Introducción
Revisar la experiencia de este trabajador es una ventana que nos da la oportunidad de conocer el sistema de abasto y distribución de agua en la ciudad, así como los desafíos que tuvo que enfrentar el gobierno municipal, instancia encargada de brindar ese servicio; una pesada tarea si consideramos que las arcas municipales fueron siempre exiguas y su personal insuficiente y poco diestro para atender los problemas y las necesidades derivadas de ese vital servicio urbano. Bajo esa premisa, el objetivo es mostrar el papel que desempeñaron los aguadores en el funcionamiento de la ciudad de Oaxaca, su organización, sus espacios de trabajo y de sociabilidad, así como los mecanismos de control y regulación que el aparato gubernamental desplegó sobre ellos (véase la figura 1).
El presente trabajo está organizado en cuatro apartados y conclusiones que nos acercarán al aguador desde diferentes enfoques: atienden a la manera en que se le representó, cómo fue visto por el otro, una construcción social y cultural del aguador. Asimismo, repara en los desafíos que tuvo que afrontar la autoridad de la ciudad para llevar agua, pues no fue fácil dotar del vital líquido. Se verá, a lo largo del siglo XIX, los intentos de parte de los gobiernos por organizar y regular la presencia de los trabajadores urbanos con el propósito de dignificar los oficios, borrar la mala imagen que tenían, integrarlos al mundo laboral y adiestrar su participación en la sociedad. Por último, resulta relevante reconstruir las redes que los aguadores trazaban a partir de la repartición de agua, así como ubicar en el espacio urbano las fuentes de las que se abastecían, la manera en que se organizaban y los trayectos que hacían para llevar el líquido a donde lo solicitaban.
Así pues, amén de su pintoresca imagen, su peculiar indumentaria y su particular manera de transportar el líquido vital, el aguador tuvo un papel fundamental en el funcionamiento de las ciudades mexicanas hasta bien entrado el siglo XX, pues formó parte del sistema de abasto y distribución de agua cuando lejos estaba el moderno sistema en red de tomas domiciliarias y la interconexión de tuberías subterráneas que conducía agua potable, abundante y uniforme al interior de las casas o de cualquier establecimiento. Ciertamente, la presencia de ese antiquísimo oficio en los centros urbanos estuvo supeditada a la modernización en el servicio de agua, así como a la extensión de la ciudad y a su número de habitantes. En este sentido, “el aguador representaba la figura característica del sistema clásico pero su permanencia a lo largo del tiempo refleja dos realidades: las debilidades y dificultades en la instalación del sistema moderno y las formas de organización que la sociedad ha tenido que desarrollar y adaptar ante los resultados poco eficientes del sistema”.1
En palabras de Jorge Fernando Iturribarría, “el pintoresco oficio del aguador, con su carácter ya de actividad especializada, fue [en la ciudad sureña], cosa de tiempos más recientes, quizás arranca de fines del siglo XVIII o principios del [XIX]”.2 Aunque la actividad de transportar el agua puede remontarse hasta la fundación de la ciudad, es precisamente en este último siglo que encontramos a nuestro personaje en los archivos documentales de Oaxaca, temporalidad que no dista de otras ciudades mexicanas. Mientras que, en otras latitudes, en España, por ejemplo, algunos estudiosos lo sitúan a finales del Medioevo;3 ahí y en todos los casos su función fue siempre la misma -aunque no estuvo exento de ejercer otras tareas-, como transportar agua de las fuentes, pilas, acueductos, ríos o manantiales a las casas de quienes podían pagar sus servicios.
Pese a la importancia de aquellos trabajadores urbanos en el funcionamiento de las ciudades y en la vida de sus habitantes, así como su prolongada presencia en el espacio urbano, han sido escasamente abordados en la historiografía mexicana, en general, y oaxaqueña, en particular. Evelyn Alfaro analiza lo escrito y llega a la conclusión de que se “les ha otorgado un papel de poca relevancia y se ha dejado un vacío que dificulta seguir sus huellas como actores sociales”.4 El dossier de la revista Agua y Territorio intitulado “La organización social del abastecimiento urbano de agua: los aguadores” (2017),5 es una gran aportación que reúne a varios investigadores con el propósito de exponer la experiencia de esos personajes en distintas ciudades de México: Zacatecas, Guadalajara, Aguascalientes, Guanajuato, Oaxaca y la de México.6 Años atrás, en 2013, Ernesto Aréchiga, en su artículo “El médico, el aguador y los acueductos: aprovisionamiento de aguas potables en la ciudad de México en 1883-1884”, abordó el caso de Santa Ana Atenantitech, Peralvillo,7 y José Raúl Reyes analizó este tema en la ciudad de Zacatecas, en su tesis de maestría.8 Como podrá notar el lector, el interés por ese oficio es relativamente reciente y, por lo mismo, la bibliografía es escasa. Del aguador en la ciudad de Oaxaca sólo sabemos por las líneas que le dedicó Martín Sánchez en su artículo “Del barro al tereftalato de polietileno: el oficio de aguador en México”,9 más allá de ese texto, pocos hablan de su existencia.
Decenios atrás en la ciudad de Oaxaca se presentaron dos exposiciones que trajo a la luz al gremio de aguadores. En 1991, en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (MACO) se expuso por primera vez una serie de fotografías extraídas del Libro de Registros de Aguadores que resguarda el Archivo Histórico Municipal en la Ciudad de Oaxaca (AHMCO), cuyos carteles fueron patrocinados por el maestro Francisco Toledo. En 2007, en la Biblioteca Fray Francisco de Burgoa (BFFB) se organizó la exposición “De oficios y otros menesteres” en la que el aguador se hizo presente con otros gremios. Ambas exposiciones fueron esfuerzos importantes por rescatar del olvido a aquellos oficios y a sus ejecutantes.
Por otro lado, en la historiografía local, aunque muy generales, se pueden encontrar referencias en la obra de Mark Overmyer-Velázquez, Visiones de la ciudad esmeralda. Modernidad, tradición y formación de la Oaxaca porfiriana;10 y en la de Édgar Mendoza, “Abastecimiento de agua potable e higiene pública en la ciudad de Oaxaca, 1867-1915”.11 Si bien esos acercamientos son importantes, hay información y análisis que los autores pasaron por alto y que en el presente trabajo se abordan.12 La presencia del aguador en la ciudad de Oaxaca se asemeja a la de sus congéneres de otras ciudades mexicanas, y esos paralelismos evidencian que el gremio estuvo normado y percibido bajo los mismos preceptos a lo largo y ancho del país.
Un tipo pintoresco y populoso
El aguador se levantaba con la aurora para dar principio a sus acostumbradas faenas. De su jacal a la fuente y de ahí a las calles de la ciudad, “unas veces con paso tardo y trabajoso y otras con cierta ligereza proporcional á las fuerzas individuales y al peso de la carga”.13 El aguador trazaba sus propias rutas para atender a sus diligentes clientes, “no sin [antes] echarse al coleto, de pasadita, una copa de mezcal ó chinguirito en alguna vinatería para hacer la mañana ó para abrigarse el estómago”, así lo describe Antonio García Cubas en El libro de mis recuerdos.14 El aguador fue un personaje muy visible por los servicios que brindaba, dominando el paisaje urbano con su peculiar indumentaria, su “camisa y calzón de manta, calzoneras de gamuza ó pana, mandil de cuero que pendía de una especie de valona de la misma materia, de la que era igualmente el casquete que cubría la cabeza, y el cinturón que sostenía por detrás el rodete en que apoyaba el chochocol”.15
Pero la vestimenta y los materiales de su preciado instrumento de trabajo y el modo de llevarlos no fue igual en todas partes, había provincialismos muy notables. El aguador en Oaxaca lucía prendas más sencillas que sus homólogos de la capital mexicana; vestía, generalmente, sus típicos camisa y calzón de manta con un ceñidor que era una faja generalmente de tela ajustada al cuerpo y sombrero de ala ancha de palma o de panza de burro con el que se cubría del sol o de la lluvia;16 algunos portaban, además, jorongo o delantal; había quienes estaban descalzos, otros calzaban huaraches de “pie de gallo” -aunque no fue una regla- y pocos eran aquellos que portaban zapatos. En cuanto a la manera de cargar el preciado líquido, se valieron del chochocol o cántaro de barro probablemente de los pueblos alfareros de los alrededores: Santa María Atzompa o San Bartolo Coyotepec.17 También, como en otros lugares, hicieron uso de botes o cubos de lámina.18
Siguiendo la tipología que plantea Martín Sánchez, los aguadores en Oaxaca fueron de dos tipos: los que iban a pie cargando su cántaro o cubo de lámina y los que empleaban burros o mulas para asegurar el traslado de agua en mayores cantidades.19 Los primeros hacían uso de un mecapal que consistía en un cinturón de cuero o mecate que, sujeto a la cabeza o a la altura de los hombros, lograban contrabalancear con gran maestría el peso del voluminoso jarrón de barro repleto de agua, y si la fuerza física les permitía, podían llevar en la mano un cubo de metal para transportar mayor cantidad de agua. Quienes hacían uso de los botes los pendían de gruesas cuerdas sujetas a un palo de madera que colocaban detrás del cuello. En cambio, los segundos necesitaban montar sobre los burros o mulas un aparejo consistente en una enjalma, que es una almohadilla que cubre y protege el lomo del animal de la que se desprende un juego de correas que se sujetan al jumento por la parte trasera y el pecho. Sobre la enjalma se asentaba una estructura rígida hecha con varas de madera cuyo diseño permitía recibir hasta cuatro vasijas -dos de cada lado- (véase la lámina 1).
La imagen de este trabajador acaparó la atención de propios y extraños, captada y representada mayormente por el ojo del extranjero en pinturas, litografías, fotograbados, dibujos, postales y fotografías. En palabras de Rodríguez y Rivera, “México y lo mexicano fueron representados y construidos por un ojo extraño que al mismo tiempo que se admiraba y fascinaba, catalogaba a todo lo mexicano como exótico”.20 Entre esos viajeros decimonónicos que estaban en busca de excentricidades se alistan Désiré Charnay, Teobert Maler, François Aubert, Alfred Briquet y, especialmente, Claudio Linati, pintor y litógrafo italiano, quien dedicó parte de su obra Trajes civiles, militares y religiosos en México, de 1828, a representar los distintos oficios callejeros que se encontró en su viaje a México un par de años atrás.21
No sólo los extranjeros se ocuparon de documentar al gremio de aguadores, también los “connacionales los consideraron personas dignas de atención entre los principales actores citadinos”.22 Un ejemplo de ello es la obra de Hilarión Frías y Soto, Los mexicanos pintados por sí mismos, publicada entre 1854 y 1855. También hablo de ellos Manuel Rivera Cambas en su México pintoresco, artístico y monumental, que se empezó a editar desde 1880 hasta 1883, cuando salió a la luz su tercer volumen.23 Asimismo, en El libro de mis recuerdos, Antonio García Cubas se expresó del pintoresco personaje así: “era el amigo de confianza de las cocineras y las camaristas, el correvedile de los enamorados, el inventor de un sistema especial de contabilidad, el que ejecutaba su destreza quirúrgica en los gatos [los castraba], el que en tiempos más antiguos enterraba a los muertos y en las procesiones de la Semana Santa cargaba a los santos”.24
También Rivera Cambas apunta que algunos aguadores después de surtir agua a las casas y establecimientos de sus marchantes, se dedicaban a asear las calles u otras ocupaciones que les daban buen auxilio para sus gastos.25
No tengo evidencia de que en Oaxaca ejercieran tantos oficios a la vez, pero sí tengo certeza de que a veces se empleaba como cargador, amén de que tenía la obligación, eso sí, de sofocar cualquier incendio; servicios adicionales que brindaba a la sociedad por su fuerza física y su relación con el agua. Así, su presencia en el espacio urbano era constante.
El aguador se desempeñó igual en todos los sitios: se internó en la intimidad de las familias, fue testigo mudo de escenas privadas, conocía las rutinas de aseo de sus clientes, la hora de preparación de los alimentos y los días que tocaba lavar la ropa o cualquier otra actividad que tuviera el agua de por medio. Fue alcahuete de los enamorados, confidente de las cocineras y lavanderas, de quienes a diario recibía todo tipo de quejas:
-¡Algame Dios! ñor Trinidá, qué tarde ha venido; por poco me deja hoy sin guisar
[…]
[…]
-La niña no se bañó ayer por vd.: ¿por qué se lo olvidó llenar la tina?
-No me deje sin agua, maestro, no sea perezoso ni olvidadizo.26
El libre acceso al agua y la posibilidad de distribuirla por la ciudad hacía del aguador un trabajador vital en el funcionamiento de la urbe y en la vida de los parroquianos, pues sus actividades se veían afectadas por su falta o demora, debiendo, por ello, programar con antelación sus rutas y horarios para satisfacer la demanda de sus sedientos clientes e ingeniárselas cuando el líquido escaseaba, situación que era muy recurrente. Contar con agua permanente en las fuentes y pilas no fue tarea fácil para las autoridades.
Abasto y desabasto de agua
El agua llegaba a la ciudad de Oaxaca a través del acueducto construido en la época colonial, cuya historia constructiva es larga y llena de complicaciones. Durante siglos fue la única obra hidráulica que conducía el vital líquido de los manantiales del pueblo de San Felipe hasta la caja de agua ubicada al pie del templo del Carmen alto que en una de sus caras recuerda la conclusión del acueducto: “SE ACAVO ESTA OBRA EL 6 DE MARZO DEL AÑO DE 1751 [?]”.27 De ese sitio, parte del líquido se depositaba por un canal abierto en la caja situada a un costado del templo de la Sangre de Cristo, mientras que la otra seguía su curso hasta llegar a la Plaza Mayor. Como parte complementaria al acueducto, la infraestructura hidráulica colonial estaba integrada por cajas de agua, pilas, fuentes, cañerías a cielo abierto y tuberías que en principio fueron mayoritariamente de barro.
Se presume que la primera fuente pública que tuvo la ciudad fue la que el benefactor Manuel Fernández Fiallo ordenó construir en la plaza del Mercado -hoy mercado Benito Juárez-, la cual, según relatos de la época, no fue suficiente y se hizo otra, en el centro de la Plaza Mayor, “cuya fábrica emprendieron los munícipes con plausible celo”.28 Para ese propósito se construyó desde la caja de agua hasta la plaza principal un acueducto de cantera de 798 varas de extensión. “En el centro de la [misma], sobre una base ochavada de trece varas de diámetro, levantaron de fino jaspe, de una vara de altura y de veinte de circunferencia, la pila o vaso que recibía el agua de una granada de bronce dorado”.29 El costo, afirma el presbítero Antonio Gay, pasó de 4 000 pesos, producto del impuesto sobre bebidas alcohólicas concedido por el virrey con este objeto. Y el agua comenzó a correr en la fuente el 28 de octubre de 1739.
Con el tiempo el número de pilas y fuentes fue aumentando; así, por ejemplo, una se levantó a un costado del templo de San Francisco; otra, frente al templo de los Siete Príncipes, y José María Morelos y Pavón, durante su corta estancia en esa tierra sureña, mandó colocar una fuente en la alameda de Guadalupe (hoy Paseo Juárez el Llano) como recuerdo del triunfo de los insurgentes en la ciudad; incluso, aseguran algunos autores, encargó que a su alrededor se instalaran asientos de piedra y fresnos que él mismo plantó (véase la figura 2).30
Pero no todas las fuentes se construyeron ex profeso para un lugar en específico: algunas fueron trashumantes, es decir, se movieron de un sitio a otro, como la que originalmente estaba en la Alameda General Antonio de León y que, tras una remodelación, los vecinos del barrio de Las Nieves la pidieron al ayuntamiento para mitigar la resentida escasez de agua.31 Así, cada fuente fue aliviando las necesidades de la gente, pues -vale mencionar- el desabasto de agua fue, como hoy en día, un problema que las autoridades locales enfrentaron a lo largo del siglo XIX;32 más aún: la calidad del líquido constituyó un grave inconveniente para la población, ya que generalmente corría por el acueducto y, con los caños a cielo abierto, llegaba a las fuentes contaminada, propiciando un cúmulo de enfermedades. Por eso, ante cualquier brote de epidemia, las autoridades disponían suspender el suministro en las fuentes públicas.
En el ayuntamiento de la ciudad recaía toda la responsabilidad en el manejo del agua. Como bien afirma Édgar Mendoza, “con las reformas liberales, [aquella institución] adquirió los derechos en el manejo, cobro y distribución del agua potable”,33 pero también se encargó de su regulación, del mantenimiento de la infraestructura hidráulica y de todo lo relacionado con dicho líquido. Era una pesada carga para esa instancia, principalmente cuando el personal para su cuidado y vigilancia era insuficiente se tenían unas arcas empobrecidas y una obra hidráulica maltrecha por el deterioro y la falta de mantenimiento, objeto también de todo tipo de despojos y saqueos. Buena parte del siglo XIX, el ayuntamiento de la ciudad se mostró incapaz de brindar con eficiencia este importante servicio urbano y se convirtió en el receptáculo de toda clase de quejas y críticas implacables de la prensa.
La ciudad toda, por aclamación, solicita del Superior Gobierno del Estado, y de esta jefatura excite la eficacia y la filantropía de esa corporación para que provea á sus habitantes del agua suficiente de que hoy están careciendo. Fiel intérprete de esa aclamación, excito el patriotismo de usted para que, atendiéndola, acuda á su remedio; dando así á la sociedad oaxaqueña una prueba de su acertada elección para representarlo.34
En algún momento, el acueducto colonial se vio rebasado para atender la demanda de agua. En 1876 se inició la gestión para construir una segunda obra hidráulica y surtir mayor cantidad, ahora de los manantiales de San Andrés Huayápam.35 Fue así como entre los dos acueductos debían “suministrar agua a 43 fuentes públicas, 28 particulares, 27 estanques y 7 casas de baño”.36 Sin embargo, tampoco con esa obra adicional se logró cubrir las necesidades de la población, pues en época de estiaje las fuentes quedaban completamente secas, lo que orillaba a los aguadores a suspender por un momento su oficio o bien recorrer trayectos más largos para llevar agua directamente de los acueductos a las casas y comercios que demandaban su servicio.37 Las familias más pudientes o los religiosos contaban con fuentes privadas, pero el resto de la población tenía que abastecerse por su cuenta en las fuentes públicas, y quienes podían, pagaban el servicio de un aguador que día a día trazaba sobre el espacio urbano sus propias redes de distribución. Por cada “viaje” el aguador en la ciudad de Oaxaca llegó a cobrar de a real cuatro cántaros, de a medio dos y de a cuartilla uno.
Llegando en el calendario el Sábado de Gloria o el día de la Santa Cruz (3 de mayo),38 esas fuentes se enfloraban y adornaban,
venturosos días eran para el aguador, aquellos que se vestían de nazareno y en que celebraban el triunfo de la Santa Cruz. Para lo primero no economizaba gasto alguno, aun cuando tuviese que echar sus viajes por muchos días, sin recibir remuneración, en virtud de las deudas contraídas, y para lo segundo bastábanle algunas economías, á fin de enflorar la fuente, adornar la Santa Cruz, y echar al aire una gruesa de cohetes tronadores.39
Ambas celebraciones vinculadas con la Iglesia católica tenían significado para los aguadores. Los devotos acostumbraban arrojarse agua el Sábado de Gloria, y al hacerlo, se creía, purificaban su alma y aliviaban sus pecados. La Santa Cruz coincide con la temporada de lluvias -del 27 de abril al 4 de mayo-. Al honrar esas fechas aseguraban la fertilidad de la tierra y las buenas cosechas; con las lluvias también aumentaba el caudal de los ríos y manantiales y el agua que llegaba a través de los acueductos y la red de fuentes y atarjeas no escasearía en las ciudades. Eso explica que los aguadores festejaran con tanta devoción ambas fechas y vistieran las fuentes con flores y adornos para que el agua, su principal elemento de trabajo, no faltara.
De la fuente a la calle y de la calle a la fuente
El 3 de enero de 1885 en presencia del entonces presidente municipal Tomás Sánchez, con un cuórum de 90 agremiados, se llevó a cabo la elección del alcalde y el mayordomo del círculo de aguadores, resultando ganadores José Carranza para el primer cargo y Pomposo Martínez para el segundo.40
También en ese acto se determinó, como cada año, las personas que, en su calidad de celador, se harían cargo de las fuentes que había en la ciudad. El celador, tenía, además, bajo su tutela a un número indistinto de aguadores.41 De esa manera es como esos personajes se organizaron y distribuyeron en el espacio urbano (véanse el cuadro 1 y el plano 1).
Con base en la recopilación de las fuentes y pilas que había en la ciudad entre 1885 y 1910, se sabe que las primeras eran en número de 30, pues había sitios como la plaza principal, la Alameda General Antonio de León o el Paseo Juárez que tenían más de una fuente; en tanto que las segundas, sólo 7 (véase el plano 1). Resultó un tanto difícil distinguir unas de las otras, puesto que muchas veces se referían a ellas de manera indistinta pese a que arquitectónicamente existen sus diferencias. Si bien ambas son contenedoras de agua y pueden estar fabricadas de los mismos materiales (piedra, ladrillo o hierro), las fuentes llegaron a tener diseños más sofisticados respecto a las pilas que eran más sencillas, incluso, más pequeñas (véase la figura 3). También fue complejo identificarlas debido a que algunas fueron trashumantes, y otras, desaparecieron. Igualmente resultó un reto reconocerlas por su nombre porque muchas fueron bautizadas coloquialmente por la gente y conocidas por los parroquianos. A la luz de nuestros días esos nombres se han olvidado.
Regresando al tema, el aguador trajinaba todo el día: de la fuente a las casas o vecindades y viceversa; no obstante, en caso de escasez del líquido o de incendio podían abastecerse de cualquiera que estuviera a la mano o disponible. Rescatando el último censo resguardado en el acervo del AHMCO, en enero de 1944 se llevó a cabo el cambio de los representantes del gremio y en ese mismo acto se organizó a los aguadores con sus respectivas fuentes (véanse los cuadros 2 y 3).
Celador | Fuente |
---|---|
José Mateo | San Francisco (F12) |
José Rodríguez | Del Mercado (F18) |
José María Chávez | Del jardín (F16) |
Miguel Chávez | Del jardín (F16) |
José María López | De la alameda (F19) |
Pedro Pérez | De Juan Diego (F23) |
Gregorio Sánchez | De la Soledad (F25) |
Manuel Julián | De la Soledad (F25) |
Pedro Hernández | De San Felipe (F22) |
Librado Cornelio | De la Emperadora (P6) |
José Gómez | Del Arquito |
José Martínez | Del Peñasco |
Simón López | Del Chorro |
Manuel Sánchez | De la Sangre de Cristo (F13) |
Juan Alva | Del Carmen Alto (F15) |
Julián López | Del Salmo (P5) |
José Pérez | De Guadalupe (F4) |
Antonio Zavala | Del Progreso |
Benito Hernández | De San Juan |
Juan Merced | De las Nieves (F6) |
Cornelio Martínez | De San Pablo (F8) |
Román Ramírez | De la Merced (F5) |
Mauricio Ruiz | De los Príncipes (F2) |
Pedro Pablo | De la China |
FUENTE: AHMCO, Secretaría, Registros de Oficios, Aguadores, 1885, t. 1, 1r-3v. Los dígitos que están entre paréntesis corresponden a la clave con que se relacionan con el mapa. Véase el plano 1.
FUENTE: BFFB-UABJO, Planoteca, n. de inventario 0032, “Plano de la ciudad de Oaxaca”, 1898 (3 de 3); AHMCO, Secretaría, Documentos Empastados, 1903, t. 2, exp. 156, 322r-335r; Carlos Lira Vásquez, Arquitectura y sociedad. Oaxaca rumbo a la modernidad, 1790-1910 (México: Universidad Autónoma Metropolitana, 2008) (anexo gráfico), 49. Representado sobre el “Plano topográfico de la ciudad de Oaxaca de Juárez”, 1887, MMOYB, código clasificador CGF.OAX.M15.V11.0938. Edición cartográfica: Dalia Sánchez Pioquinto, 2019.
Nombre | Cargo | Número de patente |
---|---|---|
Felipe Suárez | Capitán 1o. | 144 |
Agustín Hernández | Capitán 2o. | 16 |
Narciso Belaces (?) | Primer ayudante | 105 |
Mariano Hernández | Segundo ayudante | 37 |
Francisco Ramos | Tercer ayudante | 21 |
Julián Soto | Cuarto ayudante | 125 |
FUENTE: AHMCO, Secretaría, Aguadores, 1944, exp. 7, 1r-3r.
Fuente | Número de aguadores |
---|---|
Fuente de la Soledad | 14 |
Fuente de San Pablo | 1 |
Fuente de la Merced | 4 |
Fuente de los Príncipes | 1 |
Fuente del Salmo | 2 |
Fuente de San Felipe | 12 |
Fuente del Torito | 4 |
Fuente de las Nieves | 5 |
Fuente del Arquito | 4 |
Fuente del Mercado | 14 |
Fuente del Progreso | 6 |
Fuente del Llano | 4 |
FUENTE: AHMCO, Secretaría, Aguadores, 1944, exp. 7, 1r-3r.
De este listado se desprenden varios asuntos que vale la pena subrayar. Considerando que el censo corresponde a 1944, el número de aguadores no era cosa menor, 71 individuos que aún seguían dedicándose al oficio que, como mencioné líneas arriba, en promedio llegó a contar con 103. Esto evidencia que el sistema de distribución de agua aún era deficiente y seguramente ese número de trabajadores no era suficiente si pensamos que para la década de 1940 la población en la capital rondaba los 29 306 habitantes, en un momento en que la ciudad se estaba expandiendo hacia su hinterland. También es importante reflexionar sobre el número de fuentes que estaba a disposición de los aguadores, 12 en total; esa cifra no representa las que había en la ciudad, es probable que hubiera más, el problema era que el agua no llegaba a ellas por lo cual no había necesidad de enviar a aquellos trabajadores por esos sitios. Asimismo, es relevante que las fuentes con el mayor número de aguadores fueran la del mercado, la de la Soledad y la de San Felipe, en ellas seguramente la demanda era intensa y el agua no faltaba por lo que servía a los vecinos de esas zonas y, probablemente, a las aledañas.
El Plan de Arbitrios de 1890, imponía a los mercedados conducir el agua a través de cañerías de hierro. La modernización de la red de agua implicaba la sustitución de materiales y sistemas que aún pervivían del viejo sistema colonial: tuberías de barro o, peor aún, los tubos de plomo tan nocivo para la salud, sustituyéndose por otros más resistentes e higiénicos; asimismo se vieron como el medio y el método óptimo para “evitar fugas, robos o la evaporación del líquido”.42 Pese a los esfuerzos por parte de las autoridades, el remplazo de un sistema por otro no fue rápido ni cubrió a toda la ciudad, antes de esa fecha hubo intentos, pero fue hasta 1907 cuando se organizó la Junta de Saneamiento de la Ciudad de Oaxaca con la que se atendería el saneamiento, la pavimentación y la provisión de agua para la capital. Sin embargo, pasarían largos y tortuosos años para cumplir con ese cometido. Problemas propios en la ejecución de las obras, aunado a los embates de la sacudida social de 1910 dilataron la culminación de ese proyecto urbano hasta bien entrado el siglo XX. Mientras las obras de modernización del sistema de agua y drenaje avanzaban, los aguadores continuaron brindando su trabajo y en un momento dado, ambos servicios funcionaron por el bien de la sociedad, llegando el tiempo que el antiquísimo oficio tuvo que desaparecer.
Orden y control del gremio
Desde 1820 se presume la existencia del gremio de aguadores en la ciudad de Oaxaca.43 En un acta de cabildo se acordó que las elecciones de los aguadores, cotoneros, cargadores, graneros y vinateros debían ejecutarse con la misma solemnidad que el resto de los gremios,44 y desde esos tiempos ya se empieza a ver una cierta regulación sobre ellos. Adicional a esos primeros esfuerzos, se identificaron al menos tres reglamentos expedidos en distintos momentos. En la época del coronel Manuel María de Fagoaga (1865-1866) se emitió lo que parece ser el primer reglamento relacionado con aquel gremio -un tiempo bastante temprano si se le compara con el reglamento de prostitución que se aprobó en 1890-.45 En él se establece que todos los aguadores deberían nombrar un alcalde que duraría un año en el puesto. A su vez, éste designaría a cuatro aguadores que se denominarían celadores.
En dicho reglamento se especifica que para ser aguador el interesado debía presentarse con el alcalde del gremio, quien le tomaría su nombre, edad, estado y datos de su habitación.46 Años más tarde, durante la administración del presidente municipal Tomás Sánchez (1885), se dictó una nueva disposición que parece haber recogido algunos preceptos de la antecedente, reconociéndose como Reglamento para cargadores y aguadores de esta capital,47 cuyos nueve artículos finales, de los 27 que tenía, estaban dirigidos al gremio que me ocupa. En ellos se anticipa a quienes desearan ejercer el oficio que, además de sentirse aptos, es decir, con la fuerza física necesaria, debían recurrir al municipio para inscribir su nombre en el libro de registros. Sobre este recurso, Fabiola Bailón, al estudiar el caso de las mujeres públicas en Oaxaca, refiere que fue un recurso administrativo importante y elaborado que se puso en marcha durante el siglo XIX. A través de éste, las autoridades gubernamentales recopilaron datos e imágenes destinados a identificar, registrar y controlar48 tanto a trabajadores urbanos como a quienes brindaban un servicio doméstico y sexual. Para el caso de aguadores, según veo, no había un proceso de selección riguroso: bastaba con la recomendación de un miembro para quedar incorporado.
Asimismo, el reglamento especificaba que el aguador debía llevar un traje a propósito que lo distinguiera de los otros trabajadores urbanos y contar con su número identificador, grabado en una placa de lata de forma triangular, la cual debía cargar en todo momento y en un lugar visible, so pena de infracción.49 Se le obligaba a asear cada ocho días las fuentes de donde tomaba el agua y tener en buen orden los sitios inmediatos, es decir, donde se asentaban las fuentes: generalmente, plazas o jardines, aunque, en algunos casos, estaban sobre la calle.
El gremio de los aguadores mantenía la organización jerárquica, dirigida por un alcalde y un mayordomo, a quienes se les removía cada año. A la larga, esos personajes se convirtieron en los ojos y los oídos de la autoridad local. El alcalde tenía la obligación de vigilar el desempeño y la conducta de sus agremiados; además, debía asignarles las fuentes de donde se abastecerían.
En 1903, durante la administración del presidente municipal Manuel de Esesarte, se emitió un nuevo reglamento -integrado por siete artículos más uno transitorio- en el que se observa un mayor control del gobierno de la ciudad sobre ese gremio, política que, sobra reiterar, no fue una exclusiva hacia ese grupo, sino se aplicó a los distintos oficios urbanos. Para darse de alta en el Libro de Registro de Aguadores, se debía manifestar la patente, el nombre del aguador, el lugar de residencia y el nombre de la persona que abonaba a su favor. Además, debía indicar si contaba con certificado de conducta, y el nombre y domicilio de su fiador que, en palabras de Evelyn Alfaro, fue la figura jurídica que encontraron las autoridades para garantizar el buen comportamiento y las obligaciones de los aguadores, siendo él quien respondería a las faltas que cometiera el fiado al ejecutar su oficio.50
Tal parece que ese mecanismo se aplicaba a los otros grupos de trabajadores urbanos. El caso de las mujeres públicas se incluyó, amén de sus datos de filiación, su condición física, el número de registro, dirección, clase y burdel donde ejercía.51 Para ingresar en el gremio de aguadores, ya no era suficiente la recomendación de un miembro, como sucedía en el pasado. A partir de la emisión de ese reglamento, se necesitaba tener el testimonio de un honorable de la sociedad que manifestara conocer a la persona y diera fe de su conducta.52
Solamente reunidos los requisitos, el interesado podía ingresar en el Libro de Registro y, así, obtener la codiciada libreta-patente, que era un tipo de licencia con su retrato y filiación, con la cual podía ejercer el oficio. Además, se le hacía entrega de un escudo que tenía grabado el número que le correspondía. Para hacerse acreedor de esos objetos, el aguador debía pagar 25 centavos y entregar dos fotografías, para asentarlas: una, en el libro y otra en la libreta que, junto con el escudo, el aguador debía portar mientras estuviera en servicio.53
El reglamento de 1903 seguía manteniendo esa estructura jerárquica, pero ahora los aguadores estarían liderados bajo la figura de capitanes 1o. y 2o. -a quienes se elegía del 1 al 3 de enero de cada año- , y ya no bajo la de alcalde y mayordomo, como era antes. A esos cargos sólo podían aspirar aquellos miembros que se distinguieran por su buena conducta y que además supieran leer y escribir. El orden y la disciplina eran condecorados para ejemplo de los demás. Los capitanes se volvieron más coercitivos, pues debían cuidar la conducta de los agremiados y dar aviso a las autoridades de cualquier acto de indisciplina para que al trabajador se le castigara con una multa que, generalmente, no excedía de un peso o en su defecto hasta dos días de arresto a juicio del presidente municipal.
Asimismo, los capitanes tenían la obligación de dar aviso a la secretaría del Ayuntamiento de los cambios de residencia de los agremiados, incluso de la suya; de recoger la patente y el escudo en caso de la muerte de algún aguador y entregarlos a aquella instancia, y de dar aviso cuando alguien se separara del oficio. La secretaría se convirtió en la instancia reguladora del gremio y los objetos (la patente y el escudo) en símbolos sobre los cuales se depositó una fuerte carga de distinción, reconocimiento, aunque nunca de posesión, pues ante una falta o fallecimiento se tenían que devolver. Llaman la atención las acciones de control y disciplina que la autoridad ejercía sobre los trabajadores urbanos, en el caso de los aguadores como una manera de modernizar el trabajo informal e insertarlos en el campo laboral.
Una vez que se publicó el reglamento de 1903, se procedió al nombramiento de los primeros capitanes y los aguadores activos comenzaron a desfilar por la secretaría para darse de alta en el Libro de Registro de Aguadores.54 Desafortunadamente, los censos subsistentes de aguadores no están completos y su información no es uniforme. Sin embargo, las cifras que presentan dan una idea de cuán numeroso era el gremio. Entre 1885 y 1902, tenía en promedio 103 individuos inscritos, para satisfacer la demanda de una población que en los mismos años rondó entre los 28 000 y los 35 000 habitantes, respectivamente.55
Parafraseando a Mark Overmyer-Velázquez, las élites intentaron contener y catalogar los cuerpos y el comportamiento de los trabajadores urbanos mediante registros fotográficos. La fotografía, que les sirvió para racionalizar la administración de la ciudad y organizar a sus trabajadores en categorías discernibles,56 se tornó en un instrumento de poder de las autoridades para hacer visibles -controlarlos, vigilarlos, identificarlos y clasificarlos- a los grupos marginales. Incluso, Rodríguez y Rivera agregan que “esos retratos tienen las características propias de la tradición antropométrica que no sólo buscaba registrar y controlar, sino estudiar las anatomías y fenotipos de las clases populares”.57 Esos registros fueron realizados a partir de prejuicios de raza, clase y género, como el color de la piel, el color de los ojos, la forma de la nariz y la boca, el color del cabello, la estatura y las “señas particulares” (véase la figura 4).58
El Libro de Registro de Aguadores llenó sus páginas de personajes, todos masculinos. A diferencia de otras ciudades, como la de México o Zacatecas, donde se tiene evidencia de aguadoras, en Oaxaca fue una actividad dominada por hombres, mayoritariamente indígenas, procedentes de distintas partes del estado que llegaron a la capital en busca de trabajo. También hubo gente del interior del país: Aguascalientes, Chiapas, Colima, Distrito Federal (hoy Ciudad de México), Hidalgo, Jalisco, Puebla y Sinaloa. Como bien apunta Overmyer-Velázquez, los libros de Registro hicieron presentes a esos grupos marginales que en otros tiempos prácticamente no existieron en los registros censales urbanos, aunque borrando sus antecedentes indígenas.59
Las autoridades de la ciudad se valieron de las fotografías de estudio, al estilo carte de visite o tarjetas de visita. Esas “fotografías pretendían ser realistas en extremo, no sólo mostraban la figura [de la persona retratada], sino recreaban la atmósfera de las calles […] en pequeñas […] escenas teatrales”.60 Los aguadores de Oaxaca aparecen en esos retratos con una mirada ausente, rígidos, serios e inexpresivos. Tanto el sombrero como los utensilios de trabajo: el cántaro o el cubo, incluso el animal de carga eran objetos preciados para los aguadores que, sin embargo, en esas fotografías aparecen relegados, colocados por el fotógrafo como elementos escenográficos.
Según el censo federal de 1895, había en la ciudad siete fotógrafos, de quienes se ha logrado rescatar algunos nombres, como Felipe Torres y Antonio Salazar. Este último fue el fotógrafo de las mujeres públicas para los registros de prostitución.61 Desafortunadamente no puedo precisar quién hizo las tomas para el Libro de Registro de Aguadores.
Conclusiones
Las faenas de conducir agua de los depósitos o los manantiales a las casas y los establecimientos se ha desempeñado desde la fundación de las ciudades; sin embargo, el control, la vigilancia y la supervisión del gremio que me ocupa fue una práctica que se puede rastrear desde los primeros decenios del siglo XIX, según evidencias que guardan los acervos históricos. Su papel en el funcionamiento de las ciudades es incuestionable, pues buena parte de las actividades de las sociedades que las habitan y modelan están entrelazadas por el agua. La ciudad de Oaxaca se benefició de su servicio a pesar de los problemas de abasto y distribución, hasta la modernización en el servicio urbano que se dio bien entrado el siglo XX. Es un hecho que, si para los años cuarenta de aquella centuria aún había aguadores, alguien seguía demandando su útil servicio y el abasto de agua a la ciudad todavía era un asunto no resuelto por las autoridades.
En 1938, durante la administración del gobernador Constantino Chapital, iniciaron las gestiones para ampliar el sistema de agua y saneamiento de la ciudad que, por diferentes razones, había quedado suspendido desde la caída del régimen de Porfirio Díaz. El 3 de mayo de 1940 -fecha entrañable para los aguadores- inició la construcción de la planta de purificación de agua y la consecuente ampliación de la red en la ciudad, que, vale decir, ya mostraba un crecimiento considerable, pues la mancha urbana se había extendido sobre su alrededor rural. Para ese tiempo y en diferentes momentos se habían incorporado a su jurisdicción algunas unidades administrativas de las periferias: El Marquesado, Jalatlaco, Xochimilco y Trinidad de las Huertas, mismas que aumentaron de un palmazo en territorio y población a los que se tenía que dotar de agua. Fue hasta octubre de 1943 cuando se inauguró la planta purificadora y de inmediato comenzó a operar. Ésa sería la primera ocasión en que la ciudad de Oaxaca gozaría de agua potable,62 aunque no cubrió toda la ciudad; los alrededores siempre fueron las menos beneficiadas con el servicio.
Mientras tanto, en enero de 1944 se levantó lo que se presume fue el último padrón del gremio de los aguadores. Felipe Suárez y Agustín Hernández asumieron el cargo de capitán 1o. y 2o., respectivamente. Tal vez esos personajes, junto con sus ayudantes, fueron los últimos representantes de la asociación, que se extinguía conforme avanzaba la modernización del servicio urbano de agua y que en Oaxaca fue cosa de tiempos recientes.
Como expuse al inicio de este trabajo, el aguador atrajo la mirada de los viajeros decimonónicos y de letrados connacionales, tanto por su atuendo como por su peculiar manera de transportar el agua. Ese trabajador urbano, generalmente de los estratos más bajos, lo mismo intimó con las familias más acomodadas como con las marginales. En ambos casos debía conocer las rutinas de aseo, las horas de preparación de los alimentos, los días que tocaba lavar la ropa o cualquier otra actividad que hiciera uso del agua. Organizados a manera de gremio brindaron un valioso servicio al funcionamiento de la ciudad. A partir de las fuentes situadas en diferentes puntos se dispusieron a llevar agua a las casas y los establecimientos, trazando sobre el tejido urbano sus propias rutas y sus propios horarios. Las fuentes además de haber sido sus espacios de trabajo también fueron los lugares de sociabilidad, de encuentro con sus congéneres y vecinos.
El control y la vigilancia que las autoridades desplegaron sobre el gremio no fue exclusivo de los aguadores. Con mayor o menor profusión también se ejerció hacia otros trabajadores, llámese choferes, prostitutas, “criados”, boleros y cargadores. Para los aguadores, el registro y sus reglamentos fueron los principales medios para llevar a cabo esas tareas, cuyo propósito era limpiar la ciudad de viciosos y holgazanes.
Más allá de esa imagen pintoresca, la figura del aguador “permite visualizar procesos sociales y políticos”,63 y también, procesos urbanos que ocurrieron en México y, en este caso, en la ciudad de Oaxaca, a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Las formas de consumo y usos de agua variaron en el tiempo. No obstante, el aguador supo adaptarse hasta el momento en que la ciudad aumentó su extensión y número de habitantes. A diferencia de otros trabajadores urbanos, el aguador tuvo una larga duración, pues aunado a lo anterior, su presencia en las ciudades también estuvo supeditada a la modernización del servicio de agua: llegaría el momento en que, con sólo abrir el grifo o jalar la palanca, el líquido aparecería sin la intervención visible de alguien.