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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.27 Ciudad de México ene./jun. 2004

 

Artículos

Viajando como prisionero de guerra Ernest Vigneaux y su travesía por el México de Santa Anna

Traveling as a Prisoner of War. Ernest Vigneaux and his Journey through the Mexico of Santa Anna

Ana Rosa Suárez Argüelloa 

a Investigadora en el Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, México. Correo Electrónico: <asuarez@mora.edu.mx>.


Resumen:

Es un recorrido por México de la mano de un francés de ideas liberales y republicanas, quien dejó su país en 1848, contagiado por la fiebre californiana, y después, en 1854, atraído por la posibilidad de proclamar una república independiente en la vecina Sonora, participa en la fallida incursión filibustera del conde Raousset-Boulbon. Hecho prisionero de guerra, eslabón de la cadena humana llevada a la ciudad de México, logra separarse de ella en Guadalajara, para viajar solo a la capital y luego salir por el puerto de Veracruz en 1855. Las particularidades de su viaje le permiten conocer las entrañas de la dictadura de Santa Anna. Si bien describe lugares y costumbres que suelen describir otros viajeros, él se distingue por su aproximación a los miserables, la cual plasma en un libro analizado en la segunda parte del artículo. La obra de Vigneaux, publicada en 1863, pretendía advertir a sus conciudadanos de lo que podía suceder si el segundo imperio francés proseguía sus planes conquistadores: el pueblo mexicano, al que conocía muy de cerca, se iba a defender.

Palabras clave: Ernest Vigneaux; Antonio López de Santa Anna; Napoleón III; California; filibustero; Gastón de Raousset-Boulbon; Sonora; Alphonse Dano; José María Yáñez; José María Ortega; Francia

Abstract:

Mexico is traveled by the hand of a French man with liberal and republican ideas, who left his country in 1848, caught by the Californian fever and later, in 1854, attracted by the possibility of proclaiming an independent republic in the neighboring Sonora, he participates in the unsuccessful filibuster incursion of the count of Raousset-Boulbon. As a prisoner of war, and link of the human chain that is carried to Mexico City, he manages to separate from it in Guadalajara, to travel alone to the capital and then to leave by the port of Veracruz in 1855. The characteristics of his trip permit him to know the idiosyncrasy of the dictatorship of Santa Anna. Though he describes places and customs that are used to describe by other travelers, he is distinguished for his approximation to the wretched, which is expressed in a book analyzed in the second section of the article. The work of Vigneaux, published in 1863, intended to notify to his fellow citizens of what it could happen if the second French empire continued with its conquering plans: the Mexican people, to whom he knew very closely, was going to defend itself.

Key words: Ernest Vigneaux; Antonio López de Santa Anna; Napoleon III; California; filibuster; Gaston de Raousset-Boulbon; Sonora; Alphonse Dano; José María Yáñez; José María Ortega; France

Ernest Vigneaux se sentó en la banca de hierro situada frente al kiosco donde Louis Hachette et Companie exponía sus libros. Al mismo tiempo que daba vueltas al sombrero que tenía entre las manos y de vez en cuando abría la valija para comprobar que el contrato siguiera dentro, miraba cómo muchos viajeros salían del negocio llevando consigo volúmenes pequeños y baratos, sin ilustraciones, que les hacían sentir que las largas horas de viaje en tren que les aguardaban transcurrirían más rápido. No lo podía creer; luego de vivir siete años como un "guerrillero literario", había por fin hallado a un editor. Sí, muy pronto, en ese kiosco, tendrían que estar sus Souvenirs d 'un prisonnier de guerre au Mexique; sí, allí lo podrían comprar tantos franceses engañados por los planes de conquistar México de Napoléon le Petit. Le era fácil imaginar a sus compatriotas cuando tuvieran sus líneas ante los ojos. Los rostros cambiantes, las palabras fuertes, la inquietud en sus corazones al conocer una opinión distinta a la suministrada por los periódicos que sólo hablaban de los maravillosos negocios que se iban a hacer en México y de lo fácil que resultaría dominar un territorio donde una mayoría monárquica aguardaba a sus libertadores. Una opinión distinta , que les permitiera ver que México era en realidad "republicano " y "patriota" y que "Juárez podía hacer mucho por la felicidad de su país".1

He aquí los pormenores de la aventura mexicana de Ernest Vigneaux en 1853 y 1854 y de cómo éste construyó sus recuerdos.

Los hechos de una aventura

Ernest Vigneaux tenía apenas 20 años cuando se embarcó en Pauillac, sobre la Gironde, rumbo al Nuevo Mundo. ¿Qué empujó a la aventura a este joven de clase acomodada y bien educado y lo alejó de Burdeos, su ciudad natal? En realidad no lo sabemos, apenas lo podemos adivinar. Pudo ser el temor a la rutina y la comodidad que lo acechaban desde el porvenir, o el triunfo de la revolución liberal de 1848 y la proclamación de la segunda república que le producía la seguridad de que Francia no lo iba a necesitar, o la noticia del descubrimiento del oro en Sutter's Mill, cerca de Sacramento, que se propagó por el orbe atrayendo a cientos de miles de personas a California. O bien, pudieron ser las tres razones.2

El hecho es que Vigneaux zarpó hacia América el 24 de mayo de 1849. Luego de la larga travesía oceánica rumbo al Cabo de Hornos y del prolongado ascenso por Chile, Perú, América Central y México, llegó por fin a San Francisco, el puerto por el que sólo ese año pasaron 40 000 inmigrantes en su camino a la presunta fortuna. Aunque falta una evidencia específica de que nuestro viajero participara en la búsqueda del apreciado metal, dada la historia de muchos de sus conciudadanos en la región, es probable que así fuese y fracasare en el intento. De cualquier forma, se quedó ahí: fue cazador de pieles y peón en los ranchos que se iban formando, hizo amigos leales y vivió aventuras con las que ni siquiera había soñado en su terruño.3

Vigneaux debió presenciar y padecer por sí mismo la discriminación sufrida por los franceses y otras minorías étnicas, aunque es posible que su formación le diera armas para defenderse y lo ayudara a adaptarse.4 Lo cierto es que, si enfrentó alguna dificultad, no le restó un ápice a su amor por California y, en general, a su admiración por Estados Unidos. Este país le parecía grandioso: allí reinaban juntos el orden y la libertad, pues se había comprendido -decía- que cada quien podía pensar y actuar de acuerdo con su conciencia y se practicaban los valores democráticos. El aplomo de esta nación, basado en la "confianza sublime en el poder de la voluntad", le parecía digno de ser imitado: "yo querría que todo el mundo fuera yanqui, en esto". Ni siquiera el tema de la esclavitud alteraba su buena opinión, pues tenía la convicción de que, si fuera independiente, el Sur terminaría por liberar a los negros.5

Luego de cinco años de estadía en California, se le presentó la ocasión de correr otra aventura, esta vez al lado de un compatriota, el conde Gastón de Raousset-Boulbon, con quien un amigo común, el doctor J. B. Pigné-Dupuytren, lo recomendó a finales de 1853. Se trataba de tomar parte en una segunda expedición para proclamar la independencia del noroeste mexicano desde Sonora -la de 1852 había fracasado- y de que se desempeñara como su secretario privado y como su intérprete pues, dominaba el inglés y el español, y ayudase en la maniobra de la goleta que los conduciría rumbo al sur. Vigneaux se entusiasmó: deseaba conocer México y colaborar en la "obra democrática y nacional" que el conde proclamaba en voz alta. Más tarde se percataría de que habían sido otros los intereses que movieron a éste, de que fue engañado y de que de triunfar los planes de aquél "habría[n] costado su autonomía al país", pues lo que de hecho se preparaba era un trono para la familia de Orleáns.6

Después de vencer varios obstáculos, La Belle, que estaba escondida en la bahía de la Misión, no lejos de San Francisco, zarpó el 26 de mayo de 1854. Iban en ella Raousset, Vigneaux, Pigné y varias personas más. Llevaban 180 carabinas, municiones, víveres, agua y carbón. Pocas semanas antes, el 2 de abril, 350 franceses, más unos cuantos alemanes, irlandeses y chilenos, se habían embarcado rumbo a Guaymas en el velero Challenge; viajaban como colonos, autorizados por el cónsul mexicano, pero en realidad eran levas del conde y tenían órdenes de esperarlo a su llegada para alzar a la población -en particular a los liberales- contra el gobierno de Sonora.7

La fatalidad pareció amenazar a La Belle desde el inicio. Muy débil para la carga que conducía y gobernada mal por sus marineros, que además vivían en riñas constantes, la goleta siguió lentamente su derrotero por la costa de California y luego por la de la península de Baja California. La tormenta la golpeó varias veces: una vez estuvo a punto de estrellarla contra las islas de San Benito, cerca de la isla de Cedros; otra la volcó en la orilla de bahía de Almejas, ante la playa de isla Margarita, y sus tripulantes pasaron doce largos días en aquel estéril pedazo de tierra, ocupados en el salvamento de la carga y en levantar y hacer reparaciones a la goleta, desfallecientes de hambre y sed, y riñendo por cualquier cosa. Vigneaux ayudó como pudo e intervino como mediador; a cargo de racionar el agua, se vio obligado a llevar con él un revólver.8

Los fatigados tripulantes acabaron por zarpar de nuevo, y sin más contratiempos salvaron el cabo San Lucas. El 21 de junio desembarcaron en San José del Cabo, para adquirir provisiones e informarse de la situación en Sonora. Dieron luego la vuelta a la península de Baja California, para bordear su litoral oriental, y detenerse en Mulegé. De aquí atravesaron el mar de Cortés y el 25 anclaron frente a Morro Colorado, no lejos de Guaymas. Para allá marchó Vigneaux el 28, acompañado de Pigné. Tenía orden para los hombres del conde, desembarcados del Challenge unas semanas antes, de tomar el puerto por sorpresa esa misma noche.9

Este plan no pudo llevarse a cabo. Los emisarios fueron reconocidos en el camino, y cuando vinieron a ver se hallaban encerrados como sospechosos, primero en un calabozo, después en el cuartel, de donde no salieron sino después de 48 horas, luego de sufrir un severo interrogatorio y ser recibidos por el general José María Yáñez, gobernador y comandante general de Sonora. Aunque se les permitió hablar y reunirse con los cabecillas de la delantera francesa durante su breve reclusión, el daño ya estaba hecho, y los mandos mexicanos no se dejarían sorprender.10

La Belle fondeó en la bahía de Guaymas el 1o. de julio. De nuevo al frente, el conde se reunió varias veces con Yáñez, acaso para saber si éste lo apoyaría si iniciaba una revolución, pero los tratos no condujeron a parte alguna y la ruptura fue inevitable. El día 13 se inició la lucha, en la que Vigneaux participó activamente, y que acabó con la derrota de la que ya, a todas luces, era una expedición filibustera.11

Los 313 arrestados -entre los cuales había 78 heridos- pasaron días difíciles, amontonados en el mismo cuartel y bajo custodia y amenazas continuas. A nuestro aventurero, tan cercano al conde, lo asustaba ser pasado por las armas. Pero el sustento de tanta gente constituía una penosa carga para las empobrecidas autoridades sonorenses. Aunque el general Yáñez pensó en aguardar la decisión del supremo gobierno, y los ocupó en el ínterin para barrer las calles, transportar la basura y abrir fosas comunes para enterrar a las víctimas del combate -para el horror de los franceses, que temían estar cavando sus propias tumbas-, los rumores de otra invasión y la falta de hombres para la defensa lo obligaron a actuar por su cuenta.12

Su decisión fue alejar el peligro del estado lo más pronto posible. Temeroso de lo que estos hombres pudieran emprender no quiso devolverlos a San Francisco y prefirió mandarlos al puerto de San Blas, en Colima, donde -les ofreció- se les darían pasaportes; los que quisieran podrían quedarse en el interior, el resto hallaría naves para transportarse a otras latitudes. Sólo retuvo a Raousset, quien enfrentaría un consejo de guerra, y a algunos otros, heridos, entre ellos al doctor Pigné-Dupuytren. Indulgente, dejó marchar al resto, incluido el ex secretario del conde, a pesar de ser éste un testigo clave en el proceso que se seguiría contra aquél.13

El 27 de julio zarpó la goleta mexicana El Brillante, con 67 prisioneros. A Vigneaux le tocó viajar en la corbeta estadounidense Inez, al otro día, con 119 compañeros. Llevaba un pesar en el alma: la suerte de su jefe. Pero no tenía más que hacer. El viaje por mar, que le pareció largo y aburrido, terminó el 13 de agosto a las siete de la mañana y mal, pues al poner pie en tierra firme supo que no se les entregarían los pasaportes sino hasta Tepic, la capital del territorio, para donde debían dirigirse de inmediato. Entre las murmuraciones de quienes no habían probado bocado y no entendían la prisa, se le requirió como intérprete y como tal quedó a cargo del grupo, junto con monsieur Guilhot. Entonces comenzó su recorrido por tierras mexicanas.14

Dirigidos por un indígena encargado de servirles como guía caminaron libremente hacia Tisontla, a donde se les dijo que podrían comer. No llegaron sino hasta el atardecer; allí transcurrió la noche y al otro día prosiguieron hacia Guaynamota; al aproximarse al poblado distinguieron a los pasajeros de El Brillante, desembarcados desde el 10, mudos y quietos, rodeados por algunos centinelas. La visión bastó para que nuestro hombre se despidiera otra vez de su independencia. En efecto, había órdenes de vigilarlos hasta Tepic; se pretendía evitar que personas sin pasaporte se desparramaran por la región, y también protegerlas del posible maltrato de la población. Vigneaux y Guilhot se mantuvieron como responsables de la partida entera, que esta vez sumaba 187 hombres.15

La entrada a la capital colimense se efectuó entre las campanadas de la fiesta de la Anunciación y a la vista de una población curiosa y en silencio. Los recibió el comandante de la plaza, el coronel Yáñez, quien les comunicó las malas nuevas. Su hermano, el gobernador de Sonora, se había excedido en su autoridad al soltarlos; se le culpaba de haber violado la ley del 1o. de agosto de 1853, que establecía el consejo de guerra y la pena de muerte para los autores o participantes de una sublevación o pronunciamiento contra la autoridad del gobierno. Se le acusaba también de haber usurpado el "derecho de gracia" de Su Alteza Serenísima, como se hacía llamar Antonio López de Santa Anna, el dictador mexicano.16 De ahí que ellos siguiesen bajo arresto y tuvieran que enfilarse hacia Guadalajara para aguardar instrucciones. Los prisioneros se apresuraron a protestar por su detención, contra el traslado a la capital de Jalisco y por tener que arreglar ellos mismos su sustento y enviaron el documento a la legación de Francia en la ciudad de México. Tenían la simpatía del coronel Yáñez, quien debía estar muy incómodo con el asunto y los dejó esperar ahí la respuesta de las autoridades supremas. Todos confiaban en la llegada de una respuesta Ruta marítima redentora, pero no fue así. Lo que llegó el 19 de agosto de 1854 fue la orden de diez años de presidio para los miembros del batallón y el fusilamiento de quienes hubieran sido jefes u oficiales tan pronto se comprobara su identidad.17

Vigneaux y Guilhot, quienes se hallaban en el segundo caso, corrían un peligro serio. Para su fortuna, el coronel Yáñez se negó a constatar la identidad de personas cuyos nombres y señas se desconocían, dando ocasión para que Alphonse Dano, el secretario de la legación francesa, interviniera en su favor. Aguardaron unos días; pero antes, el 29, se presentó un destacamento de la guarnición de Guadalajara, con órdenes de dirigirlos cuanto antes a esta ciudad y después mandarlos a México. Santa Anna -se les informó- deseaba verlos antes de decidir si les restituía su libertad. De manera que a los aún condenados no les restó más que obedecer; tal vez, al llegar a Guadalajara, encontraran la contestación anhelada.18

Por una ruta que se dirigía a Guadalajara, vía San Leonel, Ixtlán, Venta de Mochitilte, Magdalena, Tequila y Amatitlán, 147 hombres hicieron el viaje -40 se quedaron en Tepic por su mal estado de salud-, a pie, descalzos y con poca ropa, durmiendo la mayoría de las veces en el suelo. Unos cuantos soldados los vigilaban, en tanto que Vigneaux y Guilhot, a quienes se les suministraron caballos, tenían la misión de conseguir los alimentos, adelantarse en el camino para tenerlos listos al anochecer, disponer requisiciones en cada poblado , a fin de proveer a sus compatriotas de lo más preciso, desde tabaco hasta jamelgos para trasladar a quienes se enfermaran. A nuestro viajero le parecía que lo más fastidioso era conseguir de 1 500 a 1 800 tortillas por día, contarlas antes de pagar, para no ser engañados. El mejor momento de la jornada eran las reuniones nocturnas, cuando se entonaban canciones populares como Mambrú, Claro de luna y la siempre muy aplaudida Marsellesa; el peor, cuando sentían la hostilidad de la población. Aunque Vigneaux no lo menciona en su obra, los caminantes debieron padecer por la suspicacia de quienes los veían como los piratas que atentaron contra la soberanía nacional.19

En el pueblo de San Pedro, cerca de Guadalajara, los prisioneros supieron que no recibirían la libertad deseada, sino que se les trasladaría a la ciudad de México. Se había recibido carta de Dano: el gobierno francés, que, junto con el inglés, libraba en ese momento una guerra en la península de Crimea contra las ambiciones mediterráneas del imperio ruso, no quería problemas con México, y menos los causados por unos aventureros que se pusieron fuera de la ley. Eso significaba que estarían a merced del dictador mexicano. No había más que resignarse, y mostrar sumisión y paciencia.20

Para entonces, y luego de cuatro meses de vicisitudes, Vigneaux se sentía enfermo e incapaz de seguir el viaje. De ahí que solicitara ser atendido. Temía, acaso, lo que iba a suceder cuando arribaran a su destino. Mientras la mayoría reanudaba la marcha, él fue inscrito con el número 1631 en el hospicio de Belén el 10 de septiembre. Pasó allí cinco días, entre las molestias y la inseguridad propias del lugar, pero seguramente mejor -debió imaginar- que quienes se hallaban en ruta. La mediación de algunos comerciantes franceses lo ayudó; el comandante general José María Ortega, gobernador de Jalisco, aceptó darle la libertad bajo la fianza de aquéllos.21

Alojado en casa de sus compatriotas, nuestro personaje permaneció en Guadalajara durante casi cuatro meses, mismos que aprovechó para restablecerse y pasear sin trabas por la ciudad. Allí estaba al arribo de otra partida de prisioneros, formada por quienes se habían quedado en Guaymas y Tepic; aunque no los vio, pues sus anfitriones le pidieron que no saliera durante esos días para no arriesgar lo obtenido, sí se enteró del fusilamiento del conde Raousset-Boulbon el 12 de agosto y de que a algunos de sus compañeros se les permitió embarcarse rumbo a América del Sur y a otros regresar a San Francisco, entre ellos a su amigo Pigné. En Guadalajara continuaba cuando recibió carta de Guilhot y supo que el convoy en el que él tendría que haber viajado no pasó por la ciudad de México y que, gracias a la participación de los residentes franceses, se les ahorró la humillación de hacerlos desfilar frente a la residencia de Santa Anna en Tacubaya y, en Guadalupe Hidalgo, a la entrada de la capital, fueron desviados hacia el fuerte de Perote, donde permanecerían detenidos.22

Para emprender su propia marcha, Vigneaux aguardó un mejor momento. Éste se presentó a principios de 1855 cuando tuvo noticias de la amnistía otorgada por Santa Anna el 29 de noviembre a los integrantes de la expedición filibustera, y de que sus compañeros metidos en Perote esperaban en el puerto de Veracruz la llegada del navío de guerra francés que los alejaría de territorio mexicano, pues, "como prueba de su consideración tan especial" hacia Napoleón III, Su Alteza Serenísima se los había entregado. El gobierno de Francia optó entonces por transportarlos a la isla de la Martinica; la legación tenía órdenes de impedir que volvieran a su patria.23

En esta situación, la existencia de nuestro refugiado se complicó. Se negaba a reunirse con sus compañeros y no quería regresar a Guaymas o a San Blas ni tampoco podía ir a Acapulco, donde dominaba Juan Álvarez, el enemigo de Santa Anna. A mediados de enero de 1855, a él y a los otros catorce que estaban en Guadalajara se les anunció que debían partir para llegar a tiempo a Veracruz y que el general Ortega confiaría en su buena fe y les daría autorización a transitar solos, cada uno con su pasaporte y algún dinero para el camino. Vigneaux, a quien se le había vuelto una obsesión conocer la ciudad de México y se negaba a ir al Caribe, decidió mantenerse oculto hasta que los demás se fueran y darse tiempo para visitar la capital. Una vez allí acudiría a la legación para regularizar su categoría en el país u obtener un salvoconducto para Estados Unidos.24

De modo que el 22 de enero se despidió de sus buenos amigos de Guadalajara y al otro día, por la mañana, inició el recorrido hacia Guanajuato, por Zapotlanejo, Tepatitlán, San Miguel y Silao. Después de Guanajuato siguió por el camino tradicional, vía Irapuato, Salamanca, Celaya, Apaseo, Querétaro y San Juan del Río. De aquí se hallaba a un paso de la ciudad de México, a la que llegó por Arroyo Zarco, Tepeji del Río, Huehuetoca, Cuautitlán, Tlanepantla y Guadalupe Hidalgo.25

Iba a caballo, solo, si bien en el camino contrató como criado a Miguel, un muchacho de 20 años, oriundo de Zacatecas, quien le sirvió de mozo y compañía durante una buena parte de su itinerario. Se proponía recorrer lo que pudiera, mezclarse con la población, ser uno más. "Estoy en México y soy mexicano, hablo español y llevo la ropa del país, ¡soy mi dueño, soy feliz!" 26 La libertad de que gozaba le permitió intimar con México y los mexicanos, como le apetecía, así como sufrir los incidentes e incomodidades propias de los viajeros, bien en el camino, bien en los mesones, las fondas y las ventas donde se detenía a comer y dormir.

En la capital, a donde entró el 6 de febrero, trató de pasar inadvertido hasta encontrarse con un viejo conocido de California, monsieur Pommier, quien lo arrastró a casa de monsieur Limantour. Ambos caballeros estuvieron de acuerdo con que, por lo pronto, debía conservar su carácter de incógnito si no quería embarcarse para la Martinica. Tal parecía que Santa Anna estaba furioso por la liberación que el general Ortega otorgó al grupo de prisioneros de Guadalajara y había dado órdenes de encontrarlos. Convinieron entonces en buscar la ayuda de Dano, pero no antes de confirmarse la salida de sus compatriotas. Esto no sucedió sino hasta el 9; ese mismo día Vigneaux se entrevistó con el secretario de la legación, quien sin duda hubo de sorprenderse ante su aparición, pero prometió arreglarle un pasaporte y lo animó a embarcarse en el siguiente vapor que tocara Veracruz. Mientras, anduvo discretamente por la ciudad y sus inmediaciones.27

Poco antes de partir, tuvo ocasión de ver de cerca a Santa Anna, el hombre que con sus amenazas le había amargado los últimos meses, en la plaza de armas. El "genio malo" de México pasaba revista a su guardia; al terminar, se aproximó a donde él estaba parado y "su mirada errante -cuenta- se detuvo maquinalmente" en su persona. Gozó al sentir que lo burlaba: si supiera a quien veía, lo haría fusilar, pero no, lo ignoraba, pues por tirano que fuese no lo podía saber todo.28

Antes de dejar la capital, nuestro transeúnte vendió su caballo y despidió a Miguel. Y el 14 de febrero emprendió lo que fue un camino lleno de peripecias hasta Veracruz, con el pasaporte que le consiguió Dano y la resolución de abordar el vapor que zarparía para Nueva Orleáns el día 20. Viajó en coche hasta Puebla, por Ayotla y San Martín Texmelucan, y en diligencia hasta Veracruz, vía Perote y Jalapa. El 22 subió al bote que lo acercó al Orizaba, anclado frente al fuerte de San Juan de Ulúa, y se despidió de la "bella tierra azteca a la que con toda su alma deseaba el reposo y la prosperidad en la independencia".29

Vigneaux desembarcó en Estados Unidos el 25 de febrero. Tenía el propósito de retornar a California, pero los sucesos lo hicieron volver a Francia, donde después de varios años de escribir y buscar un editor, encontró a alguien dispuesto a publicar sus recuerdos.30

La construcción de los recuerdos

La Librairie de L. Hachette et Companie editó en París los Souvenirs d 'un prisonnier de guerre au Mexique. Se trata del testimonio más completo sobre la segunda expedición del conde Raousset-Boulbon; en un volumen de 565 páginas, Ernest Vigneaux describe las acciones bélicas en que colaboró y comparte con los lectores sus experiencias y sus consideraciones como prisionero de guerra y viajero en el México de los años 1854 y 1855. El libro apareció en 1863, a saber, en plena intervención de Napoleón III en nuestro país; debió atraer a todos aquellos interesados en la suerte de las armas francesas o mexicanas.

La Imprenta y Librería de Gaspar y Roig de Madrid dio a la obra el título de Viaje a Méjico y la incluyó en el número cinco de la colección La Vuelta al Mundo. Viajes Interesantes y Novísimos por Todos los Países en 1866. Se trata de una versión resumida, animada con buenos grabados y un total de 64 páginas, donde se da énfasis a las secciones "turísticas" y se suprimen los capítulos difíciles, esto es, los relativos a los filibusteros o las reseñas negativas sobre la dictadura de Santa Anna y la Iglesia católica mexicana. Mal traducida, esta presentación ha impedido apreciar, a la fecha, todas las riquezas que reúne el libro, pues, a pesar de sus fallas, se ha seguido publicando como está, en vez de llevarse de nuevo al español la obra escrita por Vigneaux, que es la que a continuación comentamos.31

Ignoramos a qué profesión se dedicó nuestro aventurero al regresar a Francia.32 Lo que sí queda claro de la lectura cuidadosa de su obra es que dedicó una parte de sus horas a la tarea de redactar sus recuerdos. Debió demorarse en ello; la reconstrucción que nos dejó representa mucho trabajo y, por ende, un importante empleo de su tiempo. La introducción y las reflexiones finales las agregó al último, posiblemente cuando ya contaba con el editor dispuesto a publicar sus páginas y aprovechó entonces el espacio y la ocasión para expresar allí sus simpatías por el México republicano e independiente que en ese momento luchaba contra la intervención imperial de Francia.33

Vigneaux llevó un diario de viaje, en el que a lo largo de su itinerario fue registrando sus experiencias e impresiones.34 Sus anotaciones hubieron de servirle de bitácora y le permitieron abundar, mientras escribía, en muchos detalles. Éstos, de otra manera, se le hubieran escapado fácilmente, tal es la dificultad que tiene la memoria para retener la cantidad de datos que los Souvenirs ofrecen, y más después de meses o aun años de haber sucedido los hechos que se relatan.

Se ayudó también de los libros publicados por otros que, como él, pasaron o se relacionaron con México, entre ellos Hernán Cortés, Thomas Gage, William Prescott, Joel R. Poinsett, Henry G. Ward, Fanny Calderón de la Barca, Jean Jacques Ampére, J. C. Beltrami, Eugéne Duflot de Mofras, Gabriel Ferry, Albert M. Gillian y A. de Lachapelle. Para completar lo relativo a Raousset utilizó, igualmente, su correspondencia con algunos compañeros de aventura, como Guilhot, o algún recorte de la prensa mexicana. Es probable que de la revisión de lo anterior se desprendiera una buena parte de la información tan precisa que aparece en la obra. Esto, que podría parecer un plagio, era algo común entre los escritores viajeros.35 En todo caso, aunque no hace citas (lo cual casi no se acostumbraba en esos años), sí salpica sus páginas con menciones de los autores empleados.

Por lo demás, es evidente que Vigneaux gozaba de una sólida formación cultural. Sus Souvenirs revelan a un hombre que leía mucho y sabía de literatura e historia antigua, cristiana y moderna, que visitaba exposiciones y museos y gustaba de la pintura, y que a su retorno de América continuó con sus peregrinajes por el mundo. Si uno se guía -digamos- por las muchas veces que menciona a Théophile Gautier, el connotado novelista romántico y creador de numerosas narraciones de viaje, queda claro que le bon Théo, como se le conocía, le sirvió de gran inspiración.36 Todo esto le valió, sin duda, para la redacción de su libro, facilitándole los recuerdos y la forma de contarlos.

Por los recursos que utiliza y el rumbo que pretende dar al escrito, se le podría considerar como un escritor viajero característico del siglo XIX, el siglo por excelencia de los libros de viaje, en el cual se pretendió rehabilitar lo novelesco que podía haber en ellos y también al protagonista. Vigneaux, quien llamó a su aventura mexicana la "novela de su vida", se interesa por establecer un escenario y contar una historia en la que él ocupa el primer plano. Tiene además la mira de retener al lector a través de las múltiples descripciones y el ofrecimiento de una intriga: ¿cómo se las arreglará el protagonista para librarse de las acechanzas del malvado Santa Anna y salir indemne del México que recorre?37

Entre sus recursos hay que mencionar las analogías. Para explicar al público lo que le presenta, acude a lo conocido proporcionándole un marco de referencia. Así describe la tortilla como "une crépe " de maíz y equipara el bosque de Río Frío con el de Fontainebleau y a los léperos mexicanos con los lazzaroni de Nápoles. Evoca también su hogar y su tierra natal para entender lo que mira. De ahí su sorpresa de que en los cuartos de las casas mexicanas se utilicen tan pocos muebles y no se emplee el papel tapiz.38 Como tan bien lo expresó Juan A. Ortega y Medina respecto de otros trotamundos, él

describe lo que ve, lo que él no es; lo que él ni su país jamás podrán ser [... ]. No hay tierra, ni personas, ni espectáculo del mundo lo suficientemente romántico, atractivo, original, asombroso o nuevo que pueda obligar a un hombre a fijarse en ellos y describirlos, si no es porque en el gratuito o interesado observador yace ya el íntimo deseo de manifestarse tácita y descubiertamente por referencia a lo ajeno, nuevo o insólito.39

A diferencia de otros viajeros, a nuestro escritor le parecía que los nombres y las expresiones locales no debían traducirse; su texto está así salpicado de expresiones castellanas e indígenas, con la segura intención de aproximar el ser mexicano a sus lectores.40

Es sugestivo que se valiera del tiempo presente en algunas escenas de acción o para pintar sus numerosos cuadros geográficos. Pareciera como si quisiera acercarlos a nosotros, hacernos sentir que los hechos que relata están sucediendo todavía y que la naturaleza sigue viva, no ha perdido su poder de seducción y que, para bien o para mal, no sólo afecta el ánimo de quienes la admiran directamente sino de quienes la imaginan a través del tiempo. Veamos su entrañable representación de la llegada al valle del Anáhuac:

Entonces se siente uno ahogado en la embriaguez que dominó a los soldados de Cortés al descender [... ] hacia este paraíso terrestre. La emoción, pero una emoción vehemente y dulce, dilata el corazón. Ningún viajero ha escapado de estas impresiones, ninguno tal vez ha escapado al deseo momentáneo, fugitivo como un relámpago, de plantar allí su tienda y terminar sus días en medio de los gozos inefables que procura la contemplación.41

Su postura ante la naturaleza muestra el influjo del Romanticismo, influjo del cual no pudo escapar y resultaba lógico si se considera que su formación tuvo lugar durante los años en que esta corriente dominaba la cultura francesa. Sin embargo, él se oponía a sus excesos y así lo expone en su libro cuando la llama "largo abuso de misticismo sentimental" y "pomposo despliegue de sentimientos" y se declara partidario de la austeridad en la prosa, más que "de conjugar el verbo todo entero adornándolo con todas las hojas muertas de la retórica".42

En realidad, Vigneaux trata aparentemente de dar a su periplo el giro de un viaje de investigación, modelo que también floreció en el siglo XIX y el cual reunía la confianza de la Ilustración, la ciencia y el socialismo utópico, y proponía mostrar regiones exóticas y atrasadas a donde debía hacerse retroceder a la ignorancia y aplicarse los ideales de la modernidad. Así, más dentro de la corriente posterior del Realismo, denuncia "las enfermedades sociales" que observó, con la esperanza de que, al hacerlo, quedara al descubierto el "cuerpo vivaz y sano" que había presentido.43

Nuestro autor deseaba sinceramente comprender los problemas de México. De ahí que, más que el intento de describir escenas pintorescas -como solían hacer los viajeros románticos-, en su libro pretenda captar el espíritu del país que visitó y compartir la vida cotidiana de aquellos con quienes convivió: "Adopté siempre las costumbres de los pueblos donde me he encontrado y traté de aprender su lengua".44 Esta actitud le permitió apreciar más los atributos de la población y explicar menos la anarquía reinante en función de los lugares comunes que la hacían surgir de la inferioridad y la pereza de sus habitantes. Hay que agregar que no lo consigue siempre y se presenta a sí mismo, y a sus compatriotas, como gente de razón, por encima de una raza (la mexicana), señalada por "esta ingenuidad, esta ignorancia de las cosas de la vida".45

Vigneaux, quien una y otra vez se declara partidario de las ideas e instituciones liberales y republicanas, quien por eso muestra en buena medida una gran admiración por el sistema político de Estados Unidos, una profunda nostalgia por los cambios mal habidos en Francia y grandes simpatías hacia las posibilidades que Benito Juárez y otros mexicanos representaban para su país, hubo de ser además agnóstico.46 De lo anterior se desprende su interés por el régimen político-religioso que imperaba en México. Éste -explica- había resbalado "de degradación en degradación hasta caer en el fondo de un abismo de miserias". Como otros viajeros extranjeros habían repetido y repetirían después, la revolución de independencia había implicado echar al extranjero, pero los excesos de la administración colonial persistieron, y ni siquiera la proclamación de la república modificó las cosas. Sin formación política, y sin libertad alguna, sus habitantes se hallaban sumidos en el infortunio. La "religión de Estado" les impedía progresar, mientras que, valiéndose de la ignorancia, el fanatismo y la corrupción, el clero monopolizaba la propiedad agrícola y sometía a la población indígena, y algunos "vampiros extranjeros" acumulaban grandes fortunas a través del comercio.47

En un párrafo valioso, que recoge las opiniones mexicanas sobre los forasteros, nuestro viajero expone por qué éstos podían ser recibidos con simpatía, pero a la vez con recelo: "Este pueblo [...] ama al extranjero, pero al extranjero libre y dispuesto a hacerse mexicano, al extranjero aventurero [...]; desconfía, con derecho, del extranjero diplomático, que lleva consigo una anticuada política de colonización y protectorado, de dependencia".48

Como otros europeos y estadounidenses, Vigneaux suma al peso de la Iglesia y las ambiciones de los extranjeros un tercer gran problema para México: el ejército. Comenta que el régimen militar era una consecuencia lógica de "la teocracia", y que ganó preeminencia después de la independencia, lo mismo que la burocracia, la cual considera el cuarto gran problema nacional.49

En suma, el afán de investigar dio lugar a que los capítulos de los Souvenirs fueran ricos en cuanto a detalles pero también en cuanto a consideraciones. A partir de su circunstancia, su autor reconstruyó paisajes, personas y usanzas en forma minuciosa y, según él, apegado a los hechos. Describe el mar y las montañas, los bosques y los desiertos, los animales, las plantas y los minerales, y señala repetidamente la abundancia de los recursos mexicanos. Se dedica a producir pueblos y ciudades, edificios públicos, iglesias y casas particulares. A la vez relata la vida popular; se da el gusto de representar las fiestas como las mira, sin dejar de señalar la parte negativa que contenían. Describió la fiesta dedicada a la virgen de Zapopan -por ejemplo- como "una orgía".50

Se trataba de un prisionero de guerra, primero, después de un hombre que camina libremente sin querer llamar la atención. Se sabía distinto a otros paseantes y sin duda lo era: "Casi no estuve en los salones en donde se extraña a Europa, donde México es irremisiblemente condenado, pero frecuenté al pueblo mexicano, estoy lleno de él, y conozco sus penas".51

Por esto tuvo ocasión de asomarse a "las profundidades de México" y tratar con los parias de su sociedad: léperos, criminales y mendigos. Habló con arrieros, vaqueros, peones, mineros, aguadores, cargadores, mineros, lavanderas, fruteras, soldados y soldaderas. Buen escritor, supo retratar con maestría a algunos personajes, como al tendero filipino de San José del Cabo: "desdentado, gesticulante, calvo, oliváceo y agotado", o a doña Concepción, la tortillera de Magdalena, quien, "viva y alegre, enseñaba sin cesar las perlas de su boca en la sonrisa más irritante, [y] tenía la lengua maravillosamente sutil y la réplica fina".52

Observó interesado la dictadura de Santa Anna, la que él, inducido por Raousset-Boulbon, había originalmente llegado a combatir. Se dio cuenta de los abusos y la corrupción y los registró en su obra. Tuvo ocasión de asistir en Guadalajara a la elección convocada para el 1o. de diciembre de 1854, en la que se pidió a los ciudadanos que se expresaran con plena libertad respecto de la continuidad o no de Su Alteza Serenísima en el mando. Cuenta así lo que sucedió:

los agentes del gobierno [... ] desalentaron a la oposición [...]. Vi cómo se practicaba la corrupción, la intimidación, vi distribuir cartuchos a las tropas y un sueldo atrasado [...]. Se entendía que no se trataba precisamente, para el pueblo mexicano, de declarar si le convenía o no conservar a Santa Anna y la dictadura, sino solamente de aceptar a los dos en forma voluntaria, para que no se los impusieran por la fuerza. Hacía falta aceptar o rebelarse, y el momento no había llegado.53

Vigneaux distinguió también las debilidades del sistema. No sólo en lo personal: pese a ser un prisionero valioso, pudo escapar de las amenazas que pendían sobre su vida, llegar a ocultas a la ciudad de México y pasear impunemente por ella. En muchos sitios gozó de la complicidad de sus compatriotas y de políticos importantes. Y, de manera curiosa para quien primero viajó como prisionero de guerra y después como un forastero común y corriente, en quien no había razones para creer sino más bien para recelar, habló con muchos mexicanos "del pueblo" que le hicieron saber su "amor por la patria, su apego a instituciones con futuro, su simpatía y a la vez desconfianza por el extranjero" e, inclusive, entró en contacto con varios descontentos. Mencionemos tan sólo al despensero español del Hospicio de Belén, que había luchado en las filas carlistas, y que le dijo en secreto -en latín para tener mayor seguridad- que la revolución debía acabar con el poder del clero, o a los federalistas que conoció durante una boda en la Venta de Mochitilte, o al arriero del mismo partido que, en el camino, ofreció ayudarlo a huir y esconderlo.54

En cuanto al ejército que rodeaba a Santa Anna, nuestro viajero reparó en sus deficiencias. Pese a ser el sostén de la dictadura, y a que se gastaba mucho en que luciera como el de una "nación civilizada", el dinero no alcanzaba y esto se descubría aun en las vestimentas. Siendo así, el uniforme de gala que los soldados portaban en la revista del 27 de septiembre de 1854 en la ciudad de Guadalajara, con ocasión del aniversario de la entrada de Agustín de Iturbide a la ciudad de México en 1821, era "una especie de guerrera gastada, abrillantada en las costuras, sucia en todas partes, con flecos en la parte inferior, sin charreteras, y con un pompón en el chacó". Para progresar, a las tropas no les restaba más que apoyar los alzamientos, que no faltaban.55

Es evidente que a Vigneaux le servían las críticas al régimen de Santa Anna tanto como sus abundantes y admiradas menciones del régimen político en Estados Unidos para expresar lo que sentía respecto de su propio país. Al liberal que más joven había probablemente participado en la revolución republicana de 1848 no debían gustarle nada los acontecimientos políticos dados en Francia. Recordemos tan sólo que, por el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1851, Luis Napoleón Bonaparte, apoyado en el ejército y la opinión pública, disolvió la Asamblea Legislativa e hizo detener a los jefes de la oposición; que los franceses ratificaron el acto y una nueva Constitución instituyó un régimen personal, autoritario, centralista y plebiscitario, donde el Legislativo era dominado por el Ejecutivo, y que éste no dudó en dar el paso que transformó el régimen en una mo narquía hereditaria, al proclamarse el Segundo Imperio el 2 de diciembre de 1852, previa una consulta popular y al Senado.56

Nuestro autor, que entonces vivía en California, debió enterarse de estos sucesos y lamentarlos. Luego, ya de regreso en Europa, tendría ocasión de presenciar cómo Napoleón III se había convertido en el dueño de Francia, cómo perseguía a la oposición republicana y restringía cualquier libertad que pudiera afectar su poder, siendo una de ellas, por supuesto, la de expresión.57 De ahí que a lo largo de su obra hiciera aseveraciones que, si bien aplicables en otros casos, valían para su patria. Veamos algunas: "la más preciosa de todas las libertades [es] la de conciencia", "el federalismo [es] prenda de la soberanía popular", la manipulación del sufragio universal es "una ironía odiosa", "la legitimidad de las mayorías es la única que tiene un valor que no puede ser falsificado" y, acaso con esperanza, "un pueblo así engañado debe levantarse un día u otro y pedir una cuenta terrible a quienes abusaron de su ignorancia y de la fuerza que puso entre sus manos".58

Seguramente al tanto de las noticias procedentes de México, y sin perder detalle de la revolución de Ayutla que derrocó la de Santa Anna y de la guerra de Tres Años que la siguió, Vigneaux entendió la lucha de los liberales contra el poder del clero, creyendo que Juárez podría hacer mucho por la felicidad de su país. Triunfaría -pronostica- "si lograba hacerse comprender y entender en el exterior y si, en el interior, sabe conservar la confianza pública, si no tiene la intención de volverlo un asunto personal, si permanece honesto y toma a Washington como modelo, si, en fin, actúa de buena fe".59

Le parecía que los planes coloniales de los gobiernos del Viejo Mundo eran mezquinos. México tenía sus propias aspiraciones y, en tal sentido, un protectorado europeo aniquilaría "de un mismo golpe" su independencia, la nacionalidad, las instituciones republicanas. En ese caso, él apoyaría a la Doctrina Monroe, cuya intención -dice- no era más que asegurar el continente americano a las ideas liberales. Desde el fondo de su corazón, nuestro viajero-escritor clama: "la monarquía tiene el resto del globo, ¡ya hace tanto tiempo!"60 En lo que sonaba a una advertencia contra los planes imperiales de Napoleón III, cuando el autor se refiere a la pretensión de Raousset-Boulbon de fundar un trono para la familia de Orleáns en el noroeste mexicano, comunica su certeza de que la proclamación de una monarquía equivaldría a la desgracia de México.61

De tal forma, sirviéndose de la segunda expedición del conde filibustero, y de la historia de los franceses que colaboraron en ella, nuestro viajero-escritor nos aproxima al México de la dictadura de Antonio López de Santa Anna, con la perspectiva de un francés liberal y republicano, en ese momento enmudecido por las restricciones en su propia patria. Los recuerdos que plasma en su libro, y que transmiten la realidad que él creyó percibir, permiten a los lectores de los Souvenirs d 'un prisonnier de guerre au Mexique acercarse a los mexicanos "de abajo", aquellos que, según Vigneaux, acabarían por conquistar la república y la libertad con sus propias manos, aun frente al ejército conquistador que a la sazón amenazaba la soberanía y la independencia de México.

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1Ernest Vigneaux, Souvenirs d'un prisonnier de guerre au Mexique, Paris, Librairie de L. Hachette et Cie., 1863, 565 p., p. 209, 559. Respecto de Louis Hachette y su editorial, véase Dictionnaire du second empire, Paris, Librairie Arthéme Fayard, 1995, xix-1347 p., p. 470-474, 611-612. La expresión Napoleón el Pequeño fue acuñada por Víctor Hugo, quien desilusionado por Luis Napoleón Bonaparte, el príncipe-presidente al que había ayudado a llegar al poder, pronunció un discurso en su contra en julio de 1851; en él preguntó a la asamblea legislativa si el hecho de haber tenido a Napoleón el Grande los obligaba a tener a Napoleón el Pequeño. Georges Roux, Napoleón III, Madrid, Espasa-Calpe 1971, 358 p. (Grandes Biografías), p. 138. A partir de entonces, los enemigos del pronto emperador Napoleón III, usaron esta frase para referirse a él. Sobre la postura de quiénes estaban a favor o en contra de la intervención de Francia en México, véase Noel Salomon, Juárez en la conciencia francesa 1861-1867, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1975, 161 p. (Archivo Histórico Diplomático Mexicano. Tercera época. Obras Monográficas, 7), p. 12-13, 37 s. y 144-145.

2Vigneaux, op. cit, p. 30, 190, 304, 355, 361, 382-383, 387, 410; George Pradalié, Le second empire, Paris, Presses Universitaires de France, 1974, 128 p. (Que saisje? Le Point des Connaissances Actuelles, 739), p. 5. El descubrimiento del oro tuvo lugar a principios de 1848; el anuncio del presidente James K. Polk a finales de ese mismo año atrajo a decenas de miles de personas de todas las nacionalidades durante los años siguientes. Robert W. Johannsen, To the halls of the Montezumas. The Mexican war in the American imagination, New York, Oxford University Press, 1985, 363 p., p. 310-312; Rufus K. Wyllys, Los franceses en Sonora (1850-1854). Historia de los aventureros franceses que pasaron de California a México, trad. de Alberto Cubillas, México, Porrúa, 1971 , 276 p. (Biblioteca Porrúa), p. 26 y s.

3Vigneaux, op. cit, p. 18, 30, 174, 180 y s, 382-383, 387, 410; Frank Soulé et al., "San Francisco during and after the gold rush (1849-1855)", en The Annals of America, bicentennial edition, 25 v, Chicago, Encyclopaedia Britannica, 1976, v. 7, p. 492-502.

4A diferencia de Vigneaux, su amigo, el doctor J. B. Pigné-Dupuytren escribe que los franceses establecidos en las minas de California fueron "perseguidos por cierto partido americano [y que, hacia 1853] estas persecuciones se habían generalizado y tomaban, en algunos puntos, proporciones alarmantes". J. B. Pigné-Dupuytren Récit de l 'expédition en Sonore de M. le comte Gaston de Raousset-Boulbon en 1854, San Francisco, L. Albin Pére et Fils 1854, 16 p., p 4.

5Vigneaux, op. cit., p. 1, 5-8, 20, 41, 180; Wyllys, op. cit, p. 25 y s.

6Vigneaux, op. cit., p. 17-18, 20, 28-31, 129-130, 205-208; Un folletín realizado: la aventura del conde De Raousset-Boulbon en Sonora, edición y prólogo de Margo Glantz, México, Secretaría de Educación Pública, 1973, 172 p. (Sepsetentas, 75), p. 45-46. Más tarde comentó que, si bien se daba cuenta de que el conde le ocultaba muchas cosas, él quiso ser discreto y no entrometerse. ¿Trataba acaso de justificar su participación en lo que en realidad era una expedición filibustera? Vid. infra p. 26.

7Pigné-Dupuytren, op. cit., p. 6; Vigneaux, op. cit., p. 24-26.

8Pigné-Dupuytren, op. cit, p. 6; Vigneaux, op. cit., p. 27-105.

9Pigné-Dupuytren, op. cit, p. 6-7; Vigneaux, op. cit, p. 105-134.

10Vigneaux, op. cit., p. 139-164.

11Ibidem, p. 173-174, 213-236 253.

12Ibidem, p. 236-243; Pigné-Dupuytren op. cit., p. 12-13; Wyllys, op. cit., p. 166-167.

13Vigneaux, op. cit., p. 244 y 253; Carmen Vázquez Mantecón, Santa Anna y la encrucijada del Estado. La dictadura, 1853-1855, México, Fondo de Cultura Económica, 1986, 338 p., p. 199-200; Wyllys, op. cit., p. 167.

14Vigneaux, op. cit., p. 247-249, 261-263; Wyllys, op. cit., p. 167-168.

15Vigneaux, op. cit., p. 249 y 262-279.

16Éste pretendía someter al general Yáñez a un consejo de guerra para destituirlo de su cargo. Vázquez Mantecón, op. cit., p. 201; Vigneaux, op. cit., p. 281-284. Véase Dublán, Manuel y José María Lozano (compiladores), Legislación mexicana, o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la república, 53 v., México, Dublán y Lozano, 1876-1912 v 6, p. 624-625.

17Vigneaux, op. cit., p. 284-289. Era tal la ira de Santa Anna contra Yáñez que dos veces giró instrucciones de cumplir la orden del 19 de agosto, pero acabó por darse cuenta de que eso sería "un acto odioso": lo dañaría enormemente, tanto en la opinión de los gobiernos europeos en general y de Francia en particular como de la república mexicana. "Alphonse Dano a su gobierno: México, 1o. de septiembre de 1854", en Versión francesa de México. Informes diplomáticos (1853-1858), traducción e introducción de Lilia Díaz, México, El Colegio de México, 1963, 474 p., p. 132-133 y 139.

18Vigneaux, op. cit., p. 288-289 y 308. El mismo Dano creía que sus compatriotas no podían apelar al derecho común, sino ""sólo a la clemencia". "Dano a su gobierno: México, 1o. de septiembre de 1854", en Versión..., p. 141.

19Vigneaux, op. cit., p. 309-350. Se sabe que hubo hostilidades en San Blas, donde, a su llegada, quienes desembarcaban estuvieron a punto de ser linchados por la soldadesca local. Wyllys, op. cit., p. 168, n. 40. Vázquez Mantecón cuenta además que el triunfo del general Yáñez contra los filibusteros propició un revuelo nacionalista; éstos, por tanto no debieron ser bien tratados en todos los parajes que atravesaban. Op. cit., p. 200-201. En la ciudad de México, por ejemplo , El Universal calificó a los franceses que tomaron las armas contra sus huéspedes como "aventureros", aunque los distinguió del "país de gloria por excelencia [que era Francia, y que] no puede producir tales hijos". México, 5 de agosto de 1854.

20Vigneaux, op. cit., p. 350-352; Pradalié, op. cit., p. 88-89.

21Vigneaux, op. cit., p. 352-363; Moisés González Navarro, Anatomía del poder en México 1848-1853, México, El Colegio de México, 1977 (Centro de Estudios Históricos. Nueva Serie, (23), 498 p., p. 419.

22Vigneaux, op. cit., p. 283 y 363-400. Según Dano, se pretendió hacerlos desfilar a la zaga del Ejército Trigarante el 27 de septiembre, pero esto se pudo evitar y se ordenó en cambio que se les trasladara a Tacubaya sin pasar por la capital. "Dando a su gobierno: México, 2 de octubre de 1854", en Versión p. 146.

23Tal parece que la magnanimidad de Santa Anna causó sorpresa. Se dijo entonces que se había debido, en parte, a lo caro de la manutención de los presos, pero también a que se dio cuenta de que, si caían en manos de los liberales, podrían convertirse en un peligro para el régimen que encabezaba. Vigneaux, op. cit., p. 363-404.

24Ibidem p. 404-406.

25Ibidem, p. 407-490.

26Ibidem, p. 410-411 y 416.

27Ibidem, p. 491-522.

28Ibidem p. 518-519.

29El coche se tomaba ocho días, pero costaba a los pasajeros sólo quince piastras. La diligencia utilizaba tres días y una noche, aunque el asiento valía 20 piastras. En ambos casos era necesario gastar en posadas y fondas. Ibidem, p. 517-518 y 522-552.

30Ibidem, p. 559. Como se vio en la primera página, Vigneaux encontró a quien quiso publicar su obra. Por desgracia, a la fecha no se han encontrado datos sobre la acogida que la obra tuvo en Francia, sólo es posible imaginar algo al respecto, como de hecho ya se hizo en la página citada. Por lo demás, es claro que el texto se suma a los escritos de otros compatriotas de Vigneaux, también opuestos a la intervención de Napoleón III, quienes instaron a que se respetase la voluntad política de México, y que seguramente influyeron en los miembros del Cuerpo Legislativo. Recordemos, por ejemplo, la declaración de Ernest Picard, ese mismo año de 1863, cuando declaró que la expedición hecha a México "trataba de imponer [...] una monarquía a un pueblo republicano que no quería aquel régimen de gobierno". Citado en Émile Ollivier, Expedición de México, nota preliminar de Martín Quirarte, introducción y traducción de Manuel Puga y Acal, México, Cámara de Diputados, 1972, XLIX-250 p., p. 61 y 81; Salomon, op. cit., p. 12-13 y 144-145.

31En 1950, el Banco Industrial de Jalisco, interesado en las descripciones locales, agregó la versión española a la colección Libros del Siglo xix, con un prólogo de Leopoldo I. Orendáin, en 1950 (115 p.). La última edición de la misma correspondió a la Secretaría de Educación Pública de México, que la incorporó con el número 40 a la colección SEP/80 en 1982 (131 p.).

32Pudo ser a la literatura, tal vez al periodismo. Que tenía por lo menos una idea acerca de estos oficios lo da su siguiente aseveración: "cuando uno debuta en la carrera de letras, una de las grandes preocupaciones es no desperdiciar situaciones [...]. No se es escritor sino hasta el día en que este temor se desvanece". Vigneaux, op. cit., p. 39.

33Ibidem, p. 557-558.

34Ibidem, p. 60 135, 242 y 522.

35Ibidem, passim. Jean M. Goulemot, Paul Lidsky y Didier Masseau, Le voyage en France. Anthologie des voyageurs frangais et étrangers en France, aux XIX e et XXe siécles (1815-1914), Paris Robert Laffont, 1997, XVII-1282 p., p. X; José Enrique Covarrubias, Visión extranjera de México 1840-1867. I. El estudio de las costumbres y de la situación social, México, Universidad Nacional Autónoma de México/Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora, 1998 , 180 p., p. 9.

36Vigneaux, op. cit. , passim; Goulemot, op. cit., p. IX, 1247

37Esto agrega la categoría de escritor viajero a las ya establecidas en México del viajero turista, diplomático, empresario, inmigrante, etcétera. Covarrubias, op. cit., p. 9; Juan A. Ortega y Medina, México en la conciencia anglosajona, México, Antigua Librería Robredo, 1955, 160 p. (México y lo Mexicano, 22), passim; Goulemot, op. cit., p. V y VIII-IX.

38Vigneaux, op. cit., p. 115, 383-384, 491-492, 528; Goulemot, op. cit., p. V y IX.

39Ortega y Medina, op. cit., p. 43-44.

40Vigneaux, op. cit., passim.

41Ibidem, p. 490, passim.

42Ibidem, p. 330, 366-367.

43Ibidem, p. 1, 15, 150; Goulemot, op. cit., p. 462-463; Viajes en México. Crónicas extranjeras, selección, traducción e introducción de Margo Glantz, dibujos de Alberto Beltrán, México, Secretaría de Obras Públicas, 1964, 500 p, p. 18; Pradalié, op. cit., p. 81.

44Vigneaux, op. cit., p. 291.

45Ibidem, p. 123; Un folletín..., p. 29.

46Vigneaux, op. cit, p. 6-7, 178, 190, 202, 209, 388, 424, 433, 437 y 558. En cuanto a que nuestro autor fuera agnóstico, vale señalar que existe alguna posibilidad de que fuera protestante (cuando apunta que nunca se le molestó por sus "creencias religiosas", y que se le permitió curiosear en los templos a su gusto, sin imponerle "ni la misa ni ninguna otra práctica". Sin embargo, el hecho de que a lo largo de todo su libro no pronunciara la palabra "Dios" ni una sola vez nos induce a pensar que era ateo, y que cuando se refiere a sus creencias aludía en realidad a sus no creencias. Esto no era extraño en la época: se había iniciado ya un fenómeno de alejamiento de toda convicción de fe. Vigneaux, op. cit., p. 532; René Rémond, Introduction a l 'histoire de notre temps. 2. Le XIXe siécle. 1815-1914, Paris, Éditions du Seuil 1974, 253 p. (Points Histoire) p. 201-205.

47Vigneaux, op. cit., p. 2 y 10-11, passim; Goulemot, op. cit., p. XVI.

48Vigneaux, op. cit. , p. 209.

49Ibidem, p. 5, 14. Aunque nuestro viajero no menciona en su libro a Auguste Comte, es posible que su visión de la teocracia mexicana derive de la definida por éste en su Cours de philosophie positive (1830-1842) como el estado teológico. Ramón Xirau, Introducción a la filosofía de la historia, 2a. ed., México, Universidad Nacional Autónoma de México, Facultad de Filosofía y Letras, 1968, 496 p., p. 317-318.

50Ibidem, p. 371, passim.

51Ibidem, p. 15.

52Ibidem, p. 111, 331 y 554.

53Ibidem, p. 118, 301, 355, 397-399, 424 y 437; Vázquez Mantecón, op. cit, p. 54.

54Vigneaux, op. cit., p. 120, 328, 344 y 361.

55Ibidem, p. 367, 385. Respecto de la condición del ejército, véase Vázquez Mantecón, op. cit., p. 245-263.

56Pradalié, op. cit., p. 8-12.

57Ibidem, p. 15-16, 25-26, 33 y 37.

58Vigneaux, op. cit., p. 5, 13, 163, 210 y 212.

59Ibidem, p. 558.

60Ibidem, p. 202-203.

61Ibidem, p. 212.

Ana Rosa Suárez Argüello, mexicana, es doctora en Historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México e investigadora en el Instituto de Investigaciones Doctor José María Luis Mora. Especialista en historia de las relaciones entre México y Estados Unidos y autora de varios libros, entre los que destacan La batalla por Tehuantepec. El peso de los intereses privados en la relación México-Estados Unidos, 1848-1854 (en prensa) y Con el calendario hacia atrás.

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