Así como no tuvo una denominación específica, la novela antigua tampoco estuvo inscrita dentro de un formato concreto, por lo que en ella tuvieron cabida formas diversas de relato. El género trata una gran variedad de temas, entre ellos destacan los de amor y los de relatos y viajes maravillosos.1 De temática amorosa, las más conocidas, son las denominadas novelas eróticas, de las que conservamos com pletas sólo cinco, que enumero en orden cronológico: Quéreas y Calí rroe, de Caritón de Afrodisias (de finales del s. I o inicios del II); Efesíacas (Antía y Habrócomes), de Jenofonte de Éfeso (mediados del s. II); Leucipa y Clitofonte, de Aquiles Tacio (último cuarto del s. II); Dafnis y Cloe, de Longo (fines del s. II) y Etiópicas (Teágenes y Cariclea), de Heliodoro de Émesa (s. III o IV).
I. La novela como género de entretenimiento
La conclusión más aceptada entre los estudiosos es que la novela griega era un género popular de entretenimiento, en buena parte porque se encontraron algunos mosaicos en los que aparecen personajes con nombres que sugieren el de algunas obras como Nino y Semíramis. Sin embargo, varios factores socioculturales hacen dudar de que dicho género gozara de una gran popularidad, como por ejemplo el reducido número de personas capaces de leer y entender un texto (un 10-15% de la población); casi dos terceras partes de la clase media apenas podían escribir su nombre,2 y el costo elevado de los libros los hacía prácticamente inaccesibles para las clases bajas. Por otra parte, el número de papiros de novelas encontrados es muy inferior al de otros géneros.3
Hay que considerar, entonces, que el grado de educación de la población condicionó de manera importante el tipo de literatura de la época y la forma en que podía ser entendida por el público. Cabe señalar que el lector común difiere del crítico y del estudioso, pues lee por placer y no con el afán de mostrar su propia cultura o corregir la opinión de otros.
En el mundo grecorromano en el que se difundió la novela griega, entre finales del s. I y el III d. C., hallamos lectores que gustaban de la literatura de evasión, exenta de cualquier empeño intelectual, como respuesta a la necesidad de diversión y distracción.4 Fedro reconoce como fin de su propia obra el entretener placentera y útilmente a un público genérico, es decir, a un lector común.5
Antonio Stramaglia, estudioso del tema, considera que “los primeros síntomas del fenómeno se pueden encontrar a finales de la edad helenística con la circulación de textos novelístico-mitográficos, cuya finalidad era entretener sobre todo a un lector común”.6
Un pasaje de Estrabón resulta muy apropiado para ejemplificar una cierta manera de leer. Al referirse a Homero, de quien Eratóstenes dice que no nada más mencionaba lugares cercanos y de Grecia, afirma Estrabón que Eratóstenes se equivoca porque Homero también habla de lugares distantes, así como de mitos, y con más exactitud que muchos escritores posteriores, pues no sólo habla de cuestiones maravillosas (οὐ πάντα τερατευόμενος), “sino que para nuestra instrucción también se vale de la alegoría o revisa mitos” (1, 2, 7).7
Estrabón se detiene en los μῦθοι, los relatos, al señalar que no nada más los utilizaron los poetas, sino que también los legisladores se valieron de ellos por considerar que eran del agrado del animal racional (τοῦ λογικοῦ ζωοῦ), “porque el hombre está deseoso de aprender y su aprecio por los relatos es un preludio de esta cualidad”. Afirma también que
lo que es nuevo es agradable, así como aquello que uno no conocía antes. Y es precisamente esto lo que hace que el hombre esté deseoso de aprender. Pero si a ello se agrega lo maravilloso y portentoso (τὸ θαυμαστὸν καὶ τὸ τερατῶδες), se aumenta el placer al tiempo que se inspira miedo, emociones que actúan como un encantamiento que te incita a aprender (1, 2, 8).
Por lo que toca al género de la novela, tenemos que considerar que se trata de una narrativa de ficción, elemento que permea prácticamente toda la literatura del período y es presumible suponer que responde al gusto del público. El escapismo es una demanda social, lo mismo que el tema amoroso que, desde la época helenística, se manifiesta de diversas maneras en obras idealistas, pasionales, trágicas o burguesas.
Al respecto, Consuelo Ruiz Montero, estudiosa española, comenta que
la estructura de la novela es la de un cuento maravilloso, una historia en la que lo racional se funde con la fantasía y la imaginación, como en un sueño, porque eso es lo que expresa: los sueños de una sociedad, parte de su conciencia, su búsqueda de respuestas y su deseo de felicidad y trascendencia.8
En este sentido, la novela no está desligada de las tendencias literarias de su época, como la Segunda Sofística, que reúne una serie de manifestaciones de un determinado tipo de oratoria, que debía responder a las expectativas de la audiencia.9 Había una constante tendencia hacía la innovación, pero siempre dentro de lo establecido. En la esfera competitiva de la sofística, una medida dosis de exotismo, mezclada con respeto por los valores tradicionales, podía resultar muy exitosa.
Los sofistas frecuentemente declaraban la ‘novedad’ de su obra, lo mismo que la novela se presenta como comparablemente ‘novel’,10 conforme a las tendencias literarias de su época, como la Segunda Sofística. Un pasaje de Plutarco ejemplifica dicho punto:
Porque cuando el arte poética carece de la verdad, entonces principalmente emplea variedad (τῷ ποικίλῳ) y diversidad (πολυτρόπῳ). Porque el cambio súbito es lo que da a las historias los elementos de lo emocional (τὸ ἐμπαθές), sorpresivo (παράλογον) y lo inesperado (ἀπροσδόκητον) y éstos son atendidos con una gran asombro y disfrute; pero lo simple (ἁπλοῦς) es no-emocional (ἀπαθές) y prosaico (ἄμουσον).11
Sin duda, quienes cultivaron el género siguieron al pie de la letra estos preceptos, buscando lo sorprendente, novedoso e inesperado, incluso en las novelas denominadas eróticas o más propiamente de amor y aventuras, en las que cada uno de los autores moldea los elementos básicos a voluntad, pero dentro de los cánones establecidos, a saber: los protagonistas, de belleza extraordinaria, se enamoran entre sí, se casan o quedan prometidos en matrimonio y se ven sujetos a una serie de aventuras en las cuales deben demostrar su castidad y fidelidad, a veces en situaciones extremas.
Dentro de esta trama básica, es en los relatos de las aventuras donde se manifiesta la originalidad de cada autor, quien trata de sobresalir por los sucesos extraordinarios que incluye en su obra. Consideraré en este artículo las novelas de Longo, Jenofonte de Éfeso y Caritón, autor que menos acontecimientos extraordinarios ofrece mas califica ciertos hechos como tales.
II. Lo maravilloso
Quizá el ejemplo más claro de esta tendencia en pos de lo sorprendente y maravilloso es la novela de Longo, Dafnis y Cloe, que narra el nacimiento del amor entre dos jóvenes pastores totalmente inocentes al respecto. El marco para ello son los campos que ambos recorren con sus animales, un escenario en el que menos se esperaría que se produjera a cabo algún tipo de prodigio.
El primero de ellos sucede cuando Dafnis es secuestrado por unos piratas que incursionaron en los campos para llevarse vino, trigo, miel y algunos bueyes. Ante los gritos de Dafnis, Cloe recurre al boyero Dorcón quien, herido por aquéllos, ya agonizante, instruye a la joven para que llame a los bueyes que se llevaron los piratas, y ocurre la siguiente escena entre el boyero y Cloe:
Yo, Cloe, moriré dentro de poco. Pues los perversos piratas, porque luché por mis bueyes, me despedazaron como buey. Pero tú, por mí, salva también a Dafnis y a mí véngame y a ellos destrúyelos. He educado a mis bueyes para que sigan el sonido de una siringa y que vayan tras su música, aunque pazcan un tanto lejos (1, 29, 1-2).
Cloe, entonces, toca la melodía aprendida y acontece que los bueyes al oír la melodía, reconociéndola:
de un solo impulso, mugiendo, saltaron al mar. Como el violento salto se produjo hacia un solo costado de la nave, y por el impacto de los bueyes se abrió el mar profundo, la nave se volcó y, al volverse a reunir la ola, se perdió, y los piratas cayeron de la nave no teniendo una misma esperanza de salvación. Pues ellos se habían colgado sus espadas cortas y se habían vestido sus armaduras incrustadas y se habían puesto unas grebas hasta media pierna. Dafnis, por su parte, estaba descalzo, ya que pastoreaba en la llanura, y semidesnudo, pues todavía era tiempo de calor. A aquéllos, pues, al poco tiempo de estar nadando los hundieron hasta el fondo sus armas. Y Dafnis […] se cansó de nadar […]. Mas finalmente, enseñado por la necesidad lo que debía hacer, se lanzó hacia los bueyes del centro y, agarrándose con las dos manos de los cuernos de dos bueyes, era transportado en medio sin daño y sin trabajo, como si empujara un carro. Porque ni siquiera un hombre nada como un buey […]. Un buey no perecería nadando, a no ser que las uñas de las pezuñas, remojándose, se le cayeran. Testimonian este dicho, aún ahora, muchos lugares del mar llamados paso de buey, como el Bósforo (1, 30, 1-6).
Longo describe otro hecho de carácter maravilloso. Raptada por el general de los metimnenses, vecinos que querían vengarse al no haber recibido indemnización por la pérdida de mercancías de su nave que quedó a la deriva debido a que las cabras de Dafnis se comieron su amarra, Cloe es salvada por el dios Pan, según narra el autor en los siguientes términos:
Y en el punto de acabarse el día y habiéndose prolongado el deleite hasta la noche, de pronto la tierra toda pareció iluminarse con fuego, y un ruido rugiente de remos se escuchó, como si una gran flota hubiera atacado. Uno gritaba que se armaran, otro llamaba a su general y uno creía estar herido, y otro estaba tendido simulando el aspecto de muerto. Se habría creído ver una batalla nocturna, siendo que no había enemigos presentes (2, 25, 3-4).
[…] Habiendo ellos tenido una noche tal, sobrevino el día mucho más terrible que la noche […] los carneros y las ovejas de Cloe aullaban aullidos de lobo. Y […] surgieron también en torno al mar mismo muchas cosas increíbles (πολλὰ παράδοξα). Porque las anclas permanecían en el fondo cuando intentaban levarlas, y los remos, cuando los bajaban para remar, se rompían en pedazos. Y unos delfines, que saltaban desde el mar golpeando con sus colas las naves, desbarataban su armazón. Se escuchaba también desde una roca que se elevaba por sobre de la cima, el eco de una siringa. Pero no deleitaba como siringa, sino que atemorizaba a los oyentes como trompeta de guerra (2, 26, 1-3).
Otro novelista a considerar es Jenofonte de Éfeso, autor de Las Efesíacas que reúne las trepidantes aventuras de sus protagonistas, Habrócomes y Antía, “con un marcado regusto por lo macabro y maravilloso”.12
Un pasaje, relacionado con Habrócomes, cuenta una situación, que cae en el rubro de lo asombroso, el θαυμαστὸν καὶ τερατῶδες al que aludía Estrabón, como mencioné antes.
En su búsqueda de Antía, Habrócomes llega a Siracusa y fija su residencia en la casa de un anciano pescador que le hace la siguiente narración, relativa a su esposa fallecida a la que, por amarla profundamente, no la entierra sino que la embalsama y la conserva en su casa. Dice el texto, que mezcla el relato del pescador y del autor:
Y aquí, no hace mucho, murió Telxínoe, y yo no enterré su cuerpo, sino que lo tengo conmigo y constantemente lo beso y vivo con él.
Al mismo tiempo que hablaba condujo a Habrócomes a la habitación más recóndita de la casa y le mostró a Telxínoe, mujer ya anciana pero que a Egialeo aún le parecía bella y joven. Su cuerpo estaba embalsamado a la manera egipcia, pues el anciano la conocía.
A ésta dijo, oh Habrócomes, hijo mío, siempre le hablo como si estuviera viva, y me acuesto con ella y con ella como. Y si alguna vez vengo cansado de la pesca, su vista me reconforta, Pues no me parece a mí como ahora la ves tú, sino que la imagino, hijo, como era en Lacedemonia, como cuando nuestra fuga (5, 1, 9-11).
En cuanto a lo maravilloso, podemos mencionar las ocasiones en las que Habrócomes salva la vida. La primera ocurre cuando iba a ser crucificado en castigo por haber sido acusado de homicidio. El protagonista invoca al Sol quien se apiada de él y por medio de una ráfaga de viento, hace caer la cruz: “Habrócomes cayó en la corriente y fue arrastrado por ella sin que el agua le hiciera daño alguno ni las cuerdas le obstaculizaran ni las fieras le lesionaran, sino que le llevaba la corriente” (4, 2, 6). Atrapado nuevamente, es colocado encima de una pira que lo consumiría:
Y cuando ya casi la llama iba a tocar su cuerpo, de nuevo suplicó con las pocas fuerzas que le quedaban, que le salvara de sus presentes males. Y entonces el Nilo hizo alzarse una ola y sus aguas cayeron sobre la pira y apagaron las llamas. El asombro (θαῦμα) se apoderó de todos los presentes […] Llevado ante el gobernador de Egipto, éste se admiró (ἐθαύμασεν) al oír lo ocurrido y ordenó meterlo a prisión, pero tenerle todos los cuidados hasta no saber quién es este hombre y por qué se preocupan así de él los dioses (4, 2, 8-10).
Por lo que toca a la protagonista de esta obra, Antía, en una de sus aventuras, cuando es vendida a un burdel finge un ataque de epilepsia y relata esta historia a su amo:
Cuando aún era niña, en una fiesta nocturna, me alejé de los míos y llegué a la tumba de un hombre recién muerto, y entonces se me apareció alguien que salía corriendo de la tumba e intentaba agarrarme. Yo huí y grité. El hombre era de terrible aspecto y tenía una voz más tremenda todavía. Finalmente se hizo de día y al dejarme me golpeó en el pecho y dijo que me había metido dentro esta enfermedad. Desde entonces me coge este mal, unas veces de una manera y otras de otra (5, 7, 7).
Como hemos visto, en las novelas de Jenofonte de Éfeso y de Longo se presentan hechos que podemos catalogar como maravillosos. Algo semejante pasa en la novela de Caritón, donde encontramos una mezcla de hechos que se pueden considerar extraordinarios, junto a otros situaciones o experiencias de los personajes que el propio autor califica como algo extraordinario (παράδοξον), sorprendente (καινόν) o increíble (ἄπιστον).
Caritón divide los hechos de su novela en dos grandes grupos: los que son por sí mismos sorprendentes, y situaciones vividas por algunos personajes que son calificadas por el autor como παράδοξον, entendiendo el término como algo inesperado, extraño o increíble, según lo define el Greek English Lexicon de Liddell-Scott-Jones, s. v.
En el primer grupo se hallaría la tumba abierta de Calírroe, descrita así: “El Rumor se encargó de anunciar a Siracusa este hecho extraño (τὸ παράδοξον)” (3. 3, 2, las negritas son mías). Luego, cuando encuentran la nave sin tripulación de Terón, el hecho es calificado como extraordinario (τὸ παράδοξον) (3. 3, 1). Por último, tenemos la aparición del supuestamente muerto Quéreas en el tribunal de Babilonia, referida con estas palabras: “¿Qué autor sacó a escena una historia tan extraordinaria? (παράδοξον μῦθον)” (5. 8, 2).
Por lo que respecta a situaciones asociadas con la vivencia que los personajes tienen de ellas, o sólo reflejan una postura de Caritón ante un hecho, cabe señalar la belleza de Calírroe, descrita así: “Y la fama de su extraordinaria hermosura (φήμη δὲ τοῦ παραδόξου θεάματος) corrió por doquier” (1. 1, 2).
También podemos incluir aquí la desesperación de Dionisio al verse alejado de Calírroe en la Corte del rey persa: “Dionisio intentaba soportar lo ocurrido […] pero lo extraordinario de su desgracia (τὸ δὲ παράδοξον τῆς συμφοράς) bastaba para poner fuera de sí al hombre más fuerte” (5. 9, 8).
Pertenece a este grupo lo que sucede cuando Quéreas, sin saber que Calírroe se encontraba entre las mujeres persas, iba a marcharse de Arados sin haberla visto: “Pues la Fortuna iba a producir un suceso, no ya extraño, sino luctuoso (ἔργον οὐ μόνον παράδοξον ἀλλὰ καὶ σκύθρωπον)” (8. 1, 2, 1).
Cierra la novela esta reflexión del autor sobre el retorno de los protagonistas a Siracusa: “Y en medio de todo esto compareció también el padre de Quéreas, transportado en brazos, pues se había desmayado por tan inesperada alegría (ἐκ τῆς παραδόξου χαρᾶς)” (8. 6, 10).
Por otra parte, hay situaciones descritas por Caritón como καινός (sorprendente, imprevisto, inaudito, extraordinario), las cuales también se pueden subdividir en aquellas que por sí mismas tienen este carácter y las que él califica como tales.
Encontramos ejemplos del primer tipo cuando en el tribunal de Siracusa Quéreas se acusa a sí mismo, en vez de defenderse o buscar atenuantes por la intriga de que fue objeto por parte de los pretendientes (1. 5, 4); o cuando el propio Quéreas desea constatar las noticias de que en la barca a la deriva, además de Terón, hay unos cadáveres y muchas riquezas (3. 3, 15).
Pertenecería al segundo grupo, de situaciones consideradas extraordinarias por el autor, la reacción del pueblo ante las noticias de que Quéreas llegaba a puerto con los objetos de reconocimiento de Calírroe encontrados en la barca de Terón: “pues tan extraña nueva (τὸ καινὸν διήγημα) los había dejado perplejos” (3. 4, 1).
Caritón utiliza un compuesto de καινός, φιλόκαινος para referirse a dos deidades: Tyche y Eros. La primera aparece cuando Mitrídates trata de disuadir a Quéreas de reclamarle a Dionisio para que le devuelva a Calírroe, diciendo: “Pero, puesto que la Fortuna, amante de las novedades (ἡ φιλόκαινος Τύχη) os ha asignado un drama triste, es necesario deliberar más sensatamente sobre el futuro” (4. 4, 1).
En muchas ocasiones, este autor combina dos términos para reforzar todavía más el carácter extraordinario de un hecho, calificándolo también como sorprendente (καινόν). Así, cuando Quéreas llega a Siracusa con Teón en la barca donde estaban los objetos de reconocimiento de Calírroe, dice el texto: “Pero llegó antes el Rumor […] que se dio prisa por anunciar tantos sucesos extraordinarios y sorprendentes (παράδοξα καὶ καινά)” (3. 4, 1).
Del mismo modo, cuando Dionisio reflexiona consigo mismo sobre las consecuencias que tendría una boda en solitario con Calírroe, señala el autor: “Por su causa [de la Fama] nada extraordinario (παράδοξον) puede quedar oculto. Ya está corriendo a llevar a Sicilia la inesperada noticia (τὸ καινόν)” (3. 2, 7).
En otros casos, Caritón combina el término παράδοξον con ἄπιστον, por ejemplo cuando alude al embarazo de Calírroe: “Y así [la Fortuna] aprovechó un hecho extraordinario, o mejor, increíble (πρᾶγμα παράδοξον, μᾶλλον ἄπιστον)” (2. 8, 3).
Otro adjetivo empleado por este autor para calificar lo ocurrido en la novela es ἀνέλπιστον, inesperado, usado en diversos contextos, como en el momento en que la sirvienta Plangón trata infructuosamente de convencer a Calírroe para que acepte a Dionisio, pero el descubrimiento de su embarazo cambia las cosas: “Pues nada que proceda de ella [la Fortuna] es inesperado (οὐδὲν ἀνέλπιστον)” (2. 8, 3).
En otro pasaje, cuando se le anuncia a Dionisio que Calírroe quiere verlo, el autor pinta la siguiente escena: “Y una especie de niebla le inundó por lo inesperado (κατεχύθη | πρὸς τὸ ἀνέλπιστον)” (2. 7, 4).
III. Conclusión
En las páginas anteriores he querido demostrar que en la novela erótica de Longo y de Jefonte Efesio hay una serie de ejemplos de hechos asombrosos per se, como la salvación inesperada de algún personaje, junto con otras situaciones que no tienen en sí mismas un carácter maravilloso, mas son calificadas por el propio autor como algo extraordinario, sorprendente o increíble, de igual forma ocurre en la novela de Caritón.
De este modo, la novela recoge la tradición literaria establecida desde Homero difundida sobre todo por los historiadores jonios, por Herodoto y luego por el helenismo de incluir acontecimientos maravillosos para deleitar a un público ávido de novedades y distracción, y se sitúa también al lado de las tendencias literarias de la época, como las de la Segunda Sofística, cuyos autores estaban deseosos de destacar, aportando algo novedoso dentro de los cánones ya establecidos para su actuación.