José Molina, durante la elaboración de su tesis de doctorado, leyendo el artículo de Robert Turcan “Martianus Capella et Jamblique”, en la Revue des Études Latines, se enteró de que la obra De nuptiis Mercurii et Philologiae era un reflejo de la enseñanza del autor que él estudiaba entonces, y pensó que si aquél, Jámblico, se había valido de ella para exaltar y defender las tradiciones antiguas, “donde se hallaba el origen de la riqueza impoluta, incluida la filosofía, donada por los dioses al hombre”, entonces él debía conocer a Capela. De hecho, pronto se dio a la tarea de conseguir el libro, sin dejar de insistir en que aquella obra era importante porque lo ayudaría a combatir la mala fama en que se tenían los últimos años de la antigüedad clásica, juzgada como de ruina y decadencia.
Decía, José, que no tenía que haber contraposición entre religión y racionalidad, pues ninguna cultura ni época habían insinuado siquiera que la religión excluyera a la racionalidad, y viceversa, y ponía por testigo a la tradición judeocristiana, según la cual los dones del Espíritu, espíritu con mayúscula, incluían la ciencia, la sabiduría, la inteligencia, el consejo, y sin embargo reinaba la total indiferencia frente a tal asunto, a pesar de las encíclicas papales y polémicas entre cristianos y musulmanes. Por ejemplo, conocía, José, muy bien la encíclica Fides et ratio de Juan Pablo II, cuyo exordio descansaba en que la fe y la razón eran “dos alas sobre las cuales el espíritu humano emprende el vuelo hacia la contemplación”. Además respetaba mucho a Ratzinger, cuyas conferencias sobre fe, verdad y cristianismo había leído y repasaba con frecuencia.
Con tales estímulos, José me acosó tan insistentemente para que yo tradujera a Capela, que, para quitármelo de encima, terminé aceptando semejante tarea. Pero como ya narré esa historia a su debido tiempo y en Noua Tellus, 40-1, pp. 243-254, aquí solamente repetiré que, gracias a su pertinacia, el proyecto de las Nupcias de Filología y Mercurio se me convirtió en auténtico venero de placer latino, en especial gracias al cúmulo de dificultades debidas a su originalidad estilística, de las cuales da cuenta la edición del consecuente libro.
Ahora bien, el cuento (la fábula) que Marciano Capela narra en su Nupcias de Filología y Mercurio, como el género de la sátura lo exige, alterna versos y prosa, prosa que tiene ella misma mucho de poético por la sonoridad de su vocabulario, por lo colorido de sus imágenes, por lo extraordinario de su temática, y versos, cuajados de colores y métrica varia, integrantes esenciales de la narración. La fábula se desarrolla mediante dos relatos: el del mensajero de los dioses en busca de novia, y el de Filología, virgen doctísima, para perpetrar semejantes nupcias en la asamblea celeste.
El texto latino, en términos generales, ha sido acusado de tener estilo retorcido, pasajes desesperantes, versos enrevesados, en fin, de ser de no fácil lectura. Naturalmente que todo resulta retorcido, si comparamos su prosa con la de Julio César; o enrevesados los versos, si recordamos los de Fedro; o de lectura no fácil, si pensamos en el latín de los textos más universalmente leídos. Pero acaso, si hacemos conciencia de la gramática de Capela, podríamos ver que no es otra que la de Cicerón, Catulo, Juvenal, Persio, Apuleyo, Petronio, pero llevada a niveles diferentes, por no decir superiores, en lo que a lenguaje figurado respecta. Capela quiere ser diferente, como quieren serlo todos los poetas. En la exhortación de Clío a Filología (122), por ejemplo, puede verse cómo sollers es término zeugmático atributo de quae … clangere, absoluere; quae … stringere, ludere. Aunque lo común es que el zeugma se use más bien en elisiones cercanas, Capela lo extiende como recurso rector más amplio. La hipálage, acaso la golosina de Capela, impera en toda la narración. En un episodio (11), Capela dice que se veía cómo las Fortunas huían de Virtud y Cilenio, cómo otras se detenían bajo su mirada, y cómo llegaban muchas otras. La verdad es que ellos eran los que se movían, y las Fortunas estaban quietas: a unas las dejaban atrás, se detenían a mirar a otras y alcanzaban a otras más. En otro pasaje (181), Filología, al llegar ante Venus, la mira “arrancada de la abundante cabellera”, cuando en realidad es la cabellera la que fue arrancada de ella; no ella, de la cabellera.
En el cuento (fábula), por decirlo del modo más breve, por un lado va Mercurio, mensajero de los dioses, en busca de novia; por el otro viene Filología para llegar a sus nupcias en la asamblea celeste. Ambos entre vicisitudes de carácter alegórico en toda la narración, todo mezclado en un relato fabuloso en que Capela, superando los preceptos de la retórica clásica, enseña deleitando y conmoviendo, o deleita a la vez que enseña y conmueve, o conmueve cuando deleita y enseña.
Antes de finalizar, deseo añadir que para la ilustración de la portada no encontré ningún retrato de Filología, ni siquiera con la ayuda de José Luis Martínez, de la Biblioteca Rubén Bonifaz Nuño; ni siquiera con la de Google, ni siquiera con la de alguna edición europea. Así, con el apoyo del doctor David García Pérez, director del Instituto de Investigaciones Filológicas, el artista mexicano David Piavi llevó a cabo el primer retrato que de Filología yo conozco, y que es el que ilustra este libro. Hoy me enorgullezco de haber tenido la oportunidad de estrechar la mano de este artista.
Así solamente me queda decir que, trabajadas con José Molina Ayala, mi disco duro guarda las versiones de la Gramática, la Dialéctica y la Retórica de Marciano Mineo Félix Capela.