El volumen que comentamos es la traducción, verso a verso, en edición bilingüe, presentada por Joël Thomas y Philippe Walter . El primero, reputado latinista -especialista en Virgilio-, profesor emérito de la Universidad de Perpignan; el segundo, destacado medievalista, también profesor emérito pero de la Universidad de Grenoble. El trabajo, de gran calidad filológica, viene precedido de una “Cronología sumaria” (pp. 5-7), de una valiosa “Introducción” (pp. 9-55), “Notas sobre la edición y la traducción” (pp. 57-69), un glosario (pp. 339-342) y abundante información bibliográfica (pp. 343-358).
El relato, sobre el que Peter Dronke afirma que se trata de la primera novela en verso de la Edad Media -entonces las novelas eran en verso- evoca los acontecimientos que le suceden a un joven caballero feudal, perteneciente a la pequeña nobleza campesina, pleno de vida e ilusiones, que sueña con aventuras y ascenso social.1 Así, movido por esos ideales e incómodo por la conducta aviesa para con él de los señores a quienes sirve, deja a su viuda madre y emprende su aventura con lágrimas en los ojos (al igual que lo que sucederá un siglo más tarde con el Cid campeador en el poema a él dedicado, quien abandona su tierra también llorando, a la que retornará también victorioso). Por obra del azar encuentra a un cazador que lo pone en contacto con el Rey Mayor a quien sirve durante una década (confrontar con los diez años de la errancia mediterránea del mítico Odiseo, como él, un polýmetis ‘muy prudente’). Pasado ese tiempo y siempre deseoso de regresar, recibe carta de su progenitora, lo que determina su retorno. El monarca, para compensarlo por sus servicios, le ofrece escoger entre dinero o un conjunto de consejos; el joven, por hidalguía, rehúsa el dinero y escoge la sabiduría. Otro de sus valores morales es que abdica todo deseo personal en provecho de su único deber militar. Gracias a los doce consejos que le brinda el soberano y que él sigue a rajatabla, orienta su destino a la vez que se le hace patente el valor simbólico de su nombre: ‘deseoso de gloria’ (cf. XII 78), circunstancia anticipada en V 223, aunque esta prolepsis parece debida a posterior desajuste textual del copista (cf. p. 320), con lo que de ese modo el joven Ruodlieb se impone como el primer héroe cortés. La composición prenuncia, tal vez sin proponérselo, “el renacimiento del siglo XII” (p. 36).
Se trata de un poema épico en latín, compuesto en hexámetros leoninos, en el último tercio del siglo XI (para Edwin Zeydel, en cambio, habría sido compuesto entre los años 1042-1052),2 en territorio alemán y cuyos fragmentos se hallan distribuidos en 18 secciones identificadas con números romanos, reservándose los arábigos para los versos. Esta composición cierra el ciclo de la épica latina carolingia de la que el Cantar de Waltharius, basado en las hazañas del héroe gótico occidental Walter de Aquitania, pasa por su testimonio más excelso. Ruodliebconstituye el más antiguo romance conservado de caballería europea.
Llegó mutilado y en forma fragmentaria: contamos con 2328 hexámetros y se estima que sus lagunas serían de unos 1294, casi un 40 % del poema. Fue hallado en 15 folios por Bernhard Joseph Docen, entonces bibliotecario de la Staatsbibliothek de Múnich donde estaban catalogados bajo el rótulo Codex Latinus Monacensis 19486, procedentes del monasterio benedictino de Tegernsee (Baviera). A ese hallazgo se sumaron otros folios proceden- tes de una abadía austríaca por obra de su sucesor, Johann Andreas Schmeller. La referencia al monasterio de Tegernsee llevó a pensar que su autor podría haber sido un monje de esa abadía, pero no hay certeza alguna al respecto, sí se deduce que era un hablante de lengua alemana y que tenía el latín como segunda lengua; la abundancia de germanismos entrevera- dos en los versos latinos da la pauta de tal circunstancia. Se estima que el autor escogió el latín, y no el alemán, para que la obra pudiera tener circulación europea, especialmente en medios clericales y monásticos (p. 36). Por lo demás, dado su conocimiento acabado de la vida en sus más variados aspectos, lleva a pensar que esta composición no podría haber sido obra de un monje debido a la vida recoleta llevada por estos en los claustros.
La editio princeps se publicó en el volumen coordinado por el citado Schmeller y Jacob Grimm, Lateinische Gedichte des X. und XI. Jahrhunderts (1838), donde también está incluido el Cantar de Waltharius. Más tarde Benedikt Konrad Vollmann localizó otros fragmentos del poema con los que hizo una nueva edición resolviendo la dificultosa ordenación de sus versos (1985). Con posterioridad contamos con la edición de Roberto Gamberini: “Ruodlieb” con gli epigrammi del Codex latinus monacensis 19486: la formazione e le avventure del primo eroe cortese (Firenze, 2003). Menciono asimismo en lengua española la traducción, introducción y comentario de Maite Jiménez Pérez (Madrid, Siruela, 2019), también referida por los autores del volumen motivo de estas páginas; en cuanto a la edición que reseñamos es la primera traducción al francés.
Estamos ante una composición difícil de catalogar dada la multiplicidad de temas y motivos que aborda (conviene en este punto tener en cuenta que la Edad Media no practicaba la neta separación de géneros literarios como sucedía en la Antigüedad clásica), de lectura muy amena sobre los temas más variados: el tono y el estilo del poema evitan caer en monotonía; por lo demás, la mixtura de temas aparentemente inconexos produce sorpresas. Subrayo que en todo momento se advierte en la composición un humor sutil.
El poema resulta original por lo variado frente a otras obras latinas de su mismo período, tales como la epopeya Waltharius (de comienzos del siglo X, atribuida a un abad de Saint-Gall en los Alpes suizos, también en hexámetros) o las piadosas creaciones de la monja benedictina Hrotswitha de Gandersheim (932-1002) o bien la fábula animalesca y moralizadora Ecbasis captivi (de la primera mitad del siglo XI). Ruodlieb no se inscribe en ninguna de esas tres corrientes literarias (epopeya, fábula, drama), sino que integra elementos de todas ellas, dando cuenta de un género “en formación” sobre el que hay diversidad de opiniones. Así, por ejemplo, el citado P. Dronke habla de una suerte de “experimento literario” ya que presenta una curiosa combinación de epopeya, leyenda, fabliaux, saga y otras variantes frecuentes en los poemas didácticos típicos del Medioevo.3 En tal sentido Joël Thomas y Philippe Walter ponen énfasis en su “hybridation formelle” (pp. 34-36), a la vez que destacan que la composición se ofrece como “l’embryon de futures créatures ‘romanesques’ ” (p. 51).
El texto se presenta como la más antigua versión occidental, conservada por escrito, del cuento tipo 910 B, llamada en otro tiempo “Cuento de los consejos” y, más tarde, “La observancia de los consejos del maestro” (cf. p. 19). Un siglo más tarde, este relato habría servido de fundamento al célebre Conte du graal de Chrétien de Troyes sobre el que Walter en entrevista que recientemente le realizara Le Figaro, declara que “le saint Graal est une formidable machine à fantasmes”.4 Sobre esa circunstancia los editores de Ruodlieb se explayan en el “Posfacio” del volumen, destacando que este poema fue construido sobre una base oral, de carácter popular, con cierta semejanza a lo que, en el clasicismo latino, podrían haber sido el Satiricón de Petronio o El asno de oro de Apuleyo, donde se incluyen tradiciones y cuentos populares de variada procedencia. De los tantos ejemplos, destaco el curioso y arbitrario parecer sobre los pelirrojos -cuyos cabellos rojos remiten al fuego y, consecuentemente, a una lujuria incontrolable-, la referencia a los enanos que custodian cuevas donde se esconde dinero. También la alusión a animales fantásticos o a otros hechos inverosímiles, incluso de carácter mágico, como la hierba que atrae peces (II 27-48), las piedras preciosas procedentes de la orina cristalizada de los linces (V 99-129) o el caso de los pájaros cantores visto como un contrapunto de arte musical. En tal sentido, resultan de capital importancia los sueños “simbólicos” de la madre de Ruodlieb que le prenuncian una gloria futura y su ascenso a la realeza (XVII 95). El autor, un hombre culto, demuestra en sus versos que conoce a autores latinos, en especial a Virgilio y Ovidio, así como una fidelidad a la divisa terenciana de que nada de lo humano le es ajeno.
Ruodlieb es un “héroe del exilio” (cf. Schmidt 2000)5 quien se autodestierra para recuperar el reconocimiento social del que había sido privado; logra recobrarlo merced a su buen proceder, paciencia y cierta cuota de azar que atribuye a su buena fortuna. Por sobre otras habilidades prácticas, sobresale por su comportamiento gentil y por su defensa de los desamparados. Buen diplomático según se advierte en la disputa entre el Rey Mayor, al que sirve, y el Rey Menor, quizá un reyezuelo que, por mediación del joven, cede complaciente ante el poder del Rey Mayor, restableciendo un equilibrio de fuerzas. En cuanto al encuentro, acaso histórico, de ambos monarcas se ha querido una lectura en espejo de Enrique III (alias el “Gran Rey o Rey Mayor”) con el rey Roberto de Francia, al que designan roitelet ‘reyezuelo’, que habría tenido lugar en el año 1023. En tanto legatus, Ruodlieb logra una mediación en la disputa entre ambos, sin necesidad de recurrir a las armas, por lo que es valorado. En ese orden el poema remite simbólicamente al juego de ajedrez, pasatiempo de origen indio, expandido en Persia y luego transmitido a Occidente a través de España por los omeyas musulmanes (cf. p. 25). Vemos allí el enfrentamiento entre dos reyes, en alusión a lo que sucede entre el Rey Mayor y el Menor. El joven Ruodlieb se ofrece como el retrato de un chevalier courtois (p. 32) lo que permite rotular esta obra como el primer romance cortés, donde se advierte el pacifismo cluniacense que el emperador Enrique III se esforzaba por imponer -la idea del rey justo que, a imitación de Cristo, gobierna las almas, defiende a sus súbditos y les indica el camino a los cielos-, frente a una aristocracia orientada a la violencia y a la guerra. Ruodlieb es un héroe nuevo, producto de nuevos tiempos. Si bien no sabe leer, compensa esa carencia con conocimientos musicales -excelente arpista-, inteligencia sutil que lo revela como ajedrecista imbatible y hombre orientado a la paz.
Respecto de la edición utilizada como base para este trabajo, Joël Thomas y Philippe Walter siguieron la reconstrucción de Zeydel (1959), confrontada principalmente con las ediciones de Schmeller y Grimm (1838), Seiler (1882), Knapp (1977) y la más reciente de Volmann (1985) que propone numerosas variantes. La que nos ocupa es una edición valiosa en cuanto a su contenido, vertida en impecable tipografía, con el tiempo, sin duda, destinada a imponerse como un clásico.