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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.36  Ciudad de México ene. 2010

 

Artículos

 

Una pasión por la antigüedad: la colección arqueológica de don Florentino Gimeno en Campeche durante el siglo XIX*

 

A passion for antiquity: Don Florentino Gimeno's 19th Century archaeological collection in Campeche

 

Lynneth S. Lowe* y Adam T. Sellen**

 

* Centro de Estudios Mayas, Instituto de Investigaciones Filológicas, Universidad Nacional Autónoma de México. lynnethlowe@hotmail.com

** Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México. adamtsellen@gmail.com

 

Recepción: 9 de enero de 2010.
Aceptación: 3 de marzo de 2010.

 

Resumen

Durante la segunda mitad del siglo XIX, don Florentino Gimeno, un comerciante español establecido en Campeche, logró conformar una impresionante colección de más de 12 000 piezas arqueológicas, la cual reflejaba una profunda pasión por el pasado prehispánico y sus evidencias materiales. El análisis de sus catálogos proporciona información invaluable acerca de la procedencia y características de muchas de las piezas —que procedían fundamentalmente de sitios de la región—, y nos permite apreciar también sus afanes por desarrollar una clasificación tipológica y funcional de acuerdo con los criterios intelectuales en boga.

Asimismo, los datos registrados en diversos documentos y crónicas indican que su tienda-museo se convirtió en punto de referencia para viajeros y exploradores que visitaron Campeche durante aquellos años, como Brasseur de Bourbourg o Carl Hermann Berendt, entre otros. Su interés en reunir no solamente objetos arqueológicos, sino también documentos históricos, fue también muy apreciado por notables personajes locales, como los gobernadores Pablo García y Joaquín Baranda. En este artículo exploramos las distintas facetas de este incansable coleccionista, e intentamos arrojar luz sobre sus atinadas —y sorprendentemente objetivas— interpretaciones de la cultura material antigua. Finalmente, intentamos rastrear el paradero actual de su acervo.

Palabras clave: coleccionismo, Campeche, museos, figurillas, cerámica.

 

Abstract

During the second half of the nineteenth century, Florentino Gimeno, a Spanish shopkeeper residing in the city of Campeche, amassed an impressive collection of over 12,000 archaeological artifacts, reflecting his profound passion for the pre-Hispanic past and its material evidence. His handwritten catalogs provide invaluable information regarding the provenience and characteristics of many of the objects that were found in the region, and the extensive lists also show how he developed a typological and functional classification for his collection that corresponded to the intellectual criteria of the day.

The data registered in the diversity of documents we have discovered, indicate that his shop-museum was a point of reference for the many travelers and explorers that visited Campeche during the middle of the century, such as Brasseur de Bourbourg or Carl Hermann Berendt, among others. Gimeno was not only interested in acquiring archaeological artifacts, but also historical documents, an activity that was lauded by notable local personalities, such as the state governors, Pablo García and Joaquín Baranda. In this article we will explore the diverse facets of this energetic collector's life, and will attempt to shed light on his intelligent —and surprisingly objective— explanations of ancient material culture. In closing we will also explain what happened to his significant holding.

Keywords: collecting, Campeche, museums, figurines, ceramics.

 

Introducción

En el siglo XIX, el puerto de San Francisco de Campeche constituía un verdadero crisol de vida intelectual, el cual aportó un elenco de hombres ilustres que han llegado a convertirse en iconos de la historia nacional, como el escritor Justo Sierra O'Reilly o Joaquín Baranda Quijano, gobernador del estado y ministro de Instrucción Pública de México por casi dos décadas, por mencionar algunos. Ellos se nutrieron de un ambiente social que ponía énfasis en las ciencias, las artes y la educación. En 1874, cuando el país se encontraba en los umbrales del Porfiriato, la ciudad contaba con un instituto educativo, una sociedad científica literaria, una filarmónica y varios periódicos (Sierra, 1998: 144). Esta confluencia de cultura no solamente produjo beneméritos para la historia oficial, ya que también enriqueció la vida de otros sectores de la población, como los coleccionistas locales, quienes se dedicaron a formar gabinetes de antigüedades con el objetivo de estudiar el pasado prehispánico. De ellos se sabe muy poco, aunque los diversos reportes sobre sus acervos —esporádicos y los cuales a veces dejan mucho que desear en cuanto a los detalles— confirman que eran de considerable tamaño, quizás mayores que cualquier colección que actualmente se encuentre en los museos del estado.

El propósito del presente trabajo consiste en desarrollar una reflexión sobre la colección arqueológica de don Florentino Gimeno Echevarría, un comerciante español que vivió por más de tres décadas en el puerto de Campeche. Coleccionista consumado, a lo largo de su vida reunió una impresionante cantidad de piezas, la cual probablemente sobrepasó la cifra de 12 mil, mismas que resguardaba en su tienda de ropa. Clasificó su colección con un rigor sorprendente para la época y demostró gran perspicacia al realizar comentarios sobre los posibles usos y significados de los artefactos. Por tanto, nos parece que Gimeno —prácticamente olvidado en los anales de la historia de la arqueología local— no sólo ha aportado un valioso legado material para los estudios mayas, sino que su obra de catalogación ofrece una especie de vitrina donde podemos apreciar algunos referentes que marcaron los inicios de la disciplina en México, como el desarrollo de tipologías clasificatorias.

Su trabajo contiene, además, un valioso aporte para el debate decimonónico que postulaba los posibles orígenes de los antiguos mayas, cuya tendencia consistía en atribuir la autoría de los monumentos prehispánicos a grupos foráneos, negando así la continuidad histórica de los indígenas (Sierra O'Reilly, 1954; Chuchiak, 1997; Taracena Arriola y Sellen, 2006). A pesar de que el coleccionista nunca publicó las ideas que formuló acerca del tema, gracias al análisis detallado de numerosos artefactos y de un agudo sentido de la observación de los mayas contemporáneos que le rodeaban, pudo deducir un vínculo entre los objetos antiguos y las costumbres actuales. Esta conexión histórica también fue tratada por el célebre viajero estadounidense John Lloyd Stephens quien recorrió la península de Yucatán entre 1840 y 1842, y cuyo logro interpretativo ha sido reconocido por docenas de autores (Willey y Sabloff, 1974: 64). Es posible que Gimeno conociese el trabajo de Stephens y que éste le influyera, pero es también factible que llegase a tal conclusión debido a su incansable labor e inteligencia, por lo cual merece un lugar en los anales de la disciplina.

Hasta el momento, los datos biográficos sobre la vida de Gimeno son escasos y no sabemos con exactitud cuándo arribó al puerto. En los periódicos locales de Campeche aparecen registros de importación de mercancías para su tienda en enero de 1844, incluyendo entre ellas "efectos" y "muestras", lo que deja entrever que se encontraba en proceso de establecer su negocio.1 Seis años después, de acuerdo con un expediente de inmigración, solicitó al gobierno de México su carta de seguridad.2 Walter Krickeberg (1959: 277), basándose en documentos del Museo Etnográfico de Berlín, aseguraba que Gimeno residió alrededor de treinta años en la ciudad amurallada, y que falleció en 1878. Según tales documentos, que incluyen el contrato de compra de su colección arqueológica (núm. 1965/79, I), se consigna la procedencia de don Florentino Gimeno como "de Matanzas", ciudad ubicada en la costa norte de Cuba (Sambale, 2001: 18, nota 21). En 1844, año en que parece haberse instalado en México, estalló un sangriento motín de esclavos en dicha ciudad isleña, resultando en arrestos masivos tanto de mulatos como de los criollos colaboradores (Staten, 2003: 25). Por tanto, es posible que Gimeno huyese de esta precaria situación, si no es que simplemente desease buscar fortuna en el ámbito mercantil del floreciente puerto mexicano.

Por aquellas fechas, nuestro personaje seguramente conoció al presbítero español Leandro José Camacho, otro coleccionista que, junto con su hermano menor José María, residía en Campeche. "Los padres Camacho" —como se conocía a ambos sacerdotes— habían logrado formar un gran gabinete de arqueología e historia natural. Don Leandro se dedicó a reunir diversos objetos arqueológicos, mientras su hermano estaba más inclinado hacia las ciencias y la mecánica, según testimonio de Sierra O'Reilly (1845: 357-358). Si bien se sabe que esta colección fue adquirida por el Ministerio de Fomento (Orozco y Berra, 1960: 336), existe la posibilidad de que Gimeno obtuviese parte de ella cuando su connacional falleció o, por lo menos, que hubiese quedado muy impresionado al verla, como sucedió con otros viajeros extranjeros que la comentaron con admiración (Norman, 1843; Heller, 1853; Parish Robertson, 1853; Morelet, 1857). No sabemos con certeza cuándo murió Leandro José Camacho. En febrero de 1849, Parish Robertson lo reporta con vida, pero unos meses después fue anunciada en los periódicos locales una gran subasta de libros, artículos religiosos y efectos personales que, seguramente, pertenecieron al sacerdote,3 dato que sugiere que pudo haber fallecido durante aquel verano, a los 62 años de edad. Su hermano, José María, murió en 1854 a la misma edad,4 y con la desaparición de estos célebres coleccionistas Gimeno quedó sin competencia en el campo.

 

Los testimonios de su colección

El gabinete o "museo" de Gimeno es mencionado en una obra que describe la situación de Instrucción Pública en 1874, donde se consigna la existencia de bibliotecas, museos, asociaciones científicas, literarias y artísticas, así como publicaciones del mismo género en toda la República (Díaz Covarrubias, 1875: 16). Allí se señala que en el Campeche de aquel entonces solamente existía un museo particular, propiedad de don Florentino Gimeno, muy notable desde el punto de vista arqueológico, aunque contenía también objetos de historia natural y bellas artes. Se agrega además que el abate francés Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, destacado investigador en el campo de los estudios americanos, lo consideraba como uno de los más admirables que había visto (Díaz Covarrubias, 1875: 16).5 Incluso en el extranjero su colección era tenida en gran consideración pues, según Krickeberg (1959), ya desde 1868 el doctor Asa Grey, uno de los custodios del Museo Peabody de Cambridge, había calificado la colección de Gimeno como la mayor y la más importante que existía en aquel entonces en Yucatán.

Una nota publicada en la prensa local da cuenta del origen de algunos de los objetos arqueológicos que conformaban su gabinete y también nos proporciona la única referencia conocida sobre su personalidad:

Campeche, 1 junio 1869

El camino carretero que de esta ciudad parte á la de Mérida, también va avanzado, contándose hoy más de 100 operarios que trabajan en un terreno que se presta más que en el principio de la presente. En el trayecto de Hampolol a Tenabo y a unos 800 metros del puente situado en el cabo del primer pueblo, se encontró un edificio antiguo de los muchos que en el país existen y son conocidos con el nombre de "Cuyos", el que proporcionó bastante material para la obra del camino, dando la casualidad quedase adornada una de sus orillas por una pared del citado edificio. En las excavaciones hechas se encontraron numerosos e interesantes objetos de barro y instrumentos y osamentas de los antiguos habitantes del país; lo que ha servido para aumentar el museo que con laudable ahínco y constancia ha formado el español D. Florentino Jimeno, á cuyo museo hasta ahora no se le ha dado su verdadero mérito por permanecer casi ignorado de la generalidad, por el carácter raro de su propietario.6

En la actualidad existen todavía restos de este importante asentamiento, el cual resultó atravesado por la antigua carretera de Campeche a Mérida, a poco más de un kilómetro al noroeste del antiguo puente de Hampolol (figura 1).7

 

Aproximadamente un año después de haber sido escrita la nota anterior, en 1870, un capitán de la marina inglesa, Lindesay Brine, pasó por esta área con rumbo a Dzilbalché y dejó la detallada descripción de una de estas estructuras prehispánicas. Aunque no menciona el nombre del pueblo donde estuvo, resulta claro que se ubicaba sobre el Camino Real a unas cuantas leguas de Campeche antes de llegar a Tenabo, y por tanto (en coincidencia con los detalles de su narración y las características de la estructura), parece tratarse claramente de Hampolol. En este pueblo el inglés tuvo oportunidad de conocer a "un hombre inteligente que había sido empleado como constructor de una nueva carretera que se estaba realizando en esta parte de la costa", quien le contó que en el curso del trabajo habían hecho varios cortes y excavaciones, descubriendo antigüedades de gran importancia. El capitán solicitó ver el monumento y lo describió así:

Este Kue yucateco tenía más de 50 pies de altura y estaba completamente revestido de grandes bloques cuadrados de piedra caliza, bien labrados. Era sumamente inclinado. Estimé el ángulo de su elevación en cerca de 70°. Había dos descansos, a un tercio y a dos tercios de altura de la pirámide respectivamente, y en la cima se encontraba la plataforma, en una condición ruinosa.

Había cierto número de pequeñas cámaras de piedra adosadas a los costados. La existencia de estos pequeños y singulares cuartos había causado que gente de los pueblos aledaños se hubiese formado la opinión de que el Kue había sido habitado por enanos [...] Parecía probable que fuesen utilizados para colocar ídolos o bien empleados como bóvedas para entierros. Estaban construidos con mucha habilidad y la manera de cuadrar las piedras de la mampostería era perfecta. La pared interior de estos recintos estaba constituida por el mismo paramento de piedra que recubría la pirámide. Varios ídolos pequeños fueron encontrados allí [...] Sobre el lado oeste existían los restos de una gran cámara, pero esta parte de la pirámide se encontraba en malas condiciones, y sus dimensiones no se pudieron medir (Brine, 1894: 330-331, traducción de los autores).

El capitán mostró mucho aprecio por el sistema constructivo de la antigua edificación pero no pudo detenerse en el camino para estudiarlo con más detalle. Se admiró también de la labor investigadora del contratista de caminos y de su interés exhaustivo en los asuntos relacionados con los antiguos habitantes de la región. Aunque desconocemos el nombre de este interesante personaje, parece seguro que fuese él quien avisara a Gimeno acerca del descubrimiento de los artefactos en Hampolol.

En la prensa nacional aparecieron otras menciones del museo particular de don Florentino, como la realizada por el geógrafo ruso Aleksandr Woeikoff, quien, durante su recorrido regional para realizar estudios climatológicos, pasó por la ciudad de Campeche en marzo de 1874:

Allí lo que sobre todo cautivó mi atención fue la colección de antigüedades de D. Florentino Jimeno. Apasionado de la arqueología, y contando con muchos amigos en el país, ha llegado á reunir un gran número de estatuas, vasijas, armas y otros objetos de sílice, un hermoso monolito esculpido etc., recogidos en las ruinas de Uxmal, Chichén-Itzá, Palenque y en algunos sepulcros de los Estados circunvecinos. Sería de desear que esa colección fuese comprada con destino á un museo de México ó del extranjero, para que de este modo pudiera ser conocida por los sabios de todo el país.8

En el relato de su viaje, Woeikoff especifica que la colección de Gimeno se encontraba en su casa, la que funcionaba también como tienda, y que ésta ofrecía una imagen extraña, ya que por falta de espacio los objetos prehispánicos estaban guardados detrás de rollos de manta barata y otros artículos; comenta además que muchos de ellos eran regalos que la gente le hacía, aunque "su pasión era secretamente tomada a risa, pues la mayoría de los mexicanos no presta atención a sus antigüedades" (Tax Choldin, 1979: 206). De acuerdo con los anuncios publicados por Gimeno en los periódicos locales, esta tienda, llamada La Reforma, se ubicaba dentro de las murallas que rodeaban la ciudad, cerca de la puerta de Guadalupe. Además de ropa y textiles, vendía libros, suscripciones a diversas publicaciones y boletos para la lotería del Estado, así como un medicamento de origen inglés de la marca Holloway.9 Según una nota firmada por el propio Gimeno, el producto era tan eficaz que curaba hasta lesiones profundas causadas por machetes (figura 2).10

 

En el ámbito de la sociedad campechana Gimeno logró establecer importantes relaciones. Hacia 1873 era amigo cercano del gobernador del estado Pablo García, quien le expresaba sentimientos sinceros de simpatía y afecto (Baranda, 1900: 351). También fue muy apreciado por don Joaquín Baranda, político destacado de su época, quien comentó con admiración acerca de su "incansable laboriosidad para reunir documentos y datos históricos", y reconoció la valiosa ayuda que le brindó para la redacción de su famoso informe sobre Belice, donde denunciaba la intervención de los ingleses, quienes estaban armando a los "indios bárbaros". En particular, Gimeno le proporcionó un cartucho de fusil elaborado en Birmingham, que le sirvió como prueba material para su argumento (Baranda, 1900: 351-352). Esto puede servir como un indicador de la diversidad de su colección, que no se restringió a la época prehispánica.

Otro de sus contactos intelectuales fue el notable médico y filólogo alemán Carl Hermann Berendt. Durante los múltiples viajes que realizó a lo largo del sur de México y América Central, el doctor Berendt se dedicó a la recopilación de documentos e información lingüística, además de registrar diversos datos de relevancia geográfica, etnográfica y arqueológica; asimismo, estableció una estrecha colaboración con presbíteros, estudiosos y coleccionistas locales, quienes apreciaron su interés y facilitaron su labor.11 También era un excelente dibujante, como lo atestiguan algunos de sus bocetos de piezas de la colección Gimeno. Aparentemente Berendt visitó al coleccionista en varias ocasiones, como lo indicarían los dibujos que realizó en 1868 (figura 3), los comentarios citados por el propio Gimeno en el catálogo de 1869 y la breve nota consignada en un documento manuscrito, Modo de confesar en lengua maya (1803), que le obsequió al estudioso alemán en 1870 (Weeks, 2002: 258).12

 

El destino de la colección

Al igual que ocurre sobre la vida de Gimeno, se carece de datos precisos acerca del destino final de su colección. Sabemos que intentó vender una parte del acervo, la cual envió a Nueva York, donde fue revisada por Charles Rau, curador del Museo Smithsoniano (Rau, 1879: 37). Krickeberg (1959: 277) sostiene que también se interesaron en su adquisición el Museo Peabody, instituciones de París y Madrid, así como el gobierno mexicano y el Museo Británico, pero todos renunciaron por el precio exorbitante que pedía. Con esto se dejó el camino libre a Adolf Bastian, director del Museo Real de Berlín (hoy en día conocido como Museo Etnográfico de Berlín), quien desde 1875 había manifestado gran interés en su compra, lo cual logró después de cuatro años de regateo, al precio de 55 800 marcos. Gimeno falleció en 1878, antes de pactar el acuerdo con el museo alemán, por lo que su colección de antigüedades fue trasladada a La Habana, quedando en manos de su heredero, don Ernesto Preciado y Frigola, quien finalmente la vendió.

Hasta la fecha no ha sido realizado un estudio completo de la colección Gimeno y tampoco sobre su persona. El único trabajo específico, centrado sobre el conjunto de figurillas cerámicas resguardadas en el museo de Berlín, fue realizado por Thomas Sambale (2001), como parte de su investigación de tesis de maestría. Adicionalmente, se han publicado comentarios sobre piezas aisladas de la colección a través de los años (por ejemplo, Lehmann, 1922; Krickeberg, 1959; Mayer, 1981).

 

Los catálogos de Gimeno

Nuestro interés en las colecciones se derivó del hallazgo en el Archivo Técnico del Museo Nacional de Antropología, en la ciudad de México, de dos catálogos manuscritos elaborados por Gimeno, que llevan las fechas de 1869 y 1872, respectivamente. Se desconoce cuándo llegaron allí o por qué motivo, aunque resulta probable que correspondiesen a un fallido intento de venta. Al parecer se trata de los mismos listados enviados a Berlín, cuando fue adquirida la colección.

El análisis de estos catálogos permite rescatar información invaluable acerca de las piezas que conformaban el conjunto original, incluyendo en ocasiones su procedencia y contextos, y hace posible apreciar también los afanes de don Florentino por desarrollar una clasificación funcional y tipológica de acuerdo con criterios intelectuales muy avanzados para su época. El primero de ellos, titulado "Catálogo de una colección de antigüedades encontradas en diferentes lugares de Yucatán, Campeche y Tabasco hecha por Florentino Gimeno, Campeche, 1869", consta de 40 fojas manuscritas, y describe un total de 5 986 piezas; al final, se incluye un apéndice, en orden alfabético, con los "nombres de los lugares donde se han encontrado las referidas antigüedades". El segundo catálogo, de título muy similar, "Catálogo de una colección de antigüedades encontradas en diferentes excavaciones de Yucatán, Campeche y Tabasco hecha por Florentino Gimeno, Campeche, 1872", corresponde a un conjunto de piezas diferentes y consta de 42 fojas, que mencionan un total de 6 133 objetos arqueológicos. También se incluye aquí un apéndice, con los nombres de los sitios de procedencia (véase mapa, figura 4). La suma de ambos catálogos indica un asombroso total de 12 119 artefactos, aunque es necesario aclarar que una gran proporción está constituida por pequeñas cuentas o fragmentos de piezas.

 

La clasificación desarrollada por el coleccionista incluía siete grandes "divisiones" de artefactos, las que parecen derivarse de criterios morfológicos y funcionales:

División 1ª Figuras de ídolos y animales

División 2ª Vasos de todas clases, etc.

División 3ª Armas de piedra

División 4ª Herramientas

División 5ª Adornos

División 6ª Variedades

División 7ª Restos humanos

A su vez, cada una de estas divisiones mayores contenía secciones numeradas, las cuales se referían a la materia prima; es decir, de piedra, barro, estuco, pedernal, obsidiana, concha y hueso. Los catálogos presentan así una clasificación tipológica y tecnológica muy bien organizada. Cada entrada se inicia con un número arbitrario (tal vez asignado en el momento del registro) y, a continuación, se consigna el tipo de objeto, el material y su color, la descripción de sus características peculiares y las medidas en milímetros. En algunos casos, se incluyeron también datos acerca del acabado o el estado de conservación de la pieza, y algunos comentarios o notas sobre aspectos de interés para el coleccionista. Ocasionalmente se registró la procedencia y/o la forma de obtención, así como datos del contexto arqueológico del hallazgo. Tal información resulta de gran utilidad para intentar reconstruir el origen de las colecciones desde áreas arqueológicas específicas en la península de Yucatán e incluso fuera de ella.

La distribución geográfica de los materiales arqueológicos parece aludir al espacio ocupado por las personas con quienes se relacionaba por sus actividades mercantiles en el ámbito regional o por su misma pasión coleccionista. Los sitios de procedencia registrados se ubican en áreas próximas o medianamente alejadas del puerto de Campeche y que corresponden no solamente a este estado, sino también a los de Yucatán (Tekax), Tabasco (Jonuta y Comalcalco), Chiapas (Catazajá y Palenque), así como Veracruz (Tampico, Tuxpan y Papantla). Al analizar este territorio se puede notar que, tanto dentro como fuera del ámbito campechano, muchos objetos parecen proceder de rutas comerciales, ya sea marítimas, fluviales o terrestres; de especial importancia en aquella época era la que atravesaba la región de los ríos, desde Catazajá hasta la Laguna del Carmen, o hasta Tuxpan, Veracruz, de acuerdo a los cursos de los ríos Usumacinta y Grijalva y sus afluentes. En varias ocasiones se mencionan también los hallazgos realizados en los ranchos de pescadores, sobre la costa norte de la península.

Como hemos mencionado, la manera de catalogar la colección fue muy avanzada para su tiempo; no obstante, dada la escasez de documentos es difícil encontrar inventarios similares —y de la misma época— que permitan comparar su trabajo con el de otros coleccionistas. Durante el Porfiriato, cuyo inicio se sitúa alrededor de 1880, se produjeron varios catálogos enfocados en el área de Oaxaca (Sellen, 2005, 2010) y, aunque resultan posteriores y proceden de una situación cultural notablemente más enriquecida, apenas cuentan con el detalle y organización que presenta el catálogo de Gimeno. Incluso la misma clasificación del Museo Nacional en la ciudad de México a principios del Porfiriato dejaba mucho que desear, pues se limitaba a describir los artefactos según sus posibles funciones (véase Mendoza y Sánchez, 1882). Ello nos hace pensar que los modelos de clasificación de Gimeno fueron un desarrollo totalmente propio o que quizás se derivaron de ejemplos pioneros de la arqueología europea, la cual presentaba más avances en la materia.

El catálogo de 1869 da inicio con la división dedicada a las figuras de ídolos, animales de bulto o relieve, etc. Inicialmente describe varias figurillas antropomorfas de piedra verde y otras de piedra ceniza y blanca. Sobre éstas últimas, que procedían de Tachán y Chilib, señala que "tienen los brazos cruzados en forma de aspa sobre el pecho, lo que me hace creer que tiene algún significado". También menciona rostros y fragmentos de esculturas, que pueden haber servido de adorno en algún edificio. De especial interés resulta una pieza procedente de Jaina, que se detalla de la siguiente manera:

No. 3. Pedestal de piedra adornado con colugnas [sic] talladas en alto relieve, canales y tres pies. En la parte superior tiene una oquedad en forma de taza que puede haber servido para sentar algún ydolo &a.

Más adelante, Gimeno describe una máscara de piedra verde bruñida, hallada en Champotón, y opina que: "Esta máscara puede ser de las que se dice ponían sobre el pecho a los reyes y demás mandarines al enterrarlos". Resulta posible que la fuente de tal comentario pudiese hallarse en las lecturas o las discusiones académicas del coleccionista, en conjunto con algunas observaciones contextuales de los hallazgos, y, aunque no lo sepamos con certeza, éste representa un ejemplo excelente de sencillez y claridad interpretativa para su época.

Sin lugar a dudas, uno de los conjuntos más valiosos de la colección es el que corresponde a las figurillas de cerámica; el autor las describe con sumo detalle (figura 5), por ejemplo:

 

No. 36. Ydolo de barro colorado, figura de mujer con el pelo recortado sobre la frente y caído por los lados, la cabeza adornada con una diadema, grandes argollas, gargantilla, pulseras, fustán (sáya) parecido al que hoy se husa [sic] con dibujos en la orilla, un capita que parece casulla, de 240 mm de alto, 160 ancho. Está cubierta con pintura blanca. Jaina.

En cuanto a las procedencias registradas para las figurillas de esta colección se mencionan Jaina, Bacú, Ysla de Piedra, Uaymil, Tinum, Tekax, Champotón, Tachán, Pich, Nilchí, San Felipe, Jonuta, Palizada, Tabasco y Palenque. Además, en varias ocasiones se señala que estos "ídolos" se encontraban en los ranchos de pescadores en la costa al norte de Campeche y, algunos, al interior de sepulcros. En otros casos, se consignó incluso la asociación contextual de los hallazgos; por ejemplo, la figurilla hallada en Jaina como parte de una ofrenda funeraria:

No. 145. Ydolo de barro colorado figura de mujer, cabeza con botones imitando piedras, plumas, &, cordón con placa y gargantilla, pulseras, en la mano derecha tiene un abanico y en la izquierda un pequeño paragua distintivo de los reyes, en los dos lados de la boca unos signos formados con puntos y bien vestida, de 160 mm alto, 90 ancho. Jaina. Nota. Se encontró junto con el jarro o vaso no. 67 (Un vaso de color pizarra con una faja de jeroglíficos.)

La presencia frecuente de las figurillas como parte de las ofrendas funerarias ha sido bien documentada en las investigaciones arqueológicas desarrolladas posteriormente en la zona (véase por ejemplo Piña Chan 1948 1968).

Además, ciertos objetos permitieron a Gimeno establecer comparaciones con las costumbres contemporáneas de los mayas peninsulares, como cuando describe a un guerrero (núm. 275) que lleva "macana, lanza, escudo y una gran placa sobre el pecho semejante a la que se usa hoy para el disfraz que se ponen para bailar un baile antiguo que se llama Extol (baile de las cintas)".13 O en el caso de una figurilla femenina hallada en Bacú, que carga un niño con las piernas abiertas sobre la cadera, acerca de la cual comenta: "Es costumbre entre los indios actuales que el padrino de bautismo cargue a su ahijado a los pocos días de nacido como representa este ydolo a cuyo acto llaman el Hekit (se dice Gequit) y significa abrir las piernas".14 Asimismo, al registrar la figura de un giboso o jorobado, agrega: "Los indios de hoy llaman a los ydolos en general pús y a los jorobados en particular" (figura 6).15

 

Otra pieza peculiar destaca entre los fragmentos de figurillas, pues consistía, según su propia descripción, en una:

No. 27. Cabeza de ídolo de barro colorado ordinario pero muy fuerte representando dos semblantes distintos, el uno parece serio y el otro que está riyendo [sic], en el lado derecho tiene una trenza por adorno, el ojo cerrado, el labio caído y la lengua de fuera, y en el lado izquierdo no tiene adorno (en la cabeza). [Tiene el] labio levantado y la barba dividida, de 220 mm de alto y 130 ancho. Se encontró en Champotón y es sensible que no haya sido entero por su tamaño y por lo que pudiera representar.

En el ámbito mesoamericano se conocen unas cuantas representaciones similares, que intentan mostrar a través de un solo rostro la dualidad vida-muerte, por lo que este ejemplo procedente de la zona peninsular reviste gran interés.

También formaba parte de la colección gran variedad de figurillas zoomorfas, entre ellos monos, perros, felinos, zorros, ranas, lagartos y gran variedad de aves (figura 7).

 

En la sección dedicada a las figuras de estuco, llama la atención un fragmento de bajorrelieve con la representación de una cabeza humana de perfil, pintada de color rojo (núm. 201), y en cuya entrada respectiva se asienta que:

[...] es parte de una figura que estaba en la puerta de un edificio antiguo cerrado, con el brazo derecho extendido al oriente y con un objeto que parece bandera en la mano. Yaxcab. El amigo que me regaló esta pieza, y otras personas como él de formalidad, me han asegurado que han visto figuras semejantes en diferentes puntos de Yucatán hasta Valladolid, siempre colocados de la misma manera, en edificios cuyas puertas están tapadas con losas grandes.

En la siguiente división se da cuenta de numerosas tinajas, ollas, vasos, lebrillos, etc. (figura 8). Con base en su experiencia personal, Gimeno logró identificar un elemento característico de las costumbres funerarias mayas en la región, como sería la utilización de ciertas ollas como contenedores para entierros, pues comenta que: "Todas las tinajas se han encontrado enterradas en diferentes partes de la costa &ª, y en ellas se encuentran depositados los principales restos humanos, y están tapadas con lebrillos...". Acerca de estos lebrillos, anota que tenían "tres pies y una cabeza de animal por adorno en el bordo [...] se encuentran tapando las tinajas donde guardaban los restos humanos, siempre iguales".

 

A su vez, gracias a los dibujos realizados por el doctor Berendt en 1868, resulta posible apreciar con todo detalle un notable ejemplar cerámico de esta colección, como es el vaso núm. 109 (véase figura 3), que Gimeno describe como un:

Vaso de barro negro con jeroglíficos alrededor de la boca, un precioso dibujo tallado en relieve en la barriga, en cuyo centro tiene el retrato que debe ser de algún jefe indio por los adornos, 130 mm alto, 155 boca. Le falta parte del asiento.

Las anotaciones al margen consignadas por Berendt amplían la información, indicando que venía de "Hampolol, sacado de un Cu en el camino real, salida de H. por Tenabo". Ello nos indica que este vaso formaba parte del conjunto de piezas recuperadas del sitio de Cansacbé antes mencionado, que se ubica al este de Hampolol y que fue parcialmente destruido durante la construcción del antiguo Camino Real.

Otro de los hallazgos reportados del mismo sitio consistió en un entierro con su ajuar funerario, y resulta relevante que se lograse registrar su asociación contextual. La pieza principal era una vasija polícroma:

No. 494. Un vaso de barro colorado pintado de negro, amarillo y colorado, representando dos frentes divididos por dos columnas llenas de jeroglíficos; un frente tiene pintado una silla con respaldo y sobre ella está sentado con las piernas cruzadas un hombre vestido con una que parece casaca, con el brazo extendido, su cara de animal, y en la cabeza una especie de montera o gorra, de 230 mm alto, 158 diámetro y 175 de boca. Se encontró en Hampolol junto con el cráneo no. 6059.

Además de los restos óseos, en el sepulcro se recuperaron también dos navajillas prismáticas de obsidiana, que se describen en el apartado referente a las herramientas. Gracias a la descripción de la vasija decorada con imágenes, tal vez del dios K, y textos jeroglíficos podemos inferir que el sitio mantuvo una ocupación destacada durante el periodo Clásico Tardío (600-900 d. C.).

Por su parte, la división dedicada a las armas incluye cuchillos, puntas de lanza y flecha, así como hachas de pedernal; el coleccionista aclara que: "Estas hachas son de las que se cree les servían para la guerra pero pueden también haberles servido para sus trabajos". Gimeno agrega en una nota que la mayor parte de estos objetos de pedernal fueron encontrados en excavaciones realizadas en distintos ranchos de la costa al norte de Campeche. Asimismo, indica la presencia de puntas de obsidiana, y resulta notable también que fuese capaz de identificar los núcleos poliédricos de este vidrio volcánico que eran descartados después de la manufactura de las navajillas, pues claramente registra "Dos punzones o puntas de flecha ochavados, centros que quedan después de trabajar la obsidiana".

En cuanto a las herramientas, la colección contaba con una amplia muestra de machacadores, manos y metates de piedra, hachas, buriles, gubias, cinceles y raspadores. De obsidiana se reportan varias navajillas prismáticas encontradas en sepulcros, que "se consideran enteras porque tienen cabeza y señal de haber sido cortadas de intento"; una observación de gran agudeza, pues destaca la presencia de la plataforma de presión y la manufactura especializada de este tipo de artefactos. Otro elemento que llama la atención es que incluyó como muestras varios fragmentos de tales navajillas, con el fin de "demostrar los cinco colores diferentes de la obsidiana: verde, negro, veteado, ahumado y blanco". Esto representa un antecedente muy temprano de las observaciones macroscópicas, que un siglo después se utilizarían para la identificación de los diferentes yacimientos de este material.

El apartado referente a los adornos nos presenta un amplio y variado panorama de los artefactos prehispánicos de piedra verde, desde pectorales tallados en bajorrelieve, placas zoomorfas, estrellas, una canoa o batea, cuentas planas, cilíndricas y esféricas. En palabras del propio autor:

Todos los objetos anteriores son de piedra verde bruñida y de tan buen color que algunas veces se equivoca con la esmeralda. También se sabe por la historia que estas piedras fueron los objetos de más lujo que usaban los indios mayas y que venían del Estado de Oajaca por no haber esta clase de piedra en Yucatán. Véase a Prescott.

Se expone aquí con claridad el conocimiento del coleccionista acerca de la ausencia de yacimientos de piedras preciosas en la zona peninsular y la obtención de estos valiosos recursos por medio de intercambios comerciales con zonas lejanas. La cita de William H. Prescott (1844) incluida en el catálogo representa el único indicio acerca de las fuentes bibliográficas consultadas por Gimeno. La Historia de la conquista de México había sido publicada en español en 1844 (el mismo año en que suponemos arribó Gimeno al puerto) y representaba una obra seria y bien documentada, que tuvo gran repercusión en su época.

Otros ornamentos reportados con frecuencia fueron las cuentas de diversos materiales y formas, así como máscaras y placas de cerámica, pendientes tallados en concha, anillos, bezotes y varias orejeras, que él designa como "mamones". La nota al final consigna la opinión de don Florentino sobre tales artefactos:

Esta división y la anterior de herramientas son, en mi concepto, las más notables y donde más provecho puede sacar un inteligente; en ésta por la perfección en algunos trabajos, y en la anterior por la clase de herramientas, todas de piedra y concha con que fueron hechas.

La división correspondiente a las "variedades" comprende un amplio rango de materiales misceláneos. Se mencionan diversos elementos arquitectónicos como fragmentos de cornisa, sillares lisos y tallados, y esculturas con espiga para empotrar, además de cilindros y anillos perforados. Sobre los últimos, el catálogo apunta que: "De estas piedras se encuentran hasta de tamaño muy pequeño y se dice que les servían para contar los años como calendario por decenas, centenas, &a y representaban de valor según su tamaño". Posiblemente ésta era una idea que circulaba localmente en aquella época.

A continuación se registran varios instrumentos musicales de cerámica: sonajas, flautas o pitos, y un tambor cilíndrico con acanaladura para afianzar la cubierta de cuero: "Se dice que a este instrumento llamaban los indios mayas Sacabán (Tambor), y los Reyes o Jefes lo tocaban sólo en las grandes necesidades para convocar a todos sus subordinados". Asimismo, se incluyen unas muestras de "piedra colorada que da la pintura con que deben haber pintado sus tazas y demás vasijas", lo cual nos demuestra que el interés del coleccionista era extensivo a los aspectos más específicos relacionados con el origen de los pigmentos y los aspectos tecnológicos involucrados con la manufactura de los artefactos prehispánicos.

Finalmente, la última división, asignada a los restos humanos, incluye materiales procedentes de Jaina, Nilchí, Hampolol, Cambul, Chilib y Champotón. En ella se hace mención a que todos ellos habían sido recuperados de diversos sepulcros, pero que siempre se encontraban en mal estado debido a su antigüedad.

Por su parte, el catálogo de 1872 conserva la misma estructura clasificatoria, aunque las piezas son diferentes. Vale la pena destacar algunos elementos de interés. Por ejemplo, la figurilla que —sin duda— representa el ejemplar más conocido de la colección, un guerrero con traje protector hallado en Bacú (figura 9) y que Gimeno describió como:

 

No. 3176 Un ydolo de barro amarillo figura de hombre cubierto de pequeñas motas que le sirven de vestido, una faja ancha le cubre de la cintura a las rodillas en forma de sayal pintado de azul en sus bordos.

Una interpretación peculiar, sugerida por Berendt, se refería a los personajes que llevaban tocados en forma de animales estilizados con las fauces abiertas, los cuales él consideraba como adornos en forma de "natura" o sexo de mujer que les rodeaban la cara, y que por ello podrían representar al "Dios de la Naturaleza" (figura 10).

 

Más adelante, identifica un par de figurillas de la colección como "hombres embalsamados", señalando que tales "ydolos ó figuras se parecen a las momias egipcias según han dicho diferentes viajeros que los han examinado", lo cual permite confirmar el hecho de que su gabinete constituyó un punto clave de reunión y discusión para muchos intelectuales de la época.

Diversos ejemplares de ambos listados han podido ser identificados en catálogos de exposiciones o publicaciones académicas, entre ellos figurillas, vasijas y fragmentos de esculturas (véanse Lehmann, 1922; Krickeberg, 1959; Mayer, 1981; Schmidt, Garza y Nalda, 1998; Sambale, 2001), aunque faltaría por realizar un estudio exhaustivo del conjunto de las piezas conocidas. Para ubicar los materiales han resultado de gran utilidad las fotografías y notas recopiladas por Eduard Seler, que forman parte de su archivo personal conservado en el Instituto Iberoamericano en Berlín. Aunque Seler no llegó a conocer a Gimeno, reunió muchas imágenes de esta colección para fines de su propio estudio. Gracias a dichos documentos sabemos que algunos objetos de la colección Gimeno fueron a parar al Museo Etnográfico de Gotemburgo, Suecia (ahora conocido como Museo de la Cultura Mundial o Världskulturmuseet), puesto que el Museo de Berlín decidió donar "duplicados" de piezas en sus colecciones para iniciar el museo sueco. Efectivamente, algunas de las piezas resguardadas en Gotemburgo que hemos identificado tienen equivalentes en la colección de Berlín, aunque no necesariamente son idénticas (figura 11). Otras piezas de la colección Gimeno, 19 en total, se encuentran actualmente en el Museo Nacional del Indio Americano (NMAI), en Washington, y parecen haber llegado en 1913 a través de un canje con el Museo Etnográfico de Berlín (figura 12).

 

 

Consideraciones finales

En una época en que todavía se cuestionaba —y algunos incluso negaban— el vínculo de los indígenas mayas con las evidencias prehispánicas que los rodeaban, la visión de don Florentino Gimeno resultaba sorprendentemente acertada. Si recordamos que Justo Sierra O'Reilly había expresado unos años antes su oposición a la idea de dicha continuad cultural y favorecía la teoría difusionista, que atribuía el origen de los monumentos a una civilización extranjera, en los catálogos que hemos analizado Gimeno tomaba como un hecho la relación entre los mayas actuales y los vestigios antiguos, con lo cual aplicó un método histórico directo.

A través de los listados de las piezas y sus comentarios se percibe claramente que él no era un coleccionista que buscase reunir objetos solamente por su calidad estética, como se concibe a la gran mayoría de estos personajes durante el siglo XX. En realidad, su interés era lograr un mayor conocimiento de diversos aspectos de la cultura, que incluía el origen de las materias primas, la tecnología de los artefactos, el tipo de construcciones, las costumbres funerarias, las tradiciones, etc. En fin, por medio de su acervo don Florentino intentó elaborar un aparato analítico adecuado para comprender el pasado.

Por desgracia, como sucede frecuentemente con las colecciones particulares de esta época, al pasar del ámbito privado al público se desligó a los materiales de su información empírica, así como de las narrativas asociadas a ella. A través de los catálogos podemos constatar la existencia de más de 12 000 piezas en ambas colecciones y resulta posible que algunas partes fuesen vendidas previamente. El inventario realizado en 1982 por Gaida y Fischer (1992: 84) en el Museo Etnográfico de Berlín, solamente identificó 2022 ejemplares de este acervo. Una posibilidad para explicar tal discrepancia serían las pérdidas ocurridas durante la segunda guerra mundial (Sambale, 2001: 17), pero hay que distinguir entre los materiales que fueron destruidos por los bombardeos aliados16 y las piezas que tal vez fueron resguardadas en bodegas de distintos museos, tanto de Alemania como en los países del este. Por tanto, existen esperanzas de que todavía sea posible hallar en el futuro más rastros de la colección Gimeno.

 

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Notas

* Este trabajo fue desarrollado gracias al apoyo de la UNAM, por medio del programa PAPIIT IN-401208. Quisiéramos agradecer la ayuda de las becarias María Elena Quej Corro y María José Rafful Ceballos en el manejo de los datos. Deseamos expresar un reconocimiento a los investigadores Antonio Benavides C. y Sara Novelo por compartir generosamente con nosotros sus profundos conocimientos sobre la arqueología campechana desde los inicios de este estudio. La licenciada Trinidad Lahirigoyen, encargada del Archivo Técnico del Museo Nacional de Antropología (INAH), brindó su apoyo constante para la consecución de nuestro trabajo. Asimismo, agradecemos a la doctora Iken Paap por su colaboración en la búsqueda de información en el ámbito académico de Alemania; en especial, resultó de gran utilidad para el presente estudio la investigación de tesis de maestría presentada en la Universidad de Bonn por Thomas Sambale acerca de las figurillas de la Colección Gimeno. Extendemos también nuestro agradecimiento a Arturo Taracena Arriola, quien amablemente leyó una versión preliminar de este texto y la enriqueció con sus comentarios.

1 Anuncio en el periódico El Siglo Diecinueve, Mérida, sábado 31 de agosto de 1844, tomo VI, núm. 490, p. 4: "Parte Mercantil, Campeche, Importación, A D. Florentino Jimeno y compañía. 2 cajas creas. 2 id. listados. 1 id. platillas. 1 id. dril. 1 id. pañuelos de algodón. 1 id. efectos. 1 fardito muestras. 10 cuñetes aceitunas."

2 Cartas de Seguridad, vol. 81, fs. 400-407, AGN GD129 (documento sin fecha pero probablemente de 1850): Campeche, España. Lista y filiación de los españoles residentes en Campeche, quienes solicitaron su carta de seguridad. Domingo Diego Trueva, José Zuluaga Gutiérrez, Francisco de Zubaran, Francisco Diego Trueva, Fernando Arteaga, Teodoro Modesto Jubert, Florentino Jimeno, Fr.

3 "De Venta", El Fénix, Campeche, 20 de julio de 1849, p. 4.

4 Núm. 619, Entierros parroquiales, Archivo Diocesano de Campeche. Los autores agradecen al Dr. Arturo Taracena por proporcionarnos este dato.

5 La visita del abate Brasseur a Campeche sucedió seguramente en 1870, durante su segundo viaje a la península, cuando finalmente pudo conocer las ruinas Palenque (Escalante Arce, 1989: 192).

6 "Revista de los estados", El Siglo Diez y Nueve, México, 16 de junio de 1869, p. 2.

7 De acuerdo con la información proporcionada por los arqueólogos Antonio Benavides y Sara Novelo del Centro INAH Campeche (comunicación personal 2009), este sitio ha sido identificado con el nombre de Cansacbé, y será objeto de algunos trabajos de salvamento arqueológico en fechas próximas con motivo de la ampliación de la carretera moderna.

8 A. Woeikoff, "Apuntes de una excursión á algunos Estados al Oriente", El Siglo Diez y Nueve, México, 26 de abril de 1874. p. 2.

9 Anuncios en varios periódicos de Campeche, por ejemplo: El Fénix, 5 de abril de 1851, p. 4; El Espíritu Público, 6 de octubre de 1857, p. 4.

10 "Extracto de una carta recibida por el profesor Holloway, de Londres", El Espíritu Público, Campeche, 20 de septiembre de 1858, p. 4.

11 Un excelente ejemplo de tal colaboración puede apreciarse en la carta de Berendt publicada en una revista campechana, donde agradece la recepción de seis números anteriores y, a cambio, proporciona una traducción al español de información procedente de periódicos europeos que podía resultar de interés local ("Plantas exóticas para Yucatán", Las Mejoras Materiales, marzo 23 de 1859, tomo 1, núm. 9, pp. 457-462).

12 Actualmente, este manuscrito forma parte de la Colección Lingüística Berendt-Brinton de la Universidad de Pennsylvania (UPenn Ms. Coll. 700, Item 26).

13 El Xtol o Ix tolil es una danza indígena tradicional de la península de Yucatán, cuya práctica era común durante el siglo XIX en diversas comunidades de la región (Carrillo y Ancona, 1883: 274).

14 Efectivamente, hek se puede traducir como "abrir apartando una cosa de otra, como brazos, piernas", por ejemplo en hek oc, "ahorcajar a los niños, poniéndolos ahorcajados sobre las caderas", y el término it se refiere al asiento, fondo o trasero de una persona (Bolles 2001). Según Barrera Vásquez (1995: 196), hek puede considerarse como equivalente de hets mek' ("llevar a horcajadas"), nombre que se aplica a tal ceremonia en la actualidad y, entonces, hekit podría representar una variante local del mismo.

15 Una de las acepciones del vocablo maya pus es "giba" (Bolles, 2001), por lo que parece referirse en específico a esta deformación física.

16 Krickeberg (1959: 275) comenta que una selecta colección de antigüedades americanas fue destruida en un escondite situado en la torre de Friedrichshain, durante la toma de Berlín.

 

Información sobre los (as) autores (as)

Lynneth S. Lowe. Mexicana. Arqueóloga egresada de la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestra en Estudios Mesoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha participado en excavaciones en sitios arqueológicos del área maya, como Toniná y Palenque, con el apoyo del Instituto Nacional de Antropología e Historia; y como parte del proyecto "Arqueología del Posclásico en Las Margaritas, Chiapas", llevado a cabo por el Centro de Estudios Mayas de la UNAM. Ha impartido diversos cursos en las licenciaturas de Arqueología y Etnohistoria en la ENAH y es profesora del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Actualmente se desempeña como coordinadora del Centro de Estudios Mayas (UNAM), donde desarrolla el proyecto "Chiapa de Corzo y la frontera occidental del área maya". Entre sus publicaciones recientes se pueden mencionar: El ámbar de Chiapas y su distribución en Mesoamérica y Los zoques del occidente de Chiapas durante el periodo Clásico.

Adam T. Sellen. Canadiense. Cursó la licenciatura en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Toronto y concluyó sus estudios de doctorado en Estudios Mesoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente es Investigador en el Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales de la UNAM en Mérida, Yucatán. Sus intereses recientes son la historia de la arqueología y el coleccionismo arqueológico en Oaxaca y Yucatán durante el siglo XIX, y cómo dicha actividad dejó su huella en las instituciones culturales tanto del ámbito local como nacional. En su trabajo combina métodos arqueológicos e históricos para estudiar colecciones antiguas de museos y ha participado en proyectos multidisciplinarios donde se analizan piezas cerámicas mediante técnicas geofísicas para determinar su procedencia y autenticidad.

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