Porfirio Parra, médico y escritor porfiriano consideró en su novela Pacotillas (1900) que los expendios y cantinas de la ciudad de México eran espacios de recreación para grupos sociales diversos, cuyos dueños generalmente extranjeros fungían como "escanciadores de diversos brebajes y distribuidores de sonrisas amabilísimas". Al interior de los inmuebles se podía observar a los parroquianos "libando diversas bebidas, jugando al domino, y dos extranjeros, graves, silenciosos y pensativos, sumergiéndose en las ondas cavilaciones que le sugería la partida de ajedrez"1. Otras narrativas modernistas recreaban fascinados la vida en los almacenes y expendios de alcohol, muchas veces atendidos por un español "inculto y feo como un cerdo", en donde incluso las mujeres podían beber no sin antes suscitar el desprecio de los trasnochados y la silbatina de otros borrachines que alegremente las seguían2. Mediante narraciones dirigidas a públicos diversos, los textos literarios de finales del siglo XIX buscaban reconstruir el submundo de los bebedores, la vida cotidiana en los espacios de consumo y las infranqueables líneas de lo moralmente censurable, tópicos que por fortuna comienzan a hacer eco en la historiografía mexicana.
Estos y otros episodios de la cultura libatoria en la urbe son estudiados a profundidad por Diego Pulido Esteva en su obra ¡A su salud! Sociabilidades, libaciones y prácticas populares en la ciudad de México a principios del siglo XX . Fruto de su tesis doctoral en El Colegio de México, la obra nos permite asomarnos al mundo social de proveedores y bebedores de brebajes, vinos y licores en la ciudad de México; su intención es retratar los vínculos, anhelos, problemas y astucias de las personas afines a la venta y consumo de alcohol rescatando aquellos espacios heterogéneos de la economía etílica durante el periodo revolucionario y los primeros gobiernos después de la guerra. A través de sus páginas desfilan una pluralidad de individuos tanto jornaleros, artesanos, manufactureros, trabajadores y meseras sedientas, como empleados, comerciantes, policías y funcionarios públicos, todos ellos personajes centrales de una compleja red comercial y de servicios alrededor del consumo popular de bebidas espirituosas.
Mediante un lenguaje directo y por momentos "arrabalero", el libro tiene el mérito de reconstruir, por un lado, la topografía del consumo, las regulaciones impuestas a los expendios y las argucias de los dueños para librar infracciones y estirar las ganancias en tiempos económicamente aciagos; y por otro, las percepciones culturales del bebedor, las actitudes condenatorias de la elite y los estigmas sociales vinculados a la virilidad y violencia comúnmente asociados al borracho de barrio. Por supuesto que una obra multifacética como esta no solo está dirigida al campo de los especialistas en la historia del alcoholismo o versados en la cultura popular del siglo XX, sino que va destinada a públicos más amplios interesados en episodios de marginación y resistencia de "los de abajo", sobre todo en tiempos de vacas flacas y profundas transformaciones sociopolíticas en la capital durante tres décadas.
Mediante un sólido aparato teórico basado en la sociología de la cuestión pública propuesto por el recién fallecido Joseph Gusfield y el espectro de la historia cultural centrada en las representaciones del mundo social de Roger Chartier, Diego Pulido Esteva consideró los lugares de libación como espacios de construcción de identidades y redistribución de la jerarquía social, de tal manera que los consumidores de las clases populares, por ejemplo, accedían a las pulquerías y figones reconociéndose como un sector socialmente festivo, alegre aunque liminar y empobrecido. Los sectores medios, por su parte, estaban conformados por letrados y profesionistas aglutinados en cantinas donde fortalecían lazos sociales a través de la vendimia cultural. Sin embargo, los espacios no necesariamente imponían barreras sociales infranqueables a los parroquianos, ya que de vez en cuando se les veía mezclarse en un juego de posicionamientos y escaldas sociales.
Un aspecto a destacar del libro en su conjunto es que el autor evita mostrar actitudes generales de la libación popular, en su lugar, opta por dar cuenta de la enorme diversidad que encierra el consumo de alcohol entre los propios parroquianos y los espacios destinados a ello como son pulquerías, fondas y figones, casas disfrazadas y cantinas de barrio. Debido a que su objeto de estudio es la cultura popular, el lector encontrará escasas referencias a los lugares de libación de la elite política y cultural magistralmente mitificados por el escritor Rubén M. Campos en su libro El Bar. La vida literaria de México , en su lugar, sabrá reconocer inmediatamente una heterogénea multitud de sedientos a través de la mancha de expendios anónimos que cubrieron buena parte del territorio capitalino durante el primer cuarto del siglo XX3.
Ahora bien, ¡A su salud! es una obra que muestra el mestizaje cultural propio de los estudios posmodernos, debido a que intercala muy bien la historia social con la historia cultural, la historia urbana con la hermenéutica de la imagen, el análisis cualitativo con la realidad de los números. El objetivo general de la obra es describir y analizar los hábitos libatorios de los sectores populares en la urbe del Porfiriato tardío a la posrevolución a partir de una abanico sugerente de fuentes: leyes y decretos, expedientes judiciales, prensa satírica, literatura de cordel, novela corta, crónicas, cuentos, grabados, litografías y corridos. El libro cuenta con seis capítulos, introducción y conclusiones, además, se incluyen gráficos, cuadros y mapas que explican muy bien el número de expendios, su distribución espacial e infracciones recurrentes, además, contiene divertidas imágenes que captan el ingenio y sensibilidad de los ilustradores para representar las prácticas etílicas del populacho.
Una de las tesis fundamentales del trabajo es que la intemperancia de amplios sectores populares durante treinta años muestra a un "Estado débil" respecto a la regulación del consumo y su cometido de fundar ciudadanos sobrios; sin embargo, en muchos sentidos el texto desmiente dicha aseveración. Cabe interrogarse, ¿es posible asegurar que toda forma de subversión, desacato o negociación política con las instituciones son signos de debilidad para un estado en construcción? Considero que el libro muestra con claridad que los individuos consumidores, rentistas y surtidores tenían habilidades políticas para negociar y "sacar ventaja" del conocimiento de las leyes que pretendían imponerse desde arriba. Pese a que los reglamentos estatales impusieran una "distribución clasista" de los espacios, y que exigieran condiciones higiénicas básicas y horarios establecidos para cada establecimiento, los parroquianos interpretaron ese andamiaje jurídico mediante estrategias de negociación, omisión u olvido. En este sentido, un argumento sólido de la obra es la capacidad que tenían los individuos si no para subvertir las leyes, al menos sí para negociar con policías y funcionarios públicos cuya presencia reiterada ponían en serios aprietos el negocio familiar en su conjunto.
En el primer capítulo se analiza "la geografía etílica" mediante un mapeo de los principales expendios y el perfil social de los bebedores en el marco de la dinámica capitalina. De los 1,976 expendios que había en 1910, de acuerdo a las cifras que maneja el autor, estos aumentaron a 2,569 una década más tarde, pero durante el cardenismo disminuyeron considerablemente debido a las políticas de temperancia. Uno de los aspectos cruciales del apartado es que la Revolución mexicana, lejos de mermar la emergencia de cantinas, pulquerías y bares, tuvieron un crecimiento más o menos sostenido. Desafortunadamente el autor no nos dice a qué se debió este incremento. ¿Es posible imaginar que en un contexto de muerte, turbulencia y desabasto el consumo de bebidas haya sido un recurso para sobrellevar los terrores de la revuelta? El segundo capítulo es a mi juicio uno de los más interesantes, en el cual se abordan las tensiones de comerciantes, propietarios y cantineros con las exigencias de la clientela y la vigilancia de los agentes policiacos. De los bajos salarios de los pulqueros, los estereotipos negativos del cantinero gachupín a las estrategias desleales para maximizar las ganancias, en este apartado el autor nos ofrece una estampa elocuente de cómo las leyes tras la revuelta comenzaron a favorecer a los grandes empresarios, razón por la cual los expendedores diseñaron estrategias de subsistencia basadas en la adulteración de bebidas y en su afiliación con organizaciones obreras para proteger sus pequeños negocios de los grandes emporios.
En el tercer y cuarto capítulo se analizan los reglamentos e infracciones al consumo y venta de bebidas en los diferentes expendios, las campañas antialcohólicas y las cruzadas de grupos religiosos para prohibir de forma irrestricta el alcohol en el territorio nacional. En el libro se destaca que cuando los trabajadores transgredían las leyes -en su mayoría debido a la presencia de mujeres en los expendios-, buscaban eludir o mitigar las sanciones argumentando desconocimiento o malinterpretando las disposiciones. Policías, propietarios, trabajadores y consumidores interactuaban bajo intereses comunes y propios; no obstante, con las modificaciones a los códigos de 1929 en donde la embriaguez era una agravante, se recrudeció la vigilancia. Aunado a la judialización del consumo, las campañas mediáticas de criminólogos, médicos, higienistas y congregaciones religiosas tuvieron una injerencia importante en la criminalización y patologización del consumo, convirtiendo al sujeto alcoholizado en objeto predilecto de intervención estatal. El argumento fuerte es que el consumo desmedido degeneraba a la raza; a pesar de ello, la elite creía firmemente en que podían "regenerarse" mediante la prohibición.
No obstante, como es sabido los propios alienistas de finales del siglo XIX eran bastante pesimistas sobre la recuperación de un degenerado, debido a que consideraban que el sujeto llevaba en la organización biológica un historial venéreo que atentaba contra el proyecto de nación moderna y civilizada que anhelaban los porfiristas4.
Sorprende en estos capítulos la retórica entusiasta de los funcionarios públicos respecto a la recuperación del "enfermo alcohólico" mediante discursos prohibicionistas, sobre todo porque el estado posrevolucionario era bastante permisivo respecto al crecimiento de expendios. Finalmente, en el quinto y último apartado se examinan los imaginarios de la sociabilidad etílica en la literatura de cordel y las trifulcas de los bebedores en las cantinas, pulquerías y figones. Los famosos impresos de Venegas Arroyo reflejaban valores éticos y actitudes cordiales de los bebedores contrarios a la condena y estigmatización que paralelamente pregonaba la elite en el poder.
También existían representaciones de malacopas que resolvían sus querellas mediante el puñetazo, pero las formas, motivos y alegatos se solventaban de manera distinta dependiendo el lugar. Al ser detenidos por los gendarmes, muchos peleadores argumentaban haber olvidado la causa de la trifulca debido al alcohol, cuando en realidad eran estrategias para atenuar la pena y exculparse jurídicamente de un delito mayor. Diego Pulido Esteva enfatizó que tanto en pulquerías, figones y cantinas se reproducían modelos de masculinidad centrados en la virilidad y cultura machista muy bien explotados décadas después por el cine de oro mexicano.
Un lector familiarizado con la bebida podrá reconocer en el libro que los espacios de consumo no solo servían para socializar, consolidar negociosos y sufragar dolores; como sugiere el autor eran auténticos "templos" de reproducción de ideas, valores y actitudes sociales. Por esta razón, los espacios de libación eran microcosmos que en buena medida reflejaban ideas moralmente condenadas, actitudes socialmente impuestas y valores culturalmente aceptados. ¡A su salud! es sin lugar a dudas un texto imprescindible que abona en la comprensión de la vida cotidiana en los bajos fondos de la cultura popular durante la primera mitad del siglo XX mexicano. Un libro que despertará la curiosidad de algunos y la fascinación de otros que hacen de la libación un rito de celebración o una manera de sobrellevar la vorágine de la vida moderna, tal y como lo experimentaron muchos hombres y mujeres del pasado siglo XX.