Introducción
Las investigaciones sobre prácticas sexuales en población mexicana han tendido a descuidar la perspectiva etnohistórica de aquéllas, y, a su vez, han pasado por alto las variables étnico-raciales. No obstante, los pocos estudios llevados a cabo han contribuido a develar los siguientes rasgos de la sexualidad de los indígenas mesoamericanos: a) el carácter secreto de su conocimiento sexual y la práctica de una cultura de intimidad corporal entre los hombres zoques, tzoziles, tzeltales y choles (Núñez, 2009); b) en sus nuevos lugares de residencia, los hombres migrantes mayas tienen oportunidad de tener relaciones sexuales con otras mujeres así como entre ellos mismos (Quintal y Vera, 2014; Quintal y Vera, 2015); c) entre los hombres purépechas, las prácticas homoeróticas contienen un grado de permisividad y apertura, pues construyen tipos de vivencia de la sexualidad masculina y no una identidad sociopolítica, esto es, la masculinidad no se pierde por tener relaciones homosexuales. En pocas palabras, se visualiza que no pocos hombres indígenas mesoamericanos llevan a cabo prácticas homoeróticas, cuyos significados están determinados por sus culturas, que no necesariamente implican adherencia a una identidad sexual.
Considerar los aspectos socioculturales e históricos de las prácticas sexuales de los hombres indígenas y mestizos es reconocer que los estereotipos y concepciones sobre ellos están cargados de ideas raciales sobre sus sexualidades; aquéllos, a menudo, están construidos desde una perspectiva occidental. De manera que se percibe a hombres indígenas y mestizos participantes en prácticas homoeróticas, como “closeteros”, sin reconocerles alguna posibilidad de fluidez sexual, y por esto se les responsabiliza de transmitir infecciones de transmisión sexual como el VIH/sida a sus novias o esposas.
En ese sentido, este trabajo, en el que la mayoría de los trabajadores sexuales observados son morenos y de origen maya y maya-mestizo, tiene como objetivo mostrar cómo los discursos respecto a la sexualidad de éstos se articulan simultáneamente con discursos sobre su raza y masculinidad, proyectándolos como seres “hipersexuales”. En la práctica, la hipersexualización principalmente se evidencia en el hecho de que los clientes les soliciten tener relaciones anales sin condón, es decir, “sexo a pelo”. En pocas palabras, esa articulación propicia que a estos trabajadores sexuales mayas y maya-mestizos les sea más pedido tener “sexo a pelo” y, por lo tanto, es más probable que recurran a más prácticas de riesgo.
Argumentamos que: a) aquéllos ocultan sus rostros por “discreción” que, a su vez, tiene su origen en la cultura sexual maya-yucateca contemporánea que se caracteriza por ganarse el “honor” mediante disputas eróticas con otros hombres por el dominio sexual de los sujetos feminizados (no necesariamente mujeres) -a menudo hombres-, y b) sus clientes yucatecos o mexicanos (y, en menor medida, extranjeros) etnoracializan a tales sexoservidores, ya que aparentemente son vistos como hipersexuales e infantiles.
Este trabajo contribuye al estudio de las prácticas sexuales de los hombres mayas contemporáneos desde una perspectiva etnohistórica-racial, ya que analiza cómo aquéllos llevan a cabo prácticas sexuales “performativas” (virtuales y físicas), que, a su vez, están racializadas y generizadas, para atraer clientes y mantener la relación trabajador-cliente.
Enfoque teórico-metodológico
Intersecciones de raza, clase y género
La investigación enfocada solamente en raza, género o clase olvida la naturaleza multifacética de las experiencias individuales, capturando sólo una parte de un todo más complejo. Sin embargo, el enfoque interseccional plantea que, en vez de realizar investigaciones por separado sobre dichos conceptos, en cambio, debería enfocarse en aquellas posiciones sociales creadas por la intersección de estas tres identidades. Históricamente, estos sistemas han sobresalido como tres de las fuerzas más poderosas en nuestras sociedades. Así como interactuamos el uno con el otro, como miembros de una raza particular, un género y una clase, asimismo el racismo, el patriarcado y el capitalismo funcionan en conjunto. Desde esta perspectiva es más fructífero comprender cómo estos sistemas interactúan y se refuerzan entre ellos (Landry, 2007: 19).
A través de instituciones sociales como sitios de trabajo, escuelas, negocios, dependencias gubernamentales y hospitales, las relaciones sistémicas de dominación y opresión son estructuradas, representando la dimensión institucional de opresión. Aunque comúnmente sus mecanismos se ocultan con ideologías que pugnan por igualdad de oportunidades, en realidad (para el caso de Estados Unidos), raza, clase y género colocan a los asiáticos-americanos, hombres nativo-americanos, hombres blancos, mujeres afroamericanas y otros grupos en nichos institucionales distintos con grados variables de desventaja y privilegio (Collins, 2007: 47).
Debido a la influencia que ha tenido la teoría evolucionista, derivada del modelo Darwiniano, se ha tendido a privilegiar a ciertos grupos de acuerdo con la intersección -y la articulación- de género y raza, reforzando la noción de jerarquías raciales mediante el ranking y ordenamiento de cuerpos de acuerdo con estadios del “progreso” evolutivo (Somerville, 2000: 24). Con lo cual, la teoría recapitulativa, resumida por la frase “la ontogenia recapitula la filogenia” (Somerville, 2000: 24), emergió como un concepto crucial, sosteniendo que, en el desarrollo individual, cada organismo sigue etapas equivalentes a formas adultas de organismos que lo han precedido en el desarrollo evolutivo. En tal sentido, los hijos de grupos “superiores” (Somerville, 2000: 24) materializaban corporalmente fases equivalentes a estados de madurez de grupos “inferiores”. Las analogías entre género y raza estructuraron la lógica de rankings jerárquicos de los cuerpos, que sostenía que los afroamericanos y mujeres blancas se encontraban en el mismo estadio que los niños blancos y, por ende, representaban una fase ancestral de la evolución de los hombres adultos blancos (Somerville, 2000: 24).
A inicios del siglo XX, los modelos de sexualidad empezaron a cambiar, incorporando una noción de homosexualidad como objeto de elección sexual y no como inversión. Con la desnaturalización [científica] de raza y sexualidad, éstas se superpusieron, surgiendo, probablemente formándose el uno al otro, modelos de deseo “interracial” y “sexual”. Previamente dos cuerpos, el “mulato” y el “invertido” (ni completamente masculino ni completamente femenino) se habían relacionado como sinónimos de “anormalidad” y “degeneración”; en aquel momento se volvieron tabús del deseo -“interracial” y “homosexual”-, comenzando a vincularse dentro del discurso sexológico y psicológico mediante un modelo de elección sexual “anormal” y, a la postre, se convirtieron en deseos sexuales “antinaturales” (Somerville, 2000: 33-34).
La metáfora de las plantaciones anteriores a la Guerra Civil americana explica la naturaleza del entrelazamiento de raza, clase y género para varias instituciones sociales. La esclavitud fue una institución profundamente patriarcal, pues se fundamentó en el postulado de autoridad y propiedad del hombre blanco, esto es, había una conexión de lo económico y político con la familia como institución. De tal manera que la mayoría de los blancos esperaban casarse, es decir, el heterosexismo se daba por sentado. Así, puesto que la propiedad se pasaba a los herederos legítimos del amo, controlar la sexualidad de las mujeres blancas y ricas permaneció como un aspecto clave para que la esclavitud sobreviviera. En pocas palabras, asegurar la virginidad y celibato de las mujeres blancas estaba profundamente entrelazado con mantener relaciones de propiedad (Collins, 2007: 48).
Honor, raza y sexo/género
Si bien la mencionada metáfora podría ser aplicada al contexto latinoamericano, consideramos que la propuesta sobre “articulación del honor, raza y sexo/género” (Wade, 2009; Wade, 2013) es más específica a las sociedades latinoamericanas, ya que una articulación es más dinámica y flexible, señalando el hecho de que la raza y el sexo (y otros vectores) van de la mano; no son simples aditivos, sino que funcionan de diversas maneras relacionadas, aunque cambiantes a lo largo del tiempo (Wade, 2009: 26).
El “honor” era una expresión de la propiedad sexual de las mujeres (era impuesta por los hombres en términos de castidad premarital y fidelidad marital de “sus” mujeres).2 Las mujeres indígenas o mestizas de clase baja fueron violadas por los hombres de élite o consensualmente tuvieron relaciones extramaritales con ellos, ya que, al ser morenas o negras, por definición no eran “puras” de sangre y, por ende, no tenían “honor” (Viveros Vigoya, 2009; Wade, 2009; Wade, 2013). Por lo tanto, el honor tiene su origen en la propiedad y, por ende, en los sistemas económicos.
Para constituir y reproducir una sociedad estratificada en la que el estatus familiar se fundamentaba principalmente en la propiedad de la tierra, en las primeras sociedades ibéricas modernas, propiedad y recursos pasaban a través de la línea femenina, pero también de la masculina por medio de dotes. De modo que había mucha preocupación por parte de padres e hijos sobre cómo se desposaban sus hijas y hermanas, y sus hijos. Dicho de otro modo, había un marcado interés en saber qué pasaba con la propiedad, poniéndose énfasis en genealogía y seguimiento de líneas de descendencia. Así, definir quién pertenecía y quién no en términos genealógicos “a las élites”3 significaba un interés en la “pureza de sangre”. Vale la pena señalar que, como consecuencia de la colonización ibérica en América, la “pureza de sangre” se “racializó” (Wade, 2013: 52-53).
No obstante, retomando uno de los objetivos del análisis interseccional, es indispensable obtener una comprensión más exacta de aquellos procesos que crean desigualdad, puesto que a través de ellos también se experimenta esta última. Para poder alcanzar tal objetivo, se requiere un sentido de simultaneidad, esto es, que el investigador incluya en su diseño las tres identidades: raza, género y clase. Desde esta perspectiva metodológica se sugiere: 1) siempre que sea posible y apropiado todas las categorías de raza, género y clase deben ser parte del diseño de la investigación; 2) si una de las identidades de raza, género o clase no varía, sólo deberían incluirse las otras dos identidades. Por otra parte, se recomienda que el investigador debiese ir más allá de meramente incluir raza, género y clase en su diseño investigativo, puesto que estas identidades no están meramente presentes, sino que interactúan entre ellas. Por lo cual, no son los efectos de la opresión debido a la raza y clase separadamente los que están en cuestión, sino los efectos generados por la combinación de las dos (Landry, 2007: 105-117).
Sexualidad masculina en el contexto Maya yucateco
Históricamente, las construcciones sexogenéricas mayas han formado parte de una cosmovisión y religiosidad que, para alcanzar el equilibrio cósmico, ha atisbado lo femenino y lo masculino como elementos complementarios y necesarios (Rosales Mendoza, 2010; Solís, 2020). No obstante, dicha cosmovisión fue diseñada para mantener el poder extraordinario de las élites, como parte de la propaganda estatal, ya que la hegemonía masculina estaba bien establecida entre los mayas prehispánicos; como muestra el hecho de que tendían a feminizar y deshumanizar a sus enemigos a través de violaciones sexuales, especialmente en contextos bélicos (Ardren, 2020: 154).
En ese orden de sentido, los hombres mayas han expuesto históricamente sus cuerpos para revelar su falta de indicios de sexualidad femenina (Joyce, 2001:128), y así, sus identidades de género se han definido (y construido) insistentemente en términos sexuales (Joyce, 2000b: 65), disciplinando el cuerpo masculino y, a su vez, construyendo su masculinidad, a través de prácticas competitivas exclusivamente homosociales como incursiones bélicas, rituales, como la cacería de venado, y representaciones dancísticas (Joyce, 2001: 131) que sugerían sensibilidad homoerótica (Joyce, 2000a: 278-279). Así, la sociedad maya históricamente ha considerado la homosexualidad preferible al sexo prematrimonial (Ruz, 1998).
El trabajo sexual masculino virtual
Diversos autores (Bimbi, 2007; MacPhail, Scott y Minichello, 2015; Minichiello, Scott y Callander, 2013; Scott et al., 2005) han afirmado que los primeros estudios científicos sobre trabajadores sexuales masculinos los habían retratado como desviados, criminales o transmisores de enfermedades. Empero, hace aproximadamente 25 años aquellos estudios comenzaron a ver al trabajador sexual como un ser con agencia, humanizándolo (Minichiello, Scott y Callander, 2013).
Se ha señalado que los trabajadores sexuales masculinos en los últimos años han estado laborando desde plataformas virtuales facilitadas por el internet (Walby, 2012; Scott et al., 2005; Minichiello, Scott y Callander, 2013). En ese aspecto, los escorts de internet, como trabajadores sexuales independientes, son, de muchas formas, mejores que aquellos trabajadores sexuales de la calle para determinar los costos de su trabajo, seleccionar clientes y acceder a actividades laborales (Walby, 2012: 6). La mayoría de esas investigaciones se han realizado en el llamado “norte global”, y han concluido que la mayoría de los trabajadores sexuales masculinos trabajan de manera independiente y que no existen redes de apoyo o solidaridad entre ellos (MacPhail, Scott y Minichiello, 2015).
Se ha definido el trabajo sexual basado en internet (Sanders et al., 2018: 15) como el realizado por aquellos trabajadores sexuales que trabajan por su cuenta o en colectivos, a través de una agencia, que, para promocionar o vender servicios sexuales, usan el internet, ya sea directamente, a través de servicios en persona, interactuando con clientes en persona como sadomasoquistas, escorts,4 masajistas eróticos o, mediante servicios indirectos en línea, como la webcamming, interactuando con los clientes.
Las críticas hechas a la literatura descrita en líneas anteriores han señalado que dichos estudios han retratado, principalmente, a los trabajadores sexuales de internet como un grupo homogéneo, sin redes de solidaridad, y que tampoco se ha estudiado la diversidad racial, étnica, de clase, género, edad y habilidades, limitándose a trabajadores sexuales mayormente blancos, jóvenes y de clase media (Jones, 2015). De manera que este estudio tiene la intención de analizar el trabajo sexual masculino en línea, tomando en cuenta las articulaciones de raza, clase y género desde una perspectiva latinoamericana.
Trabajo sexual, performatividad y etno-racialización: el mestizaje mexicano
En economías sexuales -usualmente pertenecientes al mercado negro en los países en desarrollo y emergentes como México- son observables relaciones raciales y de género que se encuentran inmersas en historias coloniales y de dependencia económica contemporánea entre países pobres y países económicamente estables (Sanders, 2008: 713). Los hombres latinos o el mestizo latinoamericano han sido retratados como fáciles sexualmente hablando, varoniles y machos (Mitchell, 2011). En México, el hombre indígena ha sido estereotipado como “más viril, más potente, más macho y hasta exótico” (Villalva, 2007: 71). En ese sentido, un estudio -conducido en Xalapa- enfocado en los llamados “mayates” y “chacales” (Córdova Plaza, 2006) categorizó a los trabajadores sexuales en función de la personificación de género y étnica-racial que exhibían los sujetos; y encontró que los mayates son trabajadores sexuales que ofrecen servicios sexuales a varones, toman el rol activo y deben exhibir aspecto masculino, dedicándose principalmente a atender homosexuales reconocidos, aunque pueden dar servicio a los “tapados”, a saber, varones aparentemente heterosexuales, muchas veces, casados y con hijos, que desean mantener “ocultos” sus deseos hacia personas de su mismo sexo.
La negativa a aceptar un papel “pasivo” y la pretensión hipermasculina pueden ser también mecanismos para incrementar el precio de sus servicios. Existe también una variante de este grupo, “el chacal”, que debe mostrar dosis de agresividad, vulgaridad y rudeza que el imaginario social ha adjudicado al “supermacho”; aunque también es común que aluda a mayates de extracción socioeconómica más baja (Córdova Plaza, 2005). En suma, los hombres indígenas, a menudo, han sido fetichizados y mercantilizados (Nast, 2002).
En un estudio sobre los hombres samburu de Kenia y mujeres occidentales, usualmente blancas (Meiu, 2017), se encontró que éstas tenían, a menudo, relaciones de larga duración con dichos hombres -quienes no necesariamente eran trabajadores sexuales-, e incluían intercambios monetarios, regalos y especulación económica a cambio de intimidad y relaciones románticas; y a través de encuentros íntimos, los primeros lograban la diferencia racial, étnica y cultural que les otorgaba su valor potencial como mercancías, es decir, como especulación económica. La mencionada investigación analizó el trabajo sexual desde el concepto de etnosexualidad, es decir, un conjunto homogéneo de impulsos sexuales y cualidades eróticas asignadas en discurso y práctica a categorías raciales, étnicas o categorías culturales de grupos sociales. En un mercado global de etnosexualidades mercantilizadas, por ejemplo, los hombres mayas5 materializan la otredad cultural, étnica y racial para los consumidores, mayormente blancos y de clase media (Meiu, 2017: 18-19).
El trabajo sexual ha sido definido como un trabajo “performativo”, esto es, aquel trabajo de construir, presentar y mantener facetas de identidad y de estratégicamente (o inconscientemente) cambiar a través de diferentes modelos de identidad (Mitchell, 2015: 5). A través de representaciones encorporizadas de una masculinidad racializada, los trabajadores sexuales mercantilizan deseo y afecto. Algunas veces estos actos performativos son inconscientes, no obstante, para atraer a determinados tipos de clientes, como los turistas extranjeros, en otras ocasiones, los trabajadores sexuales sobreactúan sus performances de masculinidad racializada.
Es importante aclarar que regularmente se utilizan etnia y raza como conceptos sinónimos, pero no lo son, aunque están relacionados; el primer concepto está basado en una noción específica de diferenciación cultural construida sobre la idea del lugar de origen en las que las relaciones sociales esencialmente responden a diferencias geográficas. El segundo hace alusión a las ideas acerca de las diferencias innatas que, durante los encuentros coloniales con otros pueblos, se fueron forjando como elementos centrales en el establecimiento de la diferencia (Gall, 2005: 15). De manera que lo etnoracial alude a la relación entre raza y etnicidad, haciendo referencia específicamente a constructos significativos -identidades y comunidades étnicas- que provienen de los análisis previos multiculturales o pluralistas (Vidal, Robinson y Khan, 2018).
Por su parte, desde el siglo XX, el sistema racial latinoamericano se ha apoyado en el mito del mestizaje, por medio del cual los países latinoamericanos -y con lo cual también fue símbolo de identidades nacionales en estos países- trataron de diferenciarse de los sistemas raciales de Estados Unidos y Sudáfrica. Raza y clase, empero, persistieron como categoría social y como concepto organizador de la sociedad, vinculando modernidad con blancura, trayendo consigo una peculiar coexistencia entre racismo y mestizaje que se había enmascarado en un discurso político de democracia racial. De manera que lo realmente importante es la consustanciación del racismo y la democracia racial, no su coexistencia como dos fenómenos diferentes, puesto que una deja marca en la otra, y se construyen recíprocamente (Viveros Vigoya, 2015: 35).
No obstante, comunidades e identidades étnicas se concibieron -en México- bajo la construcción política e ideológica del mestizaje, a través del cual, el Estado mexicano, anticlerical, moderno e indigenista se había proclamado campeón mundial del antirracismo. Mestizaje e indigenismo eran las dos caras de un programa institucional del Estado posrevolucionario mexicano -en la primera mitad del siglo XX-, construido gracias al desarrollo de políticas culturales, cuyo primer propósito era integrar a los indios en el universo demográfico y cultural mestizo. Ambas corrientes de pensamiento tenían un mismo objetivo: una fusión nacional en términos raciales, étnicos y culturales. Los mestizófilos tradicionalmente ponían énfasis en aquellos beneficios que la nación obtendría gracias a tal política, mientras que los indigenistas hacían hincapié en que el bien de la nación solamente podía lograrse a través de pensar en el bienestar de los indígenas, como prioridad número uno. El objetivo inmediato, no obstante, era el “blanqueamiento” progresivo y, a largo plazo, disolver las identidades diferenciadas (Gall, 2005: 8-25), esto es, era una política asimilacionista.
Los análisis más recientes desafían esas miradas previas, y no se suscriben a dichos paradigmas asimilacionistas, que se relacionan -en el caso mexicano- con los pueblos indígenas; empero, se hace la convergencia de lo étnico y lo racial, puesto que se han hecho distinciones entre ser etnicizado versus ser racializado, aunque ambos procesos capturan interpretaciones raciales, con diferentes connotaciones culturales y sociales, de “diferencia” (análisis étnico) o “peligro” (análisis racial) (Vidal, Robinson y Khan, 2018). En ese sentido, la etnoracialización son los procesos complicados y, algunas veces, contradictorios de subjetividad que se encuentra siempre en proceso de crearse dentro de una matriz cultural que ponen énfasis en la diferencia y el peligro de los rasgos somáticos y otras características biológicas no visibles (reales o imaginadas) (Miles y Brown, 2003: 101) de un grupo etnoracial específico.
Metodología
Para el análisis del trabajo sexual masculino en la red, nos centramos en la página “www.mileroticos.com”; observamos diariamente dicho sitio web, enfocándonos en tres aspectos: 1) la seguridad e higiene como parte de las prácticas sexuales, es decir, si los trabajadores sexuales mencionan en sus anuncios el uso de métodos de protección (condón) en sus labores; 2) las imágenes de los cuerpos utilizadas por los trabajadores sexuales, es decir, nos fijamos en la relación entre su color de piel y las partes del cuerpo mostradas en sus anuncios; 3) las diferentes tarifas que los trabajadores sexuales fijaban en sus mensajes publicitarios, y si aquéllas dependían de si existía “sexo a pelo” (sin protección).
Consideramos que ser aceptados implicaba el proceso de construir alguna forma de presencia que la plataforma permitiera. Sin embargo, el colocar anuncios en el sitio web no parecía muy factible, ya que esta investigación no estaba ubicada virtualmente en una red social que facilitara construir tal presencia; por ende, tuvimos que establecer un primer contacto con los trabajadores sexuales a través de una aplicación de mensajería instantánea, WhatsApp -ellos ponían sus números de contacto en sus anuncios alojados en mileróticos- aclarándoles que se les contactaba para tener una entrevista dentro del proyecto “VIH/Sida: Neoliberalismo y raza en el comercio sexual masculino virtual en Mérida, Yucatán”, haciendo hincapié en la confidencialidad, el anonimato y la naturaleza investigativa6 de nuestra labor, evitando cualquier confusión sobre nuestras intenciones y recalcando que los investigadores no eran clientes.
Por WhatsApp, nos comunicamos con aproximadamente 500 trabajadores sexuales; la mayoría de las veces fuimos rechazados, pero obtuvimos 14 informantes clave y, de éstos, tres accedieron a contarnos sus historias de vida. Adicionalmente, se construyó un muy buen rapport con al menos dos trabajadores sexuales, lo que nos permitió adentrarnos en aspectos -en un caso- de su vida cotidiana, esenciales para comprender el funcionamiento del trabajo sexual. Posteriormente, por medio de entrevistas semiestructuradas conducidas en lugares públicos, como cafés y parques, se pasó al contacto físico y, por cuestiones de seguridad, en algunas ocasiones, se realizaron las entrevistas en el Centro de Investigaciones Regionales “Hideyo Noguchi”.
Damos por sentado que en Yucatán las clases sociales tienden a estar racializadas (Iturriaga, 2016). Por ello, se espera que la mayoría de los trabajadores sexuales sean morenos;7 ya que la raza (y etnia) y la clase tienden a no variar, nuestro análisis de simultaneidad solamente toma en cuenta raza y género. Los sujetos de estudio, por tanto, tenían que ser de piel morena, de cualquier edad y que laboraran en Mérida; en ese sentido, la mayoría tenía uno o dos apellidos mayas, algunos provenían de municipios de la Península con una gran población de ascendencia maya (Champotón, Teabo y Valladolid), y en casos muy contados hablaban maya. Así, asumimos, que la mayoría de los sujetos estudiados pertenecen -al menos parcialmente- a la etnia maya.
Asimismo, hubo la oportunidad de realizar algunas entrevistas a clientes de los trabajadores sexuales, a través de dos estrategias: 1) para poder acceder a entrevistar a algunos de sus clientes, construimos confianza con uno de los trabajadores sexuales (un informante clave), haciendo siempre la misma aclaración sobre la característica científica de este estudio, es decir, utilizamos una técnica de bola de nieve, y 2) seguir conexiones; fuimos a lugares físicos, por ejemplo, a una cantina donde miembros de la comunidad LGBTTI y hombres “discretos” suelen reunirse. En la cantina obtuvimos una entrevista de un cliente y otra de un trabajador sexual. Se garantizó adicionalmente condones y pruebas gratuitas de VIH a todos los entrevistados. En total, se realizaron 25 conexiones, traducidas en 15 entrevistas semiestructuradas dirigidas a trabajadores sexuales, tres historias de vida a estos mismos y siete entrevistas semiestructuradas a clientes.
Resultados
Ocultando los rostros: discreción, raza y sexualidad
Observamos, aproximadamente, cuatrocientos veinte perfiles masculinos que ofrecen servicios sexuales a hombres. A pesar de que no existen estadísticas del número de trabajadores sexuales, se logró identificar que algunos sólo pasan un fin de semana o hasta una semana en la ciudad, para después abandonar Mérida. Respecto al lugar de origen, una gran mayoría son de la península de Yucatán y el sureste mexicano (Chiapas, Tabasco y Veracruz). En cuanto a la edad, la mayor parte son adultos jóvenes de entre 18 y 40 años.
Algunos se anuncian como “chacalones”8 o “morenazos de fuego”, y es común ver en sus perfiles sólo imágenes de penes. Por lo menos, en la mitad de los perfiles observados, sus rostros no son distinguibles, sobre todo, en aquellas fotografías que retratan prácticas sexuales intensas; por ejemplo, un joven moreno lleva una gorra puesta para no ser reconocido. En otro caso, un hombre moreno muestra su cuerpo entero vistiendo una trusa y portando una gorra y, por tanto, su cara es indistinguible. Sin embargo, un trabajador sexual muy joven muestra su rostro, distinguiéndose su sonrisa, sobresaliendo sus dientes parejos y limpios, así como sus hoyuelos; aunque sus ojos, nariz y parte de las mejillas se ocultan con color negro. En un perfil que cuenta con siete fotografías, en todas, el sexoservidor muestra su rostro; en una de éstas posa sin camisa, pero en ninguna aparece completamente desnudo ni muestra sus órganos sexuales. También, otro hombre moreno enseña cuatro fotografías de cuerpo entero, en las cuales siempre aparece su cara, pero está completamente vestido y no enseña sus nalgas ni su pene.
En resumen, los trabajadores sexuales morenos tienden más a mostrar fotos de su pene, ano y pecho, y cuando aparecen desnudos no descubren su rostro. En contraste, cuando los trabajadores sexuales enseñan su cara, con frecuencia, están vestidos. Dicho de otro modo, los estereotipos racializados de la sexualidad conforman el capital corporal de los trabajadores sexuales, restringiéndolos a generar ganancias sólo cuando llevan a cabo estas “fantasías”9 sexuales fundamentadas en la raza10 que se acotan a las fantasías racistas coloniales sobre la hipersexualidad y sumisión (Vidal, Robinson y Khan, 2018). No obstante, consideramos que éstas son fantasías racializadas y no racistas (Mitchell, 2015: 101), ya que se desarrollan mediante procesos de racialización que subyacen en la construcción de identificaciones; que, a su vez, se sitúan en el inconsciente; es decir, los encuentros y fantasías sexuales interraciales en tanto prácticas individuales no son racistas.11
Los propios trabajadores sexuales argumentan que no muestran sus rostros en tal sitio web por “discreción”. Dédalo y Hermes explican, respectivamente, que tienen temor a que puedan usarse indebidamente como una porno-venganza o [s]extorsión, y que su reputación pueda ser manchada, es decir, su “honor”:
TS: Cuando me anuncio, yo no publico mi cara ni nada, cuido [mis] imágenes, pues no te podría decir qué me ven; pues te digo [que] ellos ya van, pero como no me ven.
E: Pero ¿cuándo ellos te contactan no les mandas fotos de cara?
TS: No, no, porque a veces las utilizan para otras cosas, entonces, no.
E: ¿Entonces, tú no subes fotos?
TS: O sea, sí subo fotos, pero sólo de mi cuerpo, no de mi cara, en cambio, no sé si ya viste que en la página hay gente que sube con la cara.
E: ¿Y ellos [los clientes] te exigen foto de cara?
TS: A veces, pero pues casi nunca mando.
E: ¿O sea tú les dices eso es lo que hay y…?
TS: Ajá, por lo mismo no tengo mucho [cliente] porque pues -cómo te puedo explicar- como que aparte de que no lo pagan, pues, por lo mismo que no subo foto de mi cara y cosas así, no cobro más, porque la mayoría cobra entre 800 y 700 pesos.
E: ¿Y tú no muestras tu cara?
TS: Media cara, o sea es así como que... pero no cuando me preguntan, pues por medio de la “discreción” no ha habido tanto, o sea, de que me preguntan.
E: ¿Pero en la página?
TS: En la página nada más, así como que...
E: ¿Pero en WhatsApp sí muestras toda tu [cara] ...?
TS: No, o sea, es más ni me preguntan ni pregunto, o sea quién. El que sea, pongo en anonimato en el aspecto de mi parte, pues no sé quién es, y por parte de ellos por lo que ven en la página.
E: Pero en la página cuando vi tu perfil no tenías foto de cara...
TS: De medio perfil. Hasta aquí... [señala con su mano tocando su nariz] lo que es la nariz.
E: ¿Y por qué no muestras tus ojos?
TS: Por “discreción”, o sea porque pues tampoco quisiera ser tan abierto en ese aspecto y...
E: ¿Piensas que algún conocido pueda entrar [a mileróticos.com]?
TS: Pues no tanto algún conocido, si no yo por querer formalizar una relación luego, o sea de que pues la persona con la que yo ande, o sea no digan ni le digan: “¿sabes qué? tu pareja, o sea yo lo veía en tal lugar”, o sea como que...
En este aspecto, en Estados Unidos los hombres “on the down low” (DL) (McCune, 2014: 4) son aquellos que practican actos sexuales discretos, privilegiando aquellos espacios que son más heteronormados,12 habitualmente, protegiendo u ocultando sus deseos-prácticas homosexuales. El término “DL” se emplea para aquellos hombres que tienen sexo con hombres (HSH13) que no son blancos, usualmente, afroamericanos [y latinos residentes en Estados Unidos (González, 2007: 25)], quienes hacen uso de una política sexual “discreta”. De modo que la vida discreta es una articulación de una política de discreción -no es exclusiva de la esfera sexual- disponible para todos aquéllos que buscan agencia bajo constricciones de vigilancia. Tal término también es evidencia de una selección masculina de pareja que es individual (“discreta”) (McCune, 2014).
Similarmente, en México se ha estudiado -con frecuencia, en investigaciones relacionadas con la epidemia de VIH- a un grupo particular de HSH: aquellos que mantienen una identidad social y sicológica heterosexual, es decir, los mayates -pertenecientes, a menudo, a clases populares- (Parrini y Hernández, 2012). En concreto, en dos comunidades rurales de la costa de Veracruz, El Estero y Las Jaras (los nombres son ficticios), se identificó que la bisexualidad del mayate era encubierta, pero conocida por todos, tolerada y permitida (Hernández, 1998). En ambas comunidades, se reconocía cotidianamente la existencia social del mayate, aunque funcionara como un “secreto a voces” o como algo un poco vergonzoso. Algunos informantes pensaban que todos los hombres tenían que experimentar relaciones sexuales con otro hombre (el homosexual) como parte de su desarrollo normal y muchos hombres relataban anécdotas sobre estas relaciones (justificadas por dinero, embriaguez, intercambio de algún bien o “calentura”). Sin embargo, después del matrimonio, aquellas prácticas bisexuales eran condenadas, de modo que los hombres tenían que hacerlo de forma clandestina (Hernández, 1998, citado en Parrini y Hernández, 2012: 125). En otras palabras, tal trabajo atisba que, en el sureste mexicano, es probable que, al menos en las comunidades rurales, se tolere -aunque de forma encubierta- que los hombres heterosexuales tengan relaciones sexuales con otros hombres.
Cultura sexual maya yucateca
Por su parte, el ars erotica14 fue practicado históricamente por los pueblos mesoamericanos que conciben que el placer erótico tiene una identidad con la tierra, la unión estrecha entre el cuerpo o la carne, y el suelo directamente bajo los pies, esto es, el “pedazo de superficie de la tierra” que el cuerpo habita; con lo cual, “cuerpo y carne” han sido inconcebibles fuera de sus condiciones de existencia terrestres y cósmicas, en pocas palabras, no se puede imaginar la tierra ni el cosmos sin sus dimensiones corpóreas. De modo que sin ellas no se puede pertenecer realmente a la superficie de la tierra. Por ello, probablemente los mesoamericanos desconfiaban de quienes negaban las prácticas sexuales (el celibato), y tal vez las reprobaban (Marcos, 2010: 105).
En el ars erotica maya el “honor” estuvo presente, pues un agudo sentido de valor personal (el orgullo) entre el género masculino maya (y el mesoamericano también) desempeñó un papel importante en contextos de interacción personal (Houston, Stuart y Taube, 2004); en una sociedad guerrera como la maya, los actos de “deshonra” personal se dirigían principalmente a “la carne de mala gana” (Houston, Stuart y Taube, 2004: 872), a saber, los cuerpos que fueron deshumanizados, degradados y privados de todo, salvo de la voluntad de expresar dolor. Al morir, los cautivos no tenían control sobre sus cuerpos o partes del cuerpo, entonces su “vergüenza” era total. La evidencia maya muestra tres niveles para crear un cuerpo “deshonrado”: a) una falta de control y voluntad sobre los actos sexuales, en una forma agresiva de erotismo, comúnmente homoerótico, negando el consentimiento del subordinado completamente, feminizándolo; b) la categorización sistemática de cautivos, como si fueran carne de animales para ser cazada, cortada y preparada, como si fueran venados, exhibiendo sus órganos masculinos, desatentos del pudor humano; y c) los hombres cautivos llegaban a ser materiales de construcción en ciudades enemigas o abono en el suelo de su conquistador, esto es, la forma más completa de degradación (Houston, Stuart y Taube: 872-873).
La mayor diferencia entre el “honor” maya y el mediterráneo, no obstante, sería la poca habilidad para proteger -al menos en el Periodo Clásico- a las mujeres mayas, pues el deber máximo del “honor” mediterráneo se enfoca en la moralidad o sexualidad de familiares femeninos. Además, se tiene evidencia de que la homosociabilidad -probablemente, también de un tipo sexual- en las sociedades mayas prehispánicas era aceptada, por lo que en su imaginería aparecen en abundancia hombres en relaciones de camaradería y afecto. En ese sentido, en el área mesoamericana, existían residencias-internados para varones adolescentes que quizá se pudieron haber caracterizado por permitir actividades homoeróticas (Houston et al., 2006: 209-211). Aunque en la sociedad guerrera maya clásica, los hombres vencedores tenían relaciones sexuales con los hombres derrotados; los primeros fungían el rol activo y los segundos eran pasivos (Sigal, 2000: 40); por ende, los primeros eran masculinos y dignos de honra, mientras que los pasivos eran feminizados y “deshonrados”.
El ars erotica maya tuvo contacto con la scientia sexualis de origen cristiano debido a la Conquista y Colonización de Yucatán. La última fue practicada por los españoles,15 y se la impusieron a los mayas, ya que consideraron a la primera como fuente de enfermedades, condenando y castigando sus prácticas eróticas (Marcos, 2010: 113). La scientia sexualis (ibérica-mediterránea) y el ars erotica maya (peninsular-mesoamericana), por consiguiente, han estado presentes en Yucatán durante los últimos 500 años y, muy probablemente, se han estado modificando mutuamente.
Asimismo, el estatus masculino en las sociedades mediterráneas históricamente16 se ha basado en el honor vinculado al sexo -principalmente en la Edad Media y el Siglo de Oro Español- (Gilmore, 1987). Un hombre era responsable de su honor sólo ante sus iguales, es decir, aquellos con quienes conceptualmente podía competir. El hombre “deshonrado” históricamente, en aquellas sociedades, era aquel que agravaba a otros hombres mediante humillaciones y embustes a hombres y mujeres; en otras palabras, un detractor de los órdenes morales y sociales; y, en sus relaciones sexuales, un casanova17 que se acostaba con mujeres de un particular tipo de color de cabello (preferentemente natural), pero no era hedonista ni adultero; aunque tampoco era considerado un “caballero”. Al ser un atributo también colectivo, los miembros de la sociedad le debían obediencia y respeto a un rey y al jefe de familia de un tipo que comprometía el honor individual sin reparaciones. Las intenciones eran irrelevantes para la identidad de una persona, porque el individuo nacía como hijo y sujeto, no competía ni contraía un acuerdo para alcanzar dichos roles. Por eso, el parricidio y el regicidio eran acciones sacrílegas, pero el homicidio no (Pitt-Rivers, 1965).
Para la segunda mitad del siglo XX, en la Andalucía rural, el “honor” se relacionaba con un término obsoleto y pintoresco, ya que al evocarlo se adjudicaba excelencia, sugiriendo un sentido aristócrata. Empero, ser “honesto” significaba ser confiable y fiable en una sociedad de iguales; el tener “vergüenza” no sólo se basaba en el honor competitivo; la honestidad era una ética social que exigía el cumplimiento escrupuloso de los compromisos sociales. Su referencia contraria era “vergüenza”, si un hombre tenía vergüenza, se decía que actuaba honestamente y cumplía con las expectativas. “Sinvergüenza” y descarado era el hombre deshonesto e inmoral que cruelmente ignoraba las obligaciones y despreciaba la censura pública (Gilmore, 1987: 94-96).
La masculinidad era el fundamento natural de la autoridad y defensa del honor familiar. Por ende, el hombre tenía que defender su honor y el de su familia, convirtiéndose en un atributo exclusivamente masculino, puesto que se relacionaba con la primacía y voluntad de ofender a otro hombre. Si un hombre mantenía su pureza sexual corría el riesgo de que su masculinidad fuera puesta en duda. Por lo contrario, los hombres debían defender la virtud femenina, así, el honor masculino involucraba la pureza sexual de su madre, sus hijas y hermanas, pero no la del hombre. El honor derivaba de la dominación de personas más que de cosas -a diferencia del sistema anglosajón donde el honor derivaba de la posesión material (Pitt-Rivers, 1965)-. Por tanto, el logro de tal honor implicaba [e implica] derrotar o embaucar a otros hombres, con frecuencia en disputas eróticas (Gilmore, 1987: 90).
Algunos trabajadores sexuales entrevistados mencionaron ciertas prácticas y creencias relacionadas con el “honor” masculino; Pirro revela sus razones para no ofrecer tríos con mujeres:
E: ¿Te han pedido tríos con mujeres?
TS: Los niego.
E: ¿Por qué?
TS: Porque soy más... de yo como persona cuidar la salud de las mujeres.
E: ¿De quién?
TS: De cuidar la salud de las mujeres, no sé, si porque tengo madre, hermanas y cuñadas y creo que yo siento que es un respeto más hacia ellas, que estemos haciendo trío, no me gusta, no va conmigo. A pesar de que tengo una mente muy abierta, el trío no va conmigo.
E: ¿El trío con mujeres?
TS: Sí.
Pirro ha llegado a conocer a las esposas de los clientes, aunque tal vez por su honor como hombre, se cuida más al saber que su cliente tiene esposa:
E: ¿Y cómo vas a convivencias familiares? ¿Cómo te presentan?
TS: Como sus parejas.
E: ¿Pero si son heterosexuales y casados?
TS: ...Ah como buenos amigos o como compañeros de trabajo, pero pues que hay una cierta amistad entre nosotros.
E: ¿Y llegas a conocer a la esposa?
TS: Esposa e hijos, abuelas, madres.
E: ¿Y cuando lo empezaste a hacer qué sentías?
TS: En primera yo me pongo a pensar que esa gente no está bien de la cabeza, que sus sueños se exceden van más al límite, y pues, a veces, sí me da mucha pena ver a las esposas cómo les mienten o [a] las mismas familias cómo les mienten. La mayoría de mis servicios son hombres casados los que me contratan, y pues de mi parte sería algo tan feo si yo o alguien más, te niega la enfermedad e infecta al cliente y que el cliente luego infecte a la esposa es una cadena que nunca se acaba. Entonces, lo cual yo sí me pongo a pensar y soy más consciente en cuidarme; y no arriesgarme ni meter a una tercera persona.
No obstante, es muy improbable que el ars erotica mesoamericana, en su variante maya -al menos en Yucatán- tenga la misma configuración que tenía en la época prehispánica; ya que en las comunidades mayas contemporáneas -como en Chacsinkín, Xoy (Peto), Tahdziú y en la ex zona henequenera del norte del estado- la virginidad prematrimonial es muy valorada, y a los hombres mayas se les permite socialmente tener varias mujeres (Quintal y Vera, 2015: 209; Ortega, 2010: 136); a saber, rasgos que denotan el honor masculino de origen mediterráneo. En dichas comunidades, los hombres no se acercan a los centros de salud para pedir métodos anticonceptivos por “vergüenza” -un rasgo del “honor” mediterráneo contemporáneo- a que la gente piense que tendrán relaciones sexuales con trabajadoras sexuales (Vera y Mézquita, 2010: 222).
Asimismo, por “vergüenza” y miedo a ser mal interpretadas por sus parejas -hombres-, las mujeres yucatecas nacidas en los años setenta no exigen el uso del condón, preocupándose por lo que piensen sus compañeros sexuales de ellas. Algunas de ellas manifiestan un miedo latente a ser señaladas y juzgadas por su comunidad. En Yucatán -y en otros centros urbanos mexicanos- hombres y mujeres con VIH/sida junto con sus familias son señalados como desviados morales y viven con un sentimiento de “vergüenza” (Flores, 2015), especialmente los homosexuales (Flores y Torres, 2017).
Durante los últimos dos siglos, el “choque” de aquellos dos tipos de práctica sexual ha producido también -similarmente a lo acontecido en Estados Unidos, debido a que Yucatán también tuvo un sistema de esclavitud abolido hasta la primera mitad del siglo XX- una “sexualidad racializada” cuyo rasgo principal es el provecho estratégico del “silencio”, debido a que nunca ha estado sujeta a aquella articulación discursiva propia de la “sexualidad burguesa”. La violación de la esclava (y a grandes rasgos, del sujeto feminizado y racializado) por su amo era un secreto a voces, con lo cual la primera no desarrolló una discursividad densa. La necesidad de este secreto se entiende por el deseo sexual del amo por la esclava, pues este hecho admite la humanidad de la subyugada, socavando la base de la frontera socioracial, la supuesta inhumanidad del otro (JanMohamed, 1992: 103-104).
En Yucatán, por su historia misma de resistencia etnosexual hacia la colonización extranjera, se ha naturalizado el tener sexo con foráneos o extranjeros para preservar aspectos centrales de la cultura maya, aunque en otros casos teniendo en mente el mismo objetivo algunos mayas sólo se han reproducido endogámicamente (Duarte, 2018).
Por lo tanto, posiblemente, tengamos un tipo de cultura sexual principal,18 es decir, una configuración cultural de scientia sexualis, principalmente, del tipo ibérico-mediterráneo cuyo núcleo central es el honor que se logra mediante disputas eróticas con otros hombres por el control de las mujeres, entrelazada con el ars erotica mesoamericana cuyo rasgo central, también, es el honor que se logra dominando a los sujetos feminizados (no necesariamente mujeres) por medio de disputas eróticas con otros hombres. En las prácticas sexuales entre los trabajadores sexuales y sus clientes locales, en consecuencia, se advierte la discreción de origen mediterráneo estrechamente vinculada con el “secreto y silencio” femenino en torno a las prácticas sexuales. La “discreción” maya-yucateca tiene al “honor” como eje articulador de tales prácticas, y se caracteriza por el secreto y silencio de los sujetos feminizados en torno a la sexualidad. Esto tal vez se deba al binomio “honor-deshonra” (colonial) y, en la actualidad, al binomio “honestidad-vergüenza” presentes en las culturas mediterráneas19 y latinoamericanas.
Por su parte, los medios han difundido, pero también es vox populi, que los hombres mexicanos, a saber, no blancos (anglosajones), que tienen sexo con otros hombres y no se consideran a sí mismos gais, a menudo, sufren de una gran homofobia interna, con lo cual se considera que viven dobles vidas,20 ya que suelen tener esposas o novias y, por ende, siempre se encuentran “guardando las apariencias”; dicho de otro modo, tales hombres viven una vida en el clóset y reprimida, no aceptándose como gais o bisexuales; en ese sentido, su fluidez sexual rápidamente es sujeta a vigilancia y falsas representaciones (Ward, 2015).
Sin embargo, los hombres blancos (anglosajones) pueden recurrir a recursos otorgados por el privilegio del sistema racial -estadounidense-global-, para evitar el estigma homofóbico y asignar un significado heterosexual a las prácticas homosexuales, pues tienen el poder para normalizar y exceptuar sus propios comportamientos, incluyendo sus prácticas sexuales “discordantes” (Ward, 2015: 21). De tal manera que las prácticas sexuales entre hombres heterosexuales blancos connotan vinculación masculina, sentido de pertenencia fraterno, resistencia física o deseo insaciable, pero estas mismas prácticas entre hombres de color son vistas más como “gais” y “feminizadas”.
Así, en contra de las prácticas sexuales premodernas “tradicionales”, es decir, propias del “primitivo”, en el presente se construye reiteradamente la modernidad (e identidad) homosexual en las que participan aquellos no informados del progreso hacia la identidad homosexual, esto es, se construyen en relación con un pasado premoderno europeo antes de que la paridad sexual diera lugar a la salida del clóset de tal identidad. Empero, el paradigma del clóset, en pocas palabras, la narrativa del progreso, ha sido una forma convincente de fijar la identificación homosexual porque, al mismo tiempo que permite su desarrollo psicosexual como persona y el crecimiento y nacimiento de un grupo minoritario sexual legítimo, impulsa fundamentalmente un sendero que marca el umbral entre formas actualizadas de sexualidad y todas las otras obsoletas y anacrónicas; por lo cual dicha narrativa está construida sobre nociones evolucionistas del desarrollo desigual de las razas, oscilando desde la “oscuridad primitiva” hasta la “ilustración civilizada” (Ross, 2005).
En tal sentido, al reconocer construcciones históricas, raciales y étnicas, sociales y de género en relación con las prácticas sexuales, los grupos socioculturales no occidentales tienen la posibilidad de no estar sujetos a alinearse con un orden racial/colonial en nombre de los derechos humanos transnacionales, ya que en muchos lugares un “ranking” de la diversidad sexual implica mucho reconocimiento internacional, económico y político, y como resultado algunos países latinoamericanos son percibidos como progresistas; al distinguir a países entre atrasados o progresistas, las interpretaciones racializadas (de la sexualidad de una sociedad) son recreadas y consolidadas (Vidal, Robinson y Khan, 2018).
Hipersexualidad, salud sexual y riesgo
El 95% (400) de los perfiles observados pertenecen a trabajadores sexuales de diferentes tonalidades de piel morena. De acuerdo con lo observado en sus fotografías y en sus propias descripciones, 54 (60.7%) son morenos, 15 (16.8%) son morenos claros, tres son de piel clara o blancos (3.4%) y 17 (19.1%) no muestran fotos.
En todas las fotografías, los hombres morenos muestran su abdomen, hombros, espalda y nalgas. Las fotografías de cuerpo entero solamente se muestran si el trabajador sexual tiene un cuerpo delgado y atlético y, por lo regular, se encuentra vestido completamente. Si aquél tiene un cuerpo más musculoso, muestra su cuerpo completo, pero vestido con ropa interior. Los tatuajes de estos jóvenes también son mostrados por los trabajadores sexuales, ya que, con frecuencia, relucen en sus fotografías de cuerpo entero. Abundan, también, las imágenes donde el sexoservidor está vestido con un mini-short, unos calzoncillos, una tanga, un suspensorio (jockstrap) o una trusa, poniendo énfasis en sus testículos y pene.
Otras fotografías son más explícitas; se observan el vello púbico, los penes -casi siempre erectos- u hombres vestidos con ropa de color negro, aparentemente, para prácticas sadomasoquistas. También se ven imágenes, en las cuales se distingue una relación anal entre dos hombres, enfocadas en la penetración. Algunas de éstas se centran en: a) el semen saliendo de los penes, o se observa el semen impregnado sobre las nalgas de otro hombre; b) en lo venoso del pene erecto; c) el ano; y d) en las felaciones dadas por un hombre -asumimos que la mayoría de las veces es el trabajador sexual- a otro hombre. En suma, los trabajadores sexuales morenos tienden más a aparecer desnudos y a mostrar las fotos de su pene, ano y pecho.
Se encontró que 61% (256) de los perfiles analizados no hace referencia al uso de condón en las relaciones sexuales. Incluso se ha encontrado anuncios que promueven el “sexo a pelo”. Por ejemplo, un perfil menciona: “tú eliges y así mismo, [tú] decides si quieres [sexo] con condón. Soy fan del sexo húmedo (saliva, sudor, semen y orina) y todas las prácticas guarras en general (excepto scat) [coprofagía]”. Otros anuncios decían: a) “te ofrezco sexo (safe o bb) [seguro o a pelo, bareback (bb) en inglés]; y b) “oral al natural, anal con condón”. Sin embargo, algunos perfiles sí hacen mención del uso de preservativo. En estos perfiles se observan las siguientes frases: “todo con higiene y protección”, “sano”, “limpio”, “me gusta la higiene excesiva” y “todo es con condón”. Es importante mencionar que pocos trabajadores sexuales publicaban sus tarifas, ya que la mayoría prefiere primeramente ser contactado por WhatsApp para “llegar a un acuerdo”.21
Muchos de ellos anuncian qué ofrecen a los potenciales clientes: “... sí me encanta sentir algo adentro. Me puedo adaptar a distintos roles, puedo ser el pasivo en ese momento o el activo. Haz realidad tu fantasía si quieres experimentar cosas nuevas. Mándame un Whats [App], ya que también tengo una vida social en mi trabajo. Por eso pido mucha discreción, visto normal, ropa casual”. El usuario “Pasa por mí ahorita, cogemos donde sea…” dice: “...pasa por mí para que cojamos $200 servicio completo sólo hoy brindo servicio oral y anal, con y sin preservativo, pasa y comemos donde tú quieras puede ser en tu coche, en [tu] baño o en tu lugar”.22 También el usuario “pasivo al 100…” señala: “… manda Whats y disfruta como nunca antes. Soy tu mejor opción, hago de todo y con todos los que gustes”. Asimismo, dos hombres activos ofrecían: “…experimenta con nosotros la masturbación, rimming [anilingus],23bukkake,24fisting,25golden shower26 (lluvia dorada) y otras cosas más. Servicios, sólo oral, sexo completo uno a uno, trío”. Evidentemente, la mayoría no declara en sus anuncios que practica sexo sin penetración, lo que implicaría un mayor costo. No obstante, esta especialización e hipersexualización podría implicar prácticas sexuales de riesgo.
Existen diferentes precios para el “servicio completo” (relación sexual), oscilando desde los 200-250 pesos más el costo de hotel, pasando por los 300-350 pesos; en este caso el cliente pone el lugar, hasta un rango de entre 700 y 1200 pesos. De acuerdo con lo observado, los trabajadores sexuales morenos que pueden cobrar una tarifa aceptable (700 u 800 pesos por el servicio completo) son delgados y jóvenes. Sin embargo, una minoría de trabajadores sexuales con piel blanca y cuerpos tonificados llegan a cobrar hasta 1200 pesos por el mismo servicio, es decir, existe una desigualdad salarial de acuerdo con el color de piel y el tipo de cuerpo, de aproximadamente 500 pesos. Por tanto, un trabajador sexual de piel morena que no sea joven ni posea un cuerpo tonificado, tal vez tenga que ofrecer sexo anal sin condón para poder acercarse a la tarifa del servicio de un trabajador sexual de piel morena que sea delgado y joven, y ya ni se diga de poder acercarse siquiera a lo que cobran los trabajadores sexuales blancos y con cuerpos tonificados.
Hipersexualización, raza e infantilización del hombre maya
Los clientes potenciales, por su parte, suelen solicitar información sobre las especificidades del pene del sexoservidor; esto indica una hipersexualización de estos últimos. Al respecto Aquiles revela:
TS: …Te dicen vi tu anuncio -como tú-, vi tu anuncio y quería información, y ya se la pasas, y ya le digo que rollo... que rol soy; que les ofrezco me piden mucho el tamaño del pene que es bastante importante en este caso cuánto tiempo quieren el servicio y así...
E: ¿Cómo sabes que el tamaño del pene es muy importante?
TS: Porque todos preguntan… todos lo preguntan, o sea no hay cliente; no me ha tocado ni un cliente que me diga [que] así está bien... ya de repente ven las fotos porque eso es lo que llama y todos lo preguntan... “¿de qué tamaño es?, ¿qué tan grueso es?, ¿cuánto aguanta?”; si de verdad se erecta y así... y pues me lo preguntan todo el tiempo.
Por su parte, los clientes aseguraron que al contratar un trabajador sexual basan su decisión en cuán varonil es y en los atributos físicos que posea, enfatizando el hecho de tener un pene grande y un cuerpo tonificado. En tal sentido, Eusebio afirma:
... Podría ser que alguien elija pagar por sexo, o sea pues yo me voy a coger un chavo que esté nalgón, y que tenga abdomen súper definido, o sea que esté súper mamado, y es como igual eso… podría ser... es una de las cosas por las que yo he dicho: ¡ah, bueno!
Aureliano señala que, para contratar un servicio sexual desde la página, el perfil debe mostrar fotografías de su rostro y su pene. No obstante, no hay mucho problema si el sexoservidor no es tan atractivo, siempre que tenga un pene grande:
E: ¿Qué buscas en ellos, algo físico o ...?
C: Sí, o sea su físico y su pene.
E: ¿Pero les preguntas [sobre] el pene o su tamaño del pene?, ¿o cómo?
C: Tienen fotografías.
E: ...pero hay algunos que no muestran
C: Aja, pero ajá si no muestra, pues no me interesa no... Pero me gusta ver el físico, saber que sí me va a interesar y el pene.
E: ¿Entonces, sólo contactas a los que muestran sus fotos de pene?
C: Ajá, o sea tanto cara como pene.
E: ¿Y si hay muchos que no muestran la cara completa?
C: No me interesan esos perfiles.
E: Entonces, te basas en donde se vea la cara, ¿no?
C: Ajá.
E: ¿Por qué?
C: Porque es una relación física y tiene que haber atracción, o sea si estoy pagando mínimo me tiene que gustar.
E: ¿Y nunca te has llevado una sorpresa?
C: ¿Que no me guste?
E: Ajá...
C: ...Es que sí me acordé de uno que su cara no me gustó, pero su pene sí me gustó mucho. Entonces, dije [que] no importa…
Asimismo, algunos trabajadores sexuales afirman que sus clientes acuden con ellos porque lucen infantiles como Ícaro comenta:
E: ¿Por qué crees que ellos [sus clientes] van contigo?
TS: Porque tengo cara de niño [risas].
E: ¿De niño?
TS: Sí, o sea generalmente buscan menores a ellos, un menor de edad.
Similarmente, Pirro asevera que los clientes buscan chicos, esto es, adolescentes o menores de edad que se parezcan a sus hijos:
E: ¿Por qué crees que van contigo [los clientes]?
TS: Pues mayormente porque soy joven o tienen alguna fantasía sexual como si estuvieran con sus hijos.
E: ¿Qué es lo que buscan?, ¿chicos jóvenes?
TS: La mayoría chicos jóvenes. La mayoría con los que he estado me han dicho que los chicos dotados, o sea musculosos, no van con ellos, que los prefieren más comunes.
E: ¿Qué entiendes por comunes?
TS: Como la fisionomía de sus hijos.
Teseo, por su parte, señala que al dar el servicio de escorting (acompañamiento sexual), los mismos clientes los buscan jóvenes y que suelen presentarlo como el ahijado o el primo; a manera de ejemplo, narra con gracia cómo un cliente blanco, güero y de ojos verdes lo había contratado, pero físicamente no había ninguna relación de parentesco:
TS: …Ni que no soy su ahijado ni su primo, pues cómo va a ser un diputado con ojos verdes, güero con este güey todo prieto [risas].
E: [Risas].
TS: Entonces, no hay como ningún parentesco.
Este trabajador sexual sostiene también que los extranjeros suelen buscarlo por su piel morena, pero los (clientes) mexicanos, si bien buscan hombres morenos también, buscan más hombres con apariencias infantiles:
Conclusiones
Los trabajadores sexuales mayas y mayas-mestizos en sus fotos de perfil, ocultan su rostro por discreción, mostrando, al mismo tiempo, su pene, ano y pecho; pero de aquéllos, sólo los delgados y jóvenes pueden cobrar una tarifa aceptable por el servicio completo. Por tanto, un trabajador sexual maya que no posea las mencionadas características, probablemente tenga que ofrecer sexo anal sin condón para poder acercarse a la tarifa del servicio de un trabajador sexual de piel morena, delgado y joven. En otras palabras, desde nuestra perspectiva teórica, los trabajadores sexuales mayas son hipersexualizados e infantilizados y de éstos, los mayores de, aproximadamente, 25 años pueden ser más proclives a tener prácticas sexuales de riesgo “sexo a pelo” por motivos económicos con la probabilidad de adquirir infecciones de transmisión sexual, particularmente la infección por VIH.
Los resultados de esta investigación respaldan que: a) las prácticas sexo-afectivas de los hombres yucatecos son diversas y variables, procedidas de factores etnohistóricos, raciales, sociales y culturales divergentes; y b) que las prácticas sexuales homosexuales entre hombres identificados como “hetero” y hombres identificados como “homosexuales”, “gais” o “bisexuales” ocurren cotidianamente. Finalmente, es pertinente señalar que nadie tiene el derecho de sacar del clóset a un “hetero”, así como por el respeto a la dignidad humana no deben forzarse las relaciones de pareja por conveniencia social o temor al estigma social, lo que lleva a enfatizar que no se puede negar el derecho a que un hombre (o mujer) se case legalmente con otro hombre (o mujer), esto es, el derecho al matrimonio igualitario.