Estoy convencido de queGabriela Aguirre, Camille Foulard, Austreberto Martínez, Andrea Mutolo, Nora Pérez Rayón, Franco Savarino, Yves Solís y Valentina Torres Septién han logrado una obra de excelencia, llamada a ser un parteaguas en la historiografía mexicana del siglo XX en general y no solamente en torno a la Iglesia católica. Se trata de una “herramienta académica” -como gustan definirla sus creadores- que será imprescindible para cualquier persona que quiera estudiar la historia no sólo de la Iglesia, también de la sociedad, la economía, la política o la cultura mexicanas durante dicha centuria.
El Diccionario se compone de 307 breves biografías organizadas en orden alfabético, a través de las cuales se da cuenta de la inmensa diversidad de la catolicidad mexicana. Está dividido en ocho secciones distribuidas a lo largo de sus 780 páginas. Contiene una sustanciosa introducción, las biografías, un breve e interesante análisis cualitativo, algunos cuadros y gráficas, un muy valioso glosario, siglas y abreviaturas, una breve semblanza de sus colaboradores, para cerrar con el índice onomástico. En síntesis, es un diccionario muy interesante que suma a la larga tradición de diccionarios históricos nacida en la primera mitad del siglo XVIII, según hacen notar los autores en la misma introducción.
Los criterios de selección de las personas biografiadas me parecen afortunados por sencillos y claros: personas nacidas entre 1850 y 1950; actores públicos que destacaron como católicos, es decir, “aquellos que basaron su actuar político, social o cultural de manera implícita o explícita en su visión particular de catolicismo y que se asumían y o se asumen como tales” y que desde sus posturas diversas dentro de la catolicidad hubieran tenido “una repercusión política, cultural, social o ideológica en uno o diversos aspectos y momentos de la historia reciente del país”.
Se trata de tres o cuatro generaciones de protagonistas cuyas vidas estuvieron marcadas por profundas transformaciones en la Iglesia, en México y en el mundo. Por mencionar algunas de las más relevantes: la formación del Estado laico en México; el Syllabus de Pío IX; el Primer Concilio Vaticano; la desaparición de los Estados Pontificios. También se cuentan en esta lista la proclamación de los dogmas de la infalibilidad del papa, la Inmaculada Concepción y la Asunción de María; la Revolución Mexicana y la persecución religiosa violenta contra los católicos, la cual duró de 1914 a 1938, con su momento de guerra civil de 1927-1929, seguida de otra de baja intensidad caracterizada por el acoso y la reprobación que no han desaparecido. Asimismo se puede incluir la encrucijada vivida por los católicos derivada de la persecución violenta que se manifestó entre seguir el camino de un fundamentalismo integrista y defensivo, frente a otro con rumbo a la participativa en la sociedad civil de forma propositiva y de muy diversas maneras. Por otra parte, se suman la revolución en el pensamiento católico marcada por la filosofía y la teología de la persona (personalismo) y la definición de la Doctrina Social Católica con fortísimas implicaciones eclesiales, pastorales y de participación social; dos guerras mundiales; el Concilio Vaticano II; la recepción del Concilio en México; el surgimiento de la Conferencia Episcopal Latinoamericana; nuevos y diversos desarrollos teológicos con impacto en las más diversas experiencias pastorales y sociales. Estamos hablando de varias generaciones de personas que vivieron procesos de gran complejidad que no hemos acabado de entender a cabalidad y que afectaron no sólo la vida de la Iglesia, también los procesos históricos de México y del mundo.
La obra aquí reseñada nos muestra esa complejidad expansiva de la Iglesia católica a lo largo del siglo XX, compuesta de muy diversos actores del mundo laico, religioso y del clero, quienes expresaron su fe en las más diversas formas, todas ellas igualmente católicas. El Diccionario, sin duda alguna, nos pone en el camino adecuado para emprender mayores y más profundos estudios al respecto, porque los gestores de esta obra han comprendido a la Iglesia sí como institución, puesto que lo es; pero también como un amplio espacio cultural en el cual conviven múltiples expresiones que se hacen presentes en todos los ámbitos de la sociedad.
Desde el título, el Diccionario de protagonistas del mundo católico sale al paso de uno de los problemas enquistados en las ciencias sociales y la historiografía sobre la Iglesia católica. Me refiero al clericalismo académico y político dominantes. Me explico: el clericalismo se entiende como la reducción de la compleja realidad de la Iglesia al fenómeno meramente clerical, el cual puede tomar formas encomiásticas o de acendrado anticatolicismo, al final imágenes reduccionistas y en espejo. Así como en el mundo de las narrativas políticas se reduce la realidad de la catolicidad a lo que hace o dice el clero, de manera similar ha sucedido en el mundo académico en donde las narrativas y no pocos estudios sobre la historia de la Iglesia en el siglo XX suelen reducirse también al clero. Una auténtica creencia -en el sentido que le da Ortega y Gasset al término- es la que persiste no obstante obras tan importantes como las realizadas por Jean Meyer, Jorge Adame, Manuel Ceballos, María Luisa Aspe, así como las de quienes han coordinado la obra que aquí comentamos.
En el mundo académico podríamos y deberíamos ser mucho más críticos, porque se suelen reproducir los prejuicios culturales y políticos de una historia oficial que no sólo reduce la Iglesia al clero, también a movimientos estrictamente tradicionalistas y conservadores, si no es que ultraconservadores. Un espantapájaros de nariz de cera al cual se le pueden arrojar cualquier tipo de ideas, culpas y objetos, hasta convertirlo en algo indigno de ser estudiado por académicos serios, a no ser para revelar los aviesos intereses de la Iglesia. No hay que caminar muy lejos para caer en la cuenta de que, la posición que supone que para legitimar una investigación en torno a la Iglesia católica es necesario ser clericalista y anticatólico se agarra a cachetadas con las ciencias sociales y con la historia. Como queda demostrado en el Diccionario, tratar de disminuir la catolicidad a uno de sus aspectos, a una sola opción política o ideológica implica un grave error metodológico y no solamente la falta de entendimiento sobre la institución. No existe buena ciencia con malos métodos.
En la historia de México en general, y la del siglo XX en particular, la presencia de la catolicidad es indiscutible, aunque se haya pretendido ignorar. Lo cierto es que nada católico es ajeno a México, pero expresarlo y más aún sostenerlo es terreno minado así en el mundo académico, como en el político, cultural y social en donde las narrativas “oficiales” son dominantes. Esto es evidente de manera muy especial cuando se abordan los fenómenos históricos del siglo xix y más notable aún si son del siglo XX.
Mi experiencia como investigador de la historia judicial de la Iglesia se centra en una época distinta, como es la Hispanoamérica virreinal. Durante muchos años estos y otros prejuicios también dominaron en el ámbito académico. Sin embargo, y a pesar del discurso oficial tan dominante entre nuestros políticos -como pudimos observar en efemérides recientes-, se ha abierto paso una historiografía sobre la Iglesia desarrollada por profesionales de gran solvencia, cuya calidad es independiente de sus creencias personales, filias o fobias en torno a lo católico, en donde es la capacidad metodológica, la comprensión del objeto de estudio y la imaginación histórica lo que en realidad cuenta.
Esta obra surge de los esfuerzos de ocho excelentes académicos reunidos en el Seminario Iglesia, Estado y Sociedad Civil en México, Siglo XX quienes, a su vez, convocaron a otro grupo de profesionales para elaborar el Diccionario, hasta formar un amplio equipo de trabajo de poco más de ochenta estudiosos. Se trata de una clara demostración de la “ecúmene” académica en donde ateos, creyentes y agnósticos se han reunido para sacar adelante una obra extraordinaria, en donde no son las creencias personales lo que valida el esfuerzo, sino el hecho de ser buenos historiadores con capacidad metodológica e imaginación científica. La buena ciencia quiere buenos métodos.
Un objeto de estudio tan complejo como la catolicidad implica un enorme desafío que los coordinadores del Diccionario han enfrentado con calidad y valentía, poniendo el dedo en la llaga académica, o si me permiten una expresión muy taurina “poniendo al toro en suerte”. Han puesto frente a nosotros grandes retos pues, como bien dicen los autores y debemos insistir, se trata de una herramienta para estudiosos de la historia de México y de la catolicidad en el siglo XX. Así, para concluir, quiero mencionar tres retos:
Primero: recordar una de las reglas más importantes del método sociológico señalada por Emilio Durkheim, según la cual es imperativo tomar conciencia de nuestras prenociones y, de cara a esta importante obra que reseñamos, entender que ya no es posible ignorar el protagonismo de los católicos en la sociedad e historia de México.
Segundo: conforme avanza la lectura de la obra vemos desfilar ante nuestros ojos revistas, periódicos, movimientos eclesiales y sociales, instituciones de asistencia privada, organizaciones de la sociedad civil, foros, asociaciones de participación política, obras de atención a los necesitados, colegios, universidades, empresas de toda índole, institutos culturales y un gran etcétera que nos permiten entender que el ámbito privilegiado del actuar de la catolicidad mexicana ha sido y es la sociedad civil sobre cualquier otro, cuya amplia participación ha impactado de diversas maneras el desarrollo de una sociedad plural y democrática. Es un devenir característico de la catolicidad mexicana a lo largo de la centuria, pero que las ciencias sociales en México han ignorado o considerado muy parcialmente.
Tercero: la invisibilidad inducida ha provocado una situación de injusticia epistémica -testimonial y hermenéutica-, categoría analizada en detalle por la filósofa mexicana Fanny del Río en su reciente libro titulado: Hacia una crítica ética de la historia de la filosofía en México desde una perspectiva de género (México: Editorial Notas Universitarias, Colección Sapientia, 2022). Se trata de una injusticia que implica considerar como no digna de ser conocida la realidad de ciertos seres humanos por prejuicios sobre las personas (injusticia epistémica testimonial), así como por los vacíos conceptuales derivados de prejuicios colectivos que impiden dar sentido inteligible a una experiencia humana determinada (injusticia epistémica hermenéutica), lo que provoca su invisibilidad. La injusticia espistémica no sólo afecta a la catolicidad, sino que es compartida por otros actores sociales, sonadamente el de las mujeres.
Lo que propone Fanny del Río no es solamente un punto de vista determinado y novedoso, en el cual se podrían verter también los viejos prejuicios; lo que en realidad nos propone es una auténtica metodología para dar visibilidad histórica a las personas que han pasado inadvertidas a los ojos de historiadores y científicos sociales, no obstante su importancia. Obvio es decir, el estudio de esta propuesta no solamente dará visibilidad a la catolicidad, también a innumerables mujeres católicas que participaron en esta historia, algunas de las cuales ya se dejan ver en el Diccionario y cuyo estudio, claro está, también significa un gran reto.