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Perfiles educativos

versión impresa ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.24 no.96 Ciudad de México  2002

 

Editorial

 

La Universidad con letras de oro en el muro del Palacio Legislativo

 

El pasado 30 de abril de 2003 la Cámara de Diputados aprobó la inscripción del nombre de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con letras de oro en el muro de honor del Palacio Legislativo de San Lázaro, junto a los más insignes forjadores de la patria. En efecto, la UNAM es considerada por los legisladores como "ejemplar institución pública y máximo proyecto cultural del Estado mexicano". Este acontecimiento representa un hito fundamental en la vida de la universidad, por el reconocimiento simbólico e histórico que representa, pero también por el significado que tiene en el momento que ocurre.

Con antecedentes en la Real Universidad de México, fundada por cédula real en 1551, hoy la UNAM celebra sus más de 450 años de vida como el espacio de la sociedad mexicana en donde se han formado profesionales, profesores, investigadores, políticos, artistas, hombres y mujeres que han sido y son el crisol de la vida cultural, intelectual, científica y técnica a lo largo y ancho del país, y aun de otros países y latitudes. Por ello, la Universidad, gracias a su gente y a su espacio institucional consagrado, es parte de la vida nacional y plataforma única para la construcción de su futuro.

En cuanto centro de estudios, la UNAM ha contribuido desde entonces a la producción y transferencia de muy importantes conocimientos, y a lo largo de su devenir ha llegado a concentrar una importante capacidad académica, científica y tecnológica única en el país. De ello dan cuenta sus facultades, sus centros e institutos de investigación, sus laboratorios y computadoras, sus microscopios y talleres, sus almacenes, sus librerías y bibliotecas, sus observatorios y buques, su generación constante de aprendizajes, ideas y cultura, que se expresan directamente en la solución de los problemas sociales más urgentes.

En el pasado la universidad fue receptáculo, lugar propicio y punto de partida de grandes acontecimientos y figuras. Hidalgo y Morelos se instruyeron en sus aulas y se alimentaron de las ideas que circulaban en sus recintos para masticar sus propósitos insurgentes. Ya en el siglo XX, la institución por primera vez adopta el título de Universidad Nacional y con ello rompe con su tradición colonial decimonónica y se transmuta desde una misión de recuperación endógena. Como dice la investigadora del CESU, Clara Inés Ramírez González, la universidad colonial representaba una figura obsoleta y conservadora, que entró en crisis como signo de una época:

El breve recorrido por la sociedad colonial mexicana muestra cómo la Real Universidad de México tuvo límites muy bien definidos. La Universidad no era un templo del saber, sino una institución encargada de certificar los conocimientos necesarios para la enseñanza, a través de los grados. Esas certificaciones tenían, además, otros significados sociales, pues representaban un respaldo corporativo y una garantía de prestigio; pero no iban más allá: los grados no preparaban para el ejercicio profesional, ni necesariamente coronaban una formación meritoria. De esta manera, los humanistas, los poetas, los místicos y los científicos modernos quedaron fuera de los esquemas universitarios (Ramírez, 2002, p. 129).

Con sus altas y caídas, en la vorágine de la confrontación social y política interna y externa, la Universidad ve constreñida su potencialidad, pero renace y se renueva como si siempre hubiera estado presente. Así ocurre durante la consolidación de la república hasta los albores del siglo XX.

El momento de culminación de su trayecto irregular llega después de la Revolución mexicana, hasta la conquista de la autonomía universitaria y la constitución del nombre que ahora aparece en la Cámara de Diputados: Universidad Nacional Autónoma de México.

En la actualidad, la Universidad sigue produciendo nombres emblemáticos, conocimientos y cultura que se hacen patentes en sus investigadores, en sus profesores y en sus estudiantes, en sus artistas y humanistas; en todos sus profesionistas. Larga sería la lista de quienes han sido reconocidos con premios nacionales e internacionales de ciencia y tecnología, en las letras y en las más prestigiadas asociaciones y academias. Con ellos y ellas la UNAM no sólo sigue vigente, sino que se mantiene anticipando el mejor futuro.

Durante estos últimos años de fines y principios de siglo, la universidad vivió, de nuevo, un conflicto político que desembocó en una huelga de nueve meses y en una secuela traumática de recuperación de otros tantos. En la actualidad, el cauce de las aguas ha vuelto a encontrar su sentido original, como dijera la doctora Juliana González, en un encuentro memorable. Y se percibe que se ha superado el peso del conflicto pasado, pero se sabe que ahora vale la pena iniciar un nuevo proceso, ya con el peso de la reflexión asumida, hacia el cambio y la reforma universitaria.

La propuesta de iniciar el camino a un Congreso, que ha sido asumido como tarea por parte del Consejo Universitario, es un imperativo. En esta tarea de todos, el Centro de Estudios sobre la Universidad tiene la responsabilidad de aportar desde su especificidad, puesto que se trata de un centro de investigaciones que ha hecho de la educación universitaria un objeto propio de estudio. La idea por sí misma es magnífica, puesto que hace referencia a la generación de un conocimiento que se enfila a proponer un nuevo modelo de universidad, así sea como referente de largo alcance para su consecución hacia el futuro.

También ahora, como ocurrió con las pasadas fases de la historia de la Universidad, y con sus diferentes esquemas de desarrollo y trayectorias, la UNAM deberá renacer de sí misma y reformarse de raíz para dejar atrás el modelo subdesarrollado con el que operaba. Con ello se podría superar el crecimiento desordenado y segmentado que tuvo en el pasado la educación superior, y la misma Universidad, que arrastró entre otras deficiencias la inequidad en el acceso y amenazantes niveles de obsolescencia y disminución de su calidad, un extremo disciplinarismo y profesionalismo en su organización académica, y una profusa burocratización de sus estructuras.

Con las nuevas tendencias de cambio, se hace necesario un nuevo modelo de universidad, de innovación y de pertinencia social. Éste deberá organizarse con estructuras flexibles y horizontales, cada vez más autónomas y descentralizadas, desde una diferente y más creativa articulación de saberes y disciplinas que tiendan al favorecimiento de la complejidad interdisciplinaria en la formación, los aprendizajes y la investigación, con respuestas tanto para la formación de alta inteligencia, como para dar respuestas a las cambiantes y emergentes necesidades de la sociedad y la economía nacional. Deberá seguir siendo una universidad que ponga en el centro sus altos niveles de compromiso y de responsabilidad social, productiva, económica, humanística y cultural, en la producción y transferencia de conocimientos de bien público, con el respeto invariable de los valores universales y científicos, el pleno desarrollo del pensamiento crítico y la autonomía responsable.

La reforma de la Universidad no será obra de un acontecimiento determinado, sino la consecución de una serie de etapas que busquen la puesta en marcha de una estrategia que alcance un alto grado de consensos entre los sectores y los actores que se construyen día a día en la institución y fuera de ella. Vienen momentos y acontecimientos clave, otra vez y como siempre, para la UNAM, pero ahora la Máxima Casa de Estudios tiene una experiencia acrecentada, una posibilidad más para refrendarse con la fortaleza de su visión desde los muros altos de sus letras de oro.

 

Axel Didrikson,
junio de 2003

 

Referencia

Ramírez González, Clara Inés (2001), "Límites de la Real Universidad de México", en: Tan lejos, tan cerca: a 450 años de la Real Universidad de México, México, CESU-UNAM, 2002.         [ Links ]

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