En el siglo XX el periodismo se modernizó privilegiando la imparcialidad sobre la opinión, la información y comprobación sobre el escrito propagandístico e ideológico. La ruta para llegar a ese canon estuvo empedrada de prácticas ambiguas que acercan el diarismo a otros formatos narrativos. Los límites entre el escrito periodístico, la historia, el teatro y la literatura de ficción se franqueaban a menudo. Estudiar la circunstancia de los miembros de este gremio nos ayuda a entender las amorfias y la complejidad de los fenómenos que han interferido culturalmente para moldear la esfera pública. ¿Cuál fue la función de cada periodista? ¿Cuál su legado a la cultura mediática del siglo?
Este trabajo analiza facetas poco conocidas del periodista Rafael Martínez, quien concentró su labor en atender las necesidades de lectores obreros y trabajadores e incursionó en otros terrenos de la escritura para extender su influencia como dramaturgo e historiador. Organizado en dos apartados donde analiza, por un lado, el trabajo periodístico obrerista de Martínez y, por otro, sus capacidades polígrafas, procura mirar con una lente biográfica múltiples dimensiones de una pluma que procuró integrar como actores participantes de la esfera pública a sectores antes marginados.
En 1931 Rafael Martínez publicó un ataque perspicaz contra Adolfo de la Huerta. Aquel florido texto minimizaba la legitimidad de su rebelión, como hicieran los libelos contra la monarquía francesa, apelando con sorna a la inmoralidad de sus protagonistas:
El señor [Jorge] Prieto Laurens el 21 de septiembre de 1923 [dice uno de sus pasajes] se despertó en su residencia principesca del Parque Lira. Le dolía la cabeza, porque la noche anterior la había utilizado en rendir culto a Afrodita, rodeado de jóvenes “bien” y mujeres “mal”, con abundancia de champán caro y besos más caros aún. Cuando la “gatita” relamida y nítidamente ataviada le llevó dos huevos tibios y el chocolate a la española, a su cama, el candidato a Gobernador, que ya se consideraba serlo pidió los periódicos del día. [De la Huerta, su compañero de lucha] fue pródigo, en demasía. Proporcionó dinero a gente de teatro, tiples cantantes y bailantes, tenores cómicos y barítonos sin comicidad, ni vergüenza, damas ingenuas, damas mañosas, matronas.1
Aquí se lee la intención, financiada por el callismo, de manchar la reputación del insurrecto. Su autor había dirigido durante años El Demócrata, diario que se publicó en varios lugares. Era un polémico periodista nacido en la ciudad de México, afamado por su cercanía con Alemania y por su pluma punzante, defensora del pueblo explotado.
Martínez [describió Frías] era el humilde obrero en contacto con las miserias de los trabajadores […] fecundo divulgador de breves sentencias categóricas del deber, de las continuas iluminaciones del alma penumbrosa de la muchedumbre desventurada, iba sembrando el artículo pequeño, llano, pintoresco, pero enteramente asimilable, capaz de nutrir el hambre de saber y la sed de justicia de las multitudes a quienes se dirigía para hablarles en su lenguaje.2
Protagonizó la transición del porfiriato como trabajador de un mundo periodístico exacerbado por la revolución, que combinó con una carrera política. Navegó con destreza en otros terrenos de la escritura: fue un sarcástico autor de obras teatrales, ensayos históricos y libelos, destacó por su narrativa obrerista.
El Imparcial, El Universal y Excélsior son reconocidos como los periódicos modernos que fundaron una nueva época.3 Se ha desatendido a El Demócrata y a su director aun cuando amalgamó ámbitos que conformaron el armazón de la esfera pública: las condiciones laborales de los escritores, la conexión con los lectores de estratos populares y el tono polícromo de la narrativa de sus escritos.4
El Demócrata sobrevivió desde 1901 hasta 1929. Vinculado al constitucionalismo, combinó los ingredientes de un carácter atípico: un periodismo informativo ligado a la propaganda germana que promovió un nacionalismo antiyanqui y la cercanía con los obreros urbanos.5 Martínez fue un activo antirreeleccionista, constitucionalista que impulsó leyes como la Ley de Imprenta, entusiasta seguidor de Álvaro Obregón y ferviente callista rayano en el servilismo. Escribió libros de historia política y obras para el teatro de revista.6 Hasta ahora, no se ha rescatado su importancia. Aparece tangencialmente en textos que enfocan otras temáticas7 pero es un botón de muestra para ahondar en la conexión de ciertos nodos del espacio público: el vínculo entre la prensa escrita, los intelectuales de clase media y los grupos populares que devienen en un periodismo para la clase trabajadora;8 las condiciones laborales de los periodistas: el marco jurídico que garantizó su libre expresión y los intentos de organización gremial; la conexión de diferentes ámbitos de la esfera pública (el periodismo informativo con una retórica que diluye las fronteras entre la composición literaria, historiográfica y teatral). La escritura adjetivada de textos periodísticos que exalta, injuria y se vende al postor que abone a los intereses del escritor como publicista. Un acercamiento a Martínez es una invitación a pensar en los escritores de la prensa y en la esfera pública que construyen con todas sus aristas: víctimas, lenguaraces, propagandistas, manipuladores de las emociones e informadores con estrategias literarias.
El proceso revolucionario creó “una prensa del pueblo y para el pueblo”. Éste fue el rol principal de Martínez. Nació en 1881 cuando se endurecía la relación del gobierno con la prensa independiente. Era un hombre “con un gesto de bondad, que convidaba a hablar con él; atento, siempre afable con quien lo trataba”.9 Aparecía en las redacciones envuelto en “un gran poncho multicolor, vestido con los atavíos de la clase media de entonces, guayabera y pantalón ajustado, botines de una pieza y sombrero de charrito”.10 Tras una infancia con carencias, ingresó al seminario y acabó en la Nacional Preparatoria como discípulo de Justo Sierra.11 Fue un maestro rural que procuró fortalecer la cultura política de sus pupilos. Sus recuerdos narran su paso por las escuelas de pueblo en Texcoco:
Devengaba el sueldo de cuarenticuatro centavos por día y dormía en la escuela sobre un mapa enlienzado de nuestra República, con los pies en Guatemala, el brazo hundido en el Golfo de México, el izquierdo en el Océano Pacífico, el corazón por Guadalajara y la cabeza por la frontera con el coloso del norte. Un niño me tenía que dar desayuno, comida y cena dos días al año y el ayuntamiento ropa dos veces al año.12
Dirigió la escuela para obreros de Río Blanco hasta el 6 de enero de 1907. “Al día siguiente, quemaron la tienda de la fábrica, fueron asesinados y muchos enterrados con vida aun junto con los muertos, en zanjones que violentamente se abrieron en las cercanías del cerro del Borrego”.13 Tras ciertos vaivenes, logró impartir la asignatura de Historia Patria en la Escuela Nacional Preparatoria. Entró al mundo periodístico como niño papelero. De ahí pasó al combativo oficio de tipógrafo en El Noticioso de Ángel Pola y trabajó como cajista en los talleres de Ireneo Paz. Aterrizó en la prensa armado de una cultura religiosa y preparatoriana que cubrió de un tono moralista a sus escritos. Caracterizó al porfiriato como una “paz degradante, infecunda y aborrecible” y fue uno de tantos revolucionarios que construyeron la imagen monolítica del gobierno de Díaz como una tiranía.
Ingresó en El Demócrata que Madero publicaba en Coahuila. Adoptó el seudónimo Rip Rip que usaron Manuel Gutiérrez Nájera y Amado Nervo, absorbiendo la mística de poeta patrio, del hombre que vuelve del pasado aterrizando en el presente como fantasmagórico patriarca relator de la historia.14 Se formó con Luis Cabrera en las lides del periodismo revolucionario15 y fue una pieza esencial de la prensa de combate. Entre aulas y rotativas se dio a la labor de unificar a su gremio. Para 1908 las pugnas entre periodistas eran ya una preocupación añeja.16 Se batieron en duelos verbales y mortales, pero encontraron en la lucha antirreeleccionista cierto lazo común. A finales del porfiriato surgieron asociaciones para vigilar el decoro de la prensa, evitar los abusos a la libertad de expresión, unir al gremio. Como explica Irma Lombardo, Martínez coordinó uno de estos intentos: la Prensa Asociada de los Estados. Conforme avanzaba el trabajo de los clubes, algunos periodistas se vincularon a los incipientes grupos revolucionarios. Las intenciones de la asociación viraron a una defensa de los periodistas encarcelados, al socorro mutuo, la moralización de la sociedad, la defensa legal de los socios ante persecuciones y “el estudio cuidadoso de las cuestiones económicas que impedían el desarrollo del periodismo”: combatieron el monopolio de papel y sintetizaron la demanda de reforma a la Ley de Imprenta.17 Se procuró mayor pluralidad en la representación para integrar a periódicos de provincia y organizó en 1908 el Primer Congreso de Periodistas de los Estados de la Nación Mexicana. Martínez se unió al “Club Antireeleccionista Benito Juárez” y se le encomendó la dirección y redacción de El Constitucional “Hoja República” órgano del Partido. Junto con México Nuevo de Juan Sánchez Azcona y el Diario del Hogar de Filomeno Mata, encabezó la crítica contra Díaz;18 promulgó la no-reelección19 y publicitó la candidatura de Francisco I. Madero colaborando en diversos diarios.20 La persona periodística de Martínez nació así en una prensa política, denunciante, electorera que marcaría su perfil como escritor público.
Como secretario del Comité Electoral de los partidos Nacional Antirreeleccionista y Nacionalista Democrático, organizó manifestaciones populares.21 Estos eventos callejeros fusionaron los filones del espacio público: la calle, la plaza pública, la prensa y la actividad política de los partidos. La arenga pública salió de los diarios opositores y apareció a pie y gritando consignas. En estas manifestaciones destacó la presencia de los periodistas organizados y su vínculo con los clubes avivó una cultura cívica revolucionaria que, en sus múltiples formatos (constitucionalista, agrarista, obrerista), plagaría el espacio público mexicano como exaltadora de el pueblo.
Además de representar a nuevos actores públicos, las manifestaciones de aquella primavera tuvieron una significativa dimensión obrerista y nacionalista. Martínez cayó en la mira del aparato policiaco y lo encerraron en Belén donde vivió, como muchos, el bautismo ritual de pertenencia a la moderna cofradía de periodistas de combate, una minoría que se autorretrató honorable, heróica, victimizada y poco reconocida.
Tras el triunfo de Madero, dirigió el Diario Oficial y “laboró por la educación cívica del pueblo” imprimiendo un millón de ejemplares de las instrucciones electorales.22 Tras el asesinato de Madero, que Martínez describió como “el paso de una horda de bandidos encabezados por un hombre de carrillos abotagados que se hinchaban para dar salida al ebrio consuetudinario horrorizando al mundo culto con su encadenamiento de crímenes explosión de venganzas, felonías siniestras, orgías de verdugos e inquisidores, voluptuosidades de asesinos neronianos dueños del poder asaltado”, se exilió en Estados Unidos.23 En 1913, Rafael Zubarán recomendó a Venustiano Carranza que ocupara a Martínez “por ser un escritor moderado” en El Progreso o en El Noticiero, diarios que pretendía mejorar para promover el buen nombre del constitucionalismo en Estados Unidos.24 Ahí enlazó un eslabón más de la esfera pública como publicista mexicano en el hostil territorio estadounidense.
El vínculo de Martínez con Carranza fue sólido cuando consiguió recursos y establecerse en Eagle Pass para editar El Demócrata que Martínez manejó entre 1914 y 1926 como director gerente. En 1919 se desilusionó de Carranza porque después de “consagrarse en la Constitución ideal y socialista de 1917 intentó perpetuarse en el puesto de Presidente de la República tras el biombo de un testaferrro”.25 Se unió a los sonorenses y sobrevivió al mando del diario una década más.
El perfil de El Demócrata es ambiguo. Se le retrata como un órgano que combatía “de modo efectivo a la reacción”, como bandera de combate.26 Multiplicó sus ediciones en los estados hasta convertirse en una cadena periodística nacional. Navegó como pudo entre los mares del compromiso político, la convicción de sus redactores, la lucha de facciones y el negocio de hacer noticias. Martínez se encargaría de convertir El Demócrata en una exitosa empresa periodística y también lo llevaría a la quiebra, un altibajo típico de aquellos negocios editoriales atados a la política.27 Algunos personajes cercanos a Carranza recomendaron el trabajo de Martínez por su moderación; para los radicales, era un defecto. En 1914 Alfredo Breceda expuso a Carranza que en Yucatán la reacción y los hacendados seguían manteniendo el poder y continuaba la esclavitud de los jornaleros.28 Era urgente contar con un órgano de prensa a favor de la causa constitucionalista porque la opinión pública yucateca se regía por La Revista de Yucatán y un público hostil a su causa.29 Acababa de iniciar sus labores, con poca aceptación, explicó, El Demócrata Yucateco de Rafael Martínez, que “no podría ser serio ni enérgico porque se conforma con una clientela corta y segura de lectores pacíficos”.30 Gonzálo de la Parra, un feroz detractor, lo acusó por germanófilo, “grafómano ignorante”, “cedazo perenne de múltiples subvenciones”, “torre de necia egolatría”.31
¿Qué explica tan contradictorias apreciaciones? Un momento estelar de la vida política de Martínez fue su participación en el Constituyente de 1916-1917. El “humilde periodista”, como él mismo se calificaría, contribuyó al debate en torno a las leyes de imprenta donde promovió la educación laica y la reinstauración del jurado popular para juzgar los excesos de la palabra.32 Tras la debacle maderista, se reconoció la importancia política de respetar, o fingir que se respetaba la prensa, y de moderar el lenguaje. En ese debate Martínez se centró en la confrontación entre jueces venales y periodistas independientes. Tras un recuento detallado del sistema de mordaza porfiriano, donde los jueces concentraban la capacidad judicial de encarcelar a los periodistas,33 Martínez recordaba lo vivido en carne propia en el calvario de la cárcel de Belén.
Contra la naturaleza de un sistema republicano, decía, en el porfiriato tardío el juez fungió como un dique impuesto a la esfera pública. “Es de entenderse, es humano -continuaba-, que los jueces deseen halagar a los gobernantes”.34 Sin embargo, la función social del periodista, era contra-ponerse al poder:
Es el que ha de increparlos, de censurar. Si se entrega ese hombre a los jueces que dependen en toda forma de los hombres que tienen poder, se entrega maniatado. El jurado popular es otra forma de juzgar; entre los hombres que forman el jurado y los jueces tiene que haber la inmensa diferencia de que el primero no tiene ligas oficiales, y los segundos dependen del Gobierno.35
No dudaba de la eficacia del jurado popular, frente al cual se había argumentado el reinado de los expertos en la ley. “¿Por qué -se preguntaba- los jurados no han de advertir cuándo el periodista es culpable y entonces lo condenan, o cuándo el periodista no lo es y entonces lo absuelven?” La confianza en los jurados populares implicaba la seguridad de que los ciudadanos eran capaces de juzgar a sus iguales. Martínez apuntaló su postura revolucionaria con una interpretación positivista: “Tenemos que tener fe, en que el pueblo también evoluciona, en que el sentido político de los nuestros también progresa”.36 Reafirmaba la creencia en la capacidad democrática adquirida del pueblo mexicano para liberar a la opinión pública del yugo del sistema judicial.
Sin embargo, su experiencia como periodista del régimen le marcaría los límites a su propio ejercicio periodístico llevándolo hasta la autocensura. Enfrentó presiones de los militares, acató las indicaciones de la jerarquía constitucionalista porque cobraba un sueldo de 60 pesos mensuales de la nómima de la Secretaría Particular de Carranza.37 En ese mismo tenor se explica la germanofilia de nuestro protagonista, una mezcla de mandato oficial y creencias personales.
Obrerismo y neutralidad
Como explicó Friedrich Katz, hacia 1916 los alemanes consolidaron una estrategia propagandística en México. El control de El Demócrata fue central para cumplir con este objetivo. Un par de años más tarde, los diplomáticos estadounidenses se lamentaban con pesimismo de que el noventa por ciento de la población mexicana manifestaba sentimientos anti-yanquis.38
El cónsul de Piedras Negras -continúa Katz- expresó las causas del éxito alemán. Explicó que El Demócrata era el periódico más difundido en México.
Su director [continuaba] ha sabido ejercer una gran influencia en esta parte de México, sobre todo entre las clases bajas […]. La hostilidad hacia los Estados Unidos que este periódico ha suscitado entre sus lectores crece constantemente y no es posible exagerarla. Entre las clases bajas, que constituyen la mayor parte de la población, cada palabra es tomada al pie de la letra y despierta sus sentimientos más amargos contra los Estados Unidos.39
Lo mismo asevera Stanley Ross cuando explica que “las principales fábricas de papel de los Estados Unidos lo boicotearon, la publicación germanófila y antiamericana no necesitaba apoyo financiero y era leída ampliamente”.40 La germanofilia mexicana se explica por la cercanía cultural entre los arquetipos de supremacía racial y ciertas expresiones del discurso nacionalista. En aquel contexto en que coincidió la revolución con la primera Guerra Mundial, el sentimiento pro-germano evolucionaría a partir de ciertos coqueteos relacionados con el apoyo militar de aquella nación europea a las facciones revolucionarias, particularmente el carrancismo. En 1935 Martínez explicó el proceder de Carranza:
Entrar en la contienda es lo peor que podríamos hacer. No nos sería dable, estando como están los Estados Unidos en ella, sino militar en sus filas, porque lo contrario equivaldría a que nos viesen como sus enemigos y nos invadieran. Y en caso de unirnos a la poderosa nación vecina, a merced suya quedarían nuestros hombres y nuestros productos. Tenemos que sostener nuestra neutralidad […] Alemania nada nos ha hecho […] en cambio no podemos olvidar los sucesos del 47 que nos arrebataron media República.41
Las aproximación germana a México, como probó la anécdota del telegrama Zimmerman, pretendía generar un conflicto armado entre México y Estados Unidos para distraer a la nación norteña de la conflagración mundial. En el trasfondo de lo que se manifestó públicamente como propaganda progermana en diarios como El Demócrata, transpiraba más bien un fuerte sentimiento anti-yanqui. Por otro lado -decían sus enemigos-, es tan distante la cultura germana a la historia y desarrollo del pueblo mexicano que semejante culto al portento ario sólo podía entenderse como un fructífero negocio.42
Esta combinación de factores fue significativa para el desarrollo de la prensa mexicana y el giro que tomó el periodismo de aquella década. Ross le da un peso importante al factor internacional en relación con la fundación de los grandes diarios modernos.43
En el caso de El Demócrata resaltan dos factores. Más allá de la germanofilia es importante resaltar un trasfondo propagandístico donde se advierte la intención de Carranza de generar una apariencia de neutralidad en México. Esa maniobra orquestada desde la cúpula del gobierno constitucionalista es la esencia de la germanofilia de El Demócrata. Esta intriga diplomático-periodística se fortaleció con el perfil social del periódico y su capacidad de atraer al público de los sectores subalternos, principalmente, a los obreros organizados.
Como menciona Katz, el éxito de los alemanes fue ganarse el favor de un periódico que circulaba ampliamente entre las clases populares y, con ello acrecentaron el sentimiento negativo de esos sectores hacia Estados Unidos. Captar la atención de un público popular era una empresa titánica. La cercanía de El Demócrata a los obreros se logró formalmente desde febrero de 1915 cuando Carranza firmó el Pacto con la Casa del Obrero Mundial.
Como explica Ribera, El Demócrata “dio seguimiento puntual a las negociaciones con los delegados de la Casa” y “se convirtió enseguida en un medio de propaganda de la actividad de los trabajadores a favor de sus compañeros desde el constitucionalismo, lo que a la vez difundía la imagen de éste como el promotor de una auténtica revolución social”.44 La imagen de Martínez como propagandista del movimiento obrero seguiría creciendo hasta consolidarse como una estrategia de control que Martínez facilitaba conscientemente al constitucionalismo. En una carta que escribió al Secretario de Gobernación explica:
Desde mañana aparecerá en El Demócrata una Sección Obrera que, por recomendación de los Centros Obreros, habrá de publicarse, habiéndose encargado de esa sección al señor Morones. […] la citada sección será vigilada escrupulosamente por la dirección de El Demócrata, estimando que, en esa forma, los obreros tendrán un medio de publicidad, controlado y vigilado por nosotros.45
Desde entonces también comenzaría su vínculo con Morones a quien años más tarde, en el colmo del fervor obrerista, caracterizaría como heredero de la “concisa doctrina juarista”.46 La cercanía con Alemania no se tradujo en un fructífero negocio. El Demócrata sufrió con zozobra la carencia de papel y de efectivo para pagar la nómina porque encabezaba las listas negras de Estados Unidos y, además, no recibió la ayuda que le prometiera el gobierno carrancista. En 1918 escribió con Aguirre Berlanga para reclamarle la falta de apoyo que explica las tensiones que lo atraparon:
Nada pedía a usted personalmente; se trataba de que cumpliera con un acuerdo presidencial. No quiere Ud. hacerlo, no lo haga, pero debe tener en cuenta que cuando a Ud. le ha faltado valor para atacar a sus enemigos, he sido yo quien lo ha hecho, para que Ud. ría, sentado en su sillón ministerial; conservo artículos contra Palavicini que tienen pseudónimos escritos de puño y letra de Ud. y quizás no haya Ud. olvidado que toda la campaña contra la Secretaría de Hacienda, ha sido sugerida por Ud. pero ocultándose siempre. […] conserve su orgullo de Ministro despreciando a quien ha sabido sentir la revolución, defenderla y defender a Ud.47
Escritura polifacética
Martínez fue sorteando los retos del ejercicio periodístico y dominó con destreza el arte del malabarismo escrito. Gozó de la soltura necesaria para brincar del diario registro del acontecer cotidiano al escrito histórico y la dramaturgia. Destacó por su capacidad de echar a andar y dirigir diarios; fue un ejemplo típico del director-gerente. Su especialidad fueron los polémicos artículos de opinión relacionados con asuntos políticos y los editoriales. Irma Lombardo ha rescatado algunos de sus textos de 1908 donde iba perfilando su personalidad periodística. En ellos destaca un sentimiento pacifista, el llamado a la razón y no a los fogonazos. Recalca la función social del periodismo independiente como cimiento de la ciudadanía. Por aquel entonces comenzó a escribir en La Patria. En un artículo sobre la Ley Minera destaca ya su espíritu nacionalista.48
La pluma de Martínez era elocuente y ágil, de lectura fácil y entretenida, marcada por la obsesión política del revolucionario. Le preocupaba la necesidad de apuntalar la democracia mexicana con la defensa de los de abajo desde la postura política de un hombre cercano a Madero y contrario al Partido Católico, a Orozco y Zapata. Esa distancia fue una piedra en su proyecto para afianzar la revolución popular.
Caracterizándose siempre como liberal, aunque católico en el ámbito privado de la fe, insistió en la separación de la política y la religión.49 La grandeza del triunfo liberal -decía- era sagrada para los revolucionarios de 1910 porque sentó las bases para la construcción de la república. Lo explicó mejor su prosa populachera:
Se trataba de fraccionar y repartir tierras de este pícaro mundo, y no fragmentos del cielo; de cuidar que no sean reelectos los funcionarios, y no de que San Pedro siga o no, por todos los siglos, siendo el portero de la celeste morada. La religión se rige por dogmas, cánones, evangelios y epístolas; tiene por base la fe, no sólo ciega sino sorda y muda. […] La política tiene por norma los hechos, se apoya en leyes.50
Sus artículos reflejan la zozobra del país cuando la crítica opositora, las rebeliones populares armadas y el desorden generalizado asfixiaban al maderismo. También destaca el personalismo. Utilizó la prensa como tribuna para juzgar la actuación de los otros y como espacio para su propia agenda, como escaparate para publicitar sus campañas como diputado y senador. Esta autoapoteosis como la llamaron sus detractores, le fue costosa. Poco sabemos del Martínez político. Uno de sus escritos de autopromoción nos permite reconstruir parcialmente su ideario. Declaró que se lanzaba como diputado por su preocupación de velar por los principios antirreeleccionistas, la distribución de la riqueza, el reparto agrario, la “supresión de las odiadas jefaturas políticas”, el municipio libre, la difusión de la enseñanza primaria, la abolición de la pena de muerte, la sana libertad de imprenta, la independencia de los poderes de la república y el mejoramiento de las condiciones vitales y morales del obrero.51 Así se resumía su credo.
Más adelante, sus artículos periodísticos fueron más serenos porque iba consolidándose la revolución. Se centró entonces en temáticas sociales: la situación de las cárceles, el bandolerismo y la proliferación de armas. Comenzó a publicar textos de carácter histórico que se convertirían en la materia prima de sus libros.
Martínez fue también un prolífico dramaturgo popular. Comenzó esta tarea bajo la romántica idea de hacer una campaña para la regeneración del género chico y ennoblecer la producción nacional marcándole nuevos modelos y senderos. Esto fue mal visto entre los profesionales del género que disentían con este juicio moral.52 Pero era el objetivo de sus obras con títulos tales como Inquisición, Sangre azteca, El último sol de los mexicas, Por esas calles (cuadro que exalta los sentimientos patrióticos del pueblo mexicano), Películas nacionales (zarzuela), Entre amapolas (poema típico nacional), La leyenda del amor y una adaptación para el teatro de Santa de Federico Gamboa. La fórmula regeneradora del ambicioso periodista ve-nido a dramaturgo pretendía crear un teatro nacional que reflejara “con arte y talento, nuestras costumbres y corrigiera nuestros vicios para con-tribuir a formar hombres dignos y patriotas, ya que el teatro es la “escuela de las costumbres”.53
Sus corífeos secundaron la iniciativa como un esfuerzo considerable que se enfrentaba con “un público refractario a las ideas serias, sentimentales, con un fondo de enseñanzas patrióticas”.54 Se enfrentó con un talentoso gremio que lo trató como advenedizo y rechazó su iniciativa pedagógica patriotera y cursi. Sus argumentos mezclaban dramas románticos con alusiones a la patria. La leyenda del amor, por ejemplo, que se anunciaba como “una zarzuela altamente artística y verdaderamente exquisita”, presentaba cuadros sugerentes del amor en diferentes países: “El amor en Alemania, romántico; en España, fogoso; en Oriente, excéntrico a las veces y otras arrullador; en Inglaterra, severo […]”.55
Las obras de Martínez se presentaron en los mejores escenarios de la ciudad de México como el Teatro Lírico y el María Guerrero, y tuvieron como reparto a los artistas del momento: María Conesa, Leopoldo Beristáin, Eva Pérez y Lupe Rivas Cacho, entre otros. La osadía de franquear los límites entre géneros convirtió a este multidisciplinario autor en carne de cañón para el escarnio. Los críticos teatrales de El Nacional se ensañaron con su trabajo diciendo que era poco originial y repetía las trilladas estrategias del teatro de revista más común. Los dramaturgos de talla le cobraron caro el atrevimiento de herir las susceptibilidades teatreras con el estreno de la obra Candidato a periodista, donde la carpa entera se mofó de la intentona del diarista de moralizar la estética del bataclán.
Incursionó también en el oficio de historiador. Para él fue un paso natural por su pasado docente. La médula de sus escritos históricos nació de su participación política; todos explican hechos recientes, justifican determinada actitud pública o denuncian crímenes como el asesinato de Francisco I. Madero. Su único valor históriográfico es la reflexión autobiográfica de acontecimientos que le fueron cercanos al autor, misma que aprovechó para hacer catársis.
La narrativa historiográfica de Martínez incluye trabajos como el Álbum histórico popular de la ciudad de México, donde cuenta la historia de la metrópoli desde la época prehispánica hasta el sexenio de Calles. ¡Sálvese el que pueda! narra con ácido humor negro la rebelión delahuertista con la clara intención de injuriar al protagonista, muestra la vigencia del libelo como construcción históriográfica justiciera.56 Estos libros escritos en los veinte, fueron construyendo un mundo patrio que teleológicamente había de llegar a la revolución triunfante, como festejaba Martínez, donde la “alegría moderna del obrero mexicano” aparece laboriosa y llena de gozo:
La etapa revolucionaria […] ha transformado el alma popular de la Metrópoli. Ya no es triste, haragana, hipócrita y valentona. Hoy trabaja y se divierte, no gusta del rebozo mugriento ni del guarache fétido, ni del zarape piojoso.
Ya la leva no acarrea sus obreros hacia los cuarteles; ni el sermón rumbo a la iglesia. No se matan por una copa de “chiringuito”; tienen conciencia de sus derechos y sus deberes, y ya se unen con la certidumbre de su fuerza contra ricos patrones que ya no pueden como antaño explotarlos con la ayuda del Clero y del Ejército. 57
Esta interpretación de la historia reciente tenía como destinatario al público popular, el pueblo llano, con el fin de delinear y apuntalar la génesis y consolidación de una cultura política revolucionaria con su panteón de héroes y villanos: Juárez, Madero, su martirio y el de sus compañeros de armas, unidos al obrerismo progresista de Morones y Calles son los temas centrales de una visión histórica, mezcla de positivismo y materialismo histórico, donde la humanidad constituida por la nación mexicana evolucionaría de una etapa primitiva a la modernidad.
El libro Juárez inmortal se presenta como una “edición popular para ser distribuida entre niños, soldados, obreros y campesinos de la república” y el Álbum histórico está dedicado a “mujeres, niños y a los más necesitados”. Explicita que sus escritos desentierran el pasado, para que “de los fangos fermentados por la sangre, el sabio obrero extrajera los abonos para fecundar los huertos y los jardines de sus nuevos hogares”.58
Las obras de 1912 y 1914 son testimoniales, autobiográficas y periodísticas, escritas en coautoría. Quizás lo que hoy llamamos historia del tiempo presente. En ellas, pretende “presentar hechos recientes con la mayor imparcialidad. El lector [dice] puede tener la seguridad de conocer aquí la verdad en toda su grandiosa sencillez”, aunque el escritor fuera participante cercano de los acontecimientos.59 Martínez intenta aplicar el rigor periodístico para divulgar, para que la gente común conociera su pasado. Es un historiador-publicista, con la particularidad de que pretende rescatar la historia para el pueblo trabajador. Esto se acentúa en las obras que escribe a mediadios de los años veinte, donde parece haber radicalizado su pensamiento y su actuación política. Para ese entonces abogaba por una historia con parcialidad, influida por los románticos franceses, plagada de adjetivos y carga ideológica: “Los ciudadanos obreros que seleccionaremos el material (de este libro) [aclara] estaremos siempre de parte de las clases trabajadoras deliberadamente mantenidas en la ignorancia y la miseria, clases que hoy se empiezan a librar de esa ignorancia y esa miseria”.60
Estas obras fueron apéndices del mundo periodístico. Se editaron en los talleres de periódicos y se obsequiaban con la suscripción. En sus escritos de la etapa callista, hechos por encargo, pesa un tono panfletario, cierto sabor a periodista en retirada. La tarea divulgadora de una historia alejada de la pompa intelectual a la que se abocó Martínez formó parte de un proceso propagandista. Aunque iba dirigida al público en general poco o nada versado en la materia, la historia de Martínez es erudita, bien estudiada. Hace referencia continua a connotados autores. Cita a los clásicos y arroja frecuentes latinajos y refencias en francés. La historia que escribe Martínez hace eco, tangencialmente, de un periodismo culto, docente y pedagógico que marcó al siglo diecinueve e iba feneciendo. Construye una historia social a la mexicana que procura sustentar la legitimidad de sus argumentos con una rancia metodología positivista: sus conclusiones, dice, se sustentan en el apego estricto a los hechos, pero adornadas con las formas de un pintoresco patriotismo moralizante. Sintetizando la muy singular interpretación de la historia patria que narran Martínez y sus colegas, se reconstruye una línea progresiva que va del pasado prehispánico a los años veinte, que más o menos dice así: los “nahoas” fundaron una civilización agrarista de un carácter semejante al laborismo. Martínez retrata a Quetzalcóatl como un “Cristo socialista tolteca” que había caído en desgracia tentado por el demonio del pulque. Poco a poco, los hombres que habitaban Tenochtitlan se dividieron entre amos guerreros y esclavos trabajadores. En esa sociedad bélica los guerreros vivieron a costa de los sufridos jornaleros. Los toltecas eran amantes de la tierra y el trabajo, y personificaron el ideal socialista: tierra, trabajo y justicia, sometiendo a las razas retardatarias otomíes. Desafortunadamente, el fariseísmo clerical y el militarismo sanguinario se apoderaron de aquellos obreros y agricultores. El fanatismo clerical y militarista se manifestó en la piedra de los sacrificios.
Nezahualcóyotl y Moctezuma detuvieron la decadencia porque ambos fueron espíritus civilizadores, amigos de las clases oprimidas.
Aunque Martínez se declara amante de la madre patria, como es de esperarse, la historia colonial toma una connotación funesta en su narrativa: “El pueblo azteca trabajador vio destruida su ciudad y contempló la violación de sus doncellas por la natural lujuria de la soldadesca española”. Cortés encabezó la ambición y codicia de los hispanos que les empujaría a la explotación de los pueblos indios, del trabajo de sus hombres y mujeres y de los tesoros de sus tierras. Oponiéndose a la visión conservadora de Lucas Alamán -concluye el autor-, España no dio a México la competente civilización porque no concedió a la clase blanca criolla, y menos a la india, el ejercicio de suficientes derechos, no fomentaba las libertades, vivía bajo la forma de una monarquía absoluta donde no existía la oratoria política y las expresiones públicas estaban sujetas bajo un círculo de hierro. El clero, que tanta influencia tenía, fue relajándose hasta permitir la prostitución de las costumbres y la moral pública.
Martínez considera la aparición de la virgen de Guadalupe como un hecho de enorme trascendencia que la colonia obsequió a la sociedad mexicana: “El indio Juan Diego, encarnación de la raza esclavizada, creyó con la fe sencilla y poderosa de los humildes y legó a los suyos la adoración al símbolo del Tepeyac, al signo con que bravos curas revolucionarios harían la Independencia”.61 Esta poderosa religiosidad de los desvalidos sería el orígen de un símbolo revolucionario que para algunos luchadores sociales, como Martínez se caracterizaba a sí mismo, se sintetizaba en esta declaración de fe: “Soy católico y soy revolucionario: lo primero atañe a la conciencia y lo segundo es de orden social. Creo y amo a Dios; creo y amo a mi Patria”.62 Martínez profesaba una espiritualidad católica y revolucionaria. De esta dicotomía se desprende la recurrencia al uso narrativo de un lenguaje biblíco para relatar, sobre todo, los momentos epopéyicos de la Revolución mexicana. En un pasaje que tituló “Actualidad del evangelio juarista”, Martínez narró lo siguiente:
Durante el largo reinado de Díaz […] la nación mexicana fue un inmenso cementerio en día de fiesta. Entonces, un San Pablo (Francisco I. Madero) predicó el evangelio de San Luis Potosí; resucitó a muchos muertos, liberó a muchos esclavos, diciéndoles: “El sol y la justicia no deben ser únicamente para los ricos”. Madero triunfó y hubo de ser ejecutado por los fariseos, judíos y los insolentes legionarios romanos. […] Entonces continuó el diluvio de la redención.63
Continuando con el viaje histórico nacional de Martínez la “gran Revolución de Independencia” se lee como un triunfo de la fuerza indígena que comenzaría con la rebelión de Canek, ese “glorioso indio […] humilde obrero perteneciente a aquellos esclavos que los dominadores españoles explotaban en las ergástulas de sus pingües panaderías, que inicia la rebelión contra los encomenderos capitalistas”.64 Pasajes como éste que revelan un estilo literario donde asoma el dramaturgo, construyen una idea “revolucionaria” de la Independencia donde llevan la voz cantante los indios y la población mestiza.
Otra veta interpretativa fue el americanismo indigenista con efluvios positivistas que marcara cierta continuidad con el porfiriato para asentar el discurso revolucionario en un pasado de donde emana el gérmen del patriotismo y del nacionalismo revolucionarios. La raza y los pormenores del mestizaje son líneas nodales de la explicación que propone Martínez de los problemas nacionales. En Juárez inmortal, la raza toma un papel protagónico. Para Martínez, presidente honorario del “Comité Liberal Juarista”, Benito Juárez encabeza aquel glorioso panteón del liberalismo popular. Con esta interpretación racial de la historia donde la pureza india aventaja al mestizaje degradante, se esfuerza en destacar el carácter indígena de los actores. Al referirse apologéticamente al “indio Juárez” expresa que era “indio puro que desde su niñez demuestra con sus actos la capacidad de su raza para ser enaltecida y para ser incorporada a la masa de criollos”. La historia de su vida era, según Martínez, una refutación viva, de quienes condenaron a los indios como seres faltos de razón.
Refutando al maestro José Vasconcelos, niega la visión positiva del mestizaje que asoma en la Raza cósmica, ya que, para él, apunta a hechos falsos “vistos tras el cristal color de rosa de su encomiable amor a la Madre Patria”.65 Argumentando contra la teoría del mestizaje dorado, se inscribe en la tradición que asume la mezcla de razas y el nacimiento de la nación mexicana como un crimen de enormes consecuencias y trascendencia social. El origen de este drama está en la pérdida del honor de las indias tras la violación del conquistador. Bajo semejante interpretación yace una especie de indigenismo racista que concibe al indio puro como poseedor de una esencia que le permite, como a Benito Juárez y a Ignacio Ramírez, ascender hasta el nivel de la raza blanca. Sin embargo, la mezcla, originada en condiciones tan deshonrosas, genera putrefacción social. Esta mirada de la realidad mexicana que ya se advierte en su estudio sobre la era prehispánica y la Conquista, se desarrolla a plenitud en su análisis crítico de la historia del ejército mexicano que comienza con el relato de la situación del soldado en el siglo XIX, para culminar con una apologética apreciación del trabajo de los generales Joaquín Amaro y Plutarco Elías Calles quienes, según él, cumplieron con “uno de los mejores ideales de Juárez” para dignificar al ejército con su iniciativa de reorganizar, moralizar y profesionalizar el serivicio militar.
La saga de “Juan Soldado” abreva de los escritos de Heriberto Frías sobre el elemento humano de las fuerzas armadas mexicanas, denuncia las condiciones de la infantería y delinea una historia social del ejército nacional. Ésta, ya fuera novelada, como lo hiciera Frías en Tomochic o en su formato historiográfico popular escrito por ambos autores “para que nuestros hermanos los soldados actuales tengan una idea de lo que era la vida en los cuarteles”, fue una de las mayores aportaciones de la dupla Frías-Martínez a la historia de México. Antiguamente -narran- el soldado mexicano vivía en condiciones miserables. La denuncia es empática con las víctimas, pero escrita en tono de desprecio, visceral, casi despectiva. La narración se acerca a la historia cultural. Funde una visión antropológica con el tono de denuncia propio de los periodistas de combate y una tilde melodramática que evoca a Los miserables.
Para la leva descubríanse las bestias de carga, las bestias humanas; “los indios mansos”. Debajo de tan ínfimas castas, vivía un alargado copo de carne negruzca, más o menos bien envuelto en andrajos de manta, dril, […] calzado con guaraches o enormes zapatones, cuando no descalzo; era aquello algo más que mono pero mucho más moralmente hediondo que el peludo simio […] parecía un sucio aparato de muerte; sólo una revolución justiciera habría de libertar a ese esclavo, después de que se creara el verdadero Ejército Nacional.66
Esa misma connotación se trasluce cuando se refiere a Emiliano Zapata como un jefe revolucionario que “asolaba el estado de Morelos en campaña semisalvaje”. Nadie como Zapata -continúa- ha podido decir como el rey huno: “Por donde mi caballo pasa, no vuelve a crecer la hierba”.67 Estas actitudes violentas que según Martínez hasta cierto punto eran explicables por las circunstancias sociales, él las interpreta como el resultado de la “superioridad étnica del pueblo fronterizo […] sobre las razas de los demás Estados”.68
El porfiriato se retrata como un periodo de “desacierto e impudicia” al que le llama la paz mecánica y que considera la “más dilatada dictadura que había pesado sobre país latinoamericano alguno”, en la cual “una generación entera había bajado al sepulcro sin gozar de derechos políticos”, sobre todo después del periodo gonzalista que exacerbó la “actitud liberticida” de Díaz.69
Salvo el Álbum popular de la ciudad de México, todos los libros de historia de Martínez tienen como tema central la revolución de 1910, siendo una especie de historiografía periodística debido a la cercanía que guarda el autor con los hechos narrados. Martínez cumple primero con la función de publicista porque acerca al público una serie de proclamas y textos fundacionales.
Madero: su vida y su obra recuerda los días de la Decena Trágica y el martirio de Madero, poniendo especial énfasis en los mórbidos detalles del asesinato de Madero. Destila un positivismo amarillista que combina detalles precisos de la rebelión y pasajes que construyen una martirología de tono bíblico. Forma parte de aquella historiografía que fue construyendo el panteón revolucionario. En estos apuntes habla de un ejército constitucionalista en formación y narra con dolor cómo fueron acribillados personajes con los que colaboró directamente. Aquí la historia se vuelve reportaje y propaganda política justiciera.
Gustavo Madero fue conducido a la Ciudadela, entre burlas y sarcasmos, entre sorbos de licores, risotadas de malvados ahítos y beodos. Aquella turba de cobardes se arrojó sobre él y entre improperios y frases de lo más canallesco, le abofeteó, le escupió al rostro y le golpeó hasta dejarlo sobre el pavimento, lívido y sin conocimiento casi, celebrando con blasfemias sus indescriptibles torturas. […] fue herido con sable en distintas partes del cuerpo, habiendo vil que hundiese el arma entre los ojos del mártir, y otro que le tronchara los oídos. Así fue arrastrado hasta las afueras de la Ciudadela. Y allí a la luz de la luna, rematado a tiros y pisoteado […] Las primeras tenues luces del amanecer, aún encontraron esa masa informe, mezcla de carne, y sangre, despojos de uno de los patriotas.70
En sus escritos históricos aporta también a la construcción de la historia social del periodismo. Los periodistas independientes son protagonistas y héroes revolucionarios: guían a la sociedad para modificar el futuro de México, “augustos paladines […] que habían terminado en ignoradas tumbas”.71 Hilvana la historia del periodista como actor social alienado, igual que el soldado raso, que pavimentó el camino hacia la libertad de los demás ciudadanos. De paso, reconstruye la historia de la opinión pública que acompaña a este sujeto.
En estos anales del periodismo independiente, traza una línea desde Joaquín Fernández de Lizardi, padre fundador del gremio, hasta la generación de periodistas revolucionarios. Sus avatares construyen la historia de la cultura política de un grupo más amplio donde, en una visión maniquea, los desvalidos luchan contra el mal. El Pensador es particularmente importante para Martínez porque dignificó al obrero, trabajó por el proletario: “Con el arma del ridículo destrozó a los ricos, crueles y avaros, a los frailes hipócritas, a los maestros y bachilleres pedantes, a los militares fanfarrones, a los catrines holgazanes y a toda la podredumbre oropelesca del virreinato”.72
Hacia el último tercio del diecinueve, ubica a los intelectuales románticos y positivistas como protagonistas de la prensa. Destaca el medio urbano y sus atractivos lugares de reunión que se embellecieron como consecuencia de toda la pompa del porfiriato -cafés, restaurantes, avenidas y alamedas- la entraña de una ciudad moderna y escenario esencial del fortalecimiento de la esfera pública, el marco donde se absorbía la actividad periodística.
Altos empleados [narra Martínez] leían en los cafés El Cazador, El Infiernito y de Manrique sorbiendo sus “fosforitos” La Patria, El Partido Liberal, La Libertad, El Nacional, mientras que en los restaurantes La Concordia, La Gran Sociedad, Fulcheri y la Bella Unión, algunos burgueses se abismaban en las columnas de El Monitor Republicano, que atacaba valerosamente el régimen de Tuxtepec.73
Esos espacios de bullicio y ajetreo procesaron la crítica, hicieron eco de lo que escribían periodistas “dispersos, perseguidos, apaleados, encarcelados, fusilados, asesinados y aún quemados”.74 Díaz, explica Martínez, transformó la represión en subvención, de la mano de Rafael Reyes Spíndola, quien se encumbró como periodista moderno con capacidad de alcanzar a las masas: “Creó el periodismo substancioso y barato, enseñando a leer, fomentando el hábito de la lectura en el pueblo obrero, preparándolo así para el conocimiento y la acción”. 75 Martínez lo personifica como empresario explotador que maltrataba a los empleados asalariados, y cuya debilidad fue una nefasta vocación autoritaria. Aquellos periodistas de la generación de Martínez y Heriberto Frías sufrieron los agravios del patrón en carne propia y los narraron así: “Aquel pontífice, fiel al imperialismo de Porfirio, tuvo bien sujetos a los intelectuales y obreros de sus diarios y revistas, bajo cuyas horcas caudinas pasó toda una generación de artistas, reporteros, dibujantes y obreros no liberados sino hasta después de la Revolución”.76
Este representante de la prensa como negocio ejemplifica la industria moderna del periodismo donde los trabajadores fueron encontrando la necesidad de unificarse, no sólo en organizaciones como la Prensa Unida de los Estados sino también con un enfoque decididamente laboral y con intenciones asociacionistas de defensa del trabajador. Este concientizado jornalero de la prensa que vivió la Revolución formó, pasados los tiempos difíciles, la columna vertebral de los diarios modernos posrevolucionarios.
Martínez narra los altibajos de su generación que sintió el deber de reaccionar ante el quehacer de la prensa porfiriana y crear una nueva forma de escribir un periodismo moderno con una función social más amplia, transformando la médula del periodismo como hicieron los Flores Magón, Cabrera y Mata en los tiempos precursores de la lucha democrática, cuando el periodismo independiente se concebía como uno de escritos denunciantes buscadores de la verdad.
El periodismo [escribió Martínez] sirve para evitar las revoluciones y equilibrar al poder y los errores que éste comete. Un desacierto político de un gobernante no ha de corregirse ni se remedia por la sublevación. La prensa y la tribuna bastan para ello.77
El Demócrata cerró sus puertas en 1929 tras organizar la campaña para promover la candidatura de Plutarco Elías Calles y de un fallido intento de un grupo de veteranos para adquirirlo y formar una cooperativa.
Martínez dejó pocos rastros de su paso por los años treinta. Fue director de Sucesos y colaborador de La Prensa.78 Su último libro ¡Sálvese el que pueda!, escrito en 1931, narró en tono satírico la historia de la rebelión delahuertista anticipando una dolorosa y ácida crítica que vaticinaba el futuro de un proyecto social fracasado.79
Martínez se describiría a sí mismo y ante todo como un patriota. Parece que terminó sus días modestamente, sin lujos, como muchos periodistas independientes de aquellos tiempos. En los años cuarenta fue cónsul en Barcelona y presidente municipal de Dolores Hidalgo. Legó cientos de artículos a lectores póstumos. Poco antes de morir, en Guadalajara, abatido por la arterioesclerosis, dejó este legado a su hijo:
Hijo querido, ni en el campo mercantil resulta cambiar dinero por remordimientos, porque aquél termina y éstos acompañan al ser toda la existencia, presiden la muerte y quizá perduren aún más allá. Ama la virtud, admira la belleza y cree en Dios sobre todas las cosas. No te hagas esclavo de ningún vicio.80
Conclusiones
Un análisis profundo de la trayectoria de vida y de las preocupaciones con las que un hombre como Rafael Martínez se encaminó a la tarea periodística aunada a la recuperación de sus capacidades para incursionar en el terreno de la dramaturgia y la escritura de la historia nos abren una ventana para ahondar en tres espacios centrales para comprender los procesos de democratización en México. Por un lado, encontramos la participación de los sectores populares como un público actor y lector del periodismo; al revisar los vasos comunicantes entre la prensa y otras manifestaciones de lo escrito rescatamos una tradición de la prensa mexicana vinculada al género literario. Finalmente, el rescate biográfico de periodistas importantes es un botón de muestra para comprender las condiciones sociales que han determinado históricamente a un oficio esencial para la sociedad.