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Estudios de historia moderna y contemporánea de México
versión impresa ISSN 0185-2620
Estud. hist. mod. contemp. Mex no.44 Ciudad de México jul./dic. 2012
Reseñas
Esther Acevedo, Por ser hijo de Benemérito. Una historia fragmentada. Benito Juárez Maza 1852-1912
María del Carmen Vázquez Mantecón*
México, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2011, 223 p.
*Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas
Benito Juárez Maza o la comprometida tarea de vivir de un nombre
Como bien señala la autora de este libro, a través de los hilos de una sola biografía se revela toda una época, que se puede ir reconstruyendo al unísono, a pesar, incluso, de que se conozcan sólo partes de la vida de tal o cual personaje. Es el caso de Por ser hijo de Benemérito. Una historia fragmentada. Benito Juárez Maza 1852-1912, de la historiadora mexicana Esther Acevedo. Su fuente fundamental provino del archivo personal del propio biografiado, al que fueron a dar fotografías, cartas, documentos oficiales, nombramientos, contratos, y, entre otras cosas, cuentas de haberes y deberes que a ella le permitieron, a pesar de ser sólo fragmentos, reconstruir los principales hilos de la trama de la vida de un oaxaqueño decimonónico, en sus distintos escenarios públicos y privados, nacionales y extranjeros, transitados a lo largo de sus días.
Texto e imágenes nos revelan la personalidad, el comportamiento y la opinión que mereció a sus contemporáneos -incluido el punto de vista de su familia con la que no tuvo muy buenas relaciones- un individuo que le tocó ser el único hijo varón sobreviviente de un hombre reputado en su nación como héroe indiscutido. Nos muestra también lo que hizo el hijo con la herencia que, entre otras cosas, le dejó en suerte poseer esa estirpe tan emblemática de la que vivió con bastante comodidad y de la que supo, sin duda, sacar el mejor provecho. Para Esther Acevedo, el trabajo con el archivo de Juárez Maza comenzó con su ordenamiento cronológico, limpieza y catalogación, que le permitieron plantear los temas de cada capítulo, en un libro, en el que recogió información muy valiosa, con la que intentó dotar de sentido los momentos significativos de una vida, desde la "borrosa infancia" hasta la súbita muerte, con el epílogo de los años que lo sobrevivió su viuda, quien tuvo la tarea de concluir y cerrar la mayor parte de las numerosas cuentas que él dejó pendientes.
El libro está bellamente editado. Se eligieron del acervo 115 fotografías que se reproducen en su color y en su tamaño original, y que, por su calidad y poder de evocación, posibilitan que pueda hacerse, si se quiere, una lectura sólo iconográfica que nos ilustra sobre esa biografía y acerca del mundo con el que quedó entrelazada. En este sentido, es interesante también, para los que estudian la función de la fotografía en la sociedad mexicana de la segunda mitad del siglo xix, porque ahí aparece, por ejemplo, la costumbre de coleccionar los retratos de la gente querida y admirada en el formato de "tarjeta de visita", o, por nombrar alguna otra, la de la indispensable asistencia al estudio fotográfico, con sus propios telones y poses de estereotipo.
Se trata, en términos generales, del punto de vista de una historiadora del arte que en este caso, además, dio, a veces, más valor a los datos materiales de las imágenes que a su propio contenido. En varias ocasiones, da la impresión de que, a cambio de usar un archivo documental tan interesante, no tuvo mucha libertad para escribir sobre su personaje, y eso, en muchos momentos, comprometió los alcances de su análisis de los hechos de esa historia. En este sentido, algunos asuntos atrajeron especialmente mi atención, como la relación de Juárez Maza con el poder y con el dinero, o, por ejemplo, el escabullido tópico de los hijos de los que hicieron empresas heroicas y de sus privilegios heredados, cuestiones a las que me referiré en las páginas que siguen, proponiendo mi propia interpretación a partir de los mismos documentos citados en este libro.
El momento político que le tocó vivir a Benito Juárez Maza hizo posible que fluyeran sus influencias como peces en el agua, porque el recuerdo de su progenitor estaba más vivo que nunca y en ninguna otra época recibió tantos homenajes. Cobró una pensión anual que le dio el Congreso "en atención a los méritos de su padre", y obtuvo, sólo por esto, todos los trabajos que desempeñó en su vida. El presidente Porfirio Díaz sabía que el renombre de Benito Juárez García era un sustento fundamental de su discurso oficial, que se apoyaba en la Constitución de 1857, en las Leyes de Reforma y en el triunfo de la República, aunque en el terreno de las armas se hubiera levantado contra él por sus continuas reelecciones y aunque en la práctica ya no estuviera tan cerca de algunos de esos principios. Fue en el periodo de Díaz, cuando Juárez adquirió el rango de héroe de mármol y de bronce, consagrado así en muchos monumentos a lo largo y ancho del país, que se inauguraron entre 1906 y 1910, y en muchos discursos -incluido el de la masonería de todas las tendencias- que legitimaban a las instituciones y sus fechas solemnes.
Para Porfirio, había un interés político claro, de estar en paz con el hijo de su héroe personal, consciente de que el peso de esa reputación podría mover, en dado caso, las aparentes tranquilas aguas de su orden y progreso. Cuidando las formas políticas, aceptó que ocupara el cargo de secretario en varias legaciones extranjeras y lo apoyó después, en muchos periodos, para que fuera diputado. Sin embargo, le negó su protección para que tuviera la candidatura al gobierno de Oaxaca, porque dudaba de su lealtad y porque estaba convencido, como lo demuestran algunos documentos incluidos en este libro de Acevedo, de que el vástago carecía de talento y de voluntad, y de que era tan falto de formalidad que, en realidad, no le parecía tan peligroso.
Por su parte, Benito Juárez Maza se enorgullecía porque sus cartas personales y peticiones al presidente fueran atendidas con prontitud, mientras era de todos sabido que jugaba su propio juego, sea como reyista, como masón independiente, como aspirante secreto a la vicepresidencia del país o como candidato a la gubernatura de su estado natal. Porfirio, por un lado, le tendía ciertos lazos, mientras por otro le ponía el freno, sin que esto opacara un ápice su discurso a la gloriosa memoria del digno padre. El dictador, que conocía su deslealtad, debió de haber sonreído cuando oyó que Juárez Maza fue uno de los dos diputados que votaron en contra de su inevitable renuncia en aquel mayo de 1911. Uno y otro sabían que su único lazo de unión era el prestigio de Benito Juárez, que, a su manera, manejó cada quien en su propio beneficio.
Una fotografía incluida en este libro da cuenta de ese lazo invisible, mostrándolos a ambos en un primer plano, con el rostro serio y retraído, vestidos de rigurosa etiqueta, en un homenaje nacional a Benito Juárez García, en el panteón de San Fernando el 21 de marzo de 1906, día en que se celebraba el centenario de su nacimiento. La otra ocasión en la que también se habían mostrado juntos fue, curiosamente, en el mismo cementerio y en relación con el héroe. Me refiero al 17 de junio de 1880, cuando el presidente inauguró el romántico sepulcro para don Benito, a cuya ceremonia fue invitado Benito Juárez, hijo, quien por entonces pudo llegar porque vivía un tiempo de espera en los Estados Unidos como segundo secretario de la embajada de México en ese país.
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Con respecto al tema de los hijos de los héroes, los ejemplos que aporta la historiografía no suelen ser muy abundantes, pero cuando sí hay referencia a ellos es porque llamaron la atención por alguna causa que para unos fue grandiosa, para otros de escándalo, y para los de más allá, reprobable. Podemos recordar aquí al rico y famoso Martín Cortés Ramírez de Arellano, primogénito del conquistador Hernán Cortés y segundo marqués del Valle de Oaxaca, a quien tirios y troyanos calificaron como orgulloso, altanero, arrogante, rico, ostentoso, derrochador, mediocre, y del que quedó constancia de que se daba ínfulas recordando siempre a los demás la importancia de su linaje.1 Al igual que Benito Juárez Maza ante Porfirio Díaz, Martín Cortés tampoco logró imponer sus pretensiones criollas frente al virrey Luis de Velasco.2 Uno es un interesante caso de la vida republicana y liberal, y el otro, un buen ejemplo del mundillo aristocrático novohispano, pero ambos compartieron muchas cosas además, como el haber vivido muchos años en el extranjero, el carácter explosivo, el dinero fácil, el derroche, la falta de talento, y sobre todo, la capitalización que les produjo haber heredado un apellido, insignias y lemas de hombres que hicieron cosas poco comunes en la sociedad de su propio tiempo.
Ser hijo de héroe, sin duda, tenía sus beneficios, y por eso, para algunos, se convirtió en una forma de sobrevivir. No es extraño que le aparecieran varios descendientes falsos al otro padre de la patria, Miguel Hidalgo y Costilla, quienes, en todos los casos documentados, alteraron partidas de bautismo para hacer coincidir, de alguna manera, sus apellidos con los del cura, logrando la gran mayoría que el gobierno les concediera una patriótica y nada despreciable pensión para el resto de sus días.3
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Desde niño y adolescente, Benito Juárez Maza aparece siempre muy bien vestido en todas las fotografías que de él se conocen. Ya muerto su padre, abandonó la carrera de Jurisprudencia y se halló muy bien en puestos menores, sirviendo como secretario, tanto en México como en el Servicio Exterior, en las embajadas de Italia, Alemania, Francia y Estados Unidos. De los bienes paternos recibió como herencia una casa, que pronto vendió, dilapidando su dinero, y se casó en 1888 en París con una francesa, María Klerian, hija de una costurera y un empleado de ferrocarriles. Por las fotos de este libro, nos damos cuenta de cómo, año con año, ambos se hicieron más refinados, más gordos, aumentaron sin límite su lujosa manera de vestir y de vivir, y de cómo él se fue "blanqueando", como también sucedió con el general Porfirio Díaz.
Además de considerarse liberal, su ejercicio masónico como miembro de tantos ritos es la prueba de que sólo eran trampolines para la política y los negocios, que él supo aprovechar. Si algo fue su denominador común a lo largo de su vida, fue que no hizo más que acumular débitos, con montos que rebasaban los miles y miles de pesos, y que vivió empeñando todo, desde los recuerdos de su procreador hasta su pensión y su salario. Debía cualquier tipo de facturas: a comerciantes, a médicos, a prestamistas, a inmobiliarias, a bancos. La prensa que lo atacó no dudó en reconocer que, aunque no tenía aptitudes, su trato era agradable. A pesar de todo, fracasó en casi todos los negocios emprendidos, incluida la efímera gubernatura de Oaxaca que logró con muchos trabajos en septiembre de 1911, una vez que Porfirio Díaz había dejado el poder, cargo que asumió en un difícil momento de turbulencia revolucionaria, pero que él complicó a un grado extremo, desbordado por su ineptitud y por los alcances de sus errores políticos.4 Incluso el presidente Madero llegó a recelar de su lealtad.
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Murió de un infarto fulminante, a los cincuenta y nueve años, el 20 de abril de 1912, posiblemente ante el mismo escritorio que ocupara alguna vez su glorioso padre más de cincuenta años atrás. El mismo día de su deceso había publicado un manifiesto a la Nación, en el que se defendió de las acusaciones que lo colocaban como un persecutor, encarcelador y asesino de la gente del pueblo. Tampoco ese día dejó de mencionar que él "debía respeto al nombre que llevaba" y que estaba identificado con los oaxaqueños y con sus ideales de libertad y de prosperidad. Lo firmó sin su segundo apellido, poniendo sólo "Benito Juárez", apelativo que era también el suyo y que le sirvió para bien en muchos momentos de su vida, pero, a la postre para mal, porque muy tarde se dio cuenta de que el hecho de ostentarlo no era suficiente, sobre todo cuando se ocupaban cargos de extrema responsabilidad.
El presidente Madero acudió vestido de etiqueta al funeral de Juárez Maza en el panteón francés, adonde llegaron muchos masones de varios ritos, algunos de cuyos símbolos fueron estampados en su tumba. La fama de su padre alcanzó también para la viuda María Klerian, quien recibió del gobierno una pensión de 3 000 pesos anuales que cobró hasta el momento de su muerte, ocurrida en el año de 1930. Gracias a su progenitor y al hecho de llamarse igual que él, pasó por sus manos algún dinero, que malgastó viviendo siempre de prestado y a todo lujo, pero que le permitió constatar, para alivio de su conciencia, que al final de todo negocio malogrado no faltaba quien pagara por él sus enormes deudas, amparado en los que, a lo largo de sus años y por diferentes causas, se sintieron con el deber de proteger y salvaguardar tan prestigiosa nombradía. Dado que Benito y María no tuvieron descendencia, se murió junto con éste el tremendo compromiso de tener que hacerle honor a una reputación y a una gloria, sostenidas más que nada por un discurso que llegó a olvidar los desaciertos y errores que el mismo Benefactor de la Patria también pudo haber cometido.
1 Juan Suárez de Peralta, Tratado del descubrimiento de las Indias, México, Secretaría de Educación Pública, 1949, p. 111-124. [ Links ]
2 José Ignacio Conde y Javier Sanchiz, Historia genealógica de los títulos y dignidades nobiliarias en Nueva España y México. Volumen 1. Casa de Austria, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, p. 44-49. [ Links ]
3 Javier Sanchiz, "Las falsas paternidades del Padre de la Patria", en este número p. 51-93. [ Links ]
4 Peter V. N. Henderson, "Un gobernador maderista: Benito Juárez Maza y la revolución en Oaxaca", Historia Mexicana, v. XXIV, n. 3, enero-marzo de 1975. [ Links ]