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Estudios de cultura maya

versión impresa ISSN 0185-2574

Estud. cult. maya vol.62  Ciudad de México  2023  Epub 30-Ene-2024

https://doi.org/10.19130/iifl.ecm/62/000xs00146w09 

Artículos

Las sepulturas de Palenque desde la óptica de sus descubridores: de Waldeck a Ruz (1832-1959)

Burials from Palenque, a view from the discoverers: From Waldeck to Ruz (1932-1959)

Luis Fernando Núñez1 
http://orcid.org/0000-0002-5818-7774

1 Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional Autónoma de México, México. Correo electrónico: lfnuneze@gmail.com.


Resumen

A partir de las descripciones que hicieron los exploradores y arqueólogos de Palenque desde mediados del siglo XIX se esboza la idea de que los espacios para los muertos mantuvieron una presencia y relevancia poco reportada para otras ciudades mayas. La imagen que la ciudad mostraba a sus habitantes y a sus visitantes era de una omnipresencia de los espacios de culto a los muertos. Esto es evidente en las cámaras mortuorias con sarcófagos al interior, construidas sobre las fachadas de un importante número de estructuras del área monumental y de los conjuntos periféricos. La intención del presente artículo es rescatar esa imagen de Palenque en donde los espacios para rendir culto a los muertos formaban parte de su identidad.

Palabras clave: sepulturas; exploradores; cámaras mortuorias; cistas; sarcófagos

Abstract

From the descriptions made by explorers and archaeologists of Palenque since the mid-nineteenth century, the idea that the spaces for the dead maintained presence and relevance scarcely reported for other Maya cities is outlined. The image that the city showed to its inhabitants and visitors was that of an omnipresence of spaces for the cult of the dead. This is evident in the mortuary chambers with sarcophagi inside, built on the facades of an important number of structures in the monumental area and the peripheral complexes. The intention of this article is to rescue that image of Palenque in which the spaces to render cult to the dead were part of its identity.

Keywords: burials; explorers; mortuary chambers; cysts; sarcophagi

Introducción

En el presente artículo se relata la historia de cómo se ha conformado una de las mayores y más importantes colecciones de contextos mortuorios del Área Maya. Debido a sus particularidades, algunas sepulturas de Palenque han llamado la atención -tanto de los expertos como del público- a lo largo de tres siglos de descubrimientos e investigaciones.

Las primeras noticias sobre la existencia de una colosal ciudad perdida en la selva chiapaneca, mudo testimonio del elevado nivel de desarrollo alcanzado por algunas de las sociedades prehispánicas, se dieron a mediados del siglo XVI, lo que despertó el interés de incipientes sociedades de geógrafos y anticuarios regionales.

Sin embargo, fue hasta el siglo XVIII cuando comenzó un continuo peregrinar de personajes -principalmente extranjeros- que, movidos por el llamado de una gran aventura y de atestiguar los prodigios de las antiguas civilizaciones perdidas, sortearon toda clase de peligros y periplos para adentrarse en una selva hostil y remota, conformando así la imagen clásica del explorador y anticuario que dará la forma a lo que hoy llamamos la arqueología científica.

Dicho lo anterior, se debe aclarar que con esta crónica no se intenta hacer otra historia de las exploraciones de Palenque. Sobre ese tema existe una extensa y apasionante bibliografía (De Pedro, 2014; Díaz, 2009; Esponda, 2011; González, 2015; Griffin, 1974; Paillés y Nieto, 1993; Romero, 2010; 1997). Lo que se pretende mostrar, en primer lugar, es la manera en la que se ha conformado una colección de contextos mortuorios para un mismo sitio por un largo periodo. En segundo lugar, se intenta rescatar la impresión que tuvieron los primeros visitantes de las ruinas en la que se describe una ciudad en la cual los recintos para los muertos eran omnipresentes.

El rasgo más notable de Palenque, en términos mortuorios, mencionado en las diferentes descripciones referidas en el presente documento, es la gran cantidad de cámaras funerarias adosadas a la mayoría de las estructuras que se observaban en la ciudad, tanto en el centro ceremonial como en la mayoría de los conjuntos arquitectónicos periféricos (véase la Figura 1).

Figura 1 Plano de Palenque con el área donde se concentran las estructuras mencionadas en el texto. Tomado de Barnhart (2005: 2, Mapa 1) y modificado por el autor. 

La mayor parte de dichas cámaras han desaparecido con el paso del tiempo y esa imagen de Palenque como una ciudad donde los espacios para los muertos estaban a la vista de todos, ha quedado en el olvido. Esta sensible pérdida se debe a varios motivos: la tala inmoderada que sufrió la parte monumental del sitio, que derivó en el colapso de numerosos edificios, la falta de mantenimiento y el saqueo descontrolado.

También es nuestro interés mostrar la manera en que las características de tratamiento, enterramiento y manipulación de cadáveres se fueron definiendo para Palenque y cómo se comenzaron a establecer comparaciones con colecciones procedentes de otras antiguas ciudades mayas conforme iban siendo exploradas.

Sin lugar a duda, dos de los más importantes descubrimientos arqueológicos en el Área Maya han ocurrido en Palenque y, en ambos casos, hablamos de sepulturas. Los hallazgos de la tumba de K’inich Janaab’ Pakal, en la cámara mortuoria del Templo de las Inscripciones y en el sepulcro de su esposa, la señora Tz’ak-b’u Ajaw, dentro de una cámara al interior del Templo XIII, catapultaron la fama de Palenque, no sólo entre los especialistas, también entre el público a nivel mundial. No obstante, ha habido una escasa difusión sobre el resto de los contextos mortuorios palencanos que se han venido descubriendo y describiendo desde las primeras décadas del siglo XVIII y cuya importancia no es menor.

En este trabajo, resulta de particular interés atraer la discusión especializada sobre el tema de las prácticas mortuorias palencanas. Éstas están caracterizadas por una fuerte estandarización de algunos componentes como: la manera de elaborar los contenedores, el acomodo formal de los contenidos (restos óseos y objetos asociados) y el frecuente mantenimiento de actividades rituales en torno a las sepulturas, que es evidente en la manipulación secundaria de los espacios y de los contenidos mortuorios.

Planteamiento del problema

El creciente interés en el estudio de las prácticas mortuorias mayas del Clásico ha proporcionado un enorme corpus de sepulturas excavadas durante las últimas tres décadas. Además de los nuevos hallazgos en las grandes urbes del Clásico como Tikal (Becker, Haviland y Jones, 1999), Copán (Gerstle y Sanders, 1990) y Caracol (Chase, 1998), hay un incremento notable en el estudio de sitios secundarios que han arrojado también un gran número de sepulturas, como es el caso de Piedras Negras (Houston et al., 2005), Bonampak (Tovalín, Montes de Paz y Velásquez, 1998), el Perú (Eppich, 2007) y Chinikihá (Núñez, 2011).

En su mayoría, las nuevas colecciones cuentan con un registro arqueológico más detallado, favoreciendo el análisis con más información. Las líneas de investigación que se derivan del estudio de las sepulturas y sus contenidos proporcionan diferentes tipos de información sobre aspectos como la dieta, condiciones de salud, movilidad, genética, demografía, estructura social y las prácticas y creencias en torno a la muerte (Webster, 1997).

Esta situación hace necesaria la revisión de la información mortuoria recuperada a lo largo de décadas, e incluso siglos, en las grandes capitales mayas del Clásico para analizarla mediante las nuevas técnicas arqueométricas y una metodología interpretativa en la que la información epigráfica e iconográfica juegan un papel relevante (Eberl, 2005: 23).

En el marco del proyecto “Las Sepulturas de Palenque” nos hemos dado a la tarea de reunir la mayor cantidad de la información escrita sobre las sepulturas de este sitio desde el siglo XVIII; la cual se encuentra dispersa en abundantes publicaciones, documentos de archivo e informes de campo. Al igual que los numerosos restos humanos y demás materiales palencanos de uso mortuorio que están diseminados en diferentes laboratorios, museos y almacenes.

Con la información disponible se ha elaborado una base de datos que contiene la información de 217 sepulturas y otros contextos mortuorios excavados en Palenque, desde los sepulcros descritos por Thompson (1896) y Holmes (1893) en 1885, hasta los contextos mortuorios excavados en Grupo IV por el Proyecto Regional Palenque, dirigido por Rodrigo Liendo desde 2016 (Núñez, 2019).

Por lo anterior, a continuación, se hará una descripción de las exploraciones de sepulturas desde Frédéric de Waldek en 1832 hasta las excavaciones de Alberto Ruz, que concluyeron en 1958.

Y emergió de entre la selva

El 13 de noviembre del año 799 d. C., 09.18.09.04.04 de la cuenta maya, se registró el último acontecimiento narrado en las inscripciones de Palenque (De la Garza, Bernal y Cuevas, 2012: Apéndice 2, 298-299). A partir de este momento la ciudad comenzó a perder significativamente su población, colapsaron los poderes y se abandonaron varios sectores de la urbe. Progresivamente quedó vacía y la selva reclamó el espacio sobre el que la imponente ciudad que, desde su fundación hasta su abandono, permaneció como una de las principales capitales mayas por casi un milenio.

Tendrían que pasar más de 760 años para que la esencia de Palenque fuera nuevamente plasmada en un texto. En 1567 el sacerdote Pedro Lorenzo de la Nada, fundador del actual pueblo de Palenque -traducción al español de Otulum, término en ch’ol que significa ‘sitio cercado o lugar fortificado’ (De la Garza, Bernal y Cuevas, 2012: 21)-, hace la primera referencia a las ruinas, de donde se toma el nombre (Romero, 1997: 10).

La primera etapa de exploración de las ruinas de Palenque corresponde con un creciente interés por el conocimiento, motivado por las ideas de la Ilustración en Europa. Las diferentes potencias económicas y militares emprendieron una nueva etapa colonial en Asia, África y en las Islas del Pacífico, detonando el interés de exploradores y aventureros en busca de riqueza, fama y el prestigio de mostrar al mundo las magnificencias de las antiguas civilizaciones ya perdidas.

En el caso de Palenque, esta etapa se inicia en 1746 cuando Antonio de Solís y sus hermanos hacen una visita a las ruinas. A partir de ese momento, hay una sucesión de personajes que directa o indirectamente quedaron maravillados con los misterios develados en las ruinas, como fue el caso de los emperadores españoles de aquellos tiempos; la Corona española patrocinó en 1787 la exploración del capitán Antonio del Río y la del coronel Guillermo Dupaix, en 1807 (Romero, 1997: 10-13).

Y volvieron los muertos para contarnos una historia

El mérito de ser el primero de los exploradores de Palenque en hacer mención del descubrimiento de un sepulcro es para Jean Frédéric de Waldeck, quien exploró las ruinas en 1832. El también llamado Conde, refiere el hallazgo de una sepultura dentro de una galería de lo que él llamó El Templo del Palacio (Waldeck, 1838: 74).

El dato es mínimo, pues no menciona ningún detalle del contexto. Además, la supuesta ubicación del hallazgo es problemática, ya que en exploraciones posteriores se han encontrado escasos restos humanos en el conjunto de estructuras que conocemos hoy como El Palacio de Palenque. Por otro lado, la mayoría de los que se han reportado para ese espacio no corresponden con la época de ocupación principal del sitio, sino que son posteriores. Hay dos posibilidades: a) que se refiera a otro lugar, o b) que se trate de un evento funerario durante alguna ocupación post-abandono dentro del mencionado monumento, como se verá en ulteriores hallazgos.

El segundo explorador en describir sepulcros palencanos fue Desiré Charnay, quien visitó las ruinas en 1858 y 1861 (Griffin, 1974: 13). En estas visitas encontró dos conjuntos de pequeñas cámaras mortuorias en dos áreas de la ciudad que contenían sarcófagos en su interior.

En un grupo de edificios compuestos por diminutos compartimentos que se usaban como tumbas… Estos pequeños monumentos fueron construidos con piedras sin cementar y se encontraban en buen estado de conservación. Las tumbas medían 6 pies y 7 pulgadas por 1 pie 8 pulgadas a 1 pie 9 pulgadas de ancho; ocuparon el centro de las habitaciones y se construyeron con lajas; los cuerpos fueron encontrados con dos grandes vasijas de fondo plano, ornamentados con una pequeña flor hundida, idénticos a los encontrados en Teotihuacan (original en inglés, traducción del autor) (Charnay, 2013: 258).

El primero de los conjuntos de cámaras lo encontró cruzando el río, a la altura del Templo del León, hoy conocido como el Bello Relieve. De acuerdo con el plano de Palenque, podría referirse a una sección de las Terrazas Schele o al área de la Estructura XXII de la Acrópolis Sur. El otro conjunto lo ubica al norte del Templo de las Inscripciones. Podría referirse al Grupo Norte o al Grupo A.

Aunque de manera muy general, la descripción que nos proporciona el explorador es consistente con las características espaciales de otras cámaras que serán confirmadas por las subsiguientes misiones arqueológicas en Palenque: la amplia presencia de cámaras con sarcófagos en su interior, así como la coincidencia en la descripción de los contenidos de éstos.

Desiré Charnay visitó por segunda ocasión las ruinas alrededor de 20 años después, en esa ocasión se impresionó por el deterioro acelerado de las estructuras y por el saqueo (Charnay, 2013: 73). En el sitio se encontró con autoridades del Gobierno de México que, consiente de la importancia del sitio, se prestaba a favorecer su conservación.

En una curiosa publicación que data de 1880 se hace referencia a una expedición mexicana a Palenque. Las noticias procedentes de las célebres ruinas motivaron que el propio gobierno enviara una misión de reconocimiento y rescate de las estructuras, evento que ha pasado inadvertido para la mayoría de los estudiosos de la historia de las exploraciones de Palenque (De Pedro, 2014; Díaz, 2009; Esponda, 2011).

La información sobre esta particular exploración es escasa y, aparentemente se encuentra dispersa, pero se puede reconstruir una parte de la historia con lo que disponemos. Se trata de una carta escrita por M. S. Rodríguez desde Palenque y dirigida al Gral. Vicente Riva Palacio, el célebre militar, político y literato, que había sido nombrado secretario de Fomento, Colonización, Industria y Comercio de la República Mexicana en aquel entonces.

En la misiva, Rodríguez menciona que se encuentra cumpliendo la encomienda de la revisión estructural de los edificios, así como la procuración de elementos escultóricos que se encontraban en riesgo de desaparecer. La carta se publicó en el periódico El Siglo Diez y Nueve el 15 de enero de 1880 y fue fechada en Palenque el 6 de diciembre de 1879 (Díaz y de Ovando, 1987: 179 y 187).

La parte interesante de la carta es la descripción del interior de un montículo que contiene una cámara mortuoria dividida internamente en seis cubículos, el emisario ingresa en una de ellas y excava lo que con toda certeza es una cista, enterrada unos 50 cm por debajo del piso de la cámara, y la describe con una cubierta de lajas y muros bajos de mampostería. El contenido esquelético fue alterado, pues el personaje cayó adentro del contenedor aplastando los restos y las vasijas que se encontraban en el interior (Díaz y de Ovando, 1987: 185).

En el resto del texto da a entender que ha habido más comunicaciones sobre el estado de las ruinas con el General Riva Palacio en el pasado y que hubo más cartas y reportes posteriores que, por el momento, permanecen perdidos.

La visita de Alfred Maudslay a Palenque

Alfred Maudslay trabajó en Palenque entre 1890 y 1891. Su aportación al conocimiento de sepulturas es relevante, pues tanto los hallazgos como sus descripciones fueron prolíficas, dotándonos de importante información. La impresión causada por sus hallazgos a lo largo del sitio, en especial aquellos en materia mortuoria, lo llevó a sugerir que las estructuras de la parte central del sitio fueron dedicadas como templos o como tumbas.

Las estructuras dentro del área comprendida en el plano parecen haber sido de dos clases solamente, templos y tumbas. El llamado Palacio y casi todos los edificios sobre el suelo que aún se encuentran en pie eran casi con certeza templos y los montículos en las laderas sobre ellos son casi todas tumbas, y tumbas similares cubren un gran espacio de tierra en todas las direcciones (texto original en inglés, traducción del autor) (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 10).

También llamó su atención, al igual que a Charnay, la abundancia de cámaras mortuorias en los conjuntos de estructuras que rodean las plazas principales de la ciudad. Hacia el noroeste de El Palacio, seguramente en los grupos J, Galindo y A, menciona numerosos montículos con cámaras mortuorias alternados con estructuras de uso residencial (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 10).

Los accesos a dichas cámaras, visibles desde los laterales, conducían al interior de algunos montículos que culminaban en cuartos abovedados. El explorador destaca que, en varios casos, éstas se dividían en cubículos internos, como si de panales de abejas se tratara. Esta descripción coincide con la que da la expedición mexicana de Rodríguez. Adicionalmente, menciona que la mayoría de los accesos se encontraban tapiados.

En la descripción general que da Maudslay de los contenidos de los cubículos refiere la frecuente presencia de sarcófagos o recipientes de piedra para el muerto, construidos sobre el piso de las cámaras, en otros casos los esqueletos se encontraban recostados sobre lajas o plataformas bajas estucadas. Y, más interesante aún, que las excavaciones que se hicieron en los pisos de algunos de esos cubículos derivaron irremediablemente en el descubrimiento de restos humanos, adornos y vasijas (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 10).

En las excavaciones realizadas en El Palacio, este explorador encontró tres esqueletos mezclados entre el escombro con el que fueron rellenados una serie de nichos que forman la base de una plataforma baja que une las casas C y D en el límite norte del Patio Oeste. Por el contexto, el explorador concluye que corresponden con la etapa post-abandono del asentamiento (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 19).

En la ladera suroccidental del Templo de la Cruz, a dos tercios de la distancia hasta la cima del montículo, encontró un conjunto de cámaras mortuorias que ya habían sido abiertas, sin aportar más detalles sobre el caso. Los vestigios de esas cámaras se aprecian el día de hoy sobre el lado izquierdo de la fachada sur del templo y, en una de ellas, el explorador nos asegura haber encontrado un sarcófago de lajas rectangulares y bien cortadas.

En su opinión, el contenido de dicha sepultura había sido robado y sólo permanecían fragmentos de jadeíta, pero destaca que el sarcófago estaba recubierto con abundante polvo rojo en sus paredes internas y piso (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 27, Lámina LXVI).

Otra cámara mortuoria de notoriedad fue descubierta cerca del Templo de la Cruz. Sobre una plataforma que hoy se conoce como Templo XV, Maudslay encontró una gran laja rectangular que cubría el acceso a una escalinata que descendía hacía la cámara, en el interior de la estructura. La cámara ya había sido ingresada en otra época a través de una apertura excavada sobre uno de los lados.

Después del descenso se llega a un pasillo o antecámara, en el interior, de frente, se presentan tres accesos a igual número de cubículos. Tanto el del lado izquierdo como el del centro tuvieron tapias en sus entradas. Sobre el piso y al centro del cubículo central había un sarcófago elaborado con finas lajas rectangulares recubiertas de estuco en sus paredes exteriores y espolvoreadas con pigmento rojo los interiores, el contenido ya había sido removido en el pasado (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 32).

Finalmente, describe la cámara subestructural del Templo del Jaguar (hoy Bello Relieve), la cual ya encuentra vacía y despojada del célebre tablero descubierto por Charnay medio siglo antes. Al igual que su antecesor, explora las estructuras de las Terrazas Schele en el sector sureste de la ciudad. Allí, coincide en que los montículos contenían un gran número de pequeñas cámaras, algunas con banquetas y otras con pasillos de acceso, todos tapiados. El explorador piensa que todas estas cámaras fueron usadas como sepulturas y señaló el área en su plano como “montículos de los sepulcros” (Maudslay, 1889-1902: vol. IV, 33).

William Holmes fue el último de los célebres exploradores que visitaron Palenque antes de que finalizara el siglo XIX. Su efímera visita de tan sólo cuatro días fue realizada a principios de 1885. Durante este periodo, el explorador se dedicó a describir los rasgos arquitectónicos y espaciales del núcleo central del asentamiento, a su vez encarga algunas excavaciones menores. En cuanto a las sepulturas, Holmes comisionó su exploración y registro a Edward Thompson, quien lo acompañó durante esta aventura (Holmes, 1893, vol. I, 152 y 206).

Thompson eligió dos espacios ya conocidos de Palenque para realizar las excavaciones. El primero fue en la fachada suroeste del Templo de la Cruz, en el mismo lugar donde Maudslay reportó las cámaras mortuorias. El otro lugar que exploró fue la cámara subestructural del Templo XV (Thompson, 1896).

En el área de las cámaras mortuorias del Templo de la Cruz descubrió una serie de tumbas selladas, destruidas por la actividad de raíces y el colapso de la estructura. Sin embargo, encontró una intacta y su descripción resulta ilustrativa por no contar en la actualidad con dichos elementos arquitectónicos.

La cámara era un pequeño cuarto rectangular con techo abovedado, con dimensiones de 2 m de longitud × 1.83 m de ancho y 2.14 m de altura. Encontró evidencia de que estuvo completamente estucada en su interior (Thompson, 1896: 3).

En el centro de la cámara se encontraba un sarcófago, elaborado con lajas rectangulares finamente labradas y con dimensiones de 1.52 m de largo × 0.61 m de ancho y 0.46 m de altura. Colocada sobre la tapa del sarcófago encontró la efigie de un guerrero, quebrada intencionalmente cuando fue dejada como ofrenda (Thompson, 1896: 4).

El contenido del sarcófago consistió en dos esqueletos altamente erosionados, que se destruían con el contacto. Uno de los esqueletos se encontraba recostado sobre un lado, con los brazos y rodillas flexionadas hacia la barbilla. La disposición del otro fue imposible de determinar debido al deterioro de los elementos óseos. En cuanto a los objetos asociados, se recuperaron una pequeña jarra de barro, una vasija en forma de cuenco, algunas cuentas de jade y un malacate inciso de jade (Thompson, 1896: 4).

También observó la presencia de más cámaras en la base norte del Templo de la Cruz, de las cuales ya no se conservan vestigios hoy en día (Thompson, 1896: 3).

En la cámara mortuoria del Templo XV, Thompson hace una descripción arquitectónica similar a la dada por Maudslay. Se desciende por seis escalones para llegar al piso de la cámara, en la cual aún existía una tapia hacia el muro oeste. Asegura que la cámara estuvo completamente estucada, aunque el acabado ya se había desprendido de techos y muros casi en su totalidad.

En cuanto a los tres cubículos descritos por Maudslay, este autor amplía la información, relatando que cada acceso mide 1.63 m de largo × 0.76 m de ancho y que se encontraban previamente tapiados, aunque durante su visita ya habían despejado las entradas.

En el primero de los cubículos, el que se ubica más al este, encontró un esqueleto acomodado directamente sobre el piso en supinación y con el cráneo orientado hacia el norte, acompañado por un vaso de cerámica junto al hombro derecho.

En el segundo cubículo, similar en dimensiones y apariencia al anterior, Thompson describe el sarcófago de lajas mencionado por Maudslay como saqueado. Sin embargo, en esta ocasión nos describe un contenido. Según el autor, había un esqueleto acompañado por dos vasijas, dos navajillas de obsidiana y un malacate de cerámica.

En el tercero y último cubículo, similar en tamaño y forma a los precedentes, Thompson describe un contenedor inusual. Se trata de dos grandes lajas de piedra que, a modo de tienda de campaña, descansaban una sobre el borde de la otra y con los laterales cubiertos por una laja más pequeña, todas aseguradas por cemento en su sitio. Este peculiar sarcófago contenía un esqueleto colocado sobre el piso del cubículo en supinación, con una vasija asociada.

Por último, en la esquina suroeste de la cámara principal se encontró otro esqueleto orientado con la cabeza hacia el oeste, con una vasija colocada cerca de su hombro izquierdo. Y otro más en la parte oeste de la cámara que está separada por un medio muro. El esqueleto también fue colocado sobre el piso (Thompson, 1896: 4-6).

Las sepulturas de Palenque durante la primera mitad del siglo XX

El arqueólogo danés Franz Blom fue el primero en hacer una intervención profesional en las ruinas de Palenque en el siglo XX. Su visita se debió a un encargo de la Dirección de Antropología de la Secretaría de Agricultura y Fomento de México, institución del nuevo régimen político mexicano emanado de la Revolución de 1910, con el objetivo de realizar un reconocimiento y determinar una estrategia de conservación para las ruinas (Blom, 1991: 229).

Durante su estancia, de finales de 1922 hasta marzo de 1923, Blom realizó un recorrido extenso por el sitio, complementando y agrandando el plano iniciado por Maudslay. Numeró la mayoría de las estructuras, nombrándolas tal como se conocen hoy en día. En su informe, el arqueólogo hace una descripción exhaustiva de los principales monumentos del área central y de las áreas periféricas. Al respecto, destaca su labor de identificación de los hallazgos de los anteriores exploradores y ubicarlos en el mapa (Blom, 1991: 172).

Al igual que sus antecesores, Blom quedó impresionado por las sepulturas palencanas. En primer lugar, destacó la abundancia de las cámaras mortuorias o sepulcros, como él los llama, y su amplia distribución por toda la ciudad. La alta frecuencia con que éstas se presentaron también lo inclina a pensar que Palenque tuvo una función de ciudad sagrada o de un inmenso cementerio (Blom, 1991: 170).

Las cámaras mortuorias reportadas por Blom se encontraban en su mayoría abiertas, ya fuera por colapso o por saqueo. A pesar de eso, hace un análisis y establece que en ningún caso el diseño arquitectónico de éstas fue igual. Observó diferencias en el arreglo de los accesos y en la construcción de cada cuarto o cámara. Sin embargo, nota que éstas están siempre orientadas hacia el norte-sur y reconoce por primera vez el patrón de cráneos orientados al norte que caracteriza el acomodo de los esqueletos dentro de las sepulturas de Palenque (véase la Figura 2).

Figura 2 Ejemplos de plantas de cámaras mortuorias reportadas por Blom, sin escala (Blom, 1991: Figuras 112, 114, 118 y 119), redibujadas por el autor. 

En su recorrido por la periferia, Blom confirma la presencia de numerosas cámaras mortuorias en los conjuntos arquitectónicos que se ubican en las laderas, y que delimitan tanto al norte como al sur el área nuclear. En el grupo de estructuras que hoy se conocen como Grupo XXIII o Terrazas Schele, en el límite sureste del sitio, encontró las cámaras que ya habían descrito Charnay y Maudslay y levantó un plano de la estructura principal, ubicando dos cámaras mortuorias semidestruidas (Blom, 1991: 146).

Describe que, en otros sectores al sur, también observó cámaras destruidas. Así lo refiere para la Estructura XXV en el Grupo Bosque Azul y para otra ya saqueada en un conjunto de estructuras en la parte sur del Grupo H (Figura 2, tercera de izquierda a derecha), que contenía otro sarcófago al centro de una angosta cámara abovedada (Blom, 1991: 152).

En la ladera al norte, debajo de la planicie principal, la alta frecuencia de cámaras lo llevó a describir el área como “un cementerio muy grande”, pues registró sepulturas en varios sectores como el Grupo G, el B y el C, pero la mayor concentración de éstas la ubicó en torno al Grupo A, situado en la ladera norte, ligeramente al este y que hoy se conocen como Grupos I y II. En ese conjunto de estructuras describió cinco sepulcros, cuatro de ellos intactos (Blom, 1991: 164-166).

El sepulcro 1 descubierto por Blom consistió en una cámara con acceso mediante un corredor y antecámara. Tenía al centro un sarcófago estucado, pero cubierto con derrumbe, por lo que no se abrió. El segundo sepulcro, a poca distancia del primero, estaba parcialmente saqueado, pero encuentra intacto otro sarcófago, con un esqueleto colocado directamente sobre la cubierta de lajas (Blom, 1991: 172).

Los sepulcros 3 y 4, también del Grupo A, son dos cajas de piedra calcárea rellenas con tierra, que quedaron parcialmente al descubierto por el paso de personas y animales de carga por el camino que asciende del Pueblo de Santo Domingo (hoy pueblo de Palenque) al sitio arqueológico.

A pesar de haber sido parcialmente alteradas por el continuo transitar, describe que las cubiertas de dichas cistas consistían en dos capas de piedras, separadas entre ellas por una mezcla de cal.

Los muros laterales de estos contenedores se elaboraron con piedras labradas formando hileras y pegadas con cal, como suelo había grandes fragmentos de lajas delgadas. También describe para cada una de ambas sepulturas la presencia de un nicho, en la parte suroeste de la cista. Aunque el contenido se encontraba alterado, describe huesos, vasijas fragmentadas, malacates y objetos de obsidiana (Blom, 1991: 174).

También encontró una cámara de mayores dimensiones, la S-5 a la que se accedía por un pasillo orientado al este, que desemboca en dos cubículos orientados de norte a sur. En cada uno de los espacios se encontraban dos sarcófagos haciendo un total de cuatro (Figura 2, extremo derecho). Los dos del lado sur estaban debajo de material de derrumbe y el par del lado norte ya había sido vaciado de su contenido. La descripción coincide con otros sarcófagos.

Otro sepulcro encontrado en la parte oeste y al pie del Grupo I consiste en una cámara en la que se descendía mediante una escalinata a una pequeña antecámara seguida de un cuarto abovedado. En el piso había una gran laja rectangular que descansaba sobre otras lajas cilíndricas a manera de soporte. Sobre esta plataforma estaban los restos degradados de un esqueleto y una serie de objetos asociados a éste (Figura 2, segunda de izquierda a derecha). La laja que servía de lecho tenía colocados a lo largo de todo el borde pequeñas piedras pegadas con cal (Blom, 1991: 176).

En otras referencias a cámaras mortuorias, Blom cuenta que al norte y al pie del Templo de la Cruz se ubicó un conjunto de pequeños montículos, en uno de ellos pudo ver el acceso a otro sepulcro al que accedió por medio de una escalinata que desciende a una antesala, pero la cámara se encontraba rellenada por un colapso del techo. La referencia a estas cámaras también fue hecha por Thompson, aunque de forma vaga.

El danés ingresó también a la cámara del Templo XV y refiere que el sarcófago de la cámara central, descrito por Maudslay y Thompson, aún se encuentra en su sitio (Blom, 1991: 180).

Una primera síntesis

Pocos años después de la campaña de Blom en Palenque se publicó el primer artículo de corte antropológico sobre el tema de las sepulturas en el área maya. Owen Ricketson publicó en 1925 el ensayo “Burials in the Maya Area” en la revista American Anthropologist. En este trabajo, el autor hace una crítica de la escasa información disponible pese a que para ese entonces ya se contaba con un corpus numeroso de sepulturas procedentes de diversos sitios arqueológicos mayas.

En esta síntesis se describen y comparan las características de enterramiento de lo que hasta entonces se sabía sobre sitios como Baking Pot, Copán, Chichén Itzá, Río Hondo y Tulum entre otros sitios mayas; incluso integra información de las tumbas de Monte Albán en Oaxaca. Sobre Palenque destaca como características principales la omnipresencia en el sitio de cámaras abovedadas que contenían sarcófagos, cistas y esqueletos (Ricketson, 1925: 383-386).

Ricketson critica en su comentario final el limitado alcance de las exploraciones en el área maya, si bien las considera incipientes y de naturaleza exploratoria. Exhorta a los futuros investigadores a sistematizar la información y asegurar la preservación de los restos óseos. La conclusión del autor es que las diferencias encontradas entre los distintos tipos de sepulturas son la evidencia de que entre los mayas existió un sistema de castas (Ricketson, 1925: 381).

Las sepulturas en la etapa en que el Estado mexicano se hace cargo de Palenque

Alberto Escalona Ramos llega en 1933 a hacer un inventario del estado de conservación de los edificios. Sus noticias son del todo desalentadoras, pues el estado de destrucción ponía en riesgo la estabilidad de lo poco que quedaba en pie de la colosal arquitectura palencana. Como ejemplo, al multicitado Templo XV lo describe como totalmente destruido, conservaba sólo dos de sus muros (Escalona, 1991: 101).

Encuentra vestigios de los sepulcros de Maudslay y Blom en lo que hoy conocemos como el grupo Otulúm y aquellos junto a la fachada norte del Templo de la Cruz (Escalona, 1991: 106).

En 1934 toca el turno a Miguel Ángel Fernández, quien encuentra tres esqueletos alrededor de la torre del palacio, debajo del derrumbe y colocados sobre un piso, que muy probablemente corresponden a la etapa posterior al colapso de la ciudad (Escalona, 1991: 165).

En 1936 el arqueólogo visita La Picota, donde encuentra montículos y sepulcros (Fernández, 1991a: 204). Y en 1945 desmontó la terraza y gran parte de los sepulcros que estaban en el lado norte del basamento del Templo de la Cruz, descritos por Charnay, Thompson y Blom, habiéndose dado cuenta de que casi todos estaban destruidos y saqueados (Fernández, 1991b: 325).

Para 1940 las excavaciones en Palenque recaen en Roque Ceballos Novelo y Heinrich Berlin. Estos arqueólogos describen en su informe que, en un tramo del camino que se acondicionaba para facilitar el ascenso al sitio, encontraron una tumba (se trataba de una cista) con restos óseos, fragmentos de cerámica y una aguja de hueso, que fue vuelta a tapar. Fue numerada como Tumba 3, por estar tan sólo a 35 pasos de las dos cistas excavadas y reportadas por Blom en el camino que viene del pueblo de Palenque. Se trata de una cista de mampostería con cubierta de varias lajas y fondo parcialmente enlajado. La cubierta se encontraba colapsada, mas no estaba saqueada (Ceballos, 1991: 333).

En la sepultura había varios restos óseos que aparentemente pertenecieron a un solo individuo, completamente recostado con la cabeza hacia el norte. Al pie del esqueleto se hallaban otros huesos de costillas chicas y una vértebra que interpretaron como restos de perro. A la derecha del esqueleto había otros huesos, como un gran fémur y una cabeza de niño con su dentadura ya desarrollada, más algunos otros huesos no identificables (Berlin, 1991: 370).

A la altura de la rodilla izquierda del personaje principal se localizó un vaso de barro rojo y una aguja de hueso junto al cráneo (Berlin, 1991: 373).

El otro hallazgo de esta temporada fue una cámara grande compuesta de tres largos corredores con una serie de tapias, ubicada a unos 10 minutos caminando hacia el poniente, detrás del Templo del Conde, dentro del conjunto J de Blom (Berlin, 1991: 379), aunque no aportan ninguna descripción o evidencia de que fuera realmente una tumba.

La era de Alberto Ruz y el primer proyecto arqueológico de larga duración en Palenque (1949-1958)

El paso de Ruz por Palenque, a lo largo de 10 temporadas continuas de excavación, fue sumamente prolífico en cuanto a la liberación y consolidación de las principales estructuras del área nuclear del asentamiento. Ruz fue comisionado por la Dirección de Monumentos Prehispánicos del Instituto Nacional de Antropología e Historia. Presentó un proyecto que comprendía el estudio de la arquitectura, inscripciones, escultura, modelado, cerámica y de los restos óseos procedentes de las sepulturas (Ruz, 1952a: 49).

Respecto a estas últimas, los descubrimientos de Ruz muestran un claroscuro en cuanto a la calidad y cantidad de información con que éstas fueron registradas. En un extremo se ubican los espectaculares hallazgos de cámaras mortuorias al interior del Templo de las Inscripciones y el Templo XVIII-A, cuyos contextos fueron profusamente descritos en los informes de campo (Ruz, 1955; 1962).

También describe de manera sistemática el hallazgo de sepulturas, principalmente cistas, debajo de los pisos de los aposentos superiores de cinco templos (XII, XIII, XVIII, XVIII-A y del Conde). El resto de las sepulturas, encontradas en los llamados grupos funerarios y entre el escombro de diferentes edificios, fueron pobremente descritas en los informes arqueológicos.

De la época de Alberto Ruz en Palenque existe registro en los informes y en otras publicaciones contemporáneas sobre alrededor de 40 sepulturas, aunque es probable que se hayan encontrado más, pero fueron omitidas en los reportes de campo. A continuación, se presenta la información siguiendo la secuencia cronológica de los hallazgos.

Los Grupos Funerarios

Siguiendo con la idea planteada por los exploradores previos de Palenque, Ruz encomendó la exploración de los grupos I, II y III a Lauro Zavala con el objetivo de encontrar sepulturas. Dichos conjuntos ya habían sido explorados parcialmente y declarados mausoleos por Maudslay, Blom y Berlin.

El Grupo l, que corresponde con el Grupo A de Blom, se compone de una plataforma con un muro de contención en el que se abren varias escaleras angostas y abovedadas. En una de estas escaleras se ubicó la Sepultura 1 de Blom, la cual aún conservaba un sarcófago que había sido saqueado. Al interior de éste se encontraron algunos fragmentos de hueso, dos vasos cerámicos y una figurilla.

En el informe no hay mención de otras sepulturas en este conjunto. Sin embargo, en el plano correspondiente se ubican, además de la S-1 de Blom, tres entierros y dos tumbas infantiles más distribuidas en los aposentos, sin que aporten más detalles al respecto (Ruz, 1952a: 54).

El Grupo ll consiste en un patio central, rodeado de estructuras. Se exploró la del lado oeste y ubicaron la Sepultura 5 de Blom, que contenía los cuatro sarcófagos. En el interior de dos de ellos encontraron escasos fragmentos óseos y varios objetos (Ruz, 1952a: Lámina XXIII y Figura 5).

El otro conjunto funerario excavado durante la primera temporada fue el Grupo III, hoy conocido como Murciélagos. Este conjunto no había sido explorado previamente, y en esta ocasión sólo se excavó un edificio compuesto de cuartos pequeños y abovedados, dispuestos alrededor de una cámara mortuoria. En el interior de la cámara encontraron una cista construida debajo del piso del cuarto y expuesta por un pozo de saqueo (Ruz, 1952a: 55).

En temporadas posteriores se dejaría de lado la exploración de los conjuntos periféricos al área central del sitio, quedando en duda la función que este tipo de agrupamientos de estructuras tuvieron en el pasado. Habrían de pasar varias décadas antes de que se estableciera el carácter doméstico de las mismas.

Durante la tercera temporada, en 1951, se exploró el patio de otro conjunto de estructuras cercano al área principal del sitio que se denominó con el numeral IV. El objetivo de dicha excavación era realizar pozos estratigráficos que ayudaran a establecer la secuencia cerámica del asentamiento (Ruz, 1952b: 60).

Esta labor fue realizada por Robert y Barbara Rands y, para su sorpresa, encontraron un conjunto de sepulturas al pie de la escalinata de una pequeña estructura ubicada en la parte este del conjunto. Rands consideró el espacio como un verdadero cementerio y describe que las cistas (recuperaron 13) fueron elaboradas con paredes de piedra construidas debajo de los pisos de ocupación y en espacios exteriores en lugar de las estructuras, como había sido la norma hasta entonces (Rands y Rands, 1961: 87).

El sistema de cistas en los templos

Las exploraciones en Palenque que siguieron al descubrimiento de la cámara mortuoria de Pakal se fueron concentrando en el área nuclear del asentamiento y concretamente en la excavación de las estructuras identificadas como templos, tanto en la Acrópolis Central como en la Acrópolis Sur y el Grupo Norte, dando como resultado el hallazgo de varios conjuntos de cistas debajo del piso de los aposentos superiores (véase la Figura 3).

Figura 3 Ejemplos de cistas en los pórticos de los aposentos superiores de los templos, sin escala (Ruz, 1955: Figuras 4 y 5; 1958a: Figura 15) redibujados por el autor. 

La primera de este tipo de sepulturas se encontró al excavar el aposento o santuario superior del Templo XIII, hoy conocido como el de La Reina Roja. El pórtico del santuario había sido tapiado en tiempos prehispánicos. Debajo del piso de estuco se descubrió una cista parcialmente sellada. El parecer de los descubridores fue que había sido saqueada en tiempos prehispánicos y rellenada con piedras y tierra. Sin embargo, debajo del relleno encontraron 25 cuentas de jadeíta y restos de pintura verde y azul; del esqueleto sólo se encontraron algunas piezas dentarias y fragmentos de huesos en mal estado de conservación (Ruz, 1958a: 135).

En la misma temporada de 1954 se intervino el Templo XVIII, previamente explorado por Blom y Berlin, en cuyo pórtico se descubrieron tres cistas, alineadas según el eje longitudinal del edificio (Figura 3, extremo izquierdo). Estas cistas fueron elaboradas con lajas rectangulares de caliza al estilo de los sarcófagos descritos por anteriores exploradores.

Llamó la atención del arqueólogo que en ninguna de las tres sepulturas hubo un esqueleto completo, sólo fragmentos de huesos y algunos dientes. Sin embargo, la cantidad y calidad de los objetos asociados al interior de cada sepultura mostraban que el contenido permanecía intacto, lo que revelaba una práctica funeraria poco común.

Entre los objetos reportados al interior de las dos sepulturas intactas destacan numerosas piezas y fragmentos de jade, concha nácar, pedernal, pirita, obsidiana, perlas y vasijas completas. Tras analizar las posibilidades, Ruz concluye que la única manera en que los restos óseos fueran escasos, incluso en las sepulturas selladas, se debe a la actividad de roedores (Ruz, 1958a: 181-183).

En la temporada de 1955, tocó el turno de ser excavados al Grupo Norte y al Templo del Conde, en cuyo pórtico se identificaron tres tumbas intactas más, con características idénticas a las anteriormente mencionadas (Figura 3, al centro). El contenido de estas tres cistas fue similar a los anteriores (Ruz,1958b: 204, 208 y 239-240).

El último conjunto de sepulturas en un pórtico fue excavado durante la octava temporada en la cima del Templo XVIII-A (Figura 3, extremo derecho). En esta estructura se descubrieron dos cistas y un entierro directo en el relleno constructivo. La Tumba 1 había sido saqueada, mas en los restos óseos disponibles se identificó a un adulto femenino. Pese al supuesto saqueo, el número de objetos asociados fue elevado, destacando un collar de 133 cuentitas de jade, 107 fragmentos de un mosaico de jade y 13 fragmentos de un mosaico de concha nácar. La segunda tumba, también intacta, tenía un contenido similar (Ruz, 1958c: 260).

El Entierro 1, también ubicado en el pórtico, presentó un esqueleto completo -aunque fragmentado por el peso del relleno-, colocado en posición de decúbito dorsal con la cabeza orientada al norte. Pertenece a un individuo masculino de avanzada edad, acompañado con dos pendientes de concha perforados, tres plaquitas de concha y dos cuentas de jade rotas (Ruz, 1958c: 263).

La última tumba de la era Ruz

La exploración del Templo XVIII-A continuó durante la novena temporada de 1957, dando como resultado el hallazgo de otra cámara mortuoria en el interior de la estructura. Los muros estuvieron pintados con motivos en color rojo sobre fondo blanco (Ruz,1962: 59).

Dentro de la tumba se encontraron dos esqueletos en buen estado de conservación y una serie de objetos asociados. El Esqueleto 1, o principal, corresponde con un masculino joven; el Esqueleto 2 corresponde a una mujer menor a 35 años que posiblemente fue tapiada con vida al interior de la cámara. Ambos esqueletos descansan directamente sobre el piso. Los objetos asociados consistieron en vasijas de barro, joyas de jade, concha y nácar, y pendientes de piedra (Ruz, 1962: 71).

Ruz llevó a cabo una última temporada de campo en Palenque en 1959 y en ésta ya no se reportó el hallazgo de más sepulturas. Si bien las labores de campo continuaron en Palenque con diferentes proyectos e investigadores, éstas ya no tuvieron la misma intensidad y se abocaron principalmente al mantenimiento y consolidación de los numerosos monumentos expuestos. Hasta la década de 1990, en que Palenque vuelve a tener una intensa actividad arqueológica, los hallazgos en materia mortuoria fueron escasos y tuvieron poca difusión.

Conclusiones de Ruz sobre los contextos mortuorios palencanos

Tras un lustro de haber concluido con el proyecto arqueológico en Palenque, Alberto Ruz realizó un ambicioso estudio sobre las prácticas mortuorias mayas. Su análisis contempla las características de enterramiento de 113 sitios distribuidos en todas las regiones que comprende el Área Maya, abarcando diferentes temporalidades (Formativo, Clásico y Posclásico) e incorporando información de la época colonial y de etnografías en comunidades mayas contemporáneas.

La cantidad de la información y la variante calidad en el registro sobrepasaron la metodología de Ruz, por lo que sólo pudo identificar algunas prácticas comunes a toda la región y definir algunas características particulares de cada región. El principal aporte de la obra de Ruz es el compendio de características de enterramiento y la enorme bibliografía que proporciona, lo que hace a la obra una valiosa referencia, no sólo de información arqueológica, sino también de datos etnográficos e históricos del área maya.

De Palenque, Ruz reúne información sobre 55 sepulturas procedentes de sus exploraciones, incorporando las descripciones de Thompson y Blom: nueve de ellas las clasificó como directas, 27 en cistas (o fosa en su tipología) y 19 en cámaras funerarias (Ruz, 1965: 451; 2005: 85).

De acuerdo con esta investigación, las principales características de enterramiento de Palenque son: la preferencia por la posición en decúbito dorsal extendido, la orientación predominante con el cráneo hacia el norte y la frecuencia con que se encontraron la combinación de restos óseos primarios y secundarios, a los que Ruz llamó múltiples secundarios (Ruz, 2005: 115-116; 1965: 451).

Ruz destaca el uso profuso de cámaras funerarias, las cuales son “[…] verdaderos cuartos construidos con muros de mampostería, techo de bóveda angular, piso de estuco o losas, provistos o no de un corredor de entrada, o de una escalera de acceso desde la plataforma superior del edificio” (Ruz, 2005: 116). En su interior contienen uno o varios sarcófagos elaborados con losas bien talladas para formar las paredes y las tapas (Ruz, 2005: 117).

También llamó la atención de Ruz la frecuente presencia de cistas (o fosas como él las clasifica) en los pórticos de los templos (como las encontradas en los templos XII o de la Calavera, XIII o de la Reina Roja, el Conde, el XVIII y el XVIII-A).

Este tipo de sepulturas es exclusivo de Palenque. A decir de Ruz, “[…] las que no fueron saqueadas conservan sólo escasos restos osteológicos, aunque la ofrenda funeraria parece completa. Éstas constaron de cerámica, jade, obsidiana, pedernal, concha, pirita, perlas, caracoles y mantarraya (Ruz, 2005: 116).

Desde nuestra perspectiva, es probable que la función de este tipo de contenedores en las cimas de los templos esté relacionada con una práctica de manipulación prolongada de los restos humanos, en la que se retiraron la mayoría de los huesos, para ser posteriormente selladas dejando muchas veces los ajuares intactos.

Conclusión

Como se ha demostrado en este documento, la amplia distribución de cámaras mortuorias que contenían sarcófagos y, ocasionalmente, un esqueleto sobre la cubierta causó una fuerte impresión entre los exploradores de las ruinas de Palenque durante el siglo XIX. Posteriormente, llamó la atención la alta frecuencia de contextos mortuorios cuando se comenzaron a hacer excavaciones debajo de los pisos de los cuartos de los edificios y en los patios de la mayoría de los conjuntos de estructuras que fueron explorados.

Las características de enterramiento palencanas demostraron una fuerte estandarización en cuanto al acomodo de los cuerpos, con una marcada preferencia por la posición en decúbito dorsal extendida y con el cráneo orientado al norte. También destaca la importancia del uso extendido de cajones de piedra (sarcófagos y cistas) como contenedores de los cuerpos y sus ajuares, y objetos asociados.

Las narraciones sobre las ruinas de Palenque durante las primeras etapas de su exploración dan la impresión de una ciudad en la que la celebración y el reconocimiento de los difuntos tenía una importancia primordial. La edificación de cámaras mortuorias, adosadas a los cuerpos de la mayoría de los conjuntos de estructuras, son la evidencia de la importancia que el culto a los muertos -o a ciertos, pero numerosos personajes- era parte importante de la identidad de la ciudad y de sus pobladores.

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Luis Fernando Núñez Enríquez. Mexican. D. in Anthropology from the Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México. Researcher at the Instituto de Investigaciones Antropológicas of the Universidad Nacional Autónoma de México. Among his most recent publications are “Reinventar la muerte: prácticas mortuorias en el poblamiento de América”, “Archaeology and Context of Hugub, an Important New Late Acheulean Locality in Ethiopia’s Northern Rift”, “Hierarchy and Urbanism in Precolumbian Central Mexico: An Initial Assessment of Biological Stress and Social Structure at Teotihaucan and Monte Alban”.

Recibido: 07 de Abril de 2022; Aprobado: 30 de Enero de 2023

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