El bisonte es el mamífero terrestre más grande de América. Se conocen tres subespecies, dos de las cuales, Bison bison y Bison athabascae , habitaron una extensa área de algunos de los actuales estados de Canadá, Estados Unidos y México. La profusión de manadas de bisontes, aprovechadas como medio de subsistencia por distintos grupos humanos en el norte de América al menos hasta mediados del siglo XIX, vinculó estos territorios con su presencia. En el siglo XX, ya mermada drásticamente la población de bisontes, las representaciones cinematográficas del género western perpetuaron tal asociación, aunque, erradamente, llamando búfalos a estos enormes animales, nombre que corresponde a otra especie. Precisamente, las diferentes formas para denominar al bisonte a lo largo del tiempo (vacas, toros, bueyes, reses, ganados, cíbolos, búfalos) y las consiguientes dificultades para identificarlo y clasificarlo han sido causa de equívocos y confusiones en su historia. Aclarar estos enredos es necesario para entender la importancia del bisonte en el área, explicar sus peculiaridades y su interacción con distintos grupos humanos. Tal labor requiere de una participación multidisciplinaria, donde la historia tiene un papel fundamental. En este sentido El bisonte de América de, María del Carmen Vázquez Mantecón realiza una notable contribución.
En un marco temporal que abarca del siglo XVI al XIX, la autora aborda la diversidad de formas en que individuos y grupos humanos habitaron, recorrieron o se interesaron en las tierras americanas (conquistadores, misioneros, migrantes, oriundos, aventureros, viajeros, naturalistas, militares, científicos o simples curiosos) y describieron, percibieron, representaron, utilizaron, interactuaron, se fascinaron u horrorizaron con el bisonte.
El bisonte de América se estructura en dos partes. Compuesta por cinco capítulos, la primera de ellas narra la historia de la paulatina penetración, ocupación y la cada vez más profunda transformación de los territorios habitados por los bisontes. La segunda parte, integrada por ocho secciones, trata polémicas relacionadas con esta especie, sus distintos significados para nativos y extraños, y algunas de sus representaciones gráficas. Al final de la obra se incluyen dos anexos, uno con la cronología de los distintos nombres asignados al bisonte y otro con las referencias cartográficas que lo mencionan.
La historia del bisonte en América se caracteriza por haber transitado entre polos opuestos: de una existencia exuberante -reafirmada visualmente en el texto por medio de la inserción profusa de viñetas/siluetas de bisonte- a su devastación. A lo largo del relato se repasan los procesos influyentes en ese tránsito: de la exploración y colonización de vastos territorios a la construcción, consolidación y modernización de las naciones, con la consiguiente inserción de formas de producción capitalista y la secularización del pensamiento, condiciones concomitantes al debilitamiento de la visión sagrada sobre el bisonte y al aumento de su explotación. Estas modificaciones económicas, políticas y culturales, sumadas al auge de la cacería deportiva, la expansión hacia el Oeste, la ampliación de las vías del ferrocarril y la consolidación de compañías de explotación de pieles formadas desde finales del siglo XVIII condujeron a una aplastante merma en el número de bisontes. La organización cronológica y los testimonios plasmados en las fuentes en que se basa la autora en la primera parte del texto permiten observar claramente tal detrimento.
En esta obra pueden observarse tópicos propios de determinadas épocas, como las primeras expediciones de exploración y las misiones españolas del siglo XVI. Sin embargo, lo característico en ella son los temas transversales que, a manera de hilos conductores, permiten explicar la importancia del bisonte en el norte americano. Uno de ellos es trazar las distintivas complejidades de este territorio, donde se hace patente la dificultad de los colonizadores para lidiar con sociedades nómadas, no siempre dispuestas a negociar y mucho menos a someterse, como prueba la continuidad de áreas sin colonizar todavía a mediados del siglo XIX. Otra particularidad era la conflictividad derivada de la disputa por dominar el área, primero entre colonizadores españoles, franceses e ingleses, y posteriormente entre las naciones mexicana y estadounidense.
Al combinarse historia y leyenda en esta obra, se produce un diálogo entre aspectos situados, aparentemente, en las antípodas de la existencia humana: fantasía y realidad. Los temas relacionados con la fantasía, ya fuese de naturaleza religiosa o secular, permiten una lectura sobre las percepciones del bisonte, mientras que los vinculados a la realidad se muestran en la dimensión de las prácticas para aprovechar sus recursos.
Es así como podemos observar en el siglo XVI el característico ensueño inflamado por las promesas de abundancia y riqueza en las nuevas tierras, en especial aquellas del septentrión, donde se suponían ubicadas las legendarias ciudades de Cíbola y Quivira, e incluso, ya en el siglo XVII, el Gran Teguayo. Si bien estas expectativas inspiraron el interés y la penetración de exploradores, misioneros y colonizadores, el encuentro con copiosas manadas de bisontes propició en cambio temor, rechazo y dificultad de asimilación. Basados en la comparación y en sus propios parámetros, estos personajes catalogaron al bisonte como un animal monstruoso. Los detalles sobre tales percepciones son observables en las representaciones gráficas que acompañan el texto y son analizadas detalladamente en su segunda parte. En ellas se evidencia una interpretación acorde con parámetros del pensamiento occidental, en especial del imaginario medieval, y se explica la tendencia a comparar al bisonte con animales como el camello, el buey, el cerdo y, más frecuentemente, con el toro, con el que comparte rasgos simbólicos y morfológicos relacionados con lo demoniaco. Por eso algunas de las imágenes lucen tan alejadas del bisonte, ignorando rasgos tan característicos como su enorme cabeza.
En el siglo XVIII, la Ilustración trajo consigo el florecimiento del interés por la naturaleza y la clasificación animal, fomentando la observación y resguardo de ejemplares en los espacios conocidos como las ménageries (colecciones de animales), cuyo objetivo era el cautiverio y la exposición pública de distintas especies. En este contexto, se nota el cambio en la visión sobre el bisonte, con mayor atención y disposición. Una centuria más tarde, los informes producidos en numerosas expediciones que hacían énfasis en su carácter científico, indican el desarrollo de una mirada aún más comprensiva y empática hacia el bisonte. No es gratuito que de esta época procedan expresiones como la de Antonio Barreiro, a quien todavía tocó observar la vasta presencia de bisontes en las llanuras, describiéndola como "un horizonte que la vista no alcanzaba a comprender". Este incrementado interés por conocer más a fondo el bisonte, sus comportamientos, movimientos y cualidades, al igual que los aspectos rituales y pragmáticos que envolvían su relación con los habitantes originarios del norte de América, reforzó la idea de que compartía el carácter indomable y nómada propio de estos grupos humanos, con quienes cohabitó y quienes encontraron en él un caudal para sobrevivir. Paradójicamente, haber identificado este grado de dependencia evidenció la vulnerabilidad de estos grupos y contribuyó a la desaparición del bisonte.
Y no era para menos, considerando la gama y el valor de los recursos provistos por el bisonte, asunto sobre el que la autora hace hincapié. Lenguas, ubres, pieles, huesos y lana fueron algunos de los efectos empleados en la preparación de alimentos o en la elaboración de productos como manteca, mantas, colchones, abrigos, pegamento, velas y también como material para construir casas. Mención especial tiene el consumo de carne de bisonte que, incluso en medio de la contrición y la resistencia, logró arrancar expresiones de delicia a algunos colonizadores. La avidez por obtener los vastos beneficios derivados del bisonte, especialmente en su época de prodigalidad, además de alimentar la ilusión de domesticarlos y emplearlos en el arado, inició el ciclo de su cacería furtiva. Obtener este manantial de riqueza aparentemente inagotable también propició la configuración de alianzas y pugnas entre los diversos grupos y actores que en el transcurso de cuatro siglos tuvieron encuentros en los territorios donde habitó el bisonte. Momentos como la penetración de extranjeros en tierras inexploradas fueron favorables a los habitantes originarios, quienes, gracias a su audacia y dominio de eficaces técnicas para cazar bisontes -solo desplazadas por las armas y su paulatino desarrollo tecnológico- y a sus refinadas técnicas para curtir pieles, mantuvieron una momentánea posición ventajosa.
Además de ahondar en diversos aspectos que permiten una mejor comprensión y una visión panorámica de la historia del bisonte de América, una virtud de esta obra es su perspectiva historiográfica. Para quienes recibimos esa formación, es inevitable revivir nítidamente pasajes de aquellas asignaturas en muchos momentos de la lectura. El bisonte de América contiene voces de cronistas, conquistadores, expedicionarios, misioneros, clérigos, viajeros, naturalistas y científicos, quienes directa o indirectamente tuvieron noticia sobre los bisontes y plasmaron sus observaciones, impresiones, noticias, rumores. Entre la riqueza de este material de primera mano, pueden observarse relaciones geográficas, crónicas provinciales, diarios de viaje, memoriales, cartas, historias naturales, mapas, planos, notas, tratados, apuntes, literatura, informes, memorias. También se encuentran fuentes secundarias que incluyen bestiarios, enciclopedias, diccionarios, biografías e investigaciones sobre historiografía, antropología, etnología, arqueología, filosofía, geografía y ecología.
La curiosidad que despertó el bisonte hizo correr ríos de tinta en un amplio periodo histórico. Sin una visión de larga duración ni herramientas metodológicas para sistematizar esta información y la habilidad para darle sentido, recrear esta historia del bisonte habría sido imposible. Condensar, contextualizar y articular tan vasto arsenal documental es una capacidad que denota la experiencia de la autora en el ámbito de la historiografía, haciendo de su obra una guía de fuentes sobre el norte de América, esa región que a través del bisonte, como bien señala ella, posee "una historia compartida". Por esa misma razón, es un vehículo para introducirse en el conocimiento de una amplia diversidad de pueblos que tenían en común el aprovechamiento de los recursos de este animal.
Su experiencia se hace igualmente palmaria cuando aborda las polémicas relacionadas con el bisonte, como la posibilidad de hallarlos en ciertas áreas geográficas o en el "zoológico" de Moctezuma, o que hayan formado parte de las primeras corridas de toros en la Nueva España. Su conocimiento sobre la evidencia historiográfica le permite asumir una posición determinante en algunos de estos debates, mientras que en otros se limita prudentemente a mostrar las discrepancias.
La publicación de investigaciones históricas sobre la compleja relación entre humanos y animales despuntó en la década de los años ochenta, en especial en Estados Unidos e Inglaterra. Tal propensión estuvo relacionada con el florecimiento de asociaciones protectoras y álgidos debates en torno a los derechos de los animales, para los que fue un parteaguas la aparición del célebre libro Liberación animal , del filósofo australiano Peter Singer. A partir de esos años, el interés por los estudios sobre la interacción entre humanos y animales (definiéndose más recientemente una vertiente denominada human-animal studies ) sumó adeptos y una ascendente producción historiográfica, penetrando en instituciones y programas académicos. Por otro lado, la historia ambiental, heredera de añejas interrogantes sobre la influencia del medio físico en la historia de las sociedades humanas, procedentes de diversas ramas epistemológicas, tuvo una trayectoria similar. La historia ambiental emergió en la década de los setenta, en un contexto de creciente preocupación por el deterioro ambiental que contribuyó a la conformación del movimiento ecologista. Son notables las semejanzas entre la historia de la relación humano-animal y la historia ambiental. Además de surgir en un contexto histórico cercano, caracterizado por el fuerte interés de sus temas en las esferas política y social, comparten la visión de objetos de estudio, los animales no humanos y la naturaleza, en una relación dialéctica con las sociedades humanas, y apuestan por el diálogo interdisciplinario.
En México ambas corrientes comienzan a correr con fuerza y están despertando la atención de los investigadores. Es indudable que El bisonte de América refleja tales intereses y permite abrir la brecha a futuros investigadores. Tanto porque su enfoque expone la compleja relación entre el bisonte y las sociedades humanas que lo rodearon, como porque es una fuente rica en información en la que se observan vetas de estudio no solo dentro del perímetro de la historia, sino para especialistas de otras disciplinas no necesariamente sociales. Un buen ejemplo es la constante aparición de datos sobre el comportamiento y las características del bisonte: sus formas de convivencia con la manada, sus reacciones frente al peligro-que dejan ver su fiereza, resistencia y velocidad-, sus atributos sensoriales -un olfato y un oído refinados-, sus rutas de tránsito y migración, sus hábitos alimentarios, su relación con otras especies -como los lobos, sus depredadores- o sus cambios de pelaje dependiendo de la estación del año.
Otra esfera de análisis son las problemáticas de aprovechamiento exhaustivo de la especie, no solo desde la perspectiva de cómo las necesidades y actividades humanas afectaron al destino del bisonte, sino a la inversa, cómo el bisonte tuvo una influencia en la cultura material, las dinámicas sociales, los intercambios económicos y las relaciones políticas entre grupos humanos (guerras y alianzas). El caso de las pieles de bisonte es representativo, pues dio pie a relaciones comerciales y creó nexos de interdependencia e intercambio entre forasteros y habitantes originarios y, a la par, generó pugnas y enfrentamientos entre estos últimos, especial-mente cuando más debilitados estaban, tal como atestiguan las disputas entre apaches lipanes y mescaleros contra comanches. Otro caso ilustrativo es el trazo de caminos con el paso de las manadas de bisontes, utilizados por los humanos como referente para encontrar la mejor ruta que atravesara complejas geografías.
Por último, retomando la cuestión de cómo expresa esta obra inquietudes de nuestra época, el interés, la preocupación y la empatía hacia los animales se refleja en la autora al condolerse de los padecimientos de la especie o de algunos ejemplares cuando fueron traslados para exhibirlos en Europa. También lo expresa al lamentar las consecuencias de la caza furtiva que, al ser un mecanismo de intercambio y beneficio comercial con los colonos, afectó al "ecológico y religioso equilibrio ancestral" de los pueblos originarios. Sin embargo, la afirmación anterior requiere afinarse. Sin duda las repercusiones por el aumento de las necesidades en las sociedades modernas forman parte de un proceso bien identificado que produjo la masiva y perjudicial dilapidación de la riqueza natural, pero ello no significa la ausencia de conflictos en el contexto previo ni la existencia de una conciencia sobre el manejo de los recursos animales como parte de la necesidad de preservar el equilibrio ecológico entre los pueblos originarios. Matizando, pues, esta idea se evitará una perspectiva que, si bien es muestra de nuestras genuinas inquietudes, podría ser motivo de juicios sesgados.