La célebre consigna “¡El 2 de octubre no se olvida!”, la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco y las fotografías en blanco y negro, donde se aprecian grupos de jóvenes marchando o siendo atacados cruelmente por el ejército, componen en su conjunto un referente palmario que remite por sinécdoque al movimiento del sesenta y ocho. Lo anterior se constata no sólo en el imaginario, sino también en la circulación actual de distintos productos culturales que aluden a este acontecimiento, tales como libros y películas —ya sean de ficción, análisis, crónica, denuncia, entre otros—, series de televisión, camisetas, recorridos turísticos que conducen al lugar de la masacre y un museo donde se exponen los vestigios.
La estabilidad del campo de significación descrito haría pensar que este acontecimiento goza de un relato unívoco fijado en la memoria histórica del país, que se obtuvo después de un necesario proceso de duelo, para hacer frente al dolor provocado por la violencia ejercida sobre la población; sin embargo, cincuenta años después, todavía no existen juicios contra los responsables, se desconocen tanto el número de personas asesinadas como el paradero de sus restos, falta resarcir el daño a las familias y, además, no hay una fecha oficial para conmemorar la catástrofe de manera institucional. Incluso, las muestras de hostilidad, represión y autoritarismo por parte del gobierno mexicano y otros actores no han parado; antes bien, se han sofisticado a lo largo de las cinco décadas que median entre 1968 y la actualidad, por medio de enfrentamientos entre el ejército y la población, desapariciones forzadas, ejecuciones del crimen organizado y demás muestras sistemáticas de violencia ubicua.
Lo anterior demuestra que la integración en lo simbólico de la matanza de estudiantes en 1968, no obedece a un proceso de impartición de justicia, donde se aplique el castigo correspondiente a los culpables y se promueva la elaboración del duelo, sino que se trata de una herida que permanece abierta en la memoria colectiva y su fuerza provoca un colapso en su comprensión. Un trauma histórico que instala un vacío en la capacidad para explicar lo ocurrido, cuya presencia irrumpe en la actualidad mediante compulsiones y repeticiones ominosas, las cuales cobran materialidad en los conflictos posteriores.
Memoria y reverberaciones de los sesenta y ocho(IFF-UNAM, 2019), editado por Gabriel M. Enríquez Hernández e Ivonne Sánchez Becerril, tiene el propósito de aportar reflexiones a este vacío, lo mismo que explorar los restos del trauma en nuestros días. Éste es un libro colectivo que se enfoca en indagar el campo de fuerzas compuesto por los testimonios centrados en evitar el olvido, al tiempo que busca dar espacio a las voces de análisis y reflexión para comprender la historia reciente de nuestro país, por lo que esa recolección de visiones y esa diversidad de enfoques insisten en desarticular la univocidad con que suele referirse a este acontecimiento y, al mismo tiempo, reconocer los muchos “sesenta y ocho”, padecidos durante aquella década efervescente. Además, este libro también da espacio a testimonios, denuncias de colectivos, posicionamientos y vínculos con incidentes semejantes, tales como la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa y el ataque a estudiantes ocurrido el 3 de septiembre del 2018, en la explanada de Ciudad Universitaria, pensándolos como efectos residuales de las prácticas de represión ejercidas durante las manifestaciones del movimiento que nos ocupa y, con ello, se demuestra una latencia particular, una indisoluble conexión traumática entre las historias —siguiendo la perspectiva de Cathy Caruth en Unclaimed Experience: Trauma, Narrative, and History (1996) —, cuya potencia radica en las implicaciones que tienen los hechos entre sí. De acuerdo con ello, esta investigación colectiva está compuesta de tres secciones denominadas: “Aire de época”, “Memorias de los sesenta y ocho en México” y “Reverberaciones”, con las cuales se bosqueja una intrincada red de significaciones, atravesadas por preocupaciones en común: exponer los sesenta y ocho circunscritos al contexto cultural, socioeconómico y político internacional; discutir los mitos nacionales creados desde los centros hegemónicos; rechazar las vocaciones de clausura propuestas por las versiones oficiales de la historia; confrontar el colapso de comprensión dejado por el trauma; revisar críticamente los nuevos documentos que se han desencriptado gracias al trabajo del activismo; y, finalmente, escrutar los reflejos de este fatídico incidente en el azogue de las crisis y conflictos del presente.
“Aire de época” reúne cinco artículos de investigación donde se discuten las similitudes y contrastes en China, Irán, Italia, España, Chile y Cuba, durante la década de los sesenta. Dichos intercambios y tensiones se mueven mediante los vectores ideológicos que se mencionan a continuación: el influjo del Mayo francés; el anhelo por la libertad, tanto sexual, como individual; el rechazo a la sociedad de consumo; el recusamiento a la represión; las exigencias al gobierno para hacer de la educación un derecho, independientemente de la clase social; la desestimación a la verticalidad de la cátedra; las demandas por una educación menos anquilosada; y, muy vinculada con la anterior, la lucha por ejercer un control real en la adquisición del conocimiento. Aunque las condiciones históricas, políticas y sociales de cada país determinaron los diferentes escollos en donde se estrellaron ideales libertarios —por ejemplo, los regímenes dictatoriales de China, Irán y España— no sobra decir que sorprende un poderoso rasgo en común: el ímpetu del sector estudiantil es quien toma la determinación para llevar a cabo la lucha, de tal manera que se comprueba con claridad la reciedumbre de “‘la pequeña fuerza mesiánica’ que Walter Benjamin veía como potestad de los jóvenes y los revolucionarios” (Cruz: 18). Sorprenden también las evidentes similitudes culturales con México, entre las que se encuentran los embates iraníes —particularmente en lo que corresponde a las intervenciones extranjeras en los sectores petroleros y bancarios—; y la añoranza por una educación libre, deseada por los intelectuales españoles y demandada por José Revueltas en sus lúcidos escritos sobre el movimiento.
El segundo núcleo, “Memorias de los sesenta y ocho en México”, está formado por ocho artículos y dos testimonios donde varios autores discuten los diferentes topoi del movimiento en cuestión, los cuales se pueden sintetizar en una oposición entre la atmósfera social e ideológica que se mantenía bajo el control gubernamental. Esta última, constituida por la transición de la Revolución Mexicana a la Cubana en el imaginario popular; la asociación de obreros, campesinos y ferrocarrileros; la frecuencia cada vez mayor de las huelgas y sindicalismos independientes, pero corrompibles; y una prensa cautiva de los designios hegemónicos, frente a la constitución progresiva de un “estamento intelectual” —compuesto por la aparición de nuevas revistas y espacios de discusiones en las universidades, teatros, cine-clubes y colectivos de arte— que se resistía al poder del Estado. Todo ello circunscrito al anhelo feroz de proyectar al país como una nación moderna que merecía incorporarse en el paradigma primermundista. La oposición entre estas dos fuerzas tuvo la solución fatal que todos conocemos, pero no deja de sorprender que tal desenlace haya cobrado la forma de un sistema muy eficaz de contención social, empleado con mucha frecuencia en épocas posteriores, y que se articula con las prácticas de aterrorizar a los integrantes del movimiento mediante el uso de la fuerza; responsabilizar a los dirigentes del horror que se empleó para refrenarlo; y, finalmente, desprestigiar a la juventud mediante el empleo de grupos violentos de choque.
Aunque resulta imposible referir con justicia todas las interesantes aportaciones a la discusión sobre el tema que compone esta sección, se destaca la confluencia entre conmovedores testimonios y agudos análisis, que lo mismo exponen la vulnerabilidad y dolor de las víctimas, como ofrecen importantes reflexiones para la comprensión de la memoria. De estas últimas es importante subrayar aquellos esfuerzos por desmontar la creencia en el nacimiento de la democracia después del 2 de octubre y la vinculación de este incidente con la Reforma electoral, porque son los mitos más célebres que originó el discurso oficial; así como también se distingue la prolija revisión al pasado “iluminado” por las producciones artísticas de la “gráfica mexicana”, que vinculan al movimiento del sesenta y ocho con la desaparición de los 43 normalistas en Ayotzinapa, mediante dinámicas de apropiación y producción artísticas de mónadas, donde se dilucida que
la rememoración de estos dos acontecimientos forma una imagen dialéctica, del entonces y el ahora. En ellas las imágenes reales o gráficas tienen un valor heurístico, anclado en el derecho a la sublevación, lo que llama el historiador de las artes francés, Georges Didi Huberman, “una antropología política de las imágenes”; imágenes como gesto único y huella ética de nuestro paso por la impunidad y la injusticia en México (R. Brondo: 135).
Con base en esta imagen, se traza el puente para el tercer y último apartado, “Reverberaciones”, el cual se compone de siete textos de investigación y dos crónicas de denuncia, cuyo espíritu es deshilar un “tejido de múltiples pasados” (Velázquez: 234), creado por las huellas del trauma y la presencia fantasmal del sesenta y ocho en la actualidad. Los trabajos agrupados en esta sección se enfocan en el análisis textual de literatura, prensa, denuncias, memoriales y archivos, en representaciones o documentos tanto desde la perspectiva de la derrota, como desde la denuncia de la sofisticación y perfeccionamiento de las estrategias de represión, empleadas por el poder.
Aunque cada artículo es singular, todos ellos coinciden en señalar que la juventud y los estudiantes aún son percibidos como un sector que impulsa la lucha por la dignidad, pero sigue siendo precarizado, enconado, criminalizado y proscrito. Por otro lado, se centran en revisar si existen similitudes o contrastes en las maneras con que el Estado mexicano enfrenta dichas protestas; y, por último, dilucidan cuáles son las elecciones estéticas de los escritores e intelectuales para representar a la historia. En esta sección, se tensan similitudes entre los levantamientos liderados en la década de los setenta por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas y, del mismo modo, se analizan fenómenos de factura muy reciente. En este sentido, destaca la insistencia en discutir tempranamente con precisión, rigor y objetividad los hechos, para poder visibilizar que la violencia no sólo surge desde el gobierno represor, sino que su raigambre tiene un carácter simbólico y se cuela entre los pensamientos, los actos y las relaciones sociales de los grupos humanos.
Sobre esa base, resaltan la lectura y crítica de los textos más contemporáneos, como es el caso del análisis de Velázquez Soto, alrededor de la crónica, Procesos de la noche, de Diana del Ángel, porque en este libro no sólo se exponen novedosas estrategias de escritura para denominar los horrores y residuos del pasado, sino que también esta misma naturaleza histórica crea una nueva mónada, cuyo carácter siniestro instaura “una temporalidad superpuesta” (Velázquez: 235), constituida por la configuración de un archivo y un ejercicio de necroescritura, con las estrategias y poéticas actuales que conforman poderosas alegorías articuladas a partir de viejos y nuevos medios.
Finalmente, Memoria y reverberaciones de los sesenta y ocho no sólo expone que, a pesar de las vicisitudes del recordar, los trabajos de la memoria son esfuerzos necesarios para llevar a cabo un duelo colectivo y sanador, obturar el vacío dejado por las catástrofes traumáticas del pasado y rescatar la identidad de los pueblos vulnerables que se encuentran amenazados por los ejercicios de opresión y, así, encontrar en los empeños de representación, dilucidación y análisis aquí reunidos, aquel anhelo de José Vicente Anaya al decir: “Que la amnesia nunca nos bese la boca. Que nunca nos bese”.