpos para introducir al inhumado. En el primer caso, por la relación del tamaño cefálico con respecto a la boca de la vasija podemos deducir que posiblemente el infante pudo entrar fácilmente por la misma sin necesidad de recortar aquella, lo que conlleva a pensar que tal actividad no sólo era con la intención de introducirlo, sino además para poder manipular fácilmente el cuerpo en su interior colocándolo en la posición que consideraran conveniente.
Por tratarse de entierros primarios, sin presentar alteración humana peri o post mórtem, como pudieran ser cortes intencionales o fracturas, consideramos que en este caso las inhumaciones realizadas en contenedores de cerámica, material no perecedero, tal como apunta Iglesias Ponce de León (2005: 246), "podría indicar la búsqueda de una mayor preservación o protección de los restos para la eternidad".
Finalmente, deseamos hacer hincapié en que los datos arqueológicos, aunados a los osteoantropológicos, se convierten en eslabones que juntos, y cuanto mayor número sean, pueden formar una cadena que enlace directamente, y de manera confiable, con el pasado. Como un dato más respecto a este sistema funerario, fue rescatada durante el verano del 2008, en el atrio de la iglesia de San Francisco, en la ciudad de Campeche, una vasija perteneciente al Clásico Tardío con los restos de un neonato. Este hallazgo, además de cubrir un nuevo sitio dentro de la distribución geográfica ya reportada, enriquece el conocimiento de dicha práctica y sus variantes entre los antiguos pobladores mayas.
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* Agradecemos a la arqueóloga Alma Martínez Dávila y al arqueólogo Fernando Rocha Segura por su colaboración en el estudio de la cerámica, sus acertados comentarios y su apoyo en el desarrollo del estudio. También al médico radiólogo Carlos Saravia por su apoyo en la obtención de las placas radiográficas y por la amabilidad de su trato.
1 Características de los entierros: primario: cuando los elementos óseos se localizan en posición anatómica (cuerpo articulado), aunque no se cuente con todas las partes del esqueleto; secundario: cuando los restos óseos no presentan una posición anatómica, es decir, fueron removidos (Romano, 1974); la tercera modalidad incluye entierros cremados y depositados en vasos o urnas. Directo: cuando el individuo no fue colocado con algún tipo de arreglo especial, sino enterrado directamente en un "hoyo en la tierra sin ninguna obra intencional que los delimite". Indirecto: aquellos entierros que recibieron un tratamiento especial; cuando el cadáver es colocado en cuevas o chultunes, cistas o fosas formadas por lajas o rocas, cámaras, sarcófagos, y en vasijas de barro (generalmente ollas); el entierro puede ser primario o secundario: la vasija queda enterrada en el suelo natural o dentro de un edificio" (Ruz, 1989). Por el número de personas que fueron enterradas puede llamarse individual, colectivo o múltiple (cuando dos o más individuos se ubican estrechamente relacionados entre sí).
2 Los cuerpos podían ser reducidos a cenizas, ser parcialmente quemados y fracturados intencionalmente, o provenir de un primer proceso de inhumación o exposición; o bien, los restos podían permanecer en la misma localización contextual donde fueron unidos primariamente aunque reducidos en el espacio (Iglesias, 2005: 211-226).
3 Un amplio trabajo recopilatorio de los entierros en vasijas localizados en la península y clasificados por periodo cronológico y región, fue realizado por Iglesias Ponce de León (2005).
4 El estudio cerámico fue realizado por el arqueólogo Fernando Rocha Segura, del Centro INAH Campeche.
5 El objetivo de no remover los elementos óseos fue, en un primer momento, obtener un registro exacto de la posición anatómica de los mismos, determinar la clase de enterramiento (primario o secundario), obtener dibujos y fotografías; con ello se buscó reconstruir en la medida de lo posible la posición original. Posteriormente, la intención fue poderlos exhibir en museos o exposiciones temporales conservando la posición original en que fueron descubiertos.
6 El estudio cerámico fue realizado por la arqueóloga Alma Martínez, del Centro INAH Campeche.
7 Se consideran objetos asociados los elementos materiales culturalmente modificados que, en conjunto, estuvieron en asociación directa con un esqueleto y que fueron colocados ahí como parte del tratamiento mortuorio (Zúñiga, 2006: 237). Podía tratarse de algún tipo de viático para su viaje en el más allá o algún tipo de objeto personal o ajuar.
8 Iglesias Ponce de León (2005) apunta que la carencia de ofrenda en entierros infantiles puede estar relacionada con la no posesión de un rango social debido a la corta edad, de ahí que la pertenencia a un grupo de parentesco o linaje no era necesariamente determinante en el estatus del individuo. Sin embargo, esto depende del grupo humano que se estudia, y así en Jaina, en excavaciones realizadas en el 2001, fueron obtenidos tres entierros infantiles que van de uno a cuatro años de edad en el momento de la muerte y presentaron una rica ofrenda asociada, desde figurillas de cerámica, platos y cajetes de pasta fina, sartal de cuentas de molusco (Spondylus sp.) hasta orejeras de hueso, entre otros objetos (Benavides, 2001; Ortega, 2008).
Información sobre los (as) autores (as)
Albertina Ortega Palma. Mexicana. Antropóloga física, egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah). Maestra en Ciencias Penales con especialización en Criminalística, egresada del Instituto Nacional de Ciencias Penales (Inacipe). Desde 2002 trabaja en el Instituto Nacional de Antropología e Historia. A partir de 2006 se desempeña como Profesor Investigador de tiempo completo, titular A, del Centro inah Campeche. Es titular de los proyectos: "Conservación y resguardo de los materiales óseos humanos de Campeche", y "Análisis bioantropológico de restos óseos humanos prehispánicos y coloniales de Campeche". Entre sus publicaciones recientes podemos citar: Salud y nutrición a partir de dos series esqueléticas del Campeche clásico y colonial; Los estudios osteoantropológicos en el área maya y Campeche, y en colaboración con Jorge Cervantes: Condiciones de salud y nutrición en Jaina, y Restos óseos humanos, patrimonio no valorado.
Jorge Cervantes Martínez. Mexicano. Antropólogo físico, egresado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah). Ha colaborado en diversos proyectos del Instituto Nacional de Antropología e Historia como: "Rescate y salvamento de materiales óseos humanos en apoyo a Centros inah-daf", "El hombre temprano en América" y "Rescate de restos óseos del Panteón de San Andrés, ciudad de México". Entre sus publicaciones recientes se encuentran: Leonardo Zuloaga, una interpretación antropofísica, y en coautoría con J. C. Jímenez y J. G. Román. La tumba 7 de Monte Albán, Oaxaca: una mirada a sus restos óseos humanos; Condiciones de salud y nutrición en Jaina, y Restos óseos humanos, patrimonio no valorado, en colaboración con Albertina Ortega.