Introducción
Al finalizar la Primera Guerra Mundial se fundó la Sociedad de Naciones (SDN), la cual buscó la colaboración de numerosos escritores, artistas y científicos, quienes se agruparon en torno al Comité Internacional de Cooperación Intelectual en Ginebra (CICI), el Instituto Internacional de Cooperación Intelectual en París (IICI) y el Instituto Internacional de Cine Educativo en Roma (IICE). Durante la década de 1920 y 1930 se desarrollaron varios proyectos en torno a un objetivo común: fomentar el intercambio de ideas para propiciar “el desarme moral”, término con el cual se esperaba desmantelar una actitud bélica, de un exacerbado nacionalismo y promover en cambio la paz y el internacionalismo. Sin embargo, cuando París fue invadida por los alemanes en junio de 1940, muchos funcionarios se fueron al exilio y las actividades del Instituto se detuvieron hasta agosto de 1944.1
Esta ausencia generó una coyuntura favorable para fundar el Centro Internacional de Cooperación Intelectual (CEICI) en la ciudad de La Habana. Como se muestra en el presente trabajo donde se analiza su corta vida, existieron varios problemas que frenaron la iniciativa. Americanizar la cooperación intelectual fue una tarea imposible porque no se trataba tan sólo de cambiar de sede. Implicaba un reacomodo de fuerzas entre Europa y América y entre los países americanos. ¿Quién sería su líder? ¿Qué grado de autonomía tendría de la organización europea? ¿Cómo sería interpretado en Europa?¿Cuánto tiempo duraría? ¿Cómo se sostendría? Estas y otras preguntas se presentaron una y otra vez entre los participantes. Por ello, esta breve historia narra un proceso diplomático complejo, señalando las numerosas tensiones entre quienes defendían una propuesta americana del instituto (independiente) y los que se aferraron a la versión universalista (dependientes de la SDN). Ambas opciones implicaban para algunos países latinoamericanos abandonar la triangulación que habían realizado durante entreguerras entre la SDN y la Unión Panamericana (UP), la cual les había permitido mantener un difícil equilibro entre dos poderes que buscaban de una u otra manera tener una fuerte injerencia en su política exterior: Europa y Estados Unidos.2
Ahora bien, pese a que existe un renovado interés por estudiar la participación de los países americanos en los organismos internacionales,3 el Centro de La Habana ha recibido poca atención por parte de los investigadores. Juliette Dumont señaló que para algunos voceros involucrados en la cooperación intelectual, su fundación en tierras americanas representó la defensa de una cultura mundial hasta entonces representada por el Instituto de París.4 Corinne A. Pernet se refirió a dicho centro al explicar la posición cambiante que asumió Estados Unidos al impulsar, detener y reorientar su apoyo según sus intereses durante la guerra.5 Para sumar a esto, el presente artículo analiza la correspondencia entre el intelectual y diplomático mexicano Alfonso Reyes y otros miembros de la comisión directiva del CEICI durante los años de 1941 a 1945. Ésta es una fuente privilegiada porque en ella se plasma no sólo la información oficial, sino también la que de manera confidencial intercambiaba Reyes con sus colegas más cercanos. Hacia 1940 el mexicano tenía más de veinte años de experiencia en el servicio exterior. Conocía en especial las dificultades de los países latinoamericanos para lidiar con los intereses estadounidenses en las Conferencias Panamericanas y con los de Europa a través de la Sociedad de Naciones. En especial, conocía bien la compleja trama de la organización de Cooperación Intelectual tanto del Comité con sede en Ginebra como del Instituto que residía en París. Esta experiencia, sumada a su nutrida red de contactos intelectuales, le permitió ser un mediador dentro de la pequeña red que se estableció en torno a la fundación del centro.
Mientras dure la guerra
Para entender el contexto de enunciación de esta idea es necesario remitirnos a la ciudad de La Habana, donde entre el 15 y el 22 de noviembre de 1941 se reunió la Segunda Conferencia Americana de Comisiones Nacionales de Cooperación Intelectual. El evento fue organizado por la Comisión Cubana de Cooperación Internacional con el apoyo del gobierno.6 El interés de Cuba por ser la sede estaba asociado a una serie de iniciativas del presidente Fulgencio Batista para modificar la percepción internacional del país tras los turbulentos sucesos de mediados de 1930.7 Además, daba continuidad a un plan anterior, que había iniciado en 1937 al crearse el Instituto Panamericano. Así, el gobierno buscó representar a La Habana como una ciudad panamericana, justificando su localización “porque esa ciudad era una sede natural de los organismos de cooperación intelectual entre los pueblos de América”.8
En abril de 1941, la Comisión de Cuba envió a las otras comisiones una invitación con una agenda tentativa.9 Como aclaró la Comisión Mexicana de Cooperación Intelectual (CMCI)10 a su gobierno, la Conferencia tenía “un fin político práctico en esos momentos, que los países americanos se mantuvieran fuera del conflicto armado, mostrando unidad”. México apoyó la iniciativa de Cuba, incluso fue este país el que convenció a los demás de adelantar la fecha en que se reuniría la Conferencia, justificando que ante la guerra era necesario defender los “ideales democráticos”.11 Estados Unidos apoyó el cambio de fecha, al asegurar que era el momento indicado para separarse de Europa y retomar la tradición de libertad intelectual americana. Con ello, no hacía más que confirmar el impulso que había dado al interamericanismo durante esos años a fin de consolidar un bloque defensivo hemisférico.12
La Conferencia contó con una numerosa concurrencia conformada principalmente por representantes americanos y poquísimos europeos. El más significativo de éstos fue el francés Henri Bonnet, presidente del Instituto (París), quien había huido de esa ciudad -junto a otros miembros del staff-, para resguardar su vida y los documentos resguardados en el archivo del Instituto. Desde la invasión en junio de 1940, Bonnet residía en los Estados Unidos, donde enfocó su trabajo a la Asociación de Ciudadanos del Mundo (financiado por la Fundación Rockefeller). Su participación en la Conferencia de La Habana fue sólo como observador.13
No nos detendremos en la agenda de debate, pues es amplia, sólo en una de las resoluciones más relevantes de la Conferencia: recomendar a los gobiernos la posibilidad de establecer en alguno de estos países “por el tiempo que durara la guerra”, el Instituto de Cooperación Intelectual, o su secretariado. Se asumía que el país que lo albergara proveería parte de su mantenimiento, mientras los demás países cumplirían con sus cuotas. Se entendía, que ningún país mantendría el pago que venían realizando al Instituto mientras la ciudad estuviera ocupada por los alemanes, por lo que se utilizaría la misma suma que se venía aportando para el financiamiento del nuevo Centro de Cooperación Intelectual.
La idea de crear este Instituto no era nueva, aunque sí aprovechó una coyuntura histórica propicia. Desde la década de 1920 se había planteado en más de una ocasión la necesidad de crear una instancia de esta índole. La Conferencia Panamericana de La Habana (1928) había recomendado su creación, la cual fue tomada con recelo en Europa al ser vista como un exceso de regionalismo. En aquel momento la propuesta tomó dos rumbos. Por una parte, se conformó el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), como órgano especializado de la Unión Panamericana, para desde su sede en México desarrollar la cooperación. Por la otra, se mantuvo la idea de un instituto interamericano con un mayor rango de acción, idea que fue retomada en el Congreso de Rectores (La Habana, 1930) y en el Congreso de Buenos Aires (1936). Sin embargo, cada vez que se presentaba la propuesta, los países latinoamericanos se dirimieron entre apoyarlo o no, porque temían que este nuevo centro implicaría que Estados Unidos tuviera una mayor injerencia en la región. Tampoco quedaba claro si esto supondría abandonar la Cooperación Intelectual.14
Retornando a 1941 y al fin de la Conferencia, se decidió nombrar un comité de pocas personas (denominado el Grupo de los Siete) para estudiar la implementación del centro: Miguel Ozório de Almeida (Brasil), James T. Shotwell (Estados Unidos), Cosme de la Torriente (Cuba), Julián Nogueira (Uruguay), Víctor Lascano (Argentina), Francisco Walker Linares (Chile) y Alfonso Reyes (México). Como consejeros técnicos se nombró a Henri Bonnet, Antonio Castro Leal (México) y Mariano Brull (Cuba).15
Es importante señalar que el mexicano Alfonso Reyes no participó de la conferencia,16 pero sí en las “pláticas” que tuvieron lugar al terminar la conferencia (del 23 al 16 de noviembre de 1941), en las que fue nombrado presidente. En este caso, la plática se tituló “La América ante la crisis mundial”, por lo que giró, al igual que las dos anteriores realizadas en el continente americano, en torno a la relación intelectual entre Europa y América.17
El financiamiento del viaje del mexicano corrió a cargo del Instituto Carnegie, el cual había apoyado a través de su Fondo para la Paz otras labores.18 Su director, James T. Shotwell estaba muy interesado en la participación de Reyes por lo que, para justificar el viaje, el mexicano debía trasladarse inmediatamente después a Estados Unidos a dar unas conferencias.19 Shotwell, como presidente de la Comisión Nacional de Cooperación Intelectual, buscaba armar alianzas. Tras desatarse la guerra, el estadounidense intentó convencer a su gobierno, sobre la importancia de trasladar al país del norte el Instituto de París, porque lo veía como una excelente oportunidad para reforzar las relaciones hemisféricas.20 Pero ni el gobierno ni las poderosas fundaciones apoyaron decididamente la propuesta, en parte porque este país había tenido una relación distante con la SDN.21 Además, la Fundación Rockefeller, que había financiado la Conferencia de Estudios Internacionales durante la década de 1930, buscaba más un intercambio científico que un debate intelectual, por lo que desconfiaba del Instituto. Consideraba a la Cooperación Intelectual europea como un grupo de “especialistas en promover conferencias que no iban a ninguna parte”. Por este motivo, restringió su participación a salvar un proyecto específico de cooperación, el de las Conferencias de Estudios Internacionales, el cual intentó trasladar a la Universidad de Princeton.22
El otro interesado en que participara el mexicano era el intelectual y diplomático cubano Mariano Brull, con quien Reyes tenía una relación epistolar previa por su afinidad como escritores.23 Ambos habían colaborado en el Comité de Artes y Letras, dependiente del Instituto de París, en varios proyectos.24 De hecho, fue el cubano quien realizó la mediación entre Shotwell y Reyes para asegurar el financiamiento del traslado del mexicano a la ciudad de La Habana a fin de que participara de la Plática realizada al finalizar la Conferencia.25
Una larga espera
Un día después de haber terminado la II Conferencia de Comisiones Nacionales se reunió la comisión organizadora (o Grupo de los Siete). La premura del encuentro no sólo buscó aprovechar el tiempo de los representantes en la capital cubana sino también aprovechar la coyuntura histórica que había provocado el vacío tras el cierre del Instituto de París. Se designó como presidente de la comisión al brasileño Miguel Ozório de Almeida y se realizó un plan de trabajo mínimo a desarrollarse en los siguientes meses.26
Entre el grupo comenzó a reflejarse la misma división que se había presentado durante la conferencia. Por una parte, los latinoamericanos que juraban lealtad a la SDN y aclaraban una y otra vez, que el traslado del Instituto de París a La Habana sería sólo temporal, mientras durara la guerra. Por la otra, quienes estaban expectantes de la posición de Estados Unidos a fin de concretar una propuesta independiente de la SDN. La postura de los estadounidenses que se dividían a su vez, entre quienes como Shotwell buscaban mediar entre los intereses de su país y los de la organización ginebrina, y quienes veían con preocupación de que la adhesión al universalismo del Instituto de París sería un problema para los intereses “puramente inter-americanos” y esperaban que la coyuntura sirviera para contrabalancear el poder a su favor. Sin embargo, tras el bombardeo japonés a Pearl Harbor, que sucedió cuando los delegados estaban regresando de la Conferencia, fue prioritario encontrar el apoyo de los latinoamericanos.
Por su parte, México y Cuba impulsaron un traslado temporal sin romper con la SDN. Al regresar a su país, Reyes buscó el apoyo de Samuel Ramos, presidente de la Comisión Mexicana de Cooperación Intelectual. Específicamente, le pidió que discutiera con el secretario de Relaciones Exteriores la posibilidad de que el país entregara la suma que venía aportando al Instituto de París al nuevo centro americano en La Habana.27
A su vez, el intelectual y diplomático cubano Cosme de la Torriente dio una conferencia en diciembre de ese año a sus compatriotas en busca de encontrar alianzas internas.28 En ella explicó qué era la Cooperación Intelectual Internacional y por qué era relevante la creación del nuevo centro. Si no se concretaba, afirmaba, “se corría el peligro de que poco a poco se vayan aflojando los lazos y languideciendo las relaciones internacionales en cuanto a la Cooperación Intelectual se refiere”. Agregó que, si no se podía trasladar el Instituto ni su Secretaría, debía crearse un centro mientras durara la guerra, para mantener las relaciones culturales.29
La propaganda también se realizó desde Estados Unidos, donde se publicó un artículo en el cual se refería a la Conferencia de La Habana como un hito en la comprensión cultural continental al promover una serie de medidas que aseguraban el acercamiento panamericano. En el artículo se transcribió una parte del discurso que había dado De la Torriente, quien afirmó que la creación de este centro respondía al llamado del presidente Roosevelt para “defender la Libertad y Democracia en América contra los poderes que quieran atacarla”. Utilizando el argumento del avance de los movimientos fascistas en estos países, agregaba que “Si no se unían, estas repúblicas serían degradadas a un estatus inferior al de las colonias”.30
A partir de este momento comenzó una larga espera. La siguiente reunión prevista para febrero de 1942 no pudo realizarse, pero para mantener viva la idea se publicaron los documentos de la II Conferencia de Comisiones Nacionales y de la plática, así como un folleto con el acta final donde se resolvía la creación del centro.31 Mientras tanto, algunos miembros del grupo de los siete intercambiaron cartas. Ozório de Almeida escribió a Reyes para comentarle que la Comisión no se había podido reunir porque la entrada de Estados Unidos en la guerra había generado “profundas alteraciones”, por lo que es incierto si “podrán cumplir su misión”, esto es, instalar el centro en la ciudad de La Habana. Por eso le preguntó si, en el caso de que este traspaso no fuera posible, sería deseable mantener un centro de estudios capaz de dirigir la acción de las comisiones nacionales de cooperación intelectual sólo en los países americanos. Se trataría de un órgano sólo interamericano, el cual es necesario en esos momentos cuando “los pensadores están preguntándose por el destino del continente”.32
Hacia mayo de 1941 aún no se había llevado a cabo la esperada reunión. Brull le resumió a Reyes los motivos: Ozório de Almeida estaba “invitando a la acción y proponiendo concretamente la creación de una Comisión Permanente Interamericana de factura poco más o menos como la Comisión Internacional de Ginebra”. De la Torriente, con una postura menos radical, con la que el argentino Lascano está de acuerdo, consideraba mantener el estatuto de dicho centro, designando incluso como director a Bonnet. Sobre la sede, aunque a él le gustaría pensar en la ciudad de La Habana, entendía que debían ser prácticos y echarlo a andar donde fuera conveniente. El presidente de Cuba ofreció su ayuda para la sede, pero él dudaba de la factibilidad de esto. Los delegados del sur propusieron la ciudad de Montevideo, pero había que considerar que para Estados Unidos y México, La Habana era una mejor opción.33
A juicio de Brull, había una conjunción de “fuerzas negativas” (Estados Unidos, Brasil y Uruguay) que habían alargado la constitución de este centro porque temían una mayor injerencia europea. Brull viajaría a Estados Unidos donde averiguaría “el estado de ánimo que ahí prevalece sobre la cuestión del centro y ver qué posibilidades hay de salvarlo del no nacimiento”.34 Desde Washington, escribió a Reyes para comentarle el resultado de sus indagaciones: los estadounidenses Thompson y Leland, ambos miembros de la Comisión de Cooperación Intelectual de Estados Unidos, estaban de acuerdo en crear el centro por dos motivos: no desperdiciar toda la labor que se venía realizando desde la Conferencia de 1941 y fundamentalmente, porque sería interpretado como una “actitud abstencionista”, una “especie de traición” al Instituto de París. Por otra parte, le recordó que en Cuba el momento era propicio porque el ministro de Estado era historiador, por lo que apoyaría la constitución del centro. A su juicio, éstas eran razones suficientes para establecer el centro en la capital cubana.35
El cubano siguió negociando en Estados Unidos y advirtió al mexicano de sus avances: logró una entrevista con el secretario de Estado, Summer Wells, quien le dio su apoyo para la creación del centro. En el encuentro estaban presentes también el francés Bonnet y el profesor estadounidense Leland. Todos estuvieron de acuerdo en realizar en el mes de junio en la ciudad de Nueva York la siguiente reunión de la Comisión. Ante esto, le pidió su ayuda para terminar de definir la sede que tendría el nuevo centro “¿México, La Habana, Río, Lima…?” Específicamente, le preguntó si El Colegio de México no podría servir “de crisálida” para el centro, porque si todo salía bien se tendría un presupuesto “de por lo menos cien mil dólares y un instrumento de trabajo útil y dulce, como para los tiempos que corren”.36 Reyes respondió categóricamente que la sede podría ser en México, pero no en El Colegio. Pocos días después, le escribió para comentarle que había hablado de manera oficial y México apoyaría el establecimiento en esa ciudad, dando casa y algunos recursos financieros para el establecimiento.37
Poco después, la Embajada de Brasil en México transmitió a Reyes un telegrama de Ozório de Almeida, donde le avisó que la fundación Carnegie lo invitó para que asistiera el 20 de julio a la reunión que se realizaría en Washington o Nueva York. Dados los compromisos y los problemas de salud, Reyes consideró que no podía salir del país, pidiendo que Brull lo representara en dicha reunión. Confiaba en que él podía exponer correctamente la propuesta del gobierno de México.38
La noticia preocupó a Brull, quien le recordó: “no hay que olvidar que ese asunto yacía en un sueño parecido al de la muerte y que su vida actual pende de un hilo”. De los siete miembros de la comisión sólo cinco tenían importancia (Reyes, Ozório, Torriente, Shotwell y Walker Linares), puesto que consideraba al argentino Lascano y el uruguayo Nogueira como miembros poco ejecutivos. Linares no iría en persona, sólo estaría un representante. Torriente tenía también problemas de salud por lo que tal vez no viajaría. Ante este panorama consideró que, si se pospusiera la reunión, el centro quedaría en el “Limbo de las cosas que no pueden ser”.39
La reunión se aplazó para el 20 de agosto, por lo que Brull esperaba que Reyes pudiera viajar para “darle vida viable al moderno monstruo que vamos a engendrar”. Le confesó que más allá de en qué país recayera la sede, esperaba que, una vez creado el centro, el mexicano asumiera como director. Sugirió que fuera Daniel Cosío Villegas quien lo representara en la reunión y no él. Pocos días después, escribió de nueva cuenta para informarlo de los detalles más turbios que asolaban al proyecto: Brasil y Estados Unidos insistieron en el carácter interamericano y no internacional, y según un informe, reunieron cuatro de los siete votos a favor de esta medida. Por ello, consideraba que no era un buen momento para crearlo en La Habana, por lo que le pidió que hablase con Paul Rivet, americanista francés exiliado en México, sobre las posibilidades de crear este centro en ese país, él conocía bien la organización de Cooperación Intelectual. Reyes quedó desconcertado y antes de hablar con Rivet le pidió que le aclarase si la versión interamericana se consideraba una ruptura total de la antigua institución de París.40 Brull aclaró que el intento interamericano no era pensado como una solución temporal sino como algo de carácter permanente. El cubano insistió en que era importante que viajara para la reunión, pero Reyes respondió con una nueva negativa ante sus problemas de salud.41
De la Torriente también escribió a Reyes para informarle que la Fundación Carnegie había convocado a la Comisión a reunirse el 20 de agosto en Nueva York o en Washington, para estudiar la organización de un “Centro Director de la Cooperación Intelectual Americana”. Esperaba que Reyes asistiera, pero le adelantaba que era importante proponer a los gobiernos y a las comisiones nacionales un centro poco costoso para conseguir su apoyo.42 En respuesta, Reyes mandó por telégrafo desde México una nota en donde le comentaba que había mantenido activa correspondencia con Mariano Brull sobre el tema y que estaba “desesperado” por asistir a la reunión de agosto, pero debía esperar la decisión de su gobierno. En caso de que éste no apoyara su traslado, proponía que le consultasen cuestiones específicas vía telefónica.43
La reunión se pospuso una vez más para el 10 de septiembre. La justificación fue que Ozório no podía viajar. En este nuevo espacio de tiempo, Reyes aprovechó para hablar con el subsecretario de Relaciones Exteriores, Jaime Torres Bodet, quien le comentó que, aunque México seguía dispuesto a ser sede, sería conveniente que confirmara si contaban con el apoyo de Estados Unidos para esta candidatura.44 Además, Reyes realizó el encargo solicitado por Brull hacía unos meses de que se comunicara con Paul Rivet, el intelectual francés radicado en México. En la carta, el mexicano le comentó que la organización del Centro de La Habana enfrentaba profundas diferencias entre la tendencia “puramente americana” y otra “ortodoxa, internacional, que consideraría al centro como una cabal continuación del antiguo”.45 En su respuesta, Rivet aclaró que creía conveniente apoyar otra propuesta distinta: mexicanizar el instituto como un comité mexicano-europeo que albergara conferencias y otras reuniones intelectuales. Su compatriota Jules Romain y el mexicano Samuel Ramos apoyaban la idea.46 Para Reyes, era prematuro buscar esas otras opciones porque la comisión debía finalizar sus labores antes de tomar otro camino. Se negó a aceptar su propuesta, con la esperanza de que la tendencia exclusivamente americana que le había mencionado aún podía ser contrarrestada.47
Vida y muerte dentro del centro cismático
Una vez más, la reunión se pospuso. Ozório de Almeida dijo tener problemas de salud, por lo que pidió que se suspendiera indefinidamente o que se celebrara sin él, pero Estados Unidos decidió suspender. La noticia causó confusión a Reyes, quien recibió también una carta de Nogueira para decirle que la reunión se posponía para el 15 de octubre y que requerían que fuera para presidirla en ausencia de Ozório. Para asegurarse de que Estados Unidos estaba de acuerdo, decidió escribir a Shotwell y, si se confirmaba, haría todo lo necesario para viajar; si no, sería inútil hacer el sacrificio. A estas alturas de la negociación, el mexicano se mostró escéptico del resultado de la futura reunión, por lo que comentó a Brull que “el centro cismático se mantiene en la etapa platónica de la iniciación y creo que se reducirá a organizar algunas conferencias”.48
La esperada reunión se dio lugar en Washington (del 21 al 23 de octubre de 1943), bajo los auspicios de la Fundación Carnegie. A la misma acudieron todos los integrantes menos el chileno Walker Linares, quien nombró como representante a Óscar Vera, y el francés Henri Bonnet, representado por Robert Valeur. En el evento, se decidió no “trasladar” el instituto ni crear una secretaría del mismo, optando por crear el Centro en La Habana. Para darle vida empero, era necesario que se reuniera en Río de Janeiro la Tercera Conferencia de Comisiones Nacionales de Cooperación Intelectual.49
Pese a este revés que dilataba en el tiempo la instalación del centro, Reyes informó a la prensa mexicana que “de las cenizas del desaliento y de la catástrofe en Europa”, surgió la idea de crear en este continente un centro que pretendía retomar el impulso del instituto. Explicó brevemente los pasos que se habían seguido y aclaró que mientras durara la guerra, las labores del instituto se mantendrían desde la ciudad de La Habana para toda América, incluyendo Canadá, por lo que dentro de dos meses se reuniría el nuevo Comité Ejecutivo.50 Asimismo, en otra nota periodística, dirigida en esta ocasión al público estadounidense, se presentó la propuesta del centro como un cambio natural ante la guerra. Se justificó también, que la sede fuera la ciudad de La Habana al ser ésta un espacio “natural” del interamericanismo.51
Más allá de la propaganda periodística, el nuevo centro requería aún de una organización. Para ello, De la Torriente envió a Reyes un proyecto de los estatutos, a fin de conocer su opinión al respecto antes de someter la propuesta definitiva al gobierno cubano.52 Antes de tener respuesta a esta carta, De la Torriente escribió nuevamente al mexicano para recordarle otro problema que le había planteado con anterioridad: las cuotas con que habrían de contribuir los 21 países americanos para cubrir los gastos del centro.53 En respuesta a ambas cartas, Reyes notificó que no podría ocuparse rápidamente del tema de las cuotas por problemas de salud, pero que avisaría a la Secretaría de Relaciones Exteriores de México para que se ocupara del tema.54
Las siguientes cartas intercambiadas por los cubanos y el mexicano retomaban otro tema planteado con anterioridad: el interés de Cuba de que Reyes fuera el director del centro. La postura de Reyes era cautelosa, pidiendo que se confirmara si no era incompatible que él viviera en México y que viajara sólo de vez en cuando a La Habana.55 Ante la insistencia de que asumiera la dirección, el mexicano sólo le aseguró que su gobierno iba a contribuir al mantenimiento del centro a través del pago de su cuota.56 El mexicano estaba ocupado en otros proyectos académicos como El Colegio de México y el Fondo de Cultura Económica, por lo que era imposible para él pensar en un traslado definitivo o parcial a La Habana.
Hacia julio de 1944 la Comisión de Cooperación Cubana aprobó los Estatutos y las cuotas que contribuirían a implementar el centro. Según el recuerdo De la Torriente, eran conscientes de que, mientras terminaban de dar vida a la propuesta, en Europa los aliados iban ganando terreno y la guerra parecía próxima a su fin. Esto llevó a que el grupo de los siete se dividiera de nueva cuenta. Algunos pensaban que, aun y cuando se liberara París, el instituto tardaría un largo tiempo hasta que se reestableciera el trabajo, por lo que convenía proseguir con la iniciativa en La Habana. Otros, en cambio, consideraban que ante la proximidad del fin de la guerra era mejor detener todas las labores en espera de ver cómo resolvería Francia la restitución del instituto.57
Esta incertidumbre llevó a que los países retuvieran el pago de sus cuotas. El presidente de México, Manuel Ávila Camacho, anunció el desembolso de su aportación (5 000 dólares anuales, equivalente a 24 250 pesos mexicanos), pero éste no se realizó.58 En agosto de 1944, se instó al gobierno mexicano a realizar el pago y a aprobar el estatuto del centro. Se subrayó que sería autónomo e independiente de cualquier otro organismo de Cooperación Intelectual y de las autoridades del país anfitrión. Se aclaró que, si se extinguiera por algún motivo, sus fondos y pertenencias pasarían a una Comisión Provisoria hasta que la Tercera Conferencia del cnci decidiera su futuro. Pese a estos argumentos el pago no se realizó.59
Mientras tanto, en Europa se realizaba la Conferencia de Dumbarton Oaks (agosto-octubre 1944), donde se negociaba una nueva organización internacional que poco después daría inicio a la onu. Dos años antes se había realizado en el Reino Unido la Conferencia de Ministros de Educación de los países aliados, para planear tras el fin de la guerra, la creación de un nuevo organismo que poco después se convertiría en la Unesco. En ambas participó Estados Unidos, que comenzó a posicionarse como un actor importante en el nuevo orden mundial. Por ello no es extraño que para abril de 1944 ni el gobierno de Estados Unidos ni las fundaciones privadas de ese país contribuyeran con su cuota al Centro de La Habana.60
Pocos meses después, París fue liberada y comenzó una etapa de reorganización del instituto al abrir sus puertas en enero de 1945. De inmediato, el cubano Cosme de la Torriente envió un telegrama a Reyes para preguntarle si el gobierno de México seguiría apoyando al Centro de La Habana. Reyes respondió que, ante la nueva situación de Francia, era necesario ser cauteloso y estudiar una resolución definitiva.61 Para las autoridades mexicanas era necesario, antes de realizar el pago de la cuota que daría vida al CEICI, averiguar las intenciones del gobierno francés respecto al Instituto de París, para no caer en una descortesía diplomática. Se realizó una serie de maniobras: Jaime Torres Bodet envió a Paul Rivet a París para hablar con Bonnet, el director del instituto; posteriormente Manuel C. Téllez dio instrucciones al embajador de México en Cuba para que averiguara “discretamente” la postura del cubano Cosme de la Torriente sobre esta nueva situación.62 Desconocemos la respuesta a las indagaciones pero éstas deben haber sido desalentadoras para el centro, puesto que los países americanos reiniciaron las relaciones con el Instituto de París.63 Para 1945, México siguió reteniendo el pago que tenía destinado al centro, quedando a la espera de que la Conferencia de San Francisco creara un consejo económico o social que tendría entre sus funciones actividades relacionadas con la cooperación, situación que se postergó tres años más.64
De manera simultánea, varias comisiones nacionales en el continente recibieron un telegrama del nuevo presidente del Instituto de París, Jean-Jacques Mayoux, para informar de la reapertura de actividades. El brasileño Ozório de Almeida, quien había sido el director del fallido intento del Centro de La Habana, explicó a Mayoux que no tenían nada de qué preocuparse, pues la iniciativa americana era provisoria; más que un peligro debía considerarse un acto de hospitalidad americana mientras durara la guerra.65 Poco después, el instituto también desaparecería para dar paso a la Unesco. Paradójicamente, este nuevo organismo internacional creó en 1950 en La Habana un centro internacional, utilizando las oficinas, el mobiliario y el resto del dinero que había destinado el gobierno cubano para el centro.66
Conclusiones
La creación de la SDN abrió la posibilidad para los países latinoamericanos de intentar equilibrar el control estadounidense al ingresar en la arena política internacional. El ámbito de Cooperación Intelectual, en particular, les permitió no sólo participar de una serie de proyectos, sino también, hacer uso de una de las dimensiones de la diplomacia cultural, la de mostrarse al mundo como “naciones cultas”. El manejo que tuvo cada país de esta búsqueda de equilibrio fue dispar, pero en casi todos los casos se observa cómo la década de 1930 fue una coyuntura favorable para posicionarse en el escenario regional e internacional a través de la SDN y la Unión Panamericana.
Este sutil equilibrio se vio modificado con el inicio de la II Guerra Mundial. El hecho que los funcionarios de Cooperación Intelectual hayan tenido que huir de París, trasladando los archivos y salvando su vida, más que una anécdota, es una imagen que permite acercarnos a la sensación de debacle. Era evidente que el precario orden mundial de entreguerras que intentó alcanzar el organismo internacional se desmoronaba. Para Estados Unidos en cambio, el inicio de una nueva guerra permitió afianzar una política de acercamiento hacia los otros países del continente, apoyándose en un interamericanismo menos hostil que el panamericanismo previo. Por eso apoyó a Cuba y a México en su iniciativa de crear el centro, pero decayó su interés tras su ingreso a la contienda mundial. Además, al igual que otras potencias europeas, este país se ocupó los últimos años de la guerra a planear la creación de un nuevo organismo internacional (la Organización de Naciones Unidas) que supliría a la SDN. En este contexto, defender una propuesta de Cooperación Intelectual en tierras americanas era apostar por un modelo que no sobreviviría por mucho tiempo.
Esto podría llevarnos a pensar que la vida de la propuesta del Centro Interamericano que se pretendía fundar en la ciudad de La Habana dependió únicamente de los intereses de la política exterior de Estados Unidos. Es evidente que América Latina no participó de este centro de manera conjunta frente a los vaivenes de los intereses estadounidenses. Lo que se observa en cambio es una estrategia cambiante, adaptada a los distintos momentos de la guerra, y sobre todo interesada en no romper con Europa por no confiar en el interamericanismo. Reyes y Brull supieron captar la urgencia del momento, el sentido de la profunda crisis y también la oportunidad que abría para la dimensión cultural y política de sus países. Supieron trabajar como aliados frente a una disidencia de delegados de Brasil, Uruguay y Argentina y una aparente neutralidad de Estados Unidos. Pese al empuje de estos dos diplomáticos, fue imposible dar vida al CEICI en LaHabana. Las numerosas tensiones entre la propuesta de trasladar el instituto de manera temporal y la de crear un nuevo Centro Internacional pero americano, no fueron del todo resueltas y los sucesos del fin de la guerra hicieron inviable cualquiera de las dos propuestas.
Con esta breve historia esperamos dar cuenta de un panorama complejo, donde el caso particular permite observar el interés y la agencia de los representantes latinoamericanos por sostener la cooperación intelectual internacional desde el continete americano. Esperamos también señalar cuán importante es reconstruir pequeñas tramas que nos permitan preguntarnos por el marco general. Nos llevan a reflexionar en cuán importante es explorar la dimensión cultural de las relaciones internacionales, sobre todo en los momentos cuando las grandes estructuras políticas se encontraron en crisis.